Ética y Moral
Ética mundial en la globalización
La Ética Empresarial en la globalización.
INTRODUCCION.
Durante mucho tiempo, ética y empresa han sido conceptos que se han movido en planos de la realidad distintos. La ética se ha vinculado con lo que cada uno cree que está bien o mal. Otros la definían como un modo de ser, de estar y de actuar ante la realidad circundante. O incluso, como el arte de hacer las cosas bien desde todos los puntos de vista posibles. La empresa, por el contrario, se ha concebido como un ente objetivo, siendo una institución ligada al beneficio, y por tanto, que requiere de criterios económicos y no morales.
Hoy en día la situación ha evolucionado. Congresos, conferencias o medios de comunicación se ocupan de nuevo de unir las palabras ética y empresa, en concreto al hablar de la ética empresarial.
Alrededor de los años 50 del siglo XX, debido a la aparición de los modelos teóricos que desembocaron en las primeras escuelas de dirección de empresas, se produjo el primer encuentro entre la ciencia ética y las teorías de la dirección. Es entonces cuando se comienza a concebir a la empresa como una comunidad de personas. Se desarrollan las teorías de la responsabilidad social; se introducen los criterios de justicia en el reparto del valor económico añadido.
En los años siguientes en los que la oferta de formación empresarial creció, con el influjo de los modelos anglosajones de dirección que pasaron a dominar el mundo occidental —y en consecuencia, España también—, pareció que la ética estaba ausente, y el positivismo y el pragmatismo dejaban poco espacio a las teorías humanistas. Se puede afirmar que hay un paréntesis en el desarrollo de la ética empresarial en España y en el mundo occidental hasta los años setenta y ochenta del siglo XX.
Es a partir de este momento cuando se comienza a experimentar un proceso profundo y acelerado de cambios, sin precedentes en la historia de la humanidad. Este cambio es voraz, complejo, turbulento e imprevisible, que llega de forma avasalladora y alcanza todos los segmentos de la sociedad. Tales mutaciones imprimen un dinamismo tecnológico y científico, y las consecuentes revisiones de valores, de forma jamás vista que alcanzan en pleno nuestra vida cotidiana y el de las organizaciones empresariales.
La concepción de las empresas ha cambiado mucho en los últimos años, lo que ha llevado a considerar que tienen una seria responsabilidad moral para con la sociedad, independientemente de las responsabilidades individuales de sus miembros:
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El papel de las organizaciones como núcleo básico de las sociedades poscapitalistas, que hace indispensable una ética de las organizaciones para devolver la moral de la sociedad.
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La toma de conciencia de que la ética constituye una exigencia impuesta por la propia viabilidad del sistema económico en su conjunto. Si el comportamiento inmoral se convierte en norma acaba con la confianza y la lealtad, provocando importantes disfunciones en el mercado.
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La existencia de una conciencia de la solidaridad (el mal que se hace siempre perjudica a alguien) y una conciencia de la alteridad, que no lleva a no hacer a los demás lo que no deseamos para nosotros.
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El miedo a la mala imagen y a las sanciones legales, que pueden derivar para la organización el descubrimiento de su falta de ética, etc.
No puede por tanto concebirse la actividad de las organizaciones al margen de la ética o regida por unas reglas del juego diferentes que justifican actuaciones inaceptables desde la perspectiva de la moral individual.
La economía de la globalización.
Los grandes rasgos que caracterizan a la economía global y mundializada en la cual nos desenvolvemos hoy en día son los que se nombran a continuación:
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La nueva situación económica se basa en el libre mercado de manera indiscutible.
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El marco presente de la economía mundializada se centra en una dimensión internacional y en la apertura de los mercados (de productos, de factores y capitales), frente a posturas proteccionistas.
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La globalización trae consigo un incremento de competitividad entre las empresas para conseguir adaptarse a las nuevas situaciones. Esta adaptación consiste en reducir todo tipo de costes, apostar por la innovación tecnológica, flexibilizar los contratos de los trabajadores, etc. Un claro ejemplo de este aumento de la competitividad aparece en la creciente ola de fusiones, adquisiciones y alianzas estratégicas y, en caso contrario, en el esfuerzo en crecer diversificando o invirtiendo en abrir nuevos mercados.
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La velocidad a la que se dan los cambios tecnológicos y organizativos no tiene comparación a la de etapas pasadas. La microelectrónica, la biotecnología, los nuevos materiales, las nuevas herramientas de gestión hacen que las empresas teman el quedar anticuadas dado la rapidez a la que se producen los cambios.
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Las economías industriales según entran en la dinámica de una competencia mundializada cobra mayor importancia el sector servicios.
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Son las grandes empresas y globalizadas las que más facilidades tienen para integrarse en esta economía globalizada porque tales compañías son organizaciones con una coordinación centralizada de redes alrededor del mundo.
En definitiva, la economía globalizada se va a centrar en el mercado y se fundamenta en el sector privado, alcanza todo el mundo, más competitiva y conoce cambios más rápidos, y son las grandes empresas multinacionales las principales protagonistas ya que cuentan mayores posibilidades de operar en dicho escenario.
¿Es pensable una “Ética Mundial”, ante el claroscuro de la globalización?
El fenómeno de la globalización presenta una dimensión moral tan honda, que merecería ser tratado desde una Ética Económica amplia, rigurosa y sólidamente fundamentada. Porque, mezclados con las nuevas oportunidades que la globalización ofrece a las empresas y a los países (afluencia de capitales, creación de riqueza y de empleos), descubrimos también serios peligros (las debilidades, las amenazas ocultas en el sistema). Estas amenazas se tornan visibles por sus frutos (nueva división del trabajo, desigualdad creciente, al menos por el momento, entre países pobres y ricos) y al hilo de algunos de los impactos y consecuencias negativas que acompañan al proceso, crisis y desajustes, tal vez inevitables, pero que se saldan con elevados costes sociales a corto plazo, injusta y desigualmente repartidos.
Dicho en plata: que, como no podía ser de otra forma, no todo son luces en este nuevo escenario. Hay también, como contraste, bastantes oscuridades que no procede silenciar. A menos que estemos dispuestos a echar por la borda un objetivo que para muchos de nosotros constituye meta irrenunciable de toda política económica bien concebida. Dicha meta que ha de ser vista como complementaria de aquella otra primera, más obvia e inmediata, cual es la de la búsqueda del crecimiento económico, tiene un hondo calado ético y cristiano; a saber: la justicia social y la búsqueda de la equidad en el reparto, no sólo de los beneficios obtenidos, sino también de las contribuciones y los esfuerzos a realizar.
Desde un punto de vista ético, no nos está nunca permitida la complacencia fácil en el statu quo. Todo es mejorable y perfectible; no hay techo para la realización de la justicia y la humanización. Por eso, no es suficiente con que nos hayamos dotado a escala planetaria de un orden económico homogéneo, encauzado, en buena hora, desde la libertad de empresa y el mecanismo del mercado. Este orden económico necesita ser complementado con un orden social estable, fundamentado, a su vez, en los principios democráticos y en la lucha contra la corrupción y, sobre todo, con un sistema de reparto justo y equitativo.
Al margen de estas importantes consideraciones, otras circunstancias hacen necesaria la presencia de la Ética en el nuevo panorama. Enunciémoslas:
En primer lugar, la conciencia de una interdependencia creciente entre todos los países. Como sabemos, lo que ocurre en una parte del mundo tarda escasos minutos en repercutir a miles de kilómetros.
En segundo lugar, un desasosegante aumento de la incertidumbre, derivado de la rapidez y la velocidad con que se producen los cambios.
En tal sazón, si no están firmes al menos algunos principios básicos -y muy particularmente, algunos principios éticos-, corremos el peligro de ser engullidos por el vértigo de este torbellino socioeconómico y cultural.
En tercer término, el reconocimiento de que compartimos cada vez mayor número de problemas; o, más propiamente dicho: que un número creciente de problemas muy serios nos afectan a todos, y que no tendrán solución a menos que los ataquemos desde planteamientos globales.
Pensemos a este respecto en asuntos tales como, por ejemplo: el agujero de la capa de ozono, el efecto invernadero, la lluvia ácida, la amenaza a la biodiversidad, la desaparición de los bosques, la disminución de las reservas energéticas tradicionales, el aumento de la población... Por un lado, es obvio que se trata de problemas de hondo calado moral; son, por otra parte, problemas que se agudizan desde el punto y hora que se plantean en un contexto mundializado como el que nos toca vivir.
Consecuentemente no podrá haber solución posible para aquellos problemas, más que desde principios éticos que se plasmen en planteamientos globales y se traduzcan en acciones coordinadas a nivel mundial, pero ello será difícilmente posible.
Mucho antes de que MacLuham hablara de la “aldea global”, ya decíamos por aquí que “el mundo es un pañuelo”. Sin embargo, ese pequeño mundo nuestro es, sociológicamente hablando, extremadamente heterogéneo. En él descubrimos múltiples razas, variadas culturas, distintas creencias religiosas, diferentes escalas de valores, muy diversas aspiraciones vitales y propuestas éticas.
Por eso si ya muchos quizás desfondados y escépticos o apalancados en posturas abiertamente cínicas, dudan no ya de la necesidad, no ya de la conveniencia, sino incluso de la mera posibilidad de atender a la dimensión ética de los negocios.
Ética, Responsabilidad Social y Paradigma de Empresa.
Hace años que se viene hablando de ética empresarial, sobre todo, para lamentar, precisamente, la falta de moralidad en el mundo de los negocios. De hecho, con mucha frecuencia, la opinión pública se ve sacudida por informaciones indeseadas, por situaciones viscosas, por escándalos, por pelotazos, por corrupciones, sobornos, delitos de iniciados, estafas de guante blanco, etc, en los que son precisamente importantes personajes del ámbito empresarial quienes pasan a las primeras planas de los periódicos. Es por tanto lógica la reacción de muchos, que apelando a aspectos de moralidad, vienen a decir que si los directivos fueran más honrados, si los altos dirigentes empresariales tuvieran sólidos principios y criterios de actuación correctos, si hubiera más ética en los negocios, estas cosas no ocurrirían estos escándalos empresariales. Y no les falta razón. Aunque, posiblemente, se quedan cortos en el diagnóstico quienes así opinan, puesto que, aunque la responsabilidad particular es siempre ineludible y la apelación a la virtud personal es naturalmente loable, no todos los casos de inmoralidad en estos dominios son fruto exclusivo de una falta de ética individual. Muchas veces traen causa de problemas más profundos que se escapan a la acción personal —causas sistémicas, ubicadas en el nivel de unas estructuras injustas o pervertidas. Otras veces son resultado de la ingenuidad, la inadvertencia y, sobre todo, de la falta de un diseño claro y operativo de políticas organizativas que impidan las malas prácticas y fomenten las buenas actuaciones; es decir: son producto de una falta de ética de la organización como tal, apuntan a una laguna —y muy seria, por cierto- en la cultura empresarial, que requiere un tratamiento de choque un poco más complejo que la simple —aunque siempre necesaria- advertencia a la virtud individual; y que, en todo caso y como primera providencia, exige replantearse el sentido, la razón de ser de la empresa y su papel en la sociedad. O sea: hay que empezar por someter a crítica el modelo mental, el paradigma de empresa con el que venimos trabajando en los últimos años, donde la empresa, en el mejor de los casos, viene a quedar reducida a su propia caricatura; pues no pasa de ser concebida como un puro mecanismo, casi automático, para hacer dinero y maximizar rentabilidades. Qué es una “buena” empresa es algo que no está del todo claro en estos momentos y que debiéramos tratar de responder. Pues pudieran darse situaciones tan paradójicas, a tono con lo que está en juego, como la de tener que afirmar que tras excelentes resultados económicos pudiera haber una empresa “mala”.
En paralelo con lo anterior, también se viene hablando desde hace años de la responsabilidad social de la empresa. Pero, muy apresurada y superficialmente se viene a identificar tal cosa con el patrocinio de eventos culturales o deportivos; con el mecenazgo; con las aportaciones dinerarias o en especie para ciertas causas más o menos nobles; con donaciones a fondo perdido para resolver problemas de tipo social —algunos muy dramáticos que, todo hay que decirlo, si no fuera por esa aportación de recursos, quedarían sin solventar en absoluto-. Y, sin embargo, siendo lo anterior muy loable y digno de agradecer, tampoco con ello se acaba de llegar al meollo, al tuétano de las cosas. Daría la impresión, una vez más, de que “los negocios son los negocios”, de que la empresa es la empresa, otra vez la obviedad, las empresas están para ganar dinero y maximizar la rentabilidad. Y después, si se tercia, de manera atípica y un tanto extemporánea, aportarían recursos y se meterían en asuntos ajenos a sus intereses principales, para congraciarse con la sociedad y ganarse una buena reputación. La responsabilidad social, así entendida, es algo superficial, marketing barato y no expresión de la propia esencia de la empresa misma. Pero esto, de nuevo, vuelve a exigir revisar críticamente el paradigma de empresa con el que operamos, para pasar de un modelo mecánico-economicista a otro más rico y complejo: tal como el que en el ámbito anglosajón se empieza a conocer como el modelo de la “empresa ciudadana” -enterprise citinzeship. Una tal revisión, pues, es condición de posibilidad para conectar a las empresas y otro tipo de organizaciones con los signos de los tiempos, con las demandas profundas de una sociedad civil crecientemente madura y cada vez más exigente. Y, sobre todo, una revisión como la que se propone del modelo de empresa es la que nos va a permitir avanzar sobre seguro en el camino hacia la institucionalización de unas prácticas más éticas en el mundo de los negocios, puesto que de lo que, en definitiva, se trata es de crear valor, generar riqueza, optimizar las inversiones, pero no de cualquier forma y a costa de lo que sea; sino, por el contrario, desde el exquisito respeto al buen hacer y desde la atención prudente al impacto de la dimensión social y medioambiental de las consecuencias de las acciones. O dicho de otra manera: junto a las innegables responsabilidades económicas, las empresas tendrían que ser capaces de dar también cuenta a la sociedad, en diálogo abierto, de sus responsabilidades sociales y medioambientales. Equilibrar y atender convenientemente a los tres citados requerimientos vendría a ser la primordial exigencia de la ética organizativa; y a su vez conformaría la auténtica condición posibilitadora de la sostenibilidad de la propia empresa a plazo largo.
Las ganancias no están reñidas con los comportamientos ÉTICOS.
Toda la transformación social y empresarial nos hace constatar la rentabilidad de los comportamientos éticos en la actividad económica. En este sentido, cada vez se hace más evidente que las empresas y organizaciones que adquieren una mayor competencia ética están mejor preparadas para afrontar los retos que nos deparan los nuevos tiempos. Por otra parte, tales transformaciones se empiezan a ver cada vez más como una necesidad, habida cuenta del impacto social -mucho más allá del producto o servicio que ofrecen- que tienen las empresas en un mundo inmerso en un proceso de globalización. Así, no es de extrañar que se creen cada vez mas áreas de auditoria social y ética empresarial por parte de las consultorías, así como metodologías para la gestión de la reputación de las empresas, que incluyen el desarrollo de los valores y las responsabilidades en las relaciones con el entorno. Ello da facilidades a las empresas para auditar y dar cuenta de sus actuaciones. Incluso se han abierto vías para propiciar el dialogo social entre empresa y grupos sociales que reciben su impacto.
Comienza a generalizarse la idea de que las empresas no deben ser valoradas únicamente en términos económicos, sino también en términos medioambientales y de respeto a los Derechos Humanos (el “triple bottom-line” o triple cuenta de resultados). Algo esta cambiando, y no solo en el ámbito de las decisiones particulares, sino que es una tendencia que ya se refleja en términos globales. En este sentido, la SA 8000 acredita mediante auditoria independiente la actuación de las empresas respecto al cumplimiento de los Derechos Humanos y laborales. Y Dow Jones ha creado un índice de sostenibilidad en el que aparecen empresas que integran criterios diferentes del beneficio económico. Lo que a su vez quiere decir que la valoración de la eventual inversión no se hace exclusivamente en términos económicos.
Existen múltiples casos de empresas que han sufrido en su cuenta de resultados la imprudencia de no incluir determinadas acciones o no prestar interés a problemas que aparecen en su entorno o en su cadena de valor.
Hoy, pues, cada vez más las empresas se legitiman en la medida que responden a los estándares de confianza que demanda la sociedad. La debacle de grandes emporios como Enrom, ha demostrado que la falta de Ética puede acabar con una empresa aparentemente sólida, de ahí que hoy en día la Ética empresarial signifique una condición no suficiente pero si necesaria para asegurar la sostenibilidad y la perdurabilidad de las empresas, que cada vez más se están planteando el problema de la confianza, es decir, el hecho de que para lograr su lucro también es necesario contar con la confianza de la sociedad para con ellas, al considerar legítima y legal su manera de hacer dinero. Las empresas generan más valor si sus prácticas van en la línea del comportamiento ético y la responsabilidad social
La interacción EMPRESA-SOCIEDAD.
La interacción empresa-sociedad es un hecho: la empresa se siente presionada por las demandas sociales y ha de velar por su credibilidad ante la sociedad y, a su vez, va adquiriendo mayor conciencia de que la ética de las empresas, organizaciones líderes en la etapa de la globalización, dependen en buena parte de la ética de la sociedad. De ahí la necesidad de promover un ambiente social propicio para la asunción voluntaria de normas éticas en la actividad económica y en el funcionamiento de las organizaciones. En este sentido, no hay que olvidar que nuestras sociedades son cada vez más sociedades de organizaciones y dentro de ellas la empresa adquiere un protagonismo principal. Y la empresa es una institución social que incide en la conformación de la sociedad y, por tanto, a la que pueden serle exigidos ciertos comportamientos y responsabilidades. Por ello, la necesidad de ser considerada como espacio ético, con todo lo que implica esta afirmación.
Habida cuenta que toda organización desarrolla su actividad en una época y en un contexto social determinados, si quiere ser legitima habrá que tener en cuenta el grado de conciencia moral de la sociedad en la que se halla inserta. No hacerlo seria peligroso para su viabilidad. Cualquier organización y muy especialmente la empresa, ha de obtener una legitimidad social y para lograrlo ha de producir los bienes y servicios que se espera que produzca así como respetar los derechos reconocidos por la sociedad en la que vive y los valores socialmente compartidos (valores de la moral cívica).
Los retos que tenemos planteados exigen que la empresa sea entendida cada vez mas como institución socio-económica que tiene una importante responsabilidad moral para con la sociedad, organización que no se reduce a ser la suma de sus miembros: ha de cumplir a su vez unas funciones y asumir claras responsabilidades sociales y, por tanto ha de tomar decisiones morales.
Ello no debe comportar en ningún caso que la ética personal se diluya: se trata de constatar que la ética no es solo individual sino también corporativa y comunitaria. Lo que pasa es que una época como la nuestra exige claramente ir más allá de la mera ética personal del deber y asumir que los colectivos son responsables de las consecuencias de sus acciones con lo que se abre la posibilidad de pasar del deber personal a la responsabilidad colectiva.
La ética de la empresa es una cuestión elemental de nuestro tiempo y ello atañe a la naturaleza y valores que se viven en su interior y a la manera adecuada de concebirse la organización. Pero se refiere también a la toma de conciencia de cual es el lugar social de la empresa y, por tanto, su aportación a la sociedad, así como a que es lo que la legítima. Tanto trabajadores como directivos han de actuar en una sociedad que requiere empresas que actúen éticamente. De ahí que la empresa pueda y deba ser objeto de reflexión ética y el debate sobre la empresa como sujeto moral ha abierto esa posibilidad, cosa que tiene consecuencias personales, pero también organizativas.
Las dificultades de operar éticamente en un mundo GLOBAL.
La Responsabilidad Social Corporativa podrá ser un verdadero factor de cambio en la medida que tanto empresas como sociedades la incorporen y exija recíprocamente. Y ello tiene que ver con el nivel cultural y la conciencia adquirida por las sociedades, muy distintas según los contextos sociopolíticos. Hay ahí una clara interacción: no puede pretenderse un comportamiento ético de la empresa si la sociedad que la rodea tiene bajos niveles éticos y, a su vez, una cultura empresarial que haya integrado la ética en la gestión de todos sus procesos será sin duda punto de referencia ético para la sociedad de que se trate. Por eso la importancia de que en todas las sociedades se vivan procesos democráticos y, por tanto, valores fundamentales para la ética en general y la Responsabilidad Social Corporativa en particular.
Si queremos vivir en un mundo más humano es ineludible para la empresa el trasladar sus códigos y estándares éticos a todos los lugares donde opera. Pero ahí nos encontramos con el tema de qué hacer cuando en países en donde desarrolla su actividad empresarial faltan legislaciones sociales o incluso se vulneran claramente los Derechos Humanos. Evidentemente, lo deseable sería que las empresas transnacionales ejercieran el papel de transmisoras de los Derechos Humanos. Y que, por consiguiente, las empresas que aplican criterios de responsabilidad social en sus países de origen deberían mantenerlos también, en países con regímenes autoritarios y falto de libertades. Por otra parte, a pesar de que las leyes y el sistema de un país puedan ser antidemocráticas e ilegales, las políticas internas de una empresa deberían ser de respeto hacia los trabajadores y grupos de interés, ofreciéndoles un buen ambiente de trabajo, buenas condiciones laborales, salarios justos, formación, seguridad, etc. Este fue el caso de la multinacional Shell en la España de los años 50, que tenía incorporadas unas políticas sociales y laborales muy avanzadas en aquel contexto (salarios más altos que la media en España, jornadas más cortas, semana inglesa, y otra serie de ventajas como los desayunos a media mañana, café o té por la tarde, revisiones médicas, ayuda de estudios, excursiones, ayuda en la compara de vivienda, etc.). En definitiva, la Responsabilidad Social Corporativa tendría que ser un parámetro de acción de las empresas en mercados globales, donde todas para poder competir deberían respetar y cumplir ciertos estándares y normas globales.
Ante el problema de una globalización sin o con escasas reglas democráticas, no cabe duda que se pone de manifiesto la imperiosa necesidad de avanzar hacia un sistema de gobernabilidad mundial, que gestione la globalización de una forma más humana y justa, evitando las grandes desigualdades que se producen y haciendo llegar a todo el planeta la enorme riqueza generada. Y hablar de un sistema de gobernabilidad mundial es hablar de la creación de organismos transnacionales, organizados de forma democrática -y ahí se encuentra hoy por hoy la mayor dificultad- que sean capaces de hacer cumplir a todos los gobiernos del mundo unos mínimos sociales y laborales y que corrijan las disfunciones de los mercados globales. Este es el gran reto del s. XXI.
EJEMPLO DE ETICA EN LA EMPRESA: CASO ENRON.
La quiebra de Enron se ha convertido en un clásico de la ética de la empresa. Desde que en noviembre de 2002 no se llevase a cabo la fusión entre Enron y Dynegy, y que al poco tiempo, Enron presentara la suspensión de pagos, se dieron a conocer noticias sobre las distintas acciones de los directivos de Enron y de empresas vinculadas a ella, en especial de Andersen, la empresa que llevaba sus cuentas.
Un dicho popular dice que el bien se contagia. Basta con empezar a hacer buenas obras, para que cunda el ejemplo y las buenas acciones aparezcan alrededor de uno. Lo cierto es que también se contagia el mal, como parece desprenderse de este caso. El caso Enron ha reunido un gran número de acciones que cubren muchos de los temas de los manuales de ética. Por citar algunas: Enron utilizó prácticas contables que ofrecían una imagen que no era la real de la situación financiera de la empresa, aun actuando dentro de la legalidad y engañaban así a los inversores. Un directivo de Enron mostró su preocupación con una carta dirigida al Presidente de la compañía, ya que este tipo de prácticas podían tener unas graves consecuencias para la continuidad de la empresa, pero lo dicho por este directivo no se tuvo en cuenta. Tuvieron lugar la venta de acciones por parte de directivos de la empresa que hacen pensar que utilizaron información privilegiada, algo que esta prohibido por ejemplo en nuestro país. En cambio, la empresa impidió que los empleados pudiesen vender las acciones que poseían a través de sus planes de pensiones, y esto se tradujo en enormes pérdidas.
Los miembros del comité de auditoria de Enron eran remunerados mediante acciones y algunos de ellos tenían otros vínculos con la empresa, con lo queda bajo sospecha el trabajo que realizaban para la empresa. Los donativos de Enron a las campañas electorales han reabrieron el debate sobre la forma de financiarse de los partidos políticos.
Finalmente la firma de auditoria que certificaba las cuentas de Enron se encontró también con conflictos de intereses, puesto que además de las cuatro tareas de auditoria tenía otros encargos de consultoría. La actuación de los auditores de Andersen destruyendo documentos que podían inculparles en las actividades de Enron fue condenada como obstrucción a la justicia. Los análisis sobre el caso y las soluciones que se propusieron giraron en torno a los tres grandes ámbitos en los que se mueve la actuación ética de las empresas.
Ha habido muchas voces que han propugnado una revisión del marco legal en el que las empresas actúan: limitar la acción de las firmas de auditoria para asegurar su independencia; cambiar el modo de remuneración de los directivos, para evitar conflictos de interés; cambiar la composición de los órganos de supervisión para que tengan más poder; fiarse menos de la auto-regulación y dotar a los organismos públicos de mayor capacidad de vigilancia. Será necesario revisar todos estos aspectos y mejorar las leyes, puesto que las leyes siempre se pueden mejorar. Pero sería demasiado fácil pensar que esto sea la solución. Primero, porque las leyes no pueden cubrirlo todo, ni es bueno que lo hagan; segundo, porque endurecer las leyes podría traer consigo otros efectos negativos; tercero, porque ya sabemos que “hecha la ley, hecha la trampa”, y que basta con que nos impongan una ley para que rápidamente busquemos cómo saltárnosla; y, cuarto y último, porque es una actitud muy cómoda conformarse con actuar dentro de la ley pensando que así ya se es ético. Otras voces sugirieron actuar dentro de las organizaciones, empezando por el establecimiento de medidas que asegurasen la independencia de juicio de los Consejos de Administración y la eficacia de sus decisiones, y continuando por separar unidades de negocio para evitar conflictos de intereses, desarrollar programas de formación en temas éticos y establecer mecanismos para que los empleados puedan hacer llegar sus preocupaciones con la seguridad de que serán atendidas. Lo cierto es que las organizaciones tienen un impacto en los individuos, a través de las políticas que se definen, los objetivos que se marcan y los procedimientos que se establecen. Por eso es necesario analizar la dimensión ética del gobierno de las organizaciones, su actuación como buenos ciudadanos, su reputación corporativa o su responsabilidad social. De todos modos no cabe olvidar que la ética es ante todo personal. Una buena persona puede sobrevivir en un entorno corrupto, pero una persona corrupta puede corromper el mejor de los entornos. Por tanto, no llegaríamos al centro del problema si no nos refiriésemos a los valores que guían a las personas en sus decisiones, cuáles son sus motivaciones, cómo es su personalidad y qué carácter forjan a través de sus acciones. Los calificativos que se han utilizado para definir las actuaciones de los personajes del caso han proliferado, sobre todo a medida que se han ido conociendo los hechos. Se ha hablado mucho de avaricia pero también se podría hablar de imprudencia, abuso de poder o falta de veracidad, entre otros. El caso Enron ha sido -en términos académicos un magnífico ejemplo de cómo la ética se juega a estas tres bandas: la ética personal (el “moral compás” de cada uno), el clima ético de las organizaciones, y el entorno legal y económico. La causa de la debacle de Enron no hay que buscarla sólo en las imperfecciones del sistema capitalista, sino fundamentalmente en la falta de virtudes de los directivos implicados.
Más allá de los resultados financieros: nuevas exigencias y nuevas iniciativas.
Aun hoy hay quien suscribe la tesis de Milton Friedman respecto a que la única responsabilidad social de la empresa sería la de ganar tanto dinero como fuera posible, maximizando el valor financiero para los dueños o accionistas —siempre que, en todo caso, se respetaran las reglas del juego-, la evidencia indica que, en este capitalismo que nos toca vivir —un capitalismo, como hemos visto, globalizado y mediatizado por las tecnologías de la información y las comunicaciones-, eso ya no va a resultar suficiente. Y no va a serlo, porque los consumidores —e incluso los inversores, tanto privados, cuanto institucionales- no lo van a permitir. Por un lado, están mucho más y mejor informados acerca de la forma de actuar de las compañías; por otro, han ido cobrando mayor poder y, sobre todo, empiezan a plantear con fuerza nuevas demandas, que no pueden dejar de ser atendidas por parte de las empresas —tanto grandes como pequeñas-, para no poner en grave riesgo, a plazo medio, la propia viabilidad del negocio. Fruto de esta nueva sensibilidad son las propuestas e iniciativas a las que acabamos de aludir más arriba. Por ello, al objeto de hacernos una más precisa composición de lugar, entiendo que resulta conveniente dar mención acerca de cada una de ellas, tratando de extraer las ideas-fuerza que se van decantando a propósito del tema de la Responsabilidad Social Corporativa.
1) Los Principios para los Negocios de la Caux Round Table.
La Caux Round Table fue fundada en 1986 con el propósito de reducir las tensiones en el comercio internacional, desarrollar unas relaciones económicas y sociales constructivas entre los países miembros y asumir el papel que a las empresas les corresponde desempeñar en pro de la paz y la estabilidad internacionales.
Los grandes ejes protagonistas de Caux son dos valores, procedentes de dos tradiciones culturales distintas: el concepto de “kyosei” —término japonés que significa algo así como “vivir y trabajar juntos para el bien común” - y la apelación a la “dignidad” de la persona humana, de origen cristiano occidental. Sobre ellos se articulan los Principios correspondientes:
La responsabilidad de las empresas: más allá de los accionistas, hacia todas las personas involucradas en los negocios.
El impacto social y económico de las empresas: hacia la innovación, la justicia y una comunidad mundial.
La conducta de las empresas: más allá de la letra de la ley, hacia un espíritu de confianza.
Respeto a la legalidad.
Apoyo al comercio multilateral.
Respeto al medio ambiente.
Prevención de operaciones ilícitas.
Estos principios se proponen como guías para que las empresas desarrollen, contrasten, pongan en funcionamiento y evalúen sus propios principios y traten de llevarlos a la práctica del día a día.
2) Directrices de la OCDE para las Empresas Multinacionales.
Ya en 1976, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico —OCDE- había elaborado una primera versión de las directrices para las empresas multinacionales.
Sin embargo, a tono con el calado que iban conociendo los procesos globalizadores de la economía, sus miembros hubieron de llevar a cabo en el año 2000 una revisión profunda, para ajustarlas a las circunstancias actuales, sentar bases más firmes y proponer valores seguros sobre los que articular las transacciones.
Aunque no tienen el carácter coercitivo de la ley ni, por supuesto, son sustitutivas de ordenamiento jurídico alguno, las directrices constituyen un mensaje importante como recomendaciones que los treinta y tres gobiernos que conforman la OCDE envían a las empresas multinacionales.
Las directrices pueden ser resumidas en los siguientes términos:
Se trata de principios voluntarios y estándares de conducta empresarial responsable, compatibles en todo caso con los imperativos legales.
Las empresas deben someterse a la legalidad de los países en los que operan y tomar en consideración los intereses de los múltiples stakeholders o grupos de interés en que la empresa sobreviva.
Las empresas deben suministrar adecuada, regular y fielmente la información relevante respecto a sus operaciones, estructura, funcionamiento y situación financiera.
Las empresas deberán respetar los derechos de los trabajadores.
Deberán tomar en consideración la necesidad de proteger el medio ambiente, la salud pública y la seguridad, buscando un desarrollo sostenible.
Desterrarán de sus prácticas el soborno, en cualquiera de sus formas.
Velarán por los intereses de los consumidores.
Tratarán de llevar a cabo transferencia de tecnología y apostarán por la formación, la investigación y el desarrollo.
La competencia será leal y se evitarán prácticas restrictivas a la misma.
Contribuirán lealmente mediante el pago de los impuestos a que, en su caso, haya lugar.
3) El Global Reporting Initiative.
El Global Reporting Initiative se define a sí mismo como “un proceso institucional multistakeholder” cuya misión consiste en desarrollar y distribuir directrices universalmente aplicables para llevar a efecto la información respecto a la “sostenibilidad”. Dichas directrices tienen también carácter voluntario. Por ello, las empresas que quieran, pueden adoptarlas a la hora de suministrar a la opinión pública información sobre los aspectos económicos, sociales y medioambientales de sus actividades, productos y servicios. El Global Reporting Initiative incorpora la participación activa de representantes del mundo de la empresa y las finanzas, así como de representantes de organizaciones ecologistas, de lucha por los derechos humanos, de trabajadores y de centros de investigación de todo el mundo.
El Global Reporting Initiative comenzó su existencia en 1997, de la mano de la Coalition for Environmentally Responsible Economies (CERES). Desde el pasado año 2002 es un organismo independiente, colaborador oficial del Programme Environment de las Naciones Unidas (UNEP) y uno de los centros que cooperan dentro del marco del Pacto Global de las Naciones Unidas (Global Compact), al que nos referiremos inmediatamente.
4) El Pacto Global de las Naciones Unidas.
La idea de establecer la red denominada Global Compact fue propuesta por el Secretario General de la ONU, Kofi Annan en enero de 1999 y tomó definitiva forma en Nueva York el 26 de julio de 2000. Se trata de una iniciativa que establece una red entre empresas, gobiernos, sociedad civil y la propia ONU, aglutinados en torno a nueve principios, de voluntaria observancia, agrupados en tres categorías: derechos humanos, relaciones laborales —libertad de asociación, eliminación de los trabajos forzados y del trabajo infantil, lucha contra la discriminación- y ecología —responsabilidad medioambiental. De lo que se trata, en definitiva, es de concienciar a las empresas para que, integrando los citados nueve principios en sus estrategias y operaciones, actúen como agentes capaces de contribuir a solucionar los problemas y a enfrentarse con los retos que la globalización plantea, en el marco de una economía inclusiva y sostenible.
5) Los Principios Globales Sullivan de Responsabilidad Social.
The Global Sullivan Principies of Social Responsibility toman su nombre del reverendo León H. Sullivan, importante personaje de la vida norteamericana, que desarrolló en 1977 los Sullivan Principies, un código de conducta para preservar los derechos humanos y la igualdad de oportunidades por parte de las compañías que operaran en la Sudáfrica de la segregación racial. De hecho, su iniciativa pasa por ser una de las que más firmemente contribuyeron a desmontar el injusto sistema del apartheid.
Son muchas las empresas que se han adherido a los Principios Globales Sullivan. Estos, en esencia —según leemos en la declaración inicial de su página web- aspiran a que las empresas luchen por la consecución de la justicia económica, social y política, allí donde actúen. Los derechos humanos, la igualdad de oportunidades, la no discriminación, la formación y capacitación de los trabajadores son otros tantos aspectos encarecidos en el documento. Finalmente se alude a la tolerancia, al respeto a la diversidad y a la lucha por elevar la calidad de vida desde la igualdad y la dignidad de las personas.
6) La propuesta Europea: Libro Verde de 2001 y Comunicación de julio de 2002.
La Cumbre de Lisboa puso en la agenda de la Comisión un objetivo estratégico de hondo calado y amplia significación económica y social: “convertir a la Unión Europea en 2010 en la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible, con más y mejores empleos y con mayor cohesión social”.
En este contexto ha de ser enmarcada la publicación del Libro Verde de la Comisión Europea:
Fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de la empresa (2001); el subsiguiente debate llevado a efecto en los distintos países miembros y las reacciones por parte de las empresas y otros interlocutores interesados —asociaciones, escuelas de negocios, personas individuales. Y, sin duda, es desde esta clave desde donde ha de ser leída la Comunicación de la Comisión relativa a la responsabilidad social de las empresas: una contribución empresarial al desarrollo sostenible, de julio de 2002.
Todo ello, en suma, está dando como resultado lo que se empieza a conocer como el proyecto de empresa europea; es decir: una empresa, a la vez, competitiva y socialmente responsable. Naturalmente, dicho modelo —y sin perjuicio de las convergencias universales que se identifican y alientan desde algunas de las propuestas a las que acabamos de hacer mención más arriba:
Caux Round Table y Global Compact, sobre todo- habrá de confrontarse y de ser puesto a prueba en franca competencia con otros modelos, que, si no completamente alternativos, cuando menos, resultan un tanto diferentes: el anglosajón y el japonés.
En todo caso, las líneas generales, configuradoras del modelo europeo, podrían quedar abocetadas mediante los siguientes trazos:
Cumplimiento de la ley y voluntad de ir más allá de las exigencias legales.
Carácter voluntario de la decisión.
Desde una concepción de la empresa de base ampliada, en la que los diversos stakeholders sean identificados y tratados con justicia.
Desde el diálogo abierto, franco y transparente con todos los interlocutores relevantes.
Asumiendo como piedra de toque para valorar la performance —es decir: el funcionamiento de la empresa y su gestión- la más exigente perspectiva del Triple Bottom Line, que daría cuenta a los stakeholders, no sólo de los resultados económicos —cuentas anuales, estados financieros, memorias de gestión al uso-, sino también de los logros sociales y del impacto medioambiental del ejercicio.
El Libro Verde: “Fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las empresas” supone un meritorio golpe dado desde las instancias políticas comunitarias y al que habremos de responder con presteza y rigor tanto las empresas y organizaciones, cuanto las instituciones educativas —universidades, otros centros de enseñanza superior y escuelas de negocios- en donde se forman hoy los empresarios y directivos del mañana. Conviene, en todo caso, que quede claro lo siguiente: ser socialmente responsable no significa sólo cumplir plenamente las obligaciones jurídicas, sino también ir más allá de su cumplimiento, avanzando voluntariamente hacia nuevas exigencias —mayor inversión en capital humano, mejor relación con los interlocutores, mayor respeto por el medio ambiente- que, si bien son menos fuertes desde un punto de vista legal —porque, en el fondo, se trata de aspiraciones éticas, de propuestas axiológicas, de requerimientos morales-, no resultan, sin embargo, menos importantes o incluso decisivas para la supervivencia de la propia empresa en un entorno tan cambiante, globalizado y competitivo como el que nos toca vivir.
Los programas de ética corporativa y la GLOBALIZACIÓN.
Además de los Guiones Federales, hay otros cuerpos de legislación que contribuyeron a dar impulso a la institucionalización de la ética corporativa. La más antigua probablemente sea la Sherman Anti-Trust Act de 1911 que prohibe cualquier contrato, alianza o acuerdo con un competidor que restrinja la libertad de comercio en el mercado. La libre competencia se ve comprometida en prácticas empresariales como la fijación de los precios, el boicot, o la imposición de limitaciones arbitrarias en la venta de los productos y en la contratación de los servicios.
También a la Foreign Corrupt Practices Act, en virtud de la cual se declara ilegal el pago y la oferta de pago, en dinero o en especie, directa o indirectamente, a funcionarios, representantes electos, candidatos a cargos electivos, y partidos políticos de gobiernos extranjeros, con el propósito de influir positivamente en sus decisiones públicas.
Los que trabajan en el sector financiero tienen que prestar especial atención a las directrices de la Securities and Exchange Commission y a las disposiciones de la Securities Exchange Act de 1934 y la Insider Trading Sanctions Act de 1984. Cobra una relevancia particular la prohibición del tráfico de información confidencial (insider-trading): quienes posean información confidencial o no-pública sobre las operaciones de una empresa no deben negociar en títulos o acciones de la misma, ni revelar esta información a terceros, hasta que la información salga publicada en medios oficiales.
Conviene también tener en cuenta la multitud de leyes y reglamentos, en los distintos niveles gubernamentales, que protegen el medioambiente (Environmental Protection Act de 1995, las directrices de la Environmental Protection Agency y de la Nuclear Regulatory Commission, entre otras). Las empresas y sus empleados quedan obligados a dar razón de las ocasiones en que sustancias reguladas, materiales peligrosos y residuos tóxicos no se han utilizado, o no se han deshecho correctamente, de tal manera que constituyan un peligro para la salud pública y contaminen los recursos naturales. En una línea semejante, ha habido varias regulaciones referentes a la seguridad y a la salud en el lugar de trabajo (la Occupational Safety and Health Act de 1970 de la Occupational Safety and Health Agency, la Omnibus Drug Initiative Act de 1988 sobre el consumo y la venta de drogas) y a la provisión de productos y servicios de salud por instituciones públicas y privadas (emitidas por el Department of Health and Human Services en 1997 para los beneficiarios de los programas Medicare y Medicaid). No sólo la salud física y mental, sino también la autoestima, el sentido de dignidad y honor de los empleados están tutelados por el gobierno: la Equal Employment Opportunity Commission vela para que las empresas seleccionen, retengan, asciendan y traten con sus empleados estrictamente sobre la base de su capacidad, rendimiento y experiencia, sin discriminación alguna de su raza, creencia, color, religión, origen, sexo, discapacidad o status de veterano de guerra.
Por último, y sin ánimo de ser exhaustivo, habría que tener en consideración las diversas iniciativas consensuadas y auto-vinculantes de algunas industrias (Telecommunications Compliance Forum), sectores de la economía (Internet Corporation for Assigned Names and Numbers), grupos o colegios profesionales (Chartered Financial Analysts), agencias de la administración pública (Defense Industry Initiative), etc. para mejorar la calidad ética de las personas que los integran, al tiempo que persiguen la excelencia en sus operaciones, productos y servicios.
Es fácil observar que la práctica totalidad de las medidas legislativas citadas que conducen al afianzamiento de la ética corporativa provienen de los EE.UU, aunque las leyes, normalmente, sólo tienen vigencia en el estado donde se promulgan, estas tienen exactamente la misma relevancia que los gobiernos de otros países independientes.
En teoría, entre los principios fundamentales del Derecho Internacional es que todos los estados independientes son igualmente soberanos; es decir, cada uno de ellos goza de autonomía en su gobierno, concretamente, en las funciones ejecutiva, legislativa y judicial. Por eso, una “ley extra-territorial” es jurídicamente una barbaridad.
Por ejemplo, actualmente de aquí derivan muchas de las críticas que llueven sobre los EE.UU. Sin carecer enteramente de razón, muchos países acusan a los EE.UU. de ejercer un nuevo tipo de “imperialismo” al imponer sus leyes a los otros países, pasando por alto los derechos democráticos de las personas e instituciones afectadas. Este tipo de argumento puede utilizarse en contra de cualquiera de las disposiciones arriba mencionadas; mas adquiere un rencor peculiar en el caso de las sanciones económicas en forma de cuotas, tarifas y otras “barreras protectoras” para productos específicos, en los embargos unilaterales extensibles a sus países aliados (la Helms-Burton Act para Cuba y similares para Irak, Irán, Sudán, Libya, etc.) y en las “guerras comerciales” (últimamente con la UE, haciendo caso omiso de las decisiones de la Organización Mundial de Comercio, referente a plátanos, carne de ganado tratado con hormonas, y comestibles genéticamente modificados). Los EE.UU. no parece tener un criterio claro a la hora de juzgar la actuación de los otros países y de aplicar castigos -China goza del status de un país favorecido para el comercio, a pesar de sus violaciones de los derechos humanos-; o lo que es peor, son los intereses económicos egoístas y el cinismo los que dominan en su política. El gobierno norteamericano es rápido en hacer sonar la alarma de que los otros países desarrollan irresponsablemente armas de destrucción masiva, sin tener en cuenta que hasta ahora, ha sido el único en detonar la bomba atómica en una guerra, y que sus sanciones económicas también cobran ingentes bajas de vidas civiles inocentes en los países afectados.
La globalización -la integración progresiva de las economías nacionales, debido al desarrollo de la tecnología informática de redes, las telecomunicaciones y los sistemas de transportes, junto con la liberalización del comercio y el final de la guerra fría no ha hecho más que agudizar los problemas surgidos de una noción de soberanía excesivamente fuerte.
Sin embargo, considerado en sí misma, como fenómeno humano, la globalización parece un hecho neutral: ni hay que proclamarla como el remedio de todos los males, ni tampoco hay que demonizarla como la mayor causante de los mismos.
Por lo que se refiere a la ética empresarial, la globalización ha servido para subrayar el papel creciente de las empresas multinacionales y transnacionales, tanto en el planteamiento como en la gestión de un gran número de cuestiones sociopolíticas. Tienen los recursos económicos para ello, cuentan con una organización disciplinada y eficaz, y no están limitadas por las leyes. No sería una exageración decir que en ciertas situaciones, las empresas multinacionales cumplen con las funciones estatales de promoción del bien común mejor que los estados. Por ejemplo, hace unos diez años, éramos testigos de como unas grandes empresas firmantes de los Sullivan Principies presionaron y lograron -junto con otras fuerzas políticas y cívicas, nacionales e internacionales- el fin del apartheid en Sudáfrica (cfr. De George, 1993). Y también, hemos visto como algunas empresas consiguen influenciar positivamente las prácticas laborales en otros países -por ejemplo, la Nike en Indonesia-, asegurando un salario mínimo decente y evitando la contratación de niños-trabajadores en condiciones cercanas a la esclavitud. Ha bastado con que la dirección de la multinacional, sensible a las presiones del mercado y de la opinión pública, tome la decisión y la comunique a sus filiales, sin necesidad de pasar por el debate parlamentario.
Muchos de los objetivos que persiguen la legislación para las empresas -como la lucha contra la corrupción, la protección del medioambiente, la seguridad de los productos de consumo, etc.- serían inalcanzables de hecho, en la ausencia de acuerdos multilaterales o leyes correspondientes por parte de los otros países.
Era notoria la actitud de algunos países de Europa Occidental que permitían deducciones fiscales para sus empresas en concepto de las gratuidades extendidas a gobiernos entranjeros. Desde luego, lo ideal sería que las cámaras legislativas de todos los países se pusieran de acuerdo y ratificaran leyes similares en tales materias. Ya empieza a haber una especie de convergencia en las leyes de los EE.UU., los estados miembros de la U.E., y otras formaciones u organismos supranacionales como la NAFTA (el Acuerdo de Libre Comercio Norteamericano), el Mercosur, la ASEAN (la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) y la APEC (la Cooperación Económica de Asia y del Pacífico). Pero mientras tanto, sería más factible lograr ese mismo consenso en los programas de ética corporativa propios de las empresas multinacionales.
La ética empresarial no es una táctica sino una cultura.
La aparición de legislaciones favorables y habilitadoras ha dado un impulso nuevo a la ética empresarial, que ha comenzado a practicarse, sobre todo, como modo óptimo de gestión de riesgos. El gobierno de los EE.UU. ha sido el pionero en la promulgación de estas leyes, aunque tanto por su fuerza política como por la fuerza de sus multinacionales, las disposiciones jurídicas se han ido extendiendo a los otros países del globo. Comoquiera que se interprete el fenómeno de la globalización -imperialismo norteamericano o cumplimiento del sueño cosmopolita-, subraya el hecho de que nuestros sistemas socioeconómicos, culturales y políticos son cada vez más interdependientes. Los programas de ética corporativa, en especial, los de empresas multinacionales, podrían tener una eficacia extraordinaria -en ocasiones, incluso superior a las políticas estatales- para efectuar mejoras en los distintos ámbitos de la vida en este mundo globalizado.
Después de estos últimos desarrollos en la ética empresarial, hasta podría llegar a pensarse que se ha resuelto por fin el conflicto eterno entre los valores morales y los beneficios económicos. Resulta que el tener un buen programa de ética corporativa no sólo puede emplearse como una ventaja competitiva en el mercado, como un reclamo publicitario convincente ante los consumidores y los clientes, sino que asegura también -en la medida de lo posible- mejores rendimientos financieros para la empresa. Entonces es cuando se plantea un nuevo dilema. No habremos “desvirtuado” la ética, instrumentalizándola para conseguir mayores beneficios económicos, no habremos trivializado la ética, convirtiéndola en una vulgar táctica empresarial. Y nos habremos hecho pasar, encima, como unos profesionales excelentes y unos ciudadanos corporativos ejemplares.
No cabe una única respuesta, en principio válida para todos los empresarios y todas las empresas, con respecto a estas dudas. Esta indeterminación se debe a que las respuestas dependen de la intención con que cada agente de la empresa realice su trabajo particular, dentro del esfuerzo común y coordinado de la sociedad. Y dejando al margen la cuestión de sí podemos o no -y si podemos, cómo- atribuir a una sociedad o empresa una “intención” y una “conciencia” corporativas, está claro que en estos ámbitos nadie puede emitir un juicio certero de ningún otro, excepto de sí mismo. Los demás no tenemos otra opción que esperar que no nos engañen. A falta de un aparato físico que reconozca y mida objetivamente la intencionalidad, buena o mala, de las acciones, hay que saber confiar en los demás, aunque sin olvidarse tampoco por completo de la prudencia.
A pesar de este último riesgo que acabamos de apuntar -que las empresas en realidad “nos engañen” con sus programas de ética corporativa-, seguimos con buenos motivos para aplaudir el advenimiento de esta ética empresarial de segunda generación. Las buenas obras, por fin, se incentivan y se premian, mientras que las malas se castigan y se sancionan, con la misma moneda con que tanto las primeras como las segundas se realizan: el dinero. Con el cuerpo de leyes que han entrado en vigor, cuya adopción por los países se ha ido generalizando, vamos cubriendo las condiciones mínimas de eticidad legalmente exigibles en la empresa.
Desde luego siempre se puede -a veces, hasta se debe- hacer más para mejorar la calidad ética de las personas, las empresas, los distintos sectores de la economía, los países y la sociedad globalizada.
Una vez hecha esta prevención abogaría, no obstante, en primer lugar, por un mayor esfuerzo en cultivar la “integridad” o la “unidad armoniosa de virtudes” en el carácter y en la vida de las personas que trabajan en la empresa. En segundo lugar, prestaría atención a los distintos aspectos de la “ética profesional”, ligada al tipo de trabajo -directivo u operativo, en el nivel o área funcional que sea- que desempeñan las personas implicadas. Por último, trabajaría por alcanzar un alto grado de coherencia, no sólo entre la “ética personal” y la “ética profesional”, sino también entre estas dos y la “ética corporativa” de la organización entera. En esto consistiría, idealmente, el programa de acción para una ética empresarial de tercera y última generación. Porque para evitar que la ética se reduzca a una inocua, hay que “institucionalizarla”. Eso significa proveerla tanto de normas e incentivos como de patrones o modelos de conducta ejemplares; implica traducir todos estos elementos en “estilos de buen hacer” o una “cultura empresarial”, en definitiva.
CONCLUSIÓN.
Se han de examinar las posibilidades que abre y, a su vez, exige el nuevo contexto internacional bajo la creciente hegemonía de la economía globalizada. El cambio de escenario mundial, que se plasma en el camino hacia un comercio mundial cada vez más libre, hace necesario promover nuevas formas de cooperación. Así, se hace necesario combinar competencia y cooperación, dos términos a veces difíciles de aglutinar, salvo que hablemos de una comunidad internacional en donde los valores éticos y los valores compartidos sean realmente un hecho.
La identificación de los valores que se desea alcanzar supone una de las claves integradoras más relevantes en el seno de un mercado cada vez más flexible. Para esta identificación se hace imprescindible la participación e integración elevada de todos los integrantes de la sociedad —empresa, administración pública, agentes sociales y opinión pública, en general—. La modernidad económica ha debilitado el sentido de comunidad entre las personas, debido al predominio de la racionalidad individual que se ejerce a través de la lógica del mercado y de las relaciones contractuales.
La globalización es una oportunidad mundial, con elementos positivos diferentes para unos y otros países, o regiones de un mismo país. Es preciso analizar, discutir y rediseñar las políticas económicas, y en especial del mercado de trabajo, que posibiliten aprovechar las ventajas de la globalización e internacionalización de los mercados. El desafío en la actualidad es conjugar una visión humanista que tenga a la persona como centro de sus preocupaciones. Implantar un código ético tiene un componente especialmente significativo a nivel educativo y socializador. En la medida en que se liguen voluntades, se establecerán estratégicamente los cimientos que conduzcan la cultura de la empresa al camino del éxito. Pero todas estas normas internas del código ético de una empresa, deben reunir cuatro características que deberían orientar siempre hacia una conducta empresarial recta:
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Voluntariedad: es la autorregulación voluntaria que asumen los órganos de gobierno de la sociedad.
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Transparencia: criterios para una conducta firmemente comprometida con la transparencia económica — financiera que se demuestra en el caso propio.
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Integridad: la integridad económica — financiera debe ser también completa.
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Responsabilidad: una definición clara y precisa de la responsabilidad de todo lo relacionado con la empresa debe servir para reforzar la confianza en la empresa y en el sistema empresarial.
En referencia al tejido económico que nos rodea, nuestras economías —tanto en la Unión Europea como en España— son economías de pequeñas y medianas empresas y nuestro empleo es, fundamentalmente, empleo de pequeñas y medianas empresas. De la actitud de las pequeñas y medianas empresas dependerá, en buena medida, que el desempleo en España, pueda comenzar a situar- se en unos límites razonables y para ello, las PYME cuentan con el apoyo decidido de la Administración Pública. Por parte de éste se pretende apoyar la contratación del primer asalariado, nuevas iniciativas cofinanciadas por el Fondo Social Europeo e impulsar el desarrollo de programas de empleo de duración indeterminada. Lo que se quiere es incidir más directamente sobre los problemas de las PYME reduciendo en lo posible, los costes laborales no salariales a través de subvenciones dirigidas selectivamente a la creación de empleo estable. También se quiere mejorar la producción y el mantenimiento del empleo con las políticas de prevención de riesgos laborales y contribuir a la dotación de infraestructuras a las PYME. Pero el mejor impulso que se puede dar a la actividad productiva de las PYME y su capacidad generadora de empleo es continuar con la mejora del mercado de trabajo. El objetivo de la mejora del mercado laboral español no es otro que conseguir que las empresas, especialmente las pequeñas y medianas, pierdan el miedo a contratar sobre todo por tiempo indefinido.
Todo esto asociado con un proceso de globalización de carácter moderno y con un modelo de crecimiento que sugiera la conveniencia de mantener la apertura para consolidar una expansión de los mercados. Con esto tendremos nuevas oportunidades de trabajo. También se generarán recursos para poder desarrollar programas de educación y culturales, de salud y de seguridad con la participación activa tanto del Estado como de las empresas. En definitiva, el impacto futuro de una mayor globalización unida al desarrollo de las tecnologías de la información, de no cambiar radicalmente la situación actual de auge económico, va a desembocar en un menor desempleo.
Finalmente, no debiéramos acabar sin considerar que el código ético que rodee al funcionamiento del mercado y de la organización empresarial y pública, se ha de considerar no como a una meta o punto de llegada, sino como un instrumento o herramienta, a modo de punto de partida. Además de un código de ética, deberá crearse un comité de ética que se encargue de: sostener reuniones regulares para analizar aspectos éticos, comunicar el código a todos los miembros de la organización, verificar posibles violaciones de éste, hacer que se cumpla y castigar a quienes lo transgredan y revisar y actualizar el código.
Pero no bastará con ello, para poder desarrollar un comportamiento ético deberán, además, romperse las barreras contra la denuncia del comportamiento no ético, como son: cadena de mando, pertenencia al grupo y prioridades ambiguas. Para eliminar estas barreras, la alta dirección debe promover medidas como las siguientes: establecer políticas claras que favorezcan la conducta ética, los directivos han de asumir la responsabilidad de castigas a los transgresores, las empresas pueden proporcionar un mecanismo de denuncia e incluirlo en sus políticas. A pesar de estas medidas, lo deseable sería un autocontrol ético, más que una vigilancia burocrática. Todos se controlan a sí mismos, en diálogo con sus colegas y se produce retroalimentación continua que puede dar origen a aprendizajes positivos.
6. CONCLUSIÓN
Se han de examinar las posibilidades que abre y, a su vez, exige el nuevo
contexto internacional bajo la creciente hegemonía de la economía globalizada.
El cambio de escenario mundial, que se plasma en el camino hacia un comer-
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