Educación y Pedagogía


Historia de la educación


HISTORIA DE LA EDUCACIÓN CONTEMPORÁNEA

Pedagogía S- XVIII


CONTEXTO HISTÓRICO S - XVIII

El contexto se remonta al proceso social y político que acaeció en Francia entre 1789 y 1799, cuyas principales consecuencias fueron el derrocamiento de Luis XVI, perteneciente a la Casa real de los Borbones, la abolición de la monarquía en Francia y la proclamación de la I República, con lo que se pudo poner fin al Antiguo Régimen en este país. Aunque las causas que generaron la Revolución fueron diversas y complejas, éstas son algunas de las más influyentes: la incapacidad de las clases gobernantes —nobleza, clero y burguesía— para hacer frente a los problemas de Estado, la indecisión de la monarquía, los excesivos impuestos que recaían sobre el campesinado, el empobrecimiento de los trabajadores, la agitación intelectual alentada por el Siglo de las Luces y el ejemplo de la guerra de la Independencia estadounidense.

Durante los últimos decenios del siglo XVII y los primeros del XVIII se produce en Europa un cambio importante en todos los órdenes. Los valores y conceptos que presidían la sociedad del Barroco entran en crisis poco a poco, pero irreversiblemente. El cambio, parte de Iglaterra y de un conjunto importante de intelectuales que juzgan los viejos valores de la sociedad y del saber tradicionales. El crecimiento socio-económico de la burguesía es, socialmente, el punto de partida de una serie continuada de cambios, que se extienden e influyen en todos los órdenes de la vida y que conocemos con el nombre de La Ilustración.

El sistema social, político y económico que existia a Europa era el sistema del Antiguo Régimen.

El sistema político era la monarquía absoluta.El rey ejercía todos los poderes respaldandose en la teórica eleccion divina del sistema.

Al mismo tiempo el monarca tenia una serie de limitaciones, como eran los privilegios estamentales o provinciales.Estos eran el derecho constitudinario y las leyes fundamentales del reino.

La sociedad estamental, estaba dividida en grupos sociale o estamentos a las cuales se accedía por nacimiento. Había 3 estamentos: Nobleza, Clero y tercer Estado. Los 2 primeros eran los estamentos privilegiados, ya que poseían una serie de privilegios como eran el no pagar impuestos directos y el monopolio de los altos cargos políticos, militares y eclesiásticos. No existía la igualdad jurídica y cada estamento se regia por un código jurídico diferente.

La ecomomía estaba caracterizada por el predominio del sector agrícola y la estructura feudal en el campo, donde subsistían los señorios jurisdiccionales.

El aumento del comercio favoreció el enriquecimiento de la burguesía y el desarrollo de los sectores productivos.

No obstante, el siglo XVIII, aun estando el sistema del antiguo régimen, fue un periodo de importantes cambios ideológicos, entre los cuales hay que destacar la ilustración o el liberalismo. También se produjeron muchas revoluciones que pretendieron traer más libertades e igualdades entre las personas. Entre ellas cabe destacar la Revolución Americana y la Revolución Francesa. Tanto una como la otra surgieron como protesta al Antiguo Régimen y intentaron traer consigo igualdades y libertades para las personas.

Los precursores de la Ilustración pueden remontarse al siglo XVII e incluso antes. Abarcan las aportaciones de grandes racionalistas como René Descartes y Baruch Spinoza, los filósofos políticos Thomas Hobbes y John Locke y algunos pensadores escépticos galos de la categoría de Pierre Bayle o Jean Antoine Condorcet

Sobre las suposiciones y creencias básicas comunes a filósofos pensadores de este periodo, quizá lo más importante fue una fe constante en el poder de la razón humana. La época sufrió el impacto intelectual causado por la exposición de la teoría de la gravitación universal de Isaac Newton. Si la humanidad podía resolver las leyes del Universo, las propias leyes de Dios, el camino estaba abierto para descubrir también las leyes que subyacen al conjunto de la naturaleza y la sociedad. De acuerdo con la filosofía de Locke, los autores del siglo XVIII creían que el conocimiento no es innato, sino que procede sólo de la experiencia y la observación guiadas por la razón. A través de una educación apropiada, la humanidad podía ser modificada, cambiada su naturaleza para mejorar. Se otorgó un gran valor al descubrimiento de la verdad a través de la observación de la naturaleza, más que mediante el estudio de las fuentes autorizadas, como Aristóteles y la Biblia. Aunque veían a la Iglesia —especialmente la Iglesia católica— como la principal fuerza que había esclavizado la inteligencia humana en el pasado, la mayoría de los pensadores de la Ilustración no renunció del todo a la religión. Optaron más por una forma de deísmo, aceptando la existencia de Dios y de la otra vida, pero rechazando las complejidades de la teología cristiana.

Más que un conjunto de ideas fijas, la Ilustración implicaba una actitud, un método de pensamiento. De acuerdo con el filósofo Immanuel Kant, el lema de la época debía ser “atreverse a conocer”. Muchos defensores de la Ilustración no fueron filósofos según la acepción convencional, y en un intento de orientar la opinión pública a su favor, imprimieron panfletos, folletos anónimos y crearon gran número de periódicos y diarios.

Francia conoció, más que ningún otro país, un desarrollo sobresaliente de estas ideas y el mayor número de propagandistas de las mismas. Fue allí donde el filósofo, político y jurista Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu, uno de los primeros representantes del movimiento, empezó a publicar varias obras satíricas contra las instituciones existentes, así como su monumental estudio de las instituciones políticas, El espíritu de las leyes (1748). Fue en París donde Denis Diderot, autor de numerosos panfletos filosóficos, emprendió la edición de la Enciclopedia (1751-1772). Esta obra, en la que colaboraron numerosos autores, fue concebida como un compendio de todos los conocimientos y a la vez como un arma polémica, al presentar las posiciones de la Ilustración y atacar a sus oponentes. Sin duda, el más influyente y representativo de los escritores franceses fue Voltaire. Inició su carrera como dramaturgo y poeta, pero es más conocido por sus prolíficos panfletos, ensayos, sátiras y novelas cortas, en los que popularizó la ciencia y la filosofía de su época. La Ilustración fue también un movimiento cosmopolita y antinacionalista con numerosos representantes en otros países. La Ilustración penetró tanto en España como en los dominios españoles de América.

Durante la primera mitad del siglo XVIII, los líderes de la Ilustración libraron una ardua lucha contra fuerzas considerables. Muchos fueron encarcelados por sus escritos, y la mayoría sufrió persecución y penas por parte de la censura gubernamental, así como descalificaciones y condenas de la Iglesia. En muchos aspectos, sin embargo, las últimas décadas del siglo marcaron un triunfo del movimiento en Europa y en toda América. Hacia 1770, la segunda generación de ilustrados recibió pensiones del gobierno y asumió la dirección de academias intelectuales establecidas. El enorme incremento en la publicación de periódicos y libros aseguró una amplia difusión de sus ideas. Los experimentos científicos y los escritos filosóficos llegaron a estar de moda en amplios círculos de la sociedad, incluidos los miembros de la nobleza y del clero.

A finales del siglo XVIII surgieron algunos cambios en el pensamiento de la Ilustración. Bajo la influencia de Rousseau, el sentimiento y la emoción llegaron a ser tan respetables como la razón. En la década de 1770 los escritores ensancharon su campo de crítica para englobar materias políticas y económicas. De mayor importancia en este aspecto fue la experiencia de la guerra de la Independencia estadounidense (en las colonias británicas). A los ojos de los europeos, la Declaración de Independencia y la guerra revolucionaria anunciaron que, por primera vez, algunas personas iban más allá de la mera discusión de ideas ilustradas y las estaban aplicando.

Suele decirse que el Siglo de las Luces concluyó con la Revolución Francesa de 1789, pero no son pocos los que contemplan e interpretan la inquietud política y social de este periodo como causa desencadenante de la Revolución. Al incorporar muchas de las ideas de los ilustrados, la Revolución, en sus etapas más difíciles, entre 1792 y 1794, sirvió para desacreditar estas ideas a los ojos de muchos europeos contemporáneos. El enorme impacto que la Revolución Francesa causó en España, tras la muerte de Luis XVI, así como en los dominios españoles de América, provocó una violenta persecución de las personas más representativas de las nuevas ideas. Se estableció una censura total y se cerraron las fronteras, prohibiéndose el paso de todo tipo de libros y folletos, o su embarque hacia América.

De lo que no cabe duda es de que la Ilustración dejó una herencia perdurable en los siglos XIX y XX. Marcó un paso clave en el declinar de la Iglesia y en el crecimiento del secularismo actual. Sirvió como modelo para el liberalismo político y económico y para la reforma humanitaria a través del mundo occidental del siglo XIX. Fue el momento decisivo para la creencia en la posibilidad y la necesidad de progreso que pervivió, de una forma moderada, en el siglo XX.

En España

El siglo XVIII es el de la Ilustración, donde se pone de manifiesto el lema de la revolución ilustrada: "todo para el pueblo pero sin el pueblo". Ante una población desheredada, la cultura es privativa de una minoría. Los pobres no tienen acceso al cultivo de la inteligencia.

La llegada a España de la Ilustración se produjo gracias al cambio de la dinastía, es decir, a la llegada de la dinastía Borbónica, la cual procedía de Francia y estaba muy comprometida con la Ilustración. Esto otorgó a España un sentimiento mas Europeo y una apertura hacia el resto de Europa.

Sin embargo, la penetración e implantación de la Ilustración en españa fue lenta y conflictiva, y además, los ideales de este movimiento intelectual nunca se lograron del todo. Las clases pudientes se opusieron a depender de la nueva clase que había arrasado en toda Europa, la burguesía, se negaba a dejar su inflencia y pasar a un segundo plano, además el pueblo era inculto y tenía un alto índice de analfabetismo, se encontraba ideológicamente dominado por una institución como la iglesia católica muy poderosa y privilegiada, (reacia por tanto al cambio) y que percibía en las nuevas ideas la contestación a su autoridad indiscutida durante siglos. Sumásele a este cuadro de reaccionarismo el recelo de una nación que hasta el siglo anterior había sido un potente imperio (si bien ya herido de muerte) y a la que se le había asestado el mazazo histórico de Utrech.

Los gremios estaban encerrados sobre sí mismos y limitaban el acceso al aprendizaje. La enseñanza primaria era bastante deficiente y mal dotada de medios. La enseñanza superior se impartía en la Universidad.

El siglo fue propicio a la creación de cenáculos y academias. La pionera fue la Regia Sociedad de Filosofía y Medicina de Sevilla (1700) que más tarde cambiaría el nombre por el de Medicina y demás Ciencias. La Real Academia de Buenas Letras, fundada en 1751 por el presbítero Luis Germás y Ribón; sus socios suelen ser ilustrados y rigurosamente historicistas, aunque tradicionales y religiosos. En 1749 Sevilla contó con la primera Biblioteca Pública.

Por tanto, en España, ya desde finales del s. XVII, se venía produciendo un acercamiento a la cultura y a la literatura francesa, y, a pesar del hostigamiento y la oposición a los reformistas ilustrados, la Ilustración penetró desde muy pronto en España aunque bastante lentamente.

PEDAGOGIA DEL S - XVIII

Durante el siglo XVIII la preocupación principal de la educación va encaminada al ejercicio de la razón en el contacto con la naturaleza, para de esta manera alcanzar el conocimiento científico.

Esta preocupación de carácter intelectualista se ve exagerada en el siglo XVIII, aquí se levanta el trono de la Diosa Razón, época de pensamiento no original , sino montado sobre el edificio que habían levantado los ideólogos del siglo anterior Bacon, Descartes, Locke, Leibinz...

El siglo XVIII ha sido conocido como la “época de las luces”. Su origen se encuentra en los países bajos e Inglaterra, después pasó a Francia, donde su portavoz fundamental fue la famosa enciclopédia, posteriormente se difunde al resto de los paises Europeos.

Este movimiento intelectual filosófico, es calificado de distintas formas según los paises. En Inglaterra se denominó Enlieghment, Epoque des lumières en Francia e ilustración en España.

La idolatria de la razón Crítica, esta somete a juicio todas las realidades que hacen referencia al hombre, al estado, la sociedad, la economia, el Derecho, la Educación, la religión.

Como consecuencia de esto, se crea una causa de liberación de todo impedimiento anterior al hombre , para dirigir automaticamente el destino de la humanidad. El instrumento para esta conducción de la historia hace un progreso ilimitado, será el conocimiento científico.

Las metas a conseguir en todo este proceso son la libertad y la fidelidad.

Por esta fe en el poder de la Educación el s-XVIII ha sido llamado el siglo de la educación.

Aquí se cree que las reformas educativas son la solución de todos los problemas que aquejan al hombre. Por eso quieren ponerla al dia tanto en métodos como en contenidos, y extenderla al mayor número posible de ciudadanos.

La obra de la encyclopedie dirigida por Diderot y D´Alembert , es la obra donde se encuentran todas las nuevas ideas.

La enciclopedia , es la más completa expresión de la revolución de la francesa.En esta obra se agrupan los más preestigiosos escritores del momento: Voltaire, Rousseau, Condillac, D´Holbach, Helvetius...Recoge y resume todo el saber de su época, pero no es sólo receptiva sino crítica.

Es considerada por sus autores “un cuadro general de los esfuerzos del talento humano en todos los géneros y en todos los siglos”, es decir, un resumen de la ciencia y de la filosofía elaboradas hasta ese momento, no puede dejar de tratar temas pedagógicos.

Pero lo hace de pasada, como sucede en el artículo dedicado a la Educación de Dumarsais.

Dumersais presenta un plan de estudios en el que da importancia a la física y al ejercicio de las Artes. Procura que los conocimientos partan de lo concreto y no de lo abstracto. Hace un estúdio psicológico del Alma humana, del origen y desarrollo de us ideas y sentimientos . Finalmente , recomienda a los jóvenes la “lectura de los periodicos”

Realmente, la influencia de la Enciclopedia en la historia de la educación no se debe a sus trabajos dirigidos de modo expreso al tema pedagógico, sino, en frase de Compayre, a “la influencia general que ha ejercido en el espiritu francés, defendendio las ciencias, tanto en el aspecto teórico como en el práctico, vulgarizando los conocimientos técnicos , alabando las artes industriales , y preparando así el camino a una educación positiva y científica, frente a la educación literaria y formalista”

La pedagogía de la ilustración, es esencialmente analítica, dado los procesos de fraccionamiento que presenta la sabiduría humana no como un todo integral sino como una suma de elementos individualizados, está bien representada en la misma estructura formal de la enciclopédia .

Lejos de preocuparse por una ordenación jerárquica en la distribución del saber, intenta ofrecer una acumulación casi indefinida de conocimientos. Para exponerlos, dedicará cuantos volúmenes sean necesarios. Y el único que presenta es el alfabético. La sabiduria aparece sin otro carácter orgánico que el que pueda ofrecer la ordenación sucesiva de las palabras, a través de sus letras.

Ilustración

Los precursores de la Ilustración pueden remontarse al siglo XVII e incluso antes. Abarcan las aportaciones de grandes racionalistas como René Descartes y Baruch Spinoza, los filósofos políticos Thomas Hobbes y John Locke y algunos pensadores escépticos galos de la categoría de Pierre Bayle o Jean Antoine Condorcet. No obstante, otra base importante fue la confianza engendrada por los nuevos descubrimientos en ciencia, y asimismo el espíritu de relativismo cultural fomentado por la exploración del mundo no conocido.

Sobre las suposiciones y creencias básicas comunes a filósofos pensadores de este periodo, quizá lo más importante fue una fe constante en el poder de la razón humana. La época sufrió el impacto intelectual causado por la exposición de la teoría de la gravitación universal de Isaac Newton. Si la humanidad podía resolver las leyes del Universo, las propias leyes de Dios, el camino estaba abierto para descubrir también las leyes que subyacen al conjunto de la naturaleza y la sociedad. Se llegó a asumir que mediante un uso juicioso de la razón, un progreso ilimitado sería posible —progreso en conocimientos, en logros técnicos y sus consecuencias también en valores morales—. De acuerdo con la filosofía de Locke, los autores del siglo XVIII creían que el conocimiento no es innato, sino que procede sólo de la experiencia y la observación guiadas por la razón. A través de una educación apropiada, la humanidad podía ser modificada, cambiada su naturaleza para mejorar. Se otorgó un gran valor al descubrimiento de la verdad a través de la observación de la naturaleza, más que mediante el estudio de las fuentes autorizadas, como Aristóteles y la Biblia. Aunque veían a la Iglesia —especialmente la Iglesia católica— como la principal fuerza que había esclavizado la inteligencia humana en el pasado, la mayoría de los pensadores de la Ilustración no renunció del todo a la religión. Optaron más por una forma de deísmo, aceptando la existencia de Dios y de la otra vida, pero rechazando las complejidades de la teología cristiana. Creían que las aspiraciones humanas no deberían centrarse en la próxima vida, sino más bien en los medios para mejorar las condiciones de la existencia terrena. La felicidad mundana, por lo tanto, fue antepuesta a la salvación religiosa. Nada se atacó con más intensidad y energía que la doctrina de la Iglesia, con toda su historia, riqueza, poder político y supresión del libre ejercicio de la razón.

Más que un conjunto de ideas fijas, la Ilustración implicaba una actitud, un método de pensamiento. De acuerdo con el filósofo Immanuel Kant, el lema de la época debía ser “atreverse a conocer”. Surgió un deseo de reexaminar y cuestionar las ideas y los valores recibidos, de explorar nuevas ideas en direcciones muy diferentes; de ahí las inconsistencias y contradicciones que a menudo aparecen en los escritos de los pensadores del siglo XVIII. Muchos defensores de la Ilustración no fueron filósofos según la acepción convencional y aceptada de la palabra; fueron vulgarizadores comprometidos en un esfuerzo por ganar adeptos. Les gustaba referirse a sí mismos como el “partido de la humanidad”, y en un intento de orientar la opinión pública a su favor, imprimieron panfletos, folletos anónimos y crearon gran número de periódicos y diarios. En España, `las luces' penetraron a comienzos del siglo XVIII gracias a la obra, prácticamente aislada y solitaria, pero de gran enjundia del fraile benedictino Benito Jerónimo Feijoo, el pensador crítico y divulgador más conocido durante los reinados de los primeros reyes Borbones. Escribió Teatro crítico universal (1739), en nueve tomos y Cartas eruditas (1750), en cinco volúmenes más, en los que trató de recoger todo el conocimiento teórico y práctico de la época.

Francia conoció, más que ningún otro país, un desarrollo sobresaliente de estas ideas y el mayor número de propagandistas de las mismas. Fue allí donde el filósofo, político y jurista Charles-Louis de Montesquieu, uno de los primeros representantes del movimiento, empezó a publicar varias obras satíricas contra las instituciones existentes, así como su monumental estudio de las instituciones políticas, El espíritu de las leyes (1748). Fue en París donde Denis Diderot, autor de numerosos panfletos filosóficos, emprendió la edición de la Enciclopedia (1751-1772). Esta obra, en la que colaboraron numerosos autores, fue concebida como un compendio de todos los conocimientos y a la vez como un arma polémica, al presentar las posiciones de la Ilustración y atacar a sus oponentes. Sin duda, el más influyente y representativo de los escritores franceses fue Voltaire. Inició su carrera como dramaturgo y poeta, pero es más conocido por sus prolíficos panfletos, ensayos, sátiras y novelas cortas, en los que popularizó la ciencia y la filosofía de su época, y por su voluminosa correspondencia con escritores y monarcas de toda Europa. Gozaron de prestigio las obras de Jean Jacques Rousseau, cuyo Contrato social (1762), el Emilio, o la educación (1762) y Confesiones (1782) tendrían una profunda influencia en posteriores teorías políticas y educativas y sirvieron como impulso literario al romanticismo del siglo XIX. La Ilustración fue también un movimiento cosmopolita y antinacionalista con numerosos representantes en otros países. Kant en Alemania, David Hume en Escocia, Cesare Beccaria en Italia y Benjamín Franklin y Thomas Jefferson en las colonias británicas mantuvieron un estrecho contacto con los ilustrados franceses, pero fueron importantes exponentes del movimiento. La Ilustración penetró tanto en España como en los dominios españoles de América.

Durante el reinado de Carlos III, el `rey ilustrado' por excelencia, las obras de los escritores franceses se leían en español, generalmente en traducciones más o menos retocadas, pero también directamente en francés. Fueron muchos los españoles e hispanoamericanos que viajaban a Francia por motivos de estudio e instrucción, en las artes y las ciencias y los dirigentes políticos de la época, conde de Aranda, conde de Campomanes, conde de Floridablanca, duque de Almodóvar, promovieron y frecuentaron el trato con los pensadores y filósofos de las nuevas ideas. Las vías de expresión fueron los periódicos, las universidades y las florecientes Sociedades de Amigos del País.

Entre los españoles `ilustrados', se puede citar a Isidoro de Antillón, geógrafo e historiador; Francisco Cabarrús, crítico y cronista de su tiempo; Juan Meléndez Valdés, que hizo de la Universidad de Salamanca un polo de atracción `ilustrada'; Gaspar Melchor de Jovellanos, político y reformador; Valentín de Foronda, embajador y economista, entre otros.

Durante la primera mitad del siglo XVIII, los líderes de la Ilustración libraron una ardua lucha contra fuerzas considerables. Muchos fueron encarcelados por sus escritos, y la mayoría sufrió persecución y penas por parte de la censura gubernamental, así como descalificaciones y condenas de la Iglesia. En muchos aspectos, sin embargo, las últimas décadas del siglo marcaron un triunfo del movimiento en Europa y en toda América. Hacia 1770, la segunda generación de ilustrados recibió pensiones del gobierno y asumió la dirección de academias intelectuales establecidas. El enorme incremento en la publicación de periódicos y libros aseguró una amplia difusión de sus ideas. Los experimentos científicos y los escritos filosóficos llegaron a estar de moda en amplios círculos de la sociedad, incluidos los miembros de la nobleza y del clero. Algunos monarcas europeos adoptaron también ideas o al menos el vocabulario de la Ilustración. Voltaire y otros ilustrados quienes gustaban del concepto del rey-filósofo, difundiendo sus creencias gracias a sus relaciones con la aristocracia, acogieron complacientes la aparición del llamado despotismo ilustrado, del que Federico II de Prusia, Catalina la Grande de Rusia, José II de Austria y Carlos III de España fueron los ejemplos más célebres. Desde una visión retrospectiva, sin embargo, la mayoría de estos monarcas aparece manipulando el movimiento, en gran parte con propósitos propagandísticos y fueron, con mucho, más despóticos que ilustrados.

A finales del siglo XVIII surgieron algunos cambios en el pensamiento de la Ilustración. Bajo la influencia de Rousseau, el sentimiento y la emoción llegaron a ser tan respetables como la razón. En la década de 1770 los escritores ensancharon su campo de crítica para englobar materias políticas y económicas. De mayor importancia en este aspecto fue la experiencia de la guerra de la Independencia estadounidense (en las colonias británicas). A los ojos de los europeos, la Declaración de Independencia y la guerra revolucionaria anunciaron que, por primera vez, algunas personas iban más allá de la mera discusión de ideas ilustradas y las estaban aplicando. Es probable que la guerra alentara los ataques y críticas contra los regímenes europeos existentes.

Suele decirse que el Siglo de las Luces concluyó con la Revolución Francesa de 1789, pero no son pocos los que contemplan e interpretan la inquietud política y social de este periodo como causa desencadenante de la Revolución. Al incorporar muchas de las ideas de los ilustrados, la Revolución, en sus etapas más difíciles, entre 1792 y 1794, sirvió para desacreditar estas ideas a los ojos de muchos europeos contemporáneos. El enorme impacto que la Revolución Francesa causó en España, tras la muerte de Luis XVI, así como en los dominios españoles de América, provocó una violenta persecución de las personas más representativas de las nuevas ideas. Se estableció una censura total y se cerraron las fronteras, prohibiéndose el paso de todo tipo de libros y folletos, o su embarque hacia América.

Aunque se produjo un repunte de interés modernizado y progresista bajo el gobierno de Manuel Godoy con la ayuda de Jovellanos, el miedo a la contaminación revolucionaria favoreció la represión más absoluta, tanto en la metrópoli como en los dominios de la América española. La existencia de numerosas Sociedades de Amigos del País en los virreinatos favoreció la implantación y extensión de la `ilustración' en América Latina.

El proyecto de la Ilustración pretendió transformar un orden social regido por la tradición y la religión en otro diseñado racionalmente para servir un ideal de justicia universal. En esta nueva sociedad racional los individuos actuarían de acuerdo con el ejercicio individual de la razón. Este ejercicio debía conducir a la generación de normas de comportamiento de validez práctica universal; es decir, constitutivas de un orden justo en el cual todos los seres humanos fuesen tratados como fines en sí mismos. De este modo, la razón conduciría la discusión del los fines institucionales en el foro político del que, continuamente, se alimentaría el orden social racional ("reino de los fines"). El ejercicio individual de la libertad, bajo esta concepción, era la voluntad y la capacidad de usar la razón como guía del comportamiento individual en contra de los mandatos provenientes de las inclinaciones corporales y de la tradición que resultaran opuestos a los mandatos de la razón.

En este orden de ideas, el proyecto de la Ilustración concibió la educación como el proceso mediante el cual los individuos se constituirían en seres racionales autónomos, de manera tal que, mediante el ejercicio de esa autonomía, participasen en la continua y nunca acabada construcción de un orden social cada vez más justo. Su modo de participación fundamental sería la participación política: el uso público de la razón en la discusión de fines en torno al bien público. El cultivo de la razón, meollo del proceso educativo, contenía como nivel más fundamental el cultivo de las habilidades intelectuales básicas: cultivo de la capacidad para leer textos de variados grados de complejidad conceptual; cultivo de la capacidad para narrar, describir y expresar ideas de cierta complejidad en forma oral y escrita; cultivo de la capacidad para dar cuenta del ocurrir cotidiano y de lo que se considera como bien público; cultivo de las matemáticas, de las ciencias básicas y de las artes. Bajo esta perspectiva, la adquisición de conocimientos de asuntos específicos sería más un medio para el cultivo de esas capacidades intelectuales básicas que un fin en sí mismo.

De lo que no cabe duda es de que la Ilustración dejó una herencia perdurable en los siglos XIX y XX. Marcó un paso clave en el declinar de la Iglesia y en el crecimiento del secularismo actual. Sirvió como modelo para el liberalismo político y económico y para la reforma humanitaria a través del mundo occidental del siglo XIX. Fue el momento decisivo para la creencia en la posibilidad y la necesidad de progreso que pervivió, de una forma moderada, en el siglo XX.

ROUSSEAU

Rousseau nació en Ginebra, Suiza, el año 1712 y murió en Ermenonville, Francia,el año 1778 es considerado como el mejor Filósofo suizo.

Huérfano de madre desde temprana edad, fue criado por su tía materna y por su padre, un modesto relojero. Sin apenas haber recibido educación, trabajó como aprendiz con un notario y con un grabador, quien lo sometió a un trato tan brutal que acabó por abandonar Ginebra en 1728. Fue entonces acogido bajo la protección de la baronesa de Warens, quien le convenció de que se convirtiese al catolicismo (su familia era calvinista). Ya como amante de la baronesa, se instaló en la residencia de ésta en Chambéry e inició un período intenso de estudio autodidacto. En 1742 puso fin a una etapa que más tarde evocó como la única feliz de su vida y partió hacia París, donde presentó a la Academia de la Ciencias un nuevo sistema de notación musical ideado por él, con el que esperaba alcanzar una fama que, sin embargo, tardó en llegar. Pasó un año (1743-1744) como secretario del embajador francés en Venecia, pero un enfrentamiento con éste determinó su regreso a París, donde inició una relación con una sirvienta inculta, Thérèse Levasseur, con quien acabó por casarse civilmente en 1768 tras haber tenido con ella cinco hijos. Trabó por entonces amistad con los ilustrados, y fue invitado a contribuir con artículos de música a la Enciclopedia de D'Alembert y Diderot; este último lo impulsó a presentarse en 1750 al concurso convocado por la Academia de Dijon, la cual otorgó el primer premio a su Discurso sobre las ciencias y las artes, que marcó el inicio de su fama. En 1754 visitó de nuevo Ginebra y retornó al protestantismo para readquirir sus derechos como ciudadano ginebrino, entendiendo que se trataba de un puro trámite legislativo. Apareció entonces su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, escrito también para el concurso convocado en 1755 por la Academia de Dijon. Rousseau se enfrenta a la concepción ilustrada del progreso, considerando que los hombres en estado natural son por definición inocentes y felices, y que son la cultura y la civilización las que imponen la desigualdad entre ellos, en especial a partir del establecimiento de la propiedad, y con ello les acarrea la infelicidad. En 1756 se instaló en la residencia de su amiga Madame d'Épinay en Montmorency, donde redactó algunas de sus obras más importantes. Julia o la Nueva Eloísa (1761) es una novela sentimental inspirada en su pasión -no correspondida- por la cuñada de Madame d'Épinay, la cual fue motivo de disputa con esta última. En Del contrato social (1762) intenta articular la integración de los individuos en la comunidad; las exigencias de libertad del ciudadano han de verse garantizadas a través de un contrato social ideal que estipule la entrega total de cada asociado a la comunidad, de forma que su extrema dependencia respecto de la ciudad lo libere de aquella que tiene respecto de otros ciudadanos y de su egoísmo particular. La voluntad general señala el acuerdo de las distintas voluntades particulares, por lo que en ella se expresa la racionalidad que les es común, de modo que aquella dependencia se convierte en la auténtica realización de la libertad del individuo, en cuanto ser racional. Finalmente, Emilio o De la educación (1762) es una novela pedagógica, cuya parte religiosa le valió la condena inmediata por parte de las autoridades parisinas y su huida a Neuchâtel, donde surgieron de nuevo conflictos con las autoridades locales, de modo que en 1766, aceptó la invitación de David Hume para refugiarse en Inglaterra, aunque al año siguiente regresó al continente convencido de que Hume tan sólo pretendía difamarlo. A partir de entonces cambió sin cesar de residencia, acosado por una manía persecutoria que lo llevó finalmente de regreso a París en 1770, donde transcurrieron los últimos años de su vida, en los que redactó sus escritos autobiográficos.

Juan Jacobo Rousseau, este “Filosofo contra los filósofos” como se le ha llamado, iba a trastornar ciertas ideas de su tiempo. No fue propiamente un educador, pero sus ideas pedagógicas han influido decisivamente sobre la educación moderna.

Rousseau, sostenía que, el origen de todos los males de su época, estaban en la sociedad, y en sus efectos sobre el sujeto; como alternativa, propone la transformación interna de éste, por medio de la educación.

Esta educación, debe tener como primordial finalidad, la conservación de la naturaleza humana, en la cual los educadores, debían procurar el desarrollo físico y espiritual del niño, de forma espontánea, y que cada nuevo conocimiento adquirido fuera “un acto creador”, de tal manera, la educación provendría del propio interior del alumno.

Los principios pedagógicos, estaban fundados en la naturaleza peculiar del niño. Esto lo ubica como eje del proceso educativo, es decir, conocer al niño como tal, no como “hombre” en miniatura, debe ser siempre dueño de sí mismo, hacer las cosas según la voluntad, impidiendo así, que adquiera hábitos negativos que lo conduzcan a la esclavitud. Para ello, señaló las bases de un nuevo programa de estudios, en el que resalta la importancia de las actividades recreativas, para el desarrollo del niño, desde adentro. Impuso la exigencia de ver en el niño, el “centro y el fin” de la educación.

Sostiene que se debe enseñar por el interés natural del niño, abandonando todo antes de fatigarlo, desgastar su interés; y que a través de una educación activa, se ejercita la razón, y se adquiere cada vez más ingenio para conocer las relaciones de las cosas, conectando las ideas e inventando los instrumentos.

Recomienda, que en el aprendizaje debe irse relacionando las distintas representaciones, surgidas activamente de la conciencia.

Lo criticable de su sistema, es el papel secundario del docente, en la educación, ya que restringía la actividad de éstos. Uno de los aspectos que se dejaba de lado, era su labor como guía. Tampoco se consideraba la importancia de la razón; argumentaba que la razón podía pervertir al hombre, enseñándole hechos inútiles. Esto no significa que haya una división entre la emoción y la razón, sino que, lo que se necesita es un sistema de educación para hacer racionales las emociones e intensificar la razón por medio del desarrollo de las propias tendencias educativas.

En su obra, EMILIO (1762), Rousseau, expresa su ideal pedagógico, en el que se destaca la importancia de la expresión para que el niño sea equilibrado y libre pensador. Justifica la educación, no basándose en la formación libresca e intelectual, sino sobre el respeto de las cualidades naturales, que conducirían al niño, hacia lo verdadero, y hacia el bien.

En el mismo, propone, como solución a los problemas y/o defectos de la sociedad de su época, a la educación, como el mejor camino, a través de una transformación interna del hombre.

Subraya que lo natural, es bueno, por lo cual aconsejaba a los educadores, que debían fijar sus ojos en la naturaleza, y seguir, el camino trazado por ella, sin contradecir las leyes de ésta. “EDUCAR AL NIÑO, COMO NIÑO Y NO COMO HOMBRE DEL MAÑANA”.

En EMILIO, desarrollaba la educación naturalista. Se sacaba a Emilio de la ciudad, para ser criado en el campo, no se le debía enseñar nada hasta que no estuviese listo para aprender, los primeros años debía jugar y pasear por el campo, no debía ser castigado, sino que debía sufrir las consecuencias naturales de sus acciones, conociendo así, el límite, no como algo impuesto por el preceptor. En Emilio, Rousseau establece las características de la educación para una sociedad integrada por ciudadanos libres, que participan y deliberan sobre la organización de la comunidad y los asuntos públicos: "las ideas centrales de Rousseau son una respuesta a la necesidad de formar un nuevo hombre para una nueva sociedad."

Uno de los principales aportes que realizó Rousseau fue señalar que el niño es "un ser sustancialmente distinto al adulto y sujeto a sus propias leyes y evolución; el niño no es un animal ni un hombre, es un niño"

A partir de esta idea Rousseau señala la necesidad de replantear los métodos de enseñanza imperantes que consideran al niño como si fuera un adulto más, asumiendo con ello que comparten intereses, habilidades, necesidades y capacidades.

Rousseau señala que desconocer las diferencias fundamentales entre el niño y el adulto conlleva a que los educadores cometan dos errores:

  • Atribuirle al niño conocimientos que no posee, lo que deriva que se razone o se discuta con él "cosas que no está capacitado para comprender e incluso con razonamientos incomprensibles para el niño" Para Rousseau el niño es aún incapaz de emplear la razón.

  • Inducir a que el niño aprenda a partir de motivaciones que le son indiferentes o inteligibles.

El proceso educativo debe de partir del entendimiento de la naturaleza del niño, del conocimiento de sus intereses y características particulares. Así debe reconocerse que el niño conoce el mundo exterior de manera natural haciendo uso de sus sentidos, consecuentemente es erróneo hacerlo conocer el mundo en esta etapa a partir de explicaciones o libros.

Asumiendo que por medio de las sensaciones el niño conoce el mundo que lo rodea, se define a la observación y la experimentación como el camino por el cual el niño inicia la aprehensión del mundo que le rodea. La interacción con el mundo físico por medio de los juegos es una de las maneras en las que el niño comienza a conocer.

A través de estas prácticas el niño sería capaz de desarrollar el sentido del discernimiento, cualidad que le permite al niño diferenciar entre él yo y el mundo que le rodea y encontrar las diferencias y las regularidades existentes. Para Rousseau desarrollar en esta etapa este sentido de discernimiento es lo más importante, más importante que la acumulación de conocimientos.

Para Rousseau la educación debe de adecuarse a cada una de las etapas de desarrollo del niño; los contenidos y objetivos de la educación deben trazarse a partir de los intereses y motivaciones del alumno acorde a su etapa de desarrollo. Esta postura conducirá a que el alumno sienta realmente aprecio en interés por el proceso educativo al no ser este ajeno a su situación.

Con Emilio Rousseau establece tres postulados que deben guiar a la acción educativa:

  • Considerar los intereses y capacidades del niño

  • Estimular en el niño el deseo de aprender

  • Analizar que y cuando debe enseñarse al niño en función de su etapa de desarrollo

El pensamiento de Rousseau contenido en Emilio intenta socavar la educación tradicional que en esos tiempos predominaba, una educación en la que al niño:

"le acostumbraís a que siempre se deje guiar; a que no sea otra cosa más que una máquina en manos ajenas. Queréis que sea dócil cuando es pequeño y eso es querer que sea crédulo y embaucado cuando sea mayor"

Y este tipo de educación no tenía cabida en el nuevo mundo que se estaba forjando, con ciudadanos libres en ascenso

Como solución proponía, que era necesario volver a una sociedad agraria, primitiva, de vida sencilla, cercana a una naturaleza salvaje, donde no existan los problemas causados por la “vida civilizada”.

Los adultos, deben evitar que el niño se contamine con la corrupción de la civilización, por lo cual sugiere ”... sustraer al niño, durante el mayor tiempo posible, a las nocivas influencias ambientales”.

“Todo está bien al salir de manos del autor de la naturaleza, todo degeneran manos del hombre”.

Con esta frase, inicia su libro; de la misma, podemos deducir que el niño nace perfecto, por lo cual debe hacer su parecer. Al nacer sensibles, los objetos que rodean al hombre, motivan sus impresiones, le “enseñan a vivir” y a conocer su condición humana, aceptando con esto, que desde el nacimiento comienza la instrucción.

“A las plantas las endereza el cultivo, y a los hombres la educación”; esto significa que todo lo que no tenemos al nacer, y que necesitamos en la adultez, es dado por la educación.

Con este principio, hace una comparación entre la naturaleza y la educación del hombre, sosteniendo que la fuerza necesaria, es ofrecida por la inteligencia y la educación misma. Ésta última es efecto de la naturaleza, de los hombres y de las cosas.

- La educación de la naturaleza es el desarrollo interno de nuestras facultades y nuestros órganos.

- La educación de los hombres, es el uso que aprendemos a hacer de este desenvolvimiento o desarrollo por medio de sus enseñanzas.

- La educación de las cosas, es la adquirida por nuestra propia experiencia sobre los objetos que nos rodean.

De estos tipos de educación, Rousseau, considera como primordial el primero, y que los dos restantes se realicen a partir de éste.

“El hombre de la naturaleza, lo es todo para sí”, el verdadero estudio, es el de la condición humana. En el estado natural, todos los hombres son iguales, “sólo son hombres”.

Dentro de una sociedad, se obra en contraposición a las tendencias naturales del hombre, ya que se impone formar un ciudadano, un hombre civilizado, que es una unidad fraccionaria, cuyo valor expresa su relación con el cuerpo social. Cada sujeto en particular, ya no es un entero, sino que es parte de la unidad.

La primera agrupación social que es vivida por el hombre, es la familia; los hijos permanecen vinculados a sus padres, el tiempo necesario para su preservación, para ser protegidos, cuando desaparece esa necesidad, ese lazo natural también desaparece. Ahora, ya debe velar por su propia conservación. Los primeros cuidados del hombre, son “los que se debe a sí mismo”, al alcanzar los principios de la razón, debe juzgar cuáles son los medios más apropiados para ello.

En el estado irracional, de naturaleza, no se ve sometido a las voluntades de los hombres, sino a sus propias necesidades, por eso es visto como un hombre salvaje. La gran ventaja de este estado, es la igualdad moral o política.

El desarrollo mismo de la naturaleza humana, en el que la perfectibilidad del hombre es un factor importante, lo llevó a éste a la necesidad gradual de establecer vínculos sociales, saliendo así del estado natural. Al establecerse la propiedad privada, se quiebra el estado natural, es decir, surge la desigualdad moral y la sociedad, mediante el contrato social, con sus leyes, sanciona y perpetúa, la propiedad privada, y en consecuencia, la desigualdad social.

El hombre es el único ser que tiene la facultad de perfeccionarse, la cual con ayuda de las circunstancias, desenvuelve sucesivamente a las restantes y reside en nosotros, en la especie y en el individuo. En cambio, el animal dentro de unos meses, será lo mismo, que dentro de unos años.

Las leyes establecidas en una sociedad, siempre defienden al rico y poderoso. Por este derecho de propiedad, se ha creado un abismo, entre clases jerarquizadas.

Con la propiedad privada, se quebranta la “paz y la armonía” de la humanidad. Los seres humanos, de común acuerdo, celebran un contrato, donde cada uno acepta ceder parte de su libertad, para formar un organismo de control superior a los individuos, considerados por separado, o sea, un gobierno. Este pacto, se denomina contrato social, mediante el cuál, la sociedad se ha establecido, pero en él se anula la libertad del Estado de Naturaleza.

Casi nunca hay unanimidad de las voluntades individuales, pero lo que importa, es la “volonté genérale”, de la mayoría, que es la del Estado, la de la comunidad, y por lo tanto, la de los discrepantes, no como individuos, sino como miembros del Estado. Al someterse a esta “voluntad general”, es posible ceder toda la libertad y derechos personales a los demás y, recibir a cambio, los derechos y la libertad de los demás. El resultado de esta “entrega total de todos a todos”, es el pueblo soberano, el conjunto de ciudadanos, que constituyen el poder o Estado. La aceptación del interés común, solo es posible desde una perspectiva de moralidad, es decir, a través de la educación, para entender lo que es justo.

En Emilio, Rousseau, expresa que un niño, alejado de la sociedad, debe ser asistido por un educador, el cuál intentará que surjan libremente “del fondo de su alma”, los buenos criterios morales, no corrompidos aún, por la sociedad. De esta atención individualizada, se desprende otro de sus principios pedagógicos: “El niño no es un adulto en miniatura, sino, un ser humano que atraviesa sus propias fases de desarrollo. El juicio moral, surgirá de la sensibilidad educada, y de la conciencia surgirá la razón.

Sostiene que el estado “natural” del hombre, antes de que surgiera la vida en sociedad, era “bueno, feliz y libre”. En ese estado salvaje, vivía independiente, guiado por el amor así mismo. Este es “un estado que no existe ya, que acaso no ha existido nunca, que probablemente no existirá jamás, y del que es necesario tener conceptos adecuados para juzgar con justicia nuestro estado presente”; con esto, se puede analizar el estado social actual, en el cual, el hombre se aparta de la naturaleza para vivir en comunidad, y donde predomina la injusticia, el egoísmo, y las ansias de riqueza (derecho de propiedad).

Rousseau, afirma, que esta situación puede ser atenuada a través de una sana vuelta a la naturaleza y una educación que desarrolle el individualismo y la independencia del hombre; transformando el orden social, desde le interior mismo, y sin violencia.

Los hombres deben establecer un nuevo contrato social que los acerque a su estado natural. Este nuevo pacto, debe ser de la comunidad con el individuo, y del individuo con la comunidad, desde el que se forme una “voluntad general”, diferente a la suma de voluntades individuales, y que se constituya en fundamento del poder político. La libertad individual, debe constituirse a través de la voluntad general, en libertad civil y en igualdad.

La desigualdad en la manera de vivir, el exceso de ociosidad en unos, de trabajo en otros, la buena y la mala alimentación, las carencias, tristezas, son entre otras, algunas de las causas que prueban que la mayor parte de los males del ser humano, son producto de la sociedad misma. Estos, podrían haber sido evitados si se hubiera conservado la manera de vivir sencilla, uniforme y solitaria prescrita por la naturaleza.

La diferencia entre los hombres es aún mayor, que la existente entre “salvajes”, ya que al proporcionarse comodidades, algunas sobre la base de los animales que “amansa”, lo hacen degenerar más sensiblemente.

La búsqueda de perfectibilidad, es el origen de todas las desgracias del hombre; ésta, saca al hombre de su condición originaria, en la cual, pasaría los días de su vida tranquilos. Esta facultad, con sus vicios y virtudes, lo hace tirano de sí mismo y de la naturaleza.

La causa principal del perfeccionamiento de nuestra razón, se halla en la actividad de las pasiones humanas. El intento de conocer, se debe a que el ser humano desea gozar, lo cual implica razonar. A su vez, las pasiones, tienen su origen en las necesidades y el progreso de ellas en el conocimiento; porque no se puede desear o temer las cosas, más que por las ideas que de ella se pueda tener o por el impulso de la naturaleza.

Sólo con el instinto, tenía lo que necesitaba para vivir en el estado de naturaleza, con la razón cultivada, tiene lo necesario para vivir en sociedad. En esta última, surgió la necesidad de la palabra.

Rousseau, consideraba que el mundo que se estaba configurando, debía desechar, el papel de los hombres como ”siervos”, para convertirse en ciudadanos libres, dueños de sí mismo, y conservadores de la soberanía. Consideraba la educación como el mejor camino para formar ciudadanos libres, conscientes de sus derechos y deberes pero, a su vez se dio cuenta que el sistema educativo dominante, no podía llevar a cabo esta tarea.

En su obra pedagógica, EMILIO, define los nuevos fundamentos, para una pedagogía acorde a los tiempos que corrían. Allí establece las características de la educación para una sociedad formada por ciudadanos libres, participativos, y que deliberan sobre la organización de la comunidad y los asuntos públicos, es decir, formar un nuevo hombre para una nueva sociedad.

En contraposición al método de enseñanza de la época, de que “el niño es un hombre en miniatura”, aceptando con ello que comparten intereses, necesidades, habilidades y capacidades, uno de sus principales aportes fue indicar que, el niño es un ser totalmente diferente del adulto, sujeto a sus propias leyes y evolución.

El proceso educativo debe partir de la comprensión de la naturaleza del niño, del conocimiento de sus intereses y características distintivas. Conoce el mundo exterior, de forma natural, utilizando sus sentidos, es decir, por medio de las sensaciones, conoce el mundo que lo rodea, por lo tanto, la observación y la experimentación, constituyen la vía que permite al niño aprehender el mundo que lo rodea.

En EMILIO, expone que, al niño, se le debe dar la más amplia libertad, que “juegue y corra en el campo, sin restricciones”, lejos de las costumbres enviciadas de la ciudad, que “perder” el tiempo, genera educación, ya que no enseña la virtud ni la verdad, sino a preservar el corazón de los vicios y, el ánimo de los errores.

Al seguir el camino de la naturaleza, tiene gran libertad, lo que le permite que se mueva más por sí mismo y pida menos de los que lo atienden. Al depender de las cosas, de la naturaleza, no tiene vicios.

“Todo está bien al salir de las manos del autor de la naturaleza, pero todo degenera al contacto con el hombre”

En la formación del hombre de la naturaleza, sostiene que el aislamiento, no permite que se deje arrastrar por las pasiones ni por las opiniones de los hombres, sino que siente con su corazón, y sólo hace caso a la autoridad de su propia razón. Luego al ser inserto en una sociedad, no se deja corromper por ella. Mantiene que el mal moral es obra de los hombres.

Sostiene que la educación debe adecuarse a las etapas de desarrollo del niño, los objetivos deben partir de los intereses y motivaciones de los alumnos. Debe ser estimulado en su deseo de aprender, pero sólo cuando éste sienta la necesidad de aprender, de adquirir conocimientos.

Debido a la facultad de perfeccionarse, surge en el ser humano, la necesidad de aprender.

Rousseau, afirma que el hombre viene al mundo sin posibilidades para enfrentarse al medio, y que en la sociedad, existe una pugna entre el hombre natural y el civil. Por esta razón, el educador, debe colocar al niño en conformidad con el medio y luego, formar al hombre social sobre la base del natural.

A través del contrato social, explicita que “... en lugar de destruir la igualdad natural, el pacto social fundamental sustituye,... con una igualdad moral y legítima lo que la naturaleza le había podido poner de desigualdad física entre los hombres, y que pudiendo ser desiguales en fuerza o en talento, se convierten en iguales por convención y derecho”.

En esta obra, señala que todos los hombres son iguales, y que en ellos se encuentra la soberanía para gobernar, aunque la confían a sus representantes, sosteniendo que la verdadera libertad es la obediencia a las leyes procedentes de la voluntad general, de los ciudadanos.

Este contrato se encuentra validado por la sociedad, son implícitamente admitidas y reconocidas; cuando no cumple con él, cada hombre vuelve a sus primeros deberes y recobra la libertad natural.

Al “cumplir” con este pacto social, cada uno pone su persona y su poder bajo la dirección de la voluntad general, y el cuerpo (nosotros) recibe a cada miembro como parte del todo.

La educación del hombre, debe adecuarse al hombre por lo que es, y no a lo que él no es. Para ello es necesario tener muy en cuenta el estado de naturaleza.

Feijoo

En un tiempo en que gemía la España bajo de la ignorancia, y las letras habían degenerado en una lastimosa serie de preocupaciones, nació D. Benito Jerónimo Feijoo a 8 de Octubre de 1676 en Casdemiro, pequeña Aldea de la Feligresía de Santa María de Melías en el Obispado de Orense, a las riberas del Río Miño, poco más abajo de su confluencia, y unión con el Río Sil.

Sus Padres D. Antonio Feijoo Montenegro, y Doña María de Puga, correspondiendo a lo ilustre de su nacimiento, educaron este Joven en los principios del verdadero temor de Dios, y le inclinaron a las letras, aunque era el primogénito de su casa; creyendo con razón, que el derecho de la sucesión no les permitía descuidar en la enseñanza de este tierno hijo.

No es muy común en el Reino aplicar al estudio los primogénitos, y por eso también son menos los que salen útiles a la Iglesia, y al Estado; persuadiéndose no pocos que esta cualidad les destina sólo a la propagación de su familia, y disfrute de sus rentas; sin advertir que la Nobleza se adquiere con las acciones ilustres a beneficio de la Nación, y se conserva con la continuación de ellas en los descendientes; no con la ociosa posesión de las rentas adquiridas por la virtud de los antepasados.

Renunció al siglo a los 14 años, pues en el de 1688 recibió la Cogulla de S. Benito en el Monasterio de S. Julián de Samos de mano de su Abad Fr. Anselmo de la Peña, General que después fue de la Congregación de España, y Arzobispo de Otranto en el Reino de Nápoles. [II]

Esta vocación bien probada, porque no era el acomodo el que llamaba a nuestro Joven, sino el retiro del bullicio secular, se acreditó en sus incorruptas, e inocentes costumbres por toda la larga serie de su vida.

La pasión declarada del P. Feijoo fue la del estudio. No sólo los Monásticos ocuparon su desvelo; pues aunque en ellos siguió lúcidamente su carrera dentro del Claustro, también se extendió a la enseñanza pública en las Cátedras de Teología, que obtuvo por rigurosa oposición en la Universidad de Oviedo, y en que alcanzó del Consejo la jubilación por mérito. Su Religión le dispensó los honores de Maestro General, en nada incompatibles con la humildad Religiosa, que siempre resplandeció entre las virtudes de este Literato.

Bastaría esta serie de sucesos para calificar a Fr. Benito Jerónimo Feijoo de un Religioso recogido, estudioso, y útil a sí, y a los demás en lo que se llama carrera regular de Artes y Teología Escolástica: a que están reducidos los estudios monásticos en España.

Su desprendimiento en solicitar otras Dignidades Eclesiásticas fuera del Claustro, ni indicar deseo de lograrlas, demuestran que la vocación Religiosa no decayó un punto en este ajustado Monje.

El curso de los estudios, que en España hacen los Profesores de Artes y Teología, era una esfera muy limitada para un hombre del espíritu y talentos del P. Feijoo; y así extendió su aplicación a otros conocimientos superiores a los comunes de su tiempo.

No es infrecuente tachar a los hombres grandes de que se distraen en los estudios amenos, con perjuicio, y atraso de los útiles.

Esta tacha, producida de ordinario por la envidia, no podía comprehender a nuestro Catedrático. Bastará para desengaño leer sus Discursos 11, 12, 13, y 14 del tom. 7, que publicó en el año de 1736, a los 60 de su edad, pues los escribía en el de 1735. [III]

Manifiesta en ellos los abusos, que se padecen en la enseñanza de la Dialéctica, Lógica, Metafísica, Física, y Medicina, y en esto mismo acredita el profundo conocimiento, que tenía de estas Facultades; y que el haberle extendido a otras materias, en lugar de estorbarle, le había hecho penetrar de raíz las superfluidades en el método de estos estudios. Los conocimientos humanos tienen entre sí un encadenamiento tan estrecho, que es difícil sobresalir en una materia, sin enterarse de otras.

Luis Vives, aquel insigne Crítico Español del siglo XVI a quien respetó el mismo Erasmo, así en el Tratado de corruptione artium, & scientiarum, como en el de tradendis disciplinis, abrió el camino para descubrir el atraso de las ciencias, e indicar los medios de enseñarlas con más método e instrucción de los Estudiantes. Escribió en latín su Obra, y así fue poco leída del común de nuestros Nacionales. Con más provecho de éstos el P. Feijoo puso en lengua vulgar las observaciones acomodadas a nuestro tiempo.

El Canciller Francisco Bacon después de Vives adelantó el plan de perfeccionar los conocimientos humanos con admiración de todos. Mucho debió nuestro Benedictino a su lectura, que se halla también recomendada por su gran amigo el Doct. D. Martín Martínez.

Conocía bien el P. Feijoo las oposiciones que trae consigo toda reforma, porque la mayor parte de los hombres gusta más de ir según el uso, que detenerse a examinar por dónde se debe caminar; y así pone la siguiente protestación en su plan de los Estudios de Artes.

«Cuanto dijere en los Discursos que se siguen (así se explica el P. Feijoo) {(a) Teatr. Crít. tom. 7, disc. 11} no quiero que tenga otra fuerza o carácter, que el de humilde representación hecha a todos los Sabios de las Religiones, y Universidades de nuestra España. No se me considere como un atrevido Ciudadano de la República Literaria, que satisfecho de las propias fuerzas, y usando de ellas, quiere reformar su [IV] gobierno; sino como un individuo celoso, que ante los legítimos Ministros de la enseñanza pública comparece a proponer lo que le parece más conveniente, con el ánimo de rendirse en todo y por todo a su autoridad y juicio. No hay duda en que el particular, que violentamente pretende alterar la forma establecida de gobierno, incurre la infamia de sedicioso. Pero asimismo el Magistrado, que cierra los oídos a cualquiera que con el respeto debido quiere representarle algunos inconvenientes, que tiene la forma establecida, merece la nota de tirano. Mayormente cuando el que hace la representación no aspira a la abrogación de leyes, sí sólo a la reforma de algunos abusos, que no autoriza ley alguna, y sólo tienen a su favor al tolerancia. Aun si viese yo, que mi dictamen en esta parte era singular, no me atreviera a proferirle en público; antes me conformaría con el universal de los demás Maestros y Doctores de España: así como en la práctica de la enseñanza los he seguido todo el tiempo, que me ejercité en las tareas de la Escuela, por evitar algunos inconvenientes, que hallaba en particularizarme. Pero en varias conversaciones, en que he tocado este punto, he visto que no pocos seguían mi opinión, o por hacerles fuerza mis razones, o por tenerlas previstas de antemano. Así con la bien fundada esperanza de hallar muchos, que leyendo este escrito, apoyen mi dictamen, propondré en él las alteraciones que juzgo convenientes en el ministerio de la enseñanza pública. Y porque la materia es dilatada, la dividiré en varios discursos».

En el discurso 11 empieza su plan de reforma por las Súmulas o Dialéctica, asegurando, que en dos pliegos y medio redujo cuanto hay útil en ellas, al tiempo de leer su Curso de Artes a los discípulos. No se detienen como debieran los que cuidan de la enseñanza pública, en buscar todos los medios de facilitarla y apartar las superfluidades: pues en este único cuidado consiste el mejoramiento de los estudios.

En prueba de su pensamiento hace ver la inutilidad con [V] el ejemplo de la reducción de los silogismos, porque nunca se usa casi de ella en la práctica de la Escuela: y lo mismo sucede con las modales, exponibles, apelaciones, conversiones, equipolencias, &c., en el ejercicio literario de los estudios. Y así infiere «que convendría instruir sólo en estas reglas generales, y no descender a tanta menudencia, cuya enseñanza consume mucho tiempo, y después no es de servicio». De todo da varios ejemplos, para demostrar, que la utilidad de la Dialéctica o Súmulas se logrará con poquísimos preceptos generales, que pueden ser reducidos a dos pliegos, ayudados de la viva voz del Catedrático y de un buen entendimiento o lógica natural; sin la cual la artificial sirve sólo en el concepto de nuestro Sabio, para embrollar y confundir.

En el discurso 12 trata de reformar la Lógica y Metafísica por los mismos medios de cercenar lo inútil.

De la primera intenta desterrar las muchas cuestiones inútiles en los proemiales y universales; concluyendo en que todo lo perteneciente al arte de raciocinar, se les diese a los discípulos en preceptos seguidos, explicados lo más claramente que se pudiese, sin introducir cuestión alguna sobre ellos.

Añade: «Todo esto se podría hacer en dos meses, o poco más. ¿Qué importaría que entretanto no disputasen? Más adelantarían después en poquísimo tiempo, bien instruidos en todas las noticias necesarias, que antes en mucho sin ellas. La disputa es una guerra mental; y en la guerra aun los ensayos y ejercicios militares no se hacen sin prevenir de armas a los Soldados».

En la Metafísica nota, que los cursos de Artes, que se leen comúnmente en las Aulas, se extienden fastidiosamente en las cuestiones, de si el Ente trasciende de las diferencias; si es unívoco, equívoco o análogo, y otras aun de inferior utilidad; absteniéndose del objeto propio de la Metafísica, que comprehende todas las sustancias espirituales, especialmente las separadas esencialmente de la materia. De suerte que en estos cursos metafísicos se omite lo [VI] esencial, que podría guiar a otros estudios, y se gasta el tiempo en sutilezas inútiles en el progreso de las Facultades mayores.

El discurso 13 analiza lo que sobra y falta en el estudio de la Física, haciendo hincapie en la experiencia, y en que el mismo Aristóteles, a quien se sigue comúnmente en las Escuelas de España, recurrió a ellas, reprehendiendo, como muy nociva, la ignorancia de los demás Sistemas Filosóficos. Para confirmar su nuevo plan trae ejemplos de los que han tratado de perfeccionar este estudio en España sobre el mismo método.

En el discurso 14 se extiende por su conexión con los conocimientos Filosóficos, a tratar del estudio de la Medicina. En él refiere habérsele elegido por individuo honorario de la Real Sociedad Médica de Sevilla; da noticia de los progresos de ésta, y de la fundación de la Academia Médica Matritense en 1734, habiendo aprobado sus Estatutos el Consejo, atento siempre a adelantar las Ciencias. Concluye en que el rumbo para acertar en esta facultad, es el de la observación y experiencia, como ya lo había propuesto Cornelio Celso siglos ha. En estos dos libros abiertos estudió el gran Hipócrates los principios, de donde sacó sus aforismos, e historias de las enfermedades.

En el tiempo mismo que nuestro Autor inclinaba a mejorar el estudio de la Medicina, florecía el Doctor D. Martín Martínez, Individuo que fue de la misma Sociedad de Sevilla, y Médico de Cámara de S.M., el cual en sus Obras echó los fundamentos del verdadero estudio de la Física, Medicina, y Anatomía en el Reino, enseñando a tratar a los Españoles en la lengua materna con pureza y elegancia estas materias. Nuestro Autor logró con la amistad del Doct. Martínez un gran defensor {(a) Véase la Carta defensiva, que sobre el tom. 1, escribió el Doctor Martínez en primero de Septiembre de 1726, que va impresa en el tom. 2, del Teatr. Crit.} contra las impugnaciones, que suscitó la novedad de las materias del [VII] Teatro Crítico, luego que empezó a publicarse el primer tomo en 1726.

No fueron menores las que padeció el mismo Martínez por sus Obras. Es muy digno de leerse el elogio, que hace de él nuestro Feijoo por estas palabras {(a) Feijoo Cart. 23, tom. 2}:

«La memoria que V.E. me hace del Doct. Martínez, no sólo renueva, pero agrava mi dolor en asunto de su muerte; porque aquella expresión de V.E. este glorioso Ingenio fue víctima, que la ignorancia consagró a su obstinación, o murió, como se dice, en el asalto; si no yerro su inteligencia, significa, que el villano desquite, que abrazaron algunos de aquellos, cuyos errores impugnaba Martínez, de oponer injurias a razones; hizo tan profunda impresión en su noble ánimo, que le aceleró la muerte. Y aunque no ignoraba yo cuánto se ensangrentaron en él la envidia y la ignorancia, estaba muy lejos de pensar, que hubiese inspirado tanta aflicción en su espíritu lo que sólo merecía su desprecio. No menos distante me considero de la gloria, que V.E. me atribuye de haber conseguido el triunfo, a que no pudo arribar Martínez; siendo a mi parecer la única distinción que puedo arrogarme, el que si Martínez murió en el asalto, yo me mantengo sin herida alguna en la brecha».

Prosiguió en el octavo tomo del Teatro, como lo había ofrecido en el anterior, el plan de reforma de los estudios.

En el discurso primero demuestra los abusos introducidos en las disputas verbales; porque en ellas no se tira a indagar la verdad por lo común, sino a defender la propia opinión: en lo cual hace consistir el primero, poniendo por el segundo abuso los dicterios de que se suele usar: y por tercero el que resulta por falta de explicación, naciendo ésta de la confusión de las ideas. Este tercer abuso puede con facilidad remediarse, simplificando el estudio de Artes.

El sofisma, nacido del mal estudio de la Dialéctica de nuestras Escuelas, le numera por el cuarto abuso de las [VIII] disputas verbales; no siendo menor el quinto, que se toma del empeño de conceder o negar en las conversaciones, o en los actos literarios precisamente; cuando sería más fácil confesar llanamente la duda, cuando la hay, o adherir al dictamen ajeno, si es fundado. La obstinación nunca puede habitar junto con la verdadera ciencia.

En el discurso 2 amplifica la materia de los sofismas, concluyendo con la necesidad que hay de desterrar de las Escuelas y tratados las explicaciones vagas, indeterminadas, o equívocas que los producen; «las que frecuentísimamente enredan de tal modo a los disputantes, que no sólo las imposibilitan de aclarar la verdad; mas aun estorban que uno a otro se entiendan».

En el 3 demuestra la inutilidad del dictado de las Aulas, y propone por más conveniente, que las Artes y Teología se enseñen por libros impresos.

Todo el discurso 4 trata del uso de la autoridad en la enseñanza de las Ciencias, siguiendo en gran parte las huellas del célebre Obispo Melchor Cano en su incomparable Obra de Locis Theologicis, cuyos pasajes, según costumbre, copia en latín. Este ejemplo de citar no debe seguirse, por la mayor utilidad, que resulta de dar traducidas en la lengua materna, en que se escribe, las pruebas de nuestra opinión; poniendo al pie las palabras originales, si se reputan por precisas.

En la Carta 22 del tom. 1 propone la inutilidad del Arte magna de Raimundo Lulio; y añade, que así en lo que este Autor tiene de Metafísica, como de Lógica, es inferior a la Lógica y Metafísica de Aristóteles; conviniendo con el Canciller Bacon y el P. Rapin, que semejante método no puede formar hombres sólidos, y que por lo mismo no se ha adoptado su estudio. Repitió en la Carta 13 del tom.2 su juicio sobre Raimundo Lulio con más extensión.

Esta crítica no dejó de atraer, como sucede con todos los desengaños, impugnaciones, pero sin gran suceso. De este punto se dará alguna mayor noticia en su lugar. [IX]

No todos convendrán acaso con la opinión del P. Feijoo {(a) Feijoo Cart. 6, tom. 2}, quien sostiene, que la elocuencia es naturaleza y no arte. De esta manera viene a tachar como ocioso el estudio de la Retórica.

Es cierto que se puede dar un hombre de tal juicio y tino mental, que explique sus pensamientos con propiedad de voces; mueva oportunamente las pasiones, y persuada eficazmente: pero también es innegable, que Demóstenes, Cicerón, y Fr. Luis de Granada, cuya elocuencia sirve de modelo, conocieron muy bien los preceptos retóricos: pues los dos últimos trataron exprofeso esta materia, y el primero era tan correcto en el modo de escribir, que de sus Oraciones decían oler al aceite, por el demasiado estudio que ponía en limarlas. Fueron los preceptos de la elocuencia a la verdad sacados por comparación de las Obras de los mejores Oradores. Lo mismo ha sucedido con las demás Artes y Ciencias; y nadie duda, que con todo eso es necesario su estudio, porque los elementos, o principios de cada Arte o Ciencia no son otra cosa que un tejido de verdades, o conjeturas deducidas de las observaciones, hechas por muchos hombres doctos en aquella materia.

Todas las Ciencias y Artes permanecerían atrasadas, si quedasen fiadas a las combinaciones privadas de cada particular, y se creyese que un ingenio naturalmente sobresaliente podía atinar con las propias reglas. No a todos se ofrecen las mismas cosas; la vida es breve, y los preceptos de toda ciencia largos, y muchos de ellos dudosos, que requieren el estudio de varios, para perfeccionarse, como asegura Hipócrates de la Medicina, y todos los Profesores lo reconocen en sus respectivas Facultades.

Igual juicio que de la Retórica forma de la Crítica {(b) Feijoo Cart. 18, eod. tom.}, asegurando, que lo que se llama Crítica no es tampoco arte, sino naturaleza; y defendiendo, que consiste en el recto uso de un buen entendimiento. [X]

La Crítica dirige el juicio, o discernimiento de las materias: exige comparación de principios, de opiniones, de sujetos, y de cosas. Todo esto requiere estudio en los originales, y combinación continua de ideas. Esta forma la verdadera Crítica. El hábito científico no se adquiere por otros actos, ni medios, que los que subministra la Crítica, o artes de discernir lo verdadero de lo falso, lo cierto de lo dudoso, y lo seguro de lo opinable.

Cada Arte, o Ciencia requiere su particular criterio; y sólo se pueden alcanzar por puro raciocinio las máximas generales, o Crítica por mayor; mas no la individual y aplicativa de cada ciencia, pues esta Crítica aplicativa apenas se distingue de la ciencia misma, o sea hábito científico.

Es muy segura la ilación del Autor, que bien entendido, no discrepa de los principios que van apuntados. «Las prendas intelectuales, sean las que fueren, nunca harán un buen Crítico, si faltan otras dos, que pertenecen a la voluntad. ¿Cuáles son éstas? Sinceridad y magnanimidad. Si falta la primera, el interés de partido, Comunidad, República, Patria, &c., tal vez el personal, arrastra al Escritor a escribir lo que no siente, o por lo menos a callar lo que siente. Si falta la segunda, por convencido que esté de alguna verdad opuesta a la opinión común, por no estrellarse con innumerables contrarios, abandona aquélla por ésta». Lo que se dice del Escritor se puede aplicar a los demás facultativos en el uso y ejercicio de sus profesiones, aunque no escriban sobre ellas.

Con lo antecedente queda demostrada la solidez de principios, el despejo de entendimiento, y el amor a la verdad, que formaban el carácter de este gran Español; y que su conocimiento de la Retórica, de la Crítica, de la Dialéctica, Lógica, Metafísica, Física, y Teología, no se angustiaba en la esfera común y reducida de su tiempo. Era superior a los más, y nada inferior a los mayores de su siglo. Esta fue la causa de estrechar, como se ha visto, su correspondencia con el célebre D. Martín Martínez [XI]. La semejanza y armonía de las ideas es la que asegura la verdadera amistad, y sólida estimación. Todo lo demás se debe mirar como urbanidad, y buena crianza en el trato, por la mutua obligación de los hombres a tolerarse lo que no sea reprehensible. Sin el conocimiento de otras varias nociones sobre los estudios regulares, no podría haber sobresalido ninguno de estos dos grandes hombres, que deben respetar los Literatos Españoles por lumbreras de nuestra Nación.

El retiro del Claustro facilitó al P. Feijoo el tiempo para escribir, después de haber acabado la carrera de sus estudios en en Lerez, Salamanca, y Oviedo; eligiendo por su residencia continua el Colegio de Benedictinos, llamado de San Vicente de esta última Ciudad, donde escribió todas sus Obras.

El trato de nuestro Benedictino era ameno y cortesano, como lo es comúnmente el de estos Monjes, escogidos, por su corto número, de familias honradas y decentes. Era salado en la conversación, como lo acredita su afición a la Poesía, sin salir de la decencia. Esto le hacía agradable en la sociedad, además de su aspecto apacible, su estatura alta, y bien dispuesta, y una felicidad de explicarse de palabra con la propiedad misma que por escrito. La viveza de sus ojos era un índice de la de su alma.

Su principal Obra, con haber escrito otras, fue el Teatro Crítico, en que se propuso desterrar varios errores populares, y hacer familiares entre nosotros los mejores conocimientos de los modernos. Por esta razón escribió en lengua Castellana, siguiendo el consejo del gran Fr. Luis de León. Salió pues al público el primer tomo en 1726, el cual dedicó, estando en Madrid a 26 de Agosto, a su General Fr. Josef de Barnuevo. D. Luis de Salazar y Castro animó con una carta la empresa del Autor. Todos saben la pureza de estilo, y la buena crítica del Príncipe de los Genealogistas Españoles.

El estilo del Teatro es fluido y armonioso, y el método de tratar las materias ordenado y geométrico. Nunca [XII] anticipa las especies, que deben inferirse, o aclararse con otras. Esta distribución de la materia da gran claridad a todos los Discursos del Teatro. Una u otra vez se hallará declinar este estilo en asiático; pero sin decaer en bajo, ni obscuro.

La lectura continua de las Obras Francesas le hizo interpolar algunos galicismos. Cicerón con la lección de los originales Griegos, y el estudio que hizo en Rodas, no se libró de incurrir en helenismos. Es forzoso que la lengua, en que haya mejores libros, gane al cabo la superioridad sobre las demás, como sucedía a la Española en el tiempo de Carlos I y Felipe II. De esta objeción, y tacha, que a su estilo propusieron algunos, se hace cargo en la Carta {(a) Feijoo Cart. 32, eod. tom.}, que trata de la introducción de nuevas voces. La palabra gala, embargo, sobrecargo, y otras están tomadas de nuestra lengua, y adoptadas en toda la Europa por más expresivas. ¿Qué mucho que hagamos nosotros lo propio en las Ciencias naturales, matemáticas, máquinas, y artes mecánicas, que florecen más en los Países extranjeros?

No siempre recurre a los originales el Autor del Teatro Crítico; pero toma los hechos en los modernos de mejor nota. Como sus asuntos de ordinario eran poco conocidos en España, aun cuando les saca de Diccionarios, Diarios, y Actas de Academias, les da mucha mejoría, aplicándolos a nuestro uso. De ese modo contribuyó el Teatro Crítico a dar a conocer muchas Obras modernas de fuera.

La Historia, la Antigüedad, la Cronología, la Geografía antigua, los Ritos, y la Etimología deducida de las lenguas muertas, requieren precisamente la lectura de los originales; pero éste no era el objeto de nuestro sabio Benedictino, ni el blanco de sus estudios. Por esa razón se valía en los puntos incidentes de los Autores modernos de más aprecio. No es fácil en un hombre reunir la Enciclopedia, o ciencia general de todo. No hay alabanzas menos apreciables que las que salen de lo cierto.

Por la serie de las materias se vendrá en conocimiento [XIII] de la extensión de la Obra. Sería útil reducirlas a resumen, dividiéndolas en clases, cuando no hubiese de preceder esta Noticia al primer tomo del Teatro, en que va puesta la lista de los Discursos, y Cartas.

La más general materia del Teatro es la Física, Matemática, y Medicina. Muchas supersticiones y creencias vanas están combatidas en todo el progreso del Teatro Crítico, y entre ellas algunas que tenían mucha aceptación en varias Provincias del Reino.

La historia natural se recomienda en muchas partes y discursos de esta Obra: estudio que en los últimos tiempos había decaído entre nosotros, y floreció en el de Carlos I, y Felipe II.

De las lengua modernas se ensayó el Autor del Teatro en formar paralelos, como de la Española y Francesa, indicando las causas, de que sin ceder un idioma a otro, fuese menos abundante, por razón de cultivarse por sus naturales menor número de Artes o Ciencias. Con los conocimientos humanos se aumenta la necesidad de las voces, para irlas introduciendo según se multiplican las ideas.

En el Discurso del Amor de Patria, y pasión nacional propone el Teatro Crítico los orígenes de muchos yerros en nuestras acciones, y de parcialidad en nuestros escritos. El amor de la patria; esto es, el bien del público, es una laudabilísima virtud: se muestra demasiado escéptico el P. Feijoo, para no creer que las acciones grandes llevasen por norte precisamente esta idea. Pero al mismo tiempo advierte los daños que trae al común el espíritu de partido del paisanismo, y otro cualquiera de esta naturaleza.

En la Balanza de Astrea se ve un Discurso lleno de excelentes consejos para los que siguen la carrera de la Toga: advierte la incorruptibilidad de los Jueces en nuestra España; se queja del abuso y poder de las recomendaciones, o lo que se llama empeños.

En el Discurso de la Resurrección de las Artes demuestra juiciosamente, que se venden como descubrimientos [XIV] nuevos muchos, que constan de los escritores antiguos. Con éstos suelen coincidir los modernos sin copiarles, y en unos mismos pensamientos u observaciones. La historia literaria de cada facultad es indispensable a los Profesores de ella, para comprehender con facilidad el estado actual de sus adelantamientos, y libertarse de la nota de plagiarios, y de omisos por ignorarles.

Como corolario de esta doctrina vindica en las Glorias de España a nuestros Nacionales de la tacha, que se nos oponía de la desaplicación a la buena literatura; citando muchos ejemplos para indemnizar la Nación de este cargo. Tal vez pudiera con más examen de la historia literaria añadir otras pruebas; pero no debe negarse, que han padecido mayores estorbos entre nosotros todos los que han querido salir de la esfera de los conocimientos regulares, y que no pocos de los que se han distinguido más, lo lograron en sus viajes fuera del Reino. Las Naciones se pulen, e instruyen con las peregrinaciones literarias, como lo hacen actualmente los Ingleses.

En las Reflexiones sobre la historia se muestra el Autor del Teatro demasiadamente desconfiado de los monumentos históricos, y fidelidad de los historiadores por el ejemplo de algunas contradicciones que en ellos se advierten.

Es certísimo que en la historia se han pretendido introducir en todos tiempos muchas fábulas, y que para ello intervienen pasiones e intereses; pero las más veces son descuido e inadvertencias. Un mismo suceso se refiere de distinto modo por varios testigos oculares: con todo eso, no sería juicioso inferir, que el hecho fuese falso por esta variedad de circunstancias, con que se refiere. Sería más natural distinguir el hecho, en que todos convienen, y dándole por cierto, dejar las circunstancias a la verosimilitud, y a la combinación del historiador. Pero no convendría deducir una incertidumbre sobre la historia con este motivo, a que se inclina el Marqués de S. Aubin, cuyo dictamen traduce a la letra nuestro erudito Escritor.

Los Discursos que tratan de la Fisionomía, destierran [XV] un gran número de preocupaciones, que reinaban entre nosotros, y en otros Pueblos cultos: con lo cual queda también reprobada la Quiromancia, la Astrología judiciaria, los Saludadores, y otras invenciones de siglos ignorantes. No somos nosotros los que solamente hemos padecido este contagio: también ha cundido en otras Naciones, que no ha mucho tiempo se han ido desengañando.

La inutilidad de los libros de empresas, máximas, y aforismos políticos, que inundaron en el siglo pasado la Europa, está demostrada en el Discurso de los libros políticos. En efecto, ¿qué podrán adelantar estas máximas generales, que no alcance un buen entendimiento? El curso de los negocios públicos, y las meditaciones de las actuales circunstancias son las que forman el juicio político de aquellos hombres propios a manejar los negocios. Serán siempre útiles los tratados de policía y de economía aplicados a cada País en particular, según su estado y su constitución.

Es muy útil el conocimiento de lo que se propone en el Discurso sobre la importancia de la Ciencia física para la moral.

En los Discursos de la honra, y fomento de la Agricultura, y de la ociosidad desterrada, emprendió el Autor del Teatro dos asuntos muy ventajosos al público, y dio en ellos a conocer su amor al buen orden político, y a la prosperidad de la Nación. En estos Discursos incidentemente apuntó la necesidad de moderar los días festivos en España; y con efecto hicieron las razones del P. Feijoo tanto efecto, que el gran Papa Benedicto XIV asintió a esta reformación con gran utilidad del Estado; y el mismo concepto formó de los Discursos de nuestro Sabio sobre la reformación de la Música de los Templos.

Descender a los demás puntos subalternos de los Discursos del Teatro exigía mayor tiempo, y no traería el provecho que cada uno podrá sacar de su original lectura.

Luego que el Autor acabó de dar al público los ocho tomos del Teatro Crítico, publicó en 1740 uno de [XVI] Suplemento a las materias contenidas en los antecedentes, que en esta edición va incorporado en sus respectivos lugares. En el Suplemento se añaden aquellas autoridades o citas, con que el P. Feijoo apoya sus opiniones, o rebate las objeciones que se le iban haciendo. En la advertencia al Suplemento previene, que enmienda sus yerros para dar buen ejemplo: «porque son muy pocos los Autores (continúa Feijoo) que conocen los propios, y muy raro el que, aunque los conozca, los confiese». Y añade: «No de todos los que enmiendo debo a mí mismo el desengaño. Algunos en materia de noticias históricas me dio a conocer la caritativa admonición de uno u otro docto amigo, por lo que me considero muy obligado de encomendarlos a Dios».

Fue un pensador independiente. Lucho por la verdad. Con esta postura fue el que mas empeño puso en hablar sobre lo que se hacia en Europa, para luchar contra el atraso de España. Lucho valientemente contra las supersticiones, atreviendose a desmontar supuestos milagros.

En Amor de la patria y pasion nacional coloca las demandas generales del hombre por encima de intereses nacionales. La pluralidad de temas y materias que trata caracterizaron a este hombre (desde la politica al folklore, pasando por la literatura, astrologia, etc.). Su empresa fue casi enciclopedica. Sus articulos suscitaban polemicas tremendas, sobretodo los de medicina y supersticiones.

Feijoo era un racionalista, pero jamas puso en tela de juicio las verdades reveladas, de ahi que no tuviera problemas con la inquisicion.

Teatro critico universal, para desengaño de errores comunes, una coleccion de 8 tomos (1726-1739) y sus Cartas eruditas, de 5 tomos (1724-1760) son sus obras mas importantes.

Jovellanos

Jovellanos nació en Gijón en 1744, fue uno de los renovadores de la época. Melchor Gaspar de Jovellanos estaba convencido de que el único camino para transformar la sociedad era la educación. Abogaba por una instrucción laica y pública.

Es junto con Fray Benito Feijoo, el escritor e ilustrado más reconocido del Siglo de las Luces español. Como escritor fue poeta, dramaturgo, crítico de arte y de literatura; analista de problemas jurídicos, políticos, económicos, históricos; pedagogo y teórico de la educación; promotor de temas asturianos y gran conocedor de la historia, la jurisprudencia y la cultura española.

Entre sus obras pueden destacarse: el delincuente honrado (drama de 1773), las Epístolas de Jovino a sus amigos salmantinos y A sus amigos de Sevilla, A Batilo, y la Epístola del Paular, las sátiras A Arnesto, y el conjunto de sus Cartas ( 1767-1811) y de su Diario (en catorce cuadernos: 1790-1811). Si bien las obras que le van a dar el reconocimiento nacional y la proyección internacional son: Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España (1790), Informe en el expediente de la Ley Agraria (1794) - obra con la que se ensumbra en la opinión de la época y de la posteridad -, Memoria sobre la educación pública (1801), Memorias histórico - artísticas de arquitectura (1804 - 1808) y Memoria en defensa de la Junta Central (1811).

Tras estudiar en Oviedo, pasó a Ávila y, posteriormente, al colegio San Ildefonso de Alcalá, en el que se doctoro en cánones. En 1767 obtuvo la plaza de alcalde del crimen de Sevilla. Entonces entró en el círculo del intendente Olavide, así se puso en contacto con el núcleo esencial de la Ilustración en España, a través del cual orientó su actividad judicial, literaria, económica y artística.

Tuvo numerosos cargos a lo largo de su vida, en 1774, fue nombrado oidor le la audiencia Sevillana y en 1778 pasó a Madrid, como alcalde de casa y corte. Fue ministro de la Junta de Comercio (1783) y director de la sociedad económica matritense. Desde sus cargos contribuyó a las reformas ilustradas con sus escritos políticos-económicos, como el “Informe sobre el libro ejercicio de las artes” y el “Elogio a Carlos III”. También entonces se manifiesta su interés por Asturias, en escritos como “Sobre la necesidad de cultivar en el Principado el estudio de las ciencias”, obra en que expone uno de los temas centrales de su pensamiento: la reforma de la educación como la clave de la transformación de la sociedad.

En 1794 se instaló en Gijón, donde fundó el Instituto Asturiano, al que se consagro plenamente. Sus ideas sobre la educación las desarrollo en esta época en “Memoria sobre el arreglo de la política de espectáculos y

diversiones públicas” (1812) y en el “Informe sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias” (1818).

Los filósofos y economistas franceses y británicos tienen influencia sobre su pensamiento (especialmente Adam Smith). Intentó llevar a la práctica sus ideas luchando contra la Inquisición, atacando la propiedad eclesiástica e iniciando una reforma universitaria.

En el Siglo XVIII encontramos una España anquilosada en el Antiguo Régimen. Mientras por el resto de Europa se extendían las ideas de la Ilustración francesa, aquí apenas existía industria y la mayoría de la población era analfabeta. Lentos pero seguros, los nuevos aires también llegaron dentro de nuestras fronteras.

Encabezados por Benito Feijoo, los ilustrados nacionales defendieron la educación como herramienta para modernizar al país. Al contrario de lo que se venía haciendo hasta ese momento, rechazaron la memorización como método de aprendizaje, asegurando que la instrucción debía ser práctica.

Jovellanos bebería sus ideas de la fuente europea, que por aquel entonces era Francia e Inglaterra, procesaría en su pensamiento las ideas ilustradas y las incipientes ideas liberales, y las desarrollaría con éxito en un periodo de cambio y reforma.

“Creo que una nación que se ilustra puede hacer grandes reformas sin sangre y creo que para ilustrarse tampoco es necesaria la rebelión”.

En varios textos Jovellanos deja patente su repulsa al imprudente gobierno francés que abrió la puerta a la desenfrenada libertad de imprimir, y dio impulso a “tantas y tan monstruosas teorías convencionales” (frases que parecen contradictorias con su espíritu de defensa de las libertades del hombre y entre ellas la libertad de expresión). Pero no olvidemos que la revolución significaba para Jovellanos una violación de “los sagrados fueros de la justicia”, que él siempre defiende junto con el imperio de la ley y la razón.

La excelencia de Jovellanos en el cultivo de la lengua y la literatura españolas ha constituido, hasta ahora, la faceta más importante de la personalidad de Jovellanos. Autor de algunas de las mejores poesías del siglo, cultivador de diferentes géneros, entre los que sobresalen la lírica y la sátira, su creación literaria, bajo el seudónimo de “Jovino”, así como el estilo de su prosa, elegante con naturalidad, le han conquistado un espacio muy importante en la historia de la literatura española.

Jovellanos pedagogo

Jovellanos hace de la educación el objeto privilegiado de sus preocupaciones. El vasto campo de sus intereses acaba siempre centrándose en la cuestión capital de la formación humana. Una perspectiva histórica de la educación ha de reconocer en Jovellanos una figura emblemática de la pedagogía de la Ilustración.

Un ilustrado es un hombre sociable. La condición social del hombre constituye el punto de partida de las reflexiones pedagógicas jovellanistas. Este carácter societario se abrirá progresivamente a los valores personales y acabará caracterizando su pedagogía como igualmente atenta a ambos polos de la relación, el individuo y la sociedad.

La preocupación por la regeneración económica de la nación y la creencia de que la instrucción es el origen de todo proceso social y personal, constituyen el impulso inicial de la pedagogía de Jovellanos.

El pensamiento y la acción reformadora de Jovellanos se configuran en el contexto de su crítica institucional contra la universidad, los colegios mayores universitarios, la magistratura, los gremios de los oficios, la Inquisición; en el contexto de su crítica social contra la riqueza vinculada (mayorazgos y “manos muertas”), la mala educación de la clase aristocrática, la falta de educación del pueblo, la pseudo educación de la mujer impuesta por prejuicios sociales que deben superarse; la pobreza de origen político estructural; la desestima del trabajo y las desviaciones supersticiosas y milagreras de la religiosidad.

Su crítica de la educación contemporánea denuncia los métodos docentes puramente especulativos, los estatutos anacrónicos que rigen todavía los establecimientos de enseñanza, el régimen semieclesiástico de las universidades, el abuso de los argumentos de autoridad, el desconocimiento o poco recurso de las fuentes (bíblicas, humanísticas, jurídicas, médicas), la ignorancia y menosprecio de las ciencias modernas, la falta de formación actualizada de las clases trabajadoras y de los oficios técnicos.

La efervescencia pedagógica de la época:

Los primeros años de su ejercicio profesional coinciden con la serie de medidas políticas promovidas por los ministros de Carlos III. En esta época se producen las reformas que citamos a continuación: la expulsión de los jesuitas que abandonan colegios y seminarios, el encargo de Olavide de reformar la universidad de Sevilla, que daría lugar a las innovaciones contenidas en su plan de estudios, la creación del cargo de Directores de universidades, la reforma de los colegios mayores Universitarios propiciada por los “manteístas” en el poder.

Las dificultades que se oponen a estos intentos y el fracaso de los mismos dejarán para siempre en Jovellanos la idea de que los imprescindibles cambios en los estudios, métodos y organización docente nunca llegarán a buen puerto si han de realizarlos las corporaciones respectivas. Desconfía de las enseñanzas universitarias, que él considera bastiones decadentes de la universidad tradicional. Aprovecha distintos pasajes de sus obras para manifestar su melancólica frustración, precisamente porque entiende que la renovación eficaz debía empezar “desde arriba”.

Los ilustrados españoles presentan como acusada característica la lucha por la regeneración de una patria que, tras un periodo de resurgimiento, amenaza entrar en decadencia.

La teoría de la educación en Jovellanos:

La educabilidad:

La pregunta del ser humano sobre sí mismo y sobre el sentido de su existencia, proporciona a Jovellanos tres bases para su antropología pedagogía.

El hombre al nacer es un ser defectivo necesitado de diversas ayudas; entre todas ellas la comunicación humana. La razón es la raíz de toda comunicación instructiva. La responsabilidad moral es privativa del ser humano; la instancia ética de la libertad reclama la perfección del sujeto que se educa,”una educación para la virtud”.

Financiamiento de la educación:

En cuanto a los institutos de enseñanzas útiles, prevé tres fuentes de financiación. Supuesta la finalidad de utilidad pública a que se destinan, está justificado dotarlos con fondos de los Concejos de las respectivas localidades. El salario de los maestros correrá a cargo de las contribuciones de los alumnos. El gobierno se encargará de los edificios, instrumentos, máquinas, bibliotecas, y otros complementos semejantes.

La cuestión de la virtud:

Para Jovellanos, la virtud y el valor deben contarse entre los elementos más destacados de la prosperidad social. El medio privilegiado para alcanzarlos será también aquí la instrucción, pues la ignorancia es el origen de todos los males que corrompen la sociedad. La ignorancia moral, es pésima, porque no e un defecto del entendimiento, sino del corazón.

Jovellanos ve con claridad la relación entre instrucción y virtud. En primer término analiza el origen de la moral. Así lo habían hecho Platón, Aristóteles, y entre los modernos, Hume y Smith, por considerarlo parte obligatoria de la filosofía moral. Jovellanos lo considera indispensable para la educación moral.

El espacio teórico propio de la educación

La expresión sistemática del pensamiento pedagógico de Jovellanos corresponde a una obra tardía, “el Tratado teórico.práctico de enseñanza”. El punto firme del que arranca comprende los dos axiomas ya conocidos que constituyen su más profunda convicción en este campo, “la instrucción es no sólo la primera, sino también la más general fuente de la prosperidad de los pueblos” y “”la primera raíz del mal esta en la ignorancia”. A demostrar esto consagró su vida Jovellanos.

Las relaciones entre instrucción y educación quedan sentadas claramente en el Tratado: la instrucción es el medio universal de educación y la virtud es el objetivo principal de la educación. Tal es el concepto que, a juicio de numerosos autores, fundamenta la teoría jovellanista de la educación.

¿Cómo puede la instrucción contribuir a la formación moral?. Cuando escribía la “Introducción a la Economía política, formulaba las siguientes aserciones: el hombre en sus aspectos físicos se perfecciona con la instrucción; la instrucción perfecciona la razón, el corazón, y hasta la misma voluntad que “con la instrucción no será menos libre pero será más ilustrada”.

En el Tratado, pone el acento en expresiones como la necesidad de intervenir cerca de los jóvenes,”rectificar el corazón”, dirigirlos en el ejercicio “de sus sentimientos y afectos” Esta enseñanza, confiesa, es más bien de hechos que de raciocinios y se da más bien con ejemplos que con discursos, porque “no se debe olvidar que las verdades morales son verdades de sentimiento”. El objetivo de la educación es el de hacer buenos ciudadanos y útiles. Para nuestro autor, la educación es el gozne que a de orientar la instrucción hacia la virtud.

La felicidad, estímulo y cima de la educación

Falta por mencionar un factor decisivo en el pensamiento de Jovellanos, la felicidad. La clave pedagógica consiste en la tarea de dar a sentir a los jóvenes que la virtud es el camino que conduce a la felicidad. La clave antropológica descansa en los tres pilares siguientes:

  • Los hombres y las mujeres aspiran a la felicidad movidos por una inclinación connatural al ser humano;

  • La felicidad es un sentimiento que se alberga en lo más íntimo de la conciencia. Es independiente de la fortuna. Los bienes exteriores contribuyen a aumentarla sólo cuando se emplean virtuosamente;

  • El apetito natural del hombre al bien le conduce al Sumo Bien que es dios.

Jovellanos llega así a lo que considera como el centro de toda doctrina moral que indica, a su vez, el norte de la educación.El desarrollo de la clave pedagógica acompaña la razón y el corazón del joven para que pueda descubrir reunidos en este norte “el Sumo Bien con el último fin del hombre, y el objeto de la virtud, con el de la felicidad”.

Características de la educación jovellanista

Educación Gratuita, igualitaria y individualizada

Educación pública (gratuita):

La educación general concebida por la mayoria de autores de esta épocadicen que ha de ser ha de ser publica, universal, cívica, humanista y estética. Jovellanos revindica la educación pública por primera fuente de la prosperidad nacional. Su fin se orientará al perfeccionamiento de las facultades físicas intelectuales y morales. En cuanto a los medios de llevarla a cabo, éstos pertenecen “a la educación privada y pública”. La primera no está sometida a la acción inmediata del gobierno, pero en las bases(para un plan de instrucción pública) su perfección queda en función de la pública.

Educación universal (igualitaria):

La educación que se considera primaria se conoce en su época como Primeras Letras: generalizarla es la principal obligación del Estado. Se debe impartir a todos los ciudadanos y de manera igualitaria. Que no hay individuo, por pobre y desvalido que sea, que no pueda recibir fácil y gratuitamente esta instrucción. Ni que, por apartada que esté, exista aldea sin escuela.

La educación escolar que el autor desea obligatoria para el gobierno y para los ciudadanos comprende “las primeras letras y las primeras verdades”. Ocupan el primer grado dentro de las “ciencias metódicas”, denominación que la mayoria de los autores otorgan a las que inician en los métodos de investigar la verdad y recibir instrucción. Aunque no entra a desarrollarlos, entiende que habría que revisar los métodos de enseñanza de la lectoescritura. Las Primeras Letras han de comprender, además del aprendizaje de la lectura y la escritura, la iniciación en los elementos básicos de doctrina natural, civil y moral, cálculo y dibujo. Esta es la enseñanza que se debe a todos los ciudadanos.

Educación cívica (individualizada a cada ciudadano)

Esta dimensión del proceso educativo que ha de introducir en las distintas obligaciones del ciudadano, se orientará ante todo a la matriz de todas las virtudes cívicas, que denominan “amor público”. En el descansa la unidad civil, él tutela los derechos y deberes del ciudadano, y obtiene del interés particular los sacrificios que pide el interés común. Introduce el bien y prosperidad de todos en la felicidad de cada uno. La educación cívica tiene contenidos propios que han de formar parte de la primera educación o educación popular. Se

daca uno particularmente, el deber que tiene todo ciudadano de instruirse.

Educación estética:

La imaginación tiene un espacio privilegiado, bien puede decirse decisivo, en la educación jovellanista. Para iniciarse en el lenguaje de las bellas artes y de las letras, propio del ideal de una personalidad armónica, es indispensable el cultivo de la imaginación. El buen gusto es educable y su educación es un objetivo explícito de la educación de la época. El proceso que hace posible la comunión gozosa con las creaciones artísticas se actualiza en el contacto con los que, por sus cualidades humanas y sus dotes expresivas, se han llamado con razón “maestros de humanidad”. La educación debería ser el lugar donde el contacto con los mejores logros estéticos abriera el camino hacia “un nuevo universo lleno de maravillas y encantos”.

Educación femenina:

La enseñanza de las niñas recibe un nuevo impulso con las disposiciones del Reglamento para el establecimiento de escuelas gratuitas para niñas en Madrid(1783).

Jovellanos, refugiado en Sevilla mientras la nación está en guerra, reconoce una vez más la importancia de la educación de “esa preciosa mitad de la nación”. Señala su influjo no solo en la educación doméstica de las jóvenes, sino en la literaria, en la moral y en la civil. Existen, en la mujer, reservas para contribuir a la paz entre los pueblos y a una convivencia social más humana.

En cuanto al contenido escolar de la educación femenina, Jovellanos no es innovador. Si lo es en la universalización de la educación popular, “sin distinción de sexo”.

La mujer cultivada tiene en Jovellanos un decidido valedor. En la cuestión suscitada acerca de si se debían admitir o no a señoras en la Sociedad Económica Matritense, define claramente su postura. Deben admitirse con las mismas formalidades y derechos que a los demás individuos; no debe formarse con ellas clase separada, y el acuerdo debe adoptarse mediante acta formal.

Revolución Francesa

Las razones históricas de la Revolución

Más de un siglo antes de que Luis XVI ascendiera al trono (1774), el Estado francés había sufrido periódicas crisis económicas motivadas por las largas guerras emprendidas durante el reinado de Luis XIV, la mala administración de los asuntos nacionales en el reinado de Luis XV, las cuantiosas pérdidas que acarreó la Guerra Francesa e India (1754-1763) y el aumento de la deuda generado por los préstamos a las colonias británicas de Norteamérica durante la guerra de la Independencia estadounidense (1775-1783). Los defensores de la aplicación de reformas fiscales, sociales y políticas comenzaron a reclamar con insistencia la satisfacción de sus reivindicaciones durante el reinado de Luis XVI. En agosto de 1774, el rey nombró controlador general de Finanzas a Anne Robert Jacques Turgot, un hombre de ideas liberales que instituyó una política rigurosa en lo referente a los gastos del Estado. No obstante, la mayor parte de su política restrictiva fue abandonada al cabo de dos años y Turgot se vio obligado a dimitir por las presiones de los sectores reaccionarios de la nobleza y el clero, apoyados por la reina, María Antonieta de Austria. Su sucesor, el financiero y político Jacques Necker tampoco consiguió realizar grandes cambios antes de abandonar su cargo en 1781, debido asimismo a la oposición de los grupos reaccionarios. Sin embargo, fue aclamado por el pueblo por hacer público un extracto de las finanzas reales en el que se podía apreciar el gravoso coste que suponían para el Estado los estamentos privilegiados. La crisis empeoró durante los años siguientes. El pueblo exigía la convocatoria de los Estados Generales (una asamblea formada por representantes del clero, la nobleza y el Tercer estado), cuya última reunión se había producido en 1614, y el rey Luis XVI accedió finalmente a celebrar unas elecciones nacionales en 1788. La censura quedó abolida durante la campaña y multitud de escritos que recogían las ideas de la Ilustración circularon por toda Francia. Necker, a quien el monarca había vuelto a nombrar interventor general de Finanzas en 1788, estaba de acuerdo con Luis XVI en que el número de representantes del Tercer estado (el pueblo) en los Estados Generales fuera igual al del primer estado (el clero) y el segundo estado (la nobleza) juntos, pero ninguno de los dos llegó a establecer un método de votación.

A pesar de que los tres estados estaban de acuerdo en que la estabilidad de la nación requería una transformación fundamental de la situación, los antagonismos estamentales imposibilitaron la unidad de acción en los Estados Generales, que se reunieron en Versalles el 5 de mayo de 1789. Las delegaciones que representaban a los estamentos privilegiados de la sociedad francesa se enfrentaron inmediatamente a la cámara rechazando los nuevos métodos de votación presentados. El objetivo de tales propuestas era conseguir el voto por individuo y no por estamento, con lo que el tercer estado, que disponía del mayor número de representantes, podría controlar los Estados Generales. Las discusiones relativas al procedimiento se prolongaron durante seis semanas, hasta que el grupo dirigido por Emmanuel Joseph Sieyès y el conde de Mirabeau se constituyó en Asamblea Nacional el 17 de junio. Este abierto desafío al gobierno monárquico, que había apoyado al clero y la nobleza, fue seguido de la aprobación de una medida que otorgaba únicamente a la Asamblea Nacional el poder de legislar en materia fiscal. Luis XVI se apresuró a privar a la Asamblea de su sala de reuniones como represalia. Ésta respondió realizando el 20 de junio el denominado Juramento del Juego de la Pelota, por el que se comprometía a no disolverse hasta que se hubiera redactado una constitución para Francia. En ese momento, las profundas disensiones existentes en los dos estamentos superiores provocaron una ruptura en sus filas, y numerosos representantes del bajo clero y algunos nobles liberales abandonaron sus respectivos estamentos para integrarse en la Asamblea Nacional.

El inicio de la Revolución

El rey se vio obligado a ceder ante la continua oposición a los decretos reales y la predisposición al amotinamiento del propio Ejército real. El 27 de junio ordenó a la nobleza y al clero que se unieran a la autoproclamada Asamblea Nacional Constituyente. Luis XVI cedió a las presiones de la reina María Antonieta y del conde de Artois (futuro rey de Francia con el nombre de Carlos X) y dio instrucciones para que varios regimientos extranjeros leales se concentraran en París y Versalles. Al mismo tiempo, Necker fue nuevamente destituido. El pueblo de París respondió con la insurrección ante estos actos de provocación; los disturbios comenzaron el 12 de julio, y las multitudes asaltaron y tomaron La Bastilla —una prisión real que simbolizaba el despotismo de los Borbones— el 14 de julio.

Antes de que estallara la revolución en París, ya se habían producido en muchos lugares de Francia esporádicos y violentos disturbios locales y revueltas campesinas contra los nobles opresores que alarmaron a los burgueses no menos que a los monárquicos. El conde de Artois y otros destacados líderes reaccionarios, sintiéndose amenazados por estos sucesos, huyeron del país, convirtiéndose en el grupo de los llamados émigrés. La burguesía parisina, temerosa de que la muchedumbre de la ciudad aprovechara el derrumbamiento del antiguo sistema de gobierno y recurriera a la acción directa, se apresuró a establecer un gobierno provisional local y organizó una milicia popular, denominada oficialmente Guardia Nacional. El estandarte de los Borbones fue sustituido por la escarapela tricolor (azul, blanca y roja), símbolo de los revolucionarios que pasó a ser la bandera nacional. No tardaron en constituirse en toda Francia gobiernos provisionales locales y unidades de la milicia. El mando de la Guardia Nacional se le entregó al marqués de La Fayette, héroe de la guerra de la Independencia estadounidense. Luis XVI, incapaz de contener la corriente revolucionaria, ordenó a las tropas leales retirarse. Volvió a solicitar los servicios de Necker y legalizó oficialmente las medidas adoptadas por la Asamblea y los diversos gobiernos provisionales de las provincias.

La redacción de una constitución

La Asamblea Nacional Constituyente comenzó su actividad movida por los desórdenes y disturbios que estaban produciéndose en las provincias (el periodo del 'Gran Miedo'). El clero y la nobleza hubieron de renunciar a sus privilegios en la sesión celebrada durante la noche del 4 de agosto de 1789; la Asamblea aprobó una legislación por la que quedaba abolido el régimen feudal y señorial y se suprimía el diezmo, aunque se otorgaban compensaciones en ciertos casos. En otras leyes se prohibía la venta de cargos públicos y la exención tributaria de los estamentos privilegiados.

A continuación, la Asamblea Nacional Constituyente se dispuso a comenzar su principal tarea, la redacción de una Constitución. En el preámbulo, denominado Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, los delegados formularon los ideales de la Revolución, sintetizados más tarde en tres principios, "Liberté, Égalité, Fraternité" ("Libertad, Igualdad, Fraternidad"). Mientras la Asamblea deliberaba, la hambrienta población de París, irritada por los rumores de conspiraciones monárquicas, reclamaba alimentos y soluciones. El 5 y el 6 de octubre, la población parisina, especialmente sus mujeres, marchó hacia Versalles y sitió el palacio real. Luis XVI y su familia fueron rescatados por La Fayette, quien les escoltó hasta París a petición del pueblo. Tras este suceso, algunos miembros conservadores de la Asamblea Constituyente, que acompañaron al rey a París, presentaron su dimisión. En la capital, la presión de los ciudadanos ejercía una influencia cada vez mayor en la corte y la Asamblea. El radicalismo se apoderó de la cámara, pero el objetivo original, la implantación de una monarquía constitucional como régimen político, aún se mantenía.

El primer borrador de la Constitución recibió la aprobación del monarca francés en unas fastuosas ceremonias, a las que acudieron delegados de todos los lugares del país, el 14 de julio de 1790. Este documento suprimía la división provincial de Francia y establecía un sistema administrativo cuyas unidades eran los departamentos, que dispondrían de organismos locales elegibles. Se ilegalizaron los títulos hereditarios, se crearon los juicios con jurado en las causas penales y se propuso una modificación fundamental de la legislación francesa. Con respecto a la institución que establecía requisitos de propiedad para acceder al voto, la Constitución disponía que el electorado quedara limitado a la clases alta y media. El nuevo estatuto confería el poder legislativo a la Asamblea Nacional, compuesta por 745 miembros elegidos por un sistema de votación indirecto. Aunque el rey seguía ejerciendo el poder ejecutivo, se le impusieron estrictas limitaciones. Su poder de veto tenía un carácter meramente suspensivo, y era la Asamblea quien tenía el control efectivo de la dirección de la política exterior. Se impusieron importantes restricciones al poder de la Iglesia católica mediante una serie de artículos denominados Constitución civil del Clero, el más importante de los cuales suponía la confiscación de los bienes eclesiásticos. A fin de aliviar la crisis financiera, se permitió al Estado emitir un nuevo tipo de papel moneda, los asignados, garantizado por las tierras confiscadas. Asimismo, la Constitución estipulaba que los sacerdotes y obispos fueran elegidos por los votantes, recibieran una remuneración del Estado, prestaran un juramento de lealtad al Estado y las órdenes monásticas fueran disueltas.

Durante los quince meses que transcurrieron entre la aprobación del primer borrador constitucional por parte de Luis XVI y la redacción del documento definitivo, las relaciones entre las fuerzas de la Francia revolucionaria experimentaron profundas transformaciones. Éstas fueron motivadas, en primer lugar, por el resentimiento y el descontento del grupo de ciudadanos que había quedado excluido del electorado. Las clases sociales que carecían de propiedades deseaban acceder al voto y liberarse de la miseria económica y social, y no tardaron en adoptar posiciones radicales. Este proceso, que se extendió rápidamente por toda Francia gracias a los clubes de los jacobinos, y de los cordeliers, adquirió gran impulso cuando se supo que María Antonieta estaba en constante comunicación con su hermano Leopoldo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Al igual que la mayoría de los monarcas europeos, Leopoldo había dado refugio a gran número de émigrés y no había ocultado su oposición a los acontecimientos revolucionarios que se habían producido en Francia. El recelo popular con respecto a las actividades de la reina y la complicidad de Luis XVI quedó confirmado cuando la familia real fue detenida mientras intentaba huir de Francia en un carruaje con destino a Varennes el 21 de junio.

Radicalización del gobierno

El 17 de julio de 1791 los sans-culottes (miembros de una tendencia revolucionaria radical que exigía la proclamación de la república) se reunieron en el Campo de Marte y exigieron que se depusiera al monarca. La Guardia Nacional abrió fuego contra los manifestantes y los dispersó siguiendo las órdenes de La Fayette, vinculado políticamente a los feuillants, un grupo formado por monárquicos moderados. Estos hechos incrementaron de forma irreversible las diferencias existentes entre el sector burgués y republicano de la población. El rey fue privado de sus poderes durante un breve periodo, pero la mayoría moderada de la Asamblea Constituyente, que temía que se incrementaran los disturbios, restituyó a Luis XVI con la esperanza de frenar el ascenso del radicalismo y evitar una intervención de las potencias extranjeras. El 14 de septiembre, el rey juró respetar la Constitución modificada. Dos semanas después, se disolvió la Asamblea Constituyente para dar paso a las elecciones sancionadas por la Constitución. Durante este tiempo, Leopoldo II y Federico Guillermo II, rey de Prusia, emitieron el 27 de agosto una declaración conjunta referente a Francia en la que se amenazaba veladamente con una intervención armada. La Asamblea Legislativa, que comenzó sus sesiones el 1 de octubre de 1791, estaba formada por 750 miembros que no tenían experiencia alguna en la vida política, dado que los propios integrantes de la Asamblea Constituyente habían votado en contra de su elegibilidad como diputados de la nueva cámara. Ésta se hallaba dividida en facciones divergentes. La más moderada era la de los feuillants, partidaria de la monarquía constitucional tal como se establecía en la Constitución de 1791. El centro de la cámara acogía al grupo mayoritario, conocido como el Llano, que carecía de opiniones políticas definidas pero que se oponía unánimemente al sector radical que se sentaba en el ala izquierda, compuesto principalmente por los girondinos, que defendían la transformación de la monarquía constitucional en una república federal, un proyecto similar al de los montagnards (grupo que por ocupar la parte superior de la cámara, recibió el apelativo de La Montaña) integrados por los jacobinos y los cordeliers, que abogaban por la implantación de una república centralizada. Antes de que estas disensiones abrieran una profunda brecha en las relaciones entre los girondinos y los montagnards, el sector republicano de la Asamblea consiguió la aprobación de varios proyectos de ley importantes, entre los que se incluían severas medidas contra los miembros del clero que se negaran a jurar lealtad al nuevo régimen. Sin embargo, Luis XVI ejerció su derecho a veto sobre estos decretos, provocando así una crisis parlamentaria que llevó al poder a los girondinos. A pesar de la oposición de los más destacados montagnards, el gabinete girondino, presidido por Jean Marie Roland de la Platière, adoptó una actitud beligerante hacia Federico Guillermo II y Francisco II, el nuevo emperador del Sacro Imperio Romano, que había sucedido a su padre, Leopoldo II, el 1 de marzo de 1792. Ambos soberanos apoyaban abiertamente las actividades de los émigrés y secundaban el rechazo de la aristocracia de Alsacia a la legislación revolucionaria. El deseo de entablar una guerra se extendió rápidamente entre los monárquicos, que confiaban en la derrota del gobierno revolucionario y en la restauración del Antiguo Régimen, y entre los girondinos, que anhelaban un triunfo definitivo sobre los sectores reaccionarios tanto en el interior como en el exterior. El 20 de abril de 1792 la Asamblea Legislativa declaró la guerra al Sacro Imperio Romano.

La lucha por la libertad

Los ejércitos austriacos obtuvieron varias victorias en los Países Bajos austriacos gracias a ciertos errores del alto mando francés, formado mayoritariamente por monárquicos. La posterior invasión de Francia provocó importantes desórdenes en París. El gabinete de Roland cayó el 13 de junio, y la intranquilidad de la población se canalizó en un asalto a las Tullerías, la residencia de la familia real, una semana después. La Asamblea Legislativa declaró el estado de excepción el 11 de julio, después de que Cerdeña y Prusia se unieran a la guerra contra Francia. Se enviaron fuerzas de reserva para aliviar la difícil situación en el frente, y se solicitaron voluntarios de todo el país en la capital. Cuando los refuerzos procedentes de Marsella llegaron a París, iban cantando un himno patriótico conocido desde entonces como La Marsellesa. El descontento popular provocado por la gestión de los girondinos, que habían expresado su apoyo a la monarquía y habían rechazado la acusación de deserción presentada contra La Fayette, hizo aumentar la tensión. El malestar social, unido al efecto que generó el manifiesto del comandante aliado, Charles William de Ferdinand, duque de Brunswick, en el que amenazaba con destruir la capital si la familia real era maltratada, provocó una insurrección en París el 10 de agosto. Los insurgentes, dirigidos por elementos radicales de la capital y voluntarios nacionales que se dirigían al frente, asaltaron las Tullerías y asesinaron a la Guardia suiza del rey. Luis XVI y su familia se refugiaron en la cercana sala de reuniones de la Asamblea Legislativa, que no tardó en suspender en sus funciones al monarca y ponerle bajo arresto. A su vez, los insurrectos derrocaron al consejo de gobierno parisino, que fue reemplazado por un nuevo consejo ejecutivo provisional, la denominada Comuna de París. Los montagnards, liderados por el abogado Georges Jacques Danton, dominaron el nuevo gobierno parisino y pronto se hicieron con el control de la Asamblea Legislativa. Esta cámara aprobó la celebración de elecciones en un breve plazo con vistas a la constitución de una nueva Convención Nacional, en la que tendrían derecho a voto todos los ciudadanos varones. Entre el 2 y el 7 de septiembre, más de mil monárquicos y presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados. Los elementos desencadenantes de las denominadas 'Matanzas de Septiembre' fueron el temor de la población al avance de los ejércitos aliados contra Francia y los rumores sobre conspiraciones para derrocar al gobierno revolucionario. Un ejército francés, dirigido por el general Charles François Dumouriez, obtuvo una importante victoria en la batalla de Valmy frente a las tropas prusianas que avanzaban hacia París el 20 de septiembre.

Un día después de la victoria de Valmy se reunió en París la Convención Nacional recién elegida. La primera decisión oficial adoptada por esta cámara fue la abolición de la monarquía y la proclamación de la I República. El consenso entre los principales grupos integrantes de la Convención no fue más allá de la aprobación de estas medidas iniciales. Sin embargo, ninguna facción se opuso al decreto presentado por los girondinos y promulgado el 19 de noviembre, por el cual Francia se comprometía a apoyar a todos los pueblos oprimidos de Europa. Las noticias que llegaban del frente semanalmente eran alentadoras: las tropas francesas habían pasado al ataque después de la batalla de Valmy y habían conquistado Maguncia, Frankfurt del Main, Niza, Saboya y los Países Bajos austriacos. Sin embargo, las disensiones se habían intensificado seriamente en el seno de la convención, donde el Llano dudaba entre conceder su apoyo a los conservadores girondinos o a los radicales montagnards. La primera gran prueba de fuerza se decidió en favor de estos últimos, que solicitaban que la Convención juzgara al rey por el cargo de traición y consiguieron que su propuesta fuera aprobada por mayoría. El monarca fue declarado culpable de la acusación imputada con el voto casi unánime de la Cámara el 15 de enero de 1793, pero no se produjo el mismo acuerdo al día siguiente, cuando había de decidirse la pena del acusado. Finalmente el rey fue condenado a muerte por 387 votos a favor frente a 334 votos en contra. Luis XVI fue guillotinado el 21 de enero.

La influencia de los girondinos en la Convención Nacional disminuyó enormemente tras la ejecución del rey. La falta de unidad mostrada por el grupo durante el juicio había dañado irreparablemente su prestigio nacional, bastante mermado desde hacía tiempo entre la población de París, más favorable a las tendencias jacobinas. Otro factor que determinó la caída girondina fueron las derrotas sufridas por los ejércitos franceses tras declarar la guerra a Gran Bretaña, las Provincias Unidas (actuales Países Bajos) el 1 de febrero de 1793, y a España el 7 de marzo, que se habían unido a la Primera Coalición contra Francia. Las propuestas de los jacobinos para fortalecer al gobierno ante las cruciales luchas a las que Francia debería enfrentarse desde ese momento fueron firmemente rechazadas por los girondinos. No obstante, a comienzos de marzo, la Convención votó a favor del reclutamiento de 300.000 hombres y envió comisionados especiales a varios departamentos para organizar la leva. Los sectores clericales y monárquicos enemigos de la Revolución incitaron a la rebelión a los campesinos de La Vendée, contrarios a tal medida. La guerra civil no tardó en extenderse a los departamentos vecinos. Los austriacos derrotaron al ejército de Dumouriez en Neerwinden el 18 de marzo, y éste desertó al enemigo. La huida del jefe del ejército, la guerra civil y el avance de las fuerzas enemigas a través de las fronteras de Francia provocó en la Convención una crisis entre los girondinos y los montagnards, en la que estos últimos pusieron de relieve la necesidad de emprender una acción contundente en defensa de la Revolución.

El Reinado del Terror

El 6 de abril, la Convención creó el Comité de Salvación Pública, que habría de ser el órgano ejecutivo de la República, y reestructuró el Comité de Seguridad General y el Tribunal Revolucionario. Se enviaron representantes a los departamentos para supervisar el cumplimiento de las leyes, el reclutamiento y la requisa de municiones. La rivalidad existente entre los girondinos y los montagnards se había agudizado durante este periodo. La rebelión parisina, organizada por el periodista radical Jacques Hébert, obligó a la Convención a ordenar el 2 de junio la detención de veintinueve delegados girondinos y de los ministros de este grupo, Pierre Henri Hélène Marie Lebrun-Tondu y Étienne Clavière. A partir de ese momento, la facción jacobina radical que asumió el control del gobierno desempeñó un papel decisivo en el posterior desarrollo de la Revolución. La Convención promulgó una nueva Constitución el 24 de junio en la que se ampliaba el carácter democrático de la República. Sin embargo, este estatuto nunca llegó a entrar en vigor. El 10 de julio, la presidencia del Comité de Salvación Pública fue transferida a los jacobinos, que reorganizaron completamente las funciones de este nuevo organismo. Tres días después, el político radical Jean-Paul Marat, destacado líder de los jacobinos, fue asesinado por Charlotte de Corday, simpatizante de los girondinos. La indignación pública ante este crimen hizo aumentar considerablemente la influencia de los jacobinos en todo el país. El dirigente jacobino Maximilien de Robespierre pasó a ser miembro del Comité de Salvación Pública el 27 de julio y se convirtió en su figura más destacada en poco tiempo. Robespierre, apoyado por Louis Saint-Just, Lazare Carnot, Georges Couthon y otros significados jacobinos, implantó medidas policiales extremas para impedir cualquier acción contrarrevolucionaria. Los poderes del Comité fueron renovados mensualmente por la Convención Nacional desde abril de 1793 hasta julio de 1794, un periodo que pasó a denominarse Reinado del Terror.

Desde el punto de vista militar, la situación era extremadamente peligrosa para la República. Las potencias enemigas habían reanudado la ofensiva en todos los frentes. Los prusianos habían recuperado Maguncia, Condé-Sur-L'Escaut y Valenciennes, y los británicos mantenían sitiado Tolón. Los insurgentes monárquicos y católicos controlaban gran parte de La Vendée y Bretaña. Caen, Lyon, Marsella, Burdeos y otras importantes localidades se hallaban bajo el poder de los girondinos. El 23 de agosto se emitió un nuevo decreto de reclutamiento para toda la población masculina de Francia en buen estado de salud. Se formaron en poco tiempo catorce nuevos ejércitos —alrededor de 750.000 hombres—, que fueron equipados y enviados al frente rápidamente. Además de estas medidas, el Comité reprimió violentamente la oposición interna.

María Antonieta fue ejecutada el 16 de octubre, y 21 destacados girondinos murieron guillotinados el 31 del mismo mes. Tras estas represalias iniciales, miles de monárquicos, sacerdotes, girondinos y otros sectores acusados de realizar actividades contrarrevolucionarias o de simpatizar con esta causa fueron juzgados por los tribunales revolucionarios, declarados culpables y condenados a morir en la guillotina. El número de personas condenadas a muerte en París ascendió a 2.639, más de la mitad de las cuales (1.515) perecieron durante los meses de junio y julio de 1794. Las penas infligidas a los traidores o presuntos insurgentes fueron más severas en muchos departamentos periféricos, especialmente en los principales centros de la insurrección monárquica. El tribunal de Nantes, presidido por Jean-Baptiste Carrier, el más severo con los cómplices de los rebeldes de La Vendée, ordenó la ejecución de más de 8.000 personas en un periodo de tres meses. Los tribunales y los comités revolucionarios fueron responsables de la ejecución de casi 17 mil ciudadanos en toda Francia. El número total de víctimas durante el Reinado del Terror llegó a 40.000. Entre los condenados por los tribunales revolucionarios, aproximadamente el 8% eran nobles, el 6% eran miembros del clero, el 14% pertenecía a la clase media y el 70% eran trabajadores o campesinos acusados de eludir el reclutamiento, de deserción, acaparamiento, rebelión u otros delitos. Fue el clero católico el que sufrió proporcionalmente las mayores pérdidas entre todos estos grupos sociales. El odio anticlerical se puso de manifiesto también en la abolición del calendario juliano en octubre de 1793, que fue reemplazado por el calendario republicano. El Comité de Salvación Pública, presidido por Robespierre, intentó reformar Francia basándose de forma fanática en sus propios conceptos de humanitarismo, idealismo social y patriotismo. El Comité, movido por el deseo de establecer una República de la Virtud, alentó la devoción por la república y la victoria y adoptó medidas contra la corrupción y el acaparamiento. Asimismo, el 23 de noviembre de 1793, la Comuna de París ordenó cerrar todas las iglesias de la ciudad —esta decisión fue seguida posteriormente por las autoridades locales de toda Francia— y comenzó a promover la religión revolucionaria, conocida como el Culto a la Razón. Esta actitud, auspiciada por el jacobino Pierre Gaspard Chaumette y sus seguidores extremistas (entre ellos Hébert), acentuó las diferencias entre los jacobinos centristas, liderados por Robespierre, y los fanáticos seguidores de Hébert, una fuerza poderosa en la Convención y en la Comuna de París.

Durante este tiempo, el signo de la guerra se había vuelto favorable para Francia. El general Jean Baptiste Jourdan derrotó a los austriacos el 16 de octubre de 1793, iniciándose así una serie de importantes victorias francesas. A finales de ese año, se había iniciado la ofensiva contra las fuerzas de invasión del Este en el Rin, y Tolón había sido liberado. También era de gran relevancia el hecho de que el Comité de Salvación Pública hubiera aplastado la mayor parte de las insurrecciones de los monárquicos y girondinos.

La lucha por el poder

La disputa entre el Comité de Salvación Pública y el grupo extremista liderado por Hébert, concluyó con la ejecución de éste y sus principales acólitos el 24 de marzo de 1794. Dos semanas después, Robespierre emprendió acciones contra los seguidores de Danton, que habían comenzado a solicitar la paz y el fin del reinado del Terror. Georges-Jacques Danton y sus principales correligionarios fueron decapitados el 6 de abril. Robespierre perdió el apoyo de muchos miembros importantes del grupo de los jacobinos —especialmente de aquéllos que temían por sus propias vidas— a causa de estas represalias masivas contra los partidarios de ambas facciones. Las victorias de los ejércitos franceses, entre las que cabe destacar la batalla de Fleurus (Bélgica) del 26 de junio, que facilitó la reconquista de los Países Bajos austriacos, incrementó la confianza del pueblo en el triunfo final. Por este motivo, comenzó a extenderse el rechazo a las medidas de seguridad impuestas por Robespierre. El descontento general con el líder del Comité de Salvación Pública no tardó en transformarse en una auténtica conspiración. Robespierre, Saint-Just, Couthon y 98 de sus seguidores fueron apresados el 27 de julio de 1794 (el 9 de termidor del año III según el calendario republicano) y decapitados al día siguiente. Se considera que el 9 de termidor fue el día en el que se puso fin a la República de la Virtud.

La Convención Nacional estuvo controlada hasta finales de 1794 por el 'grupo termidoriano' que derrocó a Robespierre y puso fin al Reinado del Terror. Se clausuraron los clubes jacobinos de toda Francia, fueron abolidos los tribunales revolucionarios y revocados varios decretos de carácter extremista, incluido aquél por el cual el Estado fijaba los salarios y precios de los productos. Después de que la Convención volviera a estar dominada por los girondinos, el conservadurismo termidoriano se transformó en un fuerte movimiento reaccionario. Durante la primavera de 1795, se produjeron en París varios tumultos, en los que el pueblo reclamaba alimentos, y manifestaciones de protesta que se extendieron a otros lugares de Francia. Estas rebeliones fueron sofocadas y se adoptaron severas represalias contra los jacobinos y sans-culottes que los protagonizaron.

La moral de los ejércitos franceses permaneció inalterable ante los acontecimientos ocurridos en el interior. Durante el invierno de 1794-1795, las fuerzas francesas dirigidas por el general Charles Pichegru invadieron los Países Bajos austriacos, ocuparon las Provincias Unidas instituyendo la República Bátava y vencieron a las tropas aliadas del Rin. Esta sucesión de derrotas provocó la desintegración de la coalición antifrancesa. Prusia y varios estados alemanes firmaron la paz con el gobierno francés en el Tratado de Basilea el 5 de abril de 1795; España también se retiró de la guerra el 22 de julio, con lo que las únicas naciones que seguían en lucha con Francia eran Gran Bretaña, Cerdeña y Austria. Sin embargo, no se produjo ningún cambio en los frentes bélicos durante casi un año. La siguiente fase de este conflicto se inició con las Guerras Napoleónicas.

Se restableció la paz en las fronteras, y un ejército invasor formado por émigrés fue derrotado en Bretaña en el mes de julio. La Convención Nacional finalizó la redacción de una nueva Constitución, que se aprobó oficialmente el 22 de agosto de 1795. La nueva legislación confería el poder ejecutivo a un Directorio, formado por cinco miembros llamados directores. El poder legislativo sería ejercido por una asamblea bicameral, compuesta por el Consejo de Ancianos (250 miembros) y el Consejo de los Quinientos. El mandato de un director y de un tercio de la asamblea se renovaría anualmente a partir de mayo de 1797, y el derecho al sufragio quedaba limitado a los contribuyentes que pudieran acreditar un año de residencia en su distrito electoral. La nueva Constitución incluía otras disposiciones que demostraban el distanciamiento de la democracia defendida por los jacobinos. Este régimen no consiguió establecer un medio para impedir que el órgano ejecutivo entorpeciera el gobierno del ejecutivo y viceversa, lo que provocó constantes luchas por el poder entre los miembros del gobierno, sucesivos golpes de Estado y fue la causa de la ineficacia en la dirección de los asuntos del país. Sin embargo, la Convención Nacional, que seguía siendo anticlerical y antimonárquica a pesar de su oposición a los jacobinos, tomó precauciones para evitar la restauración de la monarquía. Promulgó un decreto especial que establecía que los primeros directores y dos tercios del cuerpo legislativo habían de ser elegidos entre los miembros de la Convención. Los monárquicos parisinos reaccionaron violentamente contra este decreto y organizaron una insurrección el 5 de octubre de 1795. Este levantamiento fue reprimido con rapidez por las tropas mandadas por el general Napoleón Bonaparte, jefe militar de los ejércitos revolucionarios de escaso renombre, que más tarde sería emperador de Francia con el nombre de Napoleón I Bonaparte. El régimen de la Convención concluyó el 26 de octubre y el nuevo gobierno formado de acuerdo con la Constitución entró en funciones el 2 de noviembre.

Desde sus primeros momentos, el Directorio tropezó con diversas dificultades, a pesar de la gran labor que realizaron políticos como Charles Maurice de Talleyrand-Perigord y Joseph Fouché. Muchos de estos problemas surgieron a causa de los defectos estructurales inherentes al aparato de gobierno; otros, por la confusión económica y política generada por el triunfo del conservadurismo. El Directorio heredó una grave crisis financiera, que se vio agravada por la depreciación de los asignados (casi en un 99% de su valor). Aunque la mayoría de los líderes jacobinos habían fallecido, se encontraban en el extranjero u ocultos, su espíritu pervivía aún entre las clases bajas. En los círculos de la alta sociedad, muchos de sus miembros hacían campaña abiertamente en favor de la restauración monárquica. Las agrupaciones políticas burguesas, decididas a conservar su situación de predominio en Francia, por la que tanto habían luchado, no tardaron en apreciar las ventajas que representaba reconducir la energía desatada por la población durante la Revolución hacia fines militares. Existían aún asuntos pendientes que resolver con el Sacro Imperio Romano. Además, el absolutismo, que por naturaleza representaba una amenaza para la Revolución, continuaba dominando la mayor parte de Europa.

El ascenso de Napoleón al poder

No habían pasado aún cinco meses desde que el Directorio asumiera el poder, cuando comenzó la primera fase (de marzo de 1796 a octubre de 1797) de las Guerras Napoleónicas. Los tres golpes de Estado que se produjeron durante este periodo —el 4 de septiembre de 1797 (18 de fructidor), el 11 de mayo de 1798 (22 de floreal) y el 18 de junio de 1799 (30 de pradial)—, reflejaban simplemente el reagrupamiento de las facciones políticas burguesas. Las derrotas militares sufridas por los ejércitos franceses en el verano de 1799, las dificultades económicas y los desórdenes sociales pusieron en peligro la supremacía política burguesa en Francia. Los ataques de la izquierda culminaron en una conspiración iniciada por el reformista agrario radical François Nöel Babeuf, que defendía una distribución equitativa de las tierras y los ingresos. Esta insurrección, que recibió el nombre de 'Conspiración de los Iguales', no llegó a producirse debido a que Babeuf fue traicionado por uno de sus compañeros y ejecutado el 28 de mayo de 1797 (8 de pradial). Luciano Bonaparte, presidente del Consejo de los Quinientos; Fouché, ministro de Policía; Sieyès, miembro del Directorio y Talleyrand-Perigord consideraban que esta crisis sólo podría superarse mediante una acción drástica. El golpe de Estado que tuvo lugar el 9 y 10 de noviembre (18 y 19 de brumario) derrocó al Directorio. El general Napoleón Bonaparte, en aquellos momentos héroe de las últimas campañas, fue la figura central del golpe y de los acontecimientos que se produjeron posteriormente y que desembocaron en la Constitución del 24 de diciembre de 1799 que estableció el Consulado. Bonaparte, investido con poderes dictatoriales, utilizó el entusiasmo y el idealismo revolucionario de Francia para satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, la involución parcial de la transformación del país se vio compensada por el hecho de que la Revolución se extendió a casi todos los rincones de Europa durante el periodo de las conquistas napoleónicas.

Las transformaciones producidas por la Revolución

Una consecuencia directa de la Revolución fue la abolición de la monarquía absoluta en Francia. Asimismo, este proceso puso fin a los privilegios de la aristocracia y el clero. La servidumbre, los derechos feudales y los diezmos fueron eliminados; las propiedades se disgregaron y se introdujo el principio de distribución equitativa en el pago de impuestos. Gracias a la redistribución de la riqueza y de la propiedad de la tierra, Francia pasó a ser el país europeo con mayor proporción de pequeños propietarios independientes. Otras de las transformaciones sociales y económicas iniciadas durante este periodo fueron la supresión de la pena de prisión por deudas, la introducción del sistema métrico y la abolición del carácter prevaleciente de la primogenitura en la herencia de la propiedad territorial.

Napoleón instituyó durante el Consulado una serie de reformas que ya habían comenzado a aplicarse en el periodo revolucionario. Fundó el Banco de Francia, que en la actualidad continúa desempeñando prácticamente la misma función: banco nacional casi independiente y representante del Estado francés en lo referente a la política monetaria, empréstitos y depósitos de fondos públicos. La implantación del sistema educativo —secular y muy centralizado—, que se halla en vigor en Francia en estos momentos, comenzó durante el Reinado del Terror y concluyó durante el gobierno de Napoleón; la Universidad de Francia y el Institut de France fueron creados también en este periodo. Todos los ciudadanos, independientemente de su origen o fortuna, podían acceder a un puesto en la enseñanza, cuya consecución dependía de exámenes de concurso. La reforma y codificación de las diversas legislaciones provinciales y locales, que quedó plasmada en el Código Napoleónico, ponía de manifiesto muchos de los principios y cambios propugnados por la Revolución: la igualdad ante la ley, el derecho de habeas corpus y disposiciones para la celebración de juicios justos. El procedimiento judicial establecía la existencia de un tribunal de jueces y un jurado en las causas penales, se respetaba la presunción de inocencia del acusado y éste recibía asistencia letrada.

La Revolución también desempeñó un importante papel en el campo de la religión. Los principios de la libertad de culto y la libertad de expresión tal y como fueron enunciados en la Declaración de Derechos del hombre y del ciudadano, pese a no aplicarse en todo momento en el periodo revolucionario, condujeron a la concesión de la libertad de conciencia y de derechos civiles para los protestantes y los judíos. La Revolución inició el camino hacia la separación de la Iglesia y el Estado.

Los ideales revolucionarios pasaron a integrar la plataforma de las reformas liberales de Francia y Europa en el siglo XIX, así como sirvieron de motor ideológico a las naciones latinoamericanas independizadas en ese mismo siglo, y continúan siendo hoy las claves de la democracia. No obstante, los historiadores revisionistas atribuyen a la Revolución unos resultados menos encomiables, tales como la aparición del Estado centralizado (en ocasiones totalitario) y los conflictos violentos que desencadenó.

Pedagogía de la revolución francesa:

La revolución francesa intentó reformar el estado y la sociedad del S-XVIII. Esto supuso no solo para Francia, sino también para el resto de Europa, el acontecimiento capital de fines del S-XVIII.

En el estúdio de su obra pedagogica se ha podido decir:” No solo se estudia el vacio, no se analiza la nada........”, porque en cierto sentido puede decirse que tiene en su haber mucha más destrucción que producción positiva. A los hombres de la revolución les preocupó muy seriamente la cuestión educativa. Les interesó educar al pueblo porque deseaban fundar un nuevo orden político, y este solo adquiere fuerza y consistencia cuando se sustenta sobre un basamento educado de ideas y hábitos. Esto lo expresa Montesquiev en el libro IV del Espíritu de las leyes:”Las leyes de la educación deben de ser relativas a las leyes de gobierno”. Es por esto, que en la constitución presentada a la asamblea el 5 de Agosto de 1791, a continuación de la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, iba este artículo:

“Será creada una instrucción pública común a todos los ciudadanos, gratuita en aquellas materias de enseñanza indispensables para todos los hombres, y cuyos establecimientos serán distribuidos gradualmente, en una relación combinada con la división del reino”.

Tras destruir todo lo anterior en temas educativos, lo que los revolucionarios nos ofrecen es:

Por una parte , una labor teótrica de política pedagógica , con diversos esbozos de nueva legislación y organización de la instrucción nacional. De otro, la creación de algunos establecimientos, pocos, de vida efímera , para abocar, finalmente en un centralismo estatal, consagrado con la organización corporativa de la instrucción pública, llevado a cabo por el autoritarismo napoleónico.

Labor destructora de la Revolución

La iglesia se ocupaba de la labor pedagogica en numerosas zonas de francia. Se sentía responsable de su misión educadora de la sociedad, ejercida durante siglos de manera notable. Pero la expulsión de la Compañía de Jesús decretada por el monarca en 1762 había dejado en la enseñanza un hueco difícil de llenar, sobre todo en el campo de la enseñanza media y universitaria. La educación del pueblo era atendida por los Hermanos de las escuelas Cristianas , que en las vísperas de la revolución (1778) enseñaban gratuitamente a 30.990 niños franceses. Esto les habia granjeado a lo largo del siglo, severas críticas de los mismos ilustrados, en sus tenores de todo lo que supusiese elevación de las clases humildes.

La charlotais decía de ellos: “Enseñan a leer y a escribir a gentes que no deberían aprender más que a dibujar y a manejar el cepillo.

El bien de la sociedad pide que los conocimientos del pueblo no se extiendan más lejos que sus ocupaciones.

La furia de la revolución no supo comprender ni respetar estos esfuerzos positivos.

Según Duruy:”Fue un triste espectáculo esta agonía de las instituciones muchas veces seculares y , sin embargo, aun llenas de vida, la extinción gradual de todos esos hogares de instrucción donde se habia formado durante años el genio mismo de Francia. Había allí inmensos recursos, un fondo de riqueza inapreciable...la revolución... no supo o no quiso conservar nada del pasado. En este punto , como en lo demás, pretendió hacer tabla rusa, improvisar escuelas, maestros, métodos, como improbisaba los ejércitos”.

Esta destrucción no se puede achacar al vandalismo callejero, que no se hubiera dado de no haber sido fría e imprudentemente preparado por la labor de los políticos. Por el decreto llamado abolición de privilegios se secó la fuente que procuraba el mantenimiento de los centros de enseñanza existentes, y por el que regulaba la constitución civil del Clero, se disolvieron las abnegadas corporaciones de enseñantes, capaces de entregarse de por vida a la formacion de la juventud.

Diderot:

Fue el director de la enciclopédia, se preocupó también de cuestiones pedagógicas.

Apetición de Catalina segunda de persia, redacta hacia 1775 un programa de reforma escolar bajo el título Plan de una Universidad Rusa que quedó sin realización. Tras exaltar los beneficios de la instrucción para la perfección de los hombres “ la instrucción endulza los caracteres, ilumina sobre los propios deberes...” pasa a proponer una enseñanza de carácter universal, gratuita e impartida por el estado: “Desde el primer ministro hasta el último campesino, es bueno que todos sepan leer, escribir y contar”. Poniendo por ejemplo a Alemania, socilita la apertura de escuelas “De lectura, escritura, aritmética y religión” para todos los niños. Y que se enseñe, además el catecismo religioso, un catecismo moral y otro político, para que el niño conozca desde la escuela sus deberes en otros campos.

Entre las reformas propuestas por Diderot en su Plan son las de destacar: Su preferencia por las ciencias. De las ocho clases que debe comprender l a Facultad de Artes, las cinco primeras se dedicaran a estudios científicos, y sólo en las tres últimas, aparecen la gramática y las lenguas clásicas. Las matemáticas adquieren un puesto de privilegio, porq las considera las ciencias más útiles para la vida.

A lo que responde Compayré: Además de que el criterio de utilidad, como principio pedagógico es insuficiente, resulta dudoso, aun desde el punto de vista utilitario , la preeminencia que Diderot concede a las matemáticas.

Condillac:

Condillac fue el preceptor del Delfín Fernando de Borbón, sobrino de luis XV, redactó para su alumno un Curso de Estudios. La pedagogía no es para el otra cosa sino una deducción de la psicología, cuyo estudio propone, no sólo al profesor , sino también al alumno. Este debe meditar sobre la naturaleza de las ideas, las operaciones del alma, los hábitos, la distinción entre el alma y el cuerpo, el Conocimiento de Dios.

Su teoría sensista del conocimiento da lugar a una pedagogía de la intuición sensible.

Hay que partir de los hechos, de las obserbaciones particulares, en la enseñanza de las ciencias, para elevarse después, poco a poco, de obserbación en obserbación, a las ideas más generales:”El método que yo he seguido para la instrucción de un príncipe parecerá nuevo , aunque en el fondo sea tan antiguo como los primeros conocimientos humanos.

Es verdad que difiere del modo actual de enseñar, pero es el modo de conducirse los hombres a las artes y en las ciencias.




Descargar
Enviado por:Ignacio Albiol Segarra
Idioma: castellano
País: España

Te va a interesar