Sociología y Trabajo Social
Familia: nueva problemática
ÍNDICE
PÁGINA N° TEMA
1 - - Índice.
2 - - Introducción.
3 - 1 - El Matrimonio - La iniciación de una nueva familia.
4 - 2 - Cuando llegan los hijos.
6 - 3 - Las obligaciones y el afecto en la familia.
8 - 4 - El respeto por los derechos humanos.
10 - 5 - La educación instructiva e institucional de los hijos.
13 - 6 - La formación, comunicación y educación sexual en la
familia.
15 - 7 - El rol de los padres frente a las adicciones y enfermeda-
dades nerviosas.
18 - 8 - La intolerancia ante los problemas y la separación con-
yugal.
21 - 9 - La formación religiosa en la familia.
23 - 10 - La pobreza, causas y consecuencias, en la integración fa
miliar.
26 - - Conclusión.
28 - - Bibliografía.
INTRODUCCIÓN
La crisis y dificultades que se viven a través de la organización de la sociedad Argentina, no se terminan en inconvenientes sólo de sus estructuras políticas y económicas, sino que es algo mucho más complejo.
El nudo de estos problemas llega hasta el núcleo primario de la sociedad: la familia.
Es indispensable tener en cuenta que la etapa inicial en la formación de toda persona se produce en el hogar, en el seno de la familia.
Los valores se captan por primera vez en la infancia; se sigue el ejemplo de los mayores y se inician los hábitos que luego conformarán la conducta y afianzarán la personalidad.
Este período inicial de la vida determina los trayectos del posterior comportamiento moral; donde tendremos arraigadas, o no, las nociones del bien y del mal.
Más tarde, la convivencia con los diversos ambientes con los que nos interrelacionemos como: la escuela primaria, las amistades, la enseñanza secundaria y superior, el trabajo, etc.; irán moldeando las actitudes individuales de cada persona.
Pero ante todo, lo realmente importante es la inevitable y grandiosa tarea de formarlos con todo el soporte de valores y principios cristianos que a su vez legarán a las generaciones del mañana.
1 - El Matrimonio - La iniciación de una nueva familia
Como todas las cosas, la familia tiene una iniciación. Ella es el matrimonio, es decir la unión de dos miembros de distintas familias, que se unen para conformar un nuevo hogar.
La vida conyugal es como comenzar a escribir un libro con sus páginas en blanco, en donde se principia por definir a sus protagonistas.
Por supuesto como cualquiera que comienza esta tarea, piensa en un esquema de argumento, dónde los demás “personajes” de la trama se irán agregando a medida que el tiempo transcurre.
Es crucial, al emprender este camino, tener en claro cuáles son los ideales y sueños personales de la pareja. Pero fundamentalmente establecer y detallar sinceramente los propios, algo que no todas las personas que llegan al matrimonio tienen muy en claro; a veces por la considerable juventud, o por no quedar solos luego de haber pasado los 30 años; a veces por desidia, para escapar de alguna problemática familiar, o por interés económico.
Lo importante es que sea por mantener, y sobre todo, engrandecer el verdadero amor. El amor “servicial”, el que se empeña constante y perseverante a buscar el bien del otro y hacerle la vida agradable.
Con la acción de este amor “servicial” se pueden sembrar buenos sentimientos y realizar proyectos familiares.
Por supuesto, con desear algo no basta para poder lograrlo. Pero habremos dado un gran paso si tratamos de mejorar como personas, respecto a nuestras relaciones, y por sobre todo, tratar de llegar a esas metas y/o planes conjuntos, con buenos y honestos sentimientos.
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Mantener la comunicación de los cónyuges es esencial, compartir problemas y alegrías, sin hipocresías ni envidias.
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Respetar al otro, cuidando los gestos, el tono y las palabras; evitar la indiferencia o las críticas. Expresar las cosas claramente, con espontaneidad y sencillez, pero cuidando no herir sentimientos.
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Interesarnos, más que por sus ocupaciones, por como se ha sentido durante el día en el desempeño de las mismas.
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El cuidado lógico del aspecto físico, en cosas tan simples como la higiene personal, sin llegar a querer ser “modelos” o “atletas”.
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Compartir algún gusto en común: los viajes, un deporte; el arte; etc.
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Agradecer al cónyuge las cosas que hace por nosotros; y no esperar que el otro, siempre y por cada simple cosa que hagamos, se sienta abrumado de reconocerlo permanentemente.
2 - Cuando llegan los hijos
No alcanza el hecho biológico de la procreación para ser padre o madre, es necesario el acto de reconocimiento efectivo para que la paternidad o maternidad sean constructivas.
Es más, lo importante de ser padres no pasa por el mero hecho biológico, ya que hermosas familias están conformadas únicamente por uno o varios “hijos del corazón” y/o de “la panza”, o ambos.
Tener un hijo es un hecho tan trascendente que ni siquiera se modifica por la llegada de otro hijo. Por que el amor filial, no se sustituye, ni se olvida.
Cada persona ocupa “su” lugar particular, diferente e irremplazable, distinto de cualquier otro.
Esta trascendencia convierte el vínculo en indisoluble porque nunca deberá, ni podrá desentenderse desde la responsabilidad, ni desligarse desde lo biológico o afectivo. Pero significa, además, que ese hijo está designado para trascenderlo, en tanto es el padre (y/o madre) el que lo introduce en la cultura y lo convierte en el protagonista de su propio destino. Esto es vivido como un desafío por los padres, que no pueden dejar de involucrarse desde todo su ser.
Desde la identidad, porque necesita un sucesor; desde el amor, por la felicidad que le causa. Se proyecta en el hijo con la esperanza que éste lo colme en todas sus expectativas.
El entrecruzamiento de estas situaciones es lo que convierte a la paternidad (maternidad) y a la filiación, en un abanico de posibilidades en las que no hay una fórmula establecida, ya que en la continuidad del ejercicio de estas funciones se aprende a ser padres.
Se pueden identificar varias situaciones: lo que los padres esperan de sí mismos en su responsabilidad como padres; y lo que esperan del desempeño presente y futuro del hijo. Lo que el hijo espera de la misión de sus padres, y lo que el hijo espera de su propia realización y destino.
De acuerdo a los ideales y naturaleza de cada uno de los integrantes se crearán distintas situaciones: monólogo, discusión, llanto, conciliación complicidad, rivalidad, confrontación o silencio. Dependiendo ello también, de las circunstancias por las que atraviesen individualmente o dentro del grupo familiar, escolar, laboral o afectivo.
Pero lo importante es que ninguno intente avasallar los deberes y derechos del otro, porque ello provocaría la ruptura del proceso de crecimiento para ambas partes.
Esto lo podemos interpretar de dos puntos de vista diferentes:
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de parte de los padres: cuando intentan elevar al hijo a un ideal que ellos mismos tienen o tuvieron como meta propia y que ahora tratan de lograr a través de su descendencia.
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de parte del hijo: cuando quiere que sus padres lo reconozcan en su propia e inimitable realidad, ser aceptado como es, con lo que siente interiormente.
Los padres deben interrogarse desde su propia realidad, desde sus propias posibilidades no olvidándose de sus fallas. Generalmente las preguntas que se hacen son demasiado abstractas, quedando confuso el presente.
Idealizan su propia historia y alaban el pasado, al que acuden cuando se sienten desorientados, buscando respuestas dadas en las que se excluye su propia participación, no corriendo los riesgos que implica involucrarse en la relación actual con el hijo y su entorno.
Un hijo nos abre a nuevas y múltiples situaciones emocionales, que incluyen el amor, el dolor, la desesperación, la ilusión, la angustia, el temor, la desconfianza, la sinceridad, la alegría, la honestidad, el desconcierto, la incertidumbre, la esperanza, el entusiasmo, la seguridad, la intimidad, la libertad, la cordialidad, la franqueza, etc., etc., etc., . . .
Eso los compromete a preguntarse que “modelo” de padres son: autoritarios, indiferentes, sobreprotectores, tolerantes, obstinados, confundidos, perfectos, necios, una mezcla de varios, o ninguno . . .
Los padres debieran ser del “modelo dialogantes”, aprendiendo a escuchar los mensajes de su hijo, que guarden en su interior la capacidad de recrear el presente mediante el humor; los juegos; la sana complicidad, y muchos otros ingredientes como: habilidad, inteligencia, disposición, experiencia, autoridad, comprensión y carácter, para aceptar las equivocaciones y logros, y sin perder el sentido de sus propósitos e ideales con respecto a su vástago.
3 - Las obligaciones y el afecto en la familia
Esta es una tarea bastante ardua, saber donde comienzan y terminan las obligaciones de cada uno de los integrantes de una familia.
Me refiero a las obligaciones, como al conjunto de derechos y deberes familiares, para con los demás integrantes y para con uno mismo.
Es muy difícil poder lograr que los hijos comprendan en toda su dimensión la importancia de que estudien un idioma; que practiquen un deporte; que sean solidarios con los demás. En definitiva, que hagan cosas que a veces por desgano, indiferencia, u ignorancia no comienzan o no continúan. Ni siquiera toleran la idea de que ello los podrá beneficiar en algún momento de sus vidas; o bien, que posiblemente podrían llegar a ser un medio para desempeñar un oficio o profesión posterior. Como a veces ocurre con la comida, que caprichosamente se niegan a probar sin comprobar si su sabor les pueda resultar aceptable.
Es allí donde la mayoría de los padres sienten el gran dilema de que posición tomar, obligarlos a hacer alguna actividad o desentenderse del problema.
Esto que parece una decisión fácil, no lo es.
Gran parte de los padres piensan que si actúan con firmeza, pueden perder el amor de sus hijos, que jamás serán perdonados; pero a veces son los mismos chicos quienes buscan que se les establezca un límite a sus propios deseos, que los padres les demuestren que realmente se preocupan por ellos y por lo que hacen.
Otros toman una posición totalmente opuesta, la de la obligación en sí misma; pero sin tener en cuenta los tiempos, los gustos, la vocación, los temores, los sentimientos de timidez, o audacia desmedida de cada uno de sus hijos. Y esto también es muy importante, no a todos los hijos o integrantes de una misma familia les gustan las mismas cosas, tienen similar inclinación por la competencia o la misma noción del peligro (por ejemplo en los deportes).
Otros padres, hipócritamente, los anotan en cuanto curso, deporte u ocupación encuentran, para que “no molesten”, “no ensucien”, o “ no destrocen”.
Creo que debe ser el “modelo” de padres que más me avergüenzan, apenan y enojan, ya que no asumen su responsabilidad de padres; no promueven el despertar de otras actividades de su hijo; como tampoco se sienten causantes de la carencia de formación en las normas comunes de convivencia y respeto hacia sus semejantes.
Esta actitud de falta de compromiso hacia su hijo, creo que la toman, por que primeramente ni ellos mismos se respetan como personas.
Se escudan en sus ocupaciones (tanto en el ámbito laboral o profesional externo de “realización”; o a nivel de “ama de casa”); en su mala salud (a veces fingida); en su ignorancia e indiferencia (nunca saben cuándo, y dónde se inicia alguna actividad interesante y provechosa); en la falta de dinero (pero nunca faltan recursos para ropa, peluquería, una nueva caña de pescar, viajes individuales, etc.) dan preferencia a sus gustos, necesidades o frivolidades personales materiales y efímeras dejando de lado el importantísimo deber de la paternidad responsable.
Estos son los padres que no han asumido o han olvidado que “son padres” y además:
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Que uno o varios hijos dependen de sus prioridades.
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Que nunca dejan de ser sus hijos, sin importar la edad, la distancia, o el estado civil.
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Que siempre los necesitan aunque más no sea -y nada menos-, para dar una palabra de aliento, en los tantos tropiezos de la vida.
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Que los padres siempre deben preguntar a sus hijos si pueden ayudarlos y estar dispuestos a hacerlo.
Otros ponen todo de sí, para que su hijo pueda proyectar a largo plazo parte de su vida facilitándole todos los medios disponibles. Previendo su educación; sus gustos; escuchando; y dialogando; pero fundamentalmente, acompañándolos en el camino con cariño, con límites y autoridad, para llegar con éxito a la concreción de las metas.
Pactando de diversas formas la manera que ambos, padres e hijo, puedan extraer desde su interior todas sus potencialidades, tanto en lo intelectual como en lo espiritual; en lo afectivo como en lo físico.
Los padres deben poder reflexionar; saber pedir perdón; orientar hacia las virtudes; el respeto y las normas de educación; convivencia social y familiar, etc.
4 - El respeto por los derechos humanos
En estos últimos 50 años de la historia universal hemos asistido a un importante adelanto en el respeto por los derechos humanos.
No por ello debemos ignorar, que no siempre se cumplen como debieran.
Lo hemos visto en la reciente “limpieza étnica” en Kosovo.
En las matanzas tribales en el norte y centro de Africa.
Y en las martirizantes hambrunas provocadas por la ignorancia y los rigores climáticos; pero por sobre todo, por la falta total de sensibilidad humana, de quienes proveen los medios económicos y las ideologías asesinas, para la compra de armas y los gastos bélicos en general.
En las investigaciones de remedios o recetas destinadas para el consumo posterior en el mundo superdesarrollado, pero que se “ensayan” en el mundo subdesarrollado sin su previo consentimiento; o por acuerdos con sus gobernantes corruptos; o bien por que éstos ignoran los peligros que estos métodos pueden acarrear a su población; etc.
Pero no podemos dejar de referirnos muy especialmente en la falta total de ética, que se pone de manifiesto en algunas “prácticas de la ciencia”, que tienen como meta final “fabricar” seres humanos con el fin de proveer órganos de repuesto, las cuales se “justifican científicamente” sin cuestionarse en ningún momento los valores y principios cristianos, ni su esencial derecho a la vida de los individuos, y a la integridad de las sociedades sometidas a tales “experimentos”.
Debemos proponernos buscar un instrumento válido para el aprendizaje práctico, vital y eficaz de los derechos humanos que podamos tener a nuestro alcance; y que dependa de nuestra generación con proyección a las futuras, para preparar y corregir estas espantosas desviaciones de las mentes impulsoras y permisivas de tales investigaciones, no ejerciendo coerción a los progresos de las ciencias, pero sí que se deslicen dentro de los límites éticos y morales de los preceptos cristianos.
Y a mi entender, la familia posee las herramientas necesarias para que del reconocimiento teórico de los derechos humanos, se pase a su reconocimiento activo, cotidiano y vital.
Tanto el proyecto de amor conyugal como el amor paterno y materno; la valoración de la vida por nacer; el aprendizaje del amor al hermano; el respeto a los ancianos y a los enfermos; se fundan en el amor incondicional hacia y para el otro.
Debemos enseñar desde el mismo seno de nuestras familias, que el respeto por los derechos humanos comienza con el reconocimiento de que: ser humano, implica en primer lugar, obligación frente a los demás hombres, sin discriminación de ninguna índole: ni condición social, cultural o convención alguna.
Para que esto se siembre y germine dentro de la sociedad y se despliegue a niveles más extensos, debemos esforzarnos en fortalecer a la familia, fuente esencial de vida y estructura de humanización; valorizando todos los deberes, derechos, principios y valores tan presentes, vigentes y dignos dentro del Evangelio,
Por lo tanto nuestra tarea es esencial: no permanecer indiferentes, soberbios, tolerantes, ni ignorantes ante los problemas del resto de la sociedad mundial (desarrollada o no) y que en el presente afectan la dignidad de tantos millones de personas; y que si bien, tal vez pensamos que actualmente no tienen influencia dentro de nuestras reglas de vida, de una u otra manera están más cerca de nuestra realidad de lo que creemos; inclusive como ejemplo funesto de lo que no se debe hacer, ni consentir.
5 - La educación instructiva e institucional de los hijos
Educar siempre ha sido una tarea difícil, y especialmente hoy que se observan incertidumbres, dudas, y una gran confusión. Ocurre que hasta principios de los años sesenta se sabía que el modelo que los niños miraban eran sus padres.
El diálogo no importaba demasiado; el ejemplo era lo determinante.
Así como eran los padres, sería el hijo.
Una mirada del padre bastaba para congelar una presunta actitud fuera de norma. La madre cargaba con la mayor parte del rigor, porque se consideraba que al permanecer todo el día con el hijo, criarlos era su tarea específica.
La libertad se iba otorgando gradualmente, conforme a la responsabilidad que el niño fuera adquiriendo.
A partir de la década del sesenta y siguiendo algunas teorías educativas nacidas en los Estados Unidos, todo giró hacia el lado opuesto.
Nada de rigideces que pudieran afectar los desenvolvimientos futuros de los chicos. Fue la época de la libertad total.
Se podía hacer cualquier cosa y hablar de cualquier tema.
No preocupaba si el niño tenía responsabilidad para ello o si estaba preparado para asimilar determinados conceptos en los diálogos. De alguna manera la sociedad se iba a encargar de “socializarlo”. Las exigencias desaparecieron y los padres comenzaron a estar ausentes en lo que a educar se refiere. Paralelamente los medios de comunicación le trajeron otros “modelos” (con muy poco para imitar) que apartaron a los padres del puesto de modelo a seguir: deportistas, artistas de cine o TV, cantantes de rock u otros ritmos, cambiaron las costumbres y gustos de millones de jóvenes en el mundo.
En los años ochenta comenzó el arrepentimiento de los que impulsaron los argumentos vigentes. La experiencia no era la esperada: los chicos crecían con poco aprecio del ámbito familiar, y sin diálogo con sus padres.
Algo similar ocurrió en el ámbito de la de la escuela y la instrucción educativa en general. Los docentes sentían con frecuencia el temor de que la tarea emprendida con tanto trabajo era ignorada o destruida en minutos por agentes extraños, que los valores parecían estar sometidos por los medios, las modas y el clima moral, a caer estrepitosamente. Exigiendo de todos los integrantes de la educación un esfuerzo especial para respaldar y conservar esos valores.
Es que a veces confiamos más en el valor de nuestras fuerzas que la fuerza de nuestros valores.
Ante esta situación, las dos instituciones: familia y escuela suelen enfrentarse y al mismo tiempo elaborar un discurso común de condena y compartir una misma sensación de impotencia y desvalorización.
Esto lleva a un desgaste, donde por una parte, se observa una resignación de la autoridad y del rol propio de la familia a favor de los colegios, adjudicándoles una misión casi salvadora, poniendo en ellos expectativas que sobrepasan sus finalidades propias. Los padres depositan al hijo, y esperan que luego de un tiempo prudencial las instituciones educacionales se lo entreguen educado y preparado para enfrentar la vida, con las herramientas impartidas desde afuera pero carente de los valores y principios internos que toda familia tiene la obligación de transmitir.
Esta pasividad de parte de los padres, lejos de fortalecer la autoridad escolar, la deja sin respaldo y genera un campo de mutuos reproches, donde el hijo-alumno es espectador y víctima.
La acción educativa puede estar dirigida al exterior del hombre (lo que debe saber decir y hacer) o a su interior más íntimo (su dignidad como persona).
Sólo la acción dirigida al ser es verdadera acción educativa, lo demás es informar (saber decir), o entrenar (saber hacer).
Por ello las instituciones educativas no sólo deben tener buena estructura edilicia, tecnológica, disciplinaria, cultural, artística, documental, de formación doctrinaria, etc.
Creo que lo más importante es que tengan una fortalecida agrupación humana de educadores, auxiliares, y directivos que demuestren y hagan valer sus principios y valores personales, sin discriminaciones ni preferencias entre colegas y alumnos.
Y en caso de tener equivocaciones, aceptar que todos somos humanos y por lo tanto imperfectos, que posean la grandeza de reconocerlo dignamente, para reconocer en ese acto la sabiduría de la humildad, y de quienes los alumnos puedan enorgullecerse y tomar como ejemplo.
La única manera de educar no es “empujar hacia”, sino “atraer desde”.
Más de una vez hemos visto educadores a los que los alumnos admiran, más allá de la materia que dicten; de la permisividad disciplinaria que toleren; o de la erudición de sus cátedras. Aman la materia, la estudian y se comportan en sus clases correctamente, porque asientan su amor en el respeto, en el deslumbramiento que irradia quien tienen al frente como una persona con valores, (y errores por cierto), pero con autoridad legal, con firmeza legítima, y con afecto personal. Pero sin soberbias, crueldad, humillaciones, discriminaciones, ni poder desmedido.
Aquí no es el educador el que sostiene los valores, sino que éstos lo mantienen a él; lo respaldan y fortalecen.
Esto es traer desde el valor, que se debe hacer presencia, tanto en la persona de los padres como de los educadores.
Hace pocos años atrás el Papa Juan Pablo II sostenía “La juventud no está muerta... Está adormecida”. Para despertarla hace falta que las voces, proyectos, acciones, y ejemplos sean uno solo, unidos por la presencia generosa de los adultos que los comprenden y la confianza que en ellos depositan aceptando y ayudando a solucionar los tropiezos que puedan encontrar en el camino.
Es la fuerza arrolladora del bien, de la Verdad, y del amor.
El problema de la educación es que los resultados se comprueban a largo plazo; porque los niños y jóvenes habiendo incorporado las virtudes humanas serán capaces de desarrollar su personalidad a fondo con el transcurrir del tiempo.
Por lo tanto se debe insistir, una y otra vez. Empezar de nuevo si fuese necesario para corregir los descuidos, omisiones, equivocaciones o advertencias percibidas.
Todo aquello que pretendemos en las generaciones que nos continúen, debemos luchar por adquirirlo nosotros primero.
La educación entra más por los ojos que por los oídos.
Sólo educaremos de verdad si procuramos que los niños y jóvenes se formen en las virtudes humanas, bajo la luz del Evangelio.
De este modo, la educación podrá parecer un desafío pero no resultar un imposible.
6 - La formación, comunicación y educación sexual en la familia
Se tiende a pensar que la sexualidad se inicia en la adolescencia, lo que es un grave error. Los años previos son fundamentales para educar al niño en la capacidad de postergar la satisfacción de sus impulsos; la capacidad de comunicación; el establecimiento de vínculos; las virtudes humanas; en definitiva educar su corazón. La sexualidad es una característica básica de la persona, por lo que educando a ésta se educa su sexualidad.
Somos la resultante de una interacción entre lo genético y lo ambiental. Los estímulos necesariamente deben ser arbitrados por los afectos.
El ser humano puede carecer de muchas cosas, o tenerlas en su mínima expresión, pero no puede carecer de amor.
En la adolescencia se produce una serie de cambios físicos, psíquicos, afectivos, espirituales, sociales, etc.; se instala la fertilidad, y emerge el impulso sexual con las características de un adulto. La forma de vivir estos cambios tendrá mucho que ver con la manera en que se hayan desarrollado las etapas previas.
En esta etapa pre-adolescente y adolescente, lo que cobra relevancia es la “información” sexual. Esta para ser realmente educativa tendrá que ser formativa, es decir promover conductas, deberá ir acompañada de juicios críticos que recurran a principios y valores.
Las propuestas que se les presentan sólo parecen estar dirigidas a pasarla bien; a vivir el momento; es el apogeo de las emociones y lo pasajero. No se tiene en cuenta que en esta etapa de la vida se delinean los ideales y se bosqueja el proyecto de vida.
Los padres también forman parte del ambiente y se sienten influenciados por el entorno, y ante ello se muestran desorientados y hasta superados, lo que es comprensible. En muchas ocasiones, “prefieren no opinar”, temen “parecer antiguos”, tienen temor de expresar sus valores, aquello que los llevó a obrar de determinada manera en la vida.
Tienen miedo de dar su testimonio para no ser criticados o juzgados que no se adaptan a “la moda”.
Frente a esta actitud de los padres, los adolescentes permanentemente viven situaciones derivadas de responder y actuar sin reflexionar, ante los “imperativos” sociales de la modernidad.
La sexualidad actual no se vive como algo integral, sino que con estas conductas se instrumenta sólo un aspecto de la misma: la genitalidad. Se enarbolan banderas de “libertad” sin tener en cuenta las consecuencias de los actos, es decir, la responsabilidad. Se reclaman derechos, ignorando deliberadamente o no, las obligaciones.
A los adolescentes, se les tiende a insistir con argumentos del riesgo de su actividad sexual: de la posibilidad de embarazos o los peligros de un contagio de enfermedades de transmisión sexual.
Estos riesgos son reales y es muy importante remarcarlos, pero no se puede dejar de señalar también las heridas psicoemocionales que se derivan de las conductas a destiempo, no pensadas y desvinculadas del amor real. Esto último, hace que no se logre armonía y plenitud en el desarrollo de la sexualidad.
Las personas, como seres racionales, pueden reconocerse, aceptarse y ejercer un control inteligente y político sobre sí mismos; pueden orientar sus impulsos y no ser dominados por ellos. Lo importante no es sólo poder seguir un buen camino sino tener claro adónde y en qué condiciones se quiere llegar.
Los jóvenes de hoy son los hombres y mujeres del mañana; son los padres y madres de las nuevas generaciones.
Hay mucho en juego.
Todo lo que se haga por ellos nunca será demasiado.
7 - El rol de los padres frente a las adicciones y las enfermedades
nerviosas
Los problemas generacionales han sido, son y serán una constante dentro de casi todas las sociedades, principalmente dentro de nuestra cultura occidental generalmente consumista de cosas materiales, influenciada por las modas y las comunicaciones, y con poco o nada de arraigo por la sabiduría de los mayores.
Tan diferente y particular frente a algunas de las diversas civilizaciones orientales, donde las tradiciones no se discuten, buenas o malas se siguen, y las personas tienen una increíble resignación por lo que les toca vivir.
La rebeldía de los jóvenes se puede manifestar de distintas maneras: con la música estridente; la ropa extravagante; en el peinado, con los teñidos de colores o los cortes extraños; un nuevo código para comunicarse, etc.
Pero lo realmente grave es cuando esta rebeldía se canaliza a través alguna adicción: al alcohol, las drogas o las enfermedades como la bulimia y la anorexia que destruyen sus metas, anulan sus motivaciones, los aniquilan neurológicamente o directamente los mata.
Los hijos necesitan saber que pueden confiar en sus padres, que las confidencias vertidas por ellos respecto a actitudes de sus pares, no serán tomadas por sus padres como errores propios.
Si un joven relata algo, que considera que no es correcto en otros de su propia generación, es porque ha percibido que hay diferencias entre los hábitos ajenos y los propios. Este es un gran paso, confía en que sus padres puedan reafirmar sus creencias, y no que le reprochen el haber estado presente en actos ajenos de los que no son responsables. Es la oportunidad para iniciar una charla a fondo. No solo para revalorizar lo que ya tiene incorporado, sino para que con esos mismos valores, pueda ayudar a un igual que tiene problemas. Hacerlo sentir útil e importante por no olvidarlos, y poder transmitirlos a su vez a otros que no han encontrado el camino correcto para resolverlos, o que no han recibido una palabra de aliento que les permitan valorizar sus virtudes y hacerse responsables de sus acciones.
Quienes carecen de esta posibilidad, puede deberse a diferentes causas: a padres displicentes que no quieren “darse cuenta” que a su alrededor suceden cambios, o que realmente dejan de tener la sensibilidad necesaria para acercarse a su hijo y “ganar tiempo” (no perderlo), dialogando. Escuchar es fundamental, tratar que el diálogo no se convierta en discusión, e intolerancia, siempre se está a tiempo, siempre hay una nueva oportunidad para comenzar de nuevo, para insistir en el amor y en los límites, con comprensión y calma, sin sobreproteger y sin intolerancia.
Tomar sus problemas juveniles sin menospreciarlos, y dentro de la problemática de su edad, porque los mayores a veces piensan que sus dificultades cotidianas son más importantes. También ellos, llegarán -Dios mediante- a ser adultos y a tener problemas como tales. Pero los conflictos presentes, por formar parte de su crecimiento son reales, por ello mismo no dejan de ser menos esenciales.
Lo importante es que se quieran, que se respeten, que se dignifiquen a sí mismos, no con narcisismo, pero sí con el amor que Dios ha puesto dentro de todos los corazones para que las tentaciones y las malas influencias no les hagan sentir como tontos ante sus amigos, sino todo lo contrario, orgullosos de tener valores y principios.
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Que perciban que las metas que los padres, proyectan en ellos, no son para el beneficio de los adultos, ni para el “que dirán”.
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Que la preocupación paternal y/o maternal va mas allá, que realmente les interesa su futuro y que sentirán infinita tristeza si ellos no son felices, pero por sobre todo, que son responsables de su propia vida.
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Que un edificio sólido se comienza a construir sobre bases firmes y fuertes.
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Que no basta la inteligencia, sino también la voluntad.
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Que es fundamental discernir entre lo que está bien y lo que está mal
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Que no es importante, tener la cara más bonita o el cuerpo más atlético y delgado.
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Que el alma, lo espiritual, los sentimientos, el diálogo, la solidaridad; son cosas tan esenciales que no es lógico ocultarlos, porque ello, va en contra de su propia dignidad como personas.
Por todo esto es tan importante que los padres estén convenientemente informados, de cuales son las incertidumbres, contrariedades, y cuestionamientos que los hijos tienen en las distintas etapas de su desarrollo.
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Que sepan cuales son las señales que les envían cuando necesitan su ayuda y comprensión.
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Que exploren e investiguen sobre las drogas, el alcohol, y los desequilibrios modernos, para poder prepararse y preparar a los chicos adecuadamente, previniendo las causas, y decidir valiente y acertadamente ante las consecuencias.
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Hacerles notar que les preocupan tanto su presente como su futuro, y que anhelan lo mejor para ellos.
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Que son únicos, sin odiosas comparaciones con otros hermanos, familiares o amigos.
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Que son lo más importante que tienen en esta vida terrenal.
Muchos pueden colaborar ante los problemas de los jóvenes: la escuela, los profesionales, las campañas contra las drogas, etc.
Pero quienes son verdaderamente irremplazables son los padres.
En el amor que demuestren, en la comprensión que testimonien, y en los valores que ejemplifiquen, está la verdadera autoridad y el grandioso poder de la paternidad.
8 - La intolerancia ante los problemas y la separación conyugal
La separación ha aparecido en las últimas décadas como un fenómeno nuevo, y lo es, pero sólo para la clase media.
En los sectores bajos y altos ha sido algo más común, por causas y con consecuencias similares; pero por supuesto, con desarrollos intermedios muy diferentes.
En la llamada clase baja, siempre fue muy común que una pareja se separara y que cada uno de sus integrantes formara una nueva. Nótese que me he referido a “pareja”, no matrimonio, los que por diversas causas no tenían, ni tienen, regularizada su situación legal o religiosa.
Los motivos de las separaciones pueden ser muy diversos: violencia familiar; alcoholismo; extrema pobreza; la irresponsabilidad al formar la pareja; la infidelidad; la vagancia; adicción al juego; la falta real de trabajo que desata la desesperación e impotencia por no poder brindar a la familia lo mínimo necesario; abuso de los menores, etc.
En este primer caso los hijos generalmente quedaban viviendo con la madre y alguna nueva pareja; y eventualmente junto a los hijos que éstos tuvieran.
Padres y padrastros, madres y madrastras no se disputaban, por lo regular, ni el afecto por los chicos ni la autoridad sobre éstos.
La flexibilidad de los pobres impidió que este modo de convivencia se transformara en un problema.
Por familiares directos, de allegados indirectos, o por amigos, esto se tolera como algo no tan inusual y se disimulan sus efectos.
En la llamada clase alta, generalmente se daban uniones matrimoniales legales y religiosas, con mucha importancia hacia lo externo, pero con poca preocupación por lo interno.
En este segundo caso, exceptuando la extrema pobreza, y la falta de trabajo, el resto de los motivos son bastantes parecidos; pero debemos agregar algunos otros que no se dan en el primer ejemplo. El desmedido interés por el trabajo y las cosas materiales que éste puede satisfacer, y que resta un tiempo importantísimo en desmedro de la unión familiar; la excusa de no poder resistir a las tentaciones; las uniones por interés que resultan poco tiempo después en “desuniones afectivas”; el mantenimiento de las apariencias de amor y comprensión pero que en la realidad se revelan muy distintas, y donde “cada uno hace la suya”; etc.
En este segundo caso, los hijos generalmente quedaban viviendo con la madre y alguna nueva pareja; y eventualmente junto a los hijos que éstos tuvieran.
Padres y padrastros, madres y madrastras no se disputan, por lo regular, ni el afecto por los chicos ni la autoridad sobre éstos, excepto que alguno de los separados no cumpla con el pacto de “libertad x dinero”, “poder x libertad”, etc. y se disimulan sus efectos.
La hipocresía de los demasiado ricos, impidió que este modo de convivencia se transformara en un problema.
Por familiares directos, de allegados indirectos, o por amigos, esto se tolera como algo no tan inusual.
Como vemos lo realmente nuevo se encuentra en estos tiempos más recientes, en la cada vez menos extensa clase media.
Esta popularización ha hecho que aparecieran conflictos diferentes.
Los cónyuges con problemas se encuentran -generalmente- en pie de igualdad: si la mamá es profesional o ha conseguido un trabajo, y si el papá ha logrado mantener su empleo o negocio ante las oscilaciones de la cada vez más magra economía.
Los motivos de las separaciones también son comparables a los casos anteriores pero las consecuencias son diferentes. Ambos cónyuges, provienen originariamente de dos familias distintas (en lo geográfico), pero han sido conformados con valores y principios análogos (en lo afectivo y ambiental).
Como tienen gran cariño por sus hijos, por que han sido criados y educados de esa manera en unión y amor, no quieren desentenderse de ellos.
Y como tienen poco para repartir, y tampoco les interesa mucho esta instancia, no hacen pactos.
Directamente pasan al enfrentamiento por el cariño de sus vástagos, lo que puede llegar a verdaderas “batallas campales” donde el “tesoro” a repartir son los hijos.
Y aquí llegamos al nudo de la cuestión: los niños y jóvenes, en los tres ejemplos dados son los más perjudicados, porque por indiferencia e ignorancia, por conveniencia o desapego afectivo o por amor mal entendido y ejercido, son los que pagan las consecuencias de las irresponsabilidades de sus padres.
Esto se traduce en muchos problemas irresueltos, con consecuencias nefastas para el posterior desarrollo de los niños.
Que en su edad juvenil podrán buscar las carencias en las adicciones; y que en la edad adulta podrán manifestar sus carencias con un gran temor por el compromiso verdadero, negando sus buenos sentimientos o repitiendo sus propias historias de soledad, irresponsabilidad y desapego.
A veces la más pequeña intolerancia, hace que una pareja se distancie.
Otros matrimonios a pesar de grandes esfuerzos por una buena convivencia, de su creencia religiosa o su fuerte formación moral, por razones graves y de fuerza mayor, pueden que desemboquen también en una separación.
Pero lo importante es que el hijo comprenda que ninguno de sus padres, va a dejar de serlo por que ya no vivan juntos en la misma casa.
Que va a seguir siendo el amado hijo del mismo matrimonio, con todas las responsabilidades afectivas, espirituales y económicas que ello implica.
Que sus padres van a seguir estando a su lado para componer por su intermedio, aunque más no sea a la distancia, esa pareja que en algún momento de su vida pensaron que sería indestructible.
Lo importante, es que aunque se llegue a la instancia de una separación, ésta sea lo menos conflictiva posible, y que el hijo no tenga que llenar ningún vacío dejado por el otro cónyuge. Que pueda ocupar sin culpas su lugar de hijo, sin el compromiso de tener que quedar a cargo de terceros, sean abuelos o hermanos mayores, ni tenga que hacerse responsable por otros hermanos menores. Esta responsabilidad sólo es inherente a los padres, por lo cual, es esencial que tengan una buena relación entre ellos.
Y que vuelquen en su hijo: amor, flexibilidad, comprensión y tiempo, tan importantes para su desarrollo y dignidad, presentes y futuros.
9 - La formación religiosa en la familia
Los principios morales en una familia cristiana tienen su fuerte basamento en los preceptos del Evangelio.
De él ha tomado las enseñanzas y se ha educado bajo su protección, dentro de un entorno familiar cálido y afectuoso.
El Amor así con mayúsculas guía a las personas desde pequeñas para distinguir lo que está bien y lo que está mal. Lo que las formará socialmente y que es aceptado como importante y esencial para interrelacionarse con todas las otros individuos que las rodean en los más diversos ámbitos, a lo largo del transcurrir de su vida.
Por ello no entiendo a ciertos padres a los que les he escuchado decir: “nosotros no bautizamos a nuestros hijos por que queremos que ellos decidan su religión cuando sean mayores; si no, les estamos quitando la libertad de elegir y decidir”.
Con este criterio, también deberían dejar que los hijos decidieran muchas otras cosas cuando sean mayores:
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su idioma (¿pero, como se comunicarían mientras crecen?);
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su educación (¿pero, cuando llegaran a grandes cómo podrían definir a que colegio ir o que aprender si no tuvieran ni siquiera el conocimiento del idioma?);
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su nombre y apellido (¿pero, que ocurriría si los hijos al tener plena comprensión no quisieran llevar el apellido de sus padres)
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a que familia pertenecer (¿pero, que sentirían los padres al no ser reconocidos como tales y el hijo dijera que siempre deseó integrar y depender de otra familia?)
Seguramente que su reacción no sería de alegría, sino todo lo contrario en los dos primeros ejemplos se quedarían desolados, porque en realidad no supieron darle a su hijo las herramientas para ser libres de verdad, libres de elegir, por la falta de un conocimiento mínimo.
En los dos últimos casos sus sentimientos podrían variar entre estafados, o decepcionados, o tristes, o enojados, o . . . tantas otras cosas; o todas ellas juntas y entremezcladas.
Del mismo modo debe sentirse Dios al escuchar este argumento. Pero no está en Él la falla, sino en los padres, y muy posiblemente en los abuelos que de una u otra manera, tal vez los criaron casi como un deber (no por eso faltos de afecto) pero sí con carencias del Amor más importante, el Amor a Dios.
Estoy de acuerdo que algunos no puedan comprender, o directamente desaprobar, ciertas actitudes de quienes forman parte de la jerarquía de la Iglesia; pero por esto, no se puede generalizar y creer que todos piensan o actúan de la misma manera.
En la sociedad actual con pocos ejemplos para imitar, con pocos valores para enseñar, es posible que los padres se encuentren desorientados.
Pero también es cierto que ellos mismos se sentirán desvalorizados si toda la sociedad los midiera con la misma vara; es decir que:
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Si un padre o una madre se encuentra desempleado/a por haber perdido su trabajo y ahora se le presenta la dificultad de conseguirlo nuevamente, le molestaría que se dijera que todos los que no tienen trabajo sólo fomentan la vagancia.
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Si una persona es médico, y algún profesional de la salud practica mala praxis, le afectaría negativamente que se dijera que a todos los médicos les faltan los conocimientos suficientes o que son irresponsables.
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Si es un abogado o juez honesto, le molestaría si le dijeran que todos los que ejercitan su profesión son corruptos o que ubican las leyes del lado que más le convenga.
Como éstos podríamos enumerar cientos de otros ejemplos de las más variadas ocupaciones o profesiones.
Del mismo modo ocurre con la religión; lo que ésta nos enseña, lo que nos deja como principios fundamentales, son no perecederos, vienen desde el centro mismo del Evangelio, del Amor y Respeto por la Verdad.
Creo que nadie, en su sano juicio, pueda estar en desacuerdo con el amor, con la solidaridad, con la comprensión, con el diálogo, con la protección a los enfermos, con el respeto a los derechos y deberes propios y ajenos; con todo lo que la Doctrina Cristiana nos revela a través de la Palabra.
Y esto es lo que los padres deben dejar bien arraigado en los hijos: a diferenciar los principios y valores trascendentes de los que no lo son.
Esto es criarlos y educarlos con sabiduría, con libertad.
Con la libertad de distinguir, de elegir y de decidir por lo verdadero y la Verdad, durante la niñez y en la juventud; mientras se forman para la adultez y deban formar en ese momento adecuadamente a sus hijos dentro de su propia familia.
10 - La pobreza, causas y consecuencias, en la integración familiar
La pobreza, y más aún la extrema pobreza, no es causante de los problemas de la sociedad, es su víctima.
El porque de mi afirmación, la baso en que la gran carencia de medios económicos mínimos de supervivencia de gran parte de la sociedad mundial es la consecuencia de:
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la inoperancia y corrupción de las autoridades gubernamentales;
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la ambición insensible y desmedida de las instituciones y organismos económicos, públicos y privados;
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la indiferencia de los profesionales y técnicos de la salud, la educación, las leyes, y algunas religiones fanáticas y tradicionales que no respetan sus derechos.
La gran mayoría, la sociedad en general, se limita a ser mera espectadora de lo que pasa, sin tomar ninguna decisión definitoria para auxiliar a los más desposeídos.
A veces en situaciones de extrema gravedad, como catástrofes climáticas (terremotos, inundaciones, huracanes, etc.), esta misma sociedad se siente un poquito solidaria y los ayuda con pequeñas o grandes cosas, de acuerdo a las posibilidades de cada uno. Pero pronto comienza la distracción por los problemas particulares hasta que la ayuda queda en el olvido.
Pero la gente que está sumergida dentro de la miseria necesita comer todos los días; ellos, como todos los seres humanos, no pueden elegir no enfermarse; sus niños, como todos los niños de cualquier clase social y de cualquier lugar del mundo, no pueden decidir no crecer; ellos, como todas las personas, necesitan alimentos, medicamentos y vestimenta.
Refiriéndonos a la Argentina actual, la marginación social se observa a cada paso, donde la falta de afecto familiar, tiempo de atención, perspectivas de trabajo futuro, y dinero para su manutención y la de su familia, empuja a los niños y jóvenes a:
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desertar de la escuela desde muy pequeños para “trabajar” (siempre que no sean explotados por un adulto, como desgraciadamente en la mayoría de los casos pasa);
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la violencia y delincuencia infanto-juvenil, impulsada por la necesidad y la falta de principios morales y afectivos, que llega a matar por una pequeña suma de dinero;
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el consumo de drogas u otras adicciones como un escapismo a la dura realidad que soportaron en el pasado, viven en el presente y presienten como porvenir.
Estas situaciones no son fáciles de solucionar, pero no por difíciles dejan de existir, al contrario cada día se agravan más.
Tampoco quiero señalar que las familias pobres están constituidas todas de igual forma, porque también sería otra forma de discriminar.
Conozco y trato a muchísimas personas muy, muy pobres, pero con una notable grandeza espiritual y una gran riqueza de sabiduría natural, esa que dan las privaciones sin resentimientos pero con integridad emocional; de una humildad admirable y una dignidad contagiosa.
Lo que sí sostengo, es que sus historias de vida son en su mayoría, una cadena de fuertes eslabones de sufrimientos, por ignorancia, por desidia o por abandonos paternales. Los padres no ejercen una paternidad responsable por que no saben como hacerlo, no han tenido a la vista modelos valederos, ni quien se acercara a ellos para enseñarles.
El Estado debiera tomar medidas de contención para con las familias en su totalidad; no sólo con los hijos.
Con los padres, para que aprendan a traerlos al mundo por amor, para que aprendan a atender a sus niños con amor y para que ellos les retribuyan todo lo aprendido desde el amor.
Proveerlos, gratuitamente o a devolver en forma fácil y a largo plazo, de lo necesario económica y organizativamente para:
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poder crear y cuidar una huerta, (tierra cultivable, semillas, bombas extractoras de agua y canales comunes, etc.).
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poder criar y cuidar animales domésticos (tierra para asentar cercos, y las primeras gallinas, o patos, o conejos, o corderos, etc.)
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poder aprender y desarrollar un oficio de pintores, electricistas, cestería, zapateros, herreros, carpinteros, albañiles, etc. (pinceles, herramientas, máquinas mezcladoras y soldadoras cada cierta cantidad de trabajadores, etc.).
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poder aprender a tejer, coser o cocinar (máquinas de coser y de tejer, telas, ropa nueva, y/o usada en buen estado, cocinas, etc.)
A los ancianos y ancianas que sepan alguna de estas tareas u oficios con el sólo título de la experiencia, la oportunidad de sentirse útiles y reconocidos, enseñando por un pequeño salario a todos aquellos que sientan necesidad e inclinación por aprenderlos.
La producción de estos talleres puede utilizarse para consumo propio; y los excedentes de alimentos o vestimenta elaborados se podrían destinar mediante la compra a precios razonables, por intermedio de las instituciones públicas (barriales, municipales o provinciales), para satisfacer la demanda de otras instituciones públicas o privadas como hospitales, asilos, comedores escolares, etc.
A los niños, librándolos de la responsabilidad enorme de hacerse cargo de su familia para hacerse cargo de su propia infancia. Concurriendo a la escuela, a hacer deportes y/o tareas comunitarias con sus amigos y compañeros, los que además de emplear su tiempo libre en algo productivo, les permitirá relacionarse con abuelos adoptivos, tan faltos de afecto y atención como ellos.
Por supuesto que lo que aquí ejemplifico puede parecer muy poco y que deberían hacerse planes y proyectos más ambiciosos y a largo plazo; pero es algo y no tan imposible. Hay muchas personas que solidariamente, y sabiendo como hacerlo, ayudan y se ayudan.
Pero cualquier tarea a emprender, o a continuar, tiene que tener como base el amor; la aceptación del otro; la preocupación sincera por ellos; el diálogo sencillo; la disposición para tolerar dificultades y aprender en forma simple, cada día, de parte de todos los involucrados; mantener las elementales reglas de convivencia de respeto y ayuda mutua, etc.
Pero todo esto no es posible si quien asume la responsabilidad de llevar adelante la tarea solidaria, no tiene grandeza de corazón.
Principios y valores adquiridos, desarrollados, y reflejados dentro de una familia afectuosa; y el total y absoluto respaldo en su Fe y en el amor y devoción a Dios.
CONCLUSIÓN
A lo largo de esta somera investigación y el limitado análisis de la realidad efectuado valiéndome de: recortes gráficos de periódicos y revistas de actualidad y/o ciencia; de la lectura de los ejemplares de los Cursos de Cultura Católica, y de una rápida comparación de sus contenidos, he llegado a la conclusión que efectivamente, es en la familia dónde se comienza a distinguir entre lo verdadero y lo falso, la verdad y la mentira.
Dentro de tantas circunstancias de grandes y vertiginosos cambios, modas pasajeras, y de polémicas diversas; es imprescindible ahondar en algunos argumentos centrales de estos inconvenientes, reflexionar acerca de ellos, precisar, delimitar y establecer el rol de cada uno de los integrantes de la familia, como también la energía y coherencia de cada institución familiar, para tratar de constituir cada día una comunidad mejor.
De la que surgirán cada uno de los distintos sectores que componen la sociedad, cada uno con sus particularidades y diferenciaciones de crianza, de educación, culturales, de trabajo, de amistades, etc.; los que estarán imbuidos de las características del entorno. Pero que, más tarde con su descendencia, conformarán los futuros trabajadores, educadores, profesionales de la salud, la justicia, la economía y la dirigencia.
Esta instancia, es la que debemos tener en cuenta en el largo plazo: quienes formarán la sociedad futura, y cómo éstos, asumirán sus responsabilidades de gobernar y ser gobernados. Como también la obligación y el compromiso de elegir los dirigentes.
La construcción de un edificio comienza por asegurar primero los cimientos sólidos y fuertes que sostendrán la futura estructura.
Del mismo modo, la familia es el cimiento del edificio social; si está debilitado, si presenta grietas o fisuras, si presentimos que puede oscilar temerariamente, la construcción que levantemos por más empeño que pongamos en adornarla terminará por derrumbarse y con ella el entorno de la sociedad en la que se encuentra inmersa.
Fortalecer a la familia, darle la adhesión espiritual y la necesaria cobertura material que muchas veces le falta; impedir que se disgregue y se disuelva en medio de la indiferencia colectiva. Esos objetivos tienen hoy, en la Argentina, un valor prioritario de inocultable trascendencia espiritual y social.
En la medida en que afiancemos los lazos morales que vinculan a los miembros del grupo familiar y logremos multiplicar los canales de comunicación entre padres e hijos, tantas veces interrumpido por el peso irracional de los prejuicios, los miedos, la hipocresía y los falsos pudores, iremos creando las condiciones para afrontar los desafíos del futuro sobre las estables y duraderas bases que construyamos en la actualidad.
Se deben traer al debate los grandes problemas éticos que la sociedad no ha logrado todavía dilucidar en toda su complejidad y en toda su hondura.
Pero fundamentalmente se debe pasar a la acción como tan claramente lo pide la Doctrina Social de la Iglesia y las permanentes referencias del Papa Juan Pablo II y sus antecesores, quienes han tenido y tienen, la difícil, imprescindible y primordial tarea de guiar por medio de la Palabra y la Solidaridad a los fieles por el camino del Amor y la Verdad.
Espero que le sea de utilidad a alguien, con cariño Greys.
BIBLIOGRAFÍA
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Monseñor Dr. Derisi, Octavio N.- Educación y Pluralismo Cultural (pág.140 a 143).
Dr. Ferrari, Gustavo A.H.- La Escuela Católica (pág.165 a 174).
Mirabella, Miguel Angel - Educación, periodismo y mass-media (pág.176 a 177).
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Farrell, G.F.; Gómez, E.; Lumerman, J.P - MORAL SOCIAL -Ed.Docencia - Fund.Univ.a Dist.”Hernandarias” - Bs.As., 1997.
Recortes de diarios y revistas de ciencia y/o actualidad:
Revistas Conozca Más.
Revistas Viva. (aparición dominical de diarioClarín).
Revistas Magazin semanal (aparición dominical de diario La Reforma).
Revistas Veintiuno.
Recortes de opinión e información general de:
Diarios La Nación.
Diarios Clarín.
Diarios La Reforma.
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