Literatura
Fortunata y Jacinta; Benito Pérez Galdós
Introducción
Mientras que Juanito Santa Cruz es un personaje plano, Fortunata y Jacinta evolucionan a lo largo de la novela. Al principio de ésta Jacinta es una mujer recién casada, inocente y confiada que ve las cosas bajo la misma óptica que Juanito Santa Cruz, su marido.
Su mayor deseo es ser madre, deseo que solamente se verá colmado al final de la novela, cuando Fortunata le regale a su hijo. Juanito Santa Cruz será el instrumento de ambas mujeres para tener “el hijo de la casa”, ya que Fortunata será la madre natural y Jacinta la madre adoptiva. Jacinta, desde el primer momento, será una mujer paciente, abnegada, humilde y casta, adorará a Juanito como a un dios hasta que tenga en sus brazos al hijo adulterino de Fortunata. Su evolución consistirá en llegar a independizarse completamente de su marido hasta el punto de ser autosuficiente cuando tenga al verdadero Pitusín. La evolución de Fortunata, sin embargo, será algo más compleja: es una mujer del pueblo, que seducida y engañada por Juanito Santa Cruz, un señorito rico y caprichoso, se desorientará por completo cuando sea abandonada por él. A pesar de todas las dificultades por las que pasará, su amor hacia Juanito será siempre inamovible, pero finalmente alcanzará, como Jacinta, la completa independencia cuando llegue a madurar su “idea”: la de tener un hijo con Juanito Santa Cruz.
Mientras que para Fortunata todo lo vivido con Juanito es de vital importancia, para Jacinta es solamente una página pasada en la vida de su marido, un libro cerrado. Jacinta y su suegra disculpan este comportamiento diciendo que se trata de “travesuras sin importancia”. Le tratan como a un chiquillo inocente que se deja engañar. Jacinta, educada para ser posesiva y buena competidora, comienza creyendo que las transgresiones sexuales del hombre son culpa de «bribonas», «tarascas» y «ladronas», de las mujeres de vida fácil, vistas como amenaza continua de la legalidad y pureza del matrimonio.
Fortunata y Jacinta establecen una rivalidad amorosa: Fortunata posee la belleza corporal y Jacinta la del espíritu, Fortunata es el amor pasión y Jacinta el amor conyugal legítimo. Sin embargo, ambas irán contagiándose sus respectivas cualidades, que al final de la obra intercambiarán definitivamente: Jacinta consigue ser madre, es decir, ser mujer y Fortunata, liberándose de su ser corporal y mediante un bello rasgo de generosidad se convierte en “ángel”.
Desde que Fortunata ve a Jacinta por primera vez nace en ella el deseo de parecerse a su rival. Jacinta acabará siendo el espejo en que se mire Fortunata, el exponente de toda virtud. Jacinta actúa en ocasiones como el alter ego de Fortunata, su vida estará también supeditada a una pasión devastadora que no ve nunca satisfecha y como Fortunata, ama al hombre equivocado. Si ambas no hubieran conocido a Juanito Santa Cruz, su vida habría sido diferente y en las últimas páginas de la novela Jacinta reflexiona sobre ello. Jacinta, como Fortunata, logra finalmente la independencia emocional al librarse por entero de la seducción que ejercía sobre ella Juanito.
1. El papel de la mujer en Fortunata y Jacinta como reflejo de la sociedad del siglo XIX.
Dentro de la sociedad del siglo XIX, el tema de la mujer merece comentario. En Galdós siempre es un aspecto importante y más aún en esta obra. Los episodios protagonizados por mujeres, además de ser los principales, son innumerables y en ellos se refleja muy bien la situación social de la mujer de la época.
El universo femenino se presenta como algo compacto, su unidad sobrepasa las barreras sociales: las mujeres están unidas por un destino y unos imperativos sociales comunes que rigen tanto en la pobreza como en la prosperidad.
A lo largo de la obra se hace patente la ignorancia que padecen las mujeres. No es sólo Fortunata la analfabeta, Barbarita, Jacinta y sus amigas y parientes, a pesar de su mejor situación, se encuentran casi en las mismas circunstancias:
«Ya había completado la hija de Arnáiz su educación (que era harto sencilla en aquellos tiempos, y consistía en leer sin acento, escribir sin ortografía, contar haciendo trompetitas con la boca y bordar con punto de marca el dechado) cuando perdió a su padre.» (I, II, 3)
«Jacinta no tenía ninguna especie de erudición. Había leído muy pocos libros.» (I, V, 4)
Su mejor o peor fortuna en la vida depende del hombre con quien se casen. Si éste es trabajador y bondadoso, como lo son don Baldomero y Guimersindo Arnáiz, el padre de Jacinta, la vida de sus esposas será agradable y, a pesar de las inevitables zozobras de toda existencia, llegarán a la madurez contando en su haber con una buena cantidad de momentos felices.
El caso de Fortunata y el de Jacinta es el contrario; ambas cuentan, cada una en su clase social, con todos los requisitos para alcanzar la plenitud, pero el encuentro con un hombre indigno frustra sus vidas. En las primeras páginas de la novela se describe únicamente el mundo eminentemente masculino de la cultura y la política. El propio don Baldomero, ejemplo de esposo fiel y hombre de bien, será el encargado de expresar la concepción de la hombría vigente en su momento. Cualquier hombre puede ser considerado honrado pasando por alto su comportamiento sexual, en una sociedad que considera la infidelidad conyugal masculina como algo tan habitual que ya no extraña a nadie.
« -Mira, mujer, para que los hombres adquieran energía contra el vicio, es mejor que lo caten, sí, hija, que lo caten (...) No hay muchos casos como yo, bien lo sabes; ni de estos tipos que jamás, ni antes ni después de casados, tuvieron trapicheos, entran muchos en libra. Cada cual en su época, Juanito, en la suya, no puede ser mejor de lo que es, y si te empeñas en hacer de él una rareza, un non como su padre, puede que le eches a perder.» (I, I, 2)
Frente a esto, en el capítulo siguiente, con el personaje de Barbarita entramos en el mundo femenino, que a lo largo de toda la novela se caracterizará por la introspección y la sensibilidad. Las mujeres presentan una mayor riqueza de sentimientos que los hombres, y sus personalidades son más complejas y acabadas.
El peso del argumento lo sustentan dos pasiones femeninas y adquiere extraordinaria relevancia el tema de la maternidad, sea física o espiritual. La solución que Galdós apunta para todo este conflicto es la independencia. El ejemplo más claro es Guillermina Pacheco, para quien la liberación procede del desasimiento de los bienes materiales y de la entrega a un fin altruista; pero hay otros ejemplos, como doña Lupe o Aurora Samaniego, sobre quienes Galdós reflexiona moralmente hablando, en términos positivos sobre su emancipación del dominio masculino.
Podemos ver así mismo que la resolución de los conflictos respectivos de Jacinta y Fortunata no se producen hasta que ambas pierden su dependencia emocional de Juanito Santa Cruz. Son las propias mujeres quienes dan solución a sus problemas.
Jacinta es un producto del intercambio familiar, comprada para el matrimonio. Los detalles de su carácter y de su educación son un fiel reflejo de la sociedad femenina de la época. Por ser una de las siete hijas de Arnáiz es un «problema económico» que hay que solucionar. Casar bien a las hijas requiere astucia y un gran esfuerzo, como dice Harriet S. Turner en su artículo:
«Casar bien a las hijas -colocar las siete chicas- requere la misma astucia desplegada para Torquemada o doña Lupe para invertir dinero y sacarle un jugoso rédito. La falta del personal “a” en la frase citada indica que las hijas no son gente, sino mercancía; de ahí la lógica de esos pintorescos dichos mercantiles que enlazan la narración del trasfondo familiar de Jacinta: “Ya está ahí doña Isabel con el muestrario”.
Harriet S. Turner: “Lazos y tiranías familiares: una reevaluación de Jacinta”.
Doña Isabel vende a su hija para el matrimonio y doña Bárbara la compra: adquiere a Jacinta, convirtiendo la relación en un negocio: «Barbarita, que la había criado, conocía bien sus notables prendas morales, los tesoros de su corazón amante, que pagaba con creces el cariño que se le tenía, y por esto se enorgullecía de su elección.»
El paralelismo de emociones de Barbarita y de Jacinta denotan un profundo respeto por la autoridad masculina y especialmente por Juanito. El realmente patriarca es Don Baldomero Santa Cruz, que es el jefe de la familia. Juanito es el Delfín, no es él quien se encarga de la economía de la casa, ni tampoco Jacinta, la Delfina. Ellos solamente son el resultado de un matrimonio arreglado entre familias, sin voz ni voto para opinar sobre la compra-venta de Jacinta. Barbarita había casado a su hijo para tenerlo atado a sus faldas y éste había adoptado la actitud cómoda e infantil de rico heredero sin preocupaciones ni obligaciones. Jacinta tampoco desempeña el papel de ama de casa, sino que está en un segundo plano, supeditada siempre a las órdenes de Barbarita no solamente en las cuestiones domésticas sino también en su matrimonio, en la forma de tratar a su esposo, siempre fiel a las órdenes de unos y de otros, siempre haciendo lo que los demás esperan que haga y comportándose de acuerdo a las normas sociales, como los demás esperan que lo haga. Ha sido necesario despersonalizarla para convertirla en una especie de autómata, un objeto, una marioneta prisionera entre sus deseos y sus deberes de esposa de la clase alta.
2. Fortunata: la Naturaleza frente al Sistema social establecido.
En la tradición literaria las prostitutas suelen ser hijas de padres desconocidos. Fortunata es hija de padres desconocidos, aunque la diferencia en el caso de ella es que Galdós decide no contarnos nada sobre su pasado. Juanito Santa Cruz está determinado por sus orígenes genéticos y sociales y es objeto de admiración, mientras que Fortunata carece de orígenes que la respalden. El contraste entre los orígenes de Juanito Santa Cruz y Fortunata hace que el vástago de una dinastía dedicada al comercio de telas se sienta atraído y fascinado ante una mujer que entrará de forma repentina e inesperada en su vida y será un punto clave y decisivo para él. Juanito se ve conformado con la humanidad en su estado primitivo. La primera vez que vemos a Fortunata está sorbiendo un huevo crudo, es un ser salvaje, un ave que se comporta según el instinto. Sale de la nada y está destinada al olvido, sin embargo, representa una “clase privilegiada”: es un vehículo de experiencia, una presencia que, como el mismo Caballero de la Triste Figura, pone en cuestión los valores convencionales del mundo en que le tocó vivir. Lo que la distingue de los demás personajes es que es un ser humano entero, sin fisura y de salud perfecta. Ésta es su única herencia, su única ventaja en un mundo que no le ofrece otra, y es esto lo que le hace falta decir y lo que siente con toda franqueza. Es un personaje excepcional, vital, de una sola pieza. Galdós nos hace comprender la naturaleza cervantina mediante Fortunata ya que en ambos la materia prima, que es el lenguaje, se transforma.
La evolución de Fortunata está marcada en todo momento por un conflicto interno: el de su inadaptación. Al sacarla Juanito de su medio natural y abandonarla luego a su suerte, ella se desorienta por completo, ya no puede cumplir el destino reservado a una muchacha de su clase porque está deshonrada y tampoco puede encontrar su sitio en la otra banda del espectro social: el que pudiese optar a integrarse en la familia Santa Cruz es algo impensable, incluso para un alma tan recta como la de Jacinta.
Su primer destino es la prostitución, destino que la repugna porque su honradez no se aviene con ese tipo de vida, la segunda solución, el matrimonio con Rubín, tampoco es válida por análoga razón: para ella su verdadero esposo será siempre Juanito.
Su conflicto estriba en que las leyes sociales se oponen siempre a las de su corazón: aunque se considere honrada en la medida en que mantiene su amor hacia un único hombre, la conducta de Fortunata resulta inaceptable socialmente.
Fortunata entra en la novela como un ser anónimo. Inicialmente no la conocemos más que por los datos que dan sobre ella en la primera parte quienes la conocen, los cuales quedan corroborados posteriormente en la narración mediante su pensamiento, sus palabras y su modo de proceder.
Su sinceridad, la inocencia que sigue conservando a pesar de su turbulenta vida, su fidelidad a Juanito, su natural generoso y dócil, son rasgos que la definen. No es extraño que todos cuantos la conocen piensen que Fortunata es fácil de educar, de manejar, sin darse cuenta de que hay en ella un núcleo durísimo e indestructible: la autenticidad de su amor por Santa Cruz. De todos modos, el entorno y las personas con las que convive van dejándole su huella. Sus amantes le enseñan cosas sobre sí misma: Juanito le hace tomar conciencia de su cuerpo. Maximiliano le proporciona los medios para interesarse por su alma y Feijoo le descubre la importancia de su ser social.
La personalidad de Fortunata va madurando y enriqueciéndose. Si en un principio era para Juanito un arquetipo del “pueblo” con sus virtudes y defectos, en el transcurso del tiempo Fortunata va manifestando una individualidad poderosa con creencias y opiniones propias hasta llegar a su “idea”. Desde su primitiva inociencia, Fortunata evoluciona hasta lograr finalmente hacer algo por sí misma, que consiste en demostrar por medio de su hijo que las leyes de la naturaleza son superiores a las de la sociedad. Fortunata es apresada entre dos impulsos: se ve empujada por la pasión que la convierte en amante de Juanito y simultáneamente por su fuerte deseo de respetabilidad social que la lleva a casarse con Maxi. Su brusca afirmación de amor revela el desdén de las convenciones sociales. Movida por el instinto, fracasa moral y socialmente, cometiendo un adulterio y deshonrando a su marido. Pero tal violación por parte de Fortunata de las normas sociales sólo parece inmoral si se la juzga según unas convenciones aceptadas. Ella misma justifica sus actos en nombre del amor. Este desafío evidencia un intento de realizarse a sí misma y plantea la cuestión de si una persona en busca de su propia verdad tiene o no el derecho a abrirse paso a la fuerza y pasar por encima de todo lo que obstaculiza su camino, sean lo que fueran los deberes sociales. Fortunata está dispuesta a seguir el impulso natural y rechazar las obligaciones morales, la disciplina o el autosacrificio, pero esta situación frente a la sociedad, sin embargo, solamente es una dualidad aparente, ya que la verdadera dicotomía está dentro de ella misma. A sus inclinaciones apasionadas y a su falta de inhibiciones, ella misma contrapone un deseo auténtico de paz, orden y dignidad que únicamente pueden ofrecer la conformidad con las exigencias del orden social. Fortunata desea ser una esposa honrada y virtuosa, como Jacinta, por eso se yuxtaponen con su apasionado amor por Juanito su respeto y su compasión profunda por Maxi. No obstante, cuando se ve forzada a elegir entre los dos, su empuje natural domina su voluntad, haciendo que Fortunata rechace el refugio de la sociedad. La pasión anula el sentido del honor, la paz y la seguridad matrimonial. La situación desgarradora de Fortunata indica que la lucha del bien y el mal, y sobre lo que es moral contra lo inmoral es insignificante cuando la pasión pasa por alto su deseo de ser esposa legítima y de llevar una vida socialmente aceptable. Su carencia de inhibiciones no le deja hacer en el teatro de la sociedad un papel decente como el de su antagonista Jacinta, con respecto a quien muchas veces se siente inferior y a quien a la vez, admira profundamente por su condición angelical.
Las leyes de la naturaleza se oponen a las del sistema social establecido, por lo que Fortunata se halla impulsada por el vaivén arrebatador de la doble condición de la humanidad: el bien y el mal. Fortunata se halla igualmente atraída por el angelismo de doña Guillermina y Jacinta, como por el diabolismo de Mauricia la Dura. Su vida es un vaivén que oscila entre el diabolismo y el angelismo, entre el bien y el mal. En el centro de esa doble atracción se halla su amor a Juanito. En sus impulsos de angelismo le gustaría identificarse con su rival Jacinta y conquistar su cariño y amistad. En sus momentos de tentación satánica ansía su mal y destrucción. También en su condición angélica se convierte en la mujer honrada, caritativa y compasiva para su marido Maximiliano, pero los arrebatos diabólicos desatan, en cambio, el odio contra él y la conducen a su deshonra. Jacinta es, sin embargo, un poder de doble signo desgarradoramente vivo para la atormentada Fortunata.
En su fervor por su ascensión angélica, Fortunata reafirma en diversas ocasiones su capacidad para ser ángel frente a su rival Jacinta, que es una mujer incompleta en medio de su perfección angélica. Jacinta puede ser todo lo ángel que se quiera, “pero no tiene hijos”. Con la llegada del niño, Fortunata estará en capacidad de ser conjuntamente madre y ángel. El común agravio de Aurora para las dos, ya le hace participar a ella en cierto modo de la condición angélica de Jacinta: «nos han engañado a las dos, porque somos dos las agraviadas, y usted debe saberlo... Aquélla es un ángel; yo otro ángel; digo, yo no... Pero hemos tenido un hijo, el hijo de la casa.»
La plena aptitud para la perfección angélica llega a Fortunata, sin embargo, momentos antes de morir. El progresivo acercamiento a Jacinta está próximo a dar su fruto. Entregar su propio hijo a su rival estéril es un acto de virtud sublime que implica desprendimiento, caridad, perdón, voluntad de sacrificio, renunciamiento ascético, y superación de la naturaleza humana. Fortunata tiene plena conciencia de que su acción equivale a un sacramento de regeneración y de expiación que ha de limpiar su alma pecadora: «Con ella no necesito sacramento, claro, como que me lo han dicho de arriba. Siento aquí en el corazón la voz del ángel que me dice... Es la llave de la puerta del cielo.»
En medio de su postración física alcanza el éxtasis religioso de la inspiración sobrenatural que la reafirma plenamente en su condición angélica y pronuncia sus últimas palabras: “Soy ángel... ¿no lo ve?” De vuelta del cementerio su amigo Ballester y su marido Maximiliano confirman la condición angélica de Fortunata y se proponen amarla en el futuro “como se ama a los ángeles”. La muerte de Fortunata sublima a ésta después de un gesto de bondad y generosidad.
En el movimiento ondulatorio de la novela polarizado en los conceptos del bien y del mal surge la presencia de la Naturaleza como una voz que no se debe desoir. Al hacer el balance de su vida con Fortunata, Maximiliano reconoce su equivocación fundamental: «Yo me equivoqué -dice-, y ella también se equivocó. No fui yo solo el engañado: ella también lo fue. Los dos nos estafamos recíprocamente. No contamos con la Naturaleza, que es la gran madre y maestra que rectifica los errores de sus hijos extraviados. Nosotros hacemos mil disparates y la Naturaleza nos lo corrige. Protestamos contra las lecciones admirables que no entendemos, y cuando queremos que nos obedezca, nos coge y nos estrella, como el mar estrella a los que pretenden gobernarlo.»
La Naturaleza es un poder que les manipula. Lanza a Fortunata a las honduras del pecado, pero, al mismo tiempo, la rescata, haciéndola apta para su función regeneradora. Gracias a la entrega de su hijo mediante un sacrificio voluntario, la “ley de la sangre” (Naturaleza) adquiere una significación de carácter religioso. Las fuerzas misteriosas del orden natural quedan así integradas dentro de la esfera de la divinidad.
La Naturaleza se ha encargado de que Fortunata sea solamente la portadora del heredero de los Santa Cruz, un agente externo que ha contribuido a la sucesión de una dinastía. Una mujer del pueblo, y como pueblo que es, alguien a quien la burguesía explota cuando le interesa. Como el pueblo, Fortunata es fructífera, en contraposición a Jacinta, que representa la burguesía y como ésta, es también estéril.
3. Jacinta: la evolución hacia la maternidad.
Jacinta entrará en la familia Santa Cruz para cortar los vuelos de Juanito y se reforzarán así los lazos maternales. Nunca se considera la posibilidad de que el joven se autodiscipline sino que bien al contrario, se le insta a que se quede en su casa paterna. Su carácter permanecerá congelado en la infancia y en la inmadurez. La boda con Jacinta reconforma la familia Santa Cruz en una unidad de núcleo doble: dos parejas, dos alcobas, dos matrimonios. A partir de aquí, Jacinta se encontrará aprisionada bajo doble llave: la sumisión, impuesta por la madre, a Juanito le resuta a éste sumamente beneficiosa, manda en la casa sin esfuerzo ni trabas de ninguna clase: «En la casa no había más opinión que la suya; era el oráculo de la familia y les cautivaba a todos... la más subyugada era Jacinta, quien no se hubiera atrevido a sostener delante de la familia que lo blanco es blanco, si su querido esposo sostenía que es negro». Aquí encontramos una clase distinta de opresión: el condicionamiento social. No sorprende que Jacinta haya internalizado los códigos familiares y sociales establecidos para mantener lejos a los pobres, rebajar a la hembra y ensalzar al varón. De recién casada acepta ciertas prerrogativas masculinas: «”Bien conozco que los hombres la han de correr antes de casarse”», le dirá a Juanito. Y de acuerdo con lo esperado, se hará eco de los prejuicios de su autoritaria e influyente suegra en todo cuanto respecta a otras mujeres que creerá que todas quieren atrapar a su hijo. Jacinta concibe a Juanito siguiendo la pauta de Barbarita, como si fuera un chiquillo; la adiestraron a perdonar sus travesuras, a eximirle de toda responsabilidad por sus acciones. La gravedad de sus traspiés se minimiza, son faltitas y deslices sin importancia.
Existe un paralelismo de actitudes y emociones de suegra y nuera al reverenciar la autoridad masculina, y especialmente al reverenciar la autoridad de Juanito. Barbarita adora al hijo, lo idolatra. Esto traerá graves consecuencias para el matrimonio de Jacinta, que terminará en un estrepitoso fracaso a causa de la usurpación por parte de Barbarita del papel de esposa. A la sombra del decoro de la vida familiar, se manifiestan oscuros designios, son pequeños detalles como los motivos de la tela, de los hilos y de los lazos, así como el arreglo del matrimonio por conveniencia, el viaje de novios, y las subsiguientes relaciones matrimoniales. Doña Bárbara ha establecido una insidiosa inversión de la relación madre-esposa: en primer lugar, Jacinta ha sido despersonalizada y después Barbarita la ha objetivado; sirve como «una calza», para tener más atado a su hijo adorado. Ahora la esposa debe ser ante todo maternal, una mujer-madre, un duplicado de su suegra. La situación resulta propicia para que la celosa madre ocupe la posición de Jacinta, neutralizando, corrompiendo el papel de la esposa de forma que desaparezca cualquier posible competencia por el cariño de su hijo.
El matrimonio arreglado es un lazo familiar que aproxima incestuosamente la madre al hijo: cuando lo reprende, vislumbramos la simiente de una unión estéril; en ningún matrimonio tan viciado de raíz cabe prosperidad y crecimiento. El gran árbol familiar revierte hacia sí mismo y se convierte en una imagen irónica de la fertilidad cuando Barbarita le dice al hijo: «”Es preciso que te cases. Ya te tengo mujer buscada. Eres un chiquillo, y a ti hay que dártelo todo hecho. ¿Qué será de ti el día que yo falte? Por eso quiero dejarte en buenas manos... yo tengo que cuidar de todo: lo mismo de pegarte el botón que se te ha caído, que de elegirte la que de ser compañera de toda tu vida, la que te ha de mimar cuando yo me muera”».
Jacinta se adapta en seguida al papel de madre sustituta. Junto a las presiones y la pasión de Barbarita por el hijo, se trasluce otro hecho incestuoso: Juan y Jacinta, educados desde la niñez en la misma casa, son primos carnales y parecen hermanos. Su relación se ha basado siempre en el compañerismo; tienen la misma edad, han compartido la cama, peleado por los mismos juguetes y recibido idénticos castigos de igual madre. Son dos personas que se tratan con «vivo cariño fraternal», por eso Juanito Santa Cruz se siente «acobardado delante de aquella flor criada en su propia casa, y tenía por imposible que las cunitas de ambos, reunidas, se convirtieran en tálamo.» Cuanto mayor es el respeto que guarda a su esposa, menor es el apetito sexual y el respeto que siente Juan ante su mujer no es sino una forma de amor propio.
Jacinta, en contraposición a Fortunata representa el mejor elemento de la sociedad; tiene pasiones fuertes pero no es esclava del instinto y sabe conformarse con las cosas. A esta aparente ventaja, sin embargo, se opone su incapacidad para darle un hijo a Juanito Santa Cruz, lo que la hace débil e inútil ante la fértil Fortunata. Sus ventajas restringen sus pasiones, borran su mundo interior y la convierten en juguete de ajenas convenciones sociales. La obligan a representar un papel de falsa elegancia. Ella no pasa por encima de las normas aceptables en su intento de realizarse, pero al igual que Fortunata, es también víctima, porque, al elegir entre lo que quiere y lo que debe, no puede reconciliar unas realidades con otras. Por ejemplo: ante Moreno-Isla representa su papel formal de mujer mesurada en vez de ser más natural, con tal de que nadie pueda dudar de su virtud. Cuando Fortunata pasa por encima de las leyes establecidas dando un hijo a Juanito, Jacinta sigue correcta y decente, modelo de la así llamada mesurada conducta de bien nacida, pero no logra satisfacer sus pasiones como lo logra Fortunata. Al fin, cuando parece tener lo que siempre deseaba, a su marido sin amante y a un hijo de él, ya es algo tarde, pues la imagen que tenía de Juanito se ha despedazado del todo.
La conciencia de la propia esterilidad de Jacinta y de su incitación maternal frustrada es la que trasmite el tema de la maternidad con más eficacia y patetismo. Todos los aspectos parecen conspirar para recordar constantemente a Jacinta que le ha sido negado lo que más anhela: Su obsesión por tener un hijo.
La unión de dos parejas bajo el mismo tejado remite a que Juanito y Jacinta viven bajo la mirada vigilante de los padres, congelados en la infancia. Las comparaciones y los contrastes proveen comentarios implícitos a la situación: duermen en camas separadas como en la infancia. Los padres, en cambio, comparten un lecho común. Los mayores se sientan juntos en el teatro mientras que Jacinta y Juan ocupan asientos separados. Este repaso de los lazos familiares cuestiona la incapacidad de Jacinta para concebir, la esterilidad se le achaca a ella: es un impedimento físico que padece, como si fuera el pago de la riqueza y los privilegios de que disfruta. Jacinta no llevará en sus entrañas al hijo de Juanito, lo hará Fortunata. Pero Fortunata vive lejos del hogar paterno, apartada del dominio de doña Bárbara. El hijo recupera su hombría periódicamente con la mujer huérfana, sexualmente abierta y sin inhibiciones, alejado del espectro inconsciente del incesto. Jacinta vive en un hogar que no le corresponde ni desempeña su papel de esposa. Fortunata la suplanta en la función de cónyuge. Para conducirse con la esposa con un mínimo de decencia, Juan la tiene que imaginar a guisa de amante, «revestir a su mujer de formas que no tenía y suponérsela más ancha de hombros, más alta, más mujer, más pálida... y con las turquesas aquellas en las orejas.»
Doña Bárbara la sustituye en sus deberes matrimoniales: trata a Jacinta como a una hija, no como a su nuera, dándole órdenes de cumplimiento inexcusable. Y por último, la conducta infantil de Juanito revela su usurpación del puesto que correspondería a un bebé. Teme al niño por ser un posible competidor y se opone a su concepción. Todas estas usurpaciones se extienden a la misma Jacinta, propiciando una especie de alienación. El condicionamiento social y familiar encubren la vaciedad de su vida, tanto que, en ocasiones, duda, no se fía de sí misma, y se acomoda a los dictados familiares, de manera que la coerción y la sumisión de Jacinta a este matrimonio de conveniencia se enfrentan a sí mismos al final de la obra, llevando a Jacinta a adoptar una postura de indiferencia total frente a su marido. A pesar de su linaje, y educación, de la injusticia de su matrimonio y de la etiqueta de estéril, Jacinta se hará a sí misma siguiendo unos valores morales parecidos a los de Fortunata. Conseguirá recrear imaginativamente la realidad de acuerdo con cómo deben ser las cosas. Su espíritu se escapa de las ataduras impuestas de la sociedad. Entiende la vida, el yo, el amor, la amistad como experiencias auténticas y aunque no pueda realizarlas en el mundo real aprende a corresponder a Fortunata y a Moreno, imaginando el abrazo con ella y visualizándolo a él como su esposo legítimo y padre del hijo adoptivo.
El abrazo cierra el proceso de desarrollo espiritual mutuo, teje las relaciones con un punto extraño a los habituales en su círculo. Ambas mujeres tienen que habérselas con traiciones amparadoras de la explotadora conducta del niño-hombre. Las dos mujeres se aproximan, sacudiendo presiones diferentes aunque equivalente, para finalmente trascenderlas y abrazarse como iguales.
«No podía apartar su pensamiento de la persona que había dejado de existir aquella mañana, y se maravillaba de notar en su corazón sentimientos que eran algo más que lástima de la mujer sin ventura, pues entrañaban tal vez algo de compañerismo, fraternidad fundada en desgracias comunes. Recordaba, sí, que la muerta había sido su mayor enemigo; pero las últimas etapas de la enemistad y el caso increíble de la herencia del Pituso envolvían, sin que la inteligencia pudiera desentrañar este enigma, una reconciliación. Con la muerte de por medio, la una en la vida visible y la otra en la invisible, bien podría ser que las dos mujeres se miraran de orilla a orilla, con intención y deseos de darse un abrazo.» ( II,VI, 15)
Jacinta comparte con Fortunata el sentimiento de compañerismo. Aunque Guillermina continúe cuestionando la angelicalidad de Fortunata, Jacinta acabará por reconocerla como una igual, alcanzando así un nuevo nivel de concienciación. Cuando Juanito trate de desenfadarla con los arrumacos habituales, ella lo rechazará con firmeza: «Haz lo que quieras. Eres libre como el aire. Tus trapisondas no me afectan nada», y el narrador añade: «Esto no era palabrería, y en las pruebas de la vida real vio el Delfín que aquella vez iba de veras». Jacinta rechaza a Juanito de una vez por todas, poniendo así punto final a «la continuidad de los sufrimientos que había destruido en Jacinta la estimación de su marido». El sufrimiento de Jacinta se vuelve desdén. Finalmente, Jacinta parece haberse contagiado de las experiencias de Fortunata, a quien tanto le gustaba jugar con la imaginación, convirtiendo a Juanito en un «triste albañil», rebelándose contra las circunstancias. Los papeles de las rivales se invierten: Jacinta comienza a imitar a Fortunata cuando se ve a sí misma como la madre del bebé. El sacrificio de Fortunata produce el doble efecto de dotar a la familia de un heredero y a Jacinta de conciencia crítica respecto a las convenciones burguesas tan meticulosamente observadas por ella.
Aunque el paso del tiempo consiga borrar las huellas de Fortunata de la cara de Juan Evaristo, la contribución esencial quedará siempre impresa en la conciencia de todos cuantos la conocieron. Jacinta se rebela contra «lo desarregladas que andan las cosas del mundo» y por fin reconoce que el positivismo de Juanito sólo servía para defender los privilegios de los que detentan el poder, y acepta la necesidad de cuestionar el orden social establecido.
4. Juanito Santa Cruz: un puente entre dos clases sociales.
Juanito vacila entre dos fuerzas (simbolizadas por Fortunata y Jacinta), entre la revolución y el orden, entre la espontaneidad y el convencionalismo, y logra resolver sus problemas personales fácilmente por medio de una sutil indiferencia, una actitud de pasividad. Juanito hace que se enfoquen mejor los apuros de Fortunata y Jacinta porque es el único de reconciliar deseos contrarios. Cada vez que se ve atrapado entre dos fuerzas, su talento para la transigencia, a diferencia de la pasión de los demás le ayuda a evitar decisiones difíciles entre el todo o la nada. Su carácter es tal que se adapta y ajusta fácilmente a las circunstancias, como señala Jacinta, tras una de sus típicas excusas sutiles: «Me parece que en todo lo que has dicho hay demasiada composición». Si este señorito puede reconciliar unas realidades vitales sin negar las otras es porque no le dominan sentimientos fuertes como a los demás, ni le mueve nunca el elemento trágico de la vida. Así es que Juanito trata unos problemas vitales con ligereza y pragmatiza todo lo posible su existencia humana. Los impulsos y deseos de Fortunata o de Jacinta son más profundos, y en consecuencia, trágicos al ser comparados con el «arte tan sutil y paradójico» de Juanito. Esta facilidad de Juanito para conciliar sentimientos al parecer contrarios acentúa, por contraste, la incapacidad de los demás para armonizar realidades vitales. Él hace que se destaque la diferencia entre los que no pueden transigir fácilmente y los que son más realistas y pragmáticos ante iguales trances. De esta forma Juanito destaca mejor las bases del sentido trágico de la obra de Galdós: «El pérfido Juanito guardaba tan bien las apariencias que nada hacía ni decía en familia que no revelara una conducta regular y correctísima» (II, p. 229). Juanito «es quien es» precisamente por su apariencia y su correcta conducta.
Juanito nació no sólo con las ventajas correspondientes a su extracción burguesa, sino también con las que otorga la naturaleza: buena fortuna, buen aspecto, buena actitud y buen gusto. Concebido con la demora tradicional y con los augurios apropiados, es un joven príncipe, arquetipo del héroe de la restauración, que equivale a decir que es el «señorito» personificado dedicado solamente a pulir su imagen externa y a satisfacer discretamente sus necesidades biológicas. A través de él se establece un puente entre dos clases sociales: el pueblo, representado por Fortunata, y la burguesía, representada por Jacinta. Fortunata reconoce la valía de la refinada y civilizada Jacinta, al tiempo que ésta envidia terriblemente la fertilidad de Fortunata. Esta diferencia entre las dos mujeres es expresada con claridad por Fortunata mediante su «idea». Teóricamente, cada una reconoce sin dificultad la fuerza y la ventaja de la otra y el tema trágico que desencadena Juanito con sus andanzas, comienza a tomar forma porque la reconciliación de las fuerzas vitales sólo es posible en la mente. Ambas mujeres se conocen de pensamiento la una a la otra, se aceptan mutuamente y hasta imaginan que la una es como la otra. Pero la reconciliación apenas va más allá del nivel de cómo debería ser la realidad: ni Fortunata ni Jacinta pueden ser al mismo tiempo lo que son y participar también en el mundo de la otra, aunque lo mismo la una que la otra necesitan de ese mundo y dependen de él para llenar y completar el suyo. No sólo la voluntad de Fortunata interfiere con la de Jacinta, sino que, lo que es más importante, su pasión interfiere con su propio deseo de disciplina. Igualmente, la mesura de Jacinta interfiere con el amor. En todos los casos -y cada uno de los personajes se ven en el trance de tener que elegir- hay un conflicto entre dos «bienes» que no pueden convivir y realizarse en la misma persona.
Tanto Fortunata como Jacinta son moralmente superiores a Juanito, pero es él quien rige su destino, deslizándose complacido por encima de todos los obstáculos. Fortunata se lamenta de que la suerte no la haya deparado un amor dentro de su propia clase: «Si es lo que a mí me gusta, ser obrera, mujer de un trabajador honradote que me quiera... No le des vueltas, chica: pueblo naciste y pueblo serás toda tu vida». Fortunata escoge a Jacinta como modelo porque le gustaría ser honrada como ella, la tiene por un modelo de perfección moral, sin conocerla personalmente aunque resiente el «robo» de Juanito: «La aborrezco y me agrada mirarla, quiere decirse que me gustaría parecerme a ella, ser como ella, y que me cambiaría todo mi ser natural hasta volverme tal y como ella es». Tras el primer encuentro, Fortunata siente un «vivo deseo de ser, no sólo igual, sino superior a la otra». Deseo que acabará afirmando la primacía del poder de la pasión cuando se convierta en desdén por la esterilidad de Jacinta: «(...) cuando tocan a tener hijos no me rebajo a ella, y levanto mi cabeza, sí señora...» La contradicción que previamente sentía entre el odio y la admiración por Jacinta está redefinida como una oposición entre una admiración ya atemperada y el desdén. Fortunata sigue admirando y anhelando tener la respetabilidad de Jacinta mientras que también entiende que su rival está «debajo de ella» a causa de su esterilidad. Esta lucha de sentimientos tan encontrados ilumina poco a poco la conciencia de Fortunata. Le inspira un sentimiento de clase:
«Si estuviéramos como usted, entre personas decentes, y bien casaditas con el hombre que nos gusta, y teniendo todas las necesidades satisfechas, seríamos lo mismo. Sí señora; yo sería lo que es usted si estuviera donde usted está... Vaya, que el mérito no es tan del otro jueves, ni hay motivo para tanto bombo y platillo. Y si no, venga usted a mi puesto, al puesto que tuve desde que me engañó aquél, y entonces veríamos las perfecciones que nos sacaba la mona ésta». (II,VI,III)
Fortunata reconoce que las diferencias en posición social han distorsionado la ecuación que de otra manera hubiera existido entre su propia respetabilidad y la de Jacinta. Este reconocimiento y también el saberse objeto trae consigo la preocupación de si será capaz de romper las ligaduras que la atan al presente o si, por el contrario, podrá hacer aquello que quiere, pasando por encima de todas las convenciones sociales, por lo que se decantará cuando haya madurado su «idea», que comprenderemos cuando quede embarazada del hijo de Juanito. El nacimiento del heredero a la casa de los Santa Cruz supone la encarnación de la idea: justifica la creencia de que es superior a Jacinta y establece sin lugar a dudas su legitimidad por la «verdadera ley de la sangre». En consecuencia, Fortunata no pide a Juanito que la reconozca o que la asista, sabe que no es digno de confianza, en su lugar exigirá que Don Baldomero y Doña Bárbara reconozcan al nieto. El vínculo indisoluble, por lo tanto, lo establece la relación biológica: se ve como mujer legítima, porque es capaz -lo ha probado ya- de dar a Juanito un heredero. Es la Naturaleza misma quien confirma y sanciona estos vínculos, aunque finalmente el vínculo se extiende hasta Jacinta, a quien Fortunata regalará a su hijo antes de morir. Así, durante toda la obra, Fortunata y Jacinta interfieren la una en la vida de la otra: cada una de ellas está obsesionada por la otra. Fortunata está obsesionada por la angelicalidad y la esterilidad de Jacinta y ésta se obsesiona por la belleza de Fortunata y su amor imperecedero por Juanito, que se ha convertido en el auténtico punto de partida de la evolución de ambas mujeres.
Conclusión
Los tres personajes principales de Fortunata y Jacinta establecen un triángulo amoroso desde el principio de la obra hasta el final. Un hombre y dos mujeres atrapadas por su condición social, cada uno con una actitud diferente ante la vida y ante la humanidad. Juanito Santa Cruz es el Delfín, un heredero rico e inteligente que se aprovecha de todo cuanto le rodea: la adoración de sus padres, la humillación de su esposa y la belleza de una mujer de clase baja para convertirla en su amante. Es el único personaje de la novela que permanece sin evolucionar, sin embargo, es también el punto de partida a partir del que evolucionan las dos mujeres de su vida: su esposa y la mujer huérfana, madre de su hijo. El mundo en que vive la una interfiere constantemente en el mundo de la otra y esta interferencia hará que ambas mujeres lleguen a conocerse, a tener sentimientos encontrados la una hacia la otra e incluso redimirá a Fortunata en el momento de su muerte, cuando le ceda su hijo, su mayor bien, a Jacinta. Del odio y del desprecio inicial llega la comprensión y el sentimiento de compañerismo por parte de ambas mujeres al final de la novela. Estos sentimientos harán que ambas mujeres participen de los mismos miedos y agravios cuando Juanito abandone a ambas por Aurora Samaniego. Fortunata atacará a Aurora en su nombre y en el de Jacinta. La culminación de estos sentimientos y la sublimación de Fortunata tendrán lugar cuando ésta le de a su hijo a Jacinta para que lo críe y lo cuide como si fuese su verdadera madre:
«(...) Lo que hay es que yo se lo quiero dar, porque sé que ha de quererle, y porque es mi amiga. Escriba usted: «Para que se consuele de los tragos amargos que le hace pasar su marido, ahí le mando al verdadero Pituso. Éste no es falso, es legítimo y natural, como usted verá en su cara.» (II, VI, XII)
Con el hijo natural, Fortunata ha establecido la legitimidad de la ley de la sangre. Desde que entró en la vida de Juanito Santa Cruz siendo para él «un animalito muy mono, una salvaje que no sabía leer ni escribir.», su vida ha sido una evolución constante que ha culminado con la materialización de su “idea”. Su angelicalidad queda probada ante todos y sobre todo ante Jacinta, que la perdona y la reconoce como una igual. Cuando Fortunata muere es reconocida por todos como la madre natural del heredero de los Santa Cruz, es, por lo tanto, alguien importante dentro de la Sociedad.
«Los domingos, cuando su mamá las sacaba a paseo, en larga procesión, iban tan bien apañaditas que daba gusto verlas. Al ir a misa, desfilaban entre la admiración de los fieles; porque conviene apuntar que eran muy monas. Desde las dos mayores que ya eran mujeres, hasta la última, que era una miniaturita, formaban un rebaño interesantísimo que llamaba la atención por el número y la escala gradual de las tallas. Los conocidos que las veían entrar, decían:
- Ya está ahí doña Isabel con el muestrario.
La madre, peinada con la mayor sencillez, sin ningún adorno, flácida, pecosa y desprovista ya de todo atractivo personal que no fuera la respetabilidad, pastoreaba aquel rebaño, llevándolo por delante como los paveros en Navidad.» (I, II, 4)
El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra Delfín como «el nombre que se le daba al primogénito del rey en Francia». El delfín era, por lo tanto, el príncipe heredero del trono y en este caso, Juanito es el “príncipe” heredero de la gran fortuna de la familia Santa Cruz.
Fortunata se considera la esposa natural de Juanito Santa Cruz porque, al contrario que Jacinta, le dio un hijo antes y puede volver a dárselo, de ahí su “idea”: «esposa que no tiene hijos no es tal esposa».
GEOFFREY RIBBANS, JOSÉ F. MONTESINOS Y STEPHEN GILMAN en su artículo dicen lo siguiente: «Desde que Fortunata tiene una clara visión de Jacinta, ésta ejerce sobre ella una poderosa fascinación. Es admirable el capítulo en que se describe la visita que hace a las asiladas de las Micaelas un grupo de señoras aristócratas en el cual, dice Galdós, “había algunas, justo es decirlo, que habían pecado mucho más, pero muchísimo más, que la peor de las que allí estaban encerradas”. Entre esas damas, pero no entre las pecadoras, está Jacinta, de la que Fortunata no puede apartar los ojos. La distinción, el señorío, la dulzura, la bondad de la señora de Santa Cruz tienen a la pobre Fortunata literalmente hipnotizada. Desde aquél día, nada quisiera ella como parecerse en algo a aquella dama tan linda y tan buena. Sus sentimientos -creo esto de una verdad psicológica irrefragable- son una curiosa mezcla de odio y de amor, afecto este último que no deja de parecer en ocasiones algo como una oscura conciencia de solidaridad. (...)» “En torno a Fortunata y Jacinta”, Francisco Rico, Historia y Crítica de la literatura española, Vol. V, ed. Crítica, 1982, Barcelona.
Véase nota 3.
La esterilidad de Jacinta se opone a la ley de la naturaleza. El matrimonio de conveniencia se opone al “matrimonio natural” entre Juanito y Fortunata. La burguesía no fructifica, no prolifera, vive de las rentas, a costa del trabajo ajeno, en este caso, vive a costa del trabajo del pueblo, que sí fructifica. Siguiendo esta comparación vemos que es imposible que Jacinta dé fruto de su unión con Juanito Santa Cruz.
GEOFFREY RIBBANS escribe que Doña Bárbara considera que el matrimonio es una prolongación, un sustituto del cariño maternal. (Según el artículo de HARRIET S. TURNER: “Lazos y tiranías familiares, una reevaluación de Jacinta”.
Jacinta ha conseguido finalmente independizarse de su marido, como Fortunata se ha independizado del sistema social establecido. Ha puesto en duda los valores que había creído ciegamente y al igual que Fortunata los ha cuestionado y se ha enfrentado a ellos. Por eso se siente tan cerca de la que hasta entonces había sido su rival.
Según el artículo de ANTHONY N. ZAHAREAS, El sentido de la tragedia en Fortunata y Jacinta, en el tema trágico de Galdós un «bien» en su sentido filosófico es aquello que posee para alguien un valor incomparable de cualquier tipo.
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Enviado por: | Montse Sánchez |
Idioma: | castellano |
País: | España |