Varios
Geografía
Introducción
La geografía, un recorrido histórico
Es habitual que se reconozca que la geografía se consolida como una disciplina científica a lo largo del siglo XIX, y específicamente en sus últimas décadas, en el contexto de la sistematización de las ciencias que impulsa el positivismo. Para sostener esta afirmación se toman en cuenta diversas cuestiones que resultan de la forma de pensar la historia de las disciplinas y que, en último término, remiten a la pregunta acerca de qué es una disciplina científica.
Una de estas cuestiones refiere a la existencia de un conjunto de temas o preocupaciones que son objeto de estudio de la disciplina. Esto nos habla de la definición de un objeto propio de dicha disciplina, y ya veremos que, en el caso de la geografía, se trata de una cuestión problemática, que a lo largo del tiempo ha tenido diversas respuestas.
La existencia de un conjunto de obras que abordan los temas que se consideran objeto de estudio de la disciplina es otra cuestión a ser tenida en cuenta, y gran parte de los estudios sobre lo que podría llamarse “historia de la geografía” (a veces también denominada historia del pensamiento geográfico) se ha abocado al análisis de estas obras, de sus fundamentos filosóficos, sus vínculos con otras disciplinas, los contenidos tratados o las funciones que han cumplido.
Las obras tienen autores, y el estudio de estos autores, de sus biografías personales, su formación y la filiación en relación con marcos filosóficos o ideológicos, es otro de los ejes que estructuran este tipo de análisis. El análisis de las instituciones donde estos autores se desempeñan es también un tema de interés, tanto para conocer el contexto de producción de los mismos, como para comprender el papel que estas instituciones juegan en la reproducción de saberes y prácticas considerados válidos o legítimos.
Por último, aunque no menos importante, los roles y funciones que todos ellos -obras, autores, instituciones- cumplen en la sociedad de cada momento y lugar, también son cuestiones que se consideran a la hora de analizar una disciplina científica. Hablamos entonces de los usos del conocimiento. Así por ejemplo, el para qué se indagan ciertos temas y se produce conocimiento sobre ellos (y no sobre otros) no es independiente de los objetivos e intereses que cada sociedad en general, o cada grupo social con sus diferentes cuotas de poder, tienen y definen como válidos. La consideración de estos usos o funciones del conocimiento también es indispensable para comprender las características que la ciencia adquiere en cada momento.
Así como estas cuestiones permiten definir un momento y unas condiciones específicas en las que la geografía se consolida como una disciplina científica, también permiten ver que esta consolidación no es algo que surge en un momento y por la sola acción de sus actores y en función de las necesidades de ese momento, sino que es también el resultado de un largo proceso en el que temas, autores, obras y funciones se van instituyendo en las distintas sociedades, adquiriendo importancia y conformando lo que algunos estudiosos del tema definen como “tradiciones geográficas” (Livingstone, 1992), esto es, temas de preocupación que pasarán a ser objeto de la ciencia geográfica cuando esta se consolide como tal. Desde esta perspectiva es posible, por otra parte, superar algunas visiones limitadas sobre la consolidación disciplinaria, que centrando excesivamente su interés en los procesos de institucionalización disciplinar (sociedades geográficas, cátedras universitarias o disciplina escolar) descuidan la existencia de estas largas tradiciones, dando lugar a interpretaciones limitadas que, por ejemplo, asocian linealmente la consolidación disciplinar con los intereses sociales del momento.
En este capítulo se abordan estas cuestiones. Interesa fundamentalmente comprender las características de la geografía como disciplina científica, los temas que aborda y la forma en que lo hace en cada momento, los autores más importantes y las funciones que, en cada momento y lugar, cumple la producción geográfica. Pero también interesa ver que, en gran medida, esta disciplina rescata un conjunto de saberes y preocupaciones que son previos a su definición formal como ciencia y que, de alguna manera, atraviesan y acompañan la cultura occidental. Entendemos que esto último es de gran importancia para comprender el papel que la geografía puede tener como contenido educativo.
Por último, es necesario advertir que, tratándose de un recorrido histórico, y en razón también de las necesidades de organizar la exposición, el texto puede sugerir que cada título aborda una “etapa” que es superada por la siguiente. Nada sería más erróneo, ya que los temas y preocupaciones no sólo permanecen sino que cobran nuevos sentidos y mantienen su presencia.
Los temas "geográficos"
Resulta interesante ver que algunos temas que serán objeto de la geografía como disciplina científica, y que hoy reconocemos como tales, han estado presentes como temas de interés o preocupación a lo largo de la historia occidental. Si bien sería erróneo desprender de esto que la geografía como ciencia tiene un origen remoto, ya que esto implicaría -entre otras cosas- desconocer que lo que hoy entendemos como ciencia es producto de la modernidad (habiéndose consolidado, por lo tanto, mucho después), permite ver que se trata de cuestiones que han sido importantes y han estado presentes a lo largo del tiempo y en las diversas sociedades, suscitando interés y debate, y brindando utilidad. Aunque no puedan ser considerados como “geografía”, estos temas y conocimientos sentarán las bases sobre las cuales se irá consolidando la disciplina.
Entre otros autores, Capel y Urteaga (1984), reconociendo el origen griego de la palabra geografía, señalan que ya en esta civilización encontramos su uso aplicado a dos grandes temas de preocupación. Uno de estos grandes temas podría ser rotulado como la localización en la superficie terrestre, apoyada en los conocimientos matemáticos e interesada en gran medida en la elaboración de mapas. El otro gran tema es el que se refiere a la descripción de dicha superficie.
El nombre de geografía abarcaba entonces tanto el interés por aspectos de descripción de la superficie terrestre como el interés acerca de aspectos matemáticos relativos a la ubicación de lugares y la construcción de mapas. Al tiempo que aumentaba el conocimiento de las características diferenciales de los lugares, crecía también el interés por conocer sus ubicaciones específicas en la superficie terrestre (Broek, 1967; Unwin, 1995); y ambos temas resultaban, así, estrechamente vinculados por la necesidad de disponer de mapas que permitiesen localizar de manera precisa los lugares descriptos. Ambas tradiciones, a su vez, estaban íntimamente ligadas a una tercera vertiente o tradición, la teológica, preocupada por los orígenes de la Tierra y las razones de la existencia humana sobre ella. En el marco de esta tradición, las preocupaciones estaban centradas en el papel del poder divino en la formación de la Tierra, y en comprender o “explicar el lugar que correspondía a la humanidad dentro del mundo natural” (Unwin, 1995: 87).
Eratóstenes expresa de manera paradigmática la tradición de la localización, dada su preocupación por medir el tamaño de la Tierra y por establecer algún sistema que permitiera ubicar cualquier punto en su superficie. Esta tradición será continuada por Ptolomeo quien también se interesa por la medición de la Tierra, la localización de puntos en la superficie y la representación cartográfica. La obra de este último tendrá, con su rescate y difusión a fines de la Edad Media, una gran influencia en los viajes de exploración.
Conocer la ubicación de los distintos lugares, las distancias que median entre ellos, y contar con elementos que permitan llegar de un lugar a otro, tendrá una utilidad práctica evidente tanto para el comercio como para la conquista. La cartografía será, desde esta perspectiva, el producto más importante, tanto por su utilidad práctica como por su condición de objeto que expresa los conocimientos, intereses y cosmovisión de cada sociedad en cada momento.
La tradición descriptiva encuentra su expresión paradigmática en el mundo griego en la figura de Estrabón, quien sintetiza una larga tradición de relatos de viajeros y descripciones sobre lugares conocidos. El interés por conocer los atributos propios y peculiares de un lugar de la superficie terrestre tiene un valor práctico, en el sentido de inventariar la existencia de elementos que puedan ser útiles (recursos, poblaciones, etc.); pero tiene también el valor del conocimiento de lo diferente, que al tiempo que permite pensar más allá de la propia realidad, habilita la reflexión sobre la misma, en la medida en que representa, al decir de algunos autores, una especie de espejo que, por similitudes y por contrastes, permite mirarse a sí mismo:
De este modo, la geografía humana nació en manos de una cultura que tomó conciencia de la relación “hombre-Naturaleza”: mas, como contraparte negativa, esa misma cultura organizó su esquema de relaciones con otras culturas poniéndose como modelo absoluto frente a las mismas, lo cual suponía una desvalorización, y en otros casos, además, una justificación de dominio y servidumbre. La historia de este hecho se extiende desde las páginas de la Geografía de Estrabón hasta las casi contemporáneas nuestras de las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal de Hegel. (Arturo Roig, Introducción a la Geografía, Prolegómenos de Estrabón, Madrid, Aguilar, 1980, XV).
Unwin (1995) señala la estrecha relación que existía entre geografía y conquistas, entre la descripción detallada de lugares y regiones y el ejercicio del control político, en los mundos griego y romano. Las campañas y conquistas de la época fueron posibles gracias a los escritos geográficos anteriores que suministraban información acerca de los recursos y las gentes, y, a su vez, permitieron un importante crecimiento del saber geográfico. La utilidad de la geografía era “proporcionar la información que permitiese a los dirigentes conquistar más territorios y mantener el poder en las tierras que regían” (Unwin, 1995: 84). Así, la información, por ejemplo, sobre las dimensiones de un territorio, las características de sus suelos y accidentes, y la historia de sus pueblos, estaba condicionada también por los intereses políticos de la época.
Estas tradiciones temáticas estarán muy presentes en todo el mundo antiguo, y aunque permanecerán relativamente acalladas durante el orden feudal, volverán a expresarse con fuerza en el proceso de desestructuración de este orden feudal y conformación del orden moderno. Broek (1967: 18) señala que “el Renacimiento trajo, como en otros campos, el restablecimiento de la geografía clásica”. Un ejemplo de ello es la utilización de la obra Geographia de Ptolomeo como referencia básica para las exploraciones portuguesas y españolas de los siglos XV y XVI.
Para pensar la geografía actual, estos “antecedentes” son de gran valor en la medida en que en ellos ya aparecen núcleos temáticos y problemáticos que atravesarán toda la disciplina, dando lugar a múltiples obstáculos y respuestas que representan, en gran medida, fuente de dificultades pero también de riqueza.
Los grandes viajes de exploración y conquista de fines de la Edad Media rescatarán el interés por los conocimientos que permiten desplazarse en la superficie terrestre y explorar más allá de lo conocido; en un proceso que se realimenta a sí mismo, los conocimientos disponibles serán puntos de partida para emprender nuevas aventuras de exploración, al tiempo que el perfeccionamiento de equipos e instrumentos de navegación lo hacen posible. Los avances cartográficos acompañarán estos procesos, permitiendo conocer y representar las extensiones reales, medir las distancias o delimitar territorios con precisión creciente. Así, con el conocimiento de nuevos territorios comenzó a configurarse otra imagen del mundo.
El descubrimiento y exploración de nuevos territorios, a su vez, proveerá insumos para nuevas descripciones; las mismas tendrán, ciertamente, fines utilitarios vinculados con el inventario de las riquezas pasibles de ser apropiadas, y su posterior apropiación efectiva. Pero tendrá también impacto en la cultura, a través de descripciones y narraciones que se consumirán como obras literarias, mezclas de realidad y fantasía, que alimentan el interés por conocer lo nuevo y lo diferente entre algunos grupos, limitados por cierto, de las sociedades de la época. Conocer el mundo como totalidad (aunque en gran medida siga siendo una totalidad imaginada) y conocer sus lugares en forma pormenorizada (aunque sigan siendo sólo algunos lugares), tendrá notables consecuencias en la transformación de las cosmovisiones imperantes, y pasará a ser parte del acervo cultural disponible.
La ciencia moderna
La edad Moderna estará asociada a profundos cambios sociales, en todos sus órdenes. La contestación del orden social vigente tendrá una de sus herramientas en la desacralización de las explicaciones, hasta entonces monopolio de las interpretaciones teológicas, y en la consolidación de lo que luego llamaremos ciencia moderna. Se instala la presunción de que el hombre, por medio de la razón, puede conocer el porqué de las cosas; y para esto, es necesario descomponer las totalidades y observar las causas (o cadenas causales), de manera objetiva y sistemática. Galileo y Newton resultan paradigmáticos en este sentido.
Lo anterior implica una nueva relación con la naturaleza, que deja de ser expresión de lo divino para comenzar a ser objeto de indagación; la razón humana y la observancia de ciertas reglas permiten dar cuenta del orden natural, describirlo y explicarlo a través del establecimiento de las causas subyacentes. La indagación de la naturaleza y la comprensión de sus mecanismos causales no es sólo una aventura de conocimiento. Es también la posibilidad de manipular esa naturaleza en función de objetivos humanos, y la capacidad que algunos actores sociales tengan para hacerlo definirá también su rol en la sociedad. La burguesía en ascenso comprende esto inmediatamente.
La expansión del mundo conocido proveerá de una naturaleza casi inagotable, que será objeto de observación sistemática y de clasificación e inventario. El conocimiento de los mecanismos subyacentes al orden natural permitirá el creciente aprovechamiento de los elementos y procesos de este orden natural, realimentando el prestigio creciente de la ciencia como forma de conocimiento, y el poder económico de quienes están vinculados a su utilización.
Pero el interés por comprender la naturaleza no es sólo instrumental. También se vincula con el interés por comprender a los hombres y a la sociedad en su conjunto. El Iluminismo es la corriente de pensamiento que expresa de forma más acabada la preocupación de ese momento por comprender qué papel juega el orden natural en el social. Colocando al hombre en un lugar central, el Iluminismo se interesó por comprender cómo se relaciona la historicidad de lo natural con la historicidad social (Quaini, 1981). Y por supuesto las descripciones sobre otros lugares y otras sociedades que derivaban de exploraciones, proveyeron las bases empíricas para este tipo de reflexiones. Temas como la influencia de las condiciones naturales en las sociedades serán objeto de reflexión por parte de pensadores de la ilustración como Montesquieu o Rousseau.
El conocimiento del territorio será también una necesidad de los estados que se van consolidando en el período moderno. Razones prácticas vinculadas con la delimitación precisa, el inventario de poblaciones y recursos o la facilitación de la circulación se unirán a otras vinculadas con la construcción de argumentos legitimadores de la pertenencia de los habitantes y la homogeneización interna. La crisis de los vínculos de vasallaje requerirá la construcción de nuevos discursos de pertenencia, y la idea del pueblo vinculado a un territorio se irá consolidando cada vez más.
Para concluir este primer título, interesa remarcar que sus contenidos muestran cómo, a lo largo del tiempo, han estado presentes temas que, con posterioridad y ya definida la geografía como ciencia, serán objeto de su interés. En algunos casos estos temas fueron reconocidos bajo el rótulo de geografía, en otros no; pero cuestiones tales como la localización y la distribución en la superficie terrestre, la descripción de los rasgos particulares de los lugares, la comprensión de la naturaleza y sus relaciones con la sociedad, atraviesan la historia y van adquiriendo peso propio. Algunos están presentes antes de que pueda hablarse de ciencia como la entendemos actualmente; otros -o los mismos con nuevos significados- se imbrican en la constitución misma de esta ciencia moderna, pero son siempre temas de interés. Aparecen esbozados cuestiones y problemas que desafiarán a los estudiosos y para los cuales se propondrán distintas respuestas, que irán perfilando la geografía actual: tradiciones físicas o matemáticas interesadas por la localización, o humanas más relacionadas con la descripción; el papel central de la representación cartográfica; la descripción de lugares y sociedades como espejo de quien hace la descripción; y, atravesando todo, la relación entre los hombres y la naturaleza.
Los "padres" de la geografía
En 1859 mueren dos personalidades que marcarán profundamente el pensamiento geográfico: Alexander von Humboldt y Karl Ritter. Mientras el segundo se adscribe explícitamente a la geografía, el primero no lo hace, y es frecuente que su condición de geógrafo sea puesta en duda. Sin embargo, el carácter de sus obras y, más aún, la influencia que tendrán en la geografía, los colocan en una posición destacada para comprender la constitución de la disciplina; puede decirse que ambos “resumen” en sus obras el estado de las preocupaciones geográficas en la primera mitad del siglo XIX. En ambos se conjugan, en forma compleja y a veces contradictoria, perspectivas científicas de corte positivista con filosofías de corte idealista y racionalista; son, en este sentido, expresión de una época de transición.
Alexander von Humboldt nace en 1769 en Berlín (reino de Prusia), y tras una esmerada educación inicial estudia Geología en la Escuela de Minas de Friburgo. Luego de desempeñarse en el Departamento de Minas de Prusia, lo que le permite viajar por Alemania, se instala en París. Durante cinco años (1799-1804) recorre distintos lugares de América junto con Bonpland, viajes en los que recogerá gran cantidad de datos y experiencias. Ya de regreso, Humboldt comienza a trabajar sobre la información recogida y a publicar. Entre estas publicaciones pueden nombrarse los Viajes a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, los Cuadros de la naturaleza y el Cosmos. Ensayo de descripción física del mundo del que publica 4 volúmenes. Murió durante la redacción del quinto.
Humboldt es un intelectual prominente que alcanzó gran reconocimiento en su época. Muy influido por el racionalismo, comparte la fe en la razón, la libertad de pensamiento y la idea de progreso. Adscribe al romanticismo con su énfasis en las sensaciones perceptivas provocadas por la naturaleza, o su idea de unidad del todo, pero no en sus formas idealistas extremas que invalidan los hechos empíricos. Al mismo tiempo, está fuertemente influenciado por el positivismo, lo que lo lleva a rechazar la especulación y defender el tratamiento cuidadoso de la información y la descripción de los hechos concretos. En Humboldt subyace una concepción totalizadora y armónica de la naturaleza.
En sus trabajos, Humboldt utiliza lo que él denomina empirismo razonado. Se trata de un itinerario metodológico que parte de la observación del paisaje, en la cual la naturaleza transmite una sensación al sujeto, quien filtra esta sensación a través de su subjetividad produciéndose así una impresión que contiene ya un presentimiento del orden o leyes subyacentes. Luego de esta primera etapa, el investigador debe abocarse al tratamiento de la información empírica relevada, de manera objetiva y sistemática, para establecer las conexiones que se prefiguraron en la impresión. En tercer lugar, el material sistematizado es puesto en relación con la visión sensorial del investigador para producir una descripción fundamentada del paisaje, que permite describir la individualidad del área estudiada. Se prosigue por último en el camino de la generalización, para llegar al establecimiento de leyes de distribución y combinación espacial de los fenómenos de la superficie terrestre (Moraes, 1989). Interesa rescatar aquí que este método permite articular la diversidad y la unidad, esto es, los estudios sistemáticos y los de síntesis; por otra parte, posibilita relacionar también la individualidad de un área con la universalidad (la Tierra); y vincular también la subjetividad (percepción sensible) y la objetividad (datos empíricos). Todas estas son cuestiones centrales al conocimiento geográfico, que reaparecerán permanentemente en la disciplina.
Para Humboldt, la geografía es una ciencia sintética, que trabaja con relaciones entre fenómenos diversos, pero teniendo por objetivo establecer leyes. Como ciencia de síntesis, busca las conexiones o relaciones entre los fenómenos que se expresan en la superficie terrestre. No se interesa por lo único sino por lo universal y constante, lo que permite llegar a la formulación de leyes. Por otra parte, la geografía de Humboldt es un estudio de la naturaleza, que considera a los hombres como un elemento más del cuadro natural. Todo esto está atravesado por la idea de unidad de la Tierra y la naturaleza, cuyo orden y armonía se manifiestan y deben ser encontrados.
Antonio C. Robert Moraes (1989) señala que Humboldt lega a la geografía varias cuestiones que serán fundamentales para la disciplina:
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Una de ellas es pensar a la geografía como una ciencia de las relaciones, esto es una ciencia sintética (opuesta a una ciencia sistemática). La dicotomía entre geografía general o sistemática y geografía regional se inscribirá, recurrentemente, en esta cuestión.
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Otra es el lugar central del estudio del paisaje, en el que la visión o percepción humana juega un papel activo. La relación entre objetividad y subjetividad, que está implícita en este planteo, será también un tema/problema recurrente en la geografía.
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El planteo de que el estudio de lo local es la puerta de entrada para el estudio de lo general y global, es otra cuestión que queda planteada en la obra de Humboldt, y que volverá a instalarse reiteradamente en torno al problema de las escalas geográficas.
Karl Ritter nace en Sajonia en 1779 en el seno de una familia burguesa profundamente religiosa, y estudia en la Universidad Halle. Muy comprometido con la educación, tiene contactos con Pestalozzi y trabaja por casi veinte años como preceptor de niños de familias acomodadas. En 1820 es designado profesor de la primera cátedra de Geografía en la Universidad de Berlín. En 1817 publica el primer volumen de su gran obra Die Erdkunde -o Geografía general comparada-, de la que llegarán a publicarse 19 volúmenes hasta su muerte.
La obra de Ritter es fundamentalmente una obra de gabinete, que ordena el material existente dentro de una secuencia lógica, con conceptos sistematizados y clara definición del universo y objetos de análisis. Representa un inventario del conocimiento disponible en su momento, que se alimenta con la profusa información proveniente de viajeros y exploradores, además de estadísticas de todo tipo. Retoma, en este sentido, la vieja tradición descriptiva de la geografía.
El autor reconoce varios abordajes posibles para la geografía. Por una parte, lo que denomina geografías especiales se ocupa de abordar clases de fenómenos desde lo regional (relevamiento de lo particular) hasta lo global (clasificación y comparación a escala planetaria). Lo que denomina geografía física representa una síntesis de los resultados de las geografías especiales y se orienta a componer un cuadro físico del globo que permita ver la acción de las fuerzas naturales. Por último, la denominada geografía comparada es, según el autor, la ciencia de las relaciones espaciales, que busca establecer causas y determinaciones, y no se limita a los fenómenos físicos sino que incluye también los relativos a la actividad del hombre (Moraes, 1989).
Ritter privilegia el análisis a escala continental, y cada continente es visto como un todo. Estableciendo las relaciones entre los objetos presentes en esta totalidad, se logra comprender su individualidad y las causalidades subyacentes. Por último, esta individualidad expresa la relación que se establece entre las condiciones naturales y el desarrollo histórico de los pueblos. De aquí la pregunta acerca de cuáles son las condiciones naturales que favorecen el desarrollo de los pueblos, pregunta que abrirá las puertas al determinismo natural.
Para dar cuenta de las relaciones entre fenómenos naturales y humanos, Ritter recurrirá a explicaciones que se alejan de los parámetros de cientificidad que busca alcanzar en las otras facetas de su trabajo (básicamente en el tratamiento del orden natural): por una parte, recurre a explicaciones basadas en la supuesta significatividad de ciertas formas espaciales; así por ejemplo, analizará el desarrollo de las civilizaciones europeas poniéndolas en relación con la forma del continente, en particular la peculiar relación entre tierras y costas, que asocia a condiciones propicias para el desarrollo cultural, explicación que hoy no dudaríamos en calificar como determinista. Por otra parte, se basará en una finalidad establecida por el Creador en el reparto de los dones naturales, que acaba determinando el devenir de los hombres; así, en último término las explicaciones se orientan a comprender la obra de Dios, siendo función del estudioso comprender para tratar de develar sus designios (Moraes, 1989). Con esto, Ritter se aleja del modelo científico que intenta desarrollar, alejándose también de los parámetros de cientificidad que están haciéndose dominantes en su época.
El vínculo entre los fenómenos naturales y los humanos es, quizás, uno de los mayores problemas que quedan sin solución en su obra; y esta es otra de las cuestiones problemáticas que, en forma recurrente, volverán a instalarse en la disciplina. Sin embargo, esto no debería llevar a desconocer que Ritter reconoció claramente que las relaciones físicas del planeta experimentan modificaciones bajo la acción humana (que es histórica), y que esto es precisamente lo que distingue a la geografía de las restantes ciencias que se ocupan de la Tierra.
La institucionalización de la geografía
Introducción
A lo largo del siglo XIX, y especialmente durante su segunda mitad, diversos factores concurrirán al establecimiento de la geografía como una disciplina con carácter autónomo, integrante del concierto de las ciencias. Entre ellos, cabe destacar la expansión del número y consolidación social de las denominadas sociedades geográficas, muy vinculadas al proceso de exploración y colonización territorial. También la presencia de la geografía en los programas de enseñanza básica que se fueron estableciendo a lo largo de este siglo obligó a formar a un cuerpo de profesores que asumiese esta tarea, los que a su vez fueron conformando un grupo o cuerpo específico de individuos que se reconocían como geógrafos y actuaban como tales. Esto también incentivó el establecimiento de cátedras universitarias de Geografía, que se intensificó a partir de 1860 (Capel y Urteaga, 1984). Por último, la inscripción de la producción geográfica en los parámetros de cientificidad del período también contribuye a esto. Abordaremos aquí algunos de estos factores, reservando el vinculado a la geografía escolar para otro Módulo.
Exploración del territorio y sociedades geográficas en el siglo XIX
Capel y Arteaga (1984: 17) señalan que el siglo XIX ha sido el gran siglo de las expediciones marítimas y terrestres. En efecto, la revolución industrial y el expansionismo imperialista alimentaron el interés por la exploración de todo el planeta; por una parte, la consolidación de la producción industrial demandó fuentes de materias primas y también mercados consumidores, lo que llevó a los estados más poderosos de Europa, y en especial a Inglaterra, a explorar nuevos territorios para aprovechar sus recursos y sus poblaciones. En muchos casos, además, esto estuvo acompañado por la apropiación efectiva de territorios, en el marco de la expansión colonial de estos países. A medida que fue avanzando el siglo, también se consolidaron los flujos emigratorios de población hacia estos territorios. El Congreso de Berlín (1884), en el que las grandes potencias europeas se reparten el mundo definiendo sus colonias, marcó el momento culminante de este proceso de expansión imperialista, y coincidió también con el auge del número de expediciones y viajes de exploración territorial.
Los viajes de exploración tuvieron también un correlato en la producción de conocimiento sobre los territorios que se recorrían, esto es, eran también “expediciones científicas”. La información recogida permitía ampliar el conocimiento del mundo y, al mismo tiempo, alimentaba el desarrollo de nuevos productos y procedimientos industriales, realimentando el crecimiento económico y el poderío de los estados más poderosos y de sus clases dirigentes. También ampliaban los horizontes culturales de las sociedades, en el marco de los ideales de progreso y expansión de la razón imperantes en el momento.
Las expediciones científicas fueron promovidas, en gran medida, por instituciones vinculadas a las ciencias y la promoción del conocimiento, en las que actuaban conjuntamente intereses particulares y estatales en organizaciones muy heterogéneas. Muchas de estas instituciones eran sociedades que se denominaban geográficas:
La participación de las Sociedades de Geografía en la tarea exploradora del siglo XIX fue muy importante. Desde 1821 en que se creó la primera de ellas (la Société de Géographie de París) hasta 1940 se fundaron unas 140 sociedades de este tipo, con un ritmo máximo entre 1870 y 1890, en que aparecieron un total de 62. Sus objetivos eran muy amplios: además de la organización de expediciones, perseguían el fomento del comercio, la realización de observaciones astronómicas, etnográficas y de ciencias naturales, la creación de observatorios meteorológicos, los levantamientos cartográficos, la exploración arqueológica. Sus revistas y publicaciones daban cuenta del avance de las exploraciones, publicaban relaciones de viajes, e incluían estudios muy diversos sobre el territorio y sus habitantes. A veces se preocupaban también de impulsar y difundir la enseñanza de la geografía en los niveles básico y superior. (Capel y Urteaga, 1984: 18)
Los viajes de exploración tuvieron también un correlato en la producción de conocimiento sobre los territorios que se recorrían, esto es, eran también “expediciones científicas”. La información recogida permitía ampliar el conocimiento del mundo y, al mismo tiempo, alimentaba el desarrollo de nuevos productos y procedimientos industriales, realimentando el crecimiento económico y el poderío de los estados más poderosos y de sus clases dirigentes. También ampliaban los horizontes culturales de las sociedades, en el marco de los ideales de progreso y expansión de la razón imperantes en el momento.
Las expediciones científicas fueron promovidas, en gran medida, por instituciones vinculadas a las ciencias y la promoción del conocimiento, en las que actuaban conjuntamente intereses particulares y estatales en organizaciones muy heterogéneas. Muchas de estas instituciones eran sociedades que se denominaban geográficas:
La participación de las Sociedades de Geografía en la tarea exploradora del siglo XIX fue muy importante. Desde 1821 en que se creó la primera de ellas (la Société de Géographie de París) hasta 1940 se fundaron unas 140 sociedades de este tipo, con un ritmo máximo entre 1870 y 1890, en que aparecieron un total de 62. Sus objetivos eran muy amplios: además de la organización de expediciones, perseguían el fomento del comercio, la realización de observaciones astronómicas, etnográficas y de ciencias naturales, la creación de observatorios meteorológicos, los levantamientos cartográficos, la exploración arqueológica. Sus revistas y publicaciones daban cuenta del avance de las exploraciones, publicaban relaciones de viajes, e incluían estudios muy diversos sobre el territorio y sus habitantes. A veces se preocupaban también de impulsar y difundir la enseñanza de la geografía en los niveles básico y superior. (Capel y Urteaga, 1984: 18)
La definición de un objeto propio para la geografía
El auge de la geografía, que estuvo implícito en el incremento del número de sociedades geográficas, o en su difusión como contenido escolar, dio lugar a un complejo proceso de definición de sus contenidos, asociado a la reflexión acerca de qué era la geografía. Diversos factores influyeron también en este proceso. Por una parte, si bien el rótulo de geográfico se aplicaba en general a temas vinculados con las características de la superficie terrestre (y a los individuos que a ellos se dedicaban), la creciente especialización fue llevando a la constitución de ramas del saber que se independizaban (geología, meteorología), vaciando de contenido a dicha geografía, que dejaba de tener un objeto de conocimiento propio.
En el marco de la consolidación y sistematización del positivismo, que tendrá lugar en la segunda mitad del siglo XIX, dar una respuesta acerca de cuál era el objeto de la geografía resultaba una necesidad imperiosa, en especial a partir de la publicación de la obra de Augusto Comte en 1844, que impuso la definición y clasificación de las ciencias según su objeto de estudio. Las respuestas dadas por Humboldt y Ritter serían de escasa ayuda en esta búsqueda. En el caso del primero, se orientaban fundamentalmente al orden físico o natural y, como tales, estaban siendo apropiadas por las diversas ramas de conocimiento especializado que se constituían en forma independiente de la geografía. En el caso del segundo sucedía algo similar en lo relativo al conocimiento del orden natural; en cambio, cuando se incorporaba el conocimiento de lo humano, las explicaciones ritterianas vinculadas con un finalismo teológico y con el idealismo (la “coherencia del todo”) eran claramente inaceptables para el modelo positivista. Sin objeto propio y con métodos no aceptados como científicos, la geografía enfrenta una situación de incertidumbre que, sin embargo, coincide con su institucionalización y auge social.
Esta situación de incertidumbre respecto de su condición de ciencia será superada con la asunción del evolucionismo, que dará fundamento a la definición de un objeto propio para la geografía: la relación entre el hombre y el medio. Esta definición permitirá superar la “explosión” de la geografía y el creciente divorcio entre las ciencias de la Tierra y del hombre, dando nuevos fundamentos a un viejo tema de interés central y recurrente en la geografía, como es el de la influencia del medio en los seres vivos en general, y en particular en los hombres.
La comprensión de los fenómenos de la superficie terrestre pasará a ser abordada como resultado de procesos de interacción entre las condiciones específicas que la misma presenta en cada lugar y los seres vivos que se adaptan a ella. Y esto será válido también para los seres humanos: las diferencias de la humanidad, esas mismas diferencias que las exploraciones estaban documentando tan acabadamente, pasan a ser interpretadas como resultado de la incidencia de los factores naturales, diferentes en cada lugar. El énfasis puesto en esta relación y, en este sentido, más aún de la influencia del medio sobre los hombres, dará lugar a lo que conocemos como determinismo geográfico; con más precisión, cabe decir que el evolucionismo dará un fundamento conceptual a nociones de determinación natural que, como ya hemos señalado, estuvieron presentes en distintos momentos de la historia.
La geografía se consolidará, así, como una disciplina con un objeto propio: la relación hombre-medio, cuyo abordaje puede realizarse a través del método positivista. Ambas cuestiones -objeto propio y metodología científica- le aseguran un lugar entre las ciencias. También adquirirá el carácter de conocimiento útil para sociedades embarcadas en procesos de definición estatal y expansión colonial: el discurso determinista dará una explicación -y una justificación- “científica” a la dominación de otros pueblos. En qué medida estas cuestiones atravesaron también a la geografía escolar es un tema que, si bien será tratado en el último Módulo, conviene señalar ya aquí.
El triunfo del evolucionismo
Ratzel y la antropogeografía
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Frederic Ratzel (1844-1905) es considerado como el representante paradigmático de la asunción del evolucionismo y el positivismo en la geografía, que se consolida a fines del siglo XIX. Ratzel contará con una amplia y variada formación; durante sus estudios en la Universidad de Jena tomará contacto con Haeckel, quien desarrolla los principios básicos de lo que será la ecología; estudia también etnografía en Munich. Realiza numerosos viajes por Europa y América del Norte como periodista, lo que le brinda oportunidades amplias de observación de la realidad.
Entre sus obras se destacan la Antropogeografía (dos volúmenes publicados en 1882 y 1891 respectivamente) y la Geografía Política (1903).
En la obra de este autor se reconocen claramente los postulados positivistas y también los del evolucionismo. A ellos se suman un minucioso conocimiento de la tradición geográfica, en especial de las obras de Humboldt y Ritter, y también nociones provenientes de autores como Herder (de quien toma el ideal nacionalista y la idea de la Tierra como “teatro de la humanidad”).
Su obra se orienta, en gran medida, al tema clásico de la diferenciación de la superficie terrestre, aunque enfocándolo específicamente en lo relativo a la diferenciación humana. El problema de la unidad de la especie humana que se manifiesta en grupos o pueblos (“razas”) tan diferentes -como lo documenta la etnografía- exige una explicación que será hallada en la historia que se desarrolla sobre la Tierra, lo que da lugar a la consideración de las distintas condiciones naturales de los cuadros terrestres (Moraes, 1989).
Las diferencias entre los pueblos son interpretadas como diferencias de civilización, la cual, a su vez, expresa un determinado nivel de utilización de la naturaleza: cuanto mayor es el “nivel” de civilización más intensa es la relación con la naturaleza. Por otra parte, cada pueblo tendría una energía (“energía de los pueblos”) que también estaría condicionada por las condiciones naturales en las que se desarrolla. Fuerza del pueblo y condiciones naturales, juntas, definen los “niveles de civilización”. Este esquema se enriquece con la consideración de la “difusión” o movimiento de los pueblos en el espacio; los pueblos más civilizados tienen la capacidad de expandirse y, con esto, influir sobre otros. A medida que los pueblos “se civilizan”, establecen relaciones más complejas con sus espacios, al tiempo que tienden a expandirse.
La cuestión del dominio del espacio adquiere una posición central, y dos conceptos formulados por Ratzel son fundamentales para dar cuenta de ella:
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uno es el concepto de territorio, entendido como la porción de superficie terrestre apropiada por un grupo humano; y
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el otro es el concepto de espacio vital, que expresa la necesidad de territorio de una determinada sociedad, variable según sean su bagaje tecnológico, sus efectivos demográficos o los recursos naturales disponibles (Moraes, 1989).
Así, toda sociedad necesita de un territorio en tanto espacio vital, y su defensa pasa a ser un imperativo de la historia. La historia es vista entonces como una lucha por el espacio, en la que los más fuertes (civilizados) serán los vencedores. La defensa del territorio será una necesidad fundamental a la hora de comprender el proceso de organización del Estado; una vez constituido, el Estado adquiere autonomía y se transforma en el principal agente del proceso histórico, teniendo entre sus principales intereses el apetito territorial.
A la luz de lo expuesto, pueden señalarse algunas cuestiones importantes para el tratamiento del tema. La primera es observar que la relación entre condiciones naturales y sociedad, en Ratzel, es más compleja y mediada que lo que suele reconocerse. La cultura, la tecnología, entre otros, están presentes mediando esta relación, alejándola de las visiones deterministas más simplistas. A pesar de esto, gran parte de los difusores del pensamiento ratzeliano transmitieron estas últimas visiones, llegando a formular afirmaciones tales como las que vinculan las regiones planas con el predominio de las religiones monoteístas (Ellen Churchil Semple) o, aunque menos burdas pero más difundidas, las que relacionan las condiciones climáticas con la civilización (según las cuales, por ejemplo, el rigor de los inviernos explicaría el mayor desarrollo de la Europa del Norte, o las afirmaciones acerca de la indolencia del hombre tropical comparado con el industrioso septentrional, que se han utilizado como explicación de las diferencias entre las colonias de Brasil y Estados Unidos).
La segunda es notar la coherencia de estos planteamientos con los intereses de las sociedades europeas dominantes de ese momento. El planteo ratzeliano es, en gran medida, una explicación “científica” de lo que está ocurriendo: expansionismo, colonialismo, consolidación nacional y puja entre estados, orden capitalista y diferenciación social extrema. Todos estos hechos encuentran su explicación y, más aún, su justificación. Y más interesante aún es el vínculo que, en esta justificación, se establece con el orden natural; esto lleva a la naturalización del orden social y, en concordancia, al carácter necesario de dicho orden. El darwinismo social resulta bastante evidente. Los distintos pueblos serán ordenados en un orden evolutivo, desde los más “primitivos” hasta los más “civilizados”, abriendo paso a relaciones jerárquicas y de dominación de los segundos sobre los primeros.
Ratzel y la antropogeografía
Vinculado con lo anterior, cabe destacar el rol central que adquiere la relación entre Estado y territorio, y la justificación del expansionismo, que tendría bases en una energía propia y diferencial de los pueblos, y en sus necesidades territoriales (como su espacio vital). En último término, estas tendrían razones de índole natural. Estos planteos tendrán importantes consecuencias. Por una parte, serán retomados por ideólogos de la geopolítica y darán sustento y justificación a hechos como el expansionismo alemán en el siglo XX, con nefastas consecuencias. Por otra, y para el campo de la disciplina, llevarán -por reacción- a un alejamiento o desconsideración del rol de la política en la explicación de la organización espacial, que perdurará por muchos años.
Nuevamente, y para concluir este título, resulta de interés dejar instalada la pregunta acerca de las relaciones entre estos temas, conceptos y enfoques, con los contenidos que serán impartidos por la geografía escolar.
Otra forma de asumir el evolucionismo
E. Reclus
La obra de Elisée Reclus expresa también una clara asunción de los postulados evolucionistas que permiten la comprensión unificada de lo físico y lo humano en geografía. Sin embargo, y a diferencia de Ratzel, Reclus se aleja del darwinismo social poniendo énfasis en las nociones de armonía y concordancia de los hombres y la Tierra.
Este geógrafo francés (1830-1905) tuvo una importante militancia anarquista, que lo llevó a la cárcel y al exilio. Esto mismo tuvo relación con su alejamiento del mundo académico y universitario francés, razón por la que en la geografía “oficial” fue ignorado por mucho tiempo. Sin embargo, su profusa obra tuvo gran difusión entre el público, alcanzando a sectores populares que permanecían ajenos a las publicaciones académicas. En 1868 publica La Terre, y entre 1876 y 1905 se publican 19 volúmenes de su Nouvelle Geographie Universelle, una obra en la que describe detalladamente, para cada región, los movimientos generales que se producen en el globo. En 1905 publica L'homme et la Terre, respecto de cuyos objetivos el autor expresa:
Hace algunos años (...) Trazaba el plan de un nuevo libro en el que se expondrían las condiciones del terreno, del clima, de todo el ambiente en el que se han producido los acontecimientos de la historia, en el que se mostraría el acuerdo de los Hombres y de la Tierra, en el que se explicarían las actuaciones de los pueblos, de causa a efecto, por su armonía con la evolución del planeta. Este libro es el que presento ahora al lector. (Elisée Reclus, El hombre y la tierra, tomado de Gómez Mendoza, 1994: 217)
En el mismo texto, más adelante, el autor da una muestra acabada de su propuesta de trabajo:
La emoción que se siente al contemplar todos los paisajes del planeta en su variedad sin fin y en la armonía que les da la acción de las fuerzas étnicas, siempre en movimiento, esa misma dulzura de las cosas, se siente al ver la procesión de los hombres bajo sus vestimentas de fortuna o de infortunio, pero todos igualmente en estado de vibración armónica con la Tierra que los lleva y los alimenta, el cielo que los ilumina y los asocia a las energías del cosmos. (Ibídem, p. 218)
Los párrafos citados muestran que el autor coloca en lugar central la consideración de la relación entre los hombres y el medio, pero lo hace poniendo énfasis en ideas de armonía y concordancia entre ellos (retomando con esto las ideas de Rousseau). Esta armonía entre el hombre y la naturaleza está rota, según el autor, por la constante violación de la justicia entre los hombres, que exige siempre venganza, con lo cual el desequilibrio se reproduce. La superación de este desequilibrio reposa y reclama cambios en la organización social, que permitan el imperio de la libertad humana, la que sólo puede garantizarse cuando el hombre se integra en forma armónica con el orden natural.
La obra de Reclus presenta un gran interés para el tema que nos ocupa, en la medida en que muestra que la misma matriz positivista y evolucionista que se reconoce en Ratzel puede ser utilizada para dar lugar a formas totalmente diferentes de seleccionar, tratar e interpretar los mismos temas. Su obra es hoy considerada fundacional de una geografía social, en tanto coloca a la organización de las sociedades en un lugar central para comprender los procesos de organización del espacio geográfico. Sin embargo, fue ignorada por la geografía durante mucho tiempo, y recién en las últimas décadas ha sido rescatada y analizada.
Imagen. Tapa de la edición española de El hombre y la Tierra. de Elisée Reclus. Incluye una selección de textos de la obra original, introducidos por Béatrice Giblin, geógrafa que contribuyó de modo fundamental al rescate de la obra de este autor.
Reacción antipositivista y geografía regional
Introducción
Entre los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX tomarán fuerza posturas reacias o críticas al positivismo, en particular respecto de su utilización o pertinencia para el estudio de los fenómenos humanos, que serán englobadas bajo el rótulo de historicismo.
Por una parte, comenzará a rechazarse la cientificidad positivista, que coloca a las ciencias naturales como modelo, reconociéndose en cambio la especificidad de las ciencias humanas y abriendo paso a la consideración de una antinomia entre historia y naturaleza. Por otra parte, se pondrá en duda el objetivo de formular leyes para los fenómenos sociales, reconociéndose el carácter contingente que los caracteriza; en lugar de buscar explicaciones causales, se propone alcanzar la comprensión de los hechos. También la objetividad que rige la relación entre sujeto que conoce y objeto conocido es puesta en cuestión, en la medida en que quien conoce los hechos sociales está inmerso en ellos, y por lo tanto la distancia entre ellos es, cuando menos, ilusoria. Las generalizaciones propias del evolucionismo aplicado a lo social también serán puestas en cuestión, en la medida en que resulta cada vez más evidente la imposibilidad de acomodar la información que la investigación etnográfica aporta sobre distintos pueblos en una línea evolutiva lineal; en lugar de esto, la indagación se orientará hacia la comprensión de cada sociedad, de su funcionamiento (esto se conocerá en antropología como funcionalismo). Y esto mismo se aplicará también al conocimiento geográfico, en el que los postulados deterministas no logran superar las formulaciones vagas y simplistas, sin alcanzar las pretendidas leyes que expliquen de modo universal y necesario estas relaciones.
El historicismo rescatará la dualidad que Kant ya había establecido entre naturaleza y espíritu, afirmándose que así como la primera es el reino de lo necesario, la historia es el reino de la libertad. Las ciencias que se ocupan del estudio de cada una de ellas, necesariamente, deben ser diferentes. Las ciencias humanas o del espíritu parten de reconocer que la característica básica de la humanidad es la historicidad de los procesos, los cuales acontecen en forma intencional y están atravesados por valores: en ellas la neutralidad es ilusoria. Y la especificidad de este conocimiento admitirá también otros métodos que no son el positivista: la intuición, la sensibilidad o el conocimiento empático (contacto directo y total con el objeto que se quiere observar, netamente sensible), son aceptados como vías o caminos válidos hacia el conocimiento.
Como consecuencia de todo esto, el interés se irá desplazando desde la búsqueda de lo regular y repetible (pasible de formularse en leyes) hacia la consideración de los hechos singulares, cuyas características particulares serán objeto de comprensión en lo que tienen de único y particular. En geografía, estas perspectivas darán lugar al paulatino abandono de las pretensiones de comprender regularidades, para centrarse en el estudio específico de porciones de la superficie terrestre, las regiones.
Es habitual reconocer dos grandes escuelas de geografía regional, la francesa en torno a la figura de Paul Vidal de La Blache, y la alemana en torno a Alfred Hettner, cuyos planteos serán continuados y profundizados, ya cerca de la mitad del siglo XX, por Richard Hartshorne, en Estados Unidos.
La geografía regional francesa: Paul Vidal de la Blache
Paul Vidal de La Blache (1843-1918) tuvo una enorme influencia en la geografía. Formado originalmente en historia, y con sólidos conocimientos de las ciencias naturales, a partir de la década de 1870 se dedica a la geografía. Será profesor de la Escuela Normal Superior de París desde 1878, y desde 1898 estará al frente de la cátedra de Geografía en la Sorbona, puestos desde los cuales formó a un nutrido grupo de seguidores.
El pensamiento de Vidal de La Blache se inscribe en el marco de la reacción antipositivista de su época, y se nutre también de perspectivas espiritualistas que afirman que el espíritu es irreductible a la materia y, por lo tanto, contingente respecto de ella.Con esto, rechaza el determinismo natural y reafirma la libertad humana, oponiéndose así a los planteos ratzelianos (oposición en la cual, además, influirán posturas nacionalistas que lo llevan a distanciarse de la tradición alemana).
Abandonar la determinación natural para reconocer el papel de la libertad humana en relación con las condiciones del medio no implica en Vidal el abandono definitivo del interés por esta relación, sino su reconsideración en tanto condicionante y facilitador al mismo tiempo, en una relación abierta a múltiples posibilidades. De aquí el rótulo de posibilismo con que su perspectiva será conocida (término acuñado por el historiador Lucien Fevre en 1922).
Vidal de La Blache tomará de los planteos funcionalistas la noción de género de vida, definido como el conjunto de actividades y rasgos de un grupo social, articulados funcionalmente y cristalizados por la costumbre (la historia), que expresan las formas de adaptación de dicho grupo a las condiciones del medio geográfico. Esto muestra que el interés por la relación hombre-medio sigue siendo fundamental en Vidal, pero sin -o incluso, contra- las pretensiones de necesidad y universalidad positivistas.
El género de vida se expresará en una unidad espacial que tendrá características propias, fundamentalmente una relativa autonomía funcional. Esta unidad espacial es la región, la que se convierte así en objeto privilegiado de estudio para la geografía. La región tendrá un interés intrínseco, que resulta de sus características peculiares y únicas, y el paisaje será la expresión fenoménica de estas características peculiares, que se manifestará a la observación y a la sensibilidad del investigador, quien a través de una aproximación empática será capaz de captar la esencia de dicha región.
La región vidaliana permite, de este modo, superar los problemas planteados por el determinismo, sin por esto abandonar el interés por la relación entre el hombre y el medio. Al mismo tiempo, permite superar la dicotomía entre el conocimiento sistemático de los distintos aspectos que intervienen en la comprensión de las especificidades de un lugar (propio de la geografía sistemática o incluso escindidos de ella y transformados en campos disciplinarios autónomos) y la descripción detallada de las particularidades de los lugares. Combina, así, las grandes tradiciones disciplinarias: conocimiento sistemático de un fenómeno en su despliegue en la superficie terrestre, por un lado, y conocimiento descriptivo e integrado de las peculiaridades de un lugar resultantes de la forma específica en que estos distintos fenómenos se combinan él. Y al habilitar la vía sensible y empática para su estudio, reafirma el carácter humano e histórico de la construcción regional. El énfasis en la relación de los grupos humanos con su medio tendrá, asimismo, un carácter político conservador que resulta adecuado a una sociedad que ya se ha consolidado como Estado nacional y necesita reafirmar la pertenencia de su pueblo (Escolar, 1992).
La propuesta vidaliana, sin embargo, no estará exenta de problemas. Por una parte, la dicotomía entre lo humano y lo físico permanece subyacente al abordaje regional, y se expresará, en la tradición de las monografías regionales , en un tratamiento sistemático y muchas veces desvinculado de uno y otro. Por otra parte, el énfasis puesto en captar las peculiaridades de la región desembocará en un abandono de la consideración de la totalidad en la cual dichas regiones se incluyen, la que aparece, en más de un caso, como la mera suma de las partes (regiones).
El énfasis puesto en la historia y en lo humano permitiría suponer que la geografía vidaliana se aproxima a las ciencias humanas o sociales; sin embargo, Vidal de La Blache negó esta posibilidad, al afirmar que la geografía es la ciencia de los lugares y no de los hombres. Con esto, colocó a la geografía en una posición de excepción que, más tarde, será blanco de fuertes críticas.
La geografía regional alemana: Alfred Hettner
A modo de presentación general, puede decirse que en esta tradición de estudios regionales es más clara la adscripción al historicismo y mayor el alejamiento de las posturas orientadas a la comprensión de la relación hombre-medio.
Alfred Hettner (1859-1941) se desempeñó en la Universidad de Heidelberg, y su trabajo muestra una mayor preocupación por los problemas teóricos que afectan a la geografía, en particular el problema planteado por el dualismo entre una geografía general y una geografía regional o corológica.
En un artículo publicado en 1927 con el título “La geografía, su historia, su esencia, sus métodos”, Hettner retoma la clasificación que W. Windelband había realizado en 1894 de las ciencias que denomina de la experiencia, las que pueden ser:
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Nomotéticas: las que tratan de alcanzar el conocimiento de las leyes de la naturaleza y se ocupan de lo constante y permanente. Las diversas disciplinas que se definen por el fenómeno natural que abordan (botánica, zoología, geología, etc.) se encuentran entre estas ciencias.
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Idiográficas: son las ciencias que se ocupan de los hechos únicos y singulares, y de sus circunstancias en el tiempo y en el espacio. La historia y la geografía se encuentran entre estas ciencias.
Este autor planteará explícitamente que el núcleo de la geografía se encuentra en la segunda perspectiva, la corológica o regional, por lo que define a la geografía como una ciencia idiográfica. La especialización de los contenidos tradicionales de la geografía general había llevado a la dispersión de sus contenidos entre un amplio conjunto de disciplinas, siendo esta una razón central que impide que sea el núcleo de la disciplina.
Para Hettner, la geografía debe abordar las diferencias localizadas en la superficie terrestre, descubriendo unidades espaciales, definiéndolas y comparándolas entre sí (Capel, 1981: 321). El objetivo es, en definitiva, relevar el carácter variable de la superficie terrestre, captando la diferenciación de áreas. Estas áreas son las regiones y, al trabajar con ellas, la geografía adquiere su carácter idiográfico y define un objeto de estudio que le es propio. Por otra parte, si bien el estudio sistemático también se reconoce como importante, el mismo debe estar en función de las necesidades del análisis regional.
La geografía regional: a modo de cierre
La geografía regional, desde sus distintas vertientes, se instalará como el fin último de la geografía, y el estudio de la región será su objeto privilegiado, exclusivo y no cuestionado. Aun reconociendo las diferencias que fueron surgiendo a lo largo del tiempo (por ejemplo en las formas de definir la región, o en los métodos aplicados para su estudio) imposibles de reseñar aquí, puede decirse que el estudio regional fue absolutamente dominante durante la primera mitad del siglo XX, y en muchos países durante bastante tiempo más.
Desde irrelevantes e ingenuas descripciones hasta sólidos y fundamentados estudios, los más diversos productos tuvieron cabida en la geografía regional. Todos ellos se caracterizaron, más allá de sus diferencias, por ocuparse del análisis minucioso de una porción acotada de la superficie terrestre, procurando captar sus rasgos distintivos y peculiares, lo que cada una de ellas tenía de “único y particular”. Produjeron un importantísimo acervo de información empírica sobre los lugares más diversos del planeta, que alimentó fundamentalmente los discursos escolares pero que también tuvo importancia para la gestión y para la formación general de los individuos.
Por otra parte, el carácter idiográfico de la geografía, su condición de ciencia “excepcional”, fue alejándola del resto de las disciplinas científicas, llevándola a cierto aislamiento, lo que dificultó la interacción y el mutuo enriquecimiento. La endeblez teórica de las propuestas regionales se fue haciendo cada vez más evidente a medida que el contexto científico cambiaba y la tarea de los geógrafos se hacía cada vez más difusa en sus objetivos, al punto de tener que concluir definiendo a la geografía como aquello que “los geógrafos hacen”. Sin embargo, y más allá de todas estas cuestiones, el interés por la comprensión de las características peculiares de los lugares -regiones- no disminuyó; por el contrario, una y otra vez volverá a instalarse como tema de interés y trabajo de la geografía.
La geografía cuantitativa o nueva (New Geography)
El positivismo y los grandes cambios metodológicos
Dado que representa una excelente síntesis del contexto en el que esta perspectiva geográfica se inscribe, conviene reproducir un párrafo del texto de Capel y Arteaga sobre “Las nuevas geografías”:
Durante los años 1940 a 1960 se generalizan en todas las ciencias humanas grandes cambios metodológicos. Estos están en relación con el triunfo de un nuevo positivismo que deja sentir su influencia tanto en la filosofía como en la ciencia. Se vuelve a insistir ahora en la vieja idea positivista de la unidad de la ciencia, en la búsqueda de un lenguaje común, claro y riguroso, que permita dar validez general (o intersubjetiva) a los resultados. Se acepta otra vez el reduccionismo naturalista que considera las ciencias de la Naturaleza como modelo de toda cientificidad y se pone de nuevo el énfasis en la explicación, en la búsqueda de leyes generales como camino para conseguir lo que ha de ser la auténtica meta científica: la predicción. Se postula, por último, la neutralidad de la ciencia, excluyéndose de ella los juicios de valor y afirmando el carácter objetivo y descriptivo del trabajo científico. (Capel y Urteaga, 1984: 26)
Este regreso de las perspectivas positivistas, que acontece fundamentalmente en el mundo anglosajón, se vincula en gran medida con un contexto socioeconómico que vuelve a valorar fuertemente el conocimiento para la acción y la toma de decisiones, cargando a la ciencia y sus resultados de una marcada positividad. El positivismo, por otra parte, se verá enriquecido con la asunción de posturas que se proponen superar el camino inductivo, enfatizando en cambio en el camino o método hipotético deductivo que, partiendo de postulados teóricos, intenta la verificación de las hipótesis propuestas, a través de la observación controlada de la realidad y la utilización de un lenguaje universal y unívoco: el matemático.
En este contexto, las tradicionales explicaciones de la geografía regional serán fuertemente cuestionadas, y el artículo que Fred Schaeffer publica en 1953 criticando lo que él denominó el carácter “excepcionalista” de la geografía puede considerarse como el manifiesto de dicho cuestionamiento. La descripción de lo único y particular (la descripción regional) será cuestionada por ser insuficiente, ya que no permite alcanzar la formulación de leyes o principios generales, ni está organizada a partir de alguna teoría a cuya comprobación contribuya, y al mismo tiempo permita explicar los hechos observados. El énfasis en la teoría llevará a que esta perspectiva reciba el nombre de geografía teorética.
También recibirá el nombre de geografía cuantitativa por el énfasis puesto en los modelos y lenguaje matemático y en el uso de técnicas estadísticas. La búsqueda de regularidades subyace al tratamiento de grandes cantidades de información, práctica que se beneficia por el desarrollo de herramientas computacionales que la facilitan. El denominado análisis locacional será uno de los ejes de la producción, orientada a comprender las pautas que explican la distribución de los fenómenos en el espacio, encontrando las regularidades y formulándolas en términos de leyes o principios probabilísticos. El estudio de los sistemas de asentamiento urbano, de la localización espacial óptica de industrias y servicios, las dinámicas de flujos espaciales o la distribución de usos y costos de la tierra en función de la distancia son ejemplos del tipo de temáticas que se abordaron desde estas perspectivas.
La “nueva geografía” tuvo la virtud de poner en cuestionamiento, y movilizar, a la tradicional geografía regional, obligándola a salir de su aislamiento y de su conformismo, llevándola hacia preocupaciones teóricas compartidas con el resto de las ciencias, e incitándola a experimentar con metodologías nuevas y rigurosas , en el marco de diseños de investigación altamente formalizados.
Sin embargo, rápidamente esta tendencia también fue objeto de críticas, muchas de ellas llevadas adelante por algunos de los geógrafos que habían tenido destacada actuación en ella, como David Harvey o William Bunge. Estas críticas se inscriben en tendencias más amplias de contestación social que tendrán lugar a partir de fines de los años sesenta. Y el argumento central de estas críticas será claro y contundente: el orden espacial que la “nueva geografía” analiza es, en rigor, la expresión de un orden social, el capitalista, cuyas características quedan fuera de toda posibilidad de indagación mediante este modelo de cientificidad.
Radicalismos geográficos
La determinación del espacio geográfico a partir de los procesos sociales
Con el nombre de geografías radicales se menciona un conjunto de perspectivas geográficas caracterizadas, en términos generales, por su posición de compromiso con la transformación social y sus aspiraciones de convertir a la geografía en un instrumento para dicha transformación. Estas perspectivas se consolidan entre finales de la década de 1960 y la de 1970 en los medios académicos de los países desarrollados de Europa y América del Norte. Coincide con un contexto de efervescencia y contestación social, del que el Mayo francés, de 1968, es un hito por todos conocido.
Las razones que llevan al surgimiento y consolidación de este movimiento son heterogéneas pero, más allá de estas diferencias, las críticas al orden socioeconómico imperante son el telón de fondo que permite considerarlas en conjunto. Por una parte, el reconocimiento de que las expectativas positivas instaladas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial no se habían cumplido en términos del mejoramiento de las condiciones de vida de la población mundial, siendo que por el contrario las diferencias se habían acentuado, lleva a una actitud de crítica y desencanto respecto del modelo de desarrollo dominante; la constatación de las enormes desigualdades en el consumo entre ricos y pobres, sean países o grupos sociales dentro de los mismos países ricos, está en la base de esto. Por otra parte, las críticas al conocimiento científico estarán a la orden del día, en tanto se denuncia su carácter funcional al sistema y las nefastas consecuencias de sus desarrollos (carrera nuclear, problemas ambientales, etc.); también se denunciará su pretendida neutralidad como un mecanismo claramente ideológico.
El movimiento tuvo características disímiles en el mundo anglosajón, particularmente Estados Unidos, y en el contexto europeo, centralmente Francia, por lo que es conveniente tratarlos en forma separada. La geografía radical anglosajona se organizó fundamentalmente en torno a la crítica a la geografía cuantitativa (New Geography), y tuvo entre sus principales actores a muchos de los geógrafos que habían tenido roles destacados en ella. Así por ejemplo, el propio David Harvey denunciará a principios de la década del setenta que la geografía cuantitativa ha producido resultados poco interesantes, y que el uso de técnicas estadísticas ha llevado a decir cada vez menos cosas sobre cuestiones cada vez más irrelevantes. El énfasis en los métodos que esa postura había sostenido es ahora denunciado, tanto por el carácter naturalizante que su matriz positivista conllevaba, como por haber desviado o bloqueado las posibilidades de reflexión epistemológica y conceptual. Se denunciarán también las pretensiones de neutralidad de estas posturas, indicando que no sólo ella no existe, sino que por detrás de su asunción se esconden valores implícitos que son asumidos acríticamente.
El movimiento coincide también con la difusión de la tradición de estudios marxistas en el contexto norteamericano, que había estado bloqueada en el contexto de la Guerra Fría; en este sentido, se producirán fuertes debates y notables aportes teóricos a partir del rescate de la larga tradición de estudios sociales que, partiendo de la obra de Marx, se había desarrollado hasta el momento sin que la geografía tomase contacto con ella (por ejemplo los resultados de la labor llevada a cabo por los miembros de la Escuela de Frankfurt). La geografía radical toma con esto el carácter de geografía “de izquierda”, de base marxista, que debe estar comprometida con el cambio social, e intervenir activamente en su consecución.
La revista Antipode. A Radical Journal of Geography, que comienza a publicarse en 1969 con la responsabilidad editorial de Richard Peet, será el principal medio de difusión de estas nuevas propuestas. La realización de las denominadas “expediciones geográficas”, por ejemplo a los barrios pobres que en algunos casos rodeaban a los campus universitarios estadounidenses, también cobrará importancia como forma de articular el mundo académico con la sociedad en general y los pobres en especial, involucrándose en sus problemas y necesidades. El asesoramiento a movimientos ciudadanos o políticos es otra forma de intervención que concita el interés de estos geógrafos.
La geografía radical es una geografía eminentemente social, en la medida en que la organización espacial será vista como producto de los procesos sociales y, específicamente, del modo de producción capitalista. Para comprender esta organización social, por lo tanto, ya no sirven ni su mera descripción (a la manera de la geografía regional tradicional) ni el descubrimiento y formalización de su morfología (a la manera del análisis locacional del cuantitativismo). Se requiere ahora centrar la mirada en los procesos sociales, pues el espacio, y específicamente su organización, es el resultado de los mismos.
Nuevos temas serán privilegiados por esta perspectiva, como por ejemplo los vinculados a la pobreza y el subdesarrollo, la marginación de las minorías, las condiciones de vida urbana o la violencia y los conflictos sociales. Otros temas serán revisados y planteados desde el nuevo enfoque, como es el caso de los guetos étnicos en las ciudades norteamericanas, tema que había concitado gran interés en el cuantitativismo (por ejemplo mediante el desarrollo de modelos para prever las tendencias de su expansión espacial), vistos ahora como consecuencia de un determinado modelo de organización social que explica su presencia y sus tendencias de cambio. En general, los temas urbanos tuvieron una gran presencia en esta perspectiva.
La geografía radical francesa tuvo características un tanto diferentes.
Por una parte, el contexto francés había mantenido una tradición de estudios marxistas, por lo que su “recuperación” no tuvo lugar como en Estados Unidos; incluso en el marco de perspectivas regionales, la presencia de geógrafos adscriptos políticamente a esta tendencia había dado lugar a obras que reflejaban esta tradición; sin embargo, el contexto crítico también fue muy fuerte, y esta tradición marxista tuvo nuevo impulso también aquí. Por otra parte, la crítica radical tuvo en Francia un blanco diferente, pues se orientó contra la geografía regional tradicional.
En Francia, la revista que cumplió un papel central en este movimiento fue Herodote, que comenzó a publicarse a mediados de los años setenta por iniciativa de Ives Lacoste, un conocido geógrafo francés con una larga tradición de estudios regionales. En esta revista, por ejemplo, tuvo lugar el rescate de un viejo geógrafo como Elisée Reclus, que había sido olvidado por la geografía académica.
La geografía radical francesa centró sus críticas en el carácter “supuestamente” ingenuo e irrelevante de la geografía regional, y en particular en su relación con la formación de profesores y el contenido escolar. En su libro Geografía, un arma para la guerra, Ives Lacoste denunció a esta geografía de los profesores como una “cortina de humo” que, instalando en la formación básica destinada a toda la población la idea de una geografía memorística e irrelevante, ocultaba los verdaderos alcances del saber geográfico. Estos alcances sí eran valorados, en cambio, por lo que él denomina la geografía “de los estados mayores”, esto es, por los grupos de poder que estaban en condiciones de valorar y utilizar en función de sus intereses el conocimiento pretendidamente “neutro o ingenuo” del trabajo regional, dando ejemplos de que efectivamente así lo hacían.
Más allá de las diferencias que las perspectivas radicales muestran entre sí, hay algunos elementos comunes que merecen ser rescatados. En primer lugar, el movimiento radical significó para la geografía una instancia de aproximación a la tradición de estudios sociales muy importante, que rompió definitivamente con el aislamiento de esta ciencia “excepcional”. Para bien o para mal, la geografía se vio obligada a incorporarse a foros de discusión científica, compartir conceptos, justificar resultados; ya no fue suficiente decir que la geografía era “lo que los geógrafos hacen” para justificar la pertinencia o relevancia de sus resultados. Y esto dio lugar a un proceso de enriquecimiento de la disciplina que es insoslayable.
En segundo término, la geografía se vio obligada a revisar sus fundamentos teóricos y a desarrollar nuevos, que permitiesen justificar su existencia. La noción de producción social del espacio ocupa aquí un lugar central, ya que es la que permite articular el estudio del espacio con el de lo social en general. Por supuesto, esto sacude viejas estructuras conceptuales vinculadas a la relación entre hombre, medio y organización espacial, que se habían mantenido en precario equilibrio por mucho tiempo (al decir de algunos, por “demasiado” tiempo). Otro tanto sucede con la dicotomía entre geografía humana y geografía física, y por supuesto con los problemas del determinismo ambiental y el análisis regional.
La geografía radical tampoco estuvo exenta de críticas, y quizás la más importante se vincule también con la noción precitada. El énfasis puesto en lo social y la consideración del espacio como un reflejo supusieron el riesgo de que el estudio de este acabara perdiendo sentido. En efecto, si el espacio es un mero reflejo de lo social, debería ser suficiente con estudiar lo social para comprenderlo. Y en efecto, en más de un caso las investigaciones realizadas llevaron, de hecho, a esta situación. El mismo orden social -en esencia, el capitalista- daba cuenta de todas las formas de organización espacial posibles, con lo cual los alcances del conocimiento derivado de estos estudios terminaba siendo limitado. Por otra parte, el énfasis puesto en la teoría y en la conceptualización, en muchos casos acabó desdibujando el papel de lo empírico; se produjo así una especie de movimiento pendular, que al tratar de alejarse del empirismo extremo de las propuestas tradicionales acabó produciendo una geografía vaciada de estos contenidos y centrada en afirmaciones generales que no hacían más que reiterar lo que ya había sido establecido, en muchos casos, por autores clásicos de las ciencias sociales.
Sin embargo, estas críticas también dieron lugar al desarrollo de propuestas que intentan superarlas, dando origen a lo que en términos generales se conoce como geografías críticas. Si bien estos desarrollos se retomarán en el Módulo 2, cabe aquí indicar que los mismos se han centrado, precisamente, en tratar de comprender el papel que el espacio tiene en los procesos sociales, teniendo en cuenta su “contenido” de naturaleza e historia. Ni mero contenedor ni mero reflejo, el espacio geográfico seguirá, así, ubicándose en un lugar central para la disciplina.
Los "humanismos" geográficos
La perspectiva antropocéntrica
“Los individuos entran a escena” sería una expresión útil para introducir estas perspectivas geográficas. En efecto, y más allá de la extrema diversidad de propuestas que se engloban bajo el rótulo de humanismos geográficos, todas ellas comparten el hecho de poner énfasis en los individuos y en los factores subjetivos asociados a ellos. Se trata de perspectivas antropocéntricas, esto es que colocan a los individuos en el núcleo de interés. Buscan un enfoque holístico de la realidad, evitando las fragmentaciones temáticas mediante la centralidad de la experiencia humana (García Ramón, 1985).
Un antecedente importante lo constituye la denominada geografía de la percepción, inscripta originalmente en el marco cuantitativo, que buscó dar cuenta de aquellos aspectos que no podían ser entendidos mediante la indagación de la racionalidad dominante, a través de la captación de los aspectos vinculados con la percepción subjetiva de los individuos. Por ejemplo, ya en la década del sesenta se realizaron estudios que permitieron captar los valores subjetivos que los habitantes otorgaban a ciertos lugares de sus ciudades, lo que permitía explicar los “desvíos” que el precio del suelo mostraba respecto del comportamiento esperado según los modelos de costo-distancia. Otro tanto sucede con la percepción de riesgos, fuertemente condicionada por valores culturales, que desvía el comportamiento de las personas de los parámetros “racionales” esperables.
Basadas en perspectivas fenomenológicas y existencialistas, estas miradas geográficas pondrán énfasis en la subjetividad, cuestionando la existencia de un mundo objetivo independiente de la existencia del hombre. La experiencia es la base del conocimiento, y por lo tanto la experiencia individual debe ser considerada. Específicamente, en geografía interesa la relación entre la experiencia y la dimensión espacial, que se plasmará en conceptos tales como el de mundo vivido, que remite a la conjunción de hechos y valores que abarca la experiencia cotidiana personal, o el de lugar, entendido aquí como un espacio concreto cargado de significado para el ser humano, que está unido a él por una vinculación afectiva o emocional.
En algunos casos, estas perspectivas se proponen como complementarias de otras, procurando un entendimiento más acabado del objeto de estudio. Es el caso, por ejemplo, de los trabajos que plantean la consideración de dimensiones ideológicas o subjetivas en articulación con las estructurales, para comprender una determinada forma de organización espacial. Se reconoce así que, si bien un determinado espacio puede estar organizado en función de las lógicas dominantes (por ejemplo, la capitalista) el mismo es también un lugar cargado de significados para los individuos que lo habitan; todo junto, se especifica en ese lugar y le otorga peculiaridad.
En otros casos, las dimensiones subjetivas cobran absoluta centralidad, dejando de lado la consideración de las estructuras. El hombre pasa a ser el núcleo de estas indagaciones, interesadas en comprender sus acciones a partir de como él mismo las entiende y valora, contribuyendo con esto a que se comprenda a sí mismo.
La distinción entre sujeto y objeto, al igual que las pretensiones de objetividad y neutralidad, pierden gran parte de su sentido en estas perspectivas. La búsqueda de explicación es reemplazada por la comprensión. Las metodologías participativas son privilegiadas, en tanto permiten una mayor proximidad y compromiso. Y los objetos de indagación se multiplican: literatura, films y representaciones (pinturas, mapas, etc.) son fuentes para comprender el valor del espacio y poder comprender, a través de esto, sus características.
A modo de cierre desde la preocupación por la enseñanza
La geografía llevada a la práctica escolar
Los contenidos que se han abordado en este Módulo remiten a lo que habitualmente se denomina historia del pensamiento geográfico, cuyo valor reposa en general en las posibilidades que brinda para reflexionar sobre la propia disciplina. Pero cabe preguntar aquí, y lo hacemos a modo de cierre, qué sentido tiene incluir este tratamiento cuando lo que nos interesa es la geografía escolar, la enseñanza de la geografía.
Entendemos que estos contenidos resultan fundamentales a la hora de comprender nuestra práctica docente en las escuelas y, más aún, cuando nos interesa transformarla para cumplir mejor con nuestros objetivos educativos. Suele suceder que los docentes no tenemos acabado conocimiento de los orígenes y fundamentos del contenido de nuestra disciplina, de los temas que incluimos y de las perspectivas desde las cuales los abordamos. La evaluación de nuestro quehacer, en términos del contenido disciplinar, resulta por esto muy difícil de realizar. Lo mismo sucede con la incorporación de nuevas perspectivas y temas, muchas veces incentivada por cambios curriculares o por tendencias y “modas”, en la medida en que no tenemos herramientas suficientes para evaluarlas y enfrentarlas.
Gran parte de lo expuesto en este Módulo atraviesa, de múltiples y muchas veces contradictorias maneras, nuestra práctica docente, y también nuestra formación como profesores. Apropiarnos de estos fundamentos nos permitirá organizar mejor nuestro quehacer y, más aún, ponerlo en relación con los desafíos que se nos presentan para resolverlos adecuadamente. En tiempos de cambio como los actuales, los profesores de geografía hemos enfrentado reiteradamente la sensación de que nada de lo que hacemos y sabemos tiene relación con “lo nuevo” que nos piden que hagamos de ahora en más, lo que nos lleva a la desvalorización y la parálisis. Frente a esto, y para hacer frente a esto, proponemos lo contrario: sólo a partir de lo que sabemos podremos transformar. Y los contenidos aquí expuestos se orientan a esto.
Para seguir andando, los invitamos a reflexionar en torno a su presencia o ausencia en vuestra formación y vuestras clases, preparándonos con esto para los próximos Módulos.
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Enviado por: | Nati Kinder |
Idioma: | castellano |
País: | Argentina |