Filosofía y Ciencia


Historia de la Ilustración francesa


ILUSTRADOS

FRANCESES

(VOLTAIRE,

DIDEROT,

ROUSSEAU)

Autor: Damián Juan Estrada

Pensamiento Filosófico de la Ilustración

Profesor: Alan Scopel

ÍNDICE

2-5

6-9

10-11

12-15

16

1.-Introducción

2.-Voltaire

3.-Diderot

4.-Rousseau

5.-Bibliografía

1.-Introducción

Son diversos y múltiples los elementos que configuraron la filosofía de la Ilustración, y no deja de ser un poco temerario tratar de condensar en pocas páginas lo que fue uno de los más vigorosos movimientos intelectuales de toda la historia. Hagamos, sin embargo, un intento de aproximación.

La Revolución Francesa tuvo como uno de sus antecedentes a otra revolución que no por silenciosa fue menos profunda y trascendental: la Revolución Científica del siglo XVII. En efecto, gracias a los trabajos de Galileo, Descartes, Bacon, Newton y de muchos otros se configuró una idea del cosmos apoyada en un cuerpo sólido de leyes matemáticamente demostrables. El mundo físico pudo ser explicable en términos cuantitativos. La mecánica newtoniana era la síntesis científica más completa elaborada por el hombre y la más perfecta manera de explicar los fenómenos naturales.

Este inmenso logro llevó al ser humano a tomar conciencia -como en ninguna otra época de la historia- de sus potencialidades para dominar la naturaleza por medio de conocimiento científico. El mundo físico podía ser transformado en beneficio del hombre. La naturaleza, que en la cosmología medieval era objeto de contemplación, podría ser ahora, gracias a la tecnología derivada de las ciencias, un objeto de dominio y explotación que permitiera al hombre un mayor bienestar.

Esta entronización del conocimiento científico indujo a los sabios y pensadores del Siglo de las Luces a considerar como verdaderos sólo los hechos y las teorías que podían ser verificadas o demostradas por métodos científicos cada vez más rigurosos.

El elemento medular de esta actitud era la confianza absoluta en la Razón humana como el único instrumento para comprender la realidad. La racionalidad de un hecho sea de la naturaleza que fuere era el criterio para juzgar si era verdadero o falso. Diderot expresó con claridad el ideario de la época cuando escribió: Tensamos que el mayor servicio que se les puede hacer a los hombres es enseñarles a utilizar su razón, para que así puedan tener por verdadero solamente lo que han verificado y comprobado." El cosmos estaba estructurado en forma racional y el orden y la armonía de sus leyes así lo probaba.

No fue dificil para los pensadores del siglo XVIII dar el paso siguiente: pasar del mundo de las ciencias al mundo moral, o sea del estudio de la física y la astronomía al de la política y la sociedad, y pretender que el mismo orden y armonía que existía en aquéllas podía y debía también existir en éstas. La razón humana era capaz de revelar ese orden del mismo modo que había develado a los científicos los secretos de la naturaleza. Era entonces necesario crear una ciencia de la sociedad, de la política y de la economía, que estuviera regida por leyes tan rigurosas como las de la física.

Pero esto no era tan sencillo. Largos siglos de tradiciones y costumbres habían creado estructuras sociales, instituciones políticas y relaciones económicas absurdas y opresivas que eran rechazadas por la razón por estar basadas en la superstición, el miedo y la explotación. Lo que la ciencia medieval había sido para la ciencia moderna, así la sociedad del presente debía ser para la sociedad del futuro: el paso de las tinieblas, el oscurantismo y la servidumbre, a la luz, la razón y la libertad.

Fue de esta manera como los ilustrados franceses percibieron con claridad lo que debían destruir para, después, sobre sus ruinas, levantar la nueva sociedad. Leyes, instituciones y hábitos debían ser modificados a fondo y para ello la mejor arma de que dispusieron fue la crítica histórica, ya que fue en el estudio del pasado donde encontraron el origen de todos los males que padecía la sociedad de su época, a saber, la desigualdad social, el despotismo monárquico y el fanatismo religioso. Su crítica histórica caló hondo cuando denunciaron como cuestionables el derecho divino de los reyes, los fueros del clero y de la nobleza y la autoridad de la religión revelada. Era, en suma, una cruzada tendiente a reformar -y si era necesario a destruir- un orden para erigir otro, dictado por la razón. La incredulidad, sea en el campo que fuere, caracteriza al pensamiento ilustrado. Su fe en la razón tuvo como fundamento, paradójicamente, el escepticismo más radical. En D'Argenson, Chamfort, Morelly, Diderot, Voltaire, D'Holbach, Condillac, Helvetius, y en otros más, incluidos novelistas como Laclos y Sade, encontramos ese profundo espíritu crítico que los llevó a atacar, sin consideraciones para las tradiciones venerables y los convencionalismos, todo el edificio de la sociedad en que vivían, desacralizar lo sagrado y desmitificar las autoridades y los poderes establecidos.

Su principal punto de ataque fue la religión institucional y religional pues en ella encontraron el origen de la superstición y el fanatismo, en el que estaba hundido el pueblo llano. La religión era, según ellos, el falso consuelo de los oprimidos, de aquellos que al no poder esperar nada de esta vida ponían sus esperanzas en la otra. Muchos siglos de cristianismo tiránico habían reprimido y aun atrofiado su razón con creencias absurdas y con supersticiones sin número.

Sin el menor respeto a la fe tradicional de una Francia que desde Clodoveo había dado santos y mártires, los deístas y ateos del Siglo de las Luces inundaron la tierra de Juana de Arco, la heroína de las revelaciones y las voces que había salvado a Francia, de libelos satíricos y de pasquines difamatorios, de libros de teología natural y de coplas irreverentes contra el clero, los sacramentos y la Escritura sagrada. Casi no hubo punto de la religión que autores como Voltaire no pusieran en la picota primero de la duda y luego del sarcasmo. Su Diccionario Filosófico, ese monumento a la impiedad, fue el evangelio de una generación irreverente. Su poema La Doncella, donde ridiculizaba a Juana de Arco, circulaba manuscrito, y fue la charla obligada de los salones de enciclopedistas y librepensadores de mediados del siglo. El mismo Voltaire, en su guerra contra "la inflame", que así calificaba a la religión cristiana, emprendió ya en la vejez la redacción de una obra titulada La Biblia al fin explicada. donde destruía en medio de sarcasmos todos los versículos del Génesis tachándolos de fábulas ridículas. Ciertamente a la lucha contra el cristianismo no le fue ajena la represión y la, censura, pero estos filósofos supieron bien encubrirse en el anonimato y en los falsos nombres. No hubo artimaña que no emplearan para hacer imprimir y difundir sus escritos. La Francia del siglo XVIII vio cómo la religión de sus padres era atacada en el seno de su cultura, es decir desde dentro de ella misma. Este fenómeno sin precedentes en cuanto a la intensidad de la contienda, explica el que durante las horas más sombrías de la Revolución se haya llegado a extremos de persecución religiosa que no habían sido contemplados en Europa desde la época del Imperio Romano.

Al actuar de esta manera los filósofos franceses del XVIII debilitaron hasta tal punto la estructura de la religión institucionalizada que muchos clérigos y abates pasaron a sus filas y desde ahí atacaron al poder eclesiástico al cual servían. Pero, además, vulneraron seriamente a una institución que había sido aliada de la monarquía por cientos de años. La ancestral alianza entre el trono y el altar fue puesta en entredicho con lo que ambas formas de autoridad se vieron necesariamente cuestionadas.

El ataque contra la religión tuvo además otro cometido: erradicar de los grupos no privilegiados la idea de una vida en el más allá, con lo que los impulsaron a buscar en ésta vida lo que era dudoso que encontraran en la otra.

Simultáneo a su ataque contra la religión los ilustrados denunciaron la irracionalidad de la estructura social que contradecía visiblemente el orden de la naturaleza al exhibir sus injusticias. Era necesaria una reforma social aunque pocos de entre ellos creían que debía hacerse en forma violenta. Algunos predijeron una revolución, pero ninguno vio en el futuro un reinado del Terror.

La premisa de la que partieron era una figura retórica no sólo verdadera sino también convincente: el hombre es bueno al nacer, la sociedad lo corrompe y lo hace malo. Es pues necesario estudiar cuáles son los elementos que hacen nociva a la sociedad y eliminarlos.. De esta -forma las voces que se habían levantado contra la autoridad religiosa entre 1750 y 1770, comenzaron, desde aproximadamente este año y hasta la Revolución, a impugnar los derechos de la nobleza hereditaria y la injusta estructura jerárquica de la sociedad. Los más radicales se atrevieron incluso a criticar el derecho divino de los reyes que carecía de fundamento ético e histórico.

A menudo se ha dicho que los filósofos del siglo XVIII se preocuparon sólo en destruir sin poner nada en lugar de lo que habían tan cuidadosamente demolido. Esta aseveración no es del todo exacta. Ciertamente, como ya dijimos, su pensamiento fue eminentemente crítico y escéptico y sus ataques a la religión y a la estructura política y social de su época tenía como finalidad la destrucción de la primera y la reforma de la segunda. Pero esta actividad crítica no se hubiera llevado a cabo de no estar animada de una profunda convicción, impregnada de optimismo, sobre lo que podría ser el futuro de la humanidad. No deja de ser una extraña paradoja que el Siglo de las Luces y de la Razón haya sido también un gran siglo de la fe. Pero no de la fe al modo cristiano, sino de la fe en una idea que con altibajos ha llegado hasta nuestros días: la idea del progreso.

En efecto, la idea básica, la concepción teórica más notable que nos legó la Ilustración la idea que hace de ésta una Cosmología- es la creencia de que todos los seres humanos pueden alcanzar aquí, sobre esta tierra, un estado de perfección que hasta entonces sólo se había creído posible, dentro del pensamiento occidental, para los cristianos en estado de gracia, y sólo después de su muerte-. -Este fue el corolario de todo el ideario ilustrado: el hombre era perfectible y por lo mismo susceptible de alcanzar la felicidad en un paraíso terrenal y no celestial. Era lo que Carl Becker denominó "la ciudad de Dios del siglo XVIII"; una ciudad utópica edificada en la tierra para la felicidad de todos los hombres ya liberados de todos los yugos de la ley, la sociedad, la religión y la autoridad que los habían asfixiado durante siglos. Y la felicidad del género humano estaba cerca, tan cerca que muchos de los ilustrados creyeron poderla ver antes de morir. De lo que para ellos significó ese gran acto de fe dio cuenta Saint-Just, el joven revolucionario francés quien afirmó lo que fuera el credo de toda una época: "la felicidad es una idea nueva en Europa".

2.-Voltaire

François-Marie Arouet, que se dio a sí mismo el seudónimo de Voltaire, es quizás uno de los intelectuales franceses más polifacéticos e importantes del Siglo de las Luces. Nació en París el 21 de Noviembre de 1694, hijo del notario François Arouet y de una madre prácticamente desconocida que falleció cuando Voltaire cumplía los siete años de edad. Estudió en el colegio jesuita Louis-le-Grand cuando se cumplían los últimos años del reinado de Luis XIV. De su formación religiosa guardará Voltaire un penoso recuerdo que se plasmará en una actitud irreverente, rebelde y burlona frente la Iglesia, sus instituciones y dogmas.

En 1713 obtiene el cargo de secretario de la embajada francesa en La Haya, trabajo del que es expulsado debido a ciertas relaciones amorosas. Apasionado ya desde entonces por la literatura, frecuenta los lugares donde se reúnen los intelectuales y artistas más destacados y, cuando muere en 1715 Luis XIV y toma la regencia el Duque de Orleáns, Voltaire escribirá una sátira contra él que le llevará preso a la Bastilla durante un año, tiempo que dedica a estudiar literatura.

En 1718 Voltaire conoce su primer éxito con la tragedia Edipo y con una epopeya, La Henriade, dedicada al tolerante rey Enrique IV, que se estrena en 1723. Sin embargo, no cesan los problemas; una disputa con el noble De Rohan le lleva de nuevo a la Bastilla y después al destierro, motivo que provoca su retiro a Londres durante dos años, lugar en el que contactará con la elite literaria, científica e intelectual. Cuando regresa a Francia en 1728, Voltaire difundirá las progresistas ideas políticas inglesas y el pensamiento del científico Isaac Newton y del filósofo John Locke.

En 1731 escribe Historia de Carlos XII, obra en la que esboza los problemas y tópicos que, más tarde, aparecerán plenamente madurados en su famosa obra Cartas filosóficas, publicada en 1734 y en la que lleva a cabo una radical defensa de la tolerancia religiosa y la libertad ideológica, tomando como modelo la permisividad inglesa y acusando al cristianismo de ser la raíz de todo fanatismo dogmático. Por este motivo, en el mes de mayo se ordena su detención y Voltaire se refugia en el castillo de la culta Madame Châtelet, mujer con la que establecerá una larga relación personal y con la que trabajará concienzudamente en una obra sobre el pensamiento newtoniano, que lleva por título: La filosofía de Newton.
En 1742 Voltaire publica Mohamed o el fanatismo, obra que será prohibida y un año después aparece Mérope. Por esta época, en la que había estallado la guerra de sucesión austriaca, Voltaire marcha en misión secreta a Berlín, después de lo cual recupera su prestigio, siendo nombrado académico, historiógrafo y Caballero de la Cámara real. Cuando muere Madame de Châtelet en 1749, Voltaire vuelve a Berlín invitado por Federico II, pero pronto acaba mal con el monarca y, huyendo de Prusia, se le detiene en Francfort, para después ser expulsado nuevamente de Alemania. Como Francia le negó la residencia, Voltaire se refugia en Suiza.
En 1759 publica Cándido o el optimismo, obra que será inmediatamente condenada en Ginebra por sus irónicas críticas a la filosofía leibniziana y su chistosa sátira contra clérigos, nobles, reyes y militares. Las inocentes reflexiones del joven Cándido no dejan títere con cabeza. Cuatro años después compone Tratado sobre la tolerancia y en 1764 su Diccionario filosófico. Desde entonces, siendo ya Voltaire un personaje famoso e influyente en la vida pública, interviene en distintos casos judiciales, como el caso Calas y el de La Barre, que estaba acusado de impiedad, defendiendo la tolerancia y la libertad a todo dogmatismo y fanatismo.

En 1778 Voltaire vuelve a París, acogido con entusiasmo, muriendo el 30 de mayo de ese mismo año.

2.1.-El pensamiento de Voltaire

Aunque fue un pensador polifacético y poco o nada sistemático, Voltaire se convirtió en un símbolo del enciclopedismo y de las modernas ideas ilustradas que defendían la libertad de pensamiento, la tolerancia y la justicia como instrumentos superadores de la ignorancia, el dogmatismo y las supersticiones de toda índole. Frente al oscurantismo no solo ideológico, sino académico, esgrimirá Voltaire el buen hacer de su pluma, la cual gozaba de una enorme claridad crítica y de una demoledora y mordaz franqueza que le hicieron granjearse numerosos problemas y enemistades. Su escritura se mofa de la utilizada por los abstrusos escolásticos o, como sarcásticamente escribe en el Cándido, de los que se dedicaban a enseñar la metafísica teologocosmolonigológica.
Pese a compartir muchos de los postulados básicos aceptados por la mayoría de los ilustrados ingleses y franceses, a Voltaire le separa de ellos la carencia de un optimismo metafísico y la fe en un progreso humano capaz de arrebatarnos de la mezquindad y de la ruindad en la que estamos inmersos. En contra de la tesis del "buen salvaje" mantenida por Rousseau, Voltaire no cree en ninguna inocencia y bondad naturales del hombre. No es la sociedad, el Estado o la cultura la que pervierte y denigra esa inocencia primigenia del hombre, antes bien, es el propio hombre el que genera las propias condiciones de su miseria. La ética no se halla subordinada a la política, porque se trata de un ámbito inmanente a nuestra propia naturaleza. La absoluta confianza de la razón que postularon un siglo antes los racionalistas no es aceptada por Voltaire, para el cual la inteligencia humana por sí misma puede denunciar, criticar y corregir algunos prejuicios, errores o disparates, pero por sí sola es impotente para erradicar estos males.
Frente al optimismo adoptado por los ilustrados y llevado a su culmen por Leibniz en su teoría de la armonía preestablecida, en la que afirma que éste es el mejor de los mundos posibles, el joven e inocente Cándido saca sus propias conclusiones:
"-Oh, Pangloss -exclamó Cándido-. Jamás me hablaste de semejantes abominaciones, y por lo que veo y he visto son hechos concretos y verídicos. ¿Habré de renunciar a compartir tu optimismo.
-¿Qué es el optimismo? -inquirió Cacambo.
-No es sino el empeño de sostener que todo es magnífico cuanto todo es pésimo -explicó Cándido."(Cándido).

El único remedio para hacer la vida tolerable que acepta Voltaire en su obra Cándido o el optimismo es el trabajo. De nada sirve buscar fines ni mucho menos presuponer que existe cierto orden racional en el mundo susceptible de crear las condiciones necesarias en las que pueda desarrollarse una vida virtuosa y justa. Como dice chistosamente en la mencionada obra, el fin con el que Dios creó el mundo fue "para hacernos rabiar".
"- Lo que sé es que hay que cultivar nuestro jardín -le interrumpió Cándido.
- Tenéis razón -reconoció Pangloss-, porque cuando el hombre fue colocado en el jardín del Edén fue puesto ut operaretur eum para trabajar. Prueba de que el hombre no ha nacido para el ocio.
- Pues trabajemos sin discutir -concluyó Martín-. Es el único medio de hacer la vida tolerable." (Cándido)

Voltaire aceptó las tesis del deísmo, es decir, de aquella doctrina que reivindica una religión natural o racional defendiendo la libertad ideológica, de culto y la tolerancia religiosa. El anticlericalismo radical (sinónimo en nuestros días de volteranismo), que se desprende de la mayoría de sus obras, sin embargo no debe llevarnos a suponer que Voltaire defendiera una postura atea. De hecho, afirma que "si Dios no existiera sería necesario inventarlo, pero la naturaleza entera nos grita que existe".
En el Diccionario filosófico, Voltaire define el deísmo en los siguientes términos:
"El deísmo es una religión difundida en todas las religiones; es un metal que se alía con los demás metales, y cuyas venas se extienden por debajo de la tierra (...)
La religión revelada no es ni podía ser otra que la religión natural perfeccionada. De modo que el deísmo es el buen sentido que no está enterado aún de la revelación y las otras religiones son el buen sentido que pervirtió la superstición (...)"
La crítica volteriana tiene una función terapéutica, aunque es consciente de los límites de su quehacer. Efectivamente, es la propia naturaleza humana la responsable de todas sus ruindades y miserias. El mundo se rige no por el principio de lo mejor, sino de lo peor. El mal en el mundo no proviene de Dios ni de condicionantes históricos o políticos, sino del hombre mismo:
"…encuentro que todo está al revés entre los hombres, que nadie conoce sus derechos ni sus deberes (…)
- Pues yo he visto cosas peores -replicó Cándido -.Sin embargo, un sabio que murió ahorcado me enseñó que todo está hecho a la perfección y que lo que vos me decís son las sombras de un bello cuadro.
- Vuestro ahorcado se burlaba de la gente -aseguró Martín -.Vuestras sombras son manchas horribles.
- Los hombres son quienes lo manchan todo sin poder evitarlo- comentó Cándido.
- Entonces no es culpa suya -indicó Martín." (Cándido o el optimismo).

3.- Diderot

Denis Diderot, nació el 5 de octubre de 1713, en Langres (Francia), en un hogar burgués, conservador y monárquico, de padres honestos, católicos y trabajadores. Estudió con los monjes jesuitas, y luego fue desestimando su vocación religiosa, que le había sido impuesta por su familia (que quería que siguiera los pasos de su tío materno). Intentó con las ciencias jurídicas, para dedicarse, luego de obtener un título de licenciado en artes, en 1732, a escribir, y llevar una vida bohemia.

Contrajo enlace con una modesta costurera, llamada Antoinette Champiom, en 1743, de gran espíritu católico con la oposición de su padre, que intentó encerrarlo en un convento para evitar la boda. De este matrimonio tuvo cuatro hijos, de los cuales solo sobrevivió la última, de nombre Angelique.

Su vida se caracterizó por la existencia de muchos amores, como la relación que mantuvo con Madame Puisieux, a partir de 1745, escritora, y también con Sophie Volland, que fue la última, a partir de 1755, y más duradera, y con quien mantuvo un intercambio epistolar muy interesante.

En 1743 tradujo la obra de Stanyan: “la Historia de Grecia”, y entre 1746 y 1748, a Robert James, en su “Diccionario Médico”, con la colaboración de François-Vincent Toussaint y Marc-Antoine Eidous. En 1746 escribió un libro donde expuso su concepción religiosa deísta: “Pensamientos filosóficos” obra censurada. A partir de entonces, comenzó a manifestar en sus creaciones literarias una frecuente crítica hacia el catolicismo y su modo de vida.

Fue el encargado de reunir, junto a D´Alembert el conocimiento científico de la época en una obra de enorme trascendencia, “La Enciclopedia”, basada en la traducción de la realizada por Ephraim Chambers, que demandó muchos años de esfuerzo (1751-1772) a cargo de los más prestigiosos pensadores iluministas, como Rousseau, a quien lo unió una amistad y luego un profundo distanciamiento, Adam Smith y Montesquieu.

La obra en un principio fue encargada por el editor André Le Breton al inglés John Mills y al abate Jean Paul de Gua de Malves. Estos abandonaron la empresa al poco tiempo. Así fue que se encargó la obra a Diderot en 1747, que debió luchar contra muchos escollos, principalmente la oposición de la iglesia.

En 1749, publicó “Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver” cuyo contenido escéptico lo llevó a la cárcel por tres meses.

Un decreto del Consejo Real, del mes de enero de 1752, luego de conocerse los dos primeros tomos, prohibió la publicación de La Enciclopedia. La posibilidad de su continuación se debió a la intervención de Madame de Pompadour, pero siete años después fue prohibida de nuevo, por presión de la Santa Sede sobre el Parlamento parisino. Esto ocasionó el retiro de D'Alembert. Si bien se logró continuar con la publicación existió censura del contenido por parte del editor, que motivó el alejamiento de Diderot de la dirección de la empresa en 1765, tras publicarse 10 tomos.

En 1796, siguiendo con su crítica a la vida monacal, publicó “La Religiosa” y ese mismo año “Jacobo el fatalista”, cuyo tema era el libre albedrío. En “El sobrino de Romeau” realizó un análisis despectivo de la sociedad en la que vivía.

En resumen toda su vasta obra tuvo como temas, la crítica religiosa, la exposición deísta naturalista, y empirista de su pensamiento, ya que confiaba fundamentalmente en el valor del conocimiento sensible, y el de los instintos y pasiones, organizados, que producían la superación del ser humano al fomentar su deseo. Propuso el escepticismo, como primer paso hacia la búsqueda de lo verdadero, la duda y las de razones que confirmaran su verdad o falsedad.

Fue también crítico de arte, publicando una revista llamada “Salons” y un periódico “Salones”

Una enfermedad pulmonar le produjo la muerte, en París, el 31 de julio de 1784. La iglesia de Saint Roch, guarda sus restos.

Catalina II de Rusia de la que fue consejero, se convirtió en la depositaria de su biblioteca, que había pagado a su dueño en vida, permitiéndole conservarla hasta su deceso.

En París existe un Boulevard que lo recuerda, llevando su nombre.

4.- Rousseau

Pese a que fue uno de los grandes ideólogos de la revolución francesa, el pensamiento de Jean Jacques Rousseau (1712-1778) se separa en muchos puntos esenciales de los ideales mantenidos por otros ilustrados franceses, como Voltaire, Diderot, D'Alambert o Montesquieu.

Por su aguda crítica a la civilización y la cultura, y su audaz desprecio a la idea de un progreso o mejora de la humanidad fundamentado en el uso de la razón, Rousseau se convirtió en uno de los pensadores más atípicos de la ilustración, anticipándose a las tesis que mantuvo posteriormente el Romanticismo. Frente a la fría racionalidad heredera del racionalismo, defenderá el sentimiento y la pasión como valores intrínsecos y esenciales al ser humano; valores que habían sufrido un enorme menoscabo y en cuyo desdén arraigaban los pilares de la cultura occidental.
Nacido en Ginebra el 28 de Junio de 1712, Rousseau pertenecía a una familia económicamente modesta y de religión protestante de la que recibió una deficiente educación. Huérfano de madre desde niño, su padre, relojero, aficionado a la música y bailarín, tuvo que huir de Ginebra por una disputa con un militar de buena familia, confiando su hijo al cuidado del pastor Lambercier hasta 1724, fecha en la que Rousseau comienza a trabajar en diferentes oficios. Siendo ayudante de un grabador, huyó de éste debido a sus violentos modales, dejando Ginebra y vagabundeando por distintas ciudades hasta llegar a Annency, donde fue acogido por Madame de Warens, una conversa al catolicismo que pretendía que Rousseau abjurase del protestantismo, por lo que le envió a Turín para ser bautizado y convertido. Allí nuestro filósofo se ganó la vida temporalmente contratado por la esposa de un tendero, pasando al servicio de Madame de Vercellis en 1728 y un año después sirviendo en casa del conde de Gouvon.

Entre 1729 y 1730, Rousseau deambula por numerosas ciudades dedicándose a enseñar música y en 1731 viaja por vez primera a París, donde trabaja como preceptor. A finales de año se traslada a casa de Madame de Warens en Chámbery, que le consigue un empleo en el catastro de Saboya, residiendo allí durante ocho años, en los que se dedica a estudiar música, filosofía, química, matemáticas y latín.
En 1742 viaja de nuevo a París para presentar una nueva notación musical que la Academia no consideró "ni útil ni original". Sin embargo, en estas fechas contactó con Diderot y otros ilustrados. En 1743 publica su Disertación sobre la música moderna y al año siguiente conoce a Théresè Levasseur, con la que mantiene relaciones estables de las que tendrá cinco hijos, todos ellos confinados en un orfanato.
Después de redactar numerosos artículos sobre música para la Enciclopedia a petición de D'Alambert, representa en 1745 la ópera Las musas galantes y establece amistad con Grimm y Diderot. Fue precisamente en una visita a éste a la cárcel cuando Rousseau leyó en un periódico que se celebraba un concurso de ensayo de la Academia de Dijon cuyo tema versaba sobre si debían considerarse beneficiosas para la moral humana las artes y las ciencias. Dicho concurso lo ganó Rousseau en 1750 con el ensayo Discurso sobre las ciencias y las artes, texto en el que mantenía una postura pesimista que anticipó muchas de las tesis freudianas de El malestar de la cultura y en la que se oponía abiertamente al pensamiento de los filósofos ilustrados defendiendo que las artes y las ciencias, fuentes de perversión y esclavitud, contribuían esencialmente a la degeneración y envilecimiento del hombre.
Obra de gran polémica en su tiempo, el Discurso arranca de una hipótesis contraria a la mantenida por Hobbes de un estado salvaje de naturaleza en el que el hombre estaba en guerra contra el hombre, siendo cada uno enemigo del otro y viviendo todos en el miedo, la desconfianza y el terror. Rousseau concibe que el estado "natural" del hombre, antes de surgir la vida en sociedad, era bueno, feliz y libre. El "buen salvaje" vivía independiente, guiado por el sano amor a sí mismo. Este estado natural es "un estado que no existe ya, que acaso no ha existido nunca, que probablemente no existirá jamás, y del que es necesario tener conceptos adecuados para juzgar con justicia nuestro estado presente", es decir, se trata de una hipótesis que permite valorar la realidad actual: el estado social, aquel en el que el hombre se aparta de la naturaleza para vivir en comunidad, guiado por el egoísmo, el ansia de riqueza (propiedad) y la injusticia.
El Discurso causó tantas controversias que Rousseau tuvo que abandonar su puesto y dedicarse a trabajar como copista de música. En 1752 presenta en la corte su ópera El adivino del pueblo y, en 1754 publica una de sus grandes obras: Discurso sobre el origen y el fundamento de la desigualdad entre los hombres, en la que lleva a cabo una dura crítica de las instituciones políticas y sociales como grandes corruptoras de la inocencia y bondad naturales del hombre. De ella dijo Voltaire que era un libro "contra el género humano", que cuando se lee "entran ganas de andar a cuatro patas". Sin embargo, en esta obra y en las siguientes, Rousseau analiza el tránsito del hipotético estado de naturaleza al estado social como una degeneración (no un progreso) producto de las desigualdades sociales que surgen con la propiedad privada, el derecho para protegerla, y la autoridad para que se cumpla ese derecho. Las leyes establecidas en toda sociedad son siempre las leyes que defienden al poderoso, al rico y a su poder frente a los no poseedores de propiedad, a los pobres. La propiedad privada y el derecho han creado un abismo entre dos "clases" jerárquicamente diferenciadas entre sí: la clase de los propietarios, de los poderosos y de los amos, frente a la clase de los no propietarios, pobres y esclavos. Esta situación no es superable, según Rousseau, pero puede ser mitigada a través de una sana vuelta a la naturaleza y una educación que fomente el individualismo y la independencia del hombre.
Después de publicar esta obra Roussesau volvió a Ginebra y se acogió de nuevo al calvinismo, instalándose en 1756 en la casa de campo de Madame d'Epinay en Montmorency, junto con Théresè y la madre de ésta. Pero pronto surgen problemas, debido al enamoramiento de Rousseau por la condesa d'Houdetot, que finalmente llevó a las dos mujeres a cortar relaciones con Rousseau, el cual se retiró a casa del mariscal de Luxemburgo en 1757. Un año después publica su novela epistolar La nueva Eloísa y en 1762 aparecerán dos de sus obras más importantes: El contrato social y Emilio o de la educación. Ambas serán prohibidas inmediatamente por el parlamento de París (después en Ginebra, en Holanda y en Berna), que ordena su detención, por lo que Rousseau se refugia en Neuchâtel, dependiente de Prusia. Estas obras se oponían de forma contundente al liberalismo de Montesquieu, al utilitarismo, así como a toda forma de aristocratismo ideológico o político.
En el Emilio, Rousseau hace un análisis de la educación donde analiza los procesos mediante los cuales el niño se sociabiliza y pierde su bondad e inocencia natural. Frente a la fría cultura racionalista y libresca, propone una educación que siga y fomente los procesos naturales humanos sin alterarlos y que se base en los sentimientos naturales del amor a sí mismo y del amor al prójimo. Criticando la pedagogía ilustrada, Emilio se educará a sí mismo para dar lugar a una nueva sociedad, más libre y cercana a su estado natural.
En El contrato social, Rousseau manifiesta otra manera de paliar la degeneración a la que nos vemos abocados en el estado social, degeneración que resume en su célebre frase "el hombre nace libre, pero en todas partes se encuentra encadenado". Las injusticias sociales y la fractura de "clase" pueden mitigarse no sólo a través de la educación, sino transformando el orden social endógenamente, es decir: desde el interior de la sociedad misma, y sin violencia. Los hombres deben establecer un nuevo Contrato Social que los acerque a su estado natural. Este contrato no es un pacto o convenio entre individuos (Hobbes) ni un contrato bilateral (Locke). El nuevo contrato social es un pacto de la comunidad con el individuo y del individuo con la comunidad, desde el que se genera una "voluntad general" que es distinta a la suma de las voluntades individuales y que se constituye en fundamento de todo poder político. La soberanía ha de emanar de la voluntad general, siendo indivisible (contra Locke y Montesquieu, Rousseau no es partidario de la separación de poderes) e inalienable (la ley procede de la Voluntad General y sus ejecutores son, por lo tanto, sustituibles). La libertad individual ha de constituirse, a través de la Voluntad General, en libertad civil y en igualdad. Todo esto aspira a un deseo o proyecto; se refiere al deber ser, no al ser.
La graves acusaciones que le acarrearon estas obras obligaron a Rousseau a refugiarse en Inglaterra, invitado por el filósofo empirista David Hume. Pero sus graves trastornos mentales y el empeoramiento de sus manías persecutorias le enfrentaron con todos sus amigos, a lo que contribuyó una pesada broma que le gastó Horace Walpole. Éste, conociendo la inestabilidad de Rousseau, escribió una carta para asustarle, en la que le convencía de los malévolos planes que tenía el gobierno para asesinarle, utilizando como intermediario a Hume, al que Rousseau, mentalmente desequilibrado, acusó injustamente de todo. De vuelta a Francia en 1768, Rousseau se casa con Théresè, trabajando como copista en París en 1770. Fallece en 1778, súbitamente, habiendo sospechas de suicidio.
Pese a lo controvertido de su vida y de su obra, no cabe duda de que el pensamiento de Rousseau ha sido la gran fuente de inspiración tanto de la Revolución francesa, como de la comuna de París y de los movimientos comunistas del siglo XIX, inspirando también a Tomas Jefferson en su Declaración de independencia de los EE.UU de América. Además de en cuestiones políticas, Rousseau influyó enormemente en la literatura, así como en el movimiento romántico, del que fue un claro precursor.

4.- Bibliografía

-Ernst Cassirer, Filosofía de la Ilustración, Fondo de cultura Económica, 1993.

-Julián Marías, Historia de la filosofía, ed. Alianza, 2003.

-A. Ginzo Fernández, La Ilustración Francesa: Entre Voltaire y Rousseau, ed. Cincel.

-F. Copleston, Historia de la filosofía, ed. Ariel.

-www.wikipedia.org.

-www.artehistoria.jcyl.es.

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Enviado por:Damián
Idioma: castellano
País: España

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