Filosofía y Ciencia


Filosofía del lenguaje


Frege, Russell y Wittgenstein I nos ayudan a comprender como se inicia toda forma de comunicación sea en el que idioma que sea. Estos autores, aunque nunca lo dijesen explícitamente, hablan de los procesos de asimilación del lenguaje, de la creación de las ideas mentales que tenemos del lenguaje y de cómo el lenguaje es necesario para que todo individuo pueda sobrevivir. Sobrevivir es comunicarse. No hacerlo, significa morir.

Russell y Wittgenstein desarrollan las teorías de Frege encontradas por Russell. Frege es por tanto el punto de inicio, con el que los demás desarrollan sus teorías y modifican algunas sustancias.

Atendiendo a la lógica de Frege, se podría afirmar que cuando un niño/a empieza a aprender un idioma (cualquiera que sea), éste atiende un orden lógico en la forma de hablar de los adultos. El niño/a comprende que cuando le hablan, en toda forma de comunicación hay un objeto al que nos referimos, una acción y un objeto receptor de la acción, que puede ser él mismo emisor u otra persona, animal u objeto. Si un padre le dice a su hijo: “Juan, cómete esta galleta”, el niño/a cogerá la galleta, si ya tiene fuerza en sus manos, y se la comerá. Sin embargo, si le dice: “Cómete la redonda”, el niño/a no será capaz de asociar la forma redonda de la galleta con la propia galleta. Por otra parte, el niño comprenderá con el tiempo, que se dice “dicho” y no “decido”, porque tal y como dice Frege el lenguaje no es ideal, porque no siempre es lógico, “aunque fuese deseable”, afirma.

Russell nos viene a decir que un lenguaje ideal es aquel que está bien estructurado de una forma jerárquica perfectamente construida, razonada y coherente. En realidad nos habla de una gramática perfecta que sólo existe en algunos libros. No voy a negar que el aprendizaje de una lengua se realice escuchando al resto de personas de tu entorno, ni que se haga comprendiendo las estructuras básicas de la gramática. Sin embargo, otra estructura ya existe en el niño/a durante los dos primeros años de su vida aproximadamente. Cuando el niño no lo dice pero en su cabeza está la potencia de decir “decido” en vez de dicho, es porque su cerebro ya ha organizado esa forma de lenguaje. Por lo tanto, el lenguaje ideal, dado el supuesto caso de que existiese (ni lo afirmo ni lo niego), realmente no existe hasta que el niño/a ya ha empezado a hablar y es capaz de aprender con la ayuda de los adultos. El planteamiento de Russell de reducir el lenguaje a: “esto/a, eso/a, aquello/a”, es muy bueno para los momentos iniciales en que los/as niños no saben pronunciar ninguna palabra y necesitan indicar algo para obtenerlo; sin embargo, en cuanto el/la niño/a empieza a balbucear, estos términos dejan de usarse, dado el caso de que dicho niño/a usase todos ellos.

Wittgenstein I afirma que el lenguaje es una herramienta que sirve para conocer los hechos físicos de la realidad. Cuando un niño/a debe identificar el objeto que busca, dice: “Papá dame el pan”. Si dijese: “dame eso ó dame la leche”, el padre no entendería nada. La necesidad tan básica de saber cómo se llaman las cosas, es la que nos obliga a hablar el lenguaje que nuestros mayores ya hablan. Wittgenstein I afirma que los hechos pueden ser representativos (un dibujo), declarativo (“te quiero”), descriptivo (“es bonito”) o científico (“el agua cae del cielo”). Todo aquello que no es físico, es abstracto. Todo lo que es abstracto, no existe en el cerebro de un niño que aprende a hablar, porque su cerebro no ha terminado de crecer.

Aunque cada lengua tenga una morfología y una sintaxis diferentes, las siguientes teorías pueden servir para conocer parte de las teorías del aprendizaje de la producción inicial de cualquier idioma.

Wittgenstein II supone que el niño/a ya sabe pronunciar algunas palabras. Este propio hecho ya hace que el/la niño/a domine el lenguaje. Es decir, cuando la necesidad de comprender lo que dicen otros pasa a un segundo plano, lo importante es imitar el lenguaje. Wittgenstein II diría que “dicido” está bien dicho, simplemente porque el niño ya ha pronunciado una palabra. Por ello, todo esto que los adultos llamamos errores son a todas luces un auténtico lenguaje; y es así, porque para que el niño dijese “decido” y no dicho, se tuvo que dar un circunstancia en la que el niño tuviese la necesidad de decir eso. Es lo que llama Wittgenstein II: contexto. Si debe existir una razón o contexto para que exista el lenguaje, entonces las reglas generales y/u universales del lenguaje, no tiene razón alguna para existir.

Austin modifica algunas cosas y mantiene otras de Wittgenstein II. Traduciendo lo que modifica, Austin afirmaría que no sólo es necesario conocer y pronunciar palabras. Afirma que tienen que estar dirigidas hacia alguien y contener una información de aquello que el/la niño/a quiere transmitir. En “Papa, pásame el tomate”, vemos que el/la niño/a debe dirigir la atención sobre alguien: su padre; debe indicar la acción que el receptor (su padre) quiere que realice; y debe seleccionar el objeto que quiere que el receptor le entregue. Austin desarrolla y amplía el número de acciones que el niño puede hacer, clasificando los verbos. Puede evaluar algo: “Eso es bonito”, hacer algo: “voy a comer”, comprometerse a algo: “Hablaré con Juan”, comportarse de un determinado modo: “Pues ahora no quiero jugar”, y exponer o razonar: “No quiero comer más porque estoy lleno”.

Searle amplia y clasifica el número de acciones que un niño puede realizar, denominadas actos del habla. Afirma que puede ser asertivo: “¿Cómo funciona el juguete?”, puede dirigir: “Por favor, abre la ventana”, puede comprometerse a hacer algo: “Prométeme que me llevarás al parque”, puede expresar algo: “Gracias por ayudarme” y puede declarar algo: “No te quiero escuchar”. Estos actos son la base de una ciencia, denominada pragmática.

Sin embargo, Searle modifica la teoría de Austin para afirmar que por pocas reglas que haya, deben de existir y tener una estructura mínima, porque existen proposiciones, frases y oraciones. Estos tres tipos de estructuras son las que configuran el acto del habla. Es decir, decir una única palabra no sirve para nada, si no tiene un sujeto, un verbo y un predicado: “Papá juega conmigo”.




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Enviado por:Turnek
Idioma: castellano
País: España

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