Política y Administración Pública


Imperialismo


LA NUEVA ERA DEL IMPERIALISMO

La pregunta de si Estados Unidos se está involucrando en una expansión imperialista, que por si permite caer presa del capricho particular de aquellos en el mando político de la sociedad, no es algo nuevo. Harry Magdoff señalaba esta tesis precisamente en la primera página de su libro de 1969, The Age of Imperialism: The Economics of U.S. Foreign Policy-una obra que se puede decir, reintrodujo el estudio sistemático del imperialismo en los EEUU. Allí se preguntaba :”¿Es la guerra (de Vietnam) parte de un esquema más general y consistente de la política exterior de los EEUU, o es la aberración de un grupo particular de hombres en el poder?” Por supuesto, la respuesta era que aunque había individuos particulares en el poder que hacían de puntas de lanza en este proceso, reflejaban tendencias profundamente incrustadas en la política exterior de EEUU, que tenían sus raíces en el mismo capitalismo. En lo que habría de surgir como el más importante análisis del imperialismo americano en los 1960s, Magdoff propone desenmascarar las fuerzas militares, políticas y económicas que gobiernan la política exterior de EEUU.

La explicación oficial en la época de la guerra de Vietnam era que los EEUU estaban librando una guerra para “contener” al comunismo-y que por tanto, la guerra en si misma no tenía nada que ver con el imperialismo. Pero la escala y ferocidad de la guerra parecía desmentir todo intento de explicarla en los términos de la pura contención, ya que ni la Unión Soviética ni China habían mostrado tendencias expansionistas de cualquier clase, y muy claramente las revoluciones del tercer mundo eran asuntos obviamente internos.* Magdoff rechazó tanto la tendencia dominante en los Estados Unidos de ver las intervenciones de EEUU en el tercer mundo como un producto de la Guerra Fría, como la inclinación liberal de ver la guerra como una aberración de un presidente tejano y de los consejeros que lo rodeaban. En vez de eso se necesitaba de un análisis histórico.

El imperialismo de fines del siglo XIX y de comienzos del XX, se distinguía por dos características principales: (1) la quiebra de la hegemonía británica, y (2) el crecimiento del capitalismo monopólico, o del capitalismo dominado por grandes firmas, resultante de la concentración y de la centralización de la producción. Más allá de estas características que distinguían lo que Lenin señalaba como la etapa del imperialismo (que, decía, podía describirse sintéticamente “como la etapa monopólica del capitalismo”), hay un número de otros elementos que deben ser considerados. El capitalismo es, por supuesto, un sistema únicamente determinado por su afán de acumular, que no acepta límites en su expansión. Por un lado, el capitalismo es una economía mundial en expansión, caracterizada por un proceso que ahora llamamos globalización, mientras por otra parte está dividido políticamente en numerosos estados-nación competitivos. Más aún, el sistema se polariza en cada nivel en centro y periferia. Desde sus comienzos en los siglos XVI y XVII, y todavía más en su estadio monopólico, el capital en cada nación-estado en el centro del sistema, es arrastrado por una necesidad por controlar el acceso a las materias primas y del trabajo en la periferia. Todavía más, en la etapa monopólica del capitalismo, los estados nacionales y sus corporaciones luchan por mantener lo más que puedan de la economía mundial lo más abierto posible a sus propias inversiones, pero no así a las de sus competidores. Esta competencia sobre esferas de acumulación crea una rebatiña por el control de varias partes de la periferia, el más famoso ejemplo de esto fue la lucha por África a fines del siglo XIX en que tomaron parte todos los poderes de Europa Occidental.

Sin embargo, el Imperialismo continuó evolucionando más acá de esta fase clásica, que terminó con la Segunda Guerra Mundial y el movimiento subsecuente de descolonización, y entre 1950 y lo 60s una última fase presentó sus propias características específicas, La más importante fue el reemplazo de la hegemonía británica por la de EEUU. Sobre el conjunto de la economía capitalista mundial. La otra fue la existencia de a Unión Soviética, que creó espacio para movimientos revolucionarios en el tercer mundo, y ayudó a colocar a los principales poderes capitalistas en la alianza militar de la Guerra Fría, reforzando la hegemonía norteamericana. EEUU utilizó su posición hegemónica para establecer las instituciones de Bretton Woods-el Acuerdo General de Tarifas y Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial-con la intención de consolidar el control económico ejercido por los estados centrales, y por los EEUU en particular, sobre la periferia, y con ello sobre todo el mercado mundial.

En la concepción de Magdoff, la existencia de la hegemonía de EEUU no trae consigo el fin de la competencia entre estados capitalistas. Los analistas que manejaron este tema con realismo, siempre entendieron la hegemonía como históricamente transitoria, a pesar de las constantes referencias al “siglo americano”. El desarrollo desigual del capitalismo significa una continua rivalidad Inter.-imperialista, aunque en veces esta quede soterrada. “El antagonismo-escribió-entre centros industriales de desarrollo desigual...es el eje de la rueda imperialista” (p.16)

El militarismo norteamericano, que en este análisis va mano a mano con su papel imperialista, no fue simplemente o principalmente un producto de la competencia durante la Guerra Fría con la URSS, por la que estaba condicionado. El militarismo tenía raíces más profundas en la necesidad de los EEUU, como poder hegemónico de la economía mundial capitalista de mantener abiertas las puertas a la inversión extranjera, recurriendo a la fuerza si era necesario. Al mismo tiempo los EEUU estaba empleando su poder donde fuera posible para apoyar las necesidades de sus propias corporaciones-como, por ejemplo, en América Latina, donde su dominio era incuestionable para las otras grandes potencias. No sólo EEUU ejerció este rol militar en numerosas ocasiones a través de la periferia en la post-Segunda Guerra Mundial, sino que también durante este período fue también capaz de justificar esto como parte de su lucha contra el comunismo. El militarismo, asociado con este papel de hegemon global y líder de una alianza, llegó a impregnar todos los aspectos de la acumulación en los EEUU, de modo que la expresión “complejo militar-industrial” introducida por Eisenhower en su discurso de despedida como presidente, fue una declaración exageradamente modesta. Todavía en sus días no había un centro mayor de acumulación en los EEUU que no fuera al mismo tiempo un centro de producción militar. La producción militar ayudaba a propulsar el edificio económico completo de los EEUU, y era un factor que evitaba el estancamiento económico.

Al mapear el imperialismo contemporáneo, el análisis de Magdoff proporcionaba evidencia que demostraba cuan beneficioso era el imperialismo para el capital en el mismo centro del sistema (mostrando por ejemplo, que ingresos de las inversiones extranjeras norteamericanas, como porcentaje de todas las ganancias deducidos los impuestos en la operación de las corporaciones no financieras domésticas, estas ganancias habían subido de cerca del 10% en 1959 al 22% en 1964). La ingurgitación de excedentes desde la periferia (y olvidemos lo que parte del excedente quedaba al servicio de las relaciones de clase distorsionadas de le periferia, característico de las dependencias imperiales)era un factor mayor en la permanencia del subdesarrollo. Sin embargo, habían también dos aspectos únicos y poco citados en la evaluación de Magdoff: una advertencia con respecto la trampa de la deuda creciente en el tercer mundo, y un tratamiento en profundidad del creciente rol global de los bancos y del capital financiero en general. No fue hasta principios de los 1980s cuando una comprensión de la trampa de la deuda vino a emerger cuando Brasil, México y otras economías llamadas “de reciente industrialización” vinieron a caer en default. La plena significación sobre el financiamiento de la economía global no tuvo su amanecer para la mayoría de los observadores del imperialismo hasta finales de los 1980s.

En esta aproximación histórica sistemática al tema del imperialismo, como lo describiera Magdoff, las intervenciones militares de EEUU en lugares tales como Irán, Guatemala, Líbano, Vietnam y la República Dominicana, no fueron hechas “para proteger a los ciudadanos norteamericanos” o para luchar contra la expansión del bloque comunista. Más bien pertenecen a ese fenómeno más amplio que es el imperialismo en toda su complejidad histórica y al papel de EEUU como poder hegemónico del mundo capitalista. Sin embargo, esta interpretación recibió la oposición directa de los críticos liberales a la guerra de Vietnam que escribían en esa misma época, que a veces reconocían que EEUU se había lanzado en la expansión de su imperio, pero veían esto, en línea con toda la historia de EEUU, más como un accidente que como un proyecto (más o menos como habían argumentado antes que ellos los defensores del Imperio Británico). Alegaban que la política exterior norteamericana se motivaba más por idealismo que por intereses materiales. La misma guerra de Vietnam se explicaba por estos mismos críticos liberales como el resultado de “una pobre inteligencia” de parte de los poderosos centros de decisión que, por supuesto, se habían apoderado de la nación. En 1971, Robert Tucker, profesor de política internacional americana en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la John Hopkins University, escribió, The Radical Left and American Foreign Policy, en donde sostenía que la “Gracia salvadora” para los EEUU en Vietnam era “el carácter esencialmente desinteresado” de su aproximación a la guerra (p.28). La perspectiva de Tucker era la de un opositor liberal a la guerra que sin embargo rechazaba las interpretaciones radicales del imperialismo y del militarismo de EEUU.

Los principales blancos en este libro eran William Appleman Williams, Gabriel Kolko y Harry Magdoff. A Magdoff lo atacaba específicamente por haber sostenido que el control de las materias primas en la base global era crucial para las corporaciones de EEUU y para el estado de EEUU que las servía. Tucker llegó tan lejos que afirmó que el error de Magdoff se demostraba en la cuestión del petróleo. Si EEUU fuera verdaderamente imperialista en su orientación con respecto a los recursos del tercer mundo, sostenía, intentaría controlar los petróleos del Golfo Pérsico. Desafiando tanto a la lógica como a la historia, Tucker declaraba que este no era el caso. Tal como lo decía:

Según el punto de vista radical, uno pudiera esperar que aquí (en el Medio Oriente), como en cualquier otra parte, la política americana reflejaría fielmente sus intereses económicos. Como bien se sabe, la realidad es muy diferente. Aparte de presiones crecientes y exitosas que los países petroleros han empleado para aumentar sus derechos e impuestos (presiones que no han ocasionado ninguna contramaniobra), el gobierno americano ha contribuido a un firme deterioro de la posición favorable que alguna vez tuvieron las compañías petroleras americanas en el Medio Oriente. Un corresponsal del New York Times, John M.Lee, escribe: “La cosa más llamativa para muchos observadores es que las compañías petroleras y las consideraciones petroleras hayan tenido tan poca influencia en la política americana hacia Israel” (p.131)

Entonces, de acuerdo con Tucker, el caso del Golfo Pérsico echaba abajo la insistencia de Magdoff sobre la importancia de controlar las materias primas para la operación del imperialismo de EEUU. El compromiso político de EEUU con Israel era contrario a sus intereses económicos, pero habría superado toda preocupación del capitalismo de EEUU con respecto a los petróleos del Medio Oriente. Hoy, a casi no es necesario enfatizar cuan absurda fue esta afirmación. No sólo EEUU ha intervenido militarmente repetidas veces en el Medio Oriente, empezando con Irán en 1953, sino que también ha buscado continuamente promover su control sobre el petróleo y los intereses de sus corporaciones petroleas en la región. Israel, al que EEUU ha armado hasta los dientes, y al que se le ha permitido desarrollar cientos de armas nucleares, desde largo tiempo ha sido parte de esta estrategia para controlar la región. Desde el principio, el papel de los EEUU en el Medio Oriente ha sido abiertamente imperialista, dirigido a mantener el control sobre la región y sus recursos petroleros. Solamente un análisis que reducía la economía a precios de mercado e ingresos por regalías, mientras ignoraba la factura política y militar de las relaciones económicas-para no mencionar los flujos de petróleo y las ganancias-podía resultar en errores tan obvios.

La Nueva Era del Imperialismo

De hecho nada es tan revelador de la nueva era del imperialismo como la expansión del Imperio de EEUU en las críticas regiones petroleras del Medio Oriente y de la Cuenca del Mar Caspio. El poder de EEUU en el Golfo Pérsico quedó limitado durante los años de la Guerra Fría como resultado de la presencia soviética. La Revolución Iraní de 1979, frente a la que EEUU no tuvo como responder, fue una de las grandes derrotas del imperialismo de EEUU (que se había apoyado en el Shah de Irán como una base segura en la región) desde la Guerra de Vietnam. Por supuesto, antes de 1989 y de la quiebra del bloque soviético, una guerra de EEUU en la región habría sido casi completamente inconcebible. Esto dejó significativamente limitado al dominio de EEUU en la región. La Guerra del Golfo de 1991, que fue llevada a cabo por EEUU con el visto bueno de la URSS, marcó así el comienzo de una nueva era para el imperialismo norteamericano y para la expansión del poder global de EEUU . No es un puro accidente que al debilitamiento de la Unión Soviética siguiera casi inmediatamente una intervención a gran escala de EEUU en la región que era la clave para controlar el petróleo mundial, el recurso global más crítico, y por eso crucial para cualquier estrategia de dominación global.

'GLOBALIZACIÓN', ESTADO Y TRABAJO

Hacia un sindicalismo en el movimiento social

La Globalización ha llegado a ser hoy una palabra clave para entender los desarrollos recientes en la economía capitalista. A pesar de ser un concepto fuertemente debatible, la percepción convencional sobre la globalización, desarrollada desde principios de los 1980s ha llegado a constituirse en una especie de “ortodoxia de la globalización” (1) (Harman,1996), que se basa en argumentos que son ampliamente aceptados tanto en los medios académicos como populares. Esta ortodoxia tiene ecos incluso en el pensamiento de orientación izquierdista. El inventario convencional sobre la globalización generalmente proyecta a la clase trabajadora como pasiva frente a los retos engendrados por el alegado proceso de globalización. La incapacidad de la clase trabajadora para organizar formas internacionalmente organizadas de resistencia contra “un capital organizado internacionalmente”, que se mueve libremente por el mundo, viene a ser el principal argumento para explicar la incapacidad de la clase trabajadora para llegar a ser un “sujeto” de la globalización más que “en” la globalización. (Kayekin y Rucio,1998:80).

Los avances que adoptan el argumento de la ortodoxia de la globalización, de que la globalización socava la importancia del estado nacional a favor del nivel global, culminan con la idea de que ya que el capital es global también debe serlo la resistencia al él. Expresiones tales como “ante la globalización del capital, se precisan nuevas estrategias a la escala del capital internacional” (Tilly,1995:21), “ si los negocios y el capital son globales, también deben seguirlos en esa ruta los gobiernos y el trabajo” (Breitenfellner,1997), “si la producción y la propiedad son globales, también las organizaciones laborales deben serlo” (Levenson-Estrada y Frundt,1995),etc., son frases que han llegado a ser crecientemente familiares en las obras dedicadas al impacto de la globalización sobre el trabajo y el sindicalismo. Aunque en algunos casos viene a ser difícil negar algún papel al sitio nacional, la tendencia ha sido la de colocar el énfasis girando de lo nacional a lo global.

Por otro lado, la idea de que la clase obrera debe desarrollar formas de organización y de lucha a nivel global se acompaña muy generalmente por un internacionalismo abstracto basado en conceptos tales como el de una sociedad civil internacionalizada y de la ciudadanía global. De acuerdo con tales argumentos, los nuevos movimientos sociales influyen en la conducción de la sociedad civil, y la globalización de la sociedad civil supone la resistencia de los estratos más desprotegidos. Frente al poder declinante del trabajo organizado y de los grupos revolucionarios, y con la globalización del conflicto social--prosigue el argumento-los nuevos movimientos sociales, que son en sí mismos fenómenos globales, ofrecen estrategias de amplitud mundial para la lucha social (Mittelman,1996:10, y especialmente Waterman,1998). Por ejemplo, Held (1995). Después de haber anunciado el colapso del estado nación sostiene que, dado que el nuevo orden ya está más allá del control del poder nacional, la democracia ha llegado a ser un asunto transnacional y que la sociedad civil internacional y sus organizaciones peculiares han ganado una importancia primordial en toda lucha democrática.

Tras este énfasis sobre el sitio global a expensas del sitio nacional queda en pie, por supuesto, la comprensión convencional de la globalización de acuerdo a la cual hay tres factores que han sido cruciales en desafiar a los sindicatos: La globalización de la producción y del capital productivo; la formación de una clase capitalista transnacional ya no amarrada a la territorialidad; y la importancia declinante de los estados-nación que abre el camino a la formación de un aparato de estado transnacional, responsable del gobierno de la economía mundial.

Primero, , el argumento de la globalización extiende la tesis sobre la movilidad del capital más allá del capital dinero, que realmente puede transferirse de un lugar a otro en el mundo, de modo que también incluye al capital productivo. Como señalara Gordon (1988:26-30) la nueva (o cambiante) división internacional del trabajo y la globalización de las perspectivas de la producción, han influido en la comprensión de cambios recientes como la globalización. De acuerdo con las teorías acerca de la nueva división internacional del trabajo, la nueva economía mundial capitalista se define esencialmente por el flujo masivo de capitales desde los países avanzados hacia el Tercer Mundo, donde los costos del trabajo son bajos. Por otro lado, las teorías sobre la globalización de la producción enfatizan la centralización y la concentración del capital a través de la diseminación de sitios de producción descentralizada y a través de su creciente control centralizado por las corporaciones transnacionales de estas unidades de producción descentralizadas, y sostienen que la influencia de las corporaciones transnacionales sobre los gobiernos nacionales y los sindicatos domésticos, se ha acentuado. (2)

Esta reorganización del espacio de la producción a niveles mundiales, está referida al movimiento del capital productivo desde las economías avanzadas a las economías con bajos salarios. Esto conduce a la exportación de procesos de producción con trabajo intensivo a regiones o países donde los salarios son muy bajos. Como resultado de este movimiento, dicen, mientras el centro se des-industrializa en términos de porcentajes medios de fuerza de trabajo industrial y de manufacturas en el producto bruto, en la periferia global se da una “industrialización” correspondiente.

En segundo lugar, de acuerdo con la ortodoxia de la globalización, el capital globalmente móvil leva la interpenetración de las industrias a través de las fronteras y las corporaciones multinacionales aparecen como los principales actores o los conductores de este proceso. Ellos aparecen como compañías sin trabas ni obligaciones, que se mueven sin restricciones alrededor del mundo. Bajo este punto de vista, el poder se localiza en manos del capital global organizado en la forma de corporaciones multinacionales. En otras palabras, el poder pertenece en última instancia a un capital omniabarcante que transgrede y trasciende barreras regionales y nacionales. Robison y Harris (2000) sostienen que aún el proceso de formación de clases se está realizando en el espacio trasnacional que ya no está atado al Estado-nación. De acuerdo con estos autores, la globalización de la producción y la integración supranacional de las estructuras productivas nacionales provee la base para la transnacionalización de las clases y para el ascenso de la clase capitalista transnacional. La diseminación de las corporaciones transnacionales, la expansión de la inversión extranjera directa (IED), fusiones internacionales, la subcontratación, la obtención de recurso en distintos lugares del mundo y la extensión de zonas libres se dan evidencias empíricas del ascenso de esta clase transnacional. Esta clase capitalista transnacional es, de acuerdo con los autores, una clase gobernante en ascenso en virtud de su capacidad para controlar un aparato de Estado transnacional emergente y un sistema global de decisiones . Bajo esta óptica, no sólo la formación de clases, sino también las relaciones de clases y la lucha de clases se transnacionalizan.




Descargar
Enviado por:José LuiS
Idioma: castellano
País: España

Te va a interesar