Historia


Habilitación y capital mercantil extranjero en Chile


Cátedra. Historia Social de Chile

1.- La Habilitación como mecanismo de acumulación de la oligarquía mercantil chilena y su impacto social.

Génesis y desarrollo de la habilitación

La historia de la habilitación en Chile, es la historia de una de las caras más brutales de la acumulación originaria. Es el vil cuento de la expropiación salvaje que llevaron a cabo los grandes mercaderes mineros sobre los pirquineros. Productores populares en un principio, que luego pasaron a convertirse en los modernos asalariados mineros. El paso que da la historia desde la acumulación originaria hacia el moderno capitalismo industrial, es el parto sangriento y brutal de un nuevo modo productivo, que da el pueblo chileno y que se ve reflejado en la “habilitación”.


Como ya se sabe, en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, la esclavización, el robo y el asesinato, en una palabra, la violencia. En la dulce economía política, por el contrario, reinó desde siempre el idilio. El derecho y el “trabajo” fueron de siempre los únicos medios de enriquecimiento, exceptuando siempre, naturalmente, “el año en curso”. En realidad, los métodos de la acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos

Veamos a continuación como es llevada a cabo esta acumulación originaria, descrita anteriormente. Como realmente opera la violencia y la expropiación en esta etapa pre capitalista. Como la “expoliación” del esclavo minero le da origen a la “explotación” del asalariado minero. Para esto, comencemos el análisis en la génesis del empresariado popular minero. Las causas que llevaron al vagabundo, el itinerante pobre a convertirse en productor. Aquel productor que fue captado por el mercader, a través de la habilitación y que finalmente fue expropiado.

La posibilidad de buscar y explotar el subsuelo, en el reino de Chile, estaba abierta a cualquier tipo de persona, mientras no fuera eclesiástico, extranjero, gobernador, intendente, escribano de asiento. O sea que el vagabundo itinerante pobre podía con todo derecho denunciar y explotar una mina. El rey veía en esta posibilidad, el beneficio que le traería a su Real Hacienda, el que se extrajera mineral con su consecutivo impuesto. Esta característica marca la composición del mundo de la producción minera, hombres pobres que no tenían nada, por eso probablemente se embarcaban en la aventura de explotar una mina. Los mercaderes que se asociaron a estos “buscones” veían casi como un aporte filantrópico y de gran contenido moral su inversión. Por otro lado, el mercader terrateniente veía el mundo de la producción minera como un mundo azaroso y bastante peligroso para sus inversiones. Se podría decir que este mercader, era un sujeto cómodo, que buscaría el negocio seguro y nunca dejaría que sus ganancias se vieran mermadas por un mal negocio. Este carácter poco emprendedor llamaba la atención de las autoridades, las cuales buscaban soluciones a esta nula o poca inversión en el sector minero. Así se abre el camino al capital mercantil, el cual entra sigilosamente a expoliar al vagabundo itinerante.

Este capital mercantil no invirtió directamente en la producción minera, era peligroso para su capital. La inversión se hizo en el sector secundario y terciario de la economía minera, de tres maneras. Primero, encontramos el caso de los “trapiches”. Esto consistía en “beneficiar los metales que les llevaban los mineros. Por ese servicio cobraban una suma que era equivalente, aproximadamente, a 2/3 del costo de producción total del metal”. El terrateniente también cobraba por “las mejoras” hechas en las faenas. Como se ve, el productor al no controlar la segunda fase de producción se veía supeditado al mercader-terrateniente, el cual no paliaba los vaivenes de la demanda con mejoras en los medios productivos, sino que el costo lo cargaba al productor del mineral, al cual le aumentaba la cuota por concepto de “beneficio del mineral”. El segundo caso se da por la monopolización de la distribución de productos chilenos por los mercaderes-hacendados. Como consecuencia, éstos eran los receptores del metal, al cual fijaban el precio de compra, que luego vendían de manera ilegal directamente en el comercio exterior. Esta operación, totalmente fuera de la ley, les daba una plusvalía mayor que la legalidad, que obligaba entregarlas a la Casa de Moneda para que fuesen acuñadas. La tercera vía de inversión del capital mercantil en la minería era, a través del negocio de la “aviación o habilitación”. La habilitación era un contrato en el que “el mercader se obligaba a suministrar al minero, periódicamente, un paquete que incluía alimentos, pólvora, herramientas, madera, leña, tabaco, yerba mate, y otros. Eventualmente tomaba a su cargo todo el pasivo de la actividad minera: pago de jornales, de transporte, de trapiche, de fundición y, en ciertos casos, de embarque y exportación. El minero cubría el debe de semejante cuenta corriente enviando al mercader periódicas remesas de mineral, conforme a un precio previamente acordado, pero que el receptor solía subir”.

Estos tres casos de inversión del capital mercantil en la minería, muestran claramente las posiciones conservadoras y acomodadas del mercader. En la habilitación en particular, el riesgo era “cero”, ya que el costo siempre era cargado al productor, además de que el precio que ponía el “habilitador” era creciente. Los costos de habilitación para el productor lo ahogaban cada vez más a medida que la deuda crecía. El mineral se depreciaba cada vez más y al no existir condiciones de competencia paritaria las tasas de interés eran usureras. El minero se endeudaba para que el capitalista se enriqueciera a costa de éste. El yugo era feroz y no se podía escapar a él de manera institucional. El habilitador tenía de su parte la ley y la fuerza pública, por lo que la ejecución penal de las deudas era recurrente. El otro golpe al productor minero venía del trapichero, que generalmente era el mismo habilitador, el cual le exigía el pago inmediato del “beneficio”, sino lo dejaba sin la “habilitación”. El minero, al cabo de unos 4 o 5 años de habilitación, se convertía en un esclavo. No podía pagar la ingente deuda acumulada, que era pura ganancia para el habilitador. Una vez despojado de su mina se convertía en un peón asalariado, con un salario totalmente desmonetizado. Su sueldo eran fichas canjeables solo en las pulperías del habilitador. Se llegaba así a la utópica “plusvalía total”.

Este modo de acumulación muy poco responsable, disociaba y recrudecía más y más las contradicciones del modo productivo. No había inversión en la mejora de los factores de productivos y la expoliación de la producción por parte del capital mercantil creaba un sistema que no tenía base real para poder sostenerse, bastaba una crisis para develar la poca firmeza del modo acumulativo y eso es lo que pasó con la llegada de los mercaderes extranjeros. Cosa que pasaremos a ver a continuación.

Entrada del agente extranjero, crisis del sector primario

El capitalista extranjero en general y el inglés en particular, vieron en Hispanoamérica una posibilidad inmensa de inversión en torno a la producción minera. Los medios productivos eran pobres, atrasados y no había casi ninguna introducción de tipo industrial en este tipo de producción. Solo se requería llegar con una contundente inversión de capital para hacer de esta alicaída producción minera una prospera máquina productora de ganancia. Así los mercaderes ingleses inyectaron inmensas cantidades de capital y maquinaria al sector minero. Para pesar de éstos, su maquinaria no era compatible con las cualidades del terreno. Su inversión se fue al fiasco. Sus agentes, por otro lado vieron en Chile, una vez ubicados aquí, la libertad y las posibilidades de acumular personalmente cantidades considerables de capital, por lo que no fueron muy leales a los objetivos de sus casas matrices. Se casaron con chilenas y además ocuparon el capital para hacer negocios fuera del ámbito que les permitían sus atribuciones. Por esto, los capitalistas ingleses, cambiaron el sector en el que invertían. Pasaron desde el sector primario, o sea la producción directa, al sector terciario. Aquel que dominaban mejor y que manejaban más hábilmente que el capitalista mercantil chileno. Tuvieron como antecedente su fracaso y se dieron cuenta que la única manera de generar ganancia en la rama minera, era a través del capital comercial y el financiero, como también era necesario volver al modo productivo colonial de minas. Adoptada esta nueva posición, el mercader inglés utilizó su experiencia y jugó astutamente el juego de los mercaderes chilenos. Los desplazó con fáciles estrategias. Pagaban 30 ó 40% más por las cargas de mineral que los habilitadores chilenos, concedían préstamos en dinero efectivo, para que el habilitado comprara sus abastos, eliminando así el recargo de 50%, también concedían créditos especiales para que el minero adquiriera equipo mecánico. El trato inglés era claramente más beneficioso que el del habilitador chileno. Permitía la expansión del pequeño productor, pero no implicaba que la deuda a largo plazo desapareciera. También atacaron al comerciante criollo, mediante el rescate de plata “a la inglesa”, ya que pagaban por esto un 20% más que lo normal.

La independencia había levantado las barreras comerciales que había impuesto la corona lo que provocó una gran entrada de mercaderes extranjeros, que traían su casi inagotable capital mercantil foráneo. Consigo importaban también grandes cantidades de mercancías, lo que hizo caer el precio de éstas. Así se vieron en la obligación de conceder crédito, lo que ralentizó el ciclo de negocios. Como consecuencia, optaron por llevarse mineral, como moneda de cambio, entre estos cobre y plata. Aquí surge el gran problema. El metal era acuñado en Chile y cumplía el rol de dinero circulante, pero como el inglés lo exportaba poco y nada de circulante quedaba en Chile. Paralelamente la importación de las mercancías aumentaba considerablemente en desmedro de la exportación de bienes nacionales. La balanza de pagos era, por decirlo menos, negativa. Las deudas eran cada vez más altas, pero el crédito había que pagarlo igual. La respuesta del mercado chileno fue producir más y más plata y oro. Estos metales no tenían carácter doble: valor de uso y valor de cambio, solo tenían valor de cambio, eran solamente dinero. Y era este dinero metálico el que balanceaba artificialmente la balanza de pagos. La explotación de minerales era la gran salvadora de la macroeconomía chilena. La cantidad de cobre que exportaba Chile, lo convirtió entre “1850 y 1860, en el principal exportador de cobre del mundo”. Volvió a renacer sistemáticamente el sistema de “habilitación”, lo que trajo una creciente deuda comercial, que le sirvió al capital mercantil apropiarse de las minas, se monopolizó las exportaciones, los trapiches y fundiciones aumentando a tasas de ganancias irrisorias. Como consecuencia, la expoliación al productor minero, ahora era materializada por las casas comerciales extranjeras que habilitaban directamente al minero o financiando al habilitador. El capital financiero fue monopolizado, como también la acumulación minera, dejando al pirquinero abandonado y expropiado de sus medios productivos. La notable disociación entre el polo productivo y el mercantil-financiero no hacía, sino llevar a la quiebra a la economía chilena. Chile en ese entonces no tenía una base productiva industrial y la acumulación se llevaba a cabo por medio de la especulación, el crédito y la expoliación del productor. El proceso de industrialización nunca llegó, porque claro, el sistema daba la posibilidad de acumular y en grandes cantidades, pero en estricto rigor era inviable sin un proceso de industrialización.

Es en este punto en que vemos la dialéctica en su máximo esplendor. El sistema económico necesita mutar, cambiar, cuando se han introducido dentro de él todas las fuerzas productivas que cabe. Es así que la sociedad pare un nuevo sistema productivo y un nuevo modo de acumulación. Podríamos decir que se asistía al entierro del sistema colonial de acumulación mercantil y al nacimiento de un modo productivo post-mercantil capitalista industrial, por obra y gracia de la acumulación originaria. Acto solo realizable por medio de la violencia, el saqueo, la expropiación y el robo. Claro está que este proceso no es una consecuencia inevitable y totalmente necesaria, como si se hablara de una ley general de cambio o negación de la negación. El proceso es dado por la voluntad de los sujetos que juegan dentro de la sociedad y se podría decir que este impulso industrializador lo da el “Capital Mercantil-Financiero Inglés”. En este punto cúlmine entendieron que la necesidad era industrializar la economía chilena, ya que de eso dependía su negocio de importación de Medios Productivos.

2.- Poder económico y presencia publica de las casa comerciales extranjeras en la segunda mitad del siglo XIX

Influjo del capital mercantil inglés en la transición dialéctica al capitalismo


Si bien el sistema de habilitación de minas acrecentó el primer nivel de la lucha de clases, entre productor y mercader, la llegada del capital mercantil foráneo fue el elemento fundamental en la lenta transición del sistema productivo colonial mercantil al capitalismo industrial como tal. No restando importancia a las condiciones materiales en las que se desenvolvía el sistema productivo chileno y sus relaciones sociales. Es en esta etapa en que la transformación de la estructura económica devela sus contradicciones, las cuales generalmente no pueden ser apreciadas por aquellos sujetos herederos de las viejas tradiciones.


Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo
circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos se disponen precisamente a revolucionarse y a revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto, en épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.

En el caso de Chile, podemos ver como las viejas fuerzas comerciales luchaban por reinventar el “patrón oro”, que tendía a desaparecer desde 1860 con la Ley de Bancos, y también por renacer las viejas relaciones y modos de producción. Querían progreso, pero no así asumir los riesgos que esto conllevaría. Se caracterizaron de manera reaccionaria y asimilable a quienes en Europa añoraban el feudalismo, luego de haber despertado en el inhumano capitalismo industrial. Muy bien explica Marx la tozudez de las viejas clases, ante las puertas de la transición y la construcción de formas nuevas. Así buscan el refugio en las antiguas formas: el paso del oro y la plata como mero valor de cambio, al de los billetes de banco. Los vetustos mercaderes chilenos lloraban la desaparición del patrón oro y del peso de 48 peniques, al cual le atribuían la bonanza acumulativa, y no veían el real problema que aquejaba a un sistema productivo expoliador y violento. No leyeron con cuidado la realidad y las lágrimas no los dejaron ver la necesidad del cambio en las formas productivas. Es aquí donde el capital foráneo entra a jugar en la transición al capitalismo su rol fundamental y primordialmente económico.

La avalancha de casas comerciales, que llegaron a Chile en el siglo XIX, y que venían en la espalda con la experiencia de una revolución industrial y con el dominio del mercado financiero y comercial leyeron mucho mejor la realidad económica chilena, que los propios nacionales. Algunas de estas casas comerciales se enfocaron de lleno a la producción. Introdujeron maquinaria en faenas mineras e inyectaron ingentes recursos. Para mal de estos inversores, las cualidades del medio los llevaron a la quiebra con contadas excepciones: La Chilian Mining Asociation. Teniendo este rotundo fracaso como experiencia en la azarosa economía chilena, las casas comerciales adoptaron posiciones más conservadoras y seguras. Se dieron cuenta que podían hacer caudales de acumulación de dinero, a través del crédito y la habilitación, medios probadísimos por el capital comercial chileno. Así muchas casas comerciales pasaron a ser una especie de “habilitador de habilitadores”. Su experiencia les dotó de las estrategias para desplazar del negocio a los comerciantes chilenos, que estaban acostumbrados a la usura y tasa de interés que llegaba, en algunos casos al 50%. También traían consigo “la superioridad brindada a los representantes de los países más ricos por su mayor acceso al capital, su mejor conocimiento de los mercados mundiales, su dominio sobre los medios de transportes más sofisticados, y sus destrezas empresariales más sofisticadas”. Pronto desplazaron al comerciante nacional y llegaron a controlar el 70% del comercio colonial tardío. La colonización violenta era llevada a cabo por vías económicas y ahora el conquistador era inglés y no español.

Ciertos factores en la legislación económica le hicieron el camino, al extranjero, aún más fácil. La irrupción del peso de “emisión” hizo entrar en juego un proceso no conocido por el capital comercial chileno. La tasa de cambio vino a plagarle el camino al nacional de obstáculos. Con el patrón oro y el peso de 48 peniques, era muy rentable vender afuera, ya que era una moneda mundial aceptada alrededor del mundo. “Los mercaderes chilenos compraban y pagaban con él”. En cambio el peso de “emisión” tenía una tasa cambiaria con respecto a las divisas mundiales, como el caso de la libra esterlina. Por el contrario el operador inglés trabajaba directamente con la divisa. Esto hacía que la importación de medio productivos, que venía desarrollándose desde hace ya unos 40 años, se viera favorecida. La importación de maquinaria se convirtió en pilar de los negocios de las casas comerciales inglesas y del grado de industrialización del país, dependían sus negocios.

El ciclo natural del capitalismo industrial, el cual reproduce los medios productivos (MP), mediante la inversión de Capital dinero (K$), no existía en Chile por parte de los productores, que eran expoliados, ni por los mercaderes, que acumulaban expoliando a los primeros. Esta etapa del ciclo era llevada a cabo por el comerciante extranjero. Productores y mercaderes estaban abocados a la mercancía inicial (M1) -trabajo del productor- y a su transformación en valor objetivado (D1). El ciclo [(M1) x (D) x (MP)] estaba disociado. Ante esta dicotomía, las casas comerciales inglesas, estaban en mejor pie que los nacionales, ya que paso a paso monopolizaban la minería y la agricultura.

Las relaciones de producción que se cultivaron bajo el sistema productivo colonial acrecentaban cada vez más las contradicciones de clase. Así los ingleses fueron quienes por fin leyeron las vetustas y agrietadas condiciones objetivas: Chile se industrializaba o su negocio se acababa. En consecuencia se registró desde 1854 un crecimiento de la importación de medios de producción y por tanto de un incipiente sector industrial. Para lamento de la incipiente clase industrial, era ya muy tarde para buscar desbancar al extranjero, no pudieron superar a la antigua oligarquía colonial, y por su impotencia se vieron sobrepasados por el negocio de industrialización inglés. No se desarrolló una industria de Medios Productivos chilena, todo se importaba, lo que terminaría siendo la condena del desarrollo capitalista chileno y su consecuente dependencia al imperialismo financiero - comercial del inglés y posteriormente del norteamericano, o sea del capital anglosajón. Ya en términos contemporáneos la monopolización del sector industrial chileno es de manos españolas. Como conclusión, todavía no puede realizar su ansiado take off y ha condenado a Chile a una dependencia económica que en índices macroeconómicos es maravillosa.

Así, ya a más de un siglo, podemos observar la dialéctica manifestándose en su plenitud. Se acababa la Acumulación Originaria, en una larga y dolorosa transición, y se habrían las puertas de la historia al moderno Capitalismo Industrial. Con sus manifiestas consecuencias: nacía el moderno proletariado y se daba paso a una abierta y más cruenta lucha de clases.

Monopolio económico, no político

Si bien las casas comerciales inglesas dominaron la economía chilena monopolizándola y convirtiéndola en un sistema reproductivo y productor de plusvalía. No monopolizaron el poder político, simplemente no les interesaba y no tenían intenciones de crear un proyecto político afín a sus intereses. Hubo algunos inmigrantes traídos por la fiebre comercial extranjera que se quedaron y se radicaron en suelo chileno, se identificaron y participaron de los proyectos nacionales, pero en estricto rigor, las casas comerciales contaban en el aparato gubernamental con su influencia. El aparato estatal estaba infiltrado por lo que hoy se denomina como operadores políticos. Los comerciantes ingleses estaban preocupados de producir plusvalía y lo hacían bien.

Por el lado nacional, la oligarquía mercantil chilena perdía a grandes pasos su hegemonía acumulativa, algunos se asociaron a ingleses y otros murieron en el intento, o sea fueron consumidos por el monopolizante modo inglés de hacer negocios. En el ámbito político la oligarquía mercantil chilena no murió ni perdió el terreno necesario como para dejar de ser actor político relevante en la sociedad chilena. Como antecedente al poder político de los mercaderes tenemos que fueron mayoría en la Comisión Redactora de la Constitución de 1833 y que administraron el Estado hasta 1890. Pero le salió competencia al camino y no necesariamente por la vía institucional parlamentaria o electoralista.

Hay que tener en cuenta, que el nuevo sistema productivo y las relaciones sociales nacidas de ella crearon otras formas de estructuración social. Como mencionamos anteriormente, emergió una clase proletaria, que avanzada su maduración fue adquiriendo conciencia, dejando de ser una clase en sí para pasar a ser una clase para sí. Esta clase contaba con un proyecto social y político, tenía una identidad, una “cultura proletaria” que no desaparecía a pesar de las masacres, la explotación y la expropiación. Entre medio de ésta “burguesía” a medias y de su antítesis proletaria, surgía la clase media, una estratificación y no una clase como tal. Estos tres actores se disputaron el control político, hablando en términos generales y no reduciéndolo solamente al ámbito electoral.

Si bien habían variados sujetos luchando, el patriciado que había perdido su lugar mercantil, mantenía trincheras de poder en las grandes haciendas principalmente del valle central. Los “caciques” controlaban el electorado que constituían sus peones, enviaban a su prole a estudiar Derecho, para seguir una “carrera política” y desde el Estado acaparar los créditos y negociar en una excelente posición con el capital mercantil extranjero que los habría despojado antaño de sus posiciones en ese mercado. Así las casas comerciales controlaban la economía desde el foco especulativo e industrializador, mientras que las impotente “burguesía” chilena se atrincheraba en el mundo agrario, focos de poder local, y en la administración del Estado.

Marx, Carlos, El Capital, Libro I - Tomo III; Madrid, Ediciones Akal, traducido del alemán por Vicente Romano García, 1976, p. 198.

Salazar, Gabriel, Labradores, Peones y Proletarios; Santiago, Ediciones LOM, 2000, p. 183

Ibid, p. 189

Salazar, Gabriel, Historia de la Acumulación Capitalista en Chile; Santiago, Ediciones LOM, 2003, p .74

Marx, Carlos, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en Obras Escogidas, Tomo I; Moscú Ediciones en Lenguas Extranjeras, p. 246

Nazer, Ricardo, José Tomás Urmeneta. Un Empresario del siglo XIX; Santiago, 1993 p. 31

Salazar, Gabriel, Historia de la Acumulación Capitalista en Chile; Santiago, 2003, Ediciones LOM, p. 82

Salazar, Gabriel y Pinto, Julio, Historia Contemporánea de Chile III; Santiago, 2002, Ediciones LOM, p.69

Steven S. Volk, citado por Gabriel Salazar en Historia Contemporánea de Chile III; Santiago, 2002, Ediciones LOM, p.69

Salazar, Gabriel, Historia de la Acumulación Capitalista en Chile; Santiago, 2003, Ediciones LOM, p. 82

Ibid, p. 79

Salazar, Gabriel, Construcción de Estado en Chile; Santiago, 2005, Editorial Sudamericana, p. 538




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Enviado por:Historiador Frustrado
Idioma: castellano
País: Chile

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