Historia


Guerra Civil Española


ANTECEDENTES

CAIDA DE LA MORNARQUÍA

Don Alfonso XIII, Rey de España, prefiere el exilio voluntario (el 14 de abril de 1932 parte hacia Estoril, Portugal) al perder elecciones municipales del 12 de abril de 1931, que fueron interpretadas como un plebiscito en su contra. "La monarquía había caído" ; la República había triunfado. Una República que mandada por la derecha, con el parlamento de las cortes en su favor no podía dar respuesta a los graves problemas sociales del país.

SITUACIÓN SOCIAL

En sus 505.000 km2 con 24 millones de habitantes, con mitad de la población analfabeta en donde 20 mil personas eran dueñas de la casi totalidad de la tierra cultivable, albergaba el germen de la "justicia social".

El campesinado estaba sumergido bajo el yugo de arrendamientos leoninos. En la granja de España, como se denomina a la zona de Valencia, un campesino solo disponía de la 20º parte de su cosecha para su usufructo, el resto para el propietario. Su vida transcurría en una mísera choza y los elementos de labranza debían ser comprados a precios exorbitantes. Sin ningún derecho su esclavitud era secular. Vicente Blazco Ibáñez en "La Barraca" nos da una imagen acertada de la situación.

La zona de Galicia era la excepción, sus campesinos si bien eran propietarios, su grave problema era el de la constante subdivisión de sus ya pequeñas parcelas ; el minifundio conspiraba siempre contra la rentabilidad. Pero su miseria era comparable al resto de sus compatriotas.

Sus mineros, quienes trabajaban en condiciones infrahumanas estaban lejos de las conquistas logradas por sus pares franceses. Los empleados de las manufacturas de la industria, no gozaban de los avances sociales del resto de Europa. El asalariado, que por no gozar de privilegios, no significaba que ignorase que poseía la llave generadora de un cambio radical.

Las ideas de Marx y Bakunin (quien había estado en España dando conferencias) encontraron en una incipiente el medio para desarrollar lo que daría a llamarse el motor de la reacción a la avanzada derechista.

La clase dominante española estaba integrada por los terratenientes, los acaudalados industriales , gran parte del clero y los militares. Los terratenientes en España, muy ligados a la monarquía y por eso aristócratas en antonomasia, nunca supieron ver que llegaba a su fin una era, un ciclo. Amurallados en sus feudos y lejos de propiciar medidas técnicas y económicas no hacían más que seguir explotando una tierra (con mano de obra esclava) que, con que solo les diera para su pasar burgués alcanzaba.

La incipiente industria española, centralizada en dos grandes ramas (los armadores de barcos en el norte) y en Cataluña (las manufacturas textiles) fueron quizás quienes avizoraron mejor que se avecinaban tiempos inciertos. Los servicios (sobre todo de transportes) eran aún un grupo de reciente formación para influir en los acontecimientos.

LA II REPUBLICA

El 12 de abril de 1931, en las elecciones municipales en España, los partidos republicanos (o populares) obtienen mayoría en las capitales de provincia. Dos días más tarde, se proclama la Republica, Alfonso XIII abandona Madrid, y se proclama la Constitución de un gobierno provisional republicano, presidido por Niceto Alcalá Zamora, la cual es aprobada por la Cortes el 9 de diciembre.

Desde aquella fecha (1931), la vida política de este país se venía complicando por una rápida sucesión de gobiernos de izquierda y derecha. Finalmente, en febrero de 1936, fue elegido el gobierno izquierdista denominado Frente Popular, ocupando la presidencia Manuel Azaña.

LA GUERRA CIVIL

INTRODUCCIÓN

El conflicto bélico da comienzo el 18 de julio de 1936, a raíz de la sublevación de un sector del Ejército contra el gobierno de la II República española, y que concluyó el 1 de abril de 1939 con la victoria de los rebeldes, cuya sublevación contó con el apoyo inmediato de un sector de la población, además del de los regímenes fascista de Italia y nazista de Alemania. El triunfo de los rebeldes sublevados permitió la instauración de un régimen dictatorial encabezado por el general Francisco Franco, principal dirigente militar y político de los sublevados, que sustituyó al sistema parlamentario republicano.

Durante tres años la guerra civil desangró a España, hasta que en abril del año 1939, los nacionalistas dirigidos por Franco, lograron adueñarse del poder, iniciando así un largo período de gobierno militar que duraría hasta 1975, año de la muerte de Francisco Franco.

DESARROLLO DE LA GUERRA

Desde el primer momento, el territorio nacional quedó dividido en dos zonas en función del éxito que obtuvieron los militares sublevados. Prácticamente se reproducía el mapa resultante de las elecciones de febrero de 1936; salvo casos aislados, los militares triunfaron en aquellas provincias donde fueron más votadas las candidaturas de derechas, mientras que fracasaron en aquellas donde la victoria electoral correspondió al Frente Popular. El "Alzamiento" (nombre dado por los rebeldes a su levantamiento contra el gobierno constitucional republicano) comenzó el 17 de julio en la ciudad norteafricana de Melilla. Las unidades militares destacadas en Marruecos que no controlaba el gobierno republicano se hicieron pocas horas después con Tetuán y Ceuta. El general Francisco Franco partió el día 18 desde las islas Canarias hacia Tetuán, en una avioneta privada (Dragon Rapide). Ese mismo día se sublevaron los mandos militares de otras divisiones peninsulares; sin embargo, el levantamiento fracasó en las principales ciudades del país. Por otro lado, el 20 de julio de ese mismo año, recién comenzada la sublevación, falleció en un accidente de aviación el que había sido designado por los conspiradores jefe de la rebelión, el general José Sanjurjo.

Desde el día 18, ni el gobierno ni los rebeldes controlaban la totalidad del país. En un principio, la sublevación dejó en manos de los rebeldes Galicia, Navarra, Álava, el oeste de Aragón, las islas Baleares (excepto Menorca) y las Canarias, así como la zona del protectorado español sobre Marruecos, buena parte del territorio de lo que hoy es la comunidad autónoma de Castilla y León, casi toda la provincia de Cáceres y algunas poblaciones de Andalucía. El gobierno republicano conservaba casi toda Andalucía, el País Vasco (salvo Álava), Asturias (excepto la ciudad de Oviedo) y Cataluña, así como la isla balear de Menorca y los territorios de las actuales comunidades autónomas de Cantabria, Castilla-La Mancha, Región de Murcia y la Comunidad Valenciana. Conforme avanzó la contienda, el poder republicano perdió zonas que, desde finales de marzo de 1939, pasaron íntegras a disposición del Ejército franquista.

De cualquier forma, el comienzo de la guerra estuvo vinculado al plan establecido previamente por los conspiradores en la primavera de 1936 y en el que participaron mandos militares —la antirrepublicana Unión Militar Española (UME) y la Junta de generales (de la que Emilio Mola era el coordinador)— monárquicos, tradicionalistas (carlistas) y otros sectores de extrema derecha. El asesinato de José Calvo Sotelo, líder del derechista Bloque Nacional y participante activo en la conspiración contra el gobierno, que tuvo lugar la noche del 12 al 13 de julio, fue el episodio previo al pronunciamiento militar.

Pronto pudo comprobarse que el plan conspirador había fracasado y que el pretendido pronunciamiento decimonónico se convertiría en una guerra larga y cruel de tres años. Durante este trienio las operaciones militares permitieron establecer un desarrollo cronológico, a partir del paso del estrecho de Gibraltar por las tropas del Ejército de África mandadas por el general Franco (julio-agosto de 1936), con tres fases principales. La primera muestra la importancia que ambos bandos otorgaron a la ocupación de Madrid, ciudad que, en consecuencia, pronto fue motivo de asedio por las tropas insurrectas (dando lugar a la conocida como batalla de Madrid). La estrategia de los sublevados, que pretendía acceder a la capital desde el norte y desde el sur, fracasó. Una acción importante en esta primera fase, que en seguida quedaría en el elenco de "mitos" de la contienda, fue la liberación de los rebeldes asediados en el Alcázar de Toledo (28 de septiembre de 1936), defendido desde el 22 de julio por el coronel José Moscardó ante el acoso de las tropas republicanas. Contando con las fuerzas de África, así como con la ayuda alemana e italiana, Franco había avanzado previamente sobre Andalucía y conseguido ocupar en agosto las plazas extremeñas de Mérida y Badajoz, enlazando de esta manera con los sublevados del norte a lo largo de la frontera portuguesa. Mola, a su vez, había logrado cortar la frontera francesa al ocupar la ciudad guipuzcoana de Irún a principios de septiembre.

La segunda fase no abandonó la marcha sobre Madrid. Pero la batalla de Guadalajara (finales de marzo de 1937) se saldó con el éxito republicano, que tuvo presente el plan de ofensiva previsto por el general José Miaja contra las tropas enviadas por Italia. Los alzados decidieron entonces centrar sus principales operaciones en el norte. Con el apoyo decisivo de la aviación integrada en la Legión Cóndor alemana, que realizó una salvaje agresión a la localidad vizcaína de Guernica (26 de abril de 1937), las tropas rebeldes rompieron las defensas de Bilbao (el llamado "cinturón de hierro") el 19 de junio de 1937, pocos días más tarde del fallecimiento del general Mola en accidente de aviación. En agosto (un mes después de obtener la victoria en la batalla de Brunete), esas mismas tropas entraron en Santander y, en octubre, tomaron las ciudades asturianas de Gijón y Avilés, con lo que los rebeldes completaban la última etapa de la ocupación de la zona norte.

A partir de finales de 1937 comenzó la tercera fase. Los republicanos, siguiendo los planes del general Vicente Rojo, conquistaron en enero de 1938 Teruel, ciudad que no obstante perdieron al mes siguiente. En julio de ese año comenzó la dura y decisiva batalla del Ebro, en la que la derrota del Ejército republicano (noviembre de 1938) dejó despejada la ruta para el avance de los sublevados hacia Cataluña. En los últimos días de enero de 1939, las tropas franquistas se instalaron en Barcelona, para avanzar en fechas sucesivas hacia la frontera francesa y ocupar los pasos desde Puigcerdá hasta Portbou (Girona). La ofensiva final (febrero-marzo de 1939) tuvo por objeto quebrantar las posiciones republicanas todavía pendientes, situadas en la zona centro y en el sur peninsular. A principios de marzo de ese año fracasó el criterio de mantener la resistencia defendido por el presidente del gobierno republicano, Juan Negrín, debido a la creación en Madrid del Consejo Nacional de Defensa. Este organismo, que encabezó el jefe del Ejército del Centro, el coronel Segismundo Casado, destituyó a Negrín y procuró alcanzar una paz honrosa con el gobierno franquista de Burgos después de hacerse con el control de Madrid mediante un cruento enfrentamiento entre las propias tropas republicanas. Sin embargo, no prosperaron sus gestiones encaminadas a lograr una paz acordada. Las tropas franquistas entraron en Madrid el 28 de marzo. Tres días más tarde, el gobierno republicano perdió las últimas plazas todavía fieles. El 1 de abril la guerra había terminado, no así las represalias.

DESARROLLO POLÍTICO DE LA CONTIENDA

Si toda guerra reclama prestar atención a los "hechos de armas", necesariamente conviene asimismo atender al entramado político que determinó las actuaciones de cada bando. Mucho más si, situados en el final del conflicto, tenemos en cuenta la agonía de la experiencia republicana y el proceso que se inició de forma inmediata tras el estallido de la guerra y que permitió la implantación de un nuevo Estado dirigido por el general Franco.

Por parte del gobierno republicano, la jefatura pasó sucesivamente de manos del azañista y dirigente de Izquierda Republicana, José Giral (19 de julio de 1936), a Francisco Largo Caballero (5 de septiembre de 1936) y de éste a Juan Negrín (desde el 18 de mayo de 1937 hasta el final de la guerra) —los dos últimos pertenecientes al Partido Socialista Obrero Español (PSOE)—, en lo que bien puede definirse como una pugna entre dos prioridades: desarrollar un proceso revolucionario o apostar por ganar la guerra primero.

Manuel Azaña, presidente de la República, sustituyó el 19 de julio de 1936 al dimitido presidente del gobierno Santiago Casares Quiroga por Diego Martínez Barrio, quien no llegó a jurar el cargo. No obstante, Azaña nombró ese mismo día a José Giral jefe del gabinete. Tan pronto como este último asumió las responsabilidades de gobierno, la autoridad del poder central se descompuso y se crearon numerosos poderes locales de carácter popular y espontáneo que generaron divisiones intensas y supusieron la pérdida de la unidad política e incluso militar en el ámbito republicano.

El debilitamiento de autoridad, al que aludiría el propio Azaña en su obra teatral La velada de Benicarló (1937), y los avances de las fuerzas rebeldes, explican el cambio de Giral por Francisco Largo Caballero (septiembre de 1936), que ejercía su prestigio y autoridad sobre los obreros principalmente desde la dirección de la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato afín al PSOE. Largo Caballero hizo cuanto pudo por controlar la situación revolucionaria y formó un gobierno de concentración con presencia de socialistas, comunistas, una minoría de republicanos y nacionalistas vascos y catalanes. Dos meses después incorporó a militantes de la central obrera anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), cuya fuerza era destacada en Aragón, Cataluña y Valencia. Con todo, el enfrentamiento entre las dos tendencias ya aludidas (revolución o guerra) —y ello pese a que durante el gobierno de Largo Caballero mejoró la coordinación en el Ejército republicano— dio al traste con esta experiencia porque fue incapaz de hacer amainar las disputas entre las principales corrientes políticas de la coalición gubernamental.

En mayo de 1937, Azaña puso las riendas del gobierno en manos de Negrín, que pronto sería acusado de estar dominado por los comunistas. Negrín prescindió de inmediato de los anarcosindicalistas y orientó su gestión hacia la victoria militar; la revolución debía esperar. Pero los avatares bélicos desencadenaron una nueva crisis gubernamental en abril de 1938. Desde entonces, Negrín pasó a desempeñar también el cargo de ministro de la Defensa Nacional (anterior Ministerio de la Guerra), que venía ejerciendo el socialista Indalecio Prieto. Los "trece puntos de Negrín" (nombre por el cual fue conocido el acuerdo propuesto por el presidente del gobierno republicano a las fuerzas franquistas, como base de una posible negociación), promulgados el 1 de mayo de ese año, en un afán por restablecer una democracia consensuada sobre principios alejados del conflicto bélico, no consiguieron recomponer la unidad del Ejército republicano ni sostener el escaso apoyo internacional, debilitado a medida que se retiraban los voluntarios extranjeros que habían formado parte de las Brigadas Internacionales.

El éxito definitivo de la ofensiva franquista sobre Cataluña, a principios de febrero de 1939, impidió que dieran fruto las garantías que el gobierno republicano pedía de cara a la paz: independencia de España y rechazo de cualquier injerencia exterior, que el pueblo pudiera decidir libremente acerca del futuro del régimen, así como garantía de evitar persecuciones y represalias después de la guerra. Estas condiciones propuestas por Negrín en las Cortes reunidas el 1 de febrero de 1939 en Figueras (Girona) no fueron aceptadas por el gobierno de Burgos, que presumía concluir la guerra en breves días. En efecto, la reunión de las Cortes republicanas en Figueras fue la última que tuvo lugar en suelo español. Antes de esa fecha se celebraron reuniones de las Cortes en distintas sedes, dependiendo de las propias circunstancias militares de la contienda. Las primeras tuvieron lugar en Valencia (diciembre de 1936 y febrero y octubre de 1937), en tanto que las postreras se produjeron en distintas zonas del territorio catalán, tales como Montserrat (febrero de 1938), San Cugat del Vallés (septiembre de 1938) y Sabadell (octubre de 1938).

En lo que respecta a la zona sublevada (denominada "nacional" tanto por las propias fuerzas rebeldes como por la historiografía favorable a las mismas), se dictaron paulatinamente medidas políticas al compás de las acciones bélicas, que fueron aplicadas en los territorios ocupados desde el principio y en todos aquellos que se incorporaban tras los éxitos militares rebeldes. La primera y pronta medida adoptada por los insurrectos fue la creación en Burgos de la Junta de Defensa Nacional, el 24 de julio de 1936, que presidió el general Miguel Cabanellas por ser el militar más antiguo e integraron en calidad de vocales los generales Emilio Mola, Fidel Dávila, Andrés Saliquet, Miguel Ponte y los coroneles Fernando Moreno y Federico Montaner.

A finales de septiembre de ese año, la Junta de Defensa Nacional designó a Franco generalísimo de las fuerzas sublevadas (principal jefe militar de las mismas) y jefe del gobierno. Así, el 1 de octubre de 1936 se hizo oficial el acceso de Franco a la jefatura militar y política de quienes se autodenominaban "nacionales", cargos a los que él mismo unió el de jefe del Estado. Esta medida tuvo su complemento en el llamado Decreto de Unificación (19 de abril de 1937), por medio del cual se creó Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET y de las JONS), única formación política legal del nuevo régimen —llamado "Movimiento Nacional" por sus partidarios— que fundía los núcleos falangistas y tradicionalistas (carlistas). Esa operación política agudizó las tensiones latentes entre los falangistas desde que, en noviembre de 1936, fuera ajusticiado por los republicanos José Antonio Primo de Rivera, fundador y jefe nacional de Falange Española. El nuevo jefe nacional falangista, Manuel Hedilla, se opuso al decreto unificador, por lo que fue arrestado junto con sus seguidores.

En enero de 1938 se formó el primer gobierno "nacional" presidido por Franco, tras la disolución de la Junta Técnica de Estado, que había sido creada en octubre de 1936 inicialmente como una entidad de apoyo gubernamental a la primigenia Junta de Defensa Nacional. El primer gobierno franquista estuvo compuesto tanto por militares como por figuras civiles falangistas, tradicionalistas y monárquicas. Entre sus miembros cabe destacar a los generales Francisco Gómez Jordana (vicepresidente del gobierno y ministro de Asuntos Exteriores), Severiano Martínez Anido (responsable del Ministerio de Orden Público) y Fidel Dávila (ministro de la Defensa Nacional), al ingeniero naval Juan Antonio Suances (encargado del Ministerio de Industria y Comercio), así como al abogado y cuñado de Franco Ramón Serrano Súñer (ministro de Interior y secretario del Consejo de Ministros), al notario y falangista Raimundo Fernández Cuesta (responsable del Ministerio de Agricultura) y al escritor y político monárquico Pedro Sainz Rodríguez. Asimismo, el 9 de marzo de 1938 se promulgó el Fuero del Trabajo, que acabada la guerra alcanzaría el rango de ley fundamental y, por tanto, entraría a formar parte del peculiar constitucionalismo propio del franquismo.


Guerra Civil Española

LA INTERNACIONALIZACIÓN DEL CONFLICTO

Si bien es cierto que la guerra comenzó como un conflicto interno "nacido en suelo español y a la manera española" (en palabras de Salvador de Madariaga), no pudo mantenerse ajena al entorno internacional debido a sus propias raíces ideológicas. Ambos bandos reclamaron inmediatamente apoyos de otras potencias extranjeras, según el panorama existente en la alineación del mundo en la década de 1930, hasta el extremo de que algunos vieron en el conflicto un prólogo de un nuevo enfrentamiento mundial. Si no lo fue, al menos consiguió implicar a la mayoría de partidos políticos y potencias europeas. Hoy nadie pone en duda que la intervención extranjera contribuyó tanto a prolongar la contienda como al futuro del "Movimiento Nacional". La primera fase de urgencia (julio-agosto de 1936) llevó, por un lado, al gabinete presidido por Giral a solicitar el auxilio del gobierno del Frente Popular francés (presidio por el socialista Léon Blum) y, por el otro, a los rebeldes a concretar el inicial apoyo prestado por Italia (gobernada por el fascista Benito Mussolini) y Alemania (con el nacionalsocialista Adolf Hitler en el poder).

El Frente Popular español contó con el apoyo primigenio de Francia y de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Sin embargo, el temor del gobierno francés a crear una situación conflictiva en todo el continente frenó su ayuda y se acogió a la política de no intervención que, propugnada por el gobierno británico, asimismo acabaría aplicando la Sociedad de Naciones. Francia cerró su frontera a la entrada de material bélico destinado a cualquiera de los contendientes, con lo que en realidad perjudicó notablemente al gobierno republicano. Por su parte la URSS, gobernada por Iósiv Stalin, tras comprobar la participación activa y directa de italianos y alemanes, rechazó la política de no intervención. Su apoyo resultó fundamental en blindados, aviones y equipos de asesores militares. En tanto que los rebeldes recibieron aviones, armamento y combatientes de Italia y Alemania (valga como ejemplo la Legión Cóndor), así como la ayuda de los voluntarios portugueses, enviados por el gobierno encabezado por António de Oliveira Salazar, además de otras colaboraciones.

Entre los auxilios recibidos por el gobierno republicano merecen recordarse las Brigadas Internacionales: la III Internacional (también conocida como Komintern) creó un comité internacional para organizar a sus miembros, que contó con la participación de los dirigentes comunistas Palmiro Togliatti y Josip Broz (Tito). Participaron en ellas voluntarios de distintos países movidos por sentimientos antifascistas, cuyo número es difícil de precisar (tal vez, unos 40.000) a causa de los relevos producidos en sus filas durante el transcurso de la guerra. El centro de reclutamiento estuvo en París y entre sus gestores cobró especial relieve el dirigente comunista francés André Marty. Los primeros brigadistas llegaron al puerto español de Alicante en octubre de 1936 para continuar hasta Albacete, en donde se formó la XI Brigada, que pronto participó en la batalla de Madrid. Su intervención al lado de la causa republicana duró hasta octubre de 1938.

En medio de todo este proceso destacó de manera especial lo que se conoció como la política de no intervención asumida por la Sociedad de Naciones, que, en principio, suponía la prohibición de exportar cualquier material de guerra, sin más compromisos por parte de los gobiernos. En septiembre de 1936 nació en Londres el Comité de No Intervención, integrado por los embajadores residentes en la capital británica con el objeto de reducir el conflicto al ámbito nacional. Sin embargo, a la vista de las numerosas violaciones del compromiso, las medidas adoptadas por el Comité de No Intervención no resultaron efectivas y, desde luego, no impidieron que las potencias extranjeras apostaran por uno u otro contendiente, si bien la mayor beneficiada de la actitud de las democracias occidentales acabó siendo la causa franquista, auxiliada de forma reiterada por las potencias del Eje.

Por lo que se refiere al apoyo soviético, la financiación de los suministros bélicos entregados al gobierno republicano se relacionó con las reservas del Banco de España. Dos terceras partes del oro guardado en el banco nacional salieron hacia Moscú, en concepto de depósito primero, y como pago por aquellos suministros posteriormente. El famoso "oro de Moscú" sería un asunto controvertido y utilizado como propaganda por el gobierno franquista. Mientras éste recibió a crédito suministros alemanes e italianos, que fueron abonados en parte después de finalizar la guerra, el gobierno republicano agotó las reservas para pagar la ayuda soviética.

CONSECUENCIAS BÉLICAS

La República española poseía las reservas más grandes de Europa en oro y divisas. Ésto ayudo al gobierno a pagar y recibir material bélico de varias partes del mundo. Nada de lo recibido por ambos bandos fue gratis. Rusia cobró en metálico, y fue quien lo hizo mejor, pues el tesoro del banco español, fue enviado para su salvaguarda a Rusia, quien no hizo más que quedárselo sin saldar nunca cuentas exactas.

Los cálculos nacionalistas indican que entre 1936 y 1938 entraron a la República por tierra 200 cañones, 200 tanques, 3247 ametralladoras, 4.000 camiones y 47 unidades de artillería, 4.565 toneladas de municiones, 9.579 vehículos y 14.890 toneladas de combustible. Esta ayuda fue complementada más adelante.

La principal consecuencia de la Guerra Civil española fue la gran cantidad de pérdidas humanas (tal vez más de medio millón), no todas ellas atribuibles a las acciones propiamente bélicas y sí muchas de ellas relacionadas con la violenta represión ejercida o consentida por ambos bandos, entre las que se pueden incluir también las muertes producidas por los bombardeos sobre poblaciones civiles.

En un nivel inmediatamente inferior se puede considerar como consecuencia destacada el elevado número de exiliados producido por el conflicto. Algunas de las principales figuras políticas constituyeron durante muchos años el gobierno republicano en el exilio, de entre cuyos más destacados miembros cabe mencionar al nacionalista gallego y escritor Alfonso Rodríguez Castelao, al socialista Fernando de los Ríos, al comunista Joan Comorera, o a los propios José Giral y Juan Negrín, quienes, al igual que los socialistas Luis Jiménez de Asúa y Rodolfo Llopis, presidieron dicho gabinete, por no olvidar a Diego Martínez Barrio, que entre 1945 y 1962 ejerció el cargo de presidente de la República en el exilio.

En lo que respecta al aspecto económico, las consecuencias principales fueron la pérdida de reservas, la disminución de la población activa, la destrucción de infraestructuras viarias y fabriles, así como de viviendas —todo lo cual provocó una disminución de la producción—, y, en fin, el hundimiento parcial del nivel de renta. La mayoría de la población española hubo de padecer durante la contienda y, tras terminar ésta, a lo largo de las décadas de 1940 y 1950, los efectos del racionamiento y la privación de bienes de consumo.

INTRODUCCIÓN

La Segunda República Española fracasó porque no fue aceptada por los grupos poderosos tanto de la izquierda como de la derecha. Los liberales, cuyas protestas consiguieron el desmantelamiento de la dictadura militar de Primo de Rivera, y posibilitaron la caída de la monarquía, resultaron incapaces de crear unos hábitos democráticos lo suficientemente poderosos para satisfacer las aspiraciones tanto de las clases trabajadoras como de las clases gobernantes.

En febrero de 1936, tras 5 años de inestabilidades sociales y políticas muy acusadas, los dos bandos que para entonces se habían formado pusieron sus disputas nuevamente a votación. La victoria del Frente Popular sobre el Frente Nacional había elevado al poder a un gobierno débil considerado por sus propios partidarios socialistas y comunistas como el precursor de un cambio social más profundo. Del otro lado, los antiguos dueños del poder económico, dirigidos por el ejército y apoyados por la Iglesia, encarnación de las glorias pasadas de España, creían que estaban a punto de ser desbordados. Suponían que si no iniciaban una contrarrevolución serían aplastados por la revolución.

El 18 de julio de 1936 las dos Españas dirimieron sus diferencias en el campo de batalla: había estallado la Guerra Civil Española.

El siguiente trabajo, narra los antecedentes, desarrollo y consecuencias del hecho bélico real ocurrido en España, quien se encargaría de demostrar al mundo lo que es capaz de hacer el hombre cuando lo domina la pasión y se desatan los instintos, en este caso por causas tan relevantes como lo político y lo social.

CONCLUSIONES

Alrededor de 1 millón de muertos habla la mítica cifra como resultado de esta guerra de tres años, sin embargo, si esta no fuera real, los muertos por desnutrición, los emigrados, los enfermos, los fusilados, los huérfanos, los padres llorando a sus hijos, el odio que aún perdura no pasaran inadvertidos en la historia. Quizás, la cifra más exacta sea 600.000, pero ésto no hace a la cosa. El costo fue terrible, ya sea económicamente pero aun más en vidas.

Estos dos bandos tan diferenciados entre sí en España también se estaban dando en Europa. Por un lado la revolución socialista en Rusia que tenía al mundo obrero con esperanzas y al capital con temor. A los países centrales dominados por el fascismo que se suponía era la barrera natural al marxismo y por su parte las potencias democráticas (Francia e Inglaterra), si bien temían a los países fascistas cometían el grave error de pensar que éstos eran un mal menor. En la guerra civil española, no hicieron otra cosa que alentar las ansias expansionistas de Hitler.

Hitler, ayudó a Franco, y consolidó en España un régimen afín con su política. Prueba en casa ajena su armamento y de paso muestra al mundo su terrible poderío. Consigue un aliado estratégico, con una posición clave en Europa, y que encima le habría de pagar el costo de su aventura en España hasta la última peseta.

Mussolini tiene en España la oportunidad de probar el poder y valor de su tropa (habría de quedar muy desilusionado).

Stalin consiguió foguear en España a los oficiales de la 2º guerra y los avances técnicos y de armamento. Todo gratis, todo le fue pagado.

Francia, con una política muy dubitativa, no hizo nada más que gozar viendo como se desangraba su secular enemiga.

Inglaterra, siempre temerosa de la furia de Hitler, consolidó el pacto de no intervención, que lo único que hizo fue que las "democracias no intervinieran".

La Sociedad de Naciones fue tan ineficaz para intervenir como habría de ser en los meses anteriores a la 2º guerra.

Aún hoy, alrededor de 60 años después, no se ha podido evitar guerras como la española, aun hoy el mundo tiene cómplices, en las democracias y en las dictaduras. Pero esta guerra se hubiera podido evitar. Quizás los españoles se habrían de matar con piedras, con cuchillos, pero la habrían hecho solos, "la ropa sucia se hubiera lavado en casa". El mundo, muy pronto determinada la guerra española, se habría arrepentido de haber dejado hacer o de no haber hecho. Siempre es tarde para arrepentirse de una guerra y siempre es temprano para evitarla.

PABLO NERUDA, CÓNSUL DE CHILE

EN LA ESPAÑA EN GUERRA

Desde el momento en que Neruda llega a Barcelona para asumir un cargo consular, en mayo de 1934, empieza a desarrollar una creciente relación de afinidad y afecto con el entorno español. Establece un contacto que no dudaremos en llamar... enamorado, con respecto a España, su gente, su cultura, su idioma. Y lo hace no sólo a través del re-descubrimiento de los antiguos poetas Quevedo, Góngora, Villamediana sino también a través de la amistad generosa y apreciativa que le brinda la nueva promoción de grandes poetas de la Generación del 27:Alberti, García Lorca, Altolaguirre, Aleixandre, Miguel Hernández, Gerardo Diego, Cernuda, León Felipe, y tantos otros.

Después de la corrosiva soledad de sus consulados en Oriente, Neruda encuentra en España luz, amistad, identidad, reconocimiento...

Y son numerosas las referencias que más tarde hará el poeta sobre estos días, llegando incluso a afirmar que él el sombrío poeta de tantas páginas atormentadas ha encontrado allí, en Madrid, la felicidad: "Pocos poetas han sido tratados como yo en España..." confidencia Neruda a Alfredo Cardona Peña "Encontré una brillante fraternidad de talentos y un conocimiento pleno de mi obra. Y yo, que había sido durante muchos años martirizado por la incomprensión de las gentes, por los insultos y la indiferencia maliciosa, drama de todo poeta auténtico en nuestros países me sentí feliz." Son muchas y muy llenas de afecto las palabras que el poeta tendrá hacia la España que fue su hogar entre 1934 y 1936.

Pero todo esto se desploma en medio de dos grandes estallidos noticiosos que en medio de tantos otros son los que simbolizan para el poeta el origen y consecuencia de la tragedia: se produce la insurrección armada encabezada por Franco y un mes después es fusilado en Granada Federico García Lorca, el poeta y dramaturgo granadino, hermanado con Neruda a través de una amistad entrañable y de una recíproca y genuina admiración por el trabajo poético de cada cual. Pues bien, ni ahora ni en el futuro Neruda rehuirá la grave tarea de poner su poesía en pie de combate.

Desde el comienzo de la guerra no han faltado las voces iracundas, cuando no envenenadas, que acusan a Neruda de faltar gravemente a la neutralidad y a la prescindencia política que corresponden a un funcionario diplomático.

Frente a los problemas que está causando el Cónsul Reyes al gobierno, éste opta por una decisión más drástica, que sin embargo en apariencia se justifica debido al convulsionado estado de cosas en la asediada y bombardeada Madrid: se decide simplemente suspender el funcionamiento del Consulado de Chile en la capital española. Por consecuencia, innecesario el Cónsul Neruda se ve forzado a abandonar España a fines de 1936, dirigiéndose a París, en donde podrá asumir con mayor libertad sus trabajos en favor de la República Española.

INDICE

INTRODUCCIÓN 3

ANTECEDENTES 4-5

  • Caída de la monarquía, Situación social, la II Republica.

GUERRA CIVIL 6-12

  • Introducción, Desarrollo de la guerra, Desarrollo político de la contienda, Internacionalización del conflicto, Consecuencias bélicas.

PABLO NERUDA (cónsul de Chile en España) 13

CONCLUSIONES 14

ILUSTRACIONES 15-17

BIBLIOGRAFÍA 18

BIBLIOGRAFÍA

Historia y Geografía Hoy, 8º básico

Editorial Santillana.

INTERNET:

http://www.msn.es Encarta Online

http://www.geocities.com/SiliconValley/Horizon/2418/gcesp.html

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Historia

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Enviado por:Torcuata Malot
Idioma: castellano
País: Chile

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