Sociología y Trabajo Social
Infancia y Adolescencia en la Pobreza de América Latina
LA NIÑEZ EXCLUIDA DEL SISTEMA: UNA ENFERMEDAD SOCIAL
Los criterios de salud y enfermedad no son -ningún concepto neutro-, ni desde el punto de vista social y político ni desde el ideológico: también en ellos vive el conflicto histórico. Son escenario, como señala Eduardo Grüner, de la lucha
“por la hegemonía ideológica, por la construcción del sentido de la vida” .
El proyecto neoliberal organizado desde los centros de poder mundiales e impuesto al resto de América Latina a partir del Consenso de Washington, se basa, como ha sido explicitado incluso por quienes lo propician, en levantar todas las trabas al accionar del capital privado. Así, se pusieron en marcha las políticas de “libertad de mercado” -apoyadas en los gigantescos subsidios con los cuales los países centrales sostienen la ficción de un comercio “eficiente” en la asignación de los recursos, según Chomsky:
“grandes subsidios estatales y la intervención del Estado siempre han sido necesarios, y todavía lo son, para hacer aparentar como eficiente al comercio”.
Con lo cual -a partir de la década del “90 en el siglo pasado - se precipitó la privatización de los servicios públicos -entre ellos la educación y la salud-, aunque se cuidaron de dejar en manos del Estado aquellos sectores o aspectos cuya rentabilidad no fuera atractiva para las empresas privadas. En el campo de la atención sanitaria y de la educación, el negocio exigía una fragmentación del sistema, de manera que los grupos de más altos ingresos se trasladaran hacia los sistemas privados -donde tendrían acceso -mediante pago- a las prestaciones más sofisticadas- y los más pobres deberían conformarse con prestaciones gratuitas de menor nivel en establecimientos públicos sobrepoblados y con deficiencias presupuestarias, en los que a menudo faltaban (y faltan) hasta los insumos más elementales, tanto en hospitales como en escuelas. La idea es que
“mediante la identificación de diferentes espacios que respondan a las disímiles capacidades de gasto, los grupos de mayores ingresos pagarán por servicios que se vinculen con su perfil de demanda en vez de recibir prestaciones más homogéneas gratuitamente o en iguales condiciones que el resto de la población”.
Las cifras sobre mortalidad infantil en el mundo son poco menos que escandalosas. El siguiente gráfico es elocuente y si bien no se especifica en el mismo, la desnutrición se relaciona hasta con el 50% de todas las muertes de niños menores de cinco años y con el 30 % de los mayores de hasta 15 años.
Distribución mundial de la mortalidad por causas específicas
entre los niños menores de cinco años
Fuente: Organización Mundial de la Salud y UNICEF.
El último informe de la UNICEF, “Estado mundial de la infancia 2008”, puntualiza que el número anual de muertes infantiles alcanzó en 2006 a 9,6 millones de niños. La mortalidad y la desnutrición de las madres, los recién nacidos y los niños pequeños comparten una serie de causas estructurales y subyacentes, entre ellas:
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Servicios de salud y nutrición pobremente dotadas, sin capacidad de respuesta y culturalmente inapropiadas.
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Inseguridad alimentaria.
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Prácticas inadecuadas de alimentación.
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Higiene deficiente y falta de acceso a agua salubre o a instalaciones adecuadas de saneamiento.
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Analfabetismo de la mujer.
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Embarazo precoz.
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Discriminación y exclusión de las madres y los niños del acceso a servicios y productos esenciales de salud y nutrición debido a la pobreza y a la marginación geográfica o política.
Especifica el informe:
“Estos factores se traducen en millones de muertes innecesarias todos los años. Por su naturaleza amplia e interrelacionada, deben ser abordados a diferentes niveles -gobiernos, comunidad internacional, comunidades, familias y proveedores de servicios- y de un modo integrado para obtener resultados verdaderamente positivos. Las soluciones a estos obstáculos son bien conocidas, en particular las que se refieren a las causas directas de muerte de las madres, los lactantes y los niños pequeños. Entre esas soluciones se cuenta la prestación de un conjunto de servicios esenciales de salud primaria a los niños, sobre la base de un proceso de atención continua que se inicia durante el embarazo y continúa durante el parto y el período postnatal, lo que significa que los niños acceden a servicios asistenciales durante sus primeros años de vida, que son cruciales para ellos”.
Algo que, por cierto, no sucede. No hay educación ni servicios asistenciales de salud para los niños de la calle. La mercantilización de la educación y de la salud son, precisamente, los “obstáculos” de los que hablan los especialistas de UNICEF, obstáculos que las políticas neoliberales de los años “90 potenciaron. Los más desvalidos -aquellos cuya capacidad de pago hace inviable cualquier negocio- debían quedar en el área pública, a cargo del Estado, como un gasto inevitable e irrecuperable que los administradores hospitalarios debían esforzarse en minimizar, en línea con las insistentes consignas oficiales y empresarias de “reducir el gasto público” y “achicar el Estado”.
De hecho, en esa década del “90 en la mayoría de los países latinoamericanos, tanto los hospitales nacionales como las escuelas quedaron con muy escasas partidas presupuestarias. La crónica insuficiencia de presupuesto resultó en que aún en los hospitales públicos de algunos países las prestaciones dejaran en buena medida de ser gratuitas. Como señalan Lo Vuolo y Barbeito,
“el deterioro en la calidad de las prestaciones sociales, derivado tanto de los ajustes del gasto como de los recursos, promovió privatizaciones “de hecho” en las áreas sociales, cuyos mayores costos recaen a cargo directo de sus presupuestos. De esta forma, se propician mecanismos de “recuperación de costos” y mayor autofinanciamiento por parte de las propias familias”.
Así, la supuesta gratuidad de la atención sanitaria y de la enseñanza sólo se cumple -y con imperfecciones y reticencias cada vez mayores- respecto de los que no tienen recurso alguno, en la medida en que en casi todos los casos
“se exige la constitución de dependencias administrativas que permitan establecer la situación socioeconómica de la población que demande servicios, para poder determinar si es “indigente” y “merecedor” de atención gratuita. Así, el hospital público -por ejemplo- deja de ser “universal” y se constituye en un establecimiento asistencial que pretende “segmentar” a la población según su nivel de ingresos”.
Pero si la situación del hospital público es crítica en toda América Latina y se aparta del paradigma de universalidad -y por consiguiente de gratuidad- que le era propio, la educación -para los que pueden pagarla - también se maneja como una mercancía, y resulta sometida a un continuo regateo y es tratada como una mercancía más, a la que se accede en mayor o menor medida de acuerdo al presupuesto disponible. La capacidad de hacer frente a los gastos que implica la alfabetización y la atención primaria en salud es la que marca el nivel y la calidad del servicio recibido. En ese sentido, se ha descripto a la situación creada como producto de
“una política de neobeneficencia que se distancia de la propuesta de integralidad y universalidad de la atención en salud y educación, desconociendo el principio de ciudadanía como única condición para tener acceso a los servicios públicos”.
La teoría neoliberal pretende que el sistema se equilibre automáticamente bajo la guía de la “mano invisible” del mercado. No sería entonces necesaria la intervención activa de la ley y del Estado para orientar tendencias que la propia dinámica económica se encargaría por sí sola de acomodar. En la práctica, el arma principal del neoliberalismo son las fuerzas que dirigen el mercado. La privatización de jubilaciones y pensiones, de la salud y de la educación y hasta las campañas de alfabetización que tienen por objeto sacar a los niños de la calle, son considerados argumentos suficientes -o al menos ocupan el lugar principal en las acciones concretas que se encaran- para el logro de los mejores resultados en cuanto a la dinámica de la población.
Hasta allí la teoría. Pero los efectos “virtuosos” del mercado -una vez más, y a pesar de los subsidios con los que el conjunto de la sociedad (incluidos los sectores más pobres) lo sostienen- se hacen rogar. No por falta de coherencia, sino por carecer de sustento real, por ser un simple barniz superficial -ideológico- para encubrir acciones tendientes a una redistribución regresiva del producto. Lo Vuolo y Barbeito hacen notar en ese sentido que
“si bien las políticas neoliberales se han instrumentado de manera diferenciada en cada país, las consecuencias pueden ser visualizadas con una asombrosa similitud. Reducción de los gastos sociales, privatización de los servicios públicos, centralización del gasto público y un sinnúmero de estrategias que conllevan como resultado el empobrecimiento cada vez mayor de amplios sectores de la población, así como una importante atomización social que le resta eficacia y posibilidades a la demanda social”.
La economía neoliberal busca el traspaso de recursos desde la sociedad hacia las empresas más concentradas y poderosas. En ese sentido, reserva para éstas toda operación rentable y delega en el Estado la atención de lo que no lo es.
Así, la disminución del gasto público no es producto de una mayor pobreza social -de una baja generalizada de recursos, de una mengua en la producción de bienes y servicios- sino del destino que se le da a ese producto. Cristina Zurutuza señala que
“en los últimos años, las estadísticas son cada vez más descarnadas al anunciar que la riqueza es cada vez mayor, detentada cada vez por menor número de personas [... y que, en ese sentido,] no se trata de que hay pocos recursos: se trata de los modelos productivos implementados y de las políticas de distribución de la riqueza”.
Los dos gráficos siguientes son reveladores de esa política de distribución de la riqueza en todo el mundo:
Si bien estos gráficos no están actualizados, son de fines del siglo pasado (1998) y tienen por lo tanto 10 años desde que se elaboraron, representan con claridad el problema y éste se ha agravado severamente en la primera década del milenio. El Estado “elefante” del que se quejaba la prédica neoliberal ha sido vaciado de su contenido social -ya que no de sus “deberes” en cuanto a la promoción, el sostenimiento y el multimillonario subsidio a los grupos económicos más concentrados-: se ha convertido en ese aspecto en un escuálido ratoncito, impotente para atender a las demandas de una población cada día más vulnerable, en la que los índices de pobreza e indigencia -de no tomarse medidas drásticas para revertir la tendencia- se instalan para quedarse.
En este marco, Lo Vuolo y Barbeito hacen notar que
“el patrón de financiamiento del sistema de políticas sociales tiene un carácter regresivo, dado que: 1) sus recursos específicos se basan en gran medida en el impuesto al salario y a algunos consumos específicos, y 2) las rentas generales del fisco se obtienen principalmente de impuestos indirectos. Con respecto a la distribución del gasto social, las pocas estimaciones existentes concluyen que no es progresiva”.
Es decir que el Estado, al que la prédica neoliberal quiere privado de acceso a las actividades rentables y reducido en sus prestaciones sociales a la mínima expresión que las condiciones políticas y sociales permitan, se financia de manera inequitativa: descarga el peso mayor sobre los sectores que menos tienen. Quedaría por ver el uso que hace de los recursos de los que aún dispone, y si en él se trasluce algún esfuerzo por restablecer los equilibrios perdidos, por compensar las asimetrías e injusticias más flagrantes, por hacer cumplir las disposiciones y argumentaciones del derecho internacional humanitario referido a los menores.
Pero en las nuevas sociedades de control, donde el poder financiero juzga y establece los límites, no hay lugar sino para el sujeto-mercancía, el individuo-consumidor. Escribe Michel Onfray:
“La libertad que defienden los liberales se asocia a una deseable utilidad para la sociedad: libertad de consumir, de poseer, de disponer de bienes materiales, muebles e inmuebles, libertad de adaptarse al modelo de consumidor que ponderan los medios publicitarios...”.
Esa libertad liberal, encorsetada como se verá por el liberalismo económico, permitirá comprar conductas, valores, apariencias, donde
“todo es propuesto con llave en mano por la ideología dominante en eso que se dejó de llamar propaganda y se convirtió en publicidad de un mundo unidimensional, (...) la libertad se reduce a la posibilidad de inscribirse en una lógica mimética, de tomar parte en la carrera considerada como acceso a los peldaños más altos de la escala social propuesta sobre un modelo único por el mercado mercantil. Libertad de tener, libertad liberal, contra libertad de ser, libertad libertaria”.
Vale decir que el contenido del término “libertad” queda subordinado, pasa a segundo plano. Se trata en adelante, como hace notar Grüner,
“de que la operación ideológica por excelencia es la de hacer aparecer los intereses particulares de la(s) clase(s) dominante(s) como el interés general de la sociedad toda”.
Del liberalismo neoclásico al “neoliberalismo” contemporáneo hay apenas un paso. A partir de la primera gran crisis del petróleo de 1973, y con la formación de la Comisión Trilateral (Estados Unidos, Europa Occidental y Japón), se asiste a un progresivo deterioro de los “Estados de bienestar”, minados por sus propias contradicciones y bombardeados por la prédica “neoliberal” y las prácticas depredadoras de los sectores más concentrados de la economía y las finanzas.
El enfoque “neoliberal” pretende dar un matiz “científico” a la competencia y el “libre mercado”. Se apoya sobre la “teoría del equilibrio general” del francés León Walras, que plantea que si todos los mercados de las distintas mercancías actuaran simultáneamente, conducirían a un “equilibrio”, es decir a la armonía general. El Italiano Vilfredo Pareto completa la teoría al postular que en esas condiciones de equilibrio la competencia produce un resultado “óptimo” desde el punto de vista de la producción de riquezas y su distribución.
Estas dos nociones clave, ausentes en la teoría liberal clásica, implican un claro cambio de signo: el liberalismo ya no es cuestión de principios, sino de resultados, no está legitimado por la moral o la ética sino por la eficacia. Es lo que se ha dado en llamar, pudorosamente, el “pragmatismo”.
Liberado de su carga principista el neoliberalismo sigue declamando por la “libertad”, pero su discurso y su acción apuntan sobre todo a consolidar y profundizar el control de los mercados financieros y las multinacionales sobre los Estados democráticos. Conocido es el rol desempeñado por las corporaciones financieras en los golpes de Estado de América Latina -que reemplazaron en muchas ocasiones con ventaja a las intervenciones militares directas- que se han ocupado de instalar gobiernos receptivos a sus planteos, y el papel de los “Chicago Boys” en la transformación económica de los países “periféricos”, en particular en Bolivia, Perú, México, Chile y Argentina.
A tal punto ha llegado el capitalismo salvaje que promueve el neoliberalismo en su intento de banalizar el sufrimiento ocasionado por sus políticas a millones de seres humanos -de individuos- que son violados no solo en sus derechos “naturales”, sino en sus cuerpos, en sus vidas, sometidos al hambre, a la enfermedad y en última instancia a la muerte, empujados hacia la droga y el delito por la condena a la “exclusión”: la privación de la dignidad humana, de la identidad social y hasta de la posibilidad de ser explotado en el trabajo. Exclusión hasta lograr la reducción a la inexistencia, en pocas palabras: la expulsión de la especie.
De hecho, el neoliberalismo, que ha abdicado de su defensa de la libertad, no por ello ha dejado de hablar del individuo, al que proclama liberado y fortalecido por su dominio de las nuevas tecnologías y su acceso irrestricto a la información, y al que se esfuerza en seducir con las apariencias de una democracia que cada vez parece más vacía de contenido real, más limitada. Pero entre las palabras y los hechos -que siempre han mantenido una relación tensa- el trecho se agranda. Según Chesnais y Divés,
“Los discursos acerca del “contenido de la modernidad” y acerca de la primacía del individuo y de su libertad, así como el elogio de la sociedad y de los individuos capaces de “hacer frente a los riesgos” no son más que el ropaje filosófico para la sumisión de la actividad social entera al reino de la mercancía, a la primacía absoluta de la ganancia y al fetichismo de las financias. Ese proceso va acompañado de una inmensa transferencia de riqueza hacia aquellos que son ya los más ricos y de concentración de poder en algunos países y entre algunas manos”.
Sin embargo, no es solamente la pobreza de vastos sectores de la población el resultado de las prácticas economicistas y neoliberales. Tampoco la palabra “exclusión” define el problema de los niños en situación de calle. Siguiendo a Duschatzky y Corea hay que hablar en realidad de expulsión y no de pobreza o exclusión por las siguientes razones: la pobreza define estados de desposesión material y cultural que no necesariamente atacan procesos de filiación y horizontes o imaginarios futuros:
“Basta con observar los movimientos migratorios de principios de siglo o los sectores obreros de la década del cincuenta para advertir que pobreza en ese entonces no suponía exclusión social ni desafiliación. La participación en la estructura fabril, la pertenencia al sindicato, a las asociaciones barriales, la entrada de los hijos a la escuela, el crecimiento del consumo de libros, diarios y medios de comunicación, la difusión del cine y el teatro, las conquistas sociales alcanzadas en el marco del Estado de Bienestar revelaban la existencia de lazo social, un lazo que no eximía de disputas y de desigualdades pero que ponía de relieve la existencia de filiación, pertenencia o reconocimiento”.
En pocas palabras, la pobreza no necesariamente afecta a la creencia, el deseo o la confianza de que es posible alcanzar otras posiciones sociales. ¿Pero qué ocurre con la exclusión? ¿Qué fenómenos describe? La exclusión pone el acento en un estado: estar por fuera del orden social. La exclusión habla de un estado -con lo que tiene de permanencia la noción del término estado- en el que se encuentra un sujeto. La idea de expulsión social, en cambio, refiere la relación entre ese estado de exclusión y lo que lo hizo posible. Mientras el excluido es meramente un producto, un dato, un resultado de la imposibilidad de integración, el expulsado es resultado de una operación social.
“Si se considera la exclusión ya no como un estado (una determinación) sino como una operatoria (unas condiciones), ponemos de relieve su carácter productivo, y la estrategia de lectura debe modificarse. La expulsión, considerada como una serie de operaciones, nos da la oportunidad de ver un funcionamiento, la producción en la situación del expulsado. La expulsión social, entonces, más que denominar un estado cristalizado por fuera, nombra un modo de constitución de lo social. El nuevo orden mundial necesita de los integrados y de los expulsados. Éstos ya no serían una disfunción de la globalización, una falla, sino un modo constitutivo de lo social”.
La expulsión social produce un des-existente, un "desaparecido" de los escenarios públicos y de intercambio. El niño expulsado pierde visibilidad, nombre, palabra, porque se trata de un sujeto que ha perdido su visibilidad en la vida pública, porque ha entrado en el universo de la indiferencia, porque transita por una sociedad que parece no esperar nada de él y lo convierte entonces en un paria.
2.1. Pobreza, Marginalidad y Exclusión
Hasta los años ´60 la teoría del desarrollo presentaba posiciones que se diferenciaban en base a la matriz ideológica: por un lado, el paradigma de la modernización, propuesto por los países de occidente, que sostenían de manera optimista la exportabilidad del modelo occidental al resto del mundo, y por el otro, el abordaje de la dependencia, teorizado por los intelectuales neomarxistas que, en cambio, de manera pesimista, identificaban en el desarrollo de los países del Norte la causa del subdesarrollo en otras partes del mundo.
En los años ´70 los abordajes teóricos del desarrollo de los pueblos tuvieron un viraje radical. Sustituyendo las ya anochecidas posiciones (modernización y dependencia) se afirman, en este período, abordajes normativos relativos al desarrollo, los cuales en lugar de dictar fórmulas universales con la pretensión de aplicarlas en todos los países con la pretensión de obtener los mismos resultados, se señalan horizontes de valor hacia los cuales orientar proyectos específicos de desarrollo. Es en este sentido que las organizaciones internacionales, los intelectuales del desarrollo, los expertos en programas y las instituciones religiosas orientan siempre más sus esfuerzos hacia una nueva definición del desarrollo, buscando definiciones cada vez más pluridimensionales, con una particular atención hacia la dimensión humana y relacional, superando, aunque no negando, la exclusiva dimensión económica. Así se fueron afirmando diversos enfoques: el de NBI (necesidades básicas insatisfechas), el Ecodesarrollo, el Desarrollo Sostenible, el Desarrollo Humano.
Desde una concepción antropológica la pobreza no puede ser entendida como un simple problema económico, sino como una privación de capacidades y logros esenciales del desarrollo humano, que degrada la misma dignidad de las personas. De acuerdo con lo anterior, es necesario enfatizar que la disminución de la pobreza económica de una sociedad no implica necesariamente una disminución de la pobreza humana, y que una disminución en ambas o en alguna de estas esferas, no necesariamente se vincula con una reducción en la desigualdad social.
El actual patrón de acumulación (consenso de Washington, neoliberalismo, capitalismo, economía financiera especulativa, etc.) es inherentemente antiético dado que produce “ganadores y perdedores”. En una sociedad donde la “competición posicional” (el que gana, gana todo y el que pierde, pierde todo) es considerada un valor central, los mecanismos de exclusión constituyen una regla de juego elemental y necesaria para el mantenimiento del “sistema”. La “competición posicional” es por naturaleza excluyente, por eso: niños, ancianos, personas en situación de calle, analfabetos, inmigrantes, aborígenes, discapacitados, etc., muy fácilmente se convierten en excluidos.
Si la pobreza fuera un modo de vivir modestamente y sin lujos, una “opción de vida”, no tendría nada de negativo, al contrario. Pero todos sabemos que no es ésta la experiencia más frecuente, sino que es otra versión, mucho más cruel, representada por el hambre, la miseria y la indigencia.
Estamos hablando de miles de millones de personas que en el mundo viven en una situación de pobreza extrema, marginadas, de 28 países involucrados en conflictos en la última parte del siglo pasado.
En América Latina, el problema de la pobreza representa para los gobiernos un desafío. En este subcontinente, la pobreza no supone solamente no tener lo necesario para una vida humana digna, sino que también significa, con frecuencia, injusticia y explotación. Las desigualdades entre las clases sociales, regiones, sectores económicos, son vastas y profundas.
La creación de un concepto no es sólo un paso más dentro de la investigación, sino que tiene implicancias para la acción. Efectivamente, la definición de una problemática lleva implícita la forma en que se encarará su resolución. Como primer acercamiento, puede afirmarse que la noción de pobreza denota situaciones de carestía tanto en recursos económicos como de condiciones de vida básicas para un período histórico determinado de una sociedad. Estas normas se expresan en términos absolutos y relativos y son variables en el tiempo y en los diferentes espacios (Badaraco, 2003).
- En términos monetarios, la pobreza muestra un déficit de los ingresos respecto a una línea equivalente al costo de una canasta de consumo básico, llamada habitualmente “línea de pobreza”. Otros acercamientos avalan medidas relativas, como la media de ingreso, o la diferencia promedio entre los mayores y menores ingresos de un país en particular.
- Se realizaron evaluaciones de la pobreza midiendo la satisfacción de las necesidades fundamentales, basándolas en consideraciones de tinte universalista, emanadas de concepciones de los derechos humanos y la justicia social.
- Según el Premio Nobel de Economía Amartya Sen, el bienestar no posee identidad plena con los bienes y servicios, ni con el ingreso sino a la conveniencia entre los medios económicos con respecto y la tendencia de los individuos a convertirlos en capacidades de socialización, económica y cultural particulares. La lucha contra la pobreza implicaría ofrecer las posibilidades para emanciparse de ella.
La variedad de enfoques muestra que la pobreza es un fenómeno multidimensional cuyas causas que se entretejen en cada situación puntual. La pobreza tiende a convertirse en un asunto integral, ya sea a nivel de los individuos como de las sociedades, y en este sentido las diversas carencias que atraviesa una persona o una sociedad se refuerzan.
La pobreza, entonces, no implicaría solamente la falta de uno o varios bienes, considerados como necesarios para adquirir los niveles mínimos aceptables de bienestar de una persona o familia. Es un fenómeno más complejo, en el que determinados grupos de población se encuentran en una situación mucho más desfavorable en los procesos de generación o de apropiación de la riqueza (en su sentido amplio, no solamente monetario), así como desacoplados de los procesos de toma de decisiones políticas y económicas en los que están implicados, básicamente por la manera en que están integrados a las áreas económicas y sociales de su sociedad (Canale y otros, 2005).
¿Dónde y cómo se genera la exclusión?
Hay no solamente “pobres” sino también “marginados” y “excluidos”. Pobre es quien carece de medios para vivir dignamente. Hoy, con el desarrollo económico y los niveles de riqueza alcanzados, no se podría hablar de “carencia”. Pues como dice Ghandi: “La Naturaleza ofrece los bienes para satisfacer las necesidades de todos, no la codicia de unos pocos”.
Marginado es el que está al margen. Actualmente, como efecto de la pobreza, la marginación no es voluntaria; ante la ausencia de libertad de opciones, se es compelido fuera del mercado y fácilmente se desemboca en patologías sociales.
Excluido es el “quedar afuera” de: una persona, un grupo, un sector, un territorio, de un sistema social, de un espacio político, cultural, económico: no acceder a relaciones, participación en las decisiones, creación de bienes y servicios.
Cuando hablamos de exclusión no nos referimos tanto al lugar de la pobreza y las desigualdades dentro de la pirámide social sino en qué medida se tiene o no un lugar en la sociedad. Quiénes se benefician y participan dentro de la dinámica social y quiénes no. Esto supone alertar sobre los riesgos de ruptura de la cohesión social que comporta, así como del proceso de agresividad y violencia personal y social que es capaz de generar. Hacer hincapié en los elementos estructurales de la exclusión no es casual porque es la misma organización social la que elabora en su interior “porciones de población sobrantes”
Las enfermedades sociales que se manifiestan son diversas, pudiendo distinguirse como adicciones: tabaco, alcohol, sexo, juego, consumo compulsivo, etc., y desafecciones: aislamiento, enfermedades mentales, pérdida de sentido de la vida, incomunicación, agresividad, violencia (Memoria del Consgreso de Servicios Sociales de Atención Primaria, 2002).
La dinámica de exclusión comprende todos los ámbitos y escalas: dualización Norte-Sur, Centro-Periferia, Desarrollo-Subdesarrollo, Trabajo-Desocupación, Hombre-Mujer, Ciudad-Campo, etc.
Esta exclusión es “fruto del sistema”. Tradicionalmente se la había asimilado con la indigencia crónica, reducida al ámbito económico. Hoy el concepto se amplía y se da a la exclusión un carácter estructural, como proceso de “dejar afuera” de las oportunidades económico-sociales, civiles y culturales a una parte de la población. La población se escinde entonces entre quienes tienen un lugar en la sociedad y los que están excluidos de ella.
Exclusión, por lo tanto, es no ser reconocido, no ser tenido en cuenta, “no ser” (Bargalló, 2007).
Es posible plantear que la exclusión se genera a partir de una triple ruptura: económica, social y vital, por la convergencia de tres factores: estructurales, sociales y subjetivos (Bel Adell, 2002):
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Factores estructurales: estructuras de poder financiero, económico, político, que determinan un ambiente excluyente. En este caso la exclusión es una característica del sistema entroncada en la dinámica social general. Lo que más se distingue es: la salida del mercado laboral, el desequilibrio en la redistribución de la riqueza, la desprotección social.
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Factores sociales: al disgregarse los entornos sociales se resquebraja la “solidaridad de proximidad”. Se disuelven las redes naturales y las personas quedan en posiciones de marcada fragilidad. Se destacan las transformaciones demográficas y en las unidades de convivencia, la ruptura de la cultura popular.
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Factores subjetivos: son los que deterioran la propia personalidad. La falta de aprecio y amor, la ausencia de comunicación, la carencia de expectativas socavan los dinamizadores vitales como ser la afectividad, la confianza, la identidad, la reciprocidad, la autoestima. Lo que se destaca es: pérdida de objetivos vitales, descreimiento en el futuro.
Destacar los factores estructurales de la Exclusión le da a la solidaridad una dimensión esencialmente política y ciudadana, recuperar los factores subjetivos de la exclusión puede contribuir a restituir ciertos elementos esenciales para producir solidaridad y ayuda mutua. Los factores sociales estimulan a que la práctica de la solidaridad sea un compromiso de la ciudadanía en la creación de los espacios vitales de la amistad, el reconocimiento, la aceptación, las redes sociales. Por eso la exclusión no es un hecho particular histórico sino un elemento estructural que nos determina a “cambiar la historia”.
No es fácil erradicar la exclusión porque no es coyuntural sino permanente en este tipo de sociedad que la genera más rápido su posibilidad de tratamiento, por eso necesita respuestas a cada momento y situación. Dadas las actuales condiciones de desigualdad y exclusión social, se hace necesario entonces implantar un “cambio de paradigma”: convertir la competitividad en colaboración, el individualismo en personalización, el lucro en compartir, la indiferencia en reconocimiento y compromiso por todo lo humano.
Retomando los tres tipos de factores mencionados antes, los procesos de inserción-integración deben contemplar objetivos y estrategias en los tres ámbitos:
- recuperación personal: reconstrucción de su mundo interior;
- vinculación relacional : reconstrucción del tejido social-;
- inclusión en los mecanismos estructurales: formación profesional, empleo, participación ciudadana-.
2.2. La importancia del desarrollo humano integral para la eliminación de la pobreza
El desarrollo humano “abarca mucho más que el aumento o el descenso del ingreso nacional...” y se refiere “a la creación de un contexto en el que las personas puedan desenvolver plenamente su potencial y vivir vidas productivas y creativas en armonía con sus necesidades e intereses”.
Lo que una persona puede `ser o hacer' determina su calidad de vida como ser humano. La libertad disponible para que los individuos elijan las formas alternativas para encarar su vida, de acuerdo con los objetivos que ellos mismos determinen, dan una idea cierta acerca la calidad institucional y moral de una sociedad. El objetivo básico del desarrollo humano es ensanchar las chancees de una población de alcanzar una vida saludable, creativa y con los medios adecuados para ser parte activa de su entorno social. Debe poder superarse la confusión entre medios y fines, junto con la más sofisticada idea de que el desarrollo, es medible a partir del indicador de ingreso. Debe remarcarse que el desarrollo humano se centra en la libertad de las personas y no en la acumulación de recursos. En este sentido se afirma que “la noción de deuda social asociada al concepto amplio de desarrollo humano, se inscribe en el campo más extenso de la ética del desarrollo...”, agregando a ello que “...la evaluación del grado de satisfacción y de autorrealización que experimentan las personas en una sociedad exige recurrir a juicios de valor basados en una concepción ética acerca de las necesidades humanas y de la vida social” .
De manera específica se orienta a una evaluación de privaciones y realizaciones en dos campos de las capacidades humanas: (a) el espacio del nivel de vida y (b) el espacio de auto realización o florecimiento humano. Según la óptica aplicada, la determinación de la “deuda social” -como privaciones a necesidades de desarrollo humano - requiere una distinción de estos dos ejes conceptuales (Salvia, 2004). La aparición de déficit en el espacio del nivel de vida cuestiona severamente la dignidad humana, junto con las capacidades de desarrollo. Dichos ejes conceptuales de estudio son analizados y contrastados a lo largo de una serie de dimensiones consideradas pertinentes para el despliegue de las capacidades y la satisfacción de las necesidades humanas:
La globalización pone en la agenda el tema de desarrollo. Se define al desarrollo como un proceso a través del cual las personas, grupos humanos, comunidades enteras mejoran sus condiciones de vida tanto en cantidad de vida como en calidad de vida, pasan de condiciones menos humanas a condiciones más humanas.
El desarrollo humano integral no recae solamente sobre la faz económica. Contempla también aquellas dimensiones en que se desenvuelve la persona humana, objetivo final del desarrollo. Se pueden considerar seis dimensiones del Desarrollo (Goulet, 1999): la dimensión económica, la dimensión social, la dimensión política, la dimensión cultural, la dimensión ecológica y la dimensión ética.
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La dimensión económica ligada a la producción y el ingreso per-cápita, el desarrollo industrial de un país, región o localidad y un nivel de justa distribución del ingreso dentro de dichas economías y así como entre las economías.
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La dimensión social ligada a un nivel adecuado de salud, alimentación, vivienda, servicios básicos, y la posibilidad de ingerencia ciudadana para el mejoramiento de las condiciones de vida.
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La dimensión política tiene que ver con la efectivización de los derechos humanos (civiles y políticos), la efectiva implantación de un Estado de Derecho, el ejercicio de la democracia directa o bien representativa.
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La dimensión cultural del desarrollo da cuenta de la identidad de grupos o comunidades, usos y costumbres, así como la aptitud de generar diálogo con otras culturas transformando así la propia.
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La dimensión ecológica del desarrollo, implicada con la responsabilidad por lo existente, y su relación con el futuro de las nuevas generaciones, también engloba la armonía del ser humano con lo existente, en la perspectiva del desarrollo de un medio ambiente sano y duradero.
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Finalmente, la dimensión ética del desarrollo esta ligada a lo que Goulet llama el “full life model” o “modelo de vida plena”, el cuál es un derecho de cada sociedad particular, su forma de organizar la vida.
Por ello la primera cuestión sobre el desarrollo no es “imponer” tal o cual concepto elaborado por “expertos del desarrollo” sino preguntar a las comunidades, a los grupos humanos concretos qué es para ellos el desarrollo. Cuando lo expliquen con sus propias palabras se podrá atisbar un modelo de vida plena. Esa debe ser la aptitud principal del agente de desarrollo (proactiva). Por lo tanto se entiende así que el desarrollo no es sólo “desde abajo” sino “desde adentro”; es decir, si el desarrollo no parte del espíritu de las gentes no es auténtico desarrollo.
Goulet (1999) sugiere la dinámica de la “Flor del desarrollo” graficable a partir de una flor con seis pétalos, cada uno de los cuáles representa una dimensión del desarrollo humano integral (económica, social, política, cultural, ecológica, ética). En esa gráfica se puede dibujar cuál es el nivel de desarrollo alcanzado en cada una de esas dimensiones. Si esa gráfica se aplica para cada país se observa que ninguno tendrá un desarrollo “pleno” en todas las dimensiones a la vez. Por ejemplo, un país “desarrollado” podría calificar muy alto en los ámbitos económico o social, pero es probable que presente bajas notas en cuanto a lo ecológico, dado que su riqueza se sustenta en la explotación intensiva del medio ambiente y los recursos naturales o aún en el ético, puesto que su escala de valores da cuenta de la frivolidad de una sociedad de consumo o el culto al placer (hedonismo, o los grandes paradigmas de la llamada “sociedad de mercado”, esto es, el placer, el tener y el poder.)
De la misma manera, un país llamado subdesarrollado podría tener bajos calificativos en lo económico y social, pero podría tener calificativos muy elevados en lo cultural (en muchos países del sur hay una riqueza cultural muy poco valorada hasta por la gente de dichos países, en ese sentido su “subdesarrollo” se basa en una profundamente baja autoestima) o en lo ético en la medida que se practican valores como la solidaridad, la laboriosidad, la hospitalidad, el trato humano, etc. Por eso se puede decir que no existe ningún país sobre la faz de la tierra que se pueda llamar realmente desarrollado, pues ninguno tendrá el máximo calificativo en todas las dimensiones del desarrollo a la vez. En consecuencia, el desarrollo es un proceso y un concepto en sí relativo.
2.3. El abordaje de la Psicología Positiva
En el presente apartado nos remitiremos específicamente a caracterizar la Psicología Positiva, campo disciplinario desde el cual se puede afrontar la recuperación de los niños en situación de calle o pobreza: comenzaremos por intentar arribar a una conceptualización teórica de esta disciplina, expondremos sus fundamentos ontológicos y gnoseológicos (que validan su teoría, metodología y práctica), y finalmente mostraremos sus distintos ámbitos de funcionalidad.
La psicología positiva es considerada en la actualidad como una rama o escuela de la psicología que intenta abordar de manera científica los procesos que subyacen a las cualidades y emociones positivas del ser humano (Vázquez, 2006).
La psicología, tradicionalmente concebida, se ha abocado desde sus comienzos de investigación al análisis, sistematización, control y predicción de fenómenos patológicos de la psique humana. La psicología positiva, por su lado, intenta abordar además los factores y variables que hacen a una mejor calidad de vida y bienestar, pudiendo contemplar el carácter integral de todo ser humano.
Es así que la psicología positiva no intenta invalidar la psicología tradicional, sino complementarla: las emociones, sentimientos y actitudes positivas del ser humano juegan un papel determinante en las percepciones de los mismos de la realidad y en desarrollo físico y psíquico (Peterson, 2000).
Los impulsos definitivos que dieron lugar al nacimiento de esta rama de la psicología la ubican como un movimiento no filosófico y no dogmático, cuyo accionar se debe a la rigurosidad del método y fundamentos epistemológicos científicos.
De esta forma puede encontrarse un claro objeto de estudio, a saber: emociones positivas como la felicidad, la alegría o el amor, y fortalezas como el optimismo, la creatividad, la gratitud, la sabiduría, o la resiliencia; con considerable aplicabilidad en los ámbitos educativos, laboral, clínico y otros que atañen a la investigación científica de la salud mental (García Averasturi, 2003).
El carácter de complementariedad de la psicología positiva está dado fundamentalmente por el reconocimiento de dos instancias, a saber (Vera Poseck, 2006):
Todo ser humano, como sistema físico-psíquico-social, posee dos polos constituyentes, uno positivo (el desarrollo saludable, el bienestar, las emociones y sentimientos positivos) y otro negativo (las dolencias, los trastornos, las enfermedades, entre otros).
Todo ser humano posee la alternativa de elegir (conciente, voluntariamente) el grado de eficiencia y eficacia de cada uno de esos polos en relación a su desarrollo personal.
De esta manera, curando la enfermedad, facilitando una vida de mayor productividad y realización personal, y/o identificando los factores que hacen al talento, la psicología positiva intenta circunscribir a la persona en una actitud y conducta de autocuidado no absoluto hacia el reconocimiento de las capacidades de autorecuperación del ser humano.
La concepción de salud que asume la psicología positiva sobrepasa el mero requisito de ausencia de enfermedad, y atañe a la integración de todas las cualidades vivenciales de una persona: buenos y malos momentos, sufrimiento, júbilo, incertidumbre, claridad, etc (Kobasa, 1979).
Los ámbitos fundamentales de la psicología positiva puede esquematizarse de la siguiente manera (García Averasturi, 2003):
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Fuentes: desarrollo evolutivo de la persona, como el fundamento genético del bienestar, primeras experiencias de la infancia como generadoras de fortalezas y virtudes, y otros.
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Procesos: la vida digna, como horizonte de estudio y realización humana, es el principal proceso a investigar, que como toda progresión evolutiva de hechos posee factores y variables favorecedoras y obstaculizadoras.
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Mecanismos: los mecanismos, como procesos de realización o no realización mediante la consecución de sucesos, implica en este caso específico la existencia de elementos del entorno como son las relaciones interpersonales, los ámbitos educativo, laboral, organizaciones, instituciones, comunidades, sistemas sociales (culturales, políticos, económicos, biológicos).
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Resultados: se refiere a los estados subjetivos, perceptivos y/o comportamentales, sean estos sociales, culturales, políticos, etc.
De esta manera, la psicología positiva muestra su carácter científico de investigación, sistematizando su objeto de estudio de manera concisa y concreta, haciéndose de los medios metodológicos necesarios para identificar, controlar y predecir las variables interventoras, y obteniendo resultados funcionales hacia el bienestar y el autocuidado de la persona.
Grüner, Eduardo: El fin de las pequeñas historias. De los estudios culturales al retorno (imposible) de lo trágico. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 110.
El término Consenso de Washington fue formulado originalmente por John Williamson en un documento de noviembre de 1989 ("What Washington Means by Policy Reform" que puede traducirse como "Lo que Washington quiere decir por reformas políticas")., elaborado como documento de trabajo para una conferencia organizada por el Institute for International Economics, al que pertenece Williamson. El propio Williamson cuenta que en ese histórico borrador, incluyó "una lista de diez políticas que yo pensaba eran más o menos aceptadas por todo el mundo en Washington y lo titulé el Consenso de Washington". Estos puntos, que los países de la región cumplieron rigurosamente en la década de los '90 son: disciplina fiscal, reordenamiento de las prioridades del gasto público, reforma Impositiva, liberalización de las tasas de interés, una tasa de cambio competitiva, liberalización del comercio internacional (trade liberalization), liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas, privatización, desregulación de la economía, reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual (este punto básicamente relacionado con patentes de medicamentos).
Chomsky, Naom, Democracia, mercados y derechos humanos, Biblioteca Virtual Naom Chomsky: disponible en file:///D:/Chomsky/Biblioteca%20Virtual%20Noam%20Chomsky%20-%20Democracia,%20mercados%20y%20der.htm.
Lo Vuolo, Rubén, Barbeito, Alberto: La nueva oscuridad de la política social, Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas, Miño y Dávila SRL, Buenos Aires, Segunda edición, abril de 1998, p. 308.
UNICEF, “Estado mundial de la infancia 2008. La supervivencia de los niños. Disponible en: http://www.unicef.org/spanish/sowc08/docs/sowc08-sp.pdf
Extrañamente no se hace referencia en este informe a un problema de importancia también sustancial: al hombre, a su posible ausencia del hogar o a su ineptitud para cumplir con su función de padre. Tampoco menciona un mal común en América latina: la violencia de género. De una u otra manera, ya sea como víctimas pasivas o como partícipes activas, las mujeres se ven enfrentadas a distintas situaciones de violencia o sufrimiento en las que corresponde la aplicación de las medidas que el derecho internacional humanitario encuadra, como se verá más adelante en el capítulo respectivo de esta tesis.
Lo Vuolo, Rubén, Barbeito, Alberto: La nueva oscuridad... Op. cit., p. 200-201.
Lo Vuolo, Rubén, Barbeito, Alberto, Pautassi, Laura, Rodríguez, Corina: La pobreza... de la política contra la pobreza, Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas, Miño y Dávila SRL, Buenos Aires, Primera reimpresión, mayo de 2004. p. 181.
Carloto, C. M., "Análisis político de la situación actual en América Latina", trabajo presentado en Reunión de Evaluación sobre Mortalidad Materna, Ecuador, Cuenca, julio de 1996, citado en: Durand, Teresa y Gutiérrez, María Alicia: "Cuerpo de mujer: consideraciones sobre los derechos sociales, sexuales y reproductivos en la Argentina", incluido en: Mujeres sanas, Ciudadanas libres (o el poder para decidir).Publicado por Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer, Foro por los derechos reproductivos y el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer con la cooperación del Fondo de Población de las Naciones Unidas, Buenos Aires, Argentina, 1998, p. 6.
Cfr. Durand, Teresa y Gutiérrez, María Alicia: Op. cit., p. 5.
Zurutuza, Cristina: "El derecho como garantía de los derechos sexuales y reproductivos: ¿utopía o estrategia?", en: Mujeres sanas, Ciudadanas libres (o el poder para decidir).Publicado por Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer, Foro por los derechos reproductivos y el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer con la cooperación del Fondo de Población de las Naciones Unidas. Buenos Aires, 1998, p. 50.
Lo Vuolo, Rubén, Barbeito, Alberto: La nueva oscuridad... Op. cit., p. 157.
Michel Onfray, Política del rebelde, tratado de la resistencia y la insumisión, Editorial Perfil, 1999, Buenos Aires, Argentina, p.177.
Michel Onfray, ibidem.
Eduardo Grüner: Op. cit. p. 190.
Ver al respecto: Christophe Dejours: La banalización de la injusticia social. Topía Editorial. Colección Psicoanálisis, Sociedad y Cultura. Buenos Aires, 2006.
François Chesnais y Jean-Philippe Divés: ¡Que se vayan todos! Le peuple d´Argentine se souléve. Nautilus, Paris, 2002, p. 113.
Duschatzky, Silvia y Corea, Cristina: Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones, Paidós, Tramas Sociales, 2007, Buenos Aires, Argentina, p. 17
Ibidem p. 18
Bel Adell, Carmen (2003). Curso de Formación en Compensación Educativa. Universidad de Murcia, Murcia.
DII-ODSA (2004). Barómetro de la Deuda Social Argentina / 1. Las Grandes Desigualdades. Departamento de Investigación Institucional, UCA. Pág. 34.
Salvia, Agustín (2007). Hacia una nueva política social:el desarrollo humano y la igualdad de oportunidades como horizontes del progreso económico. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.
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