SARTORI, Givanni. Homo Videns, La sociedad teledirigida. Editorial: Punto de Lectura, Tercera reimpresión, Traducción: Ana Díaz Soler, agosto de 2007, 213 págs.
El autor, en la primera parte de la obra, se ocupa de la actual preponderancia de lo visible sobre lo inteligible. Contempla como la revolución multimedia, está transformando al homo “sapiens”, producto de la cultura escrita, en un “homo videns”, para el cual la palabra ha sido anulada por la imagen. En todo ello, el papel determinante lo tiene la televisión, que priva a la imagen, lo cual lleva a ver sin entender que ha acabado con el pensamiento abstracto, con las ideas claras y distintas. La televisión está produciendo una metamorfosis en la sociedad. No es sólo un instrumento de comunicación, sino también, un instrumento que genera un tipo de ser humano nuevo. El video-niño se convierte en un adulto sordo de por vida a los estímulos de la lectura.
La imagen por sí misma no da casi ninguna inteligibilidad. La imagen ha de ser explicada, y la televisión da explicaciones insuficientes y distorsionadas. Si la televisión explicara mejor, se podría producir una integración positiva entre “homo sapiens” y “homo videns”. No hay integración, sino sustracción y, por lo tanto, el acto de ver está atrofiando la capacidad de entender. La televisión, en la actualidad, es obsoleta, debido q que las nuevas fronteras son Internet y el ciberespacio; más la televisión al fragmentarse -por cable o vía satélite- entra en competencia con la red de redes.
En la segunda parte, el autor, investiga la opinión teledirigida, y al referirse a la “vídeo-política”, opina que el pueblo opina sobre todo en función de cómo la televisión le induce. La vídeocracia está fabricando una opinión heterodirigida que aparentemente refuerza, pero que en sustancia vacía la democracia como gobierno de opinión. La televisión refleja los cambios que ella misma promueve e inspira a largo plazo y no refleja los cambios de la sociedad y su cultura.
Las distorsiones informativas más importantes son: las falsas estadísticas y las entrevistas casuales. De la misma forma la desinformación se alimenta de dos distorsiones informativas: premiar la excentricidad y alentar el ataque y la agresividad. La visión en la pantalla del televisor es siempre tiene algo de falsa, pues descontextualiza, ya que se basa en primeros planos fuera de contexto. Y esta segunda parte finaliza alejándose que el vídeo dependiente tiene poco sentido crítico.
En la tercera parte, ¿Y la democracia ?, Se analiza sobre cómo la T.V. condiciona fuertemente el proceso electoral, ya sea en la elección de los candidatos, bien en su modo de plantear la batalla electoral, o en la forma de ayudar al triunfo del vencedor; como también, incide fundamentalmente sobre el gobierno y sus decisiones.
En relación al proceso electoral, en función de datos reales, concluye que “la televisión influye más cuanto menor son las fuerzas contrarias en juego, y especialmente cuanto más débil es (...) la canalización partidista de la opinión pública”, que la T.V. personaliza las elecciones de modo que, lo importante son los rostros antes que los discursos; que el poder del vídeo es menor cuando el voto se da a listas de partido y que adquiere toda su fuerza cuando el sistema electoral es uninominal; que la personalización es mayor en sistemas precidencialistas que en los parlamentarios; y, por último, que la vídeo-política tiende a destruir el partido, o por lo menos, el partido organizado de masas ya que “no se trata sólo de que la televisión sea un instrumento de y para candidatos antes que un medio de y para partidos; sino que además el rastreo de votos ya no requiere una organización capilar de sedes y activistas”.
Por ultimo, afirma que: “La verdad -subyacente a los pregones de noticias exageradas que la confunden- es que el mundo construido en imágenes resulta desastroso para la paidia de un animal racional y que la televisión produce un efecto regresivo en la democracia, debilitando su soporte, y, por tanto, la opinión pública”. De este modo argumenta que “no es verdad que la pérdida de la cultura escrita esté compensada por la adquisición de una cultura audiovisual. No está claro que a la muerte de un rey le suceda otro: también podemos quedarnos sin rey”.