Filosofía y Ciencia


Existencia de un fundamento último


Puede el hombre utilizando la razón, llegar a reconocer la existencia de un fundamento último?

  • Debemos ahora, como primer paso, darnos cuenta de quien es aquella persona que se pone ahora a investigar acerca de un dios. Es decir, tenemos que descubrir quienes somos nosotros, nosotros que nos ponemos a investigar acerca de un dios. Aquel que se está poniendo a investigar soy yo, son ustedes. Se trata de un hombre, del hombre. Y considero que es la razón aquella que identifica el hombre como su especifica naturaleza.

  • Por lo tanto, si sigue la razón, también el hombre moderno, aquel hombre del dios del interés personal, llega a un punto en el cual se reconoce impreparado e incapaz de entender su dios como el real y fundamento de todo.

    Puesto que, aquel dios personal se le demuestra, tarde o temprano, traidor; se le revela como alguien que no cumple lo que había prometido o que, por lo menos, no lo cumple hasta el final, puesto que el final es la muerte. Aquél dios del interés nos traiciona puesto que no puede llevarnos a realizar lo que se propone. El dios “interés personal terrenal” individualmente se detiene en frente al prevalecer de su contradicción, la cual puede llegar de muchas formas: la enfermedad, la injusticia, la traición, el fracaso y, sobre todo, inevitablemente, la muerte. El hombre, entonces, adorando, en el concreto de la vida en la tierra, el dios del propio interés, a pesar de saber que este es limitado, es decir que no es verdadero dios, transcurre la existencia dentro de una contradicción. A lo largo, ya no se vuelve comprensible el sentido de la vida y, sobre todo, no le queda ninguna esperanza.

    Vemos frecuentemente alrededor de nosotros que el hombre de la religión del interés se presenta feliz. Y bien se puede afirmar que el calculo del bien inmediato individual puede dar euforia y seguridad. Pero estas son momentáneas; pueden también durar mucho, hasta pueden abarcar toda la existencia humana terrenal antes de la muerte, pero siempre son momentáneas, puesto que por lo menos el fracaso que representa la muerte, que hace parte de la existencia, vence sobre la euforia y sobre la seguridad. El fiel del dios del interés personal o del clan puede mostrarse seguro, estable y decidido; puede decir también de ser feliz y mostrarse como tal; pero la que el llama “felicidad” le se revelara dentro de poco temporal; ella era por lo tanto solamente una apariencia de felicidad. Aquel que, adorando el propio particular interés, quiera también ser sincero con si mismo y con la razón, puede alcanzar una temporal tranquilidad, o la apatía, o el cinismo; pero no puede permitirse la esperanza de un futuro positivo personal.

    Pero, si bajamos más adentro al drama de esta contradicción, podemos darnos cuenta de los diferentes caminos o soluciones que el hombre, tratando de huir al absurdo, escoge. No seré muy analítico en este examen; me interesa en efecto solamente hacerles percibir las posiciones de fondo que determinan el hombre en frente al misterio del significado último de su vida y, entonces, en frente a las selecciones concretas.

    La primera solución posible es mantener el optimismo absoluto. Se trata de continuar, hasta que todo vaya bien, con el culto al dios del propio interés, buscando y esperando que todo salga bien y de lo mejor, evitando con jadeo cada molestia y no pensando a la infelicidad ajena ni a la muerte que siempre más se acerca. Pero este camino, aún si afirmada teóricamente y voluntariosamente, no es realista; no se puede realizar; ella se encontrará en efecto en frente de la contradicción que había querido evitar y la muerte que no había querido mirar: aún si todo me saliera perfecto ( hipótesis casi imposible), llegarían la vejez y la muerte segura. De hecho, esta posición es abstracta y resulta ser no factible a lo largo ni nunca totalmente, como demuestran cada existencia personal así fundada y aquellos regímenes de pretensión de supremacía liberal absoluta, que inducen al ciudadano a este tipo de continua carrera al paraíso terrestre individual. El optimismo absoluto es una ilusión; no es en efecto plenamente vivible con coherencia; o, si lo fuera, esto se realizaría solo en parte, o sea con muchas contradicciones, y solamente temporáneamente, o sea en un más o menos breve lapso de tiempo.

    Otra solución es la apatía absoluta, la ataraxia. Se trata de aceptar de vivir adentro de un diseño negativo preconstituido de promesas no mantenidas, engañador y por lo tanto malo; pero, en sus manos, el hombre, para cuidar el propio interés, se tiene que abandonar al hado, o sea a un destino para él sin sentido, sin reaccionar, esforzándose de ser imperturbable. También a esta solución, afirmada en palabras y voluntarista, les hace falta el realismo de la razón y no es en realidad factible, ya que, para ser verdaderamente realizada, debería consistir en el estar como una piedra, en el no tener sentimiento alguno y, en última instancia, en el no actuar; y todo eso es irreal. La suspensión de aprobación y de vida se revela en efecto solamente una afirmación abstracta, no vivible sino en parte, con fuertes contradicciones y si no temporáneamente. De hecho, esa no es duradera ni total, como demuestra cada existencia personal y los regímenes de poder absoluto que exigen al ciudadano este tipo de subordinación.

    Hay entonces la desesperación del pesimismo absoluto. Imposibles la ataraxia y el optimismo absoluto, no le queda entonces al hombre sino desesperarse. Si el es sincero y coherente no tiene que esta tercera vía de salida: reconocer el absurdo y desesperarse. Aquella de fugarse de la vida hasta llegar al suicidio viene normal y injustificadamente mostrada como una solución indigna, mientras ella es la señal más coherente de la impracticabilidad de las otras dos vías; y esto vale tanto para el individuo, como para sus agregaciones como la familia y las naciones, tanto para las instituciones que pretenden gobernar la humana convivencia: lo demuestran los numerosos suicidios personales y colectivos, la evasión suicida de las drogas, las violencias más injustificadas que suscitan otras violencias y venganzas, los abortes reglamentados por la ley y ciertas graves depravaciones en la genética humana que traen consigo la autodestrucción de la humanidad, la criminalidad y las barbaries programadas en los holocaustos entre razas, las guerras militares y financieras de cada tipo en la cual la humanidad busca su propio suicidio, los terrorismos desesperados que repiten el sin sentido de los regímenes que quieren luchar y todas las cabezas nucleares o las armas de todo tipo apuntadas y listas sobre toda la superficie de nuestra tierra y en los cielos. ¿Si no existe una motivación fundamental, como puede el hombre racional continuar viviendo? ¿Cómo, de otro lado, una cierta mentalidad dominante, inmotivada de fundamento y basada o sobre el optimismo absoluto o sobre la ataraxia, declarar que la vida personal humana sea sagrada, si no le reconoce un significado positivo último, no únicamente terrenal y temporal? ¿Cómo se puede decir a un hombre que tiene que continuar a vivir, si no se le puede prospectar un fundamento último, o sea un misterio de un dios que le sea personalmente cercano? En un mundo dominado por la religión del interés, la desesperación es la más seria y coherente respuesta de la razón, del corazón y de la consciencia, a menos que no exista otra salida frente lo absurdo.

  • La salida está en un cuarto camino: el realismo. A mi parecer, este cuarto camino existe; con ese, el realismo de la razón, pesimista y desesperado propio porque realista se transforma en un realismo aún más alto: más alto a razón del hecho que ello no abandona la fuerza de la razón humana, pero la ocupa de manera total. No existiera ese cuarto camino, si no existiera en el corazón del hombre la razón que tiene hambre y sed de verdad: el camino de hecho es aquello de querer encontrar aquel significado razonable, o sea aquel dios, que distintamente del dios del interés propio, cumpla con sus promesas hasta la última y que sea de verdad el “fundamento último”. Quedan entonces a la razón estos dos caminos: o desesperarse o buscar ayuda. O la pregunta o la desesperación. O la búsqueda o la negación de sí y del todo. Sabemos ahora que existe un mundo entero, constituido en línea general por las posiciones que he sumariamente descrito en el punto anterior, el cual tiene necesidad de verdad sobre ese tema, o sea sobre dios. Pues bien: frente a esta exigencia, la razón misma nos dice que, antes de rechazar con la desesperación la evidencia de la vida, es mejor investigar, para saber si exista su significado y, en caso de que exista, conocerlo a fondo. A tal propósito, y casi en contradicción con la religión pragmática del interés, ahora la ciencias ponen evidentemente en luz el aspecto de insondable misterio último de la realidad: los científicos reconocen que la naturaleza y el cosmos señalan la necesaria presencia de un misterioso e inteligente ser como garantía de ellos. Igualmente, la ciencias humanas y sociales reconocen documentos, eventos y literaturas en los cuales hombres, hace milenios, siempre y también ahora, dejan, en distintas formas y bajo varias apariencias aveces paradójicas, las señas, ahora coherentes, ahora imprevistas, de una consciente sinceramente que los demuestra constantemente movilizados alrededor de las mismas últimas interrogantes sobre el origen y sobre el destino. La cuestión exige por lo tanto un nuestro examen, estudio, una investigación. Y el estudio es, de por si, pregunta: pregunta de conocer. Y no sería verdadera la pregunta, si uno no fuese dispuesto a aceptar sus resultados, cualesquiera ellos sean. El estudio tiene de hecho muchisímas formas con las cuales expresarse, pero tiene como su condición aquella de acercarse a todo como si eso fuese totalmente desconocido y nuevo, como si yo no supiera nada de él, evitando de esa forma el error de creer ya de saber. Y es muy difícil que el hombre aprenda lo que cree saber ya.

  • Hemos asegurado que, antes de desesperar, es mejor investigar para saber si la vida tenga un significado y, en el caso de que ella lo tenga, para conocerlo. Por lo tanto, la primera pregunta acerca del fundamento último de todo es: “¿Existe un fundamento último de todo, un dios?” Antes de acompañarlos a responder, tengo que hacerles notar dos aspectos del método que debemos utilizar. El primer aspecto se refiere al instrumento que ocuparemos. La afirmación o menos de la existencia de un dios no puede ser un dato de fe; debe ser un resultado del análisis conducido por la razón. Si buscamos de hecho con sinceridad la verdad, no podemos darnos respuestas que provengan del hecho que pertenecemos o menos a una fe, o a una religión, tampoco la del propio interés; debemos hacerlo con el único instrumento que es común a los hombres en cuanto tal, o sea con la razón. El segundo aspecto se refiere a nuestro punto de partida. Me parece además importante, para cumplir nuestro trabajo, que se empiece por lo que, todavía, es común a todos: la concreta realidad. No hay nada que puede ser punto de partida para un juicio más de la realidad; si no fuera así, partiríamos de ideas preconstituidas, por sistemas filosóficos ya construidos, por ideologías preconcebidas. Para llegar a reconocer la existencia de un dios, se usa por lo tanto la razón, empezando por la realidad concreta; no se usa para nada la fe. La cuestión “si un dios existe o no” es de naturaleza racional; y será con la razón, por lo tanto, que, empezando por la realidad, tendremos que encontrar la respuesta. La razón usará el método inductivo (así se llama en filosofía el método de la razón aplicada a la realidad concreta). Aclarando esto, a lo cual deberemos ser fieles durante el trabajo, regresemos al primer problema que se nos presenta; es esto: “Puedo, con el análisis, partir por la realidad, llegar afirmar que un dios, un fundamento de todo, existe?”. Pues bien: debemos, para contestar, aplicar nuestra razón a la realidad concreta. Es necesario captar la existencia de una última causa. Miremos la realidad de las cosas: ella es contingente, o sea no necesaria: inicia y termina. Aplicamos a ella la razón: si lo hacemos, llegamos a esta pregunta: “porqué existe la realidad y no la nada?”. Y, entrando en esta pregunta, percibimos con seguridad la existencia de una última causa; necesariamente, en efecto el ser de las cosas, que es contingente, implica una empírica del mundo y de todo lo que el mundo contiene, reconocemos la existencia de aquel que es el mundo , sino que obra en el mundo. Con la inducción, o sea caminando desde el particular de la realidad de las cosas, nosotros llegamos a la evidencia de la existencia de un ser último, de un misterio último, que llamo, por convención, “dios”.

  • Es necesario percibir el espíritu último regente en el universo. El estudio mismo dl universo, de la naturaleza y de todo lo que ellos contienen es la mejor introducción a la existencia de un misterio de un dios. En efecto, más avanzada las ciencias del universo y de la naturaleza, más el sabio, a través de la inducción, conoce el pensamiento agente en la naturaleza y en el universo, conoce en él el espíritu último. Las ciencias son una introducción al misterio operante en la creación.

    Es necesario intuir una última inteligencia de las inteligencias. Entre las realidades, en efecto, hay también la inteligencia. Pregúntense así: ¿porque, entre las cosas, existe la inteligencia mía de las cosas?”. Entonces, no puede no existir una inteligencia última de las inteligencias o sea una verdad absoluta, presupuesta por la inteligencia que todos tenemos en común.

    En fin: cuando escucha el mensaje de la naturaleza, de la realidad y de la propia conciencia, el hombre puede alcanzar la certeza e la existencia de un dios, causa y fin de todo; el mundo, la naturaleza, la histórica y la persona humana misma enseñan la existencia de un dios: y nos la enseñan si, a partir de la empírica concreta realidad, usamos el raciocinio y el análisis. El hombre es por lo tanto capaz de cumplir un primer paso para salir de la desesperación y alcanzar la certeza de la existencia de un fundamento de todo, inteligente, principio y fin de todas las cosas, el cual puede por lo tanto ser conocido como existente, con plena certeza, propio a través del lumen natural de la razón humana, empezando por la realidad, por las cosas. El mundo es un poema, un conjunto de poemas; y por lo tanto debe haber por eso el poeta (el verbo griego “poieo” significa “creo”). Reconocer la existencia de dios no es por lo tanto acto de fe, sino es acto de razón que analiza. Y dios viene reconocido por nosotros existente por medio de la realidad, la cual se demuestra así obra suya, tanto que nos es posible llamarla “creación”. Cuanto a la existencia dios, por lo tanto nosotros estamos ciertos. Pero, ahora, ciertos de la existencia de dios, tenemos en nosotros el deseo de conocerlo. Queremos ver cara a cara aquel que sostiene últimamente todo real y su historia.

    Por lo tanto, otro problema que aquí no tratamos será: ”Quien es este dios? Como es este fundamento último?”. Decir quien sea dios no es como hablar de la existencia de dios: afirmar su existencia no es conocer el rostro ni saber quien sea él.

    Análisis del ensayo

    En el primer párrafo presento cual es el elemento característico del hombre, cual es su naturaleza especifica, es decir la razón.

    En el segundo planteo la hipótesis que el hombre, precisamente por su naturaleza racional, empieza a conocer a través de la realidad que lo rodea (método inductivo).

    En el tercero llego a la conclusión de que el hombre para llegar a reconocer la presencia de un fundamento último utiliza su razón.

    Diagramación:

    La enumeración sigue de la siguiente forma:

    • La razón es el elemento esencial del ser humano.

    • La razón, descubre la existencia de un dios a través de la realidad concreta (método inductivo)

    • Conclusión: el hombre puede llegar con la razón a reconocer la existencia de un dios.

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    Silogismo utilizado.

    Silogismo compuesto condicional puro de la primera forma: Modus Ponendo Ponens (MPP).

    p q

    q r

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    p r

    • Si la razón es el elemento esencial del hombre, entonces la razón por su naturaleza empieza por la realidad (método inductivo).

    • Si la razón por su naturaleza empieza por la realidad (método inductivo), entonces reconoce la existencia de un dios (fundamento último).

    • Si la razón es el elemento esencial del hombre, entonces reconoce la existencia de un dios (fundamento último).

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    Enviado por:Biko
    Idioma: castellano
    País: El Salvador

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