Historia


Imperio Romano


EL IMPERIO

'Imperio romano'



TRANSFORMACIONES POLITICAS.

Las etapas de la transformación comenzaron en el 27 a.C. cuando Octavio devolvió solemne y teatralmente al Senado y al pueblo romano los poderes extraordinarios que desempeñaba; a cambio, el Senado reconoció su primacía personal -de ahí el nombre de Princeps- y su máxima auctoritas, le llamó Augustus -un oscuro término religioso que hasta entonces se reservaba para Júpiter-, admitió y renovó su control del ejército y puso el Estado bajo su protección.

La expresión formal de este acuerdo fue que Octavio pasó a llamarse Imperator Caesar Augustus.

Cuatro años más tarde, Augusto y el Senado llegaron a un nuevo acuerdo, consistente en la renuncia del emperador al consulado -que venía desempeñando sin solución de continuidad desde el 31 a.C., y al control de las provincias más importantes: Asia, África, Galia Narbonense e Hispania Bética.

A cambio, Augusto recibió la potestad tribunicia de por vida y el imperium maius: lo primero suponía el derecho a convocar al Pueblo, proponerle leyes y vetar las decisiones de los demás magistrados y lo segundo le colocaba por encima de la jurisdicción de cualquier otro magistrado.

En años posteriores, Augusto acumuló otros honores -la censura, el consulado honorífico de por vida, el pontificado máximo, el título de “Padre de la patria”-, que resaltaban su poder extra-constitucional y le permitían dirigir de facto la marcha de las instituciones.

Además, su increíble fortuna personal -conseguida por las confiscaciones de la guerra civil, el botín de la victoria y Egipto, que permaneció como una propiedad personal suya- le permitía asistir económicamente a los particulares, a las ciudades, a las provincias y al propio ejército: lo que malévolamente podían juzgarse como sobornos, preferían entenderse como las lógicas y debidas munificencias del poderoso hacia sus clientes, que es precisamente en lo que se habían convertido Roma y los romanos.

La solución satisfacía aspiraciones contradictorias pues, manteniendo las costumbres y reglas de la República, otorgaba al Estado la estabilidad e intemporalidad política que tanto se echaba en falta en la época final de la República.

La legitimidad seguía residiendo nominalmente en el pueblo, cuyas asambleas elegían magistrados y votaban leyes; y como el Senado mantenía la privilegiada misión de moderar al pueblo y aconsejar y sancionar las decisiones del Príncipe, el modelo idílico del nuevo régimen no era tanto la “monarquía” cuanto la “diarquía”, es decir, el emperador y y los senadores gobernando en armonía.

En la práctica el Príncipe arbitraba y dirigía la vida política: la censura le otorgaba el control sobre la composición del Senado; la potestad tribunicia convertía a los demás magistrados en administradores de sus decisiones y, finalmente, su prestigio y su dinero le autorizaban a influir en las asambleas en favor de sus candidatos y a convertir en mero trámite la aprobación de las leyes.

EL IMPERIO Y SUS INSTITUCIONES.

Gran parte del éxito de la reforma se debe a que el gobierno de Augusto duró casi medio siglo -casi dos generaciones-, y hubo tiempo de modificar esencialmente los papeles y cometidos del Senado, de las magistraturas, del ejército y de las provincias.

EL SENADO.

La transformación del Senado vino favorecida por las propias circunstancias.

La oligarquía había sido la lógica víctima de las guerras civiles y las familias nobles apenas podían cubrir las vacantes senatoriales.

El nuevo Senado era ahora más grande y, en las tres revisiones que Augusto llevó a cabo, sus 600 miembros se reclutaron entre las grandes familias, entre los partidarios del Principado y entre miembros destacados de las oligarquías italiana y provinciales.

Además, se reguló el acceso a la dignidad (el llamado “orden senatorial”) y se hizo hereditaria, de modo que sólo los hijos de senadores eran elegibles para suceder a sus padres.

El Senado siguió constituyendo el órgano consultorio del Príncipe y, con el tiempo, sustituyó a la asamblea popular en la elección de los magistrados.

Como se ha dicho antes, el ideal constitucional de muchos emperadores habría sido un gobierno compartido con el Senado, que debía ratificar las decisiones imperiales, pero la autocracia creciente hacía difícil distinguir las críticas de la oposición y los senadores eran conscientes de que, en última instancia, sus vidas, sus fortunas y sus familias estaban en manos del príncipe.

En consecuencia, el Senado perdió su anterior papel para convertirse en una mero títere en manos del Emperador por su excesiva complacencia y servilismo.


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SU GOBIERNO.

Ya se ha dicho que, en el 27 a.C., el retorno al Senado de algunas provincias fue parte del arreglo constitucional.

A partir de ese momento, hubo dos clases de provincias: las senatoriales y las imperiales.

La diferencia entre ambas estaba en la presencia o no de fuerzas militares permanentes: en las primeras, desguarnecidas, el Senado designaba a los gobernadores, que sólo conservaban de la época republicana los nombres de procónsules y propretores; en las otras, con fuertes contingentes militares en su suelo, el imperio correspondía al Príncipe que las gobernaba mediante lugartenientes (legati Augusti propraetore provinciarum).

El organigrama era el mismo para las dos clases. El gobernador ya no tenía los poderes absolutos, la autonomía o el fuero de los promagistrados republicanos, sino que habían sido limitados en lo administrativo y en lo jurisdiccional.

Cada territorio tenía siempre algún consejo o asamblea, en ocasiones de tipo religioso o festivo, que permitía al gobernador disponer de un órgano consultivo y representativo de la provincia. Finalmente, según los casos, había procuradores que se encargaban por cuenta del emperador de la percepción de determinados impuestos o de la administración de recursos de especial importancia (minas, fundiciones, almacenaje de granos y aceite, etc.). Las ciudades, sobre todo si eran de ciudadanos romanos, disponían de una amplia autonomía.

La especial relación del Emperador con sus súbditos autorizaba que éstas, las provincias o un particular pudieran apelar directamente al Emperador, cuyas decisiones, expresadas normalmente en forma de carta (epistulae) a los apelantes, eran ley.

LAS FRONTERAS.

Como se ve, pues, las reformas iniciadas por Augusto tuvieron profundas consecuencias.

Pero los problemas internos no podían hacer olvidar las relaciones de Roma con sus vecinos por dos razones: porque había cuestiones previas sin resolver y porque, en Roma, las cosas de casa se resolvían en ocasiones a muchos kilómetros de distancia.

Así, una campaña contra enemigos externos o, mucho mejor, un sonado y brillante triunfo hacían olvidar dificultades y suavizaban las oposiciones.

Tras trece años de guerra civil, el ansia mayor de la sociedad romana era la paz, por lo que el nuevo régimen hizo amplio alarde de su consecución y de la implantación universal del dominio romano.

Sin embargo, ello era más un lema de propaganda que una realidad.

LA FRONTERA ORIENTAL.

La amenaza más complicada y peligrosa era la oriental, donde el reino parto equiparaba en extensión, recursos y fuerza a Roma.

Debe recordarse que la venganza contra Partia por la derrota de Craso (53 a.C.) era un deber que Roma no había podido llevar a cabo por sus dificultades internas, pero que César puso en su lista de prioridades y Augusto heredó.

A la hora de la verdad, el conflicto se disputó sin enfrentamientos directos entre ambos contendientes porque Partia era un enemigo de consideración cuya situación periférica le restaba peligro.

Los romanos emplearon en cambio a los pequeños estados vecinos de la frontera oriental como colchón frente a los partos y sólo en Armenia, cuya situación geográfica la colocaba en medio del conflicto, hubo disputas cruentas que concluyeron otorgando a Roma la soberanía sobre parte del territorio.

Esta complicada situación aumentó la importancia estratégica de la provincia de Siria; allí se estacionaron cuatro legiones y el gobierno de la región era un puesto delicado que Augusto y sus sucesores siempre confiaron a personajes de la mayor confianza, pues no sólo tenían que estar preparados frente a la amenaza partia, si no vigilar, controlar y dirigir la situación de los estados vecinos que, como en el caso de Judea, podía ser tortuosa y amenazante.

LA FRONTERA AFRICANA.

Distinta por completo es la situación de las fronteras africanas y europeas.

En África, la inexistencia de poderes organizados y la barrera del desierto permitieron que el aseguramiento se realizase pasivamente mediante el despliegue de sendas legiones, una en Egipto y otra en lo que es el Magreb, y un amplio reparto de tierras entre colonos.

LA FRONTERA EUROPEA.

En Europa no había ningún enemigo poderoso y compacto como Partia pero sí multitud de pequeños peligros que amenazaban directamente a Italia.

El interés por asegurarla firmemente justifica las campañas en las regiones alpinas occidentales -las regiones hoy fronterizas entre Italia, Francia y Suiza- y en Raecia y el Nórico -Alemania del Sur y Austria-.

El mismo principio, la limpieza de los riesgos que amenazaban otras provincias, explica la extensión de las fronteras romanas hasta el Danubio, lo que libró a Macedonia del peligro tracio; la conquista de Dalmacia aseguró la tranquilidad de la franja litoral iliria, controlada por Roma desde época republicana, y en la Península Ibérica, las guerras cántabras resolvieron la seguridad de la región aurífera vecina de algunas tribus no sometidas.


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GERMANIA.

El mayor esfuerzo en energías y en tiempo, sin embargo, lo consumió la inestable Germania, que amenazaba por igual a las Galias y a Italia.

La búsqueda de una frontera segura se intentó en un principio (12-9 a.C.) limpiando militarmente el territorio hasta el Elba, pero la muerte del general encargado de la tarea, Druso , puso fin a lo que quizá era un plan coherente de actuación.

En años posteriores, las ambiguas relaciones entre Augusto y Tiberio repercutieron en la vacilante disposición romana:

primero, acuerdos diplomáticos con las tribus situadas entre el Rin y el Elba; luego, otra etapa de expansión a la fuerza casi consiguió el sometimiento total de esas regiones, que se vio truncado por el gran desastre del bosque de Teotoburgo, donde todo un ejército consular fue masacrado en una emboscada en el año 8 a.C..

Ante la magnitud de las pérdidas, Augusto decidió retirarse a la línea del Rin, que terminó convertida en la frontera definitiva del Imperio.

EL PROBLEMA DE LA SUCESION IMPERIAL.

La nueva constitución impuesta por Augusto era una autocracia disfrazada con los ropajes institucionales de la vieja República.

La medida podía haber sido prudente políticamente y resultar adecuada para las circunstancias del momento, pero sus términos resultaban ambiguos, ya que los poderes del Emperador eran una cesión vitalicia de la soberanía popular que sancionaba el Senado y, a la muerte del Emperador, éstos debían retornar a sus legítimos detentadores antes de ser conferidos de nuevo.

Esta ambigüedad, nunca resuelta definitivamente, convirtió la sucesión imperial en un problema recurrente y delicado, al que los romanos fueron dando soluciones de compromiso. A partir del 14, durante los cincuenta años siguientes, el carisma de Augusto fue suficiente para que sólo sus descendientes directos pudieran ser considerados dignos del trono y los miembros de la dinastía julio-claudia, Calígula , Claudio y Nerón se fueron sucediendo unos a otros invocando su parentesco.

El principio aguantó bien el golpe de estado contra Calígula pero se hundió estrepitosamente con Nerón y, durante casi dos años, el Imperio estuvo en manos del general que controlaba mayor número de soldados.

La normalidad se restableció con Vespasiano (69), aunque en realidad lo conquistó por derecho de vencedor; sin embargo, el Senado se avino a cooperar con él cediéndole formalmente la soberanía del pueblo romano.

Vespasiano aseguró la transmisión dinástica del trono a dos hijos, Tito y Domiciano , pero la inquina del Senado hacia este último acabó en un nuevo golpe de estado en el 96 y los senadores eligieron entre ellos a un nuevo emperador, Nerva , que inauguró un largo período en el que la sucesión se llevaba a cabo tras un largo y complejo proceso selectivo en el que participaban Príncipe y Senado.

Una vez alcanzado el consenso, el candidato pasaba a formar parte de la familia imperial por matrimonio o adopción y era hecho partícipe de los poderes de su ficticio padre imperial.

El sistema funcionó bien durante más de un siglo debido a la longevidad de los emperadores (Trajano , Adriano , Antonino Pío y Marco Aurelio ), a su calidad humana y a que Roma estaba entonces recibiendo los réditos de la fortísima inversión hecha en épocas anteriores, no sólo en términos económicos, sino también humanos: los cuatro príncipes nombrados eran descendientes de colonos establecidos en la Bética y en la Narbonense y de esos mismos lugares procedían la mayor parte de los senadores que formaban el círculo de amigos y consejeros imperiales.

La época que siempre se ha tenido como el momento dorado del Imperio terminó a partir de Marco Aurelio, cuando las circunstancias favorables empezaron a remitir: la situación económica se deterioró, la población del Imperio fue afectada seriamente por un ciclo de epidemias y se incrementó la presión externa sobre las fronteras, tanto en Europa como en Oriente y África. Marco Aurelio, rompiendo la regla de sus predecesores, transmitió el poder a su hijo Cómodo , que no supo reconducir la situación y fue víctima de su propia locura, del descontento generalizado y de una conjura de cortesanos y familiares, que le mataron y proclamaron emperador a uno de sus asesinos.

Tras unos años de guerra civil, se proclamó emperador Septimio Severo (193), quien había sabido ganarse al mayor número de legiones.

Por este motivo, el nuevo Príncipe no se hacía ilusiones sobre el fundamento de su legitimidad: estaba en el trono por la fuerza del ejército y mimar esa relación fue el único consejo que dio al morir a sus hijos.

La preocupación creciente por la situación militar y por tener contento a los soldados explica que la mayor parte de las energías del Imperio se consumiesen durante el siglo III en los campos de batalla y que mientras cuatro emperadores se repartiesen la centuria previa, en esta otra, el período medio de reinado apenas supere los cinco años, siendo corrientes las usurpaciones y los territorios que se proclamaron independientes del poder central.


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TIBERIO.

Se da este nombre a los cuatro primeros sucesores de Augusto , todos ellos ligados por sangre a Augusto o a su segunda mujer, Livia .

Al no tener descendientes directos, Augusto hubo de designar sucesor a Tiberio 14-37), el hijo mayor de Livia, que accedió al trono con casi 60 años de edad y después de haber sido postergado varias veces en la línea de sucesión; esto explica el resentimiento y amargura que las fuentes antiguas le atribuyen.

Tiberio tenía una amplia experiencia militar y de gobierno y un considerable prestigio en el Senado, lo que facilitó la transición de poder.

En general, se mantuvo fiel a las reformas de Augusto aunque, por convicción política y quizá también por despecho, intentó desligar su principado de los poderes y títulos extraordinarios acumulados por su predecesor.

En política exterior, consolidó las conquistas militares de la época anterior, singularmente en Germania y Armenia.

Pero su frente de actividad principal fue la política interna, donde sus buenas intenciones se vieron recompensadas con una creciente impopularidad.

Tiberio trató de que fuera el Senado quien gobernase el Estado; sin embargo, la nueva realidad monárquica y el miedo de los senadores a perder sus privilegios o disgustar al emperador, obligaron a éste a una política de ordeno y mando que aumentó su fama autoritaria.

Luego, impuso una necesaria austeridad que repercutió principalmente en las gratuidades de la plebe romana. Y finalmente, hubo de sufrir los escándalos políticos: primero la muerte en circunstancias poco claras del heredero al trono, Germánico , de cuyo supuesto envenenamiento se responsabilizaba al propio Tiberio; más tarde, desengañado y cansado, se retiró a Capri y dejó en Roma como valido a Sejano, un personaje siniestro y ambicioso, que posiblemente tenía planes para suceder al propio Tiberio.

Sejano cayó en el 31 y Tiberio aún tuvo fuerzas para gobernar hasta el 37 y dejar sucesor en la figura de sus sobrino-nieto Cayo César, más conocido como Calígula.

CALÍGULA.

Calígula (37-41) fue investido emperador gracias a la fidelidad de la guardia imperial que forzó la sanción del Senado.

La mala fama de Tiberio envolvió su primer año de gobierno en un aura de esperanza y renovación que desapareció cuando Calígula, quizá por una enfermedad mental, empezó a mostrar actitudes despóticas.

En este ambiente, cortesanos, familiares y senadores fueron obligados a un abyecto servilismo bajo pena de muerte y el emperador no tuvo reparos en autodeificarse, modificando profundamente las bases del culto imperial establecido en época de Augusto.

Preocupado por sí mismo, Calígula prestó escasa atención a lo que sucedía fuera de la corte.

Los sucesos de Oriente -autonomía de Comagene- y de Germania -campaña del 39- apenas tienen interés, aunque merecen destacarse sus planes de conquistar Britania y la rebelión de los judíos cuando se les obligó a dar culto al Emperador.

El despotismo imperial lógicamente despertó reacciones: una primera conjura cortesana acabó en el 39 con una masacre de los sospechosos y sus familias, pero dos años más tarde, un complot aún más amplio logró el propósito de asesinar al emperador.

CLAUDIO.

Aunque Calígula murió sin sucesor, la República era ya una opción inviable y la aclamación de Claudio (41-54) por los pretorianos decidió el curso del Senado.

Claudio era hermano del padre de Calígula y subió al trono con 52 años.

Hasta entonces había vivido en palacio ignorado de todos, dedicado a sus aficiones eruditas y con fama de imbécil.

Su falta de experiencia fue posiblemente una de las causas por las que los pretorianos lo eligieron, pues pensaron que estaría por completo en sus manos.

Claudio se enfrentó honradamente con la tarea imperial y a él se le debe la consolidación de la soberanía del príncipe y de su papel como cabeza del ejército y de la administración y protector del Imperio.

Claudio centralizó la administración estatal, librándola del poder senatorial y estableciendo una estructura jerárquica con varios departamentos a cuyo frente puso a personas de toda su confianza, sus libertos.

Esto y además el ejercicio consciente de las prerrogativas monárquicas alienaron la lealtad del Senado, que se sentía postergado.

En la política exterior, Claudio conquistó e incorporó Britania al Imperio, así como otros reinos-clientes hasta entonces nominalmente autónomos: Mauritania, Licia, Tracia y Judea.

En Oriente, mantuvo la práctica consagrada de desunir la corte parta por medios diplomáticos; pero la subida al trono de un rey enérgico, Voloseges I , supuso el fracaso de esos esfuerzos y la pérdida del control romano en la vital Armenia.

Claudio murió en circunstancias oscuras y como consecuencia de las intrigas de su entorno íntimo, protagonizadas por sus sucesivas esposas y por sus todopoderosos libertos.

En el momento de su muerte había adoptado al hijo de su última mujer, Nerón, y le había nombrado tutor de su único descendiente, Británico , nacido de un matrimonio anterior.

NERÓN.

Como en el caso de Claudio, Nerón (54-68) subió al trono aclamado primero por los pretorianos y luego reconocido por el Senado.

A diferencia de su padre adoptivo, sólo tenía diecisiete años y cada soldado de la guardia recibió en gratitud un copioso donativo.

Durante los primeros años de gobierno, bajo la influencia de Séneca y del prefecto del pretorio Burro , Nerón se atuvo escrupulosamente a la tradición augústea de respetar la autonomía senatorial y no entremeterse en ella como había hecho Claudio.

Sin embargo, el principado caminaba ya hacia el absolutismo y el control de la influencia sobre el monarca se disputaba entre diversas facciones: primero, fue su madre y sus partidarios quienes fueron alejados de Palacio; luego, en el 57, la idea de colaboración entre emperador y Senado se vino abajo cuando en éste empezó a surgir una fuerte corriente de oposición. Finalmente, en el 59, Popea se convirtió en amante de Nerón y poco a poco le convenció de que se desembarazase de intermediarios y desplegase directamente su poder.

Las víctimas fueron primero Agripina —en la que Popea encontró una opositora— y, más tarde, la propia emperatriz Octavia y sus antiguos tutores, Séneca y Burro.

Ese fue el comienzo del “neronismo”, una mezcla de ideología práctica y política cultural diseñada por el propio emperador y encaminada a hacerle un monarca helenístico con los atributos del héroe homérico.

Los principales problemas externos estuvieron en Britania, donde las arbitrariedades romanas provocaron una sublevación general; en Judea, donde las tensiones sociales, religiosas y nacionalistas provocaron una violentísima sublevación que Nerón encargó a un experimentado general, Vespasiano , reducir.

Pero la mayor actividad estuvo en Armenia, donde se optó por dar una respuesta militar a la influencia parta: tras un primer asalto a favor de los romanos, los partos contraatacaron, vencieron e impusieron a Roma el reconocimiento del pretendiente parto al trono armenio.


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La caída de Nerón fue propiciada por el desinterés imperial en los asuntos de la frontera y de los ejércitos encargados de custodiarla.

Comenzó con la rebelión de un gobernador de la Galia Vindex , que convenció al de Hispania, Galba , de que se proclamase emperador.

Cuando Nerón intentó actuar contra ellos, se encontró abandonado por la guardia y se suicidó el 9 de junio del 68.

PERIODO DE LOS CUATRO EMPERADORES.

A la muerte de Nerón siguió un año (68-69) que es conocido como el de los cuatro emperadores, porque, efectivamente, ese fue el número de los que ocuparon el trono.

Primero fue Galba (junio 68-enero 69) que, junto a su prestigio personal, contaba con la legitimidad de ser medio descendiente de Augusto; sin embargo, sus apoyos se vieron disminuidos al no conceder a los pretorianos el donativo instituido por Nerón y al perseguir duramente a los servidores y partidarios de éste.

Además a esto se sumó la sublevación protagonizada por las legiones del Rin, que proclamaron emperador a su general Vitelio y el rencor de algunos de sus partidarios cuando Galba relegó del trono a su lugarteniente Otón en favor de un candidato senatorial.

Despechado, Otón (enero-abril 69) asesinó a Galba con la connivencia de la guardia y consiguió la sanción senatorial, mientras Vitelio se declaró en rebeldía y envió hacia Italia el potente ejército del Rin.

Otón, sin aguardar la llegada de las legiones de Oriente, se enfrentó a Vitelio, salió derrotado y se suicidó.

Vitelio (abril-diciembre 69) se apoderó de Italia como si se tratase de un país enemigo y se proclamó emperador tras asaltar Roma.

Pero su parcialidad hacia los soldados del Rin, a quienes debía la victoria, provocó el pronunciamiento de Vespasiano, al que se le sumó el ejército del Danubio.

Estas tropas marcharon sobre Italia, vencieron a las de Vitelio y se unieron en Roma a los sublevados por los agentes de Vespasiano.

Vitelio fue asesinado y Vespasiano solemnemente proclamado emperador.

LA DINASTIA FLAVIA.

Los cuatro emperadores anteriores subieron al trono apoyándose en intereses o apoyos particulares. Vespasiano (69-79), por el contrario, era miembro de una familia itálica y pronto concitó a su alrededor el apoyo de la nueva clase dirigente que había prosperado al del Principado.

Esto supuso el triunfo definitivo de la reforma de Augusto.

Una de las primeras medidas del nuevo emperador fue tratar de definir con claridad el poder absoluto y eliminar la ambigüedad de la republicana.

El instrumento fue la llamada lex de Imperio Vespasiani Augusti, mediante la cual se traspasaba la soberanía del pueblo al emperador.

Además, para resolver el difícil problema de la sucesión, Vespasiano declaró herederos del trono a sus dos hijos, Tito y Domiciano , aplicando explícitamente el principio dinástico.

La guerra civil ofreció a Vespasiano la posibilidad de reconstruir y renovar el Senado y asegurar la benevolencia de sus miembros; igualmente, se convirtió el orden ecuestre en la base de la administración del Imperio y se inauguró la práctica de que el emperador podía, a voluntad, premiar los servicios de los mejores administradores acelerando su carrera en determinados momentos.

Vespasiano prestó especial interés a las provincias, porque no podía olvidar que el ejército estaba lleno de provinciales, a los que debía su subida al trono, y porque algunas de ellas eran, en definitiva, el ámbito de trabajo de las tropas.

A los habitantes de Hispania se les concedió la ciudadanía romana en determinadas circunstancias y África, Britania y las Galias también se beneficiaron de las larguezas imperiales en forma de colonias y obras públicas.

En las provincias fronterizas, la política consistió en la pacificación y aseguramiento de los límites, aunque ello supusiera el aumento de los territorios conquistados, como sucedió en Britania, donde se llegó hasta Escocia.

En Germania y las provincias danubianas se procedió al fortalecimiento de las líneas fronterizas y a nuevos despliegues de tropas.

Finalmente, las dificultades del reino parto provocaron un decrecimiento de la tensión en el frente oriental; la mayor actividad bélica se dio en Judea a principios del reinado y acabó con el saqueo de Jerusalén y la deportación de gran parte de la población.

A la muerte de Vespasiano, le sucedió su hijo Tito (79-81), quien había colaborado estrechamente con su padre y participado de algunos de sus poderes.

Su corto reinado apenas supuso alteración de lo anterior y lo más destacable es el vasto programa de urbanización y obras públicas en Roma.

Domiciano (81-96) había sido asociado al trono por Vespasiano, pero apenas tuvo papel público durante los reinados de éste y de Tito, al que sucedió.

Sus más significativas actuaciones fueron la continuación de la política de romanización e integración provincial, la revitalización de Italia —que sufría difícilmente la competencia agrícola e industrial de las provincias—, y el aseguramiento de los límites del Imperio, fortificando la frontera renana y poniendo las bases del limes amurallado que luego difundirían sus sucesores a otras regiones. Domiciano también se enfrentó a los pueblos dacios que amenazaban las regiones fronterizas del Bajo Danubio.

Esta política de activo envolvimiento en Italia, en las provincias y en las fronteras le ganó popularidad y el respaldo del ejército, pero no pudo disipar la inquina del Senado y de los nobles romanos, que no toleraban el absolutismo imperial.

Lo que inicialmente fue desconfianza por ambas partes, tras el fracaso de una conjura contra Domiciano, acabó en abierta persecución de los nobles y el Senado se convirtió en el centro de las conjuras, que acabaron triunfando en el 96.

Dado el protagonismo del Senado en el complot, el nuevo candidato fue lógicamente uno de los suyos, Nerva (96-98), que tenía 70 años al acceder al trono, carecía de descendientes y se encontró con la oposición frontal de los pretorianos y el ejército: la primera fue superada con concesiones, entre ellas la ejecución de los implicados en el magnicidio; la segunda, adoptando como hijo y sucesor al más prestigioso de los generales del momento, Trajano.


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Trajano (98-117), a la sazón comandante de la Germania, representa el triunfo de los provinciales, pues provenía de una antigua familia itálica asentada en Itálica.

De acuerdo con la actitud de su antecesor, Trajano mantuvo un exquisito respeto a los privilegios y competencias del Senado, lo que no resultó especialmente difícil porque este cuerpo cada vez tenía menos poder y el gobierno se identificaba progresivamente con la voluntad imperial y la del estrecho círculo de sus íntimos.

Lo más característico del reinado de Trajano es que, por última vez, Roma practicó una política esencialmente agresiva e incrementó su soberanía con la incorporación de nuevos territorios, singularmente la Dacia.

El enorme botín conseguido le permitió a Trajano una política de obsequios y gratuidades y grandes obras públicas que contribuyeron a su popularidad.

En Oriente, Roma conquistó el reino de los nabateos, lo que permitía unir por tierra Egipto y Palestina; también se aseguró la influencia en el Mar negro con la conquista del Bósforo.

Pero el mayor esfuerzo fue el sometimiento del enemigo tradicional, Partia.

El pretexto fue el intento parto de colocar un candidato favorable en el trono de Armenia.

En el 114, bajo la dirección personal del propio Trajano, las legiones cruzaron el Eúfrates y conquistaron las tierras entre ese río y el Tigris, constituyendo dos nuevas provincias, Armenia y Mesopotamia.

Una segunda campaña dos años después permitió llegar a la capital parta, asaltarla y alcanzar el Golfo Pérsico.

Estas conquistas, sin embargo, fueron poco duraderas porque la ofensiva se vio coartada por la rebelión de los judíos en diversos lugares de Oriente.

Trajano, enfermo y cansado, dejó el cuidado de la situación en manos del gobernador de Siria y pariente suyo, Adriano, y emprendió el regreso.

Murió en Asia Menor sin haber dejado resuelta la sucesión.

Aún así, la intervención de la emperatriz y del prefecto del Pretorio consiguieron -o amañaron- la adopción de Adriano (117-138) y el respaldo del fuerte ejército oriental obligó al Senado, no sin dificultades, a sancionar la decisión.

Adriano fue el auténtico organizador del Imperio y a él se deben las primeras compilaciones de derecho y la formalización del consejo del Príncipe, un órgano formado por senadores y caballeros, que se reunía con periodicidad para asistir al emperador en cuestiones jurídicas.

En Italia, en grave decadencia económica y demográfica, Adriano estableció cuatro distritos con sendos gobernadores, los consulares.

De este modo, Italia perdía su privilegio y se asimilaba al gobierno de las provincias, a las que el emperador dedicó gran atención y tiempo realizando continuos viajes por ellas.

En contraste con la política agresiva de Trajano, su sucesor propuso como ideal de gobierno el mantenimiento de la paz.

A este fin, la actividad diplomática logró resolver la disputa con Partia, evacuando los romanos de Mesopotamia y neutralizando Armenia.

En otras regiones, la política fue la creación o reforzamiento de estados clientes más allá de las fronteras y la organización estática de éstas, completando lo empezado por Domiciano.

La fijación de las fronteras exigió la construcción de largas fortificaciones lineales (de las cuales la más completa es la que protege la frontera norte de Britania, pero también las hubo similares en África, en el bajo Danubio y en Siria) y un ejército bien equipado y disciplinado y cada vez más ligado a la región que defendía.

Adriano no tuvo hijos y su grave enfermedad en el 135 puso en primer plano el problema sucesorio; tras una designación fallida, por muerte prematura del candidato, se eligió sucesor a Antonino Pío, un senador rico y distinguido.

Antonino Pío (138-161) tuvo la oportunidad de reinar en un momento de madurez el imperio y lo hizo con dignidad, humanidad y justicia.

Su política interna consistió en desarrollar, con pocas modificaciones, el esquema organizativo del Imperio concebido por Adriano.

También se dio la continuidad en la actividad externa, pues Antonino optó por continuar la política de diplomacia y eficaz vigilancia de las fronteras; los incidentes bélicos fueron mínimos y se limitaron a algunas rebeliones en Britania, Judea, Egipto y Grecia y al reforzamiento militar de África para contrarrestar la presión de los nómadas.

La estabilidad del reinado se vio incrementada porque el problema sucesorio estuvo resuelto desde el principio gracias a los dos hijos que Adriano le hizo adoptar: el mayor de ellos, Marco Aurelio, sucedió pacíficamente a su padre.

La primera petición de Marco Aurelio (161-180) al Senado fue que se asociase al trono como co-regente a su hermano adoptivo, Lucio Vero, un personaje gris y de carácter débil, pero que no causó divisiones.

La reforma administrativa iniciada por Adriano dio ahora sus frutos y el Imperio se convirtió cada vez más en un sistema administrativo regido por una burocracia anónima, lenta y rutinaria.

No deja de ser paradójico que el emperador cuyas convicciones morales le hacían pacifista se encontrase envuelto en una dramática situación bélica que amenazaba varios frentes.

Primero, la eterna cuestión armenia y la guerra resultante cuando Partia intervino de nuevo en la sucesión armenia; luego, la avalancha de algunos pueblos germanos que cruzaron el Danubio buscando tierras y llegaron hasta el Norte de Italia.

Ambos conflictos se vieron agravados por la sublevación en Oriente del general encargado del frente parto, Avidio Casio, y por la epidemia de peste que afectó al Imperio en esos años, de la que el propio emperador murió cuando se preparaba a rechazar tras el Danubio a los invasores bárbaros.

Rompiendo con el principio de sucesión electiva, Marco Aurelio transmitió el poder a su único hijo varón, Cómodo.


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Cómodo (180-192) ha pasado a la historia como el prototipo del tirano cruel y violento.

Las causas de esta visión arrancan del 182, cuando se descubrió una conjura palaciega contra él en la que participaba una de sus hermanas. La sombra de traición provocó una oleada de ataques y persecuciones contra los demás miembros de la familia imperial y contra el Senado que alienaron las simpatías de todos.

Además, confió la tarea cotidiana del gobierno a varios favoritos y la crisis financiera del Estado y el empeoramiento general de las condiciones económicas agravaron aún más los problemas internos.

Cómodo fue víctima de varios complots, imaginarios o reales, a los que contestó con durísimas represiones; finalmente, como no cabía esperar, Cómodo fue asesinado por sus más íntimos.

Tras un breve paréntesis en el que los conjurados ofrecieron el trono a un senador que apenas duró tres meses y su sucesor ganó el imperio pujándoselo a los pretorianos, los ejércitos de Britania, Panonia y Siria se sublevaron y proclamaron emperadores a sus respectivos comandantes.

En la consiguiente guerra civil se impuso Septimio Severo (193-211), un africano casado con una rica siria, Julia Domna .

La ilegitimidad de Severo le obligó a proclamarse ficticiamente hijo de Marco Aurelio y hermano de Cómodo para afirmar el principio dinástico.

Aún así, no olvidó cómo había obtenido el Imperio y el ejército obtuvo una situación de privilegio.

La moral de los soldados se elevó con mejoras de la paga, derecho de matrimonio y otros privilegios que facilitaban su promoción; además, Severo reclutó nuevas legiones y estableció en Italia una fuerte guarnición a disposición del emperador que le servía para disuadir futuros pronunciamientos y como reserva móvil en situaciones de emergencia.

A Septimio Severo le sucedieron varios parientes suyos que cubren el primer tercio del siglo II y que fueron designados en gran medida por las conjuras e intrigas de la familia de Julia Domna.

Mientras se acumulaban graves problemas que estallaron simultáneamente a la muerte de Alejandro Severo (235) y que hasta la llegada al trono de Diocleciano (284) sumieron a Roma en una grave crisis que conmocionó la estabilidad y la propia integridad del Imperio.

Por un lado, las fronteras se vieron amenazadas simultáneamente por los persas en el Éufrates y por los germanos en el Danubio; por otro, la ausencia de un poder central fuerte convirtió al ejército en dueño de la situación, poniendo y quitando emperadores al gusto de los soldados.

De esta manera, una veintena de emperadores legítimos y más de medio centenar de usurpadores ocuparon este medio siglo trágico.

La situación empezó a cambiar cuando subió al trono un enérgico soldado de origen dálmata, Claudio II (268-270), que dedicó sus esfuerzos a contener con éxito la presión sobre el Danubio.

Le sucedió en el trono Aureliano (270-275), que logró reunificar de nuevo el Imperio, suprimiendo a los usurpadores y secesionistas y comenzando las reformas políticas, administrativas e ideológicas que devolvieron a Roma y sus provincias la cohesión interna que se reafirmó con Diocleciano y la Tetrarquía.

Aunque no pudo controlar todos los problemas que acuciaban al Imperio, lo fortaleció, superando en gran medida la crisis sufrida a lo largo del siglo III.

Para ello practicó una política unitaria, de control absoluto -que empezaba por buscar una unidad moral y religiosa, frente al politeísmo tradicional de un lado y frente al cristianismo, al que persiguió, de otro-, actuó con rigor en la administración de la Hacienda -con devaluaciones y reajustes monetarios y nuevos ingresos procedentes de la destrucción de Palmira y restauración del poder en Oriente-, controló las fronteras del Imperio frente a los avances de pueblos germánicos, y los diferentes intentos de sublevación en provincias tanto de Oriente como de Occidente.

Sin embargo, una vez más se produjo el asesinato del emperador y se nombró otro nuevo,

Tácito (275-276), aunque esta vez fue el Senado quien lo eligió, frente al ejército como venía siendo costumbre.

Éste hubo de controlar a los godos en Cilicia, pero fue asesinado, al igual que su sucesor Floriano (276), aclamado nuevamente por el ejército en Asia Menor, mientras que Probo (276-282) lo era por el de Egipto y Siria.

En el enfrentamiento vencieron estos últimos y Floriano murió a manos de sus propias tropas.

Probo, un antiguo general de Aureliano, que tras controlar los nuevos avances de los bárbaros en Occidente afianzando las fronteras del Danubio y el Rin, sofocar sublevaciones de la Galia y otras insurrecciones en Oriente, intentó una política de paz, distinta completamente de la tónica general del siglo. Anhelaba un mundo sin armas o ejércitos e intentó que sus soldados se dedicaran al cultivo de la tierra, pero esto no parecía interesar a las tropas y, de hecho, cayó asesinado en el 282.

La violencia y la confusión continuaron en la sucesión de los siguientes emperadores: Caro (282-283), vencedor de los persas en Mesopotamia y Armenia, fue asesinado a su vez, por sus propios hijos Numeriano (283-284) y Carino (283-285), que le sucederían.

En el 284 la situación cambia completamente y un nuevo emperador estabiliza el Imperio, retomando y superando los logros de Aureliano.

Con Diocleciano (284-305) el Imperio se restablece en su unidad política y se recupera del clima de caos que ha sufrido durante las décadas anteriores, salvo breves paréntesis.

Pero, a la vez, se transforma sustancialmente, modificando la estructura del Estado con profundas reorganizaciones políticas, administrativas y económicas.

El vasto Imperio, amenazado continuamente en las fronteras por pueblos diversos como los francos, alemanes o sajones y en el interior por sublevaciones y saqueos como los de los bagaudas en las Galias, necesitaba de un control sistemático que difícilmente podía llevar a cabo un solo hombre.


'Imperio romano'

Majencio(306-312) es proclamado Augusto en el 306 por la guardia pretoriana en Roma, tras asesinar a Severo.

El nuevo Augusto asumía así el control de Italia y África.

Por otra parte, en el 308, se nombra a Licinio (308-324) nuevo Augusto de Occidente, a raíz de la conferencia de Carnutum.

Se llega así a una situación caótica de siete emperadores (incluyendo al usurpador Domicio Alejandro en África) que pretenden gobernar el Imperio.

Pero la situación terminó por simplificarse a base de la eliminación de contrincantes: en el 310 Maximiano es asesinado por Constantino, Alejandro cae a manos de un prefecto de Majencio en el 311, fecha en la que muere de enfermedad Galerio.

En el 312 Majencio es derrotado en Saxa Rubra y Licinio neutralizado, al menos de momento, como rival, ya que se asocia al poder con Constantino, además de casarse con una hermana de éste. Licinio vence en Adrianópolis a Maximino Daia, que muere en el 313.

Nuevamente la situación parece estabilizarse: hay dos Augustos, Constantino y Licinio, pero surge la rivalidad, que tratan de resolver nombrando Césares a dos hijos de Constantino y uno de Licinio.

Pero, finalmente, la guerra vuelve a estallar en el 324 y Licinio y su hijo serán derrotados en Adrianópolis y ejecutados.

La Tetrarquía se ha disuelto.

Constantino vuelve a ser emperador único y sus hijos los futuros herederos.

La figura de Constantino I se convierte en el eje fundamental la historia del Imperio en el siglo IV.

El poder absoluto en manos de una única persona y la divinización del poder que había conseguido Diocleaciano tienen su desarrollo con Constantino.

Su gobierno va indudablemente ligado a su propia espiritual y personal.

CONSTANTINOPLA : LA NUEVA CAPITAL DEL IMPERIO.

El gobierno de Constantino cambió en muchos aspectos el mundo romano, ya profundamente transformado desde Diocleciano y el comienzo del denominado Bajo Imperio.

Probablemente uno de los símbolos más característicos de estos cambios sea que Roma había dejado de ser el centro neurálgico del Imperio.

Ya en el siglo III, los emperadores residían en distintas ciudades, según la situación militar y cada uno de los tetrarcas había vivido en otras tantas ciudades, pero ahora Constantino crea una nueva ciudad que desplaza a Roma y se erige en símbolo del nuevo emperador: Constantinopla.

Nominalmente Roma sigue siendo la Urbe por excelencia, su gobernador es un prefecto y no un procónsul como en la nueva ciudad, pero la administración del Imperio se gestiona ahora desde la nueva residencia del emperador, situada en un lugar más estratégico, dadas las dimensiones del Imperio y la conflictividad de las distintas zonas.

Roma pierde poco a poco su posición de primera ciudad del orbe.

HEREDEROS DE CONSTANTINO.

Al morir Constantino en el 337, el Imperio queda en manos de sus hijos, no sin antes haber procedido éstos a eliminar a todos los miembros de las familias colaterales que pudieran haber aspirado al trono.

Sólo se salvó Galo y Juliano, sobrinos del emperador, pues aún eran niños, aunque permanecieron en cautividad y sufrieron exilios diversos.

El reparto de poder se hace en Viminacium: Constantino II (337-340), las Galias, a la vez que ejerce la tutela de su hermano menor Constante (337-350), que heredaba Italia, África y la diócesis de Macedonia.

El otro hijo, Constancio II (337-361), asume el mando de Oriente y la diócesis de Tracia.

En el 340, Constantino II ataca a Constante pero, al ser derrotado, sólo quedan dos Augustos, Constante en Occidente y Constancio II en Oriente.

Diez años después Constante será víctima de una conspiración, con lo que a partir del 350 vuelve a gobernar un solo emperador: Constancio II.

Con éste se impone el arrianismo como religión principal en la parte oriental del Imperio.

Las luchas de poder alientan una vez más a los usurpadores.

Así, Magnencio , soldado de origen germano, se proclama Augusto, aunque es derrotado en 353.

En Oriente, el emperador había nombrado César a su primo Galo , superviviente junto con su hermano Juliano de la matanza habida en la familia de Constantino a su muerte.

Dada la crueldad y terror desplegado por Galo en su gobierno y la poca fiabilidad que le inspiraba, el emperador lo mata; en cambio, nombra César en Occidente a su otro primo, Juliano (361-363), probablemente por la difícil situación en Occidente y a instancias de su propia mujer, Eusebia .

Juliano era un joven que había vivido dedicado al estudio y a la formación intelectual, sobre todo, del mundo griego.

Sin experiencia y con tropas limitadas, parte para las Galias, donde pronto se revela como un militar de grandes dotes.

El recelo surge en Constancio II, que le reclama sus mejores tropas.

El ejército se niega a volver y lo proclama Augusto en el 360.

En el 361, muere Constancio II rendido a la evidencia de que Juliano es el heredero único de la dinastía constantiniana.

Su breve gobierno es uno de los más intensos, carismáticos y apasionantes del siglo IV: la antítesis de Constantino.

Su formación intelectual y su odio personal contra la familia de éste, le llevan a intentar restaurar la religión pagana tradicional de Roma y vuele a concebir un Estado como el que consolidaran los antiguos como Augusto o Marco Aurelio.

Los historiadores reconocen sus logros económicos, administrativos y sus cambios dirigidos a una política más social y menos burocratizada, si bien la historia cristiana ha transmitido una image muy negativa por su paganismo, llamándolo Juliano el Apóstata .

Al principio trató con tolerancia la religión cristiana, pero en su proceso de paganización decidió que los maestros fueran paganos y los cristianos o no acudieran a las escuelas o fuesen a las paganas.

La sociedad ya estaba profundamente cristianizada y este retorno al viejo mundo no llegó a cuajar.

Acometió el último sueño del Imperio, conseguir dominar a los persas, pero en el 363 cayó asesinado durante esta campaña, tal vez por uno de sus soldados cristianos.

A su muerte las tropas eligen a Joviano (363-364), que firma la paz con los persas en condiciones penosas y regresa a Antioquía donde restablece el cristianismo.

Joviano muere de forma inesperada en el 364 y el ilirio Valentiniano (364-375) y su hermano Valente (364-378), son proclamados nuevos emperadores.

Vuelve a separarse el mando del Imperio en Oriente y Occidente, pero esta vez de una forma más efectiva y clara: división militar, administrativa y económica.

Con el nombramiento de Graciano (367-383), hijo de Valentiniano, como su sucesor, la fractura es mayor aún.

El problema más acuciante es, sin duda, el control de las fronteras.

Aunque Valentiniano marca una política de cierta preocupación social -nombra un defensor de la plebe- y tolerancia, se ve abocado a una creciente militarización y jerarquización de la vida pública ante los problemas.

Muere víctima de una conspiración y le sucede Graciano en el 375.

Pero en la Galia, a instancias de algunos nobles como Petronio Probo, es nombrado emperador su hermanastro Valentiniano II (375-392) de sólo cuatro años, al que tiene que aceptar.

Paralelamente Valente gobernaba en Oriente con una notoria crueldad y con una política desastrosa con respecto al control de las fronteras.

Los pueblos godos, presionados por los hunos, van situándose en las fronteras y avanzando cada vez más.

Una situación que ya no desaparecerá y conducirá a la extinción del Imperio, a pesar de los pactos sucesivos que se establecen, sobre todo, con Teodosio.

En uno de estos enfrentamientos, Valente pierde la vida en Adrianópolis en el 378.

Graciano, por su parte, intenta una política distinta a la de su padre de cara al Senado y en otros aspectos militares y políticos, pero su poca capacidad militar y su notable debilidad de carácter le sitúan en una difícil posición, por lo que llama al general hispano Teodosio (378-395) (futuro emperador e hijo de Teodosio el Mayor, general destacado a las órdenes de Valentiniano) y le nombra Augusto de Oriente en el 379.

Mientras tanto Valentiniano II es prácticamente un emperador ficticio, que controlaba Iliria, bajo la tutela de su madre y del general Merobaudes.

En el 383 Graciano sucumbe ante la sublevación del hispano Magno Máximo, nombrado Augusto por el ejército de Britania.

Trata de ganarse a Valentiniano II, en realidad buscando apoderarse de la mayor parte del Imperio y entrar en Italia; así convence al joven emperador para enviarle sus ejércitos como apoyo para combatir a los bárbaros en Panonia en el 387.

Valentiniano II y su familia se refugian en Tesalónica y Teodosio logra vencer a Máximo en el 388.

Teodosio se convierte así en nuevo emperador único, ya que Valentiniano II nunca fue restablecido y vivió desde entonces recluido en las Galias hasta que se suicidó.

Teodosio vivía retirado en sus posesiones de Hispania, tras la muerte de su padre, general a las órdenes de Valentiniano I, que había sido ejecutado por causas no determinadas.

Pero, ante el desastre de Adrianópolis en el 378 y la amenaza bárbara que casi da al traste con Constantinopla, fue mandado llamar por Graciano.

Se inicia así su ascensión al poder que culminaría en el 388, según se ha indicado, al vencer al usurpador Máximo.

Teodosio consolidó definitivamente la capital del Imperio en Constantinopla, convirtiendo así la ciudad creada por Constantino en el 325 en el eje del mismo, sobre todo de su parte oriental, y luego, a la caída definitiva de Roma, en su única heredera.

La corte se estableció allí y se sentaron las bases de lo que sería el Imperio bizantino.

Al poco tiempo Teodosio enfermó y murió el 19 de enero del 395 en Milán.

Ambrosio leería su elogio fúnebre.

Dos años después muere Ambrosio.

Estas dos muertes representan, sin duda alguna, el final del mundo antiguo en muchos aspectos.

El Imperio, unificado por última vez con Teodosio se divide para siempre.

Roma ha pasado a ser una ciudad más, aunque nominalmente siga ostentando su aura de Ciudad Eterna y siga siendo la Urbe por excelencia.

En la centuria siguiente, el Imperio de Occidente desaparecerá fragmentado en los múltiples reinos bárbaros y el de Oriente se consolidará como Imperio bizantino comenzando su andadura ya en solitario y alcanzando épocas de esplendor como con Justiniano, hasta su extinción mil años después.

Teodosio ya estaba casado en Hispania con Aelia Flavia Flacilla, cuando fue llamado a Oriente por Graciano.

Su nombramiento como emperador situaba a sus hijos, Arcadio y Honorio , en la línea dinástica, a pesar de que no había vínculos familiares claros con las familias imperiales anteriores.

Tal vez por esta razón, el propio Teodosio se preocupó de consolidar las bases de su nueva dinastía: no faltaron los panegíricos y elogios de importantes autores literarios, como Pacato o Claudiano.

La imagen de su mujer, de origen aristocrático, fue potenciada.

Católica ferviente, influyó en la política religiosa del emperador, fue designada como augusta y, en calidad de madre de futuros emperadores, su figura contribuyó decisivamente a la de una favorable propaganda imperial de la familia.

Muerta Flacilla, Teodosio buscó emparentarse con la antigua familia imperial y se casó con Gala, hermana de Valentiniano II, de quien nacería Gala Placidia una de las mujeres claves en el final de la historia de Roma.

Ambrosio de Milán, por su parte, a pesar de las comentadas difíciles relaciones con Teodosio, ya en la oración fúnebre por el emperador sentó bases suficientes para que se aceptase la continuidad de la nueva familia imperial.

De esta forma al morir Teodosio en el 395, Arcadio(395-408) hereda Oriente y Honorio (395-423), Occidente.

Con ello, se consumaría finalmente la división total del Imperio.

Sin embargo, ambos hermanos eran muy jóvenes y gobernaron bajo tutelas y consejeros, lo que hacía de su gobierno, así como el de sus sucesores, poco más que un gobierno nominal.

EL IMPERIO DE ORIENTE.

En Oriente, Arcadio es el primer monarca bizantino, pero el poder lo ejercen diversos personajes, entre ellos Eutropio.

A la muerte de Arcadio en el 408, queda como regente Antemio.

El sucesor es Teodosio II (408-450), cuya importancia estriba especialmente en la publicación del Codex Theodosianus, el más fundamental cuerpo legislativo hasta el Código de Justiniano, y la construcción de la muralla de Constantinopla.

Se suceden diversos emperadores, en medio de luchas de poder también, hasta que, en el 518, ocupó el trono Justiniano, el gran monarca bizantino.

EL IMPERIO DE OCCIDENTE.

En Occidente, el verdadero hombre fuerte era el general Estilicón casado con Serena, la sobrina predilecta de Teodosio.

Sin embargo, murió ejecutado junto con ella y su hijo en el 408.

La ambición de Estilicón ocasionó enfrentamientos relativos al propio reparto de Oriente y Occidente, aunque los hechos más conflictivos se produjeron con el avance de los visigodos.

Alarico, rey visigodo , con sus tropas federadas en Tracia y nombrado magister militum por Eutropio, sitía Milán en el 401, aunque es rechazado.

En el 406 grupos de pueblos bárbaros penetran en las Galias e Hispania.

Se cierne ya sobre el Imperio de Occidente su final.

De hecho, en el 410, Alarico consigue llegar a Roma y la saquea; aunque, al morir, su hermano Ataulfo, se retira de Roma hacia las Galias.

Sin embargo, Ataulfo, en el 413, reconoce a un usurpador, Atalo , frente a Honorio , violando el foedus establecido, además toma como rehén a la hermana del emperador, Gala Placidia, y se casa con ella en Narbona, en una verdadera demostración de poder.

Pero en el 411, entra en escena un personaje clave, Constancio , magister militum per ilyricum del 411 al 421, que logra vencer a Ataulfo y se casa con Gala Placidia.

Éste es nombrado Augusto en el 421.

El hijo de ambos, de seis años, Valentiniano III (423-455), será proclamado nuevo emperador a la muerte de Honorio en el 423.

Controlado el poder por consejeros, entre los que destaca el general Aecio , habrá de enfrentarse al avance de los hunos con Atila , derrotado en la batalla de los Campos Cataláunicos por el ya nombrado Aecio en el 451, y al asentamiento de visigodos en Hispania y de vándalos en África.

En definitiva, asiste a la desmembración del Imperio.

Con su asesinato en el 455, desaparecerá la dinastía de Teodosio.

El Imperio de Occidente está a punto de desaparecer: visigodos, francos, ostrogodos han ido introduciéndose en el Imperio, ayudando unas veces a los emperadores nominales, otras a los usurpadores, pero siempre ganando tierras y asentamientos.

Hispania y África, la Galia, y Dalmacia están controladas por estos pueblos que tratan de asimilarse a los romanos en un proceso de aculturación ante el prestigio secular del Imperio, de su cultura y tradición, pero cuyos jefes -revestidos de poder más o menos asimilable a cargos romanos, nombrados generales del ejército para defender al Imperio teóricamente, pero con mando sobre un ejército que cada vez tiene menos de romano, formado en buena parte por esos mismos pueblos bárbaros-, poco a poco se independizan y pasan a controlar tierras de controlar la situación hasta que en el 476 el último de ellos, Rómulo Augústulo(475-476) -casualmente llamado como el legendario fundador de Roma- es depuesto por Odoacro , caudillo de los Hérulos, a quien asesina el ostrogodo Teodorico .

Éste se convierte en el nuevo rey de Italia, su corte se establece en Rávena, dando lugar a un período de esplendor gracias a su romanización.

A pesar de su arrianismo, fue tolerante con los católicos.

Roma se vio en cierta medida revitalizada, pero ya había dejado de ser el centro del mundo hacía mucho tiempo.

Aunque había una teórica dependencia de los primeros reyes bárbaros al Imperio de Oriente, la autonomía era total de facto y se abre a partir de ahora una transformación profunda de este mundo.

No es sólo la caída del Imperio romano, que había surgido de Roma, es la transformación sustancial de un mundo que conduce a una nueva realidad en Occidente.




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Enviado por:Francisco Marcos
Idioma: castellano
País: España

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