Arqueología
Influencias Orientalizantes durante el Hierro Antiguo en la Meseta
LAS INFLUENCIAS ORIENTALIZANTES DURANTE EL HIERRO
ANTIGUO EN LA MESETA
Los testimonios de contactos entre la Meseta y el
área atlántica anteriores al siglo IX son pocos, se
citan, p.e., las espadas de Carboneras o la de la
colección Gómez Moreno. Existen objetos también de
data más tardía (El puñal de El Carpio de Tajo, p.e.)
recuerdos de la infiltración en la Meseta de líneas
comerciales vehículo por etapas de la metalurgia
atlántica y después fenicia. Este conjunto de
elementos es mayoritariamente metálico y su
documentación se obtiene por hallazgos en su mayoría
sin contexto.Los bronces del Berrueco, los broches de
Sanchorreja y otros que han sido recogidos a lo largo
de los años en una amplia serie de trabajos (p.e.,
Cuadrado, 1974) son parte de los objetos llamados a
prueba de influjos orientales sobre la Meseta. Son
jarros, joyas y armas; pero también carretes de
cerámica (Blázquez, 1975a:184), como el ejemplar
procedente del Manzanares (Almagro Basch, 1975: 225) o
pequeñas figuras, como la de El Raso de Candeleda
(Blázquez, 1975:199).
El mejor ejemplo de la naturaleza documental de estos
hallazgos lo constituyen los distintos tipos de
fíbulas de codo, cuya última revisión data de 1989 y
confirma al Sur peninsular como referente cronológico
y etiológico (Ruíz Delgado, 1989). Las fíbulas de codo
encontradas en contextos de Cogotas I, como la del
Castro de Yecla, en Santo Domíngo de Silos (González
Salas, 1945) o San Román de la Hornija (Delibes de
Castro, 1978); en sepulcros de difícil adscripción
como el burgalés de Morillo de Sedano, (Delibes de
Castro 1986) o La Roça do Casal do Meio (Spindler y
Ferreira, 1973,1974). Casi otras tantas son de
procedencia desconocida como la de tipo Huelva de El
Berrueco, en Salamanca, de la colección Pérez Olleros
(Maluquer, 1958a) y las recogidas por Emeterio
Cuadrado procedentes de Burgos (Cuadrado, 1963: Fig.
1b) y Mansilla de Las Mulas (León) (Ibid., Fig. 1e)
El conjunto de las fíbulas de codo, integrado por
ejemplares que se han agrupado en distintos subgrupos
o reciben otros nombres (tipo Huelva, chipriota, ad
occhio, de inspiración sícula, etc..) recibió diversas
dataciones, abarcando un arco desde las remotas
fechas de la de San Román de la Hornija, en el siglo
IX (Delibes, 1978), y las más tardías de Morillo de
Sedano, o la de Roça do Casal do Meio hasta las
decoradas con pivotes de Sanchorreja situadas quizás
ya en un contexto histórico distinto, más acorde con
el Orientalizante meridional (Maluquer, 1958b;
Cuadrado, 1963). La datación de la fíbula de Mansilla
de Las Mulas de discute sobre una base de los entornos
del año 900 aC.(Fernández Manzano, 1986; Blasco
Bosqued, 1987a), probablemente en un tramo en el que
también podrían entrar la de Santo Domingo de Silos y
otras recogidas por Cuadrado. Entre un grupo y otro,
entre los siglos VIII y VII a C. se situaría la del
sepulcro del Morillo de Sedano (Delibes et alii,
1986). Al sur, la fíbula de Perales del Rio pertenece
al ambiente de Cogotas I del valle del Manzanares
(Blasco, Calle y Capilla, 1991).
Una antigua propuesta de Hawkes sobre las influencias
de la movilidad de las gentes de Cogotas I en la
dispersión de estos y otros objetos [1] explica su
rareza y aislamiento. Algunas le permiten a
Almagro-Gorbea proponer desde 1977 la idea de una
etapa protoorientalizante (Almagro-Gorbea, 1989),
otras se han justificado a través del comercio con el
ámbito tartésico durante el siglos VIII y VII aC., así
las de El Berrueco (Maluquer, 1958a) y Morillo de
Sedano (Delibes et alii, 1986).
Otros adornos que preservan los vestigios del
comercio mediterráneo hacia el interior han sido las
fíbulas de doble resorte, aparecidas en su mayoría sin
contexto (El Berrueco, Cerro de San Vicente, El Picón
de la Mora, La Olmeda, etc..), aunque otras se han
datado con cierta precisión como es la del Cerro de la
Mota, en Medina del Campo (García Alonso y
Urteaga,1985, 1986). Según algunos autores habrían
sido creación andaluza (Ruiz Delgado, 1989:113) pero
su pervivencia hace dificil observar en todos los
ejemplares una vinculación necesaria con el mundo
orientalizante. Otras, como las llamadas tipo Alcores,
de las que se supone también una procedencia andaluza
tienen algún dudoso ejemplar en la Meseta Sur (caso de
la de Ocaña: Cuadrado, 1963:32). En fin, las fíbulas
tipo Acebuchal, uno de cuyos ejemplares aparece en
Alpanseque (Soria) también se atribuyen al foco
tartésico (Storch1989:91), con lo que se añade al
conjunto de los documentos que comentamos.
La lista de objetos orientalizantes aparecidas en la
Meseta es amplia, incluye otras fíbulas(Tipo
Bencarrón), Braserillos (como los de Belvís y Las
Herencias), jarros (Coca, Las Herencias), cuyo
comentario cronológico es conocido (García y Bellido,
1956, 1960, 1969)
Hasta 1957, fecha en la que Maluquer describe las
cerámicas pintadas que llamamos tipo Carambolo como
copias de modelos chipriotas (Maluquer 1957b), se
aseguraba el origen ultrapirenaico de las así
decoradas, en general, del interior. Hasta entonces y
desde los años treinta (Martínez-Santaolalla, 1945)
los influjos hallstáticos se sobreentendieron, y
reafirmarían desde la secuencia de Cortes de Navarra y
la reiterada adscripción en ese sentido de los
hallazgos durante los años sesenta (Las Madrigueras,
etc..). La novedad de la excavación de El Carambolo y
la consiguiente fulguración del mundo tartésico, la
definición de sus cerámicas como fosil-guía [2] tuvo
la virtualidad de aislar un nuevo elemento traza del
contacto cultural meridional que ya se había observado
en otros hallazgos.
Desde allí y hasta hoy, las cerámicas pintadas de la
Primera etapa del Hierro se explicaron desde
posiciones autoctonistas, transpirenaicas [3] o desde
el influjo meridional. En 1977, Almagro-Gorbea hacía
derivar de las cerámicas tipo Carambolo al grupo de
pintadas (amarillo sobre rojo) que comienza a llamar
tipo "Meseta" y a las que sitúa entre los siglos VII y
V aC. [4]. Son las encontradas en el sur (Olmedilla de
Alarcón, Zarza de Záncara, Ecce Homo, Manzanares) pero
también en el norte (Sanchorreja, Soto de Medinilla,
San Cristobal de Mazaleón). Atribuciones del mismo
signo se seguirán dando en la cerámica [5] de algunos
yacimientos de la época en Guadalajara, así como
cambios de opinión en lo que respecta a las del Ecce
Homo [6], hasta que un reflujo autoctonista (Romero
Carnicero, 1980) o en clave autoctonista (Cerdeño,
1983; González-Prats, 1983; Jiménez Barrientos, 1986)
volvería con diversas matizaciones a redefinir los
orígenes de esta cerámica pintada [7](Almagro-Gorbea,
1986b). La atención a la búsqueda del antecedente se
suma a la discusión sobre su cronología comparada
(González Tablas, 1986; Romero Carnicero, 1984;
Francisco Fabián, 1986) cuyo análisis proporcionó,
también, una revalorización del precedente
centroeuropeo en algunas de las especies referidas
(Werner, 1990).
La primera sistematización de Almagro-Gorbea insistía
en el carácter de interpretación local de estos
objetos respecto a la simple copia de modelos, sobre
todo en la cerámica tipo ¨Medellín" [8]. Más tarde se
ha propuesto a las poblaciones del interior como
catalizador de las influencias en este tipo de
decoración de los modelos meridionales y norteños,
reafirmando los contactos con el mundo tartésico a
través de ellos (Buero Martínez, 1987).
Con estos dos ejemplos, solo citados aquí como tales,
se muestra lo que en general ha estructurado la
investigación: la búsqueda de paralelos formales y
definición cronológica de objetos con algún tímido
-las fuentes no dan para mucho- acercamiento al
trasfondo humano. Las razones de esto derivan del
avatar general de la investigación protohistórica en
la Península. Desde los comienzos del siglo, la
investigación sobre el proceso protohistórico de la
Meseta se ha centrado en la definición de las oleadas
de pueblos procedentes del Norte y que supuestamente
aportaron nuevas decoraciones y formas a cerámicas y
metales. La expresión de este proceso son las teorías
de Bosch-Gimpera, Martínez SantaOlalla, Almagro o
Maluquer sobre la fechación de los distintos aportes
hacia la Meseta de pueblos a la postre considerados
indoeuropeos o celtas.
La búsqueda de paralelos transpirenaicos logró
incluso después de la Guerra Civil una sobreatención a
los vestigios célticos del sur de Sierra Morena. En
esta clave Almagro interpretaba los hallazgos de la
ría de Huelva, Bosch Gimpera las estelas decoradas o
Martínez Santaolalla las cerámicas pintadas,
produciendo por añadidura una rebaja en el poder
transformador que las influencias meridionales
pudiesen tener hacia el norte. La tecnología del
hierro es un elemento que desde el principio se
consideró procedente de Centroeuropa: Bosch Gimpera,
Cabré y otros mantuvieron que la llegada de los celtas
significó al fin la llegada de la Edad del Hierro a la
Meseta [9]. Las evidencias de la importancia de la
colonización fenicia y sus relaciones con el ente
tartésico crecieron de forma paralela, lo que en
definitiva fué ubicando en el comercio con éste a los
objetos de su estilo. Varios autores, entre los que
destaca García y Bellido reconstruían sus mapas de
dispersión y daban una lógica, La Vía de la Plata, a
su existencia. Si el primer impulso en la
investigación de lo orientalizante se viene a datar en
los finales de los cincuenta, fecha que corresponde
con las publicaciones de El Cerro del Berrueco y
Sanchorreja: Juan Maluquer reconoce entonces en los
hallazgos metálicos de este tramo del Sistema Central
una influencia tartésica datable en los siglos VII y
VI aC. [10], pero sin creer que su presencia
transformase a sus habitantes: el uso indígena de la
tecnología del hierro no se alcanzaría hasta finales
del siglo VI aC.
El Horizonte Soto significó el descubrimiento de la
Primera Edad del Hierro en la Meseta Norte y con ello
una reformulación de la problemática de las relaciones
del mismo. A partir de entonces ya no se tratará tanto
de constatar la existencia de un comercio esporádico
cuanto de integrar en su cultura elementos análogos
al sur. De ninguna manera se negaba (Palol y
Wattenberg, 1974) que, en conjunto, la cultura
material era de raigambre centroeuropea pero abrió una
puerta aún no cerrada a la valoración de una parte de
ella en clave meridional. Desde el principio Palol
[11] atribuyó las plantas circulares de El Soto a
influencias mediterráneas a través de Extremadura, y
observó similitudes entre las cerámicas pintadas de
sus niveles más antiguos con las del área tartésica
atribuyendo estos contactos a los caminos de
comerciantes existentes desde el Bronce. En este
escenario, la publicación a finales de los setenta de
el libro de Almagro-Gorbea sobre el Bronce Final y el
Orientalizante en Extremadura no solo sirve de
referente a los procesos aledaños a la propia
Extremadura sino también una propuesta de lo que puede
pasar más allá del Valle del Guadalquivir ofreciendo
la imagen de un periodo claramente orientalizante con
yacimientos como Medellín que aún hoy sirven para
definir, p.e., el mundo funerario tartésico. Un efecto
del libro de Almagro Gorbea fué la apropiación en
ámbito extremeño de hallazgos en sus cercanías
(estelas decoradas, etc..) reducía Meseta sur al final
a aquello en lo que no aparecían restos
orientalizantes [12] .
LOS OCHENTA
Además de la persistencia de las líneas de
investigación abiertas anteriormente en el caso de las
líneas de comunicación (Almagro-Gorbea, 1986: 514;
Alvarez y Gil, 1988) o en la genealogía de los
modelos, el interés en determinar los caminos de
penetración y los focos originarios traslucen el
prejuicio de área receptora. Se viene a admitir, p.e.,
que el hierro no se extiende por la Meseta Norte
-poseedora de una avanzada tecnología del bronce-
hasta Cogotas II (Hernandez, 1981; Martin Valls, 86).
El origen de su difusión es lo que se discute: así
para una parte de los investigadores procede de
Tartessos hasta Soto I igual que la cerámica polícroma
(Francisco Fabian, 1986, 278; Almagro-Gorbea, 1986 40)
mientras que Maluquer seguía manteniendo la mayor
probabilidad de un origen en el valle del Ebro que en
el Guadalquivir (Maluquer,1986). En otras áreas, las
ideas de Palol sobre los orígenes de algunos elementos
de Soto I siguen vivas, como es en la planta de las
casas (Almagro-Gorbea, 1986: 515). También a partir de
los años ochenta se plantea con más intensidad y con
relación a la Meseta una serie de cuestiones que
tienen que ver con el rito incinerador. Es ahora
cuando se demuestra (desde una perspectiva
difusionista) que por lo que se refiere a la Meseta
podrían ser dos los focos de los que puede proceder
este rito: el de los Campos de Urnas y el
representado por las necrópolis tartésicas. La
búsqueda del mundo funerario del Soto I se saldó en
esta década con propuestas de analogías(incinerantes)
con otras zonas (Mañanes, 1983;Romero, 1985; Almagro
Gorbea: 1986) y la sugerencia de que algunas cerámica
encontradas de Almenara de Adaja pudieran pertenecer a
una necrópolis destruida (Balado, 1987).
La atención concentrada en la adquisición de la
tecnología del Hierro en el interior peninsular se
complementa con el impacto que para la valoración de
las influencias de los Campos de Urnas tiene el libro
de Ruiz Zapatero(1985). Se detectan influjos del
comercio fenicio en los Campos de Urnas del Hierro en
el Nordeste y se tiende a relacionar la acumulación de
sus excedentes en las necrópolis desde la perspectiva
del comercio colonial (Almagro-Gorbea, 1986: 399)
En 1984 tiene lugar la excavación de la Tumba de La
Casa del Carpio (Belvís de la Jara, Toledo), cuya
primera publicación data de 1986 (Pereira y Alvaro,
1986) y a la que se irán añadiendo otras publicaciones
complementarias en los siguientes años (Pereira,
1989). Se trataba de la inhumación de los cadáveres de
una mujer y un recién nacido que sus excavadores
databan en el momento de la primera adquisición de
objetos y técnicas orientalizantes por parte de grupos
indígenas. La tumba, mezcla de componentes culturales
meridionales y autóctonos se convirtió, a partir de
entonces en un dato excepcional sobre las
circunstancias en las que se produce tal contacto en
un espacio relativamente alejado del núcleo extremeño.
De la misma zona proviene la entonces única estela
decorada de la provincia de Toledo, dada a conocer por
Manuel Fernández-Miranda en 1986 (Fernández-Miranda,
1986) y cuyo hallazgo interpreta, sobre una datación
del siglo VI aC., como un hito en los caminos de
penetración de las influencias desde el área extremeña
hacia el interior a través del Tajo. Por fín, en el
último año de la década, la publicación algunos
archivos de la Academia de la Historia (Maroto, 1990),
recuerda el hallazgo, en 1860, de un lote de objetos
de bronce: una jarrita de las llamadas tartésicas y un
timiaterio en dos piezas junto con fragmentos de lo
que podía haber sido una caldera o recipiente de
cobre. Los objetos proceden probablemente de una de
las áreas del poblado protohistórico de Arroyo
Manzanas, con lo que se confirma aún más la
importancia del área de Las Herencias para el estudio
del periodo orientalizante en la zona (Moreno
Arrastio, 1990).
Otro de los debates iniciados en los ochenta cuyas
implicaciones atañen a los procesos de aculturación en
el interior es el de la colonización fenicia tierra
dentro (Wagner, 1983). A pesar de que aún cuando esto
se escribe continúa la discusión, no cabe duda de que
la valoración de ciertos candidatos, como Medellín,
supone un dato a tener en cuenta por lo que se refiere
a la explicación de fenómenos indígenas de sus
aledaños meseteños. La discusión teórica de esta época
y en esta zona sigue a remolque de lo que se resuelve
en el núcleo tartésico. Se atiende a la incipiente
jerarquización social y a algo que tienen especial
importancia en el contexto del interior: al control de
los grupos dominantes sobre los intercambios
comerciales (Fernández-Miranda, 1986; Almagro-Gorbea,
1986) que se plantea ya en términos distintos (Wagner,
1993) al del puro difusionismo.
PERSPECTIVAS
Hoy es dificil, con los restos documentados, asegurar
un horizonte orientalizante, pero a su vez también es
dificil no creer en una importante influencia del
mundo tartésico en sus áreas adyacentes. Mientras en
el estudio de la propia cultura tartésica se
impusieron otras formas de análisis diferentes a los
esquemas difusionistas, el estudio de las influencias
orientalizantes en la Meseta no pasa de ser todavía
una incógnita de grado. La diferencia de prospección,
incluso de elaboración teórica facilitan que todavía
hoy sea incomparablemente más lo que sabemos de la
Primera Edad del Hierro de la Meseta norte que de su
etapa contemporánea en la Submeseta sur. La discusión
teórica sobre el significado y alcance del término
orientalizante se proyecta así sobre los problemas que
suscita el contacto de los pueblos meseteños con el
Valle del Guadalquivir, sea a través del comercio sea
a través de los mercenarios que supuestamente
apuntalaban el poder tartésico (Montenegro y otros,
1989:42). Se trata de una discusión que afecta a la
transformación de las culturas de la primera edad del
Hierro en ambas submesetas. Si uno de los efectos del
contacto con el mundo fenicio de las poblaciones
costeras desembocó en una mayor (respecto al Bronce
Final) desigualdad social, es ese un aspecto que debe
buscarse en estos registros. Es la documentación de
vestigios funerarios la fuente de nuestra información
a este respecto y todavía no tenemos, a excepción de
la Tumba de Belvís de la Jara y la de Arroyo Manzanas,
indicios de que se hubiese producido una polarización
en ese sentido. La delimitación, al menos teórica, de
los espacios de influencia directa tartésica que
algunos alargan hasta el Guadiana Medio
(p.e.,Harrison, 1989: 79) y el modelo de asentamiento
que estos últimos autores observan como característico
de la expansión tartésica en el Valle del Guadalquivir
(Ruiz y Molinos, 1993: 244) se ha convertido
inevitablemente en un modelo de posible repetición al
Norte de Sierra Morena. Estos asentamientos aparecen
en el siglo VII y desaparecen en el siglo VI,
coincidiendo con la decadencia tartésica. La datación
de este proceso en la Submeseta sur es desconocida.
En el aspecto metodológico, sobreviven tradiciones
académicas determinantes. Dice Avieno que en tiempos
de los tartesios, los cempsos y los sefes ocupaban las
abruptas colinas del interior de Ofiusa [13]. Y con
ello y desde la época de Cabré, se identificaron los
vestigios de estos sefes que se extenderían por las
cuencas del Tajo y del Duero, a partir del siglo VI
[14]. . Esta concepción veía en los sefes una
población importante, capaz extenderse por amplios
territorios interiores, fácilmente identificables con
los celtas de Herodoto [15] y además coherente con las
reconstrucciones protohistóricas de la primera parte
del siglo XX [16]. Con los versos de Avieno también se
ha llevado a los sefes a una ocupación general del
Valle del Tajo [17]. Se convirtieron, en fín, en la
posibilidad de recoger en un conjunto interior, lo que
no era -probablemente- sino horror al vacío. Hipótesis
mucho más restrictivas -defendidas sobre todo por
investigadores portugueses- sitúan la región de
Ofiussa entre la desembocadura del Tajo y el cabo
Carvoeiro o, en general, más recogida sobre el tramo
central de la costa portuguesa, entre Figueira da Foz
y Setúbal.(Alarçao, 1992:340). Con ello los sefes
ocuparían espacios más acordes con el alcance
descriptivo original de la Ora Marítima. Este ejemplo
muestra una dificultad para definir los procesos
protohistóricos en la Meseta Central ibérica, donde
actuaron el paso del tiempo y las tradiciones
académicas o políticas. Casi inevitablemente, su
unidad conceptual, en este caso como tierra incógnita,
se convirtió en prejuicio. Por eso quizás aludir al
problema de la influencia orientalizante en la Meseta
procede, también, de la tradición historiográfica de
considerar a ésta por contraste con las zonas
adyacentes, algo implícito en la interpretación del
paso de Avieno y en las más recientes síntesis
(Almagro-Gorbea y Ruiz Zapatero, 1992). Las dos
submesetas son, al cabo, plataformas más o menos
análogas en su capacidad económica y una
secuencia-norma a ambos lados del Sistema Central
(Bronce Final, Hierro I y Hierro II) facilita su
reunión en un mismo conjunto de fenómenos. Como
consecuencia ha sido casi inevitable llegar a
valoraciones similares en presupuestos teóricos que
afectan a ambas zonas, consideradas, p.e., como
receptoras natas de inventos externos.
La síntesis que unifica en el concepto Soto de
Medinilla los procesos históricos correspondientes a
la Primera Edad del Hierro en el norte es
relativamente reciente. Desde de los trabajos y
primigenia reconstrucción de Palol transcurren tres
décadas que extendieron espacial y cronológicamente el
horizonte cultural Soto. Una cultura documentada ya
por toda la cuenca del Duero a partir del siglo VIII
aC. y que ofrece dos facies: una agrícola, apegada a
ribazos sedimentarios y otra de economía ganadera
cuyos restos se dispersan en las montañas de la orla
meseteña y en la que hay aspectos que, como el
funerario, se escapan casi absolutamente a nuestro
conocimiento. Los restos de Soto I no tienen nada que
ver con los conocidos de Cogotas I y muestran la
implantación de poblados perfectamente organizados en
donde antes apenas existían agrupaciones de chozas de
poca envergadura; sin datos que afirmen o nieguen
vínculos con lo anterior, las propuestas sobre los
orígenes de la Cultura de el Soto de Medinilla se
agrupan tras la estela de las ideas de Palol.
Hemos asistido en los finales ochenta y principios de
los noventa a una revalorización de influencias
tartésicas en la valoración de paralelos para Soto I
(Romero y Jimeno, 1993: 195 ss.). Iniciándose ya con
contactos mediterráneos que en las etapas tardías de
Cogotas I testificaban algunas cerámicas y plantas
circulares en las casas [18]. Soto I se enmarca con
procesos paralelos en una franja del oriente meseteño,
desde La Rioja a Alicante en el que se observan
elementos, como la metalurgia, de supuesto origen
meridional. Los vestigios no se muestran como prueba
de un periodo orientalizante sino como la evidencia de
un comercio influyente que vendría a continuar las
líneas ya abiertas desde el remoto pasado. La
diferencia entre las dos posiciones estriba en la
influencia sobre la tecnología autóctona que este
comercio meridional ejerció: así mientras para
Almagro-Gorbea y Zapatero (1992) es suficiente como
para explicar la eclosión de Soto I, para Delibes y
Romero (1992) probablemente estaríamos ante gentes
nuevas a las que llegarían influencias meridionales no
determinantes para quienes poseían una avanzada
metalurgia del bronce.
En el sur, la mayor información procede de las
cuencas del Henares y del Manzanares, pero existen
también restos de poblados en otras zonas (Aranjuez,
Alcazar de San Juan, Boniches de La Sierra, Alarcos),
además de numerosas necrópolis (Las Esperillas, Las
Madrigueras, El Carpio, etc).La aparición de ciertas
estructuras de forma rectangular en yacimientos de
fondos de cabañas parece abrir un nuevo panorama en
nuestro conocimiento del paso del Bronce Final al
Hierro antiguo (Pernia y Leira, 1992) en el valle del
Tajo. Desde finales del siglo VIII y hasta el siglo VI
las gentes que habitan este valle a la altura del
Manzanares ocupan pequeñas alturas sin grandes
defensas junto a la confluencia de ríos donde
construyen pequeñas cabañas recubiertas de barro de
planta más o menos circular u ovalada. Es el caso del
Cerro de San Antonio, junto a Vallecas en Madrid
(Blasco, Lucas y Alonso, 1991). La cultura material se
describe vinculada a las tierras altas del Sureste,
con paralelos en Crevillente, Galera, Cástulo, La
Colina de los Quemados o Los Saladares en el estadio
de las primeras importaciones, pero los influjos
parecen llegar con retraso y no están asociados -aquí-
a materiales de importación. El final de este
horizonte se data en los inicios del siglo VI cuando
se produce una multiplicación de los contactos que
formalizarán la cultura ibérica. El indicio
orientalizante, que corresponde aproximadamente a la
Primera Edad del Hierro carece de dimensión apreciable
en yacimientos o en general de datos arqueológicos.
Aún con poca documentación sin embargo se han
desarrollado esquemas de trabajo que ofrecen una
aproximación que incluye la componente orientalizante.
Blasco Bosqued autora de la más reciente de las
síntesis sobre la Submeseta Sur (Blasco Bosqued, 1992)
considera que a partir del s. VIII aC. se produce un
claro incremento no solo de los "vínculos" de la
Submeseta Sur con el Guadalquivir sino también de las
transformaciones sociales y económicas internas
producidos por ellos en los grupos de la Meseta (en el
mismo sentido Almagro-Gorbea y Ruiz Zapatero, 1992).
Estas relaciones son más intensas en proporción a la
cercanía a las vías de comunicación entre la Meseta y
el Valle del Guadalquivir. Podrían haber provocado el
declive de Cogotas I y el uso, en el utillaje local,
de especies cerámicas (acabadas a cepillo y tratadas a
la almagra o al grafito) que a lo largo de los siglos
VII y VI aC. habrían avanzado hacia el norte desde los
pasos de Sierra Morena.
Tres estelas decoradas en el sureste de Francia y
otra en Zaragoza son documentos que ponen a prueba el
concepto de Hinterland tartésico. Esta dispersión
anómala incluye las documentadas en el centro de la
provincia de Ciudad Real y en las cercanías de
Talavera de la Reina. La explicación son redes
comerciales en el Bronce Final (Galán, 1993:67).
Ruiz-Gálvez y Galán proponen cañadas ganaderas,
algunas de las cuales atraviesan la Meseta como
justificación de las estelas. Galán hace remontar al
Tajo a una de éstas que llega a alcanzar el Pirineo.
Para estos autores que siguen a Almagro Gorbea en su
explicación de las estelas como el fenómeno más
llamativo de su periodo Protoorientalizante, su
mensaje pierde vigencia a partir del siglo VIII aC. El
valle del Tajo dejaría de ser, a partir de entonces,
un camino de intercambios como lo había sido durante
el Bronce Final. El tramo del valle en su confluencia
con el Alberche está ofreciendo, en los últimos años,
una serie de hallazgos de singular importancia en la
consideración de lo que podríamos denominar el
ambiente orientalizante fuera de Andalucía y
Extremadura. Se trata de una zona -la provincia de
Toledo- que en todos los aspectos arqueológicos se
incluye en el concepto Meseta, lo que determina la
investigación de los niveles del Hierro antiguo del
poblado de Arroyo Manzanas (Las Herencias), yacimiento
en el que apareció otra estela decorada en el
transcurso de la excavación (Moreno Arrastio, en
prensa). Los hallazgos de Belvís y Las Herencias, y
otros sin contexto como el puñal del Carpio de Tajo o
las fíbulas de Azután muestran una especial
concentración de objetos y estelas decoradas. Para
todos señalan líneas de intercambio y caminos de
penetración hacia la Meseta Superior o hacia el Este
desde Extremadura; para unos un fenómeno
protoorientalizante (Galán, 1993), para otros más
tardío (Fernández-Miranda y Pereira, 1992).
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