Economía
Historia Económica de Argentina
Historia argentina
Génesis de la estructura de apropiación del ganado: vaquerías de 1600 a 1750 (Introducción de Vazeilles).
En la decadencia en el siglo XVIII del auge “potosino”(la explotación colonial minera de plata), un litoral extremadamente pobre comenzaba un modesto ascenso cuando el interior decaía. El ascenso del litoral se deberá a una causa externa: la demanda mundial de cueros vacunos, impulsada por el desarrollo manufacturero europeo y más todavía por su posterior progreso industrial.
Las vacas son un recurso natural renovable a diferencia de la plata y por lo tanto las actividades emprendidas durante el modesto ascenso dieciochesco han tenido continuidad.
Las primeras corrientes colonizadoras trajeron varias especies ganaderas (vacas y caballos).
En pocas décadas, millones de ejemplares de vacunos y caballares cimarrones vagaban por estos territorios.
En un primer momento las posibilidades de vivir de la caza de ganado cimarrón sirvió para paliar la miseria de las familias criollas de las ciudades coloniales del litoral y el acercamiento de las tribus aborígenes.
Al acentuarse el comercio legal o ilegal de cueros, aparecieron los comerciantes acopiadores del producto, que lo compraban a partidas de cazadores o a cazadores aislados, y, titulares de patentes realengas (Terrenos pertenecientes al Estado) para vaquear, que realizaban esta explotación organizadamente y en gran escala, tales expediciones se llamaron “vaquerías”.
Las vaquerías eran empresas de riesgo, por el peligro del indio y la combatividad del ganado cimarrón, en ella no participaban los esclavos por su valor comercial. Como la empresa era arriesgada y poco el apego al trabajo se debió recurrir a elementos de dudosa vida, que fueron así dispersándose por la campaña, son los antecesores del gaucho.
La intensificación de las cacerías organizada de ganados cimarrones fue reemplazada por nuevas formas de explotación. Dado que amenazaba con la desaparición de la materia prima y generaba tensiones fortísimas entre los diversos tipos de cazadores.
Aparecieron las realengas de peonías y caballerías según la condición social de cada sector. Las disputas por la riqueza vacuna (ganadera o cimarrona) no sólo indujeron a la demarcación entre los integrantes de la sociedad colonial, sino también la de fronteras entre ellos y las tribus indias que vivían crecientemente de la misma explotación.
A las tensiones entre aspirantes a propietarios, propietarios y aborígenes se sumó una tercera: la existente entre los propietarios y la mano de obra rural acostumbrada a considerar las vacas como propiedad de quien lograra cazarlas, los caballos de quien los enlazara y el campo como “propiedad comunitaria”.
Proteccionismo y librecambismo (Chiaramonte)
El proteccionismo aduanero fue una de las características del mercantilismo, aquel conjunto de prácticas propias de los estados modernos durante los siglos XVI, XVII y XVIII. A mayores exportaciones que importaciones debía producirse una entrada de metales que traería superávit de la balanza. La protección a las manufacturas nacionales estimulaba la producción y permitía acrecentar las exportaciones de manera de lograr aquel resultado. Por oto lado, el aumento de la producción nacional tendía a disminuir las importaciones. Bastarse a sí mismo (la autosuficiencia) fue un corolario lógico de este tipo de política económica.
Las economías neomercantilistas (mezcla de mercantilismo y liberalismo) de las economías españolas e italianas del siglo XVIII fueron las que mayor interés despertaron en los círculos criollos, según se comprueba en los escritos de Belgrano. Es el caso de las tendencias proteccionistas argentinas surgidas ya desde el momento que la presión europea, sobre todo británica, logró horadar el monopolio ibérico en las colonias rioplatenses. Desde entonces las tendencias proteccionistas fueron una constante en la política económica de esta región. El proteccionismo es una actitud defensiva de los productores locales ante la competencia de las mercancías extranjeras.
Es la aplicación del “comercio libre” de 1778 la fuente de la primera sacudida intensa producida por las mercancías europeas el arcaico aunque relativamente equilibrado ámbito de la agricultura y artesanías coloniales.
Durante el bloqueo continental las mercancías inglesas se vuelcan hacia América Latina y la presión por el comercio libre se acrecienta. Luego de las invasiones frustradas por parte de los ingleses (1806/7) la libertad para el comercio con los ingleses fue decidida en 1809 por el virrey Cisneros. Este proceso satisfacía los intereses del litoral ganadero y agrícola, pero hería los de aquellos sectores productivos del interior y aun del mismo litoral que no podían resistir la competencia de las industrias europeas. Los que estaban a favor de la libertad de comercio apelaban a las doctrinas neomercantilistas y fisiocráticas, por su parte los productores afectados por la competencia extranjera, apelan a representaciones en las que invocan viejos conceptos y prácticas mercantilistas para reclamar la protección de los gobernantes.
Durante el período independiente y hasta la ley de aduanas de 1835 predominan las tarifas bajas: hay libre comercio. La primera junta no modificó la situación aduanera, pero el primer Triunvirato sí, rebajándolos derechos de importación. La asamblea del año '13 los elevó y volvieron a ser elevados en el período 1815/1820. El gobierno de Martín Rodríguez los rebaja y el de Viamonte, en 1829, efectúa un moderado incremento de los aranceles. Pero a través de estas y otras variaciones menores, predominó una política tendiente a conciliar los principios liberales con las necesidades del fisco. Esta política librecambista, plena o moderada practicada por los sucesivos gobiernos con sede en Bs. As. Afectó gravemente al comercio y a muchas producciones del interior y del litoral.
Esta situación librecambista genera numerosas críticas de diferentes sectores, algunas acordes a problemas puntuales y otras expresiones adversas van más lejos, por ejemplo no sólo critican la introducción de mercancías extranjeras sino toda la penetración de influencia extranjera en el país.
El proteccionismo varía la significación según los intereses que exprese y que tiende a proteger. Será a veces fruto de la reacción de algún grupo productivo, que lo utiliza como simple medio de subsistencia ante la amenaza de ruina que significa la competencia exterior; o podrá ser también manifestación de una clase social (la burguesía industrial) que expresa así su propia política de desarrollo. También el proteccionismo pudo ser expresión de intelectuales de postura nacionalista en lo económico, tal como sucedió en la década del '70. En cuanto a su adopción por los gobernantes, como política económica del apís o de la provincia, fu en algunos casos, programa conciente de industrialización, o (la más de las veces) simple recurso de equilibrio político, dada la especial incidencia de los aranceles aduaneros en las relaciones entre las clases y entre las regiones. Así, la ley de aduanas para 1835, elevó los aranceles para reestablecer el equilibrio político amenazado por la rebelión de los caudillos provinciales ante el libre cambio, mientras que las leyes posteriores a las de 1876/9 mantuvieron los altos gravámenes para no afectar a las industrias desarrolladas a su amparo, pese a la orientación librecambista de quien elaboraban las leyes.
Ver página 16. Síntesis de los librecambistas.
Ninguna de las numerosas manifestaciones proteccionistas anteriores a la de 1805, llegó a concebir una real política de desarrollo nacional basada en la industrialización. Simplemente porque no había ninguna fuerza social en condiciones de darse ese objetivo. Los sectores que buscaban las protecciones de las altas tarifas, no poseían la suficiente cohesión nacional para sintetizar un programa de tal índole. Inclusive cuando el gobierno de Rosas elevó los aranceles, signo evidente de que el impulso al nacionalismo en el terreno económico era por lo demás débil. En cuanto a la política de Rosas, no es posible, considerar la ley de aduanas de 1835 como una manifestación de política industrialista. Los ganaderos del litoral constituían, por naturaleza, uno de los sectores que más necesitaba el libre cambio. La posición de Corrientes expresada y mantenida con ahínco por Ferré y Leiva, se apoya en consideraciones de este tenor: que el objeto de Bs. As. ha sido siempre, tanto bajo los gobiernos unitarios como ahora bajo un gobierno pretendidamente federal, someter y sojuzgar a las provincias interiores; que Rosas pretende ser federal, pero en realidad quiere llevara las provincias a la ruina para que dependan de él y así dominar al país desde Bs. As.
Desde el punto de vista teórico Ferré es mercantilista, pretende implementar el sistema prohibitivo como medio de mantener la ocupación de los pobladores e impedir la miseria, contribuyendo así a evitar el dominio extranjero, que sería favorecido por la ruina económica del país. En cuanto a los argumentos de los representantes de Rosas, Roxas y Patrón son similares a los librecambistas del '75: no enajenar el bienestar de las generaciones futuras, atender a la “industria natural” (la ganadería) , evitando la pérdida de riquezas por querer fomentar producciones para las que no tenemos medios favorables; absurdo hacer pagar a los pobladores productos nacionales caros, habiendo productos más baratos y de mayor calidad en el extranjero, y conveniencia de dedicar los brazos disponibles a la producción natural. Ferré comienza admitiendo que hay producciones que arrojan ganancias sin protección (ganadería), pero que hay otras de las cuales viven muchas provincias, que necesitan que se prohíba la industria extranjera o perecerán. Aclara que sólo se propone proteger los productos que ya se fabrican y no los que el país sin producirlos podría fabricar en el futuro.
Ferré y sus partidarios expresan a aquellos sectores productivos (artesanos, pequeños patronos, comerciantes del interior, agricultores) heridos por la competencia extranjera. Los comerciantes de Bs. As. y los ganaderos del Litoral propugnan el libre cambio por razones poco modificadas a lo largo del siglo XIX. Los comerciantes veían acrecentar sus ganancias en la misma medida que aumentaba el comercio, merced a una política liberal, en cuanto a los ganaderos del Litoral, el libre cambio les aseguraba la reciprocidad de otros países para la colocación de sus producciones, pero sobre todas las cosas, la importación libre o poco gravada significaba un bajo nivel de los costos de producción y consiguientemente mayores beneficios. La importación libre de derechos o con aranceles bajos de los trigos y harinas de EE.UU. o el Mediterráneo abarataba la alimentación de la mano de obra.
Anchorena, federal, al comenzar el debate sobre la Ley de Aduana en 1835, explicaba que el comercio exterior debe ser estimulado porque de él dependen las rentas fiscales y la prosperidad del país. Rosas y quienes lo rodeaban comprendieron que la perduración del equilibrio político de la provincia de Bs. As. con el interior, con los importantes beneficios que entrañaba para la provincia, corría peligro ante la sorda rebelión gestada en el interior por las consecuencias del libre cambio.
El gobierno de Rosas, librecambista por naturaleza, debió apelar momentáneamente al proteccionismo; pero, con el correr de los años, los aranceles del '35 perdieron su eficacia al compás de la sostenida inflación y no se adoptaron otras medidas que complementasen a la Ley de Aduana o que tendiesen a corregir su paulatina ineficiencia. El predominio británico en el comercio del Río de la Plata siguió imperturbable. Las cifras de las exportaciones al Río de la Plata confirman la escasa incidencia de los aranceles del '35 sobre ese comercio.
Hacia los años '70 las cosas habían cambiado, no mucho pero lo suficiente para que veamos aparecer el 1º movimiento político argentino que sustenta un programa de nacionalismo económico.
Los debates de 1875 y 1876 sobre la Ley de Aduanas, fueron la culminación de ese movimiento apoyándose sobre la vieja cuestión de los aranceles aduaneros. Rompieron el tácito acuerdo de no discutir el libre cambio admitido como doctrina oficial. Los debates parlamentarios llegaron mucho más allá de lo previsto y generaron una significativa inquietud en el país, así como también en círculos del exterior interesados en la economía argentina. Es que la antigua cuestión de las tarifas y e proteccionismo aduanero volvía a poner en el centro de discusión el problema de la dependencia del exterior. El nacionalismo, en un país con acentuada dispersión geográfica, traducida en fuertes regionalismos fue fundamentalmente patrimonio de reducidos círculos de intelectuales o aspiración latente en el pueblo; no resistía la prueba de las diferencias entre provincia y provincia. Pero este aspecto del proceso de unificación nacional quedó limitado a la obtención del orden, la tranquilidad y la estabilidad necesarios para la buena marcha de los negocios. El resto de el programa nacionalista de la generación del '37 quedó relegado y destituido por lo que era su antítesis: la creciente dependencia con respecto al exterior. Luego de la crisis del '30 las columnas sobre las que se sustentaban la economía argentina demostraron su debilidad y la financiación exclusivamente externa de su desarrollo reveló cuán oneroso era.
Las advertencias de los líderes proteccionistas tuvieron amplia resonancia cuando fueron lanzadas en medio de una fuerte crisis económica, pero perdieron rápidamente interés pocos años más tarde cuando la perspectiva de una rápida y fácil prosperidad sedujo a la clase dirigente.
La burguesía argentina, fundamentalmente terrateniente y comercial era por naturaleza enemiga del proteccionismo y el sector industrial fue y siguió siendo demasiado débil para sustentar un movimiento político portador de un programa como el del grupo López (Vicente López y Carlos Pellegrini). El movimiento proteccionista de los años '70 parece confirmar que en la debilidad y el carácter de la burguesía argentina del siglo XIX, están las razones fundamentales de su fracaso histórico.
Temática y debate de Argentina como nación. (Vazeilles)
La historia argentina propiamente tal comienza en 1810 o 1816, si se toma en cuenta el derrumbe de la administración colonial. Recién allí se habla de una “historia de la nación argentina”, puesto que una colonia no es una nación.
La caducidad del imperio español provino de sus propias debilidades, profundizadas por la expansión de los imperialismos británico y francés, que resultaron las potencias mundiales dominantes en el siglo XIX.
Difícilmente a principios de este siglo, las frágiles sociedades coloniales hubieran podido derribar por sí solas el Imperio español, y por ello no es de extrañar que no lograran concretar de un modo rápido y enérgico las condiciones para constituir naciones.
El componente más rico y poderoso de la unidad que se fue conformando como “la Argentina”, la provincia de Bs. As. estuvo planteando todavía entre 1853 y 1860 constituirse como “otra nación”, la “República del Plata”, diferente de la Confederación Argentina que tenía su capital en Paraná, más pobre pero con un territorio mucho más vasto.
La unificación de su mercado interno es un requisito de las naciones modernas, sea bajo las formas de las “uniones aduaneras” de carácter más bien federativo o de modos más directamente centralizados. También coincide con el hecho de que la cuestión aduanera estuvo en el centro de la disputa entre el Estado y Bs. As. (base del proyecto de la República del Plata) y la Confederación Argentina; la disyuntiva se planteaba acerca de si las rentas de la aduana debían estar bajo un poder verdaderamente federado y nacional o debían continuar bajo control porteño y bonaerense, como venía sucediendo desde la época de Rosas, y antes de que el Pacto de San Nicolás y la Constitución de 1853 establecieran jurídicamente la unificación del mercado interno.
La resolución a favor de la 2da. opción que implicaba el mantenimiento de la pobreza en los “13 ranchos” y su perpetuación significó sin dudas una falta de vigor del mercado interno.
No considerar propiamente “nacional” la historia anterior a la Constitución de 1853 en lo jurídico, y al trazado de la red ferroviaria en lo material; ambas condiciones del establecimiento de un mercado interno que, si bien defectuoso, no existía con anterioridad.
Revolución de 1890, su significado. Pasar de una clase dominante facciosa a una clase conservadora acuerdista.
En 1889 comienza a manifestarse una fuerte crisis económico-financiera, con una deuda pública que supera la renta nacional, lo que activa la oposición política. En 1890 la crisis se agudiza.
El Estado faccioso, tras la derrota de la facción mitrista decayó en la facción roquista, lanzada a un desenfreno de enriquecimiento ilícito y de especulación, que incubó la Revolución de 1890. El alzamiento de 1890 se diferenció de las refriegas facciosas por su objetivo cabalmente político: dar causa al cumplimiento efectivo de la Constitución, a un control de las rentas, al reparto de las tierras públicas y a un sistema electoral con reglas de juego objetivas y respetadas.
Si bien el alzamiento fue derrotado y no logró sus fines, dio fin al Estado meramente faccioso al obligarlo a convertirse en conservador, fundado en el acuerdo de las facciones preexistentes celebrado precisamente para evitar el cumplimiento de los objetivos democráticos.
Unicato: el presidente era jefe único del partido gobernante, lo que no podía hacer como presidente tal como elegir gobernadores de las provincias y miembros del Congreso, lo podía hacer como único.
Estado faccioso: el módulo central en la estructuración del poder es el fortalecimiento militar de una facción, constituida por familias, previamente propietarias o en vías de serlo, alrededor de un caudillo u hombre fuerte, cuya figura se trata de afirmar y adornar, con la finalidad de aprovechar al máximo las posibilidades de enriquecimiento que derivan del poder: “comisiones, reparto de rentas y tierras públicas”.
En este módulo el roquismo fue precedido por el mitrismo. Mitre encarnó las ansias de restauración de su propia hegemonía sobre el resto de las provincias, cuestionada después de la Batalla de Caseros y obtuvo éxito en ese objetivo: mantener las rentas de aduana en mano de los porteños bonaerenses; de otro modo, el faccionalismo hubiera carecido de las bases monetarias de los enriquecimientos personales.
Unicato y crisis: Juárez Celman surge en la historia argentina como al teórico y el práctico de la entrega del país a los extranjeros. Durante su gobierno se decidió el predominio del capital extranjero en la política y en la economía argentina. Fue el presidente que sentó la teoría y la práctica de la entrega de los servicios públicos al capital privado.
Como ha sucedido en años cercanos, tal política de privatizaciones se acompañó de un aumento espectacular de la corrupción, mientras la deuda externa alcanzó proporciones alarmantes. En el mes de junio de 1890, bajo la presión del movimiento popular que ya amenazaba con un levantamiento armado, el gobierno trató de prorrogar el pago de la deuda a la casa Baring Brothers & Cía. de 15 millones, pero ésta última dijo que la falta de pagos la obligaría a liquidar sus negocios, entonces el gobierno argentino hizo una emisión de 60 millones de pesos. El gobierno argentino pagó puntualmente hasta el último cobre, lo cual no impidió la quiebra de la casa de préstamos.
Una prédica posibilista convenció a las mayorías que no se podían cambiar las cosas. La agitación política cundió especialmente en la juventud universitaria y en la oficialidad joven de las fuerzas armadas. Así se constituyó la Unión Cívica de la Juventud y más adelante, la Unión Cívica, que al fundarse con Leandro N. Alem como presidente, efectuó una manifestación estimada en alrededor de 30 mil personas. El sector encabezado por Mitre se encontraba en la Unión Cívica sólo por su rivalidad con el roquismo y la necesidad de agrupamiento global por los efectos de la crisis. Esta heterogeneidad en la esfera civil se extendió a la esfera militar, con una diferencia: mientras el liderazgo del movimiento civil lo tuvo Alem, la jefatura del alzamiento militar le fue conferida a un moderado acuerdista: el general Manuel J. Campos, ello fue causa decisiva de la derrota del movimiento revolucionario. En verdad, los pasos de entendimiento entre el oficialismo roquista y el Gral. Mitre fueron dados durante la gestación misma del alzamiento revolucionario.
El faccionalismo fue la forma que tomó un poder colonial cargado de favoritismos cortesanos, patentes realengas, etc, pues si bien la casta dominante no quería dejar de patentarse, tampoco sus componentes querían renunciar a favor de otros a ocupar el poder central (dejado vacante por la corona española). Para autopatentarse y despojar a sus rivales: por eso guerrearían inevitablemente entre sí. Es un hecho simple y claro que el unicato, bien asentado y poderoso era algo así como la resolución del ideal faccionalista en sus propios términos, una especie de restauración monárquico-legitimista, bajo ropaje y pseudojustificación republicana. La estabilidad económica era incompatible con el ansia de enriquecimiento rápido de la facción y los grados de especulación agudizaron insoportablemente el aumento crítico del ciclo capitalista, tal la crisis de 1890.
Cabe agregar que ese tipo de relación confluyente entre la casta facciosa y el capital financiero se acompañaba con otras compatibilidades entre las inversiones de un capital extranjero ya concentrado y monopolista con la corrupción fácil de los notables locales.
Estas relaciones volvían exiguas las posibilidades de acumulación y desarrollo de esta nación problemática o semi-nación.
La importancia de la revolución de 1890 es que fue la primera rebelión en contra de ese orden. Trajo al escenario político la permanencia del sinceramiento constitucional y el voto sin fraude y obligó a los facciosos a unirse en su contra. Por su puesto que se rebelaron principalmente los propietarios ganaderos a los cuales la crisis amenazaba con llevar a la ruina. Dentro de una perspectiva en la que el favoritismo faccionalista hacía prever que se podían tomar medidas para salvar los amigos, pero no políticas liberales para aliviar la situación del conjunto. Pero lo importante fue que en desarrollo de las angustias, discusiones y tomas de conciencia producidas por la crisis, se configuró en voluntad de rebelión armada la propuesta de imponer un orden constitucional verdadero y la pureza electoral; en otras palabras, un orden jurídico con reglas de juego sin nombre y apellido, un retroceso de orden de castas y un avance del orden de las clases, un capítulo de lo que Marx y Engels llamaron “La revolución democrático-burguesa”.
El auge revolucionario de los radicales continuó después del acuerdo entre Mitre y Roca, la presidencia de Pellegrini y aun la elección de Luis Sáenz Peña como producto de una maniobra de Roca para evitar la candidatura de Roque Sáenz Peña (hijo de Luis), sospechoso ya de la intención que concretaría en el siglo XX de propiciar un sistema electoral limpio.
La nueva situación del campo político producida por las revoluciones de 1890 y 1893 alentó la formación de nuevos partidos políticos propiamente tales: en el siglo XIX el Partido Socialista y en el XX, bajo el impulso del voto secreto para enfrentar a la UCR, el Partido Demócrata Progresista. Sus respectivos líderes J. B. Justo y L. De la Torre, participaron de la Revolución del '90.
Después de la Revolución de 1893, los efectos de la crisis cedieron y se dio la entrada del país a la segunda fase agroexportadora, con buenos negocios en la ganadería vacuna. La UCR resultó un partido muy desmovilizado pues aunque en su reclamo de democratización solía liderar a vastas y heterogéneas capas sociales populares, su cúpula y su motor estaban en la burguesía agraria.
En condiciones más dificultosas por la represión, comenzó a desarrollarse de todos modos un movimiento sindical, principalmente por parte de los anarquistas, pero con activa participación de los socialistas, mientras el anarquismo se expandió entre los trabajadores y artesanos de más bajos ingresos, logrando una penetración en el interior del país y entre trabajadores rurales. Los socialistas, tanto en el aspecto político como en el sindical, no tuvieron casi expansión fuera de la capital federal (gremios de “cuello blanco”).
Uno de los rasgos que fue tomando el conservadurismo acuerdista consistió en que su esencial incumplimiento del orden constitucional, dejó de limitarse a las violaciones de hecho de sus normas, para entrar en el dictado de leyes inconstitucionales, enderezadas a la represión principalmente del movimiento obrero. Así la Ley de Residencia habilitaba al Poder Ejecutivo a aplicar una pena, la de destierro, que era una facultad expresamente reservada a los jueces, y, correlativamente, sin juicio previo y ejercicio del derecho a la defensa.
Significado del “modelo agroexportador”, sus dos etapas, cuáles fueron los estratos sociales que allí se formaron y cuál fue el papel del capital extranjero.
Con el ciclo de lana se inició efectivamente la etapa de la estructura agroexportadora en la historia económica argentina, que se desplegó aproximadamente entre 1850 y 1930.
El predominio de las exportaciones de lanas ovinas constituyó su primera fase que duró entre 1850 y 1890, siendo principales en la segunda fase (1890-1930) las carnes refrigeradas y los cereales junto con el cultivo industrial del lino.
El concepto global de la estructura agroexportadora indica un sesgo de la evolución económica montado principalmente en el comercio exterior y sólo secundariamente en el mercado interno. Luego, y dentro de ese predominio del comercio exterior el carácter agroexportador es correlativo de las importaciones industriales.
En el orden neocolonial la potencia hegemónica fue Gran Bretaña, este papel de proveedora de manufacturas provenía de la etapa anterior del tasajo y no es la razón exclusiva de la hegemonía inglesa, que reconoce como factores de igual o mayor peso el predominio de sus inversiones de capital (principalmente en ferrocarriles) y el carácter de prestamista central de su banca, sobre toda la Baring Brothers Cía.
La exportación de materias primas alimentarias y la importación de productos industriales constituyen la esencia de un modelo agroexportador, pero este tuvo otras características que volvieron rígida su perdurabilidad, tanto anulando la posibilidad de que los márgenes de acumulación capitalista que el mismo modelo generó, fueran derivados hacia la industria como fuente más poderosa de acumulación, como provocando que la caducidad del modelo finalmente ocurriera por la crisis mundial y no por su superación nacional hacia otro más integrado y progresivo. Entre estas últimas características se destacan:
El trazado, la propiedad y el control de la red ferroviaria.
La distribución de la propiedad de la tierra y las modalidades de su adquisición, y
La inmigración masiva y sus resultados.
El trazado de la red ferroviaria: tuvo la forma de un abanico cuyo vértice se encuentra en el puerto de Bs. As. ; esto significa una orientación de las vías troncales o principales destinadas a llevar al puerto las materias primas agropecuarias para su posterior exportación por el transporte marítimo y hacia mercado interno las manufacturas importadas. Mediante la exclusividad del puerto de Bs. As., la hegemonía porteña mantuvo la estructura de relación interprovincial existente en la época de Rosas.
Propiedad, control y tarifas diferenciales: la red ferroviaria siempre fue en parte nacional (y estatal) y en parte de capital privado británico. La predominancia de capitales británicos muestran la desidia política y absoluta miseria ideológica de los gobiernos oligárquicos que nunca utilizaron tales instrumentos ni para impedir el dominio ni para lograr objetivos propios del desarrollo nacional. El trazado y las concesiones para la construcción de vías férreas estuvieron ligados a las privatizaciones y a las cesiones de grandes franjas de territorio linderas a las vías de las compañías concesionarias, es decir, tierras que el trazado valorizaba. Los funcionarios y sus amigos eran quienes se repartían las tierras, mediante la financiación del trazado.
En general, la fijación de tarifas fue conferida a las compañías británicas, mediante ese privilegio terminaron orientando el comercio y jugando el papel de verdadera aduana, sin el inconveniente de que las tarifas aduaneras fueran sometidas a discusión pública.
La propiedad de la tierra y la inmigración: es un hecho bastante conocido que desde la conversión en propiedad privada de las tierras concedidas en enfiteusis en 1882, hasta maniobras de diverso tipo, en el país se configuró una estructura marcadamente latifundista sobre la propiedad de la tierra. Esta situación fue más aguda en la provincia de Bs. As. que en el resto de las provincias agropecuarias, trabó decididamente el acceso a la propiedad de la tierra por parte de los campesinos europeos que, por un lado, causó que muchos retornaran a sus países originarios, y por el otro, que se vuelquen hacia las ciudades en búsqueda de otros oficios.
El ciclo de la lana: tuvo diferentes rasgos:
Implicó al creciente desalojo de los vacunos de raza criolla para el saladero de la pampa húmeda a favor de las majadas ovinas, proceso que se revertiría en la fase siguiente a favor del vacuno.
Indujo una más intensa labor de cercamiento de los campos y de importación de alambrados para efectuarla.
Tomó como clientes principales a países de la zona continental europea, y en menor medida a Gran Bretaña y EE.UU.
Cabe señalar, que de ninguna manera el predominio económico británico se debió a su carácter de mercado principal de las exportaciones argentinas, a diferencia de EE.UU., Gran Bretaña practicaba y propugnaba el librecambismo en materia de comercio internacional.
Hacia 1880 Gran Bretaña continuaba aún imponiendo en el mercado de la Argentina los productos de su manufactura. Los excedentes del comercio con Francia y Bélgica contribuían a pagar los saldos negativos que ocasionaba el comercio con Gran Bretaña.
El debate sobre el proteccionismo aduanero: en la década del '70 se dio una lucha política e ideológica acerca de si era más conveniente aplicar una orientación económica proteccionista o librecambista. En cierto grado se aplicaron ciertas medidas proteccionistas, pero sea cual fuese su grado, no sobrevivieron a la orientación impuesta por el gobierno de Juárez Celman. El país entró en el ciclo del frigorífico y de los cereales con una orientación librecambista.
La industria frigorífica en la segunda fase agroexportadora: esta actividad empezó en la década del '80. Esta industria estuvo precedida por los saladeros productores de tasajo, que implicaron el primer aprovechamiento manufacturero de la carne vacuna.
Desde el punto de vista zootécnico, la apertura del ciclo fue posible gracias al mestizaje del rodeo por las razas británicas y económicamente por la repoblación de las tierras más ricas con ganado vacuno, que en este punto desplazó las majadas ovinas hacia tierras marginales. La exportación de carnes resultó incentivada por los costos mucho más bajos de producción de la ganadería a pastura sobre la europea a establo. El grupo frigorífico adquirió entonces un enorme poder frente a los ganaderos argentinos y a los comerciantes de la carne ingleses y logró pagar dividendos descomunales a sus accionistas. El hecho llamó poderosamente la atención al principal grupo estadounidense y enviaron técnicos a nuestro país; luego de lo cual y a partir de 1902 decidieron trasladar desde EE.UU. a la Argentina sus faenas y embarques hacia el mercado británico.
Aunque el ingreso del grupo estadounidense no transformó las condiciones oligopólicas del mercado ganadero de exportación argentino, su rivalidad con el sector británico alivió la situación de la ganadería local. El grupo estadounidense introdujo una nueva técnica de refrigeración, el enfriado, que se agregó al modo tradicional del congelado. El enfriado consiste en mantener el producto ligeramente por encima de cero grado centígrado de temperatura, con lo que el producto llega al consumidor final casi inalterado, siempre que no transcurra un lapso mayor a un mes y poco más. Los frigoríficos indujeron la aparición de propietarios rurales “invernadores” que, mediante pasturas artificiales y rotación de las mismas, se encargan de adquirir novillos para su engorde, asegurando la provisión continua.
Los pequeños estancieros y criadores de ganado iniciaron una dura presión política para que el Estado controlara la contabilidad del sector frigorífico y contrapesara su poder monopólico. Esas presiones se canalizaron a través de la Sociedad Rural Argentina, pero fueron rechazadas en nombre de la “libertad de mercados”; un contrasentido, pues el origen de los reclamos partía de la ausencia de tal libertad. Pero en 1922 este grupo resultó sorpresivamente desalojado de la S.R.A. Asume el ingeniero Pedro Pagés, quien hizo virar la postura de la entidad, reclamando la intervención estatal e iniciando una vasta movilización de los ganaderos en pos de sus objetivos. La corriente intervensionista de los criadores obtuvo importantes triunfos en el Congreso Nacional, al aprobarse leyes de precios mínimos para el ganado, de creación de un frigorífico estatal y otras, pero luego fue ampliamente derrotada en el Poder Ejecutivo. Los frigoríficos pusieron su poder monopólico al imponer un fuerte lock out de compras. Alentados por este resultado, los invernadores se reorganizaron y reconquistaron la conducción de la S.R.A. con el ingeniero Luis Duhau a la cabeza. No se aplicaron, por lo tanto, ni los precios mínimos ni los máximos, así las clases bajas no pudieron hacerse oír.
El desarrollo de la agricultura: la segunda fase de la estructura agroexportadora coincide con el inicio del desarrollo de la agricultura como actividad importante de la historia económica argentina. Si bien también en la agricultura se destacaron las actividades ligadas con la estructura agroexportadora, también tuvieron importantes desarrollos los cultivos industriales alimentarios, como la vid en Cuyo y al azúcar en Tucumán, y los industriales como el tabaco en el norte y el algodón en la zona chaqueña. Desde luego la población y sus necesidades alimentarias continuaron creciendo y por eso una buena parte de la producción cerealera tuvo como destino el mercado interno.
Ya nos hemos referido anteriormente a la distribución latifundista de la propiedad de la tierra; esto implicó que buena parte de su explotación fuera realizada por arrendatarios, dadas las posibilidades de los grandes terratenientes de gozar de una renta de la tierra cuantiosa, favorecida por la perspectiva de no tener que cargar ni con los riesgos climáticos ni con los provenientes de oscilaciones de precios en los mercados.
La riqueza agroexportadora y la renta agraria: las luchas de los arrendatarios recuerdan el concepto formulado por A. Smith, acerca de que son diferentes, bajo el sistema capitalista, la ganancia propiamente capitalista y la ganancia del suelo. Mientras la primera depende de poner en juego el movimiento del capital y el trabajo para realizarse, la segunda deriva del monopolio que da el título de propiedad territorial, con su facultad anexa de permitir el acceso de otro a uso productivo sólo contra pago de una renta o alquiler; éste es el modo contractual por medio del cual se corporiza la renta agraria, un modelo decididamente pasivo de participar en la riqueza social, de ahí la importancia de establecimientos rurales atendidos directamente o no por los propietarios del suelo, aquellos que no lo hicieron fueron llamados “propietarios ausentistas”, rentista puro opuesto nítidamente al arrendatario, que es un capitalista o “empresario puro”; mientras el propietario que se ocupa de la explotación de su propio suelo es una mezcla de ambos.
Movimientos obreros, sus diferentes corrientes, conflictos, Ley de Residencia, Semana del Centenario, declinación del anarquismo. Del Campo
El problema de la relación entre sindicatos y partidos obreros se planteó desde sus comienzos constituyendo a la principal división hasta la aparición del peronismo.
En un principio, el tema enfrentó a socialistas y anarquistas. Para los primeros debía existir una estrecha relación entre el sindicato y el Partido Socialista, puesto que ambos perseguían los mismos fines de mejoramiento de la condición obrera. La actividad sindical y la lucha por las reivindicaciones inmediatas constituían la mejor escuela práctica para el desarrollo de la conciencia de clase que iría acercando a los obreros a su partido. Pero bregar más eficazmente por sus objetivos específicos, los sindicatos debían tratar de agrupar a todos los trabajadores, sin distinción de ideología, y por eso no debían embanderarse en una determinada posición.
Así, el primer Congreso de la Unión General de Trabajadores (UGT) en 1903, al mismo tiempo que recomendaba que independientemente de la lucha gremial los trabajadores se ocupen de la lucha política y conquisten leyes protectoras del trabajo dando sus votos a los partidos que tienen en sus programas reformas concretas en pos de la legislación obrera. La UGT trataba de mantener una independencia formal con respecto al PS porque querían captar a todos los trabajadores.
Para los anarquistas “organizadores”, el sindicato era sobre todo el terreno más propicio para la difusión de la idea liberadora que llevaría a la revolución social. Para evitar toda tentación de desvío economicista, las organizaciones gremiales debían proclamar abiertamente su filiación ideológica, como lo hizo la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) en su quinto congreso en 1905, al recomendar “la propaganda e ilustración más amplia en el sentido de inculcar en los obreros los principios económicos del comunismo anárquico. Nuestra organización, es distinta y opuesta a la de todos los partidos políticos burgueses y políticos obreros, puesto que así como ellos se organizan para la conquista del poder político, nosotros nos organizamos para que los Estados políticos actualmente existentes queden reducidos a funciones puramente económicas, estableciéndose en su lugar una libre federación de libres asociaciones de productores libres”.
En 1904 la UGT contaba con 7.400 adherentes frente a los casi 33 mil de la FORA.
El amplio predominio anarquista se debe a que la mayor parte de los obreros organizados no hacían más que trasladar a su nuevo medio las actitudes e ideologías predominantes de sus países de origen. El Estado oligárquico argentino no desmentía esos preconceptos: casi la única faz visible del Estado era la represión, y todos los partidos que aspiraban al poder político resultaban igualmente sospechosos.
Aparte del individualismo propio del inmigrante que venía a “hacerse la América”, la mayoría de los asalariados consideraban transitoria la situación: ellos no aspiraban a ser obreros bien pagados y protegidos por las leyes, sino propietarios independientes. La frecuente frustración de esta expectativa no llevaba tampoco a la resignación y a la conquista paciente y paulatina de mejores condiciones de vida y de trabajo, sino más bien a la rebelión indignada contra el conjunto de un sistema que se mostraba injusto y opresor. De la ilusión del enriquecimiento individual, muchos pasaban así a la utopía de la revolución. De la minoría de inmigrantes portadora de tradición obrera o con un empleo bien remunerado fue donde el reformismo parlamentario predicado por el PS encontraba sus adeptos. Pero incluso este sector le sería pronto disputado por un nuevo rival: el sindicalismo revolucionario.
La nueva corriente surgida en el seno del PS ya había impuesto su punto de vista en el 3er. Congreso de la UGT: la representación parlamentaria sólo tenía un papel” secundario y complementario” y que ella no puede atribuirse nunca la dirección del movimiento obrero. Expulsada del partido al año siguiente, esta tendencia predominó en cambio en la UGT.
La escisión sindicalista se presentaba al principio como una alternativa revolucionaria y clasista frente al reformismo parlamentario y la tonalidad pequeño-burguesa del PS. Pero pronto evolucionó hacia posiciones antiestatales y antipolíticas que la acercaban a los anarquistas. De ellos la separaba sin embargo su condición del sindicato: el lugar de un ámbito más de difusión ideológica, los sindicalistas lo consideraban como la única forma de organización específica obrera, apta no sólo para la lucha económica cotidiana, sino también para conducir la revolución social identificada por ellos con la huelga general. Aún después del derrumbo del capitalismo y el Estado los sindicatos constituirían el núcleo esencial alrededor del cual se edificaría la nueva sociedad. Por otra parte, sostenían que, como organizaciones de masas, los sindicatos debían ser ideológicamente neutrales, lo que también los diferenciaba de los anarquistas que persistían en la necesidad de un sindicalismo rotulado.
En la década de 1910 la influencia anarquista comenzaba a declinar.
El paso del tiempo convencía a muchos inmigrantes (sobre todo a sus hijos) que debían asumir como definitiva su condición de asalariados y de que era necesario luchar también por el mejoramiento de sus condiciones de vida y de trabajo.
Pero la ancestral desconfianza frente a las leyes, los políticos y al Estado, hacía que la mayoría de los trabajadores tratara de lograr esos objetivos por sus propias fuerzas, a través de la confrontación directa a sus patrones y no por la vía electoral (capitalizado esto por los sindicalistas).
Así, cuando decidieron entrar en la FORA lo hicieron para cambiar la orientación de la central, lo que provocó el alejamiento de los anarquistas ortodoxos. El noveno congreso (1915) proclamó la neutralidad ideológica de la FORA y admitió la pluralidad de tendencias en su interior.
La neutralidad ideológica, no significaba lo mismo para sindicalistas y socialistas. Sí para los primeros era la condición necesaria para la existencia de sindicatos poderosos y autónomos, para los segundos era sobre todo una barrera que, al impedir el embanderamiento de los gremios en las tendencias mayoritarias, les permitía mantener en ese ámbito, una cierta presencia que, cuando las condiciones lo permitieran, tratarían de ensanchar.
En el 11º congreso de la FORA (1921) se reunieron más de 500 organizaciones con más de 95 mil cotizantes, se trataba de una masa nada despreciable (ferroviarios y marítimos) que no sólo los socialistas sino también Irigoyen trataban de influir. Pero la mayoría sindicalista que no se mostraba insensibles a los acercamientos presidenciales, comenzaba a defenderse ásperamente ante las pretensiones de socialistas y comunistas.
Respecto a los primeros el conflicto salió a luz, con el rechazo del delegado de los curtidores, Muzzio, por el hecho de ser diputado. Se argumentaba que al ejercer ese cargo había dejado de ser “obrero en actividad”. Desde entonces, y hasta el Congreso Constituyente de la Confederación General del Trabajo (CGT), en 1936, el rechazo de credenciales de diputados y concejales, sería ritual de todos los congresos. Con respecto a los comunistas, que habían planteado la adhesión de la Central a la Internacional Sindical Roja (ISR) de Moscú, la mayoría sindicalista impuso el rechazo de la moción.
La ortodoxia sindicalista partía de constatar “la inutilidad de la política colaboracionista”. Por los cual resolvía “desconocer todo derecho de intervención y tutelaje a las fracciones organizadas en partidos políticos y afirma que la única vanguardia del proletariado argentino la constituyen los aguerridos sindicatos que integran la Unión Sindical Argentina (USA, que surge en el `22), haciendo suya la tesis: ¡todo el poder a los sindicatos!”. El sectarismo sindicalista de la USA conduciría linealmente al retiro de los socialistas y comunistas. Al terminar la década del '20, la cuestión sindicato / partido, seguía dividiendo al movimiento obrero como en sus comienzos: dos centrales antipolíticas -la FORA anarquista y la USA- se oponían a dos centrales políticas -la Confederación Obrera Argentina (COA) socialista, fundada en 1926 y el Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC), comunista, fundado en 1929. Esta fragmentación pareció atenuarse en 1930, al converger las dos moderadas en la CGT, la convivencia de sindicalistas y socialistas en una central sólo fue posible cuando la recesión económica y la desocupación obligaron al movimiento obrero a mantener una existencia puramente vegetativa. Cuando a partir de 1933 las condiciones empezaron a mostrarse más favorables las luchas internas se reavivaron. Reducidos ya los anarquistas a una secta aislada, esos enfrentamientos se desarrollarían ahora entre sindicalistas, socialistas y comunistas, caracterizándose por la paulatina declinación de los primeros y el crecimiento de la influencia de los dos últimos.
La dirección de la Unión Ferroviaria no era socialista, y su enfrentamiento con los sindicalistas de la USA había sido más bien circunstancial, de modo que al constituirse el comité de la CGT ambos grupos hicieron causa común formando una mayoría antipolítica. Pero esa mayoría ya no reflejaba cabalmente la relación de fuerzas real con los sindicatos. Además de la Federación Obrera Marítima, los sindicalistas sólo controlaban el gremio de los telefónicos y otras pequeñas organizaciones. Fueron perdiendo el control de sindicatos tan importantes como los trabajadores del Estado, gráficos y del calzado, que pasaron a reforzar el bloque socialista, nucleado alrededor de La Fraternidad, la Unión Tranviaria y municipales y empleados de comercio.
A mediados del '30, ante la decadencia de los sindicalistas y su acercamiento al poder político terminaron acusados de burócratas y oficialistas. El incremento electoral del PS y la importancia de su representación parlamentaria aumentaban la ambición y capacidad de sus dirigentes y afiliados para expandir su influencia en el terreno gremial.
Este predominio de los “partidos obreros” sobre el movimiento sindical sólo durará cerca de una década. En este tiempo no dejó de aumentar el peso de los comunistas en el movimiento sindical. El entusiasmo despertado en los movimientos obreros por la Revolución Rusa hizo que sus propuestas encontraran inicialmente un amplio eco, y ya en 1921 tenían suficiente representatividad como para obtener un tercio de los cargos en el Congreso General de la FORA, a los que renunciaron al no aceptarse la afiliación a la central a la ISR (Internacional Sindical Roja). Siguiendo las orientaciones de la Comitern los comunistas no participaron en la formación de la CGT, a la que consideraban fruto de un acuerdo entre dirigentes, sin participación de las bases.
Ellos se dedicaron, en cambio, a un intenso trabajo de base, extendiendo su influencia sobre los obreros de la carne, de la construcción, de la madera, textiles y metalúrgicos.
En el '35, un nuevo viraje de la Comitern lanzó la consigna del frente popular y los sindicatos comunistas disolvieron el CUSC y pidieron ingresar en la CGT. Esta puso una serie de condiciones para su admisión, entre ellas que los sindicatos no aceptarán ni tolerarán ninguna consigna que emane de grupos externos.
Durante esa especie de período de prueba las relaciones entre comunistas y socialistas habían sido correctas, pero el estallido de la guerra y la firma del pacto germano soviético alterarían permanentemente esa convivencia. La CGT tomó una actitud no novedosa: no volvió a convocar al Comité Central Confederal (CCC) que debía reunirse cada 4 meses durante dos años y medio. La invasión nazi a la URSS transformó súbitamente la guerra interimperialista en “guerra de los pueblos por la libertad y la democracia”.
Cuando la CCC volvió a reunirse finalmente en octubre del '42 los comunistas descargaron toda su artillería contra el secretario, con críticas que iban desde el incumplimiento de las disposiciones estatutarias hasta la falta de entusiasmo en las campañas de apoyo a las democracias, pasando por las consabidas de pasividad y oficialismo.
La situación hizo crisis en la reunión del CCC, encargado de elegir las nuevas autoridades: la paridad de fuerzas era tal que las dos listas enfrentadas -la nº 1 encabezada por Domenech y la nº 2 por Pérez Leirós- se proclamaron ganadores, lo que llevó a una nueva división de la CGT. Las listas representaban la tradición de los partido obreros y del sindicalismo. La nº 1 tomaba en los hechos la tradición sindicalista de prescindencia política y defensa exclusiva de los intereses corporativos, que privilegiaba la capacidad de presión del movimiento obrero a través de la unidad sindical y favorecía la negociación con los diferentes gobiernos apartando a los sindicatos de la política partidista, la nº 2 intentaba reforzar los vínculos del movimiento sindical con los partidos obreros y llevar a la CGT a desempeñar un papel mucho más activo en la política nacional.
Si hubiera que calificar con un solo adjetivo a cada una de las CGT de 194, no habría mejor definición que “ferroviaria” para la primera y “frente populista” para la segunda.
No es sorprendente que las etapas de predominio anarquista, sindicalista y social comunista en el movimiento obrero coinciden aproximadamente con las 3 formas que adopta el Estado en ese período y que podríamos denominar -teniendo en cuenta su contenido de clase y su actitud frente a la cuestión social- oligárquico represivo (hasta 1916), populista liberal (1916/1930) y oligárquico intervensionista (1930/1943). El Estado oligárquico represivo se ajusta tan bien a la concepción que los anarquistas tenían del Restado, como el sindicalismo anarquista se ajusta a la concepción que el primero tenía del movimiento obrero. El Estado no era pues, para la mayoría de los obreros organizados, más que una maquinaria represiva al servicio del capital, imposible de reformar o de conquistar y que simplemente había que destruir.
Simétricamente para el Estado oligárquico represivo, se trataba principalmente de un problema policial, y las leyes de residencia y defensa social eran los instrumentos más adecuados para combatirlo.
Pero la actitud del Estado frente al movimiento obrero cambió considerablemente con la llegada al poder del radicalismo. Este debía pagar tributo al origen popular de su mandato y diferenciarse del “Régimen” oligárquico haciendo gala de una mayor sensibilidad social, a esto se sumaba, en el caso de Irigoyen, una concepción de Estado-árbitro de los problemas sociales, con una inclinación humanitaria y paternalista hacia los sectores menos favorecidos.
Ante las oleadas revolucionarias en Europa, y fundamentalmente gracias el triunfo de la rusa, los anarquistas y varios sectores del movimiento obrero veían inminente la llegada de la revolución obrera. Todo esto desembocó en el estallido de la Semana Trágica.
Irigoyen Mantuvo buenas relaciones con el sindicalismo. Y desde el papel arbitral del Estado, favoreció a los huelguistas.
El período de Alvear -caracterizado por la prosperidad económica, la estabilidad política y la paz social- permitió hacer olvidar los aspectos represivos del gobierno anterior y aumentar considerablemente el salario real y dictar una importante cantidad de leyes sociales.
Es que la tendencia sindicalista que la controlaba iba perdiendo cada vez más esos atributos de su ideología original en aras del realismo. Si la revolución social no estaba tan alcance de la mano como habían creído, era necesario concentrarse mientras tanto en la conquista de objetivos inmediatos, concretos y posibles.
Irigoyen buscó durante sus últimos años (en su 2do. Gobierno) y en gran medida encontró el apoyo de sectores obreros con una intensidad desconocida hasta entonces. Una declaración del comité ferroviario pro candidatura de Irigoyen en 1907 es un buen ejemplo.
La deposición y muerte del caudillo pondría fin a esta incipiente relación entre un gobernante y los trabajadores, pero no, por cierto, al modelo que había introducido.
Pero si en la década del '30 los gobiernos de restauración oligárquica estaban lejos de la demagogia protopopulista de Yrigoyen, no significa que se hayan vuelto indiferentes, por el contrario, la intervención del Estado en, los conflictos laborales, así como la atención y el interés con que seguía la evolución del movimiento sindical, no dejaron de crecer durante toda la década.
Esto se debía a la importancia que habían alcanzado las organizaciones gremiales y a la creciente moderación de sus dirigentes que buscaban ante todo su institucionalización.
A la intención de aumentar el control del Estado sobre el movimiento sindical favoreciendo su institucionalización se sumaban entonces el objetivo de evitar los conflictos laborales o canalizar su solución a través de instancias arbitrales.
Radicalismo desde el punto de vista político y organizativo. Grupos principales (capital extranjero, terratenientes, élite, clase media urbana y rural). Rock
El radicalismo fue la primera fuerza política nacional importante en la Argentina, y uno de los primeros movimientos populistas latinoamericanos. El partido tuvo sus orígenes en la década de 1890, en una minoría escindida de la élite; sólo después de iniciado el nuevo siglo desarrolló sus rasgos populistas al convertirse en un movimiento de coalición entre ese sector de la élite e importantes sectores de las clases medias. Hay 4 etapas fundamentales en la evolución del partido: 1891-96, 1896-05, 1905-12 y 1912-16.
Los orígenes del radicalismo: hasta 1896 el partido fue conducido por Leandro N. Alem. Los orígenes del partido se encuentran en la depresión económica y la oposición política a Juárez Celman en el año 1890. En 1889 había surgido un grupo organizado de oposición a este último en Buenos Aires, con el nombre de Unión Cívica de la Juventud. En julio de 1890 la UC preparó una revuelta contra el presidente en la ciudad capital, que si bien no consiguió apoderarse del gobierno, obligó a aquel a dimitir. En 1891 la UC se dividió y así surgió la Unión Cívica Radical (UCR) de Alem quien trató de alcanzar infructuosamente el poder por la vía revolucionaria. El fracaso tanto de la UC como de los radicales estuvo determinado por el hecho de que al renunciar Juárez Celman, la facción del PAN (Partido Autonomista Nacional) que respondía a Roca, y que contaba con el apoyo de Pellegrini, se ganó la simpatía de la mayoría de la élite. Los partidos opositores no estaban en condiciones de contrarrestar esto apelando al apoyo popular.
El origen de la UC no debe buscarse tanto en la movilización de sectores populares cuanto en los aludidos sectores de la élite, cuyo papel puede rastrearse en el resentimiento que alentaban contra Juárez Celman distintas facciones de la provincia de Bs. As. debido a su exclusión de los cargos públicos y del acceso al patronazgo estatal.
La UC era expresión de la imposibilidad de Juárez Celman de instituir una relación estable entre los sectores politizados de la élite. El núcleo principal de la coalición estaba integrado por jóvenes universitarios, creadores de la UCJ de 1889. Estos no pertenecían a la clase media urbana sino que eran en su mayoría hijos de familias patricias, cuya carrera política y de gobierno había sido puesta en peligro por el súbito giro hacia Córdoba de Juárez Celman.
Un segundo grupo integrante de la coalición estaba formado por varias facciones dirigidas por diferentes caudillos. Cabe distinguir entre ellos dos subgrupos: uno, conducido por el general Bartolomé Mitre, representaba a los principales exportadores y comerciantes de la ciudad de Bs. As., y el otro era liderado por Leandro N. Alem, contaba con el apoyo de cierto número de hacendados, aunque el propio Alem era un caudillo urbano cuya reputación política provenía de su habilidad para organizar a los votantes criollos en las elecciones. En tercer lugar, había algunos grupos clericales. La UC contaba con algunos adherentes entre los “sectores populares” de la capital, sobre todo pequeños comerciantes y dueños de talleres artesanales. La posición de la UC en materia económica fue que aunque intentó capitalizar políticamente los efectos de la depresión y la crisis financiera de los sectores urbanos, lo que más la inquietaba era la forma en que la depresión había puesto de manifiesto las prácticas monopólicas de Juárez Celman en la distribución de los créditos agropecuarios. Su propuesta de recuperación financiera era la negociación de una deuda salvadora con la casa Baring Brothers.
Lo novedoso de la UC radicaba en su tentativa de movilizar en su favor a la población urbana. Acusó al gobierno de emitir papel moneda en forma clandestina. Pero en el alzamiento de 1890 la combatividad fue escasa. El ímpetu con que los grupos patrióticos procuraron crear una coalición popular se estrelló con la tibia respuesta de los habitantes de la urbe.
Al haber fracasado esta revuelta quedó abierto el camino para que la solución viniera por vía de un simple ajuste de la distribución del poder dentro de la élite. El nuevo presidente, Pellegrini, se agenció la buena voluntad de los grupos más influyentes de la UC mediante el simple expediente de asignar de otra manera los cargos públicos. Adoptó medidas en el frente económico, que eliminaron el descontento popular. Estos éxitos eran un reflejo de la permanencia del estilo elitista y negociador de la política tradicional.
En 1891 vio la luz la UCR: Alem y sus partidarios se vieron excluidos del plan de Pellegrini y por consiguiente forzados a continuar su búsqueda de sustento popular y de una base de masas. Alem denunció los acuerdos entre Pellegrini y Mitre, se retiró de la UC y se proclamó defensor de la democracia “radical”.
El nuevo partido se hallaba integrado básicamente por grupos escindidos del patriciado. En términos regionales o de posición social, poco había en ellos que los diferenciase de sus rivales. A lo sumo, daban la impresión de ser “nuevos ricos” y de tener sus tierras más lejos del puerto de Bs. As.
Los intentos de Alem de ganarse a los grupos de hacendados fuera de Bs. As. fueron un fracaso. En 1891 y 1893 los radicales organizaron revueltas en las provincias, pero todas ellas sucumbieron, sólo en Santa Fe obtuvieron un apoyo notorio de los grupos de clase media. Más adelante esa misma zona sería la espina dorsal del poder radical en la provincia.
Las falencias del radicalismo desde 1891 a 1896:
Los grupos de clase media sólo eran motivados políticamente en épocas de crisis económica extrema.
La imagen nacional y revolucionaria que los radicales trataron de presentar se vio afectada por su participación en disputas menudas en torno a subsidios. Esto originó una división entre los grupos que deseaban honestamente superar la tradición del “personalismo” y del favoritismo oficial, y aquellos que habían hecho de este sistema una cuestión de vida o muerte. La ruptura más significativa fue la de Juan B. Justo que fundó el Partido Socialista en 1894.
La oligarquía gobernante incrementó su estabilidad eliminando a sus oponentes radicales por medio del ofrecimiento de puestos públicos. La misma técnica de cooptación fue empleada con los grupos universitarios.
El partido perdió poderío a causa de las disputas entre Alem y sus dirigentes. En 1896 Alem se suicidó.
1896-1905: durante la muerte de Alem y 1905 el radicalismo perdió posiciones. Hasta 1900, los sucesos más destacados fueron, en primer lugar, el surgimiento de Yrigoyen como sucesor de Alem y, en segundo lugar, el hecho de que el eje contra el partido volviera a situarse en la provincia de Bs. As. Cuando el partido comenzó a expandirse, el grupo de Bs. As., conducido por Yrigoyen, lo mantuvo bajo su control, incorporando poco a poco a las filiales provinciales en una organización nacional.
En 1901 al abandonar Pellegrini la cartera del Interior, la oligarquía sufrió una nueva escisión; a partir de allí hubieron indicios de la creciente politización de la clase media urbana, así el radicalismo emergió nuevamente.
En 1901 se efectuaron una serie de huelgas estudiantiles, porque los consejos directivos universitarios (constituidos por criollos) resolvieron restringir el ingreso de los descendientes de inmigrantes. El resultado fue una serie de campañas por la democratización de la estructura universitaria. En los años siguientes los estudiantes pasaron a constituir un importante grupo de presión urbano a favor de la adopción del sistema de gobierno representativo.
Yrigoyen empezó alrededor de 1903 a planear otra revuelta. Se dio la tarea de organizar un golpe militar.
El intento de captar el Estado que se concretó en febrero de 1905 representó un fiasco, poniendo de manifiesto que si bien los radicales habían conseguido cierto apoyo militar, los altos mandos seguían adhiriendo al gobierno conservador. Si bien el golpe falló, tuvo vitales efectos a largo plazo, sirvió para recordarle a la oligarquía para recordarle que el radicalismo no estaba muerto, y permitió que el radicalismo se diera a conocer a una nueva generación.
Desarrollo de la organización y de las ideologías partidarias: Entre el golpe abortado de 1905 y la ley Sáenz Peña de 1912 los radicales avanzaron a grandes pasos en el reclutamiento del favor popular. Sus organizaciones provinciales y locales, comenzaron a expandirse. Quedo constituido un conjunto de dirigentes locales intermedios, en su mayoría hijos de inmigrantes, que tendrían mucha importancia después de 1916. la mayor parte de ellos eran profesionales urbanos con titulo universitario. Hacia 1908 las organizaciones locales dejaron de llamarse “clubes” y pasaron a ser conocidas como “comités”. Se convirtieron luego en organismos de conducción en la tarea de la movilización popular.
Había una creciente tendencia de la clase media urbana a procurarse a través de la política la riqueza y posición social. Como no había desarrollo industrial, todo se volcaban a la función pública y profesiones liberales; este era un problema educativo. En 1909 el presidente Alcorta señalo: “Hay una desviación de las corrientes populares desde el trabajo de la industria, del oficio y del comercio hacia el magisterio y empleos oficiales, esto puede encaminarnos hacia una verdadera crisis social”.
Esta era la diferencia esencial entre la posición de Yrigoyen luego de 1905 y la de Alem unos 15 años atrás: El pedido de apoyo de Alem estuvo dirigido a los grupos criollos de Bs. As., Mientras que Yrigoyen se dirigió a los Argentinos hijos de inmigrantes.
Los radicales ignoraron virtualmente a los inmigrantes mismos, pero los hijos de estos desempeñaron en cambio un papel fundamental en su repentina popularidad.
Luego de 1905 los radicales comenzaron a incrementar el volumen de su propaganda. En sus slogans se pedía la negativa a participar en elecciones fraudulentas o repudiar el sistema político vigente y establecer una democracia representativa por vía de una revolución. La ideología radical efectiva estaba fuertemente impregnada de un tono notoriamente ético y trascendentalista. La importancia de estas ideas era que armonizaban con la noción de la alianza de clases que el radicalismo terminó por representar y que habría sido mucho más difícil de alcanzar si hubiera adoptado doctrinas positivistas.
Unos de los rasgos mas destacados del radicalismo de esta época fue su evitacion de todo programa político explicito. Como el partido constituía una coalición, sus líderes no se mostraban muy dispuestos a perder la oportunidad de granjearse adherentes atándose a determinados interese sectoriales. En 1909 Yrigoyen declaraba: “La UCR es una conjunción de fuerzas. No es refractaria a ningún interés legitimo”.
Los radicales no apuntaron a introducir cambios en la economía del país; su objetivo era fortalecer la estructura primario-exportadora promoviendo un espíritu de cooperación entre la elite y los sectores urbanos que estaban poniendo en tela de juicio su monopolio del poder político. Este pasó a ser quizás el factor que más alentó a los reformadores de 1912 a interpretar que la política radical no representaba un peligro fundamental para los intereses de la elite.
Las metas de los reformadores y de los radicales divergían: los primeros confiaban en que surgiera un partido conservador rejuvenecido, en tanto que los segundos estaban resueltos a remplazar a sus predecesores y a establecerse como nueva elite gobernante.
Estrategia de la movilización de masas, 1912-1916: En 1912 el partido seguía falto de una coordinación central, pese al creciente prestigio de Yrigoyen, no tenía dirigentes que contaran con prestigio en el resto del país algunas de las filiales provinciales estaban todavía bajo el control de los rivales de Yrigoyen de la época de Alem. El rasgo principal del período que va de 1912 a 1916 fue la intensificación de la organización partidaria.
El enfoque moral y heroico les permitió presentarse ante el electorado como un partido nacional, por encima de las distinciones regionales y de clase. Todos y cada uno de sus opositores se estrellaron contra este obstáculo. Los otros partidos populares no pudieron trascender las fronteras regionales en un grado significativo. Yrigoyen luego de 1912 se las ingenió para convertir una confederación de grupos provinciales en una organización nacional coordinada.
La fuerza del radicalismo estribaba en su organización en el plano local y los amplios contactos con la jerarquía partidaria que le ofrecía el electorado. Si bien la Ley Sáenz Peña terminó con la compra lisa y llana de los votos, los radicales no tardaron en establecer un sistema de patronazgo que no era menos útil a los fines de conquistar sufragios. A cambio del voto, cada dos años, los caudillos de barrio cumplían gran cantidad de pequeños servicios para sus vecindarios. Ligándose a ellos, los hacendados pudieron poco a poco sortear los escollos derivados de su falta de contacto en el medio urbano. Además se sabía que tenían buenas relaciones con la policía local. Junto con el cura de la parroquia, el caudillo de barrio se convirtió en la figura más poderosa del vecindario y el eje en torno al cual giraba la fuerza política y la popularidad del radicalismo. En estas tareas colaboraban los comités, organizados según líneas geográficas y jerárquicas en diferentes lugares del país. Había un comité nacional, uno provincial, de distrito y de barrio. Una de las cosas de las que más se jactaban los radicales, era que sus representantes oficiales habían sido elegidos mediante el libre sufragio de los afiliados del partido. Sin embargo, al menos hasta 1916, la pauta más corriente era que le comité nacional y los provinciales estuviesen dominados por los terratenientes, y los comités locales, por la clase media; en los primeros, el reclutamiento se hacía casi siempre por cooptación, pero en los comités locales se celebraban elecciones todos los años.
El sistema permitía a los radicales extender sus actividades y conexiones a una vasta gama de grupos de cada vecindad. En 1916 la organización partidaria se había convertido en un eficaz sustituto de un inexistente programa político bien definido. En 1915, un gacetillero radical describió así el papel de los comités: “esa organización efectúa una constante propaganda oral que pone al partido en contacto con las masas”.
La actividad del comité alcanzaba su punto culminante en época de elecciones.
Pero lo cierto es que estaba en gran parte dominado por los propietarios de tierras, conservando así su carácter inicial de la década del '90: era un movimiento de masas manejado por grupos de alta posición social.
El carácter amorfo de la ideología radical, la cual estaba modulada de modo de inspirar en los grupos urbanos la adhesión a una redistribución mínima de la riqueza, en vez de inspirarles el anhelo de un cambio novedoso y constructivo: exigía una diferente estructura institucional, la canalización de los favores oficiales en dirección de las clases medias urbanas. Su concepción de sociedad era una amalgama ecléctica de ideas liberales y pluralistas. Atacaba a la oligarquía con argumentos liberales, porque, como dijo Yrigoyen, ella le había impedido a la nación “respirar en la plenitud de su ser”. Pero también veía en la comunidad un organismo casi biológico, conformado por partes funcionales interactuantes y obligaciones recíprocas. Así, aunque los radicales proclamaban el precepto liberal de la competencia individual había en sus posiciones algo de las tradicionales actitudes conservadoras de jerarquía y armonía social.
Los radicales se apoyaban en medidas paternalistas. Reflejaban el tenue vínculo existente entre los grupos más politizados -los hacendados y las clases medias dependientes- y las oportunidades de empleo productivo en las ciudades. Otra de sus ventajas era que permitía maximizar los contactos entre el partido y los electores, favoreciendo un reparto de los beneficios a la vez que minimizaba el contenido real de las concesiones que se hacían. La apelación a estas técnicas muestra a las claras, el carácter de coalición del radicalismo.
“El partido desea esa moderada intervención del Estado que corrige los rigores del laissez faire económico para los pobres”.
Estos principios rectores permitieron el mantenimiento de una estructura jerárquica autoritaria en el partido.
Relaciones entre los propietarios tierras y la clase media: en 1916, el radicalismo era una especie de partido democrático conservador, que combinaba la adhesión a los intereses económicos de la élite con un sentido de identificación con la comunidad en general. Esto hizo que en el plano ideológico estuviera impregnado de ideas paternalistas y comunitarias que le confirieron la posibilidad de proyectarse como una alianza de distintos sectores. Yrigoyen tenía estrechos vínculos con las instituciones tradicionales del régimen conservador, como la iglesia. Su influencia sólo era pequeña en el ejército.
Los terratenientes querían medidas conservadoras y estabilidad políticas, a cambio de lo cual se mostraban dispuestos a ampliar el acceso de la clase media a las profesiones liberales y a la burocracia.
Los radicales habían establecido vínculos con la clase media dependiente, compuesta en su mayoría de hijos de inmigrantes, pero no con los inmigrantes mismos, ya se tratase de los pequeños industriales y comerciantes o de los obreros. Reflejo de que los viejos radicales del '90 compartían los prejuicios culturales de la élite contra los inmigrantes y su agudo temor y desconfianza hacia los obreros. Los problemas se planteaban con los grupos de alto status, y fue sobre estos que se lanzaron los radicales principalmente. La posibilidad de establecer lazos efectivos con los inmigrantes estaba desalentada por la Ley Sáenz Peña, que había excluido a estos del sufragio, dejándolos por consiguiente fuera del sistema político.
En líneas generales, las relaciones entre los radicales y los inmigrantes fueron bastante buenas, pero cuando pensaban que podían beneficiarlos, los radicales no se abstenían de explotar los sentimientos xenófobos latentes de la sociedad nativa.
El radicalismo surgió como el principal movimiento político del país en un momento en que la economía primario-exportadora ya había alcanzado la madurez. Los lazos institucionales y políticos entre el capital extranjero y la élite se habían establecido mientras los radicales se hallaban todavía en la oposición; carecían, de un contacto organizado con los representantes del capital extranjero. Los radicales no eran nacionalistas en lo económico.
Fuera de los beneficios directos de las distintas prerrogativas que otorgaba el capital extranjero, varios otros grupos de la élite sostenían que el precio que pagaban por sus servicios e inversiones era mayor que el debido.
“No es que el capital extranjero fuera en sí mismo malo”, argumentaban, sino que la oligarquía había permitido que se establecieran sistemas corruptos de intereses creados, el cual conspiraba contra los grupos nacionales.
Antes de 1916 los ingleses no consideraban que los radicales pudiesen constituir una amenaza frontal a sus intereses.
Los ingleses adoptaban las mismas actitudes que tenían hacia los radicales los grupos de la élite nacional.
Políticas económicas de los 3 gobiernos radicales, ideología de la clase dominante (desde Vazeilles pensar ejemplos. Rock)
El gobierno radical de 1916: la oligarquía se diría que había cambiado de ropaje. En el primer gabinete de Yrigoyen, 5 de los 8 ministros eran ganaderos de la provincia de Bs. As. o estaban íntimamente conectados con el sector exportador.
Los grupos influyentes de la élite se vieron alentados a pensar que no habían hecho sino delegar en la nueva administración el poder directo que antes tenían.
El radicalismo aún mantenía sus rasgos más conservadores. El propio Yrigoyen era marcadamente más clerical que sus predecesores, muchos de los cuales habían sido francomasones.
Yrigoyen no se había apoderado del gobierno por la fuerza: si ocupaba la primera magistratura, lo debía a la cortesía de Roque Sáenz Peña. Los radicales en casi todas las provincias seguían siendo oposición, y estaban en minoría en el Congreso. Por consiguiente, los conservadores seguían manteniendo su predominio en materia legislativa.
En 1916 la posición de Yrigoyen era bastante débil y sus mediadas de gobierno estaban fuertemente condicionadas por su relación con la élite. Tenía dos objetivos en su mandato: 1) debía apuntalar los interese económicos de los grupos terratenientes y 2)debía establecer una nueva relación con los sectores urbanos. La razón principal de que los conservadores hubieran fracasado en organizar un partido de masas era que habían sido incapaces de adaptar su posición como productores al imperativo de ofrecer algo concreto a los grupos urbanos. En apariencia, sólo los radicales eran capaces de superar esta dificultad. A esto se había añadido la insinuación de que los grupos de clase media, tendrían en su gobierno un acceso a los cargos oficiales.
Este principio, que llevaba a los radicales a mediar entre los intereses de la élite y los de las capas medias urbanas, fue el que confirió su carácter a la lucha política luego de 1916. Cuando Yrigoyen dejó el gobierno en 1922: el sector exportador seguía dominando la economía del país, los sistemas financieros, tributarios aduaneros y el régimen de la tierra habían permanecido incólumes, y las conexiones con los ingleses continuaban siendo tan sólidas como en el pasado.
Declaraciones de 1920 de los radicales: “la democracia no sólo consiste en la garantía de la libertad política: entraña a la vez la posibilidad de todos para poder alcanzar un mínimum de bienestar siquiera”.
El presidente Yrigoyen logra lo que nunca pudieron obtener los presidentes de clase: la confianza y el amor de los ciudadanos.
Este doble énfasis en el “bienestar” y el “contacto con el pueblo” nos está diciendo que los radicales apuntaban a lograr una integración política y una situación de armonía de clases.
Dicha inclinación de los radicales hacia los sectores urbanos motivó la supervivencia del conservadurismo en estos años y fue la causa de que el intento de la élite para delegar en aquellos la supervisión de sus intereses terminará finalmente en el fracaso.
La economía argentina durante la Primera Guerra Mundial: cuando Yrigoyen subió a la presidencia en 1916, el país estaba viviendo las agonías de una seria depresión económica, iniciada en 1913 con la súbita interrupción de las inversiones extranjeras. Ese mismo año la cosecha fracasó y disminuyó el volumen del comercio exterior. El estallido de la guerra en agosto de 1914 profundizó la depresión; las inversiones extranjeras cesaron por completo, bajó el valor de las tierras y se produjo una seria escasez de capacidad de embarque. La balanza de pagos solo pudo mantenerse equilibrada merced a una cuantiosa reducción de las importaciones. Sólo después de 1917 pudo recuperar la Argentina su comercio de exportación, al aumentar la demanda de alimentos por parte de las tropas aliadas.
La época de la guerra y la posguerra se dividió en dos etapas principales: 1) se extiende de 1913 a 1917 y fue un período de depresión y 2) entre 1918 y el comienzo de la depresión posguerra en 1921 fue un período de auge. En el primer período hubo considerable desempleo. El efecto principal de la guerra en el segundo período fue la rápida inflación. Los precios de los bienes internos se vieron afectados por los de las materias primas importadas.
La inflación fue uno de los factores preponderantes
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Enviado por: | Mariana |
Idioma: | castellano |
País: | Argentina |