Historia


Grecia clásica


La etapa Clásica: Esparta y Atenas

El nombre de esta etapa indica que fue considerada como el momento cumbre de la civilización griega. Hoy puede resultar discutible esta apreciación, pero en cualquier caso lo seguimos utilizando por razones prácticas. Nos centraremos en las dos ciudades-estado más significativas (y antagónicas) de este momento: Esparta y Atenas. Aun a costa de salirnos de los dos siglos que ocupan esta etapa (V y IV), haremos referencia a los tiempos anteriores que explican su culminación como primeras potencias en estos momentos.

Esparta

Esparta es un caso singular entre las poleis griegas a causa de su militarismo, el cual constituye la base de su organización social y política y la condiciona absolutamente. Sus excavaciones arqueológicas contrastan espectacularmente con las de Atenas: unas pocas y pobres paredes y un numero reducido de objetos es todo el patrimonio que nos han dejado. A la vista de esta ruina nadie diría que fueron dos ciudades que, durantes mucho tiempo, lucharon entre sí por obtener el predominio sobre la Hélade.

Situada al sureste del Peloponeso, en el valle de Eurotas (no de los menos ricos del país), nada hacía sospechar en sus comienzos los derroteros que tomaría a partir del siglo VI a. C. y que la caracterizaría y diferenciaría de los otros estados. En efecto, hasta ese momento estaba abierta al comercio y a las influencias exteriores, e incluso participaba, con sus poetas Tirteo y Alcmán en el gran movimiento literario de la época Arcaica. Pero en la fecha indicada se cerró sobre sí misma.

Parece que las causas hay que buscarlas en su peculiar manera de solucionar su “falta de tierras” ante el aumento demográfico.

Mientras lo usual era fundar colonias, Esparta conquisto sus tierras vecinas, es decir, Mesenia, región agrícola y ganadera de cierta importancia. Dos largas guerras contra los mesenios (de cronología incierta, pero que en todo caso había concluido antes del año 600), convirtieron a los espartanos en una sociedad militarizada y en dueños de un amplio territorio que dominaron por la fuerza y en el que eran minoría con respecto a los dominados. Sólo una férrea disciplina y una fuerte organización estatal les permitieron seguir siendo los dominadores.

Según la tradición, un solo personaje fue el creador de las instituciones y organización espartanas: el sabio legislador Licurgo que vivió en el siglo IX a. C. sabedor de las duras condiciones que imponía a sus conciudadanos, pero convencido de ellas, logró la promesa del pueblo que mantendría en activo hasta que él regresara de un viaje. Apto seguido se internó en el templo de Artemis Ortia y se dejó morir de hambre. Así su constitución sería para siempre y permanecería inalterable. La realidad es que esta se forjó en un proceso que debió durar siglos.

El grupo dominante era Dorio, aunque quizá mezclado con los descendientes de la aristocracia aquea: los espartiatas o ciudadanos de pleno derecho. A parte de los derechos, tenían obligaciones muy duras. De entrada, si el niño nacía débil, era “expuesto” en el vecino monte Taigeto, donde se le dejaba morir. Los niños sanos permanecían en su casa hasta los siete años. A partir de esa edad el estado se hacía cargo de ellos para educarlos con una clara orientación guerrera. Aprendían a leer y a escribir, algo de danza y música, y poco más. El niño formaba parte de un “rebaño” o compañía donde imperaba una férrea disciplina. A los doce años había de procurarse parte de su sustento robando la comida, pero había de hacerlo sin que le sorprendieran o si no le castigarían, y se sometía anualmente a la prueba de azotes con látigo, en la que vencía quien más resistiese sin quejarse. A los veinte ingresaba oficialmente en el ejercito y a los treinta accedía a la ciudadanía. Seguía en servicio hasta los sesenta. A partir de entonces se le consideraba desligado de sus obligaciones militares. Les estaban prohibidos el trabajo manual y el comercio.

En los ejércitos gimnásticos participaban también las muchachas, cosa insólita en Grecia, donde la mujer permanecía recluida en casa. De hecho, las mujeres se sentían también participes de ese estado militar: es conocida la frase “regresas con tu escudo o sobre el” que una madre dirigió a su hijo que partía para la guerra, indicándole la obligación de volver victorioso o muerto.

El siguiente grupo social lo constituían los periecos (los de alrededor), que carecían de ciudadanía pero gozaban de ciertos derechos, como tener una organización autónoma en sus aldeas, por ser su propia tierra y formar parte del ejército en tiempos de guerra. Eran quienes se encargaban del comercio (reducido a lo estrictamente necesario) y de las tareas artesanales. Su situación no debió de ser desesperada, pues no hay constancia de rebeliones ni si quiera en los momentos más críticos y propicios para ellos.

Finalmente, el grupo más desheredado eran los hilotas, amplia capa de la población reducida a un estado de semi­-esclavitud y a u trato brutal.

La mayoría era mesenios y trabajaban los lotes de tierra de los espartiatas en muy duras condiciones, recibiendo una pequeña parte del producto. Dado su número, para evitar sublevaciones y tenerlos sujetos por el terror, anualmente se organizaban las criptias; consistian estas en “la caza” por parte de los espartiatas de los hilotas que potencialmente pudieran representar un peligro. Se comprende que estos aprovecharan cualquier situación favorable para sublevarse.

Esparta no tuvo nunca “ una ciudad”, la componían cinco aldeas con santuarios y lugares de reunión comunes. Hasta la época Helenística careció de murallas; “nuestras murallas son nuestros pechos”, decían orgullosos los espartanos a los visitantes. El Estado era el dueño de todo y tenia un carácter comunal del que se beneficiaba principalmente los espartiatas; trataba de evitar las desigualdades en el reparto delas riquezas y era el dueño de la tierra, que repartía en kleroi o lotes trabajados por hilotas para el mantenimiento de los ciudadanos. No tenían moneda de plata o bronce, como las otras ciudades, solo piezas de hierro que hacían imposible la acumulación de riqueza.

Al frente del Estado encontramos, como rasgo de arcaísmo, dos reyes hereditarios, pero con poderes muy limitados a pesar del prestigio de esta institución. Los cinco eforos (uno por c ada aldea) eran los verdaderos árbitros de la constitución. Elegidos anualmente, inspeccionaban el cumplimiento de las leyes y las costumbres, incluidas las de los reyes. La asamblea o Apella estaba constituida por todos los espartiatas mayores de edad. No tenía carácter decisorio, pero si consultivo, constituyendo un excelente barómetro para conocer el grado de aceptación de determinadas propuestas. No se votaba pero aquella propuesta que provocaba una aclamación superior a las otras era la preferida. Finalmente, la gerusía o consejo (de ancianos) estaba formado por los dos reyes y veintiocho espartiatas mayores de sesenta años. Se encargaba de preparar las propuestas que iban a ser sometidas a la asamblea y d los asuntos judiciales.

No esta de más reflexionar sobre la admiración que por Esparta sintieron determinados pensadores atenienses, como Jenofonte, Platón o Aristóteles. Nos resulta difícil comprender cómo ciudadanos del Estado que alcanzó la cumbre de la democracia podían considerar como modelo a otro Estado que simbolizaba la negación de la libertad individual y la sumisión de ésta al mismo. Precisamente si hubiera nacido en Esparta no habrían podido desarrollar su labor intelectual. Sólo nos podemos explicar partiendo de la base de que vivieron la crisis de las polis: eran enemigos del sistema democrático al que acusaban de demagógico, y veían Esparta, con su disciplina, su moral sana y sus instituciones inamovibles, un ejemplo de cómo evitar la decadencia y la corrupción. Nada más lejos de la realidad: cuando, tras las guerras del Peloponeso, la victoria espartana hizo que muchos ciudadanos, como funcionarios o soldados, se trasladaran a otros “estados corrompidos”, pudo comprobarse lo fácil que resulto corromperlos, deslumbrados por las novedades y las riquezas.

Atenas

La península de ática, que preside Atenas, no es ni era una de las zonas más favorecidas de la Grecia continental. Su suelo rocoso solo permitía una agricultura difícil, salvo en unas llanuras no muy extensas (la central, la de Eleusis y la de Maratón. En los primeros siglos de su historia no sobresalió entre las poleis contemporáneas, pues salvo una cierta actividad en la época Geométrica, su papel parece haber sido de segunda fila. Sin embargo, en un momento dado se convirtió en la primera de las poleis. Desempeñó un papel tan importante en los siglos V y IV a. C., que incluso hoy confundimos la historia de Grecia con la historia de Atenas, y más concretamente “democracia griega” con “democracia ateniense”. Este fue el gran logro que no ha dejado de admirar a los investigadores de todas las épocas y sigue siendo hoy motivo de interés y discusión. Esta culminación de su evolución política se vio acompañada de un gran momento económico y sobre todo literario y artístico como raras veces se ha producido en la historia. Nuestra cultura occidental no podría explicarse sin esta extraordinaria aportación ateniense. Pero ha sido un mundo excesivamente mitificado, sobre todo en el siglo XIX, y conviene verlo con sus pros y sus contras.

Las excavaciones que comenzaron a finales del pasado siglo en la acrópolis evidenciaron que en el lugar hubo un asentamiento micénico del que ignoramos casi todo. Para los siglos siguientes las noticias son parcas. Aristóteles, que en el siglo IV a. C. escribió la Constitución de Atenas, recogió la leyenda de que se libraron de los dorios y de que Teseo, el héroe que dio muerte al Minotauro en Creta, fue el autor del sinecismo de las diversas aldeas del ática en una polis que se llamo Atenas (nombre en plural de la patrona, Atena o Atenea) en el siglo XIII a. C. La realidad es que se hizo más tarde, como en el resto del orbe griego. Podemos deducir que conoció un sistema de gobierno monárquico sustituido, en la primera mitad del siglo VII por un régimen de tipo aristocrático hecho a la medida de los eupátridas o nobles terratenientes que, a través del Areópago, organismo superior al que pertenecían, elegían a los supremos magistrados. Los demiurgos (pequeños campesinos libres, artesanos y comerciantes), y los georgoi (trabajadores del campo), ambos ciudadanos, estaban supeditados a ellos. Por supuesto, los esclavos no contaban y carecían de derechos.

Parece ser que los latifundios eran cada vez mayores, en perjuicio de los pequeños agricultores, que ante unos años de malas cosechas se veían obligados a pedir un préstamo, y si las malas rachas continuaban y no lograban devolverlo, podían legalmente caer en la esclavitud, además de serles incautadas sus tierras. La situación resultaba difícil, pero no hemos de pensar que lo fueran mas que otras poleis, como se deduce que no participaran en las colonizaciones, y de que en el 640, al producirse un intento de tiranía por parte de Cilón, el pueblo no lo secundase. No olvidemos que antes que nada, el tirano era un defensor de los intereses populares. Además comenzaban a tener importancia los comerciantes y artesanos, que querían también participar en el gobierno de la ciudad, aunque solo fuera defender sus intereses, tan contrapuestos en tantos puntos a los de los terratenientes.

En el año 621 a. C. Se hizo preciso que el arconte Dracón redactaba por primera vez un código de leyes, hasta entonces no escritas y sujetas a la interpretación exclusiva de los eupátridas. A pesar de su rigor, “draconiano” es hoy sinónimo de muy duro, parece que se trataba sólo de una recopilación de las antiguas leyes y no de una obra personal. A pesar de ello, encontramos ciertos rasgos de modernidad que pueden ser innovaciones, y que nos muestran hasta qué punto la sociedad ateniense de la época se caracterizaba aún por notables rasgos de primitivismo.

Estas leyes mostraron pronto su influencia, pues en el 594 a. C. Se encargó al arconte Solón de realizar un nuevo código, con medidas de mayor alcance: abolición de las deudas de los pequeños agricultores y prohibición de que bajo cualquier concepto un ciudadano pudiera caer en la esclavitud. Tomó también medidas económicas de gran importancia para el futuro (que coincidieron con la aparición de la moneda acuñada), la más notable de las cuales fue la protección del cultivo del olivo y la vid (el primero fue en adelante la base de la riqueza ateniense), así como la prohibición de exportar trigo.

Sin embargo, lo que dio más fama a Solón entre sus contemporáneos fue la división de los ciudadanos en cuatro grupos según la riqueza de cada uno, en vez de por pertenecer o no a la nobleza. La pertenencia a uno u otro grupo servía también para la organización militar (los del primero serían los mandos, los del segundo la caballería, los del tercero la infantería pesada y los del cuarto, la infantería ligera y los remeros), pues no existía entonces ejército profesional y se componía de ciudadanos q habían de costearse su equipo. No puede considerarse como un sistema democrático, pues sólo podían ser arcontes los miembros de los dos primeros grupos, pero sí representó un avance considerable en el camino hacía esta. Según textos antiguos creó un consejo e cuatrocientos miembros, aunque los historiadores modernos lo rechazan. Solón fue también poeta, y parte de su obra justifica su labor política.

Tras él se desarrolló una etapa de anarquía. Había tres tendencias principales: la representada por los paralios o habitantes de la costa básicamente comerciantes y navieros, la de los pedieos o habitantes de las llanuras (feudo de los nobles), y la de los diacrios o habitantes de la montaña (la parte más pobre de ática). Apoyándose en estos últimos, Pisístrato, tras dos fallidos intentos, instauró la tironía en el 547 a. C.

De la Tiranía a la Democracia

Paradójicamente, la tiranía de Pisístrato supuso la consolidación de las instituciones existentes y un allanamiento en el camino hacia la democracia. En efecto, no suprimió la obra soloniana (sólo se preocupó de que los principales cargos los ocuparan simpatizantes suyos), y por otra parte el dilatado período de paz que representó su gobierno sirvió para asentar estas innovaciones. Asimismo, aumentó la producción vinícola y sobre todo la oleícola, y se incrementó el comercio, garantizándose el suministro de trigo en Ucrania y de los metales de la Calcídica. Fue inusualmente benévolo con sus enemigos y protegió a los más pobres, especialmente a los campesinos. Con él comenzó verdaderamente Atenas a ser una polis importante: su política de obras públicas, con la que luchaba contra el paro, se concretó especialmente en la construcción de un templo de Atenea (el primitivo Partenón), y su política religiosa y cultural en la institución de las fiestas Panateneas y las grandes Dionisias. Según la tradición, en estas ultimas, en el 535, Tespis representó la primera tragedia teatral de la historia griega. También hizo Pisístrato realizar por escrito la forma definitiva de La Ilíada y la Odisea, poemas transmitidos oralmente hasta entonces.

A su muerte, en el 528 a. C., le sucedieron sus hijos Hipias e Hiparco. El asesinato de este último, aunque fue por un drama de celos, pronto adquirió valor de símbolo de liberación. Hipías, impopular por su radicalización tras la muerte de su hermano, marchó al exilio en el 510, y la tiranía fue abolida.

Dos años después Clístenes fue elegido arconte y realizó una serie de reformas que prácticamente significaron la instauración de la democracia. Estas consistían básicamente en la creación de diez nuevas tribus con carácter territorial frente a las cuatro tradicionales que se basaban en los lazos de sangre y parentesco, y de una Boulé, el Consejo, de quinientos miembros, que se convirtió en el órgano constitucional más importante al preparar las sesiones de la Ecclesia o asamblea (a ambas podían pertenecer todos los ciudadanos). Con ello quedó instaurada la isonomia, es decir, la igualdad de todos los ciudadanos ante el rey. Para garantizar el buen funcionamiento de la democracia y evitar los intentos de poder personal, instituyó el ostracismo: consistía en la posibilidad de enviar al exilio por diez años a cualquier sospechoso de atentar contra el orden constituido, por medio de una votación anual en la asamblea en q cada ciudadano podía escribir en un trozo de una pieza de cerámica rota el nombre que deseara: quien obtenía más votos sobre un quórum mínimo de seis mil votantes se veía obligado a abandonar el país.

La democracia quedaba asentada. Muy poco después, toda Grecia en general, y Atenas en particular, habían de pasar una dura prueba en las que se jugaba su propia supervivencia: las Guerras Médicas.

Las Guerras Médicas

Las ciudades helenas de la costa de Asia Menor vieron crecer a sus espaldas el naciente imperio persa que, con cierta rapidez, se fue anexionando los estados vecinos. Estas ciudades cayeron también en la órbita de los persas. Hacia el año 500 a.C. hubo sublevaciones contra los nuevos amos.

Entre las ciudades sublevadas destacó Mileto, a cuya petición de ayuda respondió Atenas enviando veinte naves. Los persas arrasaron Mileto el 494 a. C. Y prepararon una gran expedición contra Gracia continental y las islas. La primera naufragó al naufragar la escuadra, pero en el 490 a. C. Otra expedición desembarcó en la isla de Eubea.

Las ciudades griegas, con pocas expediciones, decidieron formar un frente común contra el invasor, el cual desembarcó en el norte de Ática, y allí se enfrentó, en la llanura de Maratón, al reducido ejercito ateniense al mando de Milciades, que sorprendentemente venció al persa. Las repercusiones de este éxito fueron enormes de cara a la moral helena. La tradición dice que Filípides, joven soldado ateniense, no bien hubo acabado la batalla, corrió sin descansar los cruenta kilómetros que separan Maratón de Atenas, y al llegar a esta última sólo tubo tiempo de gritar “¡Hemos vencido!” y cayó muerto por el esfuerzo; la actual carrera que llamamos maratón se inspira en este suceso. Por otra parte, el literato trágico Esquilo, que luchó como soldado en la misma, prefirió hacer alusión a ello en su epitafio en vez de a sus inmortales obras.

Conjurado momentáneamente el peligro, Atenas envió a Milciades al exilio y triunfó la tendencia que representaba Temístocles, consistente esencialmente en apostar por el mar: convertir a Atenas en la primera potencia marítima. Para ello logró que se invirtiera el grueso del presupuesto en la construcción de naves y en la potenciación del puerto de El Pireo.

Esta política dio pronto sus frutos. Cuando el 483 a. C. Los persas volvieron a organizar una expedición que según el historiador Herodoto estaba compuesta por millones de hombres, los griegos ya habían organizado una alianza común contra ellos. Pero su avance fue imparable, a pesar de la heroica defensa del paso de las Termópilas por el espartano Leonidas y sus hombres, que fueron aniquilados. Atenas tuvo que ser evacuada, y sus habitantes, trasladados a las vecinas islas de Salamina y Egina. Los persas entraron en la ciudad y la destruyeron.

El rey Jerjes, al mando de 850 barcos (de ellos sólo 300 trirremes), se aprestó a dar el golpe de gracia a los griegos, que, en una situación desesperada, con Atenas en manos del enemigo, se le enfrentaron en Salamina, bajo el mando de Temístocles, que contaba con 380 trirremes. Temístocles logró que los persas le presentasen batalla de manera que a un barco griego sólo se le pudiera enfrentar uno persa. Los persas sufrieron una gran derrota, perdiendo más de 200 barcos.

En el 480 a. C. se había reproducido sorprendentemente en Salamina el éxito de Maratón de diez años antes. Al año siguiente la batalla terrestre de Platea fue también ganada por los aliados griegos, y los persas abandonaron Grecia. Aunque la lucha continuó durante varios años, el peligro había pasado. Atenas era la gran vencedora moral de estas guerras: fue la más destacada en la oposición al invasor y la que más sufrió las consecuencias del enfrentamiento con lo mismo.

El “siglo de Oro” ateniense

Coincidió este momento con la figura de Pericles, que rigió como primer magistrado durante varios años, a partir del 461 a. C., los destinos de la polis. A él se le considera el culminador de la democracia ateniense al eliminar las prerrogativas que aún tenía el Areópago, principal reducto de nobles, en beneficio de la Ecclesia y la Boulé, al permitir la posibilidad de que un mayor número de grupos sociales pudieran acceder a las altas magistraturas, y al instaurar el sistema de la mistoforia o pagos de dietas a los ciudadanos que ejercieran como jurados o fueran miembros del consejo: la paga era de dos óbolos diarios, suma modesta, pero que permitía que todos, hasta los más humildes, pudieran ejercer sus derechos políticos, aunque se quedaran sin el jornal diario de su trabajo.

El historiador Tucídides nos transmite un elocuente discurso de Pericles: “Nuestra constitución política no sigue las leyes de las otras ciudades, sino que da leyes y ejemplo a los demás. Nuestro gobierno se llama democracia, porque la administración sirve los intereses de la masa, y no de una minoría. De acuerdo con nuestras leyes, todos somos iguales en lo que se refiere a nuestras diferencias particulares. Pero en lo relativo a la participación en la vida pública, cada cual obtiene la consideración de acuerdo con sus méritos y es más importante el valor personal que la clase a que pertenece; es decir, nadie siente el obstáculo de su pobre o inferior condición social, cuando su valía le capacita para prestar servicios a la ciudad”. Ciertamente, pocas veces en la historia de la humanidad podemos encontrar un grado similar de democracia. Pero esta democracia era restrictiva, ya que sólo afectaba a los ciudadanos, tanto ricos como pobres, pero los ciudadanos sólo una parte, y no la más numerosa, de la población. Si no se era por nacimiento, era muy difícil acceder a la ciudadanía. El mismo Pericles dispuso leyes limitativas impidiendo tenerla a quien no fuera hijo de padre y madre atenienses, con lo que paradójicamente su propio hijo, que tuvo con su compañero Aspasia, fue extranjero en su propia ciudad.

A pesar de la dificultad que representaba hacer un estudio demográfico, algunos historiadores han calculado en 40.000 el número de ciudadanos, incluidos esposas e hijos, para la Atenas de esa época, sobre una población algo mayor de 300.000 habitantes. Aunque habían ricos, la mayoria eran pequeños propietarios de tierras, jornaleros y artesanos.

Junto a estos ciudadanos había un grupo muy activo con derechos limitados, los metecos o extranjeros. Eran libres y generalmente griegos nacidos en otras ciudades, que preferentemente se dedicaban al comercio y a la industria (no podían poseer tierras) y vivían sobre todo en El Pireo. Su número, con sus familiares, pasaba de los 70.000. Eran ellos los grandes importadores y exportadores de alimentos y productos manufacturados y los dueños de los principales talleres, aunque también los había de profesionales liberales o intelectuales (el filósofo Aristóteles lo era). No podían votar ni participar en las instituciones del estado.

El grupo más numeroso era el de los esclavos. Se supone su número en unos 115.000. Aunque protegidos, carecían de todos los derechos políticos. Su suerte era muy diversa y también su consideración. Rara era la familia que no poseía al menos un par; estos esclavos domésticos recibían un trato más humano que en el mundo romano. Podían trabajar también en muy diversos oficios o formar parte del ejército en convivencia con los libres, y comprar su libertad con su trabajo y pasar a la categoría de metecos, aunque ello no fuera aún excesivamente corriente en esta época. Otra suerte diversa era la que corrían los cientos de esclavos que trabajaban en las minas, especialmente en las de plata del Laurión, en duras condiciones y con una alimentación miserable. La mayoría de los esclavos no eran griegos.

Las mujeres, por muy hijas y esposas de ciudadanos que fueran, tampoco podían intervenir en los organismos públicos ni votar. Su consideración queda bien patente en la obra de comediógrafo Aristófanes La asamblea de las mujeres, en la que critica con su fuerte conservadurismo a las instituciones democráticas, según él caídas en la demagogia; cuando se propone un gobierno femenino, pone en boca de un personaje: “¡Que se haga! Después de todo es la única novedad que no se ha ensayado en Atenas”, dando a entender como el colmo de la degradación de las instituciones el que la mujer pudiera participar en los asuntos públicos.

La mujer rica permanecía en casa recluida en el gineceo y no participaba en fiestas, banquetes o actos públicos. Pero la inmensa mayoría trabajaba, aunque pocos eran los trabajas, en comparación con los hombres, a que podían dedicarse. Un caso aparte constituían las bailarinas, músicas y prostitutas, mal consideradas, pero con un grado superior de libertad al común de las mujeres, y las hetairas, generalmente extranjeras, únicas mujeres que abrían sus salones a los intelectuales y artistas, discutían con ellos, abrían academias para enseñar a las jóvenes, asistían a fiestas y banquetes, etc. Mal vista en general por las “virtuosas”, muchas de ellas llegaron a alcanzar merecida fama. La más conocida de este momento fue Aspasia de Mileto, compañera de Pericles durante muchos años, famosa por su inteligencia y belleza.

Atenas se había convertido en la primera potencia naval y aprovechó esta circunstancia para crear un imperio marítimo. He aquí la gran contradicción de la política de Pericles: democracia en el interior e imperialismo en el exterior. Y lo más chocante es que el buen desarrollo de lo primero iba condicionando el éxito de lo segundo. Para mejor defenderse del siempre potencial peligro persa, Atenas y otras ciudades e islas formaron una confederación o liga, que tomó el nombre de Delos por ser en esta isla sagrada de Apolo donde se guardaba el tesoro federal. En principio, todas las ciudades estaban en pie de igualdad, y se suponía que si una de ellas era atacada, formarían todas las otras frente común con ella. Cada una aportaba una asignación y Atenas ponía además sus barcos. Desde un principio, pues, Atenas estaba en superioridad de condiciones. Cuando el peligro persa hubo pasado, algunas ciudades intentaron separarse de la Liga que ya les resultaba gravosa., pero Atenas no lo permitió y procedió con una dura represión contra ellas, instalando en las rebeldes las llamadas cleruquias o auténticas colonias militares de castigo. Estas colonias nada tenían que ver con las de la época Arcaica, que estaban lejos del carácter imperialista ateniense.

El verdadero carácter de la Liga quedó al descubierto cuando en el 454 a. C. el tesoro común fue trasladado a Atenas, que progresivamente fue imponiendo a los aliados unas condiciones que mostraban claramente quién era el dueño: los pleitos entre ellas sólo podían dirimirse ante los tribunales atenienses, debían adoptar constituciones similares a la ateniense, no podían acuñar plata... Los políticos de la época, según los historiadores y pensadores contemporáneos, eran muy conscientes de que el bienestar y la primacía de Atenas iban unidos al mantenimiento de este opresivo imperio. Ello supone un punto negativo que oscurece la grandeza de su régimen democrático.

El momento va unido a una extraordinaria floración del arte y el pensamiento. Quizá nunca en la historia se ha dado un caso similar de concentración de tantos intelectuales y artistas ilustres en tan reducido espacio, si no es en la Florencia de lo Médicis, en el Renacimiento. Allí convivían los filósofos Protágoras (el defensor de que el hombre es la medida de todas las cosas), Zenón y Sócrates, “el tábano de Atenas”, de tanta trascendencia a pesar de no haber dejado nada escrito, maestro de Platón y Jenofonte, entre otros. También eran contemporáneos los trágicos Esquilo, Sófocles y, algo más tarde, Eurípides, con sus inmortales obras que meditan sobre el destino del hombre; el comediógrafo Aristófanes; los escultores Peonio, Agorácrito, Alcámenes y Fidias; el pintor Polignoto y los arquitectos Ictino, Calícrates y Mnesicles. Muchos eran atenienses, pero otros procedían de distintos lugares de la Hélade, y es sintomático que hubieran de trasladarse a la capital del Ática para encontrar el ambiente propicio donde desarrollar sus ideas. Ciertamente, Atenas era “la escuela de Grecia”.

Aunque la arquitectura de la época clásica cuenta con buenos ejemplos fuera de Atenas, como los templos de Bassa en la Arcadia y de Zeus en Olimpia, tuvo su máximo exponente en el nuevo ordenamiento de la Acrópolis, destruida por los persas y reconstruida a partir del 450 a. C. No hay duda de que se trata de un hito de la historia del arte, pero también hemos de referirnos a su aspecto negativo: la reconstrucción se hizo con el dinero de la Liga de Delos a expensas de los aliados de Atenas, que lo justificaba en tanto que ella había sido destruida en la guerra.

La reconstrucción constituía de entrada una posibilidad excepcional, pues permitía desarrollar en el corazón de la ciudad sobre un amplio espacio libre, todas las ideas estéticas y artísticas del momento. De hecho, no puede separarse de los nombres de los arquitectos y los escultores el de Pericles, principal impulsor y protector del proyecto. El peso de la parte arquitectónica lo llevaron Ictino, Calícrates y Mnesicles, y el de la escultórica, Fidias. El edificio principal, iniciado en el 447 a. C. fue el templo de Atenea Pártenos (el comúnmente llamado Partenón), un edificio mayor que los usuales de su género, todo él en mármol del Pentélico, con ocho columnas de frente, proyectado con un cierto sentido escenográfico en función del ojo del espectador; así, por ejemplo, se ensanchan las columnas en el centro para que parezcan rectas desde la posición del que las contempla, o se exageran los relieves de las figuras del frontón. En su interior se encontraba la gran estatua de Atenea, de oro y marfil, obra del escultor Fidias. Además, en un pequeño saliente se construyó el pequeño templo de la Atenea Niké (la Victoria), obra de Calícrates, y el original templo de Erecteo (popular por sus cariátides), así como los Propíleos o pórticos de entrada al recinto, obra de Mnesicles.

En la escultura de la época dominaba el llamado canon, glosado en un textro atribuido al escultor Policleto (el autor del Doríforo y el Diadúmeno), donde se establecían las proporciones ideales del cuerpo humano. Destaca la búsqueda de la sensación de movimiento, del que es conocido exponente el Discóbolo de Mirón.

En estos momentos ya se había urbanizado El Pireo y se habían construido los muros, de unos seis kilómetros de largo, que unían el puerto con la ciudad, formando un todo defensivo, excepto la costa, donde los atenienses se sentían seguros por su superioridad naval. Desde él se realizaba una activo comercio con todo el Mediterráneo, favorecido por el valor de la dracma ateniense; se exportaban sus célebres vasos de figuras negras primero, y de figuras rojas después, que aparecen decorados con escenas narrativas mitológicas, históricas o de la vida cotidiana.

La Guerra del Peloponeso

La superioridad de Atenas no iba a ser aceptada por los otros estados griegos, especialmente por su tradicional enemiga y competidora en cuanto a primacías, Esparta, máxime cuando los atenienses sojuzgaban por la fuerza a otras ciudades. El conflicto que conocemos como Guerra del Peloponeso, bien documentado a través del historiador ateniense Tucídides, testigo presencial, tuvo como consecuencia el declive de Atenas como potencia hegemónica, pero también el de Esparta y el de toda la Hélade: al final se hizo patente que la polis estaba en crisis.

Los espartanos estaban decididos a eliminar el predominio de Atenas, que en cualquier podía pasar a controlar su economía y todas sus decisiones políticas. Pero Esparta contaba con muy pocos guerreros (unos 4.000 frente a los 40.000 o más de su contrincante). Por ello decidió no atacar hasta que se diese una situación propicia. La oportunidad llegó en el 431 a. C., cuando la rebelión de algunas zonas alejadas del imperio hizo que gran parte del ejército ateniense hubiese de desplazarse lejos de Atenas. Esparta lanzó entonces sobre Atenas a sus falanges de hoplitas, magníficamente entrenados, contando además con la ayuda de otros aliados del Peloponeso disconformes también con la hegemonía ateniense. Los aliados lograron rápidamente el control de la mayor parte del centro y sur de Grecia. Sólo su inferioridad naval les impidió alcanzar una victoria absoluta. Los espartanos y sus aliados, la Liga del Peloponeso, sitiaron Atenas, pero sin poder cerrarles su salida al mar.

Los atenienses, siguiendo la opinión de Pericles, optaron por el abandono del territorio y por el repliegue de la población tras los muros de la ciudad, seguros como estaban de abastecerse gracias a su superioridad marítima. Así, permitieron que durante dos años los espartanos saquearan campos, pero el segundo año el hacinamiento dentro de la ciudad provocó una epidemia de peste, magistralmente descrita por Tucídides, de la que fue víctima el propio Pericles. Poco después, en el 426 a. C., llegó a la máxima magistratura Cleón, tachado demagogo por parte de los escritores antidemócratas, y especialmente por Aristófanes, que lo parodió en varias de sus divertidas comedias. Hay que hacer constar que la mayoría de los escritores atenienses de la época culpaban a la “excesiva” democracia en manos de un pueblo voluble y de unos ambiciosos demagogos, según ellos, de los males de la polis, y más de uno se declaraba ferviente admirador de Esparta.

Una serie de sucesos desgraciados para los atenienses, como la defección de importantes ciudades de la Liga de Delos y una arriesgada expedición a Sicilia hicieron que en el 421 a. C. se firmara la paz (llamada de Nicias) en condiciones ventajosas tanto para atenienses como para espartanos, pero no aceptada por los aliados.

De nuevo se abrieron las hostilidades con Esparta cuando, en el 416 a. C., se produjo una nueva expedición ateniense a Sicilia en ayuda de Siracusa, que constituyó un gran fracaso. La expedición había estado patrocinada por el joven Alcibíades, personaje que reunía como ninguno los vicios y las virtudes de los atenienses del momento. Discípulo de Sócrates, realizó una brillante carrera política, pero acusado de sacrilegio poco antes de la expedición, y tras el fracaso de ésta, traicionó a su patria, poniéndose al servicio de la enemiga Esparta; también huyó de allí tras haber tenido un hijo con la esposa de uno de los reyes. Mientras, en Atenas, los oligarcas se hicieron con el poder, instaurando un régimen de terror. Cuando éste fue derrocado, se llamo de nuevo a Alcibíades, que volvió a huir después de un desastre naval. Perseguido por los Tiranos, murió asesinado el 404 a. C.

Los espartanos llegaron incluso a vencer en una batalla marítima (Egospótamos), y ello significo el fin de la guerra.

Atenas, como derrotada, hubo de pagar un precio muy alto: pérdida de su imperio, agricultura arruinada, desmantelamiento de sus murallas, instalación de una guarnición espartana en su suelo y liquidación del régimen democrático. En sustitución de éste, los enemigos impusieron la llamada “oligarquía de los Treinta”, que instauró de nuevo el terror y asesinó a muchos demócratas.

Aunque fue restaurada la democracia e incluso hubo momentos de cierta reactivación, Atenas ya no volvió a ser lo que fue. Pero su prestigio cultural se mantuvo incólumne durante siglos y nunca de perderá del todo. Así, durante el Imperio Romano las familias ricas enviaban a sus hijos a estudiar allí, por el prestigio que ello otorgaba. Durante la Edad Media, como patria de las escuelas platónica y aristotélica que había sido, no dejó de ser admirada. El interés creció a partir del Renacimiento, y los neoclásicos y los románticos la mitificaron. No es de extrañar que, cuando en la primera mitad del siglo XIX los griegos se sacuden de la dominación turca y nace el moderno estado independiente, se elija a Atenas, entonces una pequeña población, como capital. Hoy es la ciudad más importante del país.

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Idioma: castellano
País: España

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