Lenguaje, Gramática y Filologías


Estudio del español actual en América


INTRODUCCIÓN:

EL ESPAÑOL EN AMÉRICA:

Cuando empezamos a realizar este trabajo todos partimos de dos equivocaciones: que el español en América era homogéneo en todos los países y que su riqueza provenía exclusivamente del legado del español peninsular. Sin embargo una vez que hemos finalizado este nos hemos dado cuenta de nuestro error y hemos comprobado la complejidad de un idioma que siendo común a tantos países en todo el mundo posee rasgos característicos fruto de su evolución local.

Hemos comprobado que una lengua es como un ser vivo, siempre está cambiando y enriqueciéndose, siempre evolucionando acorde con la sociedad que la acoge, es una rica fuente de intercambio entre naciones y pueblos y una forma de transmisión de una cultura común que abarca a dos continentes a ambos lados del Atlántico.

El castellano llega a América en el siglo XV pero sigue cambiando hasta hoy,sigue creciendo, renaciendo , y lo seguirá haciendo en un nuevo orden mundial que apuesta por la globalización no sólo económica sino también de la cultura y la lengua.

Con este trabajo hemos intentado analizar al Español de América desde sus orígenes hasta hoy, para lo que podríamos estructurar su contenido en tres grandes bloques.

En primer lugar y a modo introductorio hemos querido elaborar un breve recorrido histórico desde el nacimiento del Español hasta su llegada a América y su evolución hasta nuestros días. Creemos que es importante conocer los orígenes de un idioma para poder entender después muchos de sus rasgos actuales, bien a modo general, bien particularizando estos en sus diferentes países

En segundo lugar nos hemos querido centrar en el español americano hoy.Esta sección ha querido recoger los principales rasgos de una lengua que pese a compartir características comunes posee una gran riqueza regional. Así, también han sido analizados a modo particular los rasgos propios de los diferentes países con los que compartimos idioma.

En tercer lugar y en conexión con lo anterior hemos intentado encontrar algunos de estos rasgos en textos escogidos, así como en algunos documentos de audio. Esta labor ha sido sin duda la más difícil pues muchas veces las características analizadas enlazan con nuestro uso común de la lengua y no son fácilmente distinguibles.

Por últimos hemos querido realizar un recopilatorio de textos y documentos que pueden completar este breve estudio sobre el Español en América.

Aquí podremos encontrar varias entrevistas y artículos de autores como Gabriel García Márquez, Jose Donoso, Mario Vargas Llosa o Julio Cortázar

Documentos:

A lo largo de estas páginas hemos recopilado numerosos documentos, entrevistas y textos de distintos autores latinoamericanos que creemos pueden tener interés en el estudio del Español actual en América, algunos , incluidos anteriormente han sido analizados más profundamente, otros, los que aparecen a continuación han sido recopilados a modo de anexo para completar la información disponible en este trabajo.

Los textos aquí recogidos han sido transcritos de algunas publicaciones, mientras que otros han sido sacados de las transcripciones ya realizadas y disponibles en varias páginas en Internet.

Igualmente han sido elaborados dos CD´s que recogen documentos de audio y canciones de autores latinoamericanos con el mismo fin.

Consejos sobre el arte de escribir cuentos

Roberto Bolaño

Como ya tengo 44 años, voy a dar algunos consejos sobre el arte de escribir cuentos.

1) Nunca abordes los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.

2) Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince.

3) Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes.

4) Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.

5) Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.

6) Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así.

7) Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval!

8) Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.

9) La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra.

10) Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas.

11) Libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, del Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas.

12) Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo.

Entrevista a Jose Donoso

Fragmentos de una entrevista realizada en Uruguay por Alicia Torres y publicada por Brecha, periódico uruguayo.

(Alicia Torres) Tenuemente desencantado, irónico y melancólico, José Donoso se reconoce parte de una raza en extinción: los escritores. Mientras relee infinitamente a Tolstoi persiste en la costumbre de crear historias, no porque pretenda redimir la cultura sino simplemente porque apuesta a su propia salvación.

(José Donoso) Mi vocación literaria ha sido bastante constante. Nace de un amor muy grande por los libros, por la novela especialmente. Recorrer la novela, siempre leerla, estar muy ahí, con ella. Creo que al principio era una apuesta de ambición. Mejor dicho, al principio, principio, era curiosidad. Era preguntarme a mí mismo hasta qué punto llegaba, qué era capaz de hacer. Después aparece la ambición, que después a su vez se acaba y quedan otras cosas como el deseo franco de hacer una obra importante. El virus de la literatura, si es verdadero, es como las enfermedades, tú no las eliges, pero siempre pueden más que tu voluntad. Sabes, nunca fui muy conceptual en esto. Creo que la literatura es algo muy indefinible, un cuerpo muy ambiguo, con miedo a la racionalidad. Algo fuertemente irracional, que tiene que ver con la imaginación, con la sensibilidad, con el afecto, con la memoria, pero poco con la razón.

Sin embargo, usted afirmaba en la presentación de Donde van a morir los elefantes, que no creía que la literatura durara mucho tiempo más. Textualmente dijo: "Tengo pavor de que se desvanezca la cultura, la memoria, la literatura...". Cuáles son las amenazas?

Bueno, hay una crisis del humanismo en todo el mundo. Estamos en la era posindustrial, de la ciencia y la tecnología. No hay ninguna seguridad de que vaya a desaparecer la literatura, como tampoco de que permanezca, y ahí caben mis conjeturas. El mundo está dejando de ser personal. Lo que podía ser una "voz parcial", fruto de la experiencia personal, está en extinción, a pesar o justamente porque la historia se lee a través de lo individual, se subsume en lo subjetivo. Así todo es relativo. Vivimos a la intemperie, todos los esquemas han caído en desuso, a pesar de que muchos creen que ahora todas son certezas que se proponen conquistar otras certezas, para demoler opiniones. Claro que hay algo positivo en esta crisis. Estamos una vez más sumergidos en un mar de interrogantes sin respuestas y eso viabiliza el camino de la imaginación. Por eso son válidas las conjeturas.

Yo entonces podría conjeturar que para que desaparezca la literatura, deben desaparecer primero los escritores, y antes aun, el "virus" al que usted hacía referencia.

Creo que sí, que la de los escritores es una raza, una estirpe que se termina, o quizás que ya no existe como tal.

Es apocalíptica su percepción?

Es una visión un poco negra, siempre he sido una persona pesimista. Pero falta tiempo aún, y mientras tanto es una incertidumbre más. En los períodos de crisis como éste, la tradición es la gran tela de araña que sostiene al creador sobre el vacío existencial. Todos nos apoyamos en las obras ya escritas para escribir nuestros textos, especialmente cuando otras certidumbres se tambalean. Cuando el presente se tambalea. Recordando a T. S. Eliot: "la tradición se perpetúa mediante las rupturas con ella".

Le importa mucho permanecer?

Bueno, nunca he creído en la posteridad literaria, pero me gustaría que me siguieran leyendo durante bastante tiempo después de mi muerte. También sé que no va a ser así. El público es muy voluble, va olvidándolo todo. La moda, el gusto, todo va cambiando. Son otros los personajes, los protagonistas de la cultura. Además estamos en una época en la cual en gran parte lo económico (la edición de masas, por ejemplo) define lo cultural.

Qué queda de esa empresa que fue el boom?

El boom pertenece a una época en la cual la novela latinoamericana era como un niño frente al espejo, tocándose para conocerse. Fue un proyecto unitario, "bolivariano", que sólo pudo ser en otra América, casi en otro universo. Esa unidad de que estaba hecho el boom, esa constelación que muchos se explican de diferentes maneras, o no se explican, se transformó en otra cosa y se acabó. En un momento pareció que estábamos todos alrededor de lo mismo, pero finalmente eso no fue verdad. De ese esfuerzo no quedó nada, o sí rescato cuatro o cinco novelas magistrales. Pero ahí quedó todo.

Cuáles son esas novelas?

Rayuela, de Cortázar; La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes; La casa verde, de Vargas Llosa; Cien años de soledad, de García Márquez... alguna novela de Onetti. Sabes? Yo aprendí tanto de los clásicos como de mis contemporáneos, de los otros del boom. Aprendí por ejemplo de la novela que retrata espacios extensos: la ciudad como espacio vasto, al modo de Fuentes. Aprendí el sentido de lo mágico, de la maravilla, con García Márquez. De Cortázar aprendí que podía existir una gran hermandad entre los hombres. El estaba como yo, lejos de su tierra, tan extranjeros y exiliados ambos. Añorábamos a dúo. Siempre sentí a Julio en paralelo. Y así fui aprendiendo de todos los del grupo, aunque en ese tiempo no teníamos conciencia de pertenecer a un grupo como el público lo percibía. Éramos gente que se encontraba con frecuencia. Nuestras mujeres eran amigas, nuestros hijos jugaban juntos, veraneábamos y pasábamos mucho tiempo reunidos.

Se siguen viendo?

Sí, con casi todos. Pero hablamos menos de literatura, y aprendemos menos unos de los otros. Con García Márquez siempre fue difícil hablar de literatura, no le gusta nada. Con Fuentes nos encanta hacerlo.

Cómo ve la nueva narrativa latinoamericana?

Totalmente diferente, claro. No hay un proyecto, nadie conoce a nadie (o casi), es fragmentaria, está totalmente desarticulada. Una de las características de la gente del boom, fue el traspaso de fronteras. Esa unida d que la gente veía, sentía, hacía que se interesaran, leyeran, conocieran lo que se escribía en otros países.

Una mirada global sobre su obra, nos permitiría brevemente contar como se inició y en qué está?

Podríamos empezar hablando de una etapa realista, que revelaba un poco lo que era la novela de esos tiempos en Chile, que reflejaba esa sociedad chilena. Después vino la época del boom, que era un período experimental, en el cual la "forma novela" era cuestionada, retorcida, puesta a prueba, y así se escribieron grandes novelas enciclopédicas, pero siempre montadas sobre una experimentación formal. Finalmente un período de conformidad, como una vuelta a las fuentes clásicas, pero llevando en sí todo lo que se aprendió en el camino y con todas las formas por las cuales uno ha pasado

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La soledad de América Latina
[Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982]

Gabriel García Márquez


Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.

Fragmento del reportaje sobre Fernando Vallejo Publicado en Babelia, El País, a fecha 5-1-2002

PREGUNTA. En El desbarrancadero habla de Internet como una epidemia equivalente al sida. Supongo que tiene ciertas prevenciones para responder por correo electrónico.

RESPUESTA. Ni la más mínima: es la única forma de que los periodistas no me cambien lo que digo, y ni aun así: me cambian sus preguntas, me cambian mis respuestas, sacan una frase mía de contexto y la ponen de título y quedo como Dios Padre tronando desde el Sinaí, e indefectiblemente, cuando veo mis entrevistas publicadas se me cae la cara de vergüenza. Les tengo más miedo a los entrevistadores que llegan a mi casa con papel y lápiz que a los sicarios de Medellín.

P. El desbarrancadero explora la elocuencia de la enfermedad. 'En cuanto se tiene un padecimiento se tiene una opinión propia', decía Lichtenberg. El hermano del protagonista adquiere una perturbadora lucidez en agonía tras derrochar su vida. ¿Podría comentar algo sobre la expresividad de los enfermos?

R. La vida para mí es una desgracia; en cambio para mi hermano Darío era una fiesta, y en consecuencia se entregó en cuerpo y alma a derrocharla y a quebrar todos los platos y los muebles de la casa. ¡Qué bueno que ya no siga aquí en este horror, qué bueno que se murió!

P. La novela también celebra la juventud y la belleza, no sólo de los muchachos de Medellín, sino de un pasado, si no idílico, al menos muy superior a la realidad actual. Toda su literatura parece venir de esa pérdida. Pero su memoria es vengadora: no busca la evocación nostálgica sin motivos para denostar con brillantez el presente.

R. Ya lo dijo Manrique: todo tiempo pasado fue mejor. En cuanto al mío, lo fue no tanto porque yo fuera entonces un niño o un muchacho siendo que ahora soy un viejo (o casi), sino porque entonces había menos gente; y mientras más gente, peor: el infierno son los demás, dijo Sartre. Sartre el bienaventurado, que se murió cuando éramos tan sólo tres mil millones. Hoy ya pasamos de los seis mil y me siguen contaminando el agua, empuercando el mar y respirando el aire.

P. Se describe como un novelista de primera persona. La voz narrativa suele ser la de alguien muy parecido a Fernando Vallejo. Esto refuerza la impresión de que se trata de un relato autobiográfico, 'verdadero'. ¿Podría comentar algo sobre la novela de tercera persona y la novela de primera persona?

R. Sí, aunque por ahí no va a faltar quien diga que me repito. Durante los últimos doscientos años, la novela (entendiendo por novela la ficción en tercera persona) ha sido el gran género de la literatura. Ya no puede serlo más, ése es un camino recorrido, trillado, y no lleva a ninguna parte. ¿Qué originalidad hay en tomar, por ejemplo, una persona de la vida (o varias armando un híbrido) y cambiarle el nombre dizque para crear un personaje? Yo resolví hablar en nombre propio porque no me puedo meter en las mentes ajenas, al no haberse inventado todavía el lector de pensamientos; ni ando con una grabadora por los cafés y las calles y los cuartos grabando lo que dice el prójimo y metiéndome en las camas y en las conciencias ajenas para contarlo de chismoso en un libro. Balzac y Flaubert eran comadres. Todo lo que escribieron me suena a chisme. A chisme en prosa cocinera.

P. Desde Voltaire, casi nadie había sostenido un mano a mano tan intenso contra el Papa como usted. Christopher Domínguez Michael le compara, a mi modo de ver con razón, con un moralista del XVIII.

R. A Voltaire lo educaron los jesuitas, y a mí los salesianos. Y los jesuitas comparados con los salesianos son unas mansas palomas. Yo conozco lo peor de lo peor. Pero mi polémica no es con este Papa, que al fin de cuentas no es más que un pobre diablo que ya por fortuna se va a morir; mi polémica es con Cristo, uno al que tampoco le dio el alma para entender lo que tenía que entender: que los animales también son nuestro prójimo, y no sólo el hombre, que es el más malo de los animales. Y después de Cristo con Mahoma, esa bestia reproductora y lujuriosa.

P. Como en Buñuel, en su ateísmo hay algo muy religioso. En La Virgen de los sicarios escribó un furibundo contraevangelio.

R. Los muertos de ese libro hace mucho que están podridos y enterrados y ya los olvidé.

P. Su narrador es un misántropo capaz de ofender con corrosiva ironía a todas las causas de la corrección política. Pero en su trato con los animales es de una piedad franciscana. Lo mismo puede decirse de los recuerdos sobre el padre y de la naturaleza colombiana anterior a los años de la violencia. Se diría que sus preocupaciones más profundas tienen que ver con la ecología.

R. No, los ecologistas son especialmente infames y mentirosos: quieren preservar las especies de esta tierra para el hombre, para que el hombre las disfrute y se las coma. Yo no. Yo pienso muy distinto de ellos: especie que se extingue, especie que deja de sufrir. Que se mueran los perros, que se mueran las vacas, que se mueran las ratas, mis hermanas las ratas, eso es lo que quiero yo.

P. Me parece que ha escrito una refutación de Darwin.

R. Darwin era un impostor. Otro, ya que venimos hablando de papas. Y El origen de las especies, un libro estúpido, feo y mal escrito y por momentos lo único que no podía ser: ¡lamarckiano! Lo publicó ese impostor en 1859, 12 años antes de que Oscar Hertwig descubriera la fecundación del óvulo por el espermatozoide. ¿Cómo uno que no sabe que proviene de un óvulo fecundado por un espermatozoide se puede meter a explicar dizque 'el origen de las especies'? El mecanismo que él propuso, el de la selección natural, es una tautología, una perogrullada, la vuelta del bobo, una explicación que no explica nada. Como la de Dios, que explica todo, ¿pero a Él quién lo entiende? Por supuesto que la evolución es una realidad, para mí tan clara como un día despejado con sol. Pero ésa no la descubrió él, la descubrieron otros: Maupertius, Lamarck, y sin ir más lejos de la familia del santo en cuestión, su abuelo Erasmus Darwin.

P. Recuerdo su conferencia en Cali, hace un par de años. Se iba al día siguiente y dejó la impresión de que esa noche sería peligrosísima para usted. Se lanzó contra todos: la guerrilla de las FARC, los paramilitares, la Iglesia, los narcos, los políticos. ¿Hay remedio para la violencia en Colombia?

R. Colombia es un desastre sin remedio. Máteme a todos los de las FARC, a los paramilitares, los curas, los narcos y los políticos, y el mal sigue: quedan los colombianos.

P. Thomas Bernhard se sirvió de su odio por Austria como de un combustible creativo. Desde hace muchos años vive en México, la capital de la mentira, como la llama, y va con arriesgada frecuencia a Colombia. ¿Se imagina escribiendo desde un entorno plácido o necesita, como Bernhard, el roce con lo que detesta?

R. No he leído a Bernhard pero sé que él insultaba a Austria, su patria, porque la odiaba; yo en cambio insulto a Colombia, la mía, porque la quiero. Y porque la quiero, quiero que se acabe: para que no sufra más.

P. A lo largo de El desbarrancadero dice que nada es tan suicida como pedirle a un taxista que baje el volumen de su radio. Pero cuando su narrador lo hace, sobrevive. Me parece una clave para entender que es un artista de la exageración. También involucra su sentido del humor, como cuando describe a un dandi que va por los barrios miserables dejando caer cubitos de consomé Maggi desde su coche deportivo. Sus efectos cómico-dramáticos le deben mucho a la desmesura. ¿O exagero?

R. Cubitos de consomé y naranjas envenenadas. Y de lo único que me considero artista es de la supervivencia: en un mundo de locos rabiosos llegué a la vejez.

P. Ha escrito dos espléndidas biografías de poetas, una sobre José Asunción Silva y otra sobre Porfirio Barba Jacob. ¿Qué tan importante ha sido la poesía para escribir en prosa?

R. La poesía hay que hacerla en prosa. El verso no tiene razón de ser desde que se inventó la escritura, o sea un poquito después de Homero. Yo escribí las biografías de esos dos poetas colombianos que dices por desocupación. Y respetando la convención literaria que pide que el biógrafo crea en su biografiado, sostuve que eran dos de los más grandes poetas del idioma, pero no. Los versos son sonsonete. Quiero decir los de antes, los que tenían ritmo y rima; en cuanto a los de hoy, son pedacería de frases.

P. Es un pianista más que solvente, ¿con qué compositores encuentra afinidades narrativas?

R. Lo que yo hubiera querido ser en la vida es músico, compositor. Pero como no tenía música en el alma, no me quedó más remedio que dedicarme a esas dos artes menores del cine y la literatura. Gluck y Mozart son lo máximo. Después sigue El Quijote.

P. Desde La isla del tesoro nadie mataba a tantos personajes de forma tan necesaria. También dice que el contacto con la muerte le ha convertido en un autor póstumo. Su ironía parece fundarse en este principio tragicómico: las bromas del que ya está en el más allá. ¿Me comenta algo o estoy loco?

R. Me encanta eso que dice 'de forma tan necesaria'. Es que si no abrimos campo ya no caben más. Hay que ir sacando por un lado para meter por el otro.

P. El final de El desbarrancadero me recuerda mucho al de Almas muertas, de Chéjov, los personajes parten, uno en un taxi letal, otro en una carreta, después de haber levantado inventario de las muertes. Me parece una coincidencia feliz. No sé si la tenía en mente.

R. Lo único que recuerdo de Las almas muertas, de Gógol, es que el protagonista (¿Chichikov?) vendía esclavos muertos sobre el papel, en las escrituras, como si estuvieran vivos; y que la leí en una edición de la editorial Porrúa de México.

P. Le prometió a la Virgen de Guadalupe que ya no haría entrevistas a no ser que ella le ordenara lo contrario. ¿Inscribimos este diálogo en los milagros guadalupanos?

R. Sí, porque dentro de seis días es su fiesta.

Discurso sobre la paz y el desarme

Un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho menos: un aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último suburbio de la gran patria universal, pero la sospecha creciente de que sea el único sitio del sistema solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida nos arrastra sin piedad a esta conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de la inteligencia.

Y no sólo de la inteligencia humana, sino de la inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa inclusive a la clarividencia de la poesía. Desde la aparición de la vida visible en la Tierra debieron transcurrir 380 millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos sean capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso multimilenario tan dispendioso y colosal pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un botón.

Para tratar de impedir que eso ocurra estamos aquí, sumando nuestras voces a las innumerables que claman por un mundo sin armas y una paz con justicia, pero aun si ocurre - y más aun si no ocurre - no será del todo inútil que estemos aquí. Dentro de millones de milenios después de la explosión, una salamandra triunfal que habrá vuelto a recorrer la escala completa de las especies será quizá coronada como la mujer más hermosa de la nueva creación. De nosotros depende, hombres y mujeres de ciencia, hombres y mujeres de las artes y las letras, hombres y mujeres de la inteligencia y la paz, de todos nosotros depende que los invitados a esa coronación quimérica no vayan a su fiesta con nuestros mismos terrores de hoy.

Con toda modestia, pero también con toda la determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de sobrevivir al diluvio atómico; una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarles las cucarachas: que aquí existió la vida, que en elle prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad, y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que ésta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y porqué intereses tan mezquinos la borraron del universo.

Noticia de un secuestro

(Entrevista concedida por García Márquez con motivo de la publicación de su último libro a la revista CAMBIO 16 . Colombia Mayo 6-13 1996]

EL 21 DE MAYO DE 1948 apareció en El Universal de Cartagena de Indias la columna "Punto y aparte", el primer escrito periodístico de un estudiante de Derecho e incipiente cuentista llamado Gabriel Garcia Márquez. Hoy, casi medio siglo después, tan lejos de ese mundo que "era tan reciente que para nombrar a las cosas había que señalarlas con el dedo", el desconocido periodista se ha convertido no sólo en uno de los más grandes escritores del siglo XX, sino en la noticia. Hace tan sólo dos semanas ocupó los principales titulares del mundo cuando los secuestradores de Juan Carlos Gaviria le pidieron que fuese él el presidente de Colombia. "Nadie con un gramo de sensatez tomará cualquier decisión bajo la presión de un secuestro", respondió el Nobel.

Sabe del tema. Su nunca olvidado oficio lo llevó a investigar durante tres años el secuestro de cinco mujeres y cinco hombres colombianos a manos de los Extraditables. Noticia de un secuestro, que será publicado esta semana, es, no sólo la culminación de la técnica periodística y literaria del autor -los capítulos nones tratan del mundo exterior, los pares llevan al encierro, a lo interno-,sino también un ejemplo de la noticia humanizada, con protagonistas de carne y hueso, donde Garcia Márquez abre -como en aquel Relato de un naufrago- ese espacio fascinante que la frialdad periodística les niega cotidianamente a las víctimas: el de los recuerdos.

CAMBIO 16 "Noticia de un secuestro" es un libro cuyos protagonistas tienen nombre y apellido conocidos y hablan por teléfono con su autor. ¿Que tan difícil le resultó escribirlo?

GABRIEL GARCÍA MARQUEZ. Todo libro es difícil. Cien años desoledad lo fue por la enorme carga mítica que llevaba dentro. El otoño del patriarca lo fue también por su enorme carga de ficción histórica, y Noticia de un secuestro lo es por su enorme carga de realidad periodística.

P. Nadie cree que a estas alturas le resulte difícil conseguir reportajes como al resto de los mortales. No es lo mismo el periodista feliz e indocumentado de hace 40 años que un Nobel al que nadie le niega ahora una entrevista.

R. Yo no me gané ese privilegio por influencias ni por plata, sino subiendo escalón por escalón en el oficio de periodista. Cuando tenía tu edad me tocaba luchar contra las mismas dificultades que tú has encontrado ahora para que yo te concediera esta entrevista. Y no se olvide que para hacer un trabajo como éste se necesita más humildad siendo premio Nobel que reportero raso.

P. Y usted que ha inventado un chocolate que hace levitar, no podría inventar los detalles a su antojo?

R. De poder, se podía. Pero el reto era jugar limpio. Lo que yo quería era escribir un reportaje con todas sus leyes, y en ellas no cabe la invención. Hoy me alegro: el libro no tiene una línea imaginaria ni un dato que no esté comprobado hasta donde es humanamente posible. Sin embargo, estoy seguro de que costará trabajo creerlo, porque parece más novela que cualquiera de mis novelas. Creo que ese es su mayor mérito.

P. Los victimarios tenían la misma disposición? Por qué no habló usted con Pablo Escobar?

R. Con los victimarios habría sido distinto, porque quizás hubieran querido aprovechar el relato para justificarse. Pablo Escobar estaba todavía vivo en la cárcel cuando empecé la investigación y sé que él tuvo noticias del libro que yo estaba escribiendo. Había resuelto discutirlo con él en persona sólo cuando ya tuviera el primer borrador, pero murió antes. Estoy seguro de que yo me hubiera puesto en su lugar para ser justo con él. En un buen reportaje puede no haber buenos ni malos, sino hechos concretos para que el lector saque sus conclusiones.

P. ¿Por qué Escobar no y los Ochoas sí?

R. Con los hermanos Ochoa fue distinto. Están presos los tres, y a punto de cumplir su condena. Pero lo que no se sabe y va a saberse en el libro es que dentro de la cárcel ellos se constituyeron en un canal de comunicación ante Pablo Escobar y Alberto Villamizar, gracias al cual salieron con vida los dos últimos secuestrados -Maruja Pachón y Pachito Santos- y Escobar se entregó. Los Ochoas, que están condenados por narcotráfico y enriquecimiento ilícito, pero no por homicidios ni terrorismo, hicieron un trabajo que debió haberse tenido en cuenta para descontarles la pena, de acuerdo con la ley, pero no sólo no se hizo, sino que tampoco ellos lo reclamaron.

P. ¿Cómo hizo para hablar con ellos, cómo fue el encuentro?

R. Para ver a los Ochoas no había problema. Ellos reciben visitas, reciben la comida de su casa... Pero si yo me aparecía por allí hubiera sido una noticia escandalosa que me habría obligado a revelar el secreto del libro que estaba escribiendo. Así que me tocó esperar una buena oportunidad, y me la dio un grupo de periodistas norteamericanos de alto nivel que el presidente Samper invitó el año pasado para que estudiaran la situación del narcotráfico en Colombia. Mientras ellos conversaban con los Ochoas yo aprovechaba para hablar con cada uno de estos por separado sobre las dudas que aún me quedaban. Las mandé en primer borrador cuando lo tuve listo y ellos no solo me hicieron anotaciones muy pertinentes, sino que me corrigieron datos equivocados y me dieron otros nuevos.

P. ¿Qué piensan hacer los colombianos para no llegar al siglo XXI en la misma situación en la que están hoy?

R. ¿Y cómo piensas tú que podemos pensar en el siglo XXI si todavía estamos tratando de llegar al siglo XX? Piensa que me he pasado tres años tratando de que no haya un solo dato falso en un libro, para un país en el cual ya no se sabe donde está la verdad y donde está la mentira. Qué porvenir puede quedarle a la literatura de ficción si un candidato presidencial no se da cuenta de que sus asesores sagrados reciben millones de dólares sucios para su campaña. Donde los acusadores no se toman en cuenta porque en medio de las muchas verdades que dijeron, colocaron también muchas mentiras. Donde el Presidente se constituye a su vez en acusador de sus acusadores con el argumento de que estos sí recibieron la plata, pero no la ingresaron en la campana porque se la robaron. Donde -según eso- tres de sus ministros están a las puertas de la cárcel por haber manejado un dinero que no existió y encubierto un delito que no se cometió. Donde varios de los 15 jueces que juzgan al Presidente están acusados del mismo delito que deben juzgar. Donde hay seis parlamentarios en la cárcel y más de 20 investigados, y el Procurador está preso y el Contralor General acusado de enriquecimiento ilícito. Donde el Gobierno no tiene tiempo para gobernar y el Estado está cayéndose a pedazos, y la sociedad está dividida entre los que lo creen todo y los que no creen nada, sin mucho fundamento para lo uno ni lo otro. Y donde al final los capos presos y acusados de haber dado el dinero sucio dejan sin piso al Presidente, a sus asesores, al país y a todo el mundo, porque aseguran que no dieron ni un centavo. En un país asi - qué carajo!- a los novelistas no nos queda más remedio que cambiar de oficio


Las circunstancias del corazón

Entrevista con Juan Gelman

Enrique Portilla F.

Se le ha catalogado generacional y estilísticamente como perteneciente al neovanguardismo argentino de los años sesenta. ¿Usted está de acuerdo con ese juicio?

­Mire, en realidad el tema de los juicios y las etiquetas es algo a lo que no le encuentro mucha validez. Pareciera ser una voluntad de clasificación para comodidad de los críticos, pero si se individualizan los elementos y los poetas de eso que se da en llamar la generación de los sesenta, se encontrarán voces muy diferentes, registros muy dispares.

En el caso de Argentina, lo que se denominó neovanguardismo había empezado ya en la década de los cuarenta, después de la llamada Generación del '40.

­¿Con Raúl González Tuñón y los "martinfierristas"?

­No precisamente, más bien con gente que perteneció al grupo Madi o Nueva Invención, que también abarcó movimientos en la pintura, la escultura; o los que se embarcaron en la asunción del surrealismo pero con elementos muy nacionales. Hubo también otro movimiento, empujado por Poesía de Buenos Aires, una revista que dio a conocer voces de poetas extranjeros como Francisco Urondo. Lo que ha dejado todo eso son voces diversas, poetas que sólo de manera artificiosa pueden ser puestos en un mismo saco.

Toda esa gente convivió y escribió en los sesenta, pero cómo llamar a estas diversas voces. Supongo que todos estos poetas estarían vinculados a un tema político, a la llamada "poesía de compromiso" que también se mal llamó "poesía conversacional".

Yo creo que en torno a esto hay una gran cantidad de equivocos; los poetas que le mencioné rara vez escribieron poemas de tema político. Hay clasificaciones que crean confusión.

­¿Y cuál es la relación de la poesíacon el boom de la narrativa en los años sesenta?

­En América Latina fue precedido por el boom de la poesía; antes aparecen grandes voces como las de Neruda y Vallejo, y antes de ambos la de Rubén Darío y el modernismo. Y estoy hablando de dos cumbres, pero como siempre ocurre en todo arte, alrededor de esas cumbres hay otras menos visibles que también existen. Esto es así, la poesía me parece un tejido continuo, pero desde el fondo de los siglos y en ese tejido que ha sido tan fuerte en Latinoamérica a partir de fines del siglo pasado, y sobre todo en el siglo XX, están inscritos muchos nombres.

El tema no es buscar complejidad, la poesía no es una cuestión de voluntad y aunque habrá quien lo hace, en lo general no es cosa de buscar una expresión compleja o simple, sería un error. Lo que hay que buscar es lo que uno necesita expresar, la obsesión.

­Muchos críticos han tratado de interpretar la filigrana de su poesía. Si usted debiera hacerlo, ¿qué diría?

­Creo que se escribe porque hay una especie de obsesión, y esto en mí se manifiesta incluso físicamente. Algo se mueve en el interior y uno no sabe qué es. Uno trata de saber qué es, escribiendo.

Ese proceso lo describió muy bien Pavese, cuando dijo que ante cada página el poeta debe estar virgen, como si nunca hubiera escrito; y a eso, supongo, Mallarmé le llamaba "el horror de la página en blanco". A medida que sucede la escritura, se va encontrando la voz más cercana a la obsesión, que nunca se funde completamente con ella; la obsesión se va agotando y la expresión poética va ganando en cercanía a esa obsesión. Hay un momento en que se cruzan las dos líneas y, a partir de ese momento, como dice Pavese, se escriben los poemas más felices.

Cuando la obsesión se agota o está a punto de agotarse, es mejor no escribir más, porque ahí empieza lo que se llama "la maquinita", en la que, por ejemplo, un gran poeta que admiro mucho, Neruda, incurrió muchas veces: se adquiere una especie de costumbre de expresión, en la que se escribe con la expresión misma y no con la vivencia que le dio origen; así se explica la cantidad de "odas elementales", que son como la recreación de una técnica conquistada por una vivencia inicial, pero ya separada de ella.

­Usted escribe sin eludir lo complejo, sin miedo a enredarse en la complejidad, ese gran fantasma de los poetas.

­La realidad es compleja, y creo que uno también lo es. El tema no es buscar complejidad, la poesía no es una cuestión de voluntad y aunque habrá quien lo hace, en lo general no es cosa de buscar una expresión compleja o simple, sería un error. Lo que hay que buscar es lo que uno necesita expresar, la obsesión. Lo complejo es la poesía misma, en el sentido de que es inaferrable, y la búsqueda de un milagro es lo que empuja a escribir.

­¿Cómo resuelve Juan Gelman la integración de la técnica a su poesía para expresar su realidad?

­Cada obsesión busca su expresión, y la lucha es tratar de acercarse lo más posible. Hay un punto en el que ya no se puede avanzar ­hablo de lo que me ocurre. La obsesión y lo que ella exige expresar, siempre está mucho más allá de lo que se logra expresar, por lo cual uno llega a odiar su propia obra, como decía Nietzsche. El lenguaje es siempre insuficiente para la poesía, por eso se produce esa persecución.

Hay poetas cuya imaginación poética nace de su vivencia, está estrechamente relacionada con ella y hay otros a los que no les ocurre eso; lo señaló muy bien Eduardo Milán al decir que los segundos más bien "fantasean".

­Entonces el trazo poético "genuino" parte de "lo real"...

­Creo que es la única poesía posible, y prefiero la imaginación a la fantasía, son territorios distintos. La imaginación requiere precisión y mucho más trabajo ­me refiero al trabajo interior­, escucharse a sí mismo en un mundo en donde hay tanto ruido.

­¿Las figuras semiocultas, las constantes elipsis en sus metáforas son un intento de hacer del lector un cómplice del acto poético?

­Mire, la verdad es que no intento nada, y a veces pienso incluso que le estoy inflingiendo cosas al lector. Cada poema, de quien fuere, tiene la lectura que el lector le da; ya el encuentro entre la lectura y el texto es un enigma que pertenece a cada lector.

En cuanto a lo que usted señala como elipsis: el poema no sólo debería decir lo que dice, sino también decir lo que calla (¡y con suerte, de ese modo callar lo que dice!)

Para mí, el poeta más alto de la lengua castellana es San Juan de la Cruz, pues justamente su poesía conlleva ese milagro. ­¿A qué se debe su popularidad en Sudamérica y Europa y su escasa difusión en México?

­No pienso que sea un fenómeno que atañe a mi obra solamente. En América Latina vivimos una lamentable balcanización; en Buenos Aires no se conocen poetas espléndidos del interior del país y mucho menos del Uruguay, Chile, Perú, México. Y esto ocurre en todos nuestros países. La globalización se realiza en determinados andariveles, dejando al margen inmensos espacios de creación, no sólo poéticos o de las artes, sino también educativos, de creación popular, etcétera...

­Pero usted vive en México desde hace siete años, y mientras en Sudamérica sus libros tienen tirajes de diez mil ejemplares aquí apenas lo conocen...

­Aquí en México se editó, en 1982, Hacia el Sur, y en 1993 la editorial Siglo XXI publicó mi primera antología personal, En abierta oscuridad, que ya va en su segunda edición. La difusión de los libros de poesía es diferente, pues no están sujetos a una temporalidad política o de otra naturaleza; son como botellas al mar...

­En cuanto a las influencias iniciales, ¿jugaron un rol importante autores como Mayakovsky y Pasternak?

­Mis influencias iniciales fueron más bien Raúl González Tuñón y César Vallejo. A Mayakovsky lo leí y lo admiré como poeta; Pasternak, por razones políticas ­era la época de la Guerra Fría­, tenía todo tipo de dificultades en la propia Unión Soviética y no era mucho lo que se difundía afuera, no era muy amplio el acceso a sus textos en castellano.

Yo creo dos cosas sobre las influencias. La primera es que son reales cuando no son superficiales, es decir, lo que Goethe llamaba "las afinidades selectivas". Hay grandes poetas que a uno lo dejan absolutamente frío ­por lo menos en mi caso­ y hay otros que tal vez no son tan buenos pero te tocan.

Por otro lado, creo que esto de las influencias se produce a veces de manera totalmente inadvertida, por germinación, por contaminación, y por esa razón ­como dice Borges­ en ocasiones un escritor o un poeta actual iluminan a uno anterior, como si el escritor actual hubiese influido al otro.

Pero la gran influencia que he tenido, en la creación de obsesiones, en empollarlas y hacerlas romper el huevo, es la realidad misma, con todas las caras que tiene.

­¿Podría describir los cambios estilísticos que se han dado en su poesía?

­Mire, yo supongo que ha habido cambios estilísticos en la medida en que cada obsesión exige su expresión. No creo tener mucha lucidez al respecto. Yo admiro a poetas como Eliot, que han tenido una capacidad de crítica notable. No es mi caso. No quiero con esto fingir una inocencia sobre lo que sé de lo que escribo, pero hay muchas cosas que no sé. Lo que sí conozco, es la gran insatisfacción que hay entre lo que uno quiso decir y lo que no alcanzó a decir; lo que sí conozco, es la felicidad de cierto momento de la escritura, cuando parece que por fin... pero muy poco más.

­Varios autores europeos sostienen que hoy es casi imposible escribir poesía en el Viejo Continente, que ya no hay interés, que escribirían para 20 o 30 lectores. Y muchos culpan a la producción latinoamericana.

­Me produce mucha gracia... En realidad uno piensa que si llega a tener dos o tres lectores es suficiente. Pero creo que lo que dice sobre Europa es cierto. Le voy a comparar dos festivales de poesía: uno en París, en el que estuve recientemente,donde el público era bastante reducido; en el otro, realizado en Medellín, Colombia, pasaban miles de personas; el festival se cerraba con un acto poético en el que leían todos los poetas invitados, que podían ser 30 o 40, empezaba a las dos de la tarde, en un estadio, y terminaba a las ocho de la noche de un domingo.

La poesía latinoamericana no tiene la culpa de lo que pasa en Europa. Yo creo que los europeos tendrían que revisar un poco críticamente lo que les pasa a ellos, qué fenómenos sociales, de deshumanización, inciden en eso.

­¿Se puede reivindicar aún la poesía por la poesía? O, como parafrasea el poeta Mario del Valle, "la poesía es un arma cargada de pan duro"...

­El tema central de los poemas es la poesía, por eso la poesía puede hablar de cualquier cosa, desde la Antigüedad ha hablado de todo y lo va a seguir haciendo, pero aquello de lo que va a hablar es del dominio de cada poeta. Puede haber poetas con sensibilidad política, pero esa sensibilidad no nace del deseo de hacer política, sino de un "espacio" humanista, aunque se equivoquen. Ese espacio está directamente relacionado con su ser poeta.

A Apoles Ledar, que era miembro del Partido Comunista argentino, sus compañeros le reprocharon, en 1952, que con la Guerra de Corea él no escribiera ningún poema en apoyo al pueblo coreano. Él contestó algo muy sencillo: "Yo escribo poesía cuando la circunstancia exterior coincide con la circunstancia del corazón."

­En este fin de siglo, ¿han variado los enigmas de poesía y realidad?

­Creo que son los mismos, desde hace muchos siglos.

­Pero en las obsesiones que acosan hoy al poeta, ¿predominan las colectivas? Fito Paez habla del "inconsciente colectivo", como Jung.

­Yo en el inconsciente colectivo no tengo depositada mucha confianza. Esas obsesiones dependen de cada quien, no se pueden generalizar. No conozco, en todo caso, a ningún poeta que viva triunfalmente este fin de siglo, que le parezca bello, hermoso, ni mucho menos. Hablo de los sentimientos y las obsesiones que este fin de siglo produce y veo escepticismo, oscuridad, dolor. En algunos casos hay como una especie de recuperación de la basura en los poemas, como símbolo de lo que el mundo está ofreciendo.

Huellas de Gauguin

MARIO VARGAS LLOSA

El País, Domingo, 20 de enero de 2002

Las Marquesas son las islas más isleñas del mundo, es decir, las más alejadas de un continente entre todas las que flotan por los mares del mundo. Para llegar a Hiva Oa hay que volar primero a Tahití (24 horas desde Europa y 12 desde América), y luego, en Papeete, subirse a un avioncito que zangolotea cerca de cuatro horas entre nubes tormentosas y por fin, luego de una escala en Niku Hiva, aterriza en Atuona. El espectáculo es soberbio: laderas y picos enhiestos cargados de verdura que se mojan los pies en un mar bravío, de grandes olas espumosas, que, se diría, arremete contra Hiva Oa con toda la intención de deshacerla.

Atuona, la capital de la isla, es todavía más pequeñita que en tiempos de Gauguin. Ahora tiene menos de un millar de habitantes y, en 1901, cuando él desembarcó, tenía doscientos más. Sigue siendo una sola callecita que arranca de la Bahía de los Traidores y va a morir, mil metros después, en las faldas del orgulloso Monte Temétiu. Si, para seguir la peripecia de Gauguin en sus años de Tahití hay que ayudarse mucho con la imaginación -Papeete y Punaauia son hoy modernas, prósperas y están atiborradas de turistas-, en Atuona, en cambio, las huellas de los dos últimos años de su vida que pasó aquí, aparecen por todas partes. El paisaje, desde luego, apenas ha cambiado. El pueblo, aunque luce algunas casas flamantes y han desaparecido muchas de las viejas construcciones, sigue siendo el pequeño asentamiento humano medio devorado por la naturaleza que parece haberse desgajado del tiempo y los trajines del mundo moderno. En Atuona, no los relojes sino los cantos de los gallos despiertan a los seres humanos y la vida transcurre aún en cámara lenta, en un letargo tibio y feliz.

El señor Mataiki, que dio pensión a Gauguin en sus primeras semanas marquesinas, está enterrado en el cementerio de Make Make, no lejos de su tumba, y sus descendientes se dedican todavía al comercio, como aquél. Un bisnieto de monsieur Frébault, testigo de su defunción, es el presidente de la Sociedad Amigos de Gauguin, y me sirve de cicerone. Es un marquesino atlético, con el cuerpo empastelado de esos finos tatuajes que son desde tiempos inmemoriales el orgullo de la isla, y que fueron uno de los incentivos que trajeron aquí a Gauguin. Pero, ay, él casi no pudo ver esos delicados tatuajes, por el estado calamitoso de sus ojos -la sífilis, además de llagarle las piernas, dañarle el corazón y el cerebro, empobreció atrozmente su vista en sus años finales- y porque el implacable obispo Martin, su enemigo mortal, empeñado en occidentalizar a kanakas y maoríes, los había prohibido. Ahora, los huesos de monseñor Martin y los de Koke (así lo bautizaron los indígenas) reposan a pocos metros de distancia, en las alturas de Atuona, frente al ancho mar de los barcos balleneros, que venían a secuestrar indígenas para incorporarlos a la tripulación, y los temibles tsunamis que varias veces destruyeron Atuona en el siglo diecinueve.

No quedan rastros de Ben Varney, el almacenero de entonces, íntimo amigo de Gauguin, que tal vez regresó a morir en su tierra, los Estados Unidos, pero sí se conserva, casi intacto, el almacén, una construcción de dos pisos, con baranda de madera y techo de calamina, donde Koke venía a comprar lo poco que comía y lo mucho que bebía, ajenjo para él y sus amigos, y ron para los indígenas, a quienes monseñor Martin había prohibido el alcohol. Gauguin luchó contra esa prohibición, manteniendo en la puerta de su casa -La Maison de Jouir- un pequeño tonel de ron del que podían venir a beber, libremente, todos los nativos de la isla.

Su entrañable amigo y vecino Tioka, con quien hizo intercambio de nombres -ceremonia marquesina de hermanazgo y reciprocidad- murió aquí y aunque no se conserva su casa, sí la de su familia, idéntica a las que construían entonces en Atuona los vecinos acomodados. Está en la otra orilla del riachuelo en el que Gauguin acostumbraba bañarse desnudo, para escándalo de los misioneros y monjas vecinos, y para las rabietas del gendarme Claverie, que hubiera conseguido meterlo a la cárcel -su sueño- si Koke no se muere antes. La casa de Gauguin no existe -se ha reconstruido La Casa del Placer en otro lugar- pero sí se ha identificado al sitio donde estuvo, gracias al pozo que el pintor ayudó a excavar con sus propias manos. A esa casa venían a escondidas, aprovechando un descuido de las Madres de Cluny, las chiquillas del Colegio de Santa Ana, muy próximo. Ha crecido desde entonces, pero todavía tiene un bello jardín con buganvilias, mangos y cocoteros, y una miríada de chiquillas risueñas y locuaces, a las que la irrupción de un forastero en el colegio no intimida lo más mínimo. Cuando menciono a Gauguin la amable superiora enrojece y cambia de tema. Quiere decir que sabe todo. Aquellas chiquillas traviesas violaban las prohibiciones e iban a curiosear la casa de ese diablo corruptor, para ver las postales pornográficas que colgaban de sus tabiques: 45, exactamente, con todas las poses imaginables, y compradas en Port Saíd, en una escala del barco que traía a Gauguin a la Polinesia.

Sus proezas sexuales, sobre las que tanto han fantaseado sus biógrafos, eran ya cosa del pasado cuando Gauguin llegó a Atuona. Su precaria salud no le permitía muchos excesos. Es verdad que se compró a una muchacha, su vahiné, Vaeoho, en un caserío indígena del valle de Hekeani. La familia le cobró por ella una buena provisión de mercancías que debió adquirir a crédito al almacenero Ben Varney. Vaeoho le dio una hija, cuyos descendientes, dispersos por Hiva Oa, huyen ahora de los periodistas y de los críticos como de la peste (sin duda, tienen razón). Sin embargo, ese matrimonio no duró mucho, pues, apenas se sintió embarazada, Vaeoho, asqueada de sus piernas, lo abandonó. Aparte de unos escarceos más o menos benignos con las niñas de la misión que lo visitaban y de una aventura con la pelirroja Tohotaua, que le sirvió de modelo para sus últimos cuadros, es inconcebible que, dado su estado físico y mental, pudiera cometer en las Marquesas los desafueros que se permitió en Tahití o en Francia. En Atuona los únicos excesos autorizados a esa ruina humana en la que estaba convertido eran los de la imaginación. Y no vaciló en servirse de ella para seguir intentando proyectos imposibles: delirantes ensayos religiosos con una supuesta interpretación revolucionaria de un cristianismo anti-católico ycampañas político-jurídicas para exonerar a las familias indígenas que vivían lejos de Atuona, de la obligación de enviar a sus hijos al colegio, de la prohibición de comprar alcohol, o de pagar el impuesto para la construcción de carreteras, esto último con el impecable argumento de que el Estado jamás había construido en la isla de Hiva Oa ni un solo metro de carretera (algo que, un siglo después, sigue siendo cierto).

Fueron estas manifestaciones de rebeldía contra la sociedad colonial las que permitieron a sus enemigos -la iglesia y el gendarme- enredarlo en un proceso judicial que Gauguin perdió y que, además de privarlo de su casa y de sus escasas pertenencias, lo hubiera llevado a la cárcel si su oportuno corazón no se hubiera parado a tiempo.

En Tahití, aunque hay un culto oficial a su memoria y a su obra, muchos tahitianos hacen salvedades cuando se habla de él. Su conducta con las nativas fue, quién podría contradecirlos, abusiva y por momentos brutal, y algunos repiten todavía que, además de pedófilo -le gustaban las muchachas-niñas, de trece o catorce años- contagió la sífilis a muchas amantes. Y, por otra parte, ¿se puede hablar de él como de un pintor tahitiano? Yo me apresuro a darles la razón: el Tahití de sus cuadros es mucho más producto de su fantasía y sus sueños que del modelo real. Pero, eso ¿no es más bien un mérito, su mejor credencial de creador? Aquí en las Marquesas, en cambio, no he encontrado en una sola conversación la menor reticencia en los pobladores nativos en el aprecio y la admiración hacia Koke. Por el contrario. Todo el mundo sabe quién fue, qué hizo, dónde está enterrado, y cuentan anécdotas sobre él que delatan una cariñosa simpatía, una solidaridad de coterráneos. Tal vez no sea porque se trata de Gauguin, sino porque esa es la manera marquesana de entender y tratar al próximo: abriéndole los brazos y el corazón. ¿No fue precisamente eso lo que Gauguin vino a buscar aquí, en el último viaje de su incesante vida? El hablaba de civilizaciones primitivas e intensas, aún no corrompidas por el abuso de la razón y los reglamentarismos eclesiásticos, donde la belleza no sería monopolio de los artistas, los críticos y los coleccionistas, sino la manifestación natural de la vida humana, un estado de ánimo compartido, una religión universal. Pero, probablemente, detrás de esas grandes palabras y esquematizaciones, se agazapaba algo mucho más simple y escurridizo: una sociedad donde fuera posible la felicidad. Donde se pudiera vivir en paz y no el sobresalto permanente, sin la lucha feroz por el alimento, por el dinero y por el éxito, entregado a su propia vocación y no a quehaceres que lo apartaran de ella. El paraíso no es de este mundo y quienes dedican sus empeños a buscarlo o fabricarlo aquí están irremediablemente condenados a fracasar. Pero, es probable, que, entre los muchos rincones de la tierra donde fue a buscarlo, nunca hubiera estado Gauguin tan cerca de alcanzar ese azogado espejismo tras el que correteó toda su vida, como en este paraje al que llegó cuando ya estaba medio muerto en vida, donde, en verdad, no vino a vivir sino a morir. Basta llegar a la suave tibieza que baña a Hiva Oa y contemplar sus cordilleras o su recio mar, y escuchar la melodía con la que cantan sus palabras los nativos o verlos andar como danzando, sin prisa y con una gracia sobrenatural, para sentir que, después de todo, Koke, el pobre soñador, no estaba del todo descaminado cuando vino hasta aquí en pos de su sueño inalcanzable.

Los invisibles
EDUARDO GALEANO



E sto empezó con una explosión de violencia. Pocos días antes de la Navidad, muchos hambrientos se lanzaron al asalto de los supermercados.Entre los desesperados, como suele ocurrir, se colaron unos cuantos delincuentes. Y en esas horas del caos, mientras corría la sangre, el presidente argentino habló por televisión. Palabra más, palabra menos, dijo: la realidad no existe, la gente no existe.

Y entonces nació la música. Empezó de a poquito, sonando en las cocinas de algunas casas, cucharones que golpeaban cacerolas, y salió a las ventanas y a los balcones. Y se fue multiplicando, de casa en casa, y ganó las calles de Buenos Aires. Cada sonido se juntó con otros sonidos, la gente se juntó con la gente, y en la noche estalló el concierto de la bronca colectiva. Al son de los tachos de cocina, y sin más armas que ésas, se alzó el clamor de la indignación. Convocada por nadie, la multitud invadió los barrios, la ciudad, el país. La policía respondió a balazos.Pero la gente, inesperadamente poderosa, derribó al Gobierno.

Los invisibles habían ocupado, cosa rara, el centro de la escena. No sólo en la Argentina, no sólo en América Latina, el sistema está ciego. ¿Qué son las personas de carne y hueso? Para los economistas más notorios, números. Para los banqueros más poderosos, deudores. Para los tecnócratas más eficientes, molestias. Y para los políticos más exitosos, votos.

La pueblada que volteó al presidente De la Rúa fue una prueba de energía democrática. La democracia somos nosotros, dijo la gente, y nosotros estamos hartos. ¿O acaso la democracia consiste solamente en el derecho de votar cada cuatro años? ¿Derecho de elección o derecho de traición? En la Argentina, como en tantos otros países, la gente vota, pero no elige. Vota por uno, gobierna otro: gobierna el clon.

El clon hace, desde el Gobierno, todo lo contrario de lo que el candidato había prometido durante la campaña electoral. Según la célebre definición de Oscar Wilde, cínico es el que conoce el precio de todo y el valor de nada. El cinismo se disfraza de realismo; y así se desprestigia la democracia.

Las encuestas indican que América Latina es, hoy por hoy, la región del mundo que menos cree en el sistema democrático de gobierno. Una de esas encuestas, publicada por la revista The Economist, reveló la caída vertical de la fe de la opinión pública en la democracia, en casi todos los países latinoamericanos: según los datos recogidos hace medio año, sólo creían en ella seis de cada diez argentinos, bolivianos, venezolanos, peruanos y hondureños, menos de la mitad de los mexicanos, los nicaragüenses y los chilenos, no más que un tercio de los colombianos, los guatemaltecos, los panameños y los paraguayos, menos de un tercio de los brasileños y apenas uno de cada cuatro salvadoreños. Triste panorama, caldo gordo para los demagogos y los mesías de uniforme: mucha gente, y sobre todo mucha gente joven, siente que el verdadero domicilio de los políticos está en la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones.

Un recuerdo de infancia del escritor argentino Héctor Tizón: en la avenida de Mayo, en Buenos Aires, su papá le señaló a un señor que en la vereda, ante una mesita, vendía pomadas y cepillos para lustrar zapatos:

Ese señor se llama Elpidio González. Miralo bien. Él fue vicepresidente de la república.

Eran otros tiempos. Sesenta años después, en las elecciones legislativas del 2001, hubo un aluvión de votos en blanco o anulados, algo jamás visto, un récord mundial. Entre los votos anulados, el candidato triunfante era el pato Clemente, un famoso personaje de historieta: como no tenía manos, no podía robar.

Quizá nunca América Latina había sufrido un saqueo político comparable al de la década pasada. Con la complicidad y el amparo del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, siempre exigentes de austeridad y transparencia, varios gobernantes robaron hasta las herraduras de los caballos al galope. En los años de las privatizaciones, rifaron todo, hasta las baldosas de las veredas y los leones de los zoológicos, y todo lo evaporaron.

Los países fueron entregados para pagar la deuda externa, según mandaban los que de veras mandan, pero la deuda, misteriosamente, se multiplicó, en las manos ágiles de Carlos Menem y muchos de sus colegas. Y los ciudadanos, los invisibles, se han quedado sin países, con una inmensa deuda que pagar, platos rotos de esa fiesta ajena, y con gobiernos que no gobiernan, porque están gobernados desde afuera.

Los gobiernos piden permiso, hacen sus deberes y rinden examen: no ante los ciudadanos que los votan, sino ante los banqueros que los vetan.

Ahora que estamos todos en plena guerra contra el terrorismo internacional, esta duda no está demás: ¿Qué hacemos con el terrorismo del mercado, que está castigando a la inmensa mayoría de la humanidad? ¿O no son terroristas los métodos de los altos organismos internacionales, que en escala planetaria dirigen las finanzas, el comercio y todo lo demás? ¿Acaso no practican la extorsión y el crimen, aunque maten por asfixia y hambre y no por bomba? ¿No están haciendo saltar en pedazos los derechos de los trabajadores? ¿No están asesinando la soberanía nacional, la industria nacional, la cultura nacional?

La Argentina era la alumna más cumplida del Fondo Monetario, del Banco Mundial y de la Organización Mundial del Comercio.Así le fue.

Damas y caballeros: primeros son los banqueros. Y donde manda capitán, no manda marinero. Palabras más, palabras menos, éste ha sido el primer mensaje que el presidente George W. Bush ha enviado a la Argentina. Desde la ciudad de Washington, capital de los Estados Unidos y del mundo, Bush declaró que el nuevo Gobierno argentino debe «proteger» a sus acreedores y al Fondo Monetario Internacional y llevar adelante una política de «más austeridad».

Mientras tanto, el nuevo presidente provisional argentino, que sustituye a De la Rúa hasta las próximas elecciones, metió la pata en su primera respuesta a la prensa. Un periodista le preguntó qué iba a priorizar, la deuda o la gente, y él contestó: "La deuda". Sigmund Freud sonrió desde su tumba, pero Rodríguez Saá corrigió de inmediato su respuesta. Y poco después, anunció que suspenderá los pagos de la deuda y destinará ese dinero a crear trabajo para las legiones de desocupados.

La deuda o la gente, ésa es la cuestión. Y ahora la gente, la invisible, exige y vigila.

Hace cosa de un siglo, don José Batlle y Ordóñez, presidente del Uruguay, estaba presenciando un partido de fútbol. Y comentó:

- ¡Qué lindo sería si hubiera 22 espectadores y 10.000 jugadores!

Quizá se refería a la educación física, que él promovió. O estaba hablando, más bien, de la democracia que quería.

Un siglo después, en la Argentina, el país vecino, muchos de los manifestantes llevaban la camiseta de su selección nacional de fútbol, su entrañable señal de identidad, su alegre certeza de patria: con la camiseta puesta, invadieron las calles. La gente, harta de ser espectadora de su humillación, invadió la cancha. No va a ser fácil desalojarla.


Magias

Eduardo Galeano

La edad del arte

En 1968 la dictadura militar del Brasil mandó quemar los libros del poeta bahiano Gregorio de Matos, que habían sido escritos tres siglos antes.

Mientras tanto, en Paraguay, el jefe de la Dirección de Investigaciones aconsejaba al dictador Stroessner que prohibiera un estreno del teatro Arlequín, en Asunción: "Toda la obra es un panfleto contra el orden, la disciplina, el soldado y la ley", decía su informe. La obra, Las troyanas, había sido escrita veinticuatro siglos antes por un tal Eurípides.

Carlos Gardel murió hace más de medio siglo. Según mi amigo Juceca, los discos de Gardel ensayan de noche.

La prohibición

En el último recodo de la calle Mouffetard, en París, encontré la iglesia de San Medardo.

Abrí la puerta, entré. Era domingo, pasado el mediodía. La iglesia estaba vacía, ya se habían apagado los rumores de las últimas plegarias. Había una limpiadora, barriendo la misa, desempolvando santos, y nadie más.

Recorrí la iglesia, de cabo a rabo. A la luz de los cirios, busqué la ordenanza real del año 1732: "Por orden del Rey, se prohíbe a Dios que haga milagros en este lugar".

Carlos Machado me había dicho que la prohibición estaba grabada en una piedra, a la entrada de esta iglesia consagrada a un santo demasiado milagrero. La busqué, no la encontré.

Coronada de ruleros, armada de plumero y escoba, la limpiadora me contestó sin dedicarme ni una mirada:

-¡Ah no señor! ¡No! ¡Pero no!

Con voz culpable, insistí:

-Pero esa orden del reyÉ ¿nunca estuvo?

La mujer me encaró:

-Estar, estuvo.

En el cabo de la escoba apoyó las manos y sobre las manos, el mentón:

-Pero ya no está.

Y dando por concluido el asunto, continuó su ajetreo.

Inmóvil, esperé. Al rato, ella detuvo sus trajines y explicó:

-Una cosa así no era de buen tono para los creyentes. Usted comprenderá.

Yo comprendí.

El coplero

En los tiempos en que una grabadora ocupaba todo un caballo, Lauro Ayestarán andaba a campo traviesa, recogiendo la memoria de la música.

En busca de coplas perdidas, Lauro llegó una vez a un rancho escondido en las lejanías de Tacuarembó. Allí vivía un criollo que había sido mozo bailarín y guitarrero, diestro en los duelos de versos y las tonadas de la patria vieja.

Estaba aviejado el hombre. Ya no iba y venía de pueblo en pueblo y de fiesta en fiesta. Andaba agachadito, caminaba poco, se caía mucho, y para levantarse se apoyaba en el lomo de alguno de sus perros. Ya no cantaba, más bien soplaba palabras, pero tenía fama de memorioso:

-De lo que hay, no falta nada -susurraba, con un dedo en la cabeza, y se reía.

Guitarra en mano, nomás rozándola, el viejo verseó, canturreó, tarareó. En la atardecida, sonaron ronquitas las melodías que celebraban la memoria de las vacas sueltas y los hombres libres, mientras giraban y giraban los carretes de la grabadora.

El coplero miraba la grabadora de reojo. Más que mirarla, la sospechaba:

-Y eso, ¿qué es?

-Eso es una máquina -dijo Lauro.

El viejo picó tabaco a cuchillo, en la palma de la mano.

-¿Y para qué sirve?

-Guarda las voces.

Se ensimismó el musiquero. Echó unas cuantas pitadas, entretenido con el humo, y al rato confesó:

-No entiendo.

Entonces Lauro toqueteó la grabadora y de pronto volvieron a sonar los versos que él había cantado.

El viejo nunca había escuchado su propia voz. Mientras escuchaba su voz guardada, apuntó a la máquina con el pucho y sentenció:

-EsoÉ es Dios.

Mediodía

Jesucristo, negro, de lentes, maneja una camioneta. Las destartaladas camionetas, brotadas de gente hasta los techos, se abren paso en la multitud. Todas lucen mil arabescos de colores y todas tienen nombre, se llaman Paciencia, Humillación, Tribulación, Locura. A paso de reina camina una mujer. Lleva un balde lleno de agua sobre la cabeza y bajo el brazo una gallina, que apostará a la lotería. Un hombre trae, atada del pescuezo, una cabra que ofrendará a los dioses venidos del Africa. Los dioses deambulan, mezclados con el gentío que va y viene y sube y baja en un trajín incesante. Aquí nadie tiene trabajo, pero todos están muy ocupados. No hay agua, pero las ropas blanquísimas fulguran al sol. No hay comida, pero muere más gente de risa que de hambre.

Es mediodía, y los gallos anuncian el amanecer. Hay dos soles en el cielo y tres ojos en las caras. La luz grita, el aire baila. Tantos colores tiene el aire, que el arco iris jamás sale, por no pasar vergüenza. Casas sin paredes, autos sin puertas, niños sin zapatos, tumulto sin calles. De cara al mar, en las laderas de las montañas que las uñas del Diablo han desollado a lo largo de cinco siglos, está Port-au-Prince. Esta ciudad, esta basura, esta hermosura, es una estridencia donde la vida se aturde y olvida lo poco que dura y lo mucho que duele.

La acróbata

Yolanda Barnes empezaba el día saludando a sus dos pescaditos, el triste y el entusiasta, en su casa de Los Angeles.

Cuando murió el entusiasta, el triste creció, brilló, y pasó del color gris al rojo fuego. A los saltos saludaba y exigía su comida. Así Yolanda descubrió que el pescadito era pescadita, porque esas son cosas que a veces ocurren a las viudas.

La pescadita saltaba cada vez más alto, y daba vueltas en el aire. Una mañana, Yolanda encontró la pecera vacía. En vano buscó a la acróbata por toda la cocina, hasta que por fin la descubrió hundida en un plato de ajos a medio pelar. La devolvió al agua, la pescadita quedó aplastada contra el fondo de la pecera.

Así pasaron los días. La pescadita continuaba su quieta agonía, echando una burbuja que otra. Yolanda, que se sentía mirada por esos ojos rodeados de orillas de sangre, discó el primer número que le vino a la cabeza, pero era el teléfono de un amigo que entendía de autos y de vacas y que sólo había visto peces en el plato, fritos o a la plancha.

La pescadita no tenía nombre. Yolanda pensó que era muy triste morirse sin nombre, pero no se le ocurrió ninguno. Pegada al vidrio, le dijo que ella era lo más interesante que había conocido en su vida en materia de peces, y le dijo adiós. Y se marchó a comprar leche y huevos y también un pescadito nuevo. Pero sólo trajo la leche y los huevos. Una semana después, la pescadita daba saltos de circo y se llamaba Milagro.

Lord Chichester

Una noche, en una playa de estacionamiento de las muchas que hay en Buenos Aires, Raquel Villagra lo escuchó llorar. Alguien lo había arrojado entre los autos, dentro de una bolsa. Lord Chichester tenía poco tiempo de nacido y ya era desteñido, cabezón y feo.

Otra noche, muchas noches después, Raquel vio, desde la ventana, una silueta de cuatro orejas que se recortaban contra la luna llena. A la orilla del tejado, lord Chichester y Milonga, que era del vecindario, estaban esperando, bien pegaditos, el eclipse de luna. Antes que el eclipse, llegó el enemigo. Aquella noche, en duelo de amores, lord Chichester perdió un ojo de un zarpazo. Y desde entonces fue tuerto, además de desteñido, cabezón y feo.

Y otra noche, cuando Raquel y Juan Amaral estaban sumergidos en la más profunda de las dormidumbres, lord Chichester los despertó a los chillidos. Los dos saltaron de la cama. Chillaba lord Chichester como si lo estuvieran desollando.

-Algo le duele -dijo Juan.

Lord Chichester se los llevó al fondo del corredor.

Raquel aguzó el oído:

-Hay una gotera -escuchó.

Deambulando por la antigua casona, ubicaron el plip-plop de la gotera en el baño.

-Ese caño siempre perdió -opinó Juan.

-Se va a inundar -temió Raquel.

Y discutieron, que sí, que no, hasta que Juan miró el reloj. Eran las cinco de la mañana. Bostezando, suplicó: -Vamos a dormir. -Y dirigiéndose al escandaloso, agregó-: Gato de mierda.

Raquel, piadosa, movió la cabeza:

-Lord Chichester está loco de remate.

Y se volvieron, perseguidos por el griterío del gato, que chillaba con desesperación.

Ya estaban por entrar al dormitorio, cuando el techo, viejo y agrietado, se desplomó sobre la cama.

Soñares

Helena bailaba dentro de una caja de música, donde las damas de miriñaque y los caballeros de peluca giraban y hacían reverencias y seguían girando. Aquellos trompos de porcelana eran un poco ridículos pero simpáticos, y daba placer deslizarse con ellos en la espiral de la música, hasta que en una voltereta Helena tropezó, cayó y se rompió.

El golpe la despertó. El pie izquierdo le dolía mucho. Quiso levantarse, no podía caminar. Tenía el tobillo muy inflamado.

-Me caí en otro país -me confesó- y en otro tiempo.

Pero no se lo dijo al médico.

Los afanes de Segismundo y la resurrección del bondi
Por Fernando Sorrentino

EL CASO DE «AFANAR»
A los dieciséis o dieciocho años, los estudiantes argentinos que cursan hoy el último tramo de la enseñanza media poseen una comprensión de la lengua y manejan un vocabulario sin duda inferiores a los que teníamos, hace más de diez lustros, los niñitos que comenzábamos la escuela elemental. Y estoy seguro de no incurrir en hipérbole.

El hado adverso de dichos jóvenes —somorgujados habitualmente en ciénagas de ignorancia troglodítica— puede arrastrarlos a que sus vidas se crucen con la del rousseauniano pedagogo que firma este trujamán. De ser así, sufren una despótica coacción que los obliga, velis nolis, a leerse La vida es sueño desde el hipogrifo inicial hasta el perdonarlas postrero. Así, transpirando sangre y sudando tinta, cumplen su via crucis por las intrincadas razones de don Pedro Calderón. La mayor parte de ellos logra sobrevivir, de manera que la experiencia es positiva: lo que no te mata, te fortalece.

Cuando Segismundo, en el célebre monólogo con que se cierra la jornada segunda, llega a aquello de «sueña el que afana y pretende», tales estudiantes entienden el verbo afanar en la única acepción en que —en su minúsculo universo— lo han visto empleado: no con el llano sentido —habitualmente pronominal— de «hacer diligencias con vehemente anhelo para conseguir alguna cosa» (DRAE), sino con el vulgar —en la Argentina: a veces pronominal, a veces no— de `hurtar o robar'.

Ése es el significado más difundido por estas tierras del Plata.

EL CASO DE «BONDI»
Cuando yo era chico, el tranvía (que desapareció de Buenos Aires en febrero de 1963) sólo se llamaba tranvía. Personas de la edad de mis abuelos solían llamarlo tránguay (inglés tramway). Hubo, en épocas anteriores, un término de uso familiar: bondi (palabra extravagante que los de mi generación jamás hemos empleado). Exactamente en 1982 la oí en boca de una alumna de quince años, que llamaba bondi, no al difunto tranvía, sino al muy rozagante colectivo (`autobús'). No dejó de causarme perplejidad la resurrección —y el traslado de significado— de un término que yo creía extinto para siempre: en efecto, bondi, como sinónimo amable de colectivo, goza hoy de excelente salud.

También don José Gobello, en 1963, pensó que bondi pronto se convertiría en arcaísmo. Vale la pena transcribir un pasaje del apartado «Brasileñismos» [que han ingresado en el habla argentina] de su libro Vieja y nueva lunfardía:

La historia de bondi me parece más divertida. La cuenta el doctor [Francisco] Da Silveira Bueno: «Cuando se fundó en Río de Janeiro la Compañía de Transportes Colectivos, la empresa, que era inglesa, lanzó bonds, esto es, acciones, bonos, cauciones, para formar el capital destinado a la adquisición de los carros eléctricos, y el pueblo, que no sabía inglés, identificó la palabra bond con el propio vehículo». Bondi es palabra que se pierde irremediablemente. Los tangos se olvidaron de fijarla. Otra cosa ocurriría si, en lugar de «Talán, talán, talán... / Pasa el tranvía por Tucumán...» [Talán, talán, 1924], hubiera escrito Vacarezza: «el bondi pasa por Tucumán».
(…).
Pero bondi ha desaparecido de Buenos Aires mucho antes que los tranvías.

Muy bien: ya tenemos algunas informaciones sobre el empleo y el sabor que, en Buenos Aires, tienen el verbo afanar y el sustantivo bondi. Ellas nos ayudarán a comprender el trujamán que trata «De la graciosa manera que tuvo don Juan Domingo de restaurar el lunfardo». Episodio que tiene al mencionado Alberto Vacarezza como deuteragonista.

¿Por qué? ¿Cómo?

MARIO VARGAS LLOSA

Cinco presidentes en sólo dos semanas es todo un récord, incluso para el mundo subdesarrollado. Argentina acaba de patentarlo, en medio del estruendo y la furia de una movilización popular contra la clase política que recuerda, peligrosamente, la que precedió la meteórica carrera política del Comandante Hugo Chávez en Venezuela y comenzó la erosión de su sistema democrático.

¿Conseguirá Eduardo Duhalde, que ha asumido la presidencia de Argentina gracias a un acuerdo entre radicales y peronistas, terminar el mandato de Fernando de la Rúa, que dura hasta 2003, y en este período estabilizar la vida política, restablecer el orden y dar un comienzo de solución a la gravísima crisis económica e institucional que ha llevado al país a las puertas de la anarquía y la desintegración? Hay que desearlo, desde luego, pero las credenciales doctrinarias y las primeras declaraciones del flamante mandatario no justifican el optimismo, sino, más bien, lo contrario.

Cuando uno ha leído los análisis y explicaciones de los técnicos y economistas -han proliferado en estos días- sobre la pavorosa situación de Argentina, un país aplastado bajo la vertiginosa deuda externa de 130 mil millones de dólares, cuyos intereses consumen un tercio de la renta nacional, y víctima de la más pavorosa crisis fiscal de América Latina, queda siempre frustrado, insatisfecho. Y con las mismas preguntas martillándole en el cerebro: ¿Por qué? ¿Cómo?

¿Por qué parece haber llegado a esta crisis terminal uno de los países más privilegiados de la tierra? ¿Cómo se explica que Argentina, que tuvo hace unas cuantas décadas uno de los niveles de vida más altos del mundo y que parecía destinado, en unas cuantas generaciones más, a competir con Suiza o Suecia en desarrollo y modernidad, venga retrocediendo de este modo hasta parangonarse en empobrecimiento, desorden, inoperancia en materia política y económica, con ciertos países africanos?

Esta no es una pregunta retórica sino una perplejidad justificada, ante lo que parece un desperdicio irresponsable, criminal, de unas condiciones únicas para alcanzar el desarrollo y bienestar. Si Argentina no es el país más afortunado del mundo en recursos naturales, debe figurar entre los tres o cuatro más favorecidos. Tiene de todo, desde petróleo, minerales y riquezas marítimas hasta un suelo feraz y abundantísimo que se bastaría para ser, a la vez, el granero y el proveedor de todas las carnicerías del mundo.

Para su enorme territorio, su población es pequeña, y culturalmente homogénea. Aunque, sin duda, con las crisis repetidas, sus escuelas y universidades deben haber decaído, su sistema educativo fue, en el pasado, la envidia de todo América Latina, y con razón, pues era uno de los más eficientes y elevados de todo el Occidente. Cuando yo era niño, todavía el sueño de miles de jóvenes sudamericanos era ir a estudiar ingeniería, medicina o cualquier otra profesión liberal a ese gran país de donde nos venían las películas que veíamos, los buenos libros que leíamos y las revistas que nos divertían (en mi casa yo leía el Billiken, mi abuelita y mi madre, Para ti, y mi abuelo, Leoplán).

¿Qué cataclismo, plaga o maldición divina cayó sobre Argentina que, en apenas medio siglo, trocó ese destino sobresaliente y promisorio en el embrollo actual? Ningún economista o politólogo está en condiciones de dar una respuesta cabal a este interrogante, porque, acaso, la explicación no sea estadísticamente cuantificable ni reducible a avatares o fórmulas políticas. La verdadera razón está detrás de todo eso, es una motivación recóndita, difusa, y tiene que ver más con una cierta predisposición anímica y psicológica que con doctrinas económicas o la lucha de los individuos y los partidos por el poder.

Ruego a mis lectores que no crean que me burlo de ellos, o hago un desplante de escritor-bufón, si les digo que, para entender el galimatías argentino, mucho más instructivo que cualquier elucubración de economistas y científicos sociales, es el libro de una filóloga, Ana María Barrenechea, que, en 1957, publicó el ensayo que, para mí, sigue siendo el más sólido y lúcido sobre Borges: La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges. Es una investigación muy rigurosa y muy sutil sobre las técnicas de que el autor de El Aleph se valió para construir su deslumbrante universo ficticio, ese mundo de situaciones, personajes y asuntos que delatan una vastísima cultura literaria, una imaginación singular e insólita y una riqueza y originalidad expresiva sólo comparables a la de los más grandes prosistas que en el mundo han sido.

El universo borgiano tiene muchos rasgos inconfundibles, pero el principal y supremo es el ser irreal, estar fuera de este mundo concreto en que nacemos, vivimos y morimos sus hechizados lectores, en existir sólo como un milagroso espejismo gracias a la brujería literaria de su autor, quien con mucha razón dijo de sí mismo: 'Muchas cosas he leído y pocas he vivido'. El mundo creado por Borges sólo existe en el sueño, en la palabra, aunque su belleza, elegancia y perfección disimulen su esencial irrealidad.

No es casual que el más notable de los creadores evadidos del mundo real de la literatura moderna haya nacido y escrito en Argentina, país que, desde hace ya muchos lustros, no sólo en su vida literaria (cultora eximia del género fantástico), sino también social, económica y política manifiesta, como Borges, una notoria preferencia por la irrealidad y un rechazo despectivo por las sordideces y mezquindades del mundo real, por la vida posible. Esa vocación a fugar de lo concreto hacia lo onírico o lo ideal gracias a la fantasía, puede dar, en el dominio de la literatura, productos tan espléndidos como los que salieron de la pluma de un Borges o de un Bioy Casares. Pero, llevarla a la vida social, al terreno pedestre de lo práctico, sucumbir a la tentación de la irrealidad -de la utopía, del voluntarismo o del populismo- tiene las trágicas consecuencias que hoy padece uno de los países más ricos de la tierra, que, por empeñarse su clase dirigente en vivir en la burbuja de un ensueño en vez de aceptar la pobre realidad, un día se despertó 'quebrado y fundido', como acaba de reconocer el flamante presidente Duhalde.

Dejarse acumular una deuda externa de 130 mil millones de dólares es vivir una ficción suicida. Lo es, también, prolongar y agravar una crisis fiscal indefinidamente, como si, enterrando la cabeza en el suelo tal cual hacen las avestruces, quedara uno protegido contra el huracán. Mantener, por cobardía o demagogia política, una paridad entre el dólar y el peso que ya no correspondía en absoluto al estado real de la moneda y que sólo servía para asfixiar las exportaciones, y demorar la catástrofe financiera que traería la inevitable devaluación del peso, es asimismo apostar por la ilusión y la fantasmagoría en contra del mediocre pragmatismo de los realistas.

Pero todo esto viene de muy atrás, y empezó, sin duda, con la locura nacionalista de los cuarenta y los cincuenta que llevó a Perón y al peronismo a estatizar las principales y hasta entonces florecientes industrias argentinas y a hacer crecer el Estado burocrático e intervencionista hasta convertirlo en un verdadero Moloch, un monstruo inmanejable, asfixiante, obstáculo tenaz para el sistema de creación de riqueza y fuente de una infinita corrupción. Así empezó el desmoronamiento sistemático de ese país cuyos habitantes, privilegiados ciudadanos de una sociedad moderna, próspera y culta, llegaron en una época a creerse europeros, exonerados de los embrollos y miserias sudamericanos, más cerca de París y de Londres que de Asunción o La Paz.

¿Abrirán, por fin los ojos, y, sacudidos por esta crisis terrible que ha llenado de muertos y heridos las calles y remecido hasta las raíces sus instituciones, redescubrirán el camino de la realidad? En sus primeras declaraciones, el presidente Duhalde no da síntomas de ello, pero, quizás, a la hora de actuar sea más realista que cuando habla desde una tribuna.

La realidad, para Argentina, en estos momentos, es que debe llegar a algún acuerdo con sus acreedores para reestructurar, de una manera sensata, el pago de esa enloquecida deuda, sin que ello implique, claro está, la inmolación del pueblo argentino en aras de una teórica salud financiera. Porque ese acuerdo es lo único que puede traerle las inversiones que necesita y evitar la fuga desesperada de capitales que esta crisis ya ha iniciado y que aceleraría el ser puesto Argentina en cuarentena financiera en el ámbito internacional. Y tomar medidas enérgicas para reducir drásticamente la crisis fiscal, mediante un ajuste severo, porque ni Argentina ni país alguno puede vivir ad aeternum gastando (despilfarrando) más de lo que produce. Esto implica un alto coste, desde luego, pero es preferible admitir que no hay alternativa y pagarlo cuanto antes, pues más tarde será todavía más oneroso, sobre todo para los pobres. La sociedad resistirá mejor el sacrificio si se le dice la verdad que si se le sigue mintiendo, y pretendiendo que con analgésicos se puede combatir eficazmente un tumor cerebral. A éste hay que extirparlo cuanto antes o se corre el riesgo de que el enfermo muera.

La primera vez que fui a Buenos Aires, a mediados de los años sesenta, descubrí que en esa bellísima ciudad había más teatros que en París, y que sus librerías eran las más codiciables y estimulantes que yo había visto nunca. Desde entonces tengo por Buenos Aires, por Argentina, un cariño especial. Leer, en estos días, lo que allí ocurre, me ha resucitado las imágenes de aquel primer contacto con ese desperdiciado país. Deseo ardientemente que salga pronto del abismo y llegue algún día a 'merecer' (el verbo y la imagen son de Borges, por supuesto) la democracia que todavía no ha perdido.


Novelista en New York

MARIO VARGAS LLOSA

El País, domingo, 25 de noviembre de 2001

Los 'huevos benedictinos' y el 'Bloody Mary' siguen siendo una delicia en esa reliquia de ladrillos que es el P. J. Clark's, en la Tercera Avenida, y los teatros de Broadway, que, al parecer, luego del 11 de septiembre se vaciaron, ahora andan de nuevo repletos: en la boletería donde trato de conseguir entradas para The producers, el musical de Mel Brooks, me informan que para las primeras localidades disponibles tendré que esperar hasta mayo del próximo año. En los cines, restaurantes y museos que visito en esta apretada semana neoyorquina, no advierto nada anormal; hay una afluencia bastante grande de espectadores y clientes y la vida cotidiana parece haber recuperado la normalidad.

Sin embargo, se trata de una apariencia. Lo que ocurrió el 11 de septiembre es un ominoso sobreentendido que merodea detrás de todas las conversaciones con los amigos neoyorquinos y, de tanto en tanto, se inmiscuye en ellas y se corporiza en el trajín cotidiano de las maneras más inesperadas. En el estudio del pintor y escultor Manolo Valdés, en la calle 16, descubro unas cabezas tocadas de unos impresionantes sombreros hechos con materiales de desecho y mi reacción y la de la persona que me acompaña son idénticas: '¡Un homenaje al New York lacerado del 11 de septiembre!'. En verdad, el artista había concebido aquellas esculturas desde mucho antes, pero esta circunstancia no varía un ápice el efecto que ellas causan en el espectador luego de aquel episodio: éste les ha impregnado una simbología y un dramatismo que su creador no pudo prever. Sin el cataclismo hubieran sido unos audaces intentos de transmutación de unos materiales de derribo ofrecidos por el azar en objetos estéticos que manifestaban sólo la fantasía y la destreza de un artista; ahora manifiestan, también, su cólera y su solidaridad por la violencia infligida a una ciudad de la que Manolo Valdés es parte.

En la residencia del embajador español ante la ONU, Inocencio Arias, redescubro un óleo de Eduardo Úrculo que ya he visto antes, pero que, ahora, se ha vuelto otro. En el lienzo, el propio artista, de espaldas, contempla un New York de rascacielos radiantes en el que en primer plano descuellan, monumentales, las Torres Gemelas de Wall Street. Es un cuadro muy bello, de colores vivísimos, que, en mi memoria, comunicaba una impresión risueña y juguetona, de alegría y plenitud vital. El 11 de septiembre mudó esa tela; la impregnó de profetismo apocalíptico y ahora, aunque sigue siendo bello, es un cuadro sin pizca de humor, trágico, que transpira nostalgia, rabia sorda y tristeza.

Pero el homenaje más dramático a las víctimas del más mortífero atentado terrorista de la historia no lo encontré en New York, sino en el Arts Institute, de Chicago, adonde fui a ver una extraordinaria exposición dedicada a las nueve semanas que vivieron juntos, en Arles, en 1888, Vincent van Gogh y Paul Gauguin. Esa difícil coexistencia, que causó traumas y heridas profundas a ambos artistas, produjo también una floración de obras maestras que deja al espectador maravillado, boquiabierto. En el Arts Institute, hay también, en un salón recoleto y en penumbra, entre grandes columnas de semblante funerario, una colección de grandes fotografías en las que aparecen, en distintas horas del día y de la noche, de las estaciones y los climas, las Torres Gemelas de New York. Estas imágenes son una selección de una vasta empresa artística, que duró cerca de tres años, y que parece haber nacido de una misteriosa premonición. El fotógrafo, Joel Meyerowitz, a quien tuve ocasión de conocer, me la contó con cierta ansiedad, como si no acabara todavía de asumir cabalmente del todo esa extraña suma de casualidades, coincidencias y pálpitos que lo indujeron, sin saber muy bien por qué, en estos últimos tres años, a fotografiar, cientos, miles de veces, desde la ventana de su estudio neoyorquino, las torres del World Trade Center, unos gigantes de acero, mezcla y vidrio que ejercían sobre él irresistible hechizo. En sus fotos, las Torres Gemelas son unas y muchas a la vez, según floten medio desvanecidas en la neblina del amanecer, iluminen la noche con sus miles de luciérnagas o ardan como teas en el esplendoroso sol del mediodía. Ostentosas o furtivas, explícitas o semi devoradas por las sombras, estas construcciones captadas por el lente inquisitorial de Joel Meyerowitz, contempladas ahora desde la ausencia, han adquirido una naturaleza de iconos, de símbolos, de totems, de lápidas de una civilización brutalmente enfrentada a una amenaza de extinción. Este peligro no es sólo el de las bombas o las pestes con que puede atacarla el oscurantismo terrorista; es, también, el del pánico y la rabia que pueden llevarla a recortar lo más precioso que tiene, la libertad, en nombre de la seguridad. Pocas veces he visto una exposición fotográfica tan intensa e incitadora como la que ha convertido este sótano del Arts Institute de Chicago en una cámara funeraria.

El acto terrorista que, el 11 de septiembre, voló las Torres Gemelas y aniquiló a cerca de cinco mil oficinistas, empleados, obreros, bomberos y policías procedentes de los cinco continentes, estuvo diabólicamente concebido para provocar, además de una tragedia humana y enormes daños materiales, una secuela psicológica que será, acaso, más difícil de superar que el dolor o la destrucción física: un sentimiento de inseguridad, precariedad e incertidumbre que la sociedad estadounidense no había conocido hasta ahora. Si una banda de fanáticos pudo derribar aquellas torres que desafiaban al cielo ¿qué maldades peores no podrían hacer? Los divertidos horrores de la ciencia-ficción y el cine tremendista, de pronto, por efecto del 11 de septiembre, abandonaron la irrealidad que los volvía inocuos y amenos, y pasaron a integrar el realismo, a ser anticipatorios, proféticos. Ahora, la idea de que una pandilla de dementes fundamentalistas, bien provista de recursos económicos, pueda hacer estallar un artefacto atómico en la Quinta Avenida -o en Picadilly Circus o los Campos Elíseos-, envenene el aire, el agua o los alimentos de una ciudad, o la infecte de bacterias homicidas, dejó de ser un juego entretenido y se convirtió en una siniestra realidad de nuestro tiempo. Desde ahora, esa pesadilla nos acompañará como una sombra.

Digo 'nos' porque, aunque no sea neoyorquino ni viva en New York, nunca me he sentido un extranjero en Manhattan, y, como a muchos millones de seres en el mundo que han pasado temporadas o visitado como turistas la ciudad de los rascacielos, yo también sentí, el 11 de septiembre, que aquel pequeño apocalipsis me había inferido un daño personal, destruyendo y aniquilando algo que, de modo difícil de explicar, también me pertenecía.

Sólo una vez viví de corrido varios meses en New York -un semestre, en 1975, en que dicté un curso en Columbia University-, pero, desde 1966, cuando fui allí por primera vez, he visitado la ciudad incontables veces, generalmente por pocos días. Sin embargo, en todas esas visitas, tuve siempre la sensación de vivir allí mucho más que de costumbre, de hacer más cosas, de entusiasmarme y fatigarme más que lo que aquel puñado de días me lo habría permitido en cualquier otra ciudad. Siempre he tenido en New York la sensación de estar en el centro del mundo, en una Babilonia moderna, una especie de Aleph borgiano en que están resumidas y representadas todas las lenguas, razas, religiones y culturas del planeta, a la vez que desde aquí circulan, como desde un gigantesco corazón, hasta las más remotas extremidades del globo, modas y vicios, valores y devalores, usos, costumbres, músicas, imágenes, prototipos, resultantes de las mezclas increíbles de que está constituida esta ciudad. La sensación de ser un ínfimo grano de arena en una cosmópolis miliunanochesca puede ser algo deprimente; pero, paradójicamente, a la vez muy exaltante, por aquello que escribió Julio Cortázar sobre París: 'Es infinitamente preferible ser nadie en una ciudad que lo es todo, que serlo todo en una ciudad que no es nada'. Nunca sentí lo que él en la capital de Francia; en New York, sí, cada vez.

New York no es de nadie y es de todos, del taxista afgano que apenas masculla el inglés, del hindú enturbantado y de barba prolija, del asiático manipulador de misteriosos menjunjes de China Town y del napolitano que canta tarantelas a los comensales de un restaurante de Little Italy (pero que nació en Manhattan y no ha puesto jamás los pies en Italia). Es de los dominicanos y puertorriqueños que atruenan las calles del Barrio con plenas, salsas y merengues, y de los rusos, ucranianos, kosovares, andaluces, griegos, nigerianos, irlandeses, paquistaníes, etíopes y ciudadanos de decenas de países, a cual más exótico y hasta imaginarios, que, nada más pisar esta tierra, por virtud de la magia integradora de la ciudad, se volvieron neoyorquinos.

El cosmopolitismo es la antípoda de toda forma de fanatismo. El fanático lo es porque se siente dueño absoluto de una verdad única, incompatible con cualquier otra, y por lo tanto, con derecho a abolir, valiéndose de cualquier medio, las diferencias, todos los credos y convicciones que no coinciden milimétricamente con los suyos. Por eso, es imposible que los fanáticos de cualquier pelaje o calaña, no odien, con su obtusa mentalidad rectilínea, la diversidad variopinta, plural, inasimilable a una sola manera de creer, gozar, pensar y actuar, de esta ciudad babélica, multirracial y multicultural, esta refracción en pequeño formato de la infinita variedad de lo humano. Para quienes sueñan con unificar, integrar e igualar al planeta dentro de la camisa de fuerza de un solo dogma, de un solo dios, de una sola religión, New York, qué duda cabe, es el primer enemigo que hay que abatir.

Pero, por esa misma razón, todos quienes en el ancho mundo, aunque discrepando en otras cosas, coincidimos en creer que aceptar la diversidad de creencias, tradiciones y culturas dentro de un sistema de coexistencia pacífica es el sostén básico de la civilización, nos hemos sentido tocados por la voladura de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre. El atentado vino a recordarnos que el viejo enemigo oscurantista sigue allí, obstinado, tratando siempre, pese a todas sus derrotas, de cerrarle el paso a una humanidad sin dogmas, hecha de verdades relativas, en diálogo y cotejo permanente; en nombre de una sola verdad inhumana. Nunca cesará la lucha contra las siempre renacientes cabeza de la Hidra.

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Introducción:La llegada del español a América :1492

Elos inicios y la introducción del español en tierras américanas va unicdo al descubrimientos de las nuevas tierras desde su comienzo y evolucionará con la historia americana hasta nuesyros días.

Así las particuliaridades del español americano comienzarán a formarse en el primer momento en que tomen palabras de las lenguas indígenas para expresar nuevas realidades, un ejemplo de ellos serían palabras como canoa, hamaca, ajes, cacique, cazabe o nitaine.Un ejemplo histórico puede encontrase en el diario del propio almirante Colón apenas unos días después de la llegada a tierras americanas, así si en un primer momneto usará la palabra almadía para designar a las embarcaciones indígenas, enseguida esta será sustituída por canoa para así evitar aclarar las diferenciasentre unas embarcaciones y otraas “Son navetas de un madero adonde no llevan velas, estas son las canoa”26 de Octobre de 1492.

El contacto cotidiano entre las dos lenguas haría que muchas palabras se fueran introduciendo en el lenguaje cotidiano de los españoles llegados a las antillas y macaría pues el inicio de este recorido histórico.

Herencia lingüistica de españa:

Tendemos a pensar que el español hablado en américa es muy homogéneo, sin embargo esto no es así, pueden distinguirse numerossas variaciones entre el español hablado en argentina o en venezueladentro, claro está,dentro de un patrón común, y es precisamente el origen de estas variaciones el que puede explicarse a través de la evolucion histórica del idioma .

Para ello nos interesa conocen el momento en el que consolidan los patrones lingüisticos del español actual, la influencia de los distintos dialectos existentes en españa en aquel momento, que impòrtancia a nivel demográfico y sociopolítico tuvo cada uno de ellos, o que influencia pudieron tener loas distintas jergas o registros lingüisticos de los colonos en la formacion del español americano.

Delimitación del periodo de formación del español en américa:

La steóricos hablan de un periodo que abarca al siglo XVI en el que se consolidaron los asentamientos en ´La española y Cuba y se embarcó en expediciones por la costa de méxico y perú, el influjo andaluz sería decisivo en una época donde el transporte marítimo sería imprescindible.Aquellos que llegaron después al continente se habrían visto inmersos en el español que se había comenzado a hablar en los asentamientos insulares y a pesar de que el comercio colonial se independizara de las islas de las antillas las semillas del “andaluz-americano” ya habrían sido plantadas en tierras americanas.

Estas teorías tratan al español como un organismo viviente, que como cualquier lengua, nace y evoluciona.Así es concevido en las primeras décadas del XVI, quedará marcado por las primeras infusiones lingüisticas y absorverá a lo largo de los siglos nuevos rasgos que llegarán de fuera,sin que la base sobre la que se asiente le impida el enriquecimiento que supone esta evolución.

Hablaremos así del castellano que llega a América y posteriormente de las evoluciones que se darán sobre esta base:

Introducción del castellano en américa:

Influencias geográficas y dialectales de España:

Al emnos durante los dos primeros siglos tras la conquista debemos hablar de trs importantespuntos geográficos: Castilla (como centro desde donde se gestiona la conquista) andalucía y extremadura,( de donde proceden gran parteb de los, clonos y las islas Canarias, como punto de apoyo para el viaje.Este ES EL Motivo que han levado a pensra a muchos lingüistas que el español americano tiene gran parte de su origen el el dialecto andaluz al ¡ser este grupo el que mayor influencia sociolingüisticapudo tener. Así características como el yeismo, el seseo y el uso de ustedes en vez de vosotros que son rsgos propios del dialecto andaluz también se dan el el español americano.

Andaluces y castellanos constituyeron gran parte de la primera migración y por lo tanto los rasgos sndalucen-cartellanos son destacables. Asu vez el posterior flujo comercial se realizaría igualmente con los puestos andaluces con lo que su influencio se incrementó.

Aun que no puede discutirse que el andaluz tuviera una fuerte influencia, ciertos rasgos que a menudo se han identificado como meras cesiones o préstamos y que hemos mencionado antes son interpretados por otros lingüistas como una evolución des catstellano que llegó en un principio a tierras americanas al haber surgido independientemente en otras zonas donde el andaluz no tuvo inflñuencia alguna..

Estos rasgos serán estudiados en el español actual más adelante , aquí deseamos mencionarlos desde un punto de vista histórico que nos permita analizar el nacimiento y evolución del español americano

- Sería el caso del yeísmo: que afectaría a casi todos los dialectos del español y que se ha definido como un fenómeno románico en general. En hispanoamérica se conserva en Paraguay, bolivia y zonas importANTES dedicadas a la minería. Han perdido casi totalmente este rasgo regiones principalmente de centroamérica.

- Velarización de la n fianla: este pronunciación se da en todoas las lenguas románicas y puede ser atribuida a un debilitamiento fonológico, así si bien se da este fenómeno en andalucía extremadura, león y galicia principalmente, en hispanoamérica no sólo se da en la zona caribeña más cercana al andaluz sino en las zonas altas de los andes y América central, con lo que no puede identificarse direcramente con ningún dialecto.

  • El seseo: este fenómeno fue característico no sólo del andaluz sino de otras regiones así como de ciertos dialectos del portugués, del vasco y también de otras lenguas románicas.

  • Aspiración de /x/ como /h/muchos autores coinciden en apuntar que este fenómeno es el resultado de la evolución posterior de un sonido x velar que por influencia andaluza daría lugar al actual debilitamiento de /h/.

El español de andalucía se formó durante la reconquista a partir del castellano por lo que los rasgos que compartían eran más numerosos que aquellos que los diferenciaban, a escepción de ciertos detalles fonéticos.

Estos se pueden encontrar más pronunciados en las zonas costeras como ya hemos mencionadoEn las zonas del interior sin embargo el contacto con el español contó de uan mayor diversidad fruto del flujo constante de burócratas gubernamentales, personal milita y clerical y bienes comerciales, así como de Yun gran número de colonos de origen más diverso que en la costa, así las variedades castelanas de estas zonas, más aisladas difieren mucho más entre sí que de las zonas costeras separadas por miles d e kilómetros pero conectadas por el continua comercio marítimo con andalucía y el sur de España. Así podemos hablar de uaninfluencia andaluza en la costa y una ausencia de una influencia dominante en el interior.

Imfluencia de loas distintas clases sociales:

Pese a la importancia que tuvieron las clases nobles durante la conquista d eterritorios la mayor migración fue llevqda a cabo por pequeños comerciantes españoles, gremios de artesanos, así como grupos familiares estables, con lo que no existiría una fuerte influencia del registro culto del español del siglo de oro. En general clases medias con un diverso nivel educativo y que representaban principalmente a una población urbana.Hecho que se enferentaba a una españa mayoritariamente rural que no disponía de medios para emigrar a las nuevas tierras y cuya influencia fue menor.

A su vez, Duarante los soglos XVI Y XVII la educación y el conocimiento de la escritura se concentraba en las clases más privilegiadas y principalmente en el clero, si bien gran parte de la nobleza continuaba sienta analfabeta y carecían de un conocimiento lingüistico que diferenciara radicalmente su patrón lingüistico con el de plebeyos y clases más bajas.

Frente a esta nivelación lingÚISTICA ENCONTRAMOS UN APOGEO DESTACADO DE FOCOS DE UN castellano cuidado y de prestigio que se establecería en torno a los primeros virreinales de méxico y Peru, convertidos en grandes centros de cultura y refinamiento y que imitaba al castellano de ciudades como Toledo o Madrid, eliminándose en estos casos un rasgo tan destacado como el voseo y dando paso al tuteo peninsular.

Primeras evoluciones del español en américa:

Ya hemos mencionado la gran influencia de andaluces extremeñosy canariose en la delimitación de las peculariedades del español nacido en tierras americanas. Rasgos tales como la aspiración de la s y la desaparición de esta al final de sílaba (habere(s), somo(s), e(s)cuchan, conqui(s)tar...)la confusión entre eres y eles (arma-alma, viral-virar)la eliminación de la d al final de palabra en en medio de ellas si se encontraba entre vocales (sordao,apresao...)el seseo o la confusión entre ll y /y/ (yeismo) marcarían en un principio el español americano.

Sin embargo la característica fundamental de esta lengua en su constante evolución y esta estará marcada por numerosas influencias,e tre las que destacaremos la influencia indígena y la africana.

La influencia indígena en el español de américa:

Durante el siglo XVI que como hemos dicho puede considerarse el inicio del español en américa, la población indígena superaba en altos porcentajes a la europea, pero sin embargo no se dieron siempre las condiciones para que existiera un influjo destacado entre las dos lenguas.

Para la introducción de palabras indígenas en el vocabularios colonial se basaba en la necesidad de nombrar realidades desconocidas, sin embargo con el tiempo la introducción del español en las comunidades indígenas no sobrepasa de un conocimiento rudimentarios en el que la influencia de su lengua natal se sobrepone sobre la fonología, morfología y sintaxis del castellano. Se trata de una interlengua. No puede por lo tanto ser exportado fuera del grupo lingÚISTICO QUE LO HA CREADO Y su influencia será mínima.

Para que el sustrato indígena penetre en ls variedades del español hablado por los conquistadores , tiene que romperse esta barrera y esto se producirá en gran medida por causa del mestizaje. Este hecho perimitirá a grupos indígenas ocupar puestos más destacados en la sociedad y hará que la interlengua 1que constituye en estos grupos el español se vaya convirtiendo poco a poco en una primera lengua para ellos sin renunciar a sus caraterísticas lingüisticas propias.

Es decir , en una situación de convivencia linguística prolongada la población indígena adquiriría gradualmente el español como lengua materna, sin perder necesariamente su primera lengua, sino a través de un bilingüismo con un predominio cada vez mayor del español.

En un asituación de segregaci´çon sociañl y racial como el que existía en hispanoamérica el español se usaba no sólo para los contactos con los colonos de origen europeo sino tamnbie´n en los contactos con mienmbros de la propia comunidad indígena. Los mestizos constituyeron un puente entre las dos culturas y facilitaron las tranferencias linguísticas y el desarrollo de una interlengua étnica estable.

Pesse a las fronteras raciales y culturales que separaban a la pobleción indígena con la europea, el mestizaje hará que el español indígena que hasta entonces podía definirse como un dialecto social bastante cerrado , pese a su uso fluido, entre en contacto intimo con el español europeo y pase a convertirse en un nuevo modelo estándar.

Otro medio de introducción del dialecto indígena en el castellano colonial fue el papel de la mujer indígena, bien como sirvientes o niñeras, bien como madres de hijos de españoles. Así muchos niños encontrarían en su niñez un patrón lingüístico caracterizado por un uso no exacto del español con gran influencia indígena.

Estas condiciones como dijimos al principio no siempre se dieron, por ejemplo la población indígena antillana fue rápidamente extinguida y su influencia se limitaría a rasgos léxicos muy concretos, en regiones andinas la presencia colonial fue escasa por lo que no pudo implantarse el español como lengua materna, por últimos en grandes regiones de Argentina Uruguay o Centroamérica, la población indígena fue desplazada y su influencia fue escasa.

El paepl de la corona en la implantación del castellano de forma homogénea en los territoris americanos es grande. Así cabe destacar la cédula mandada en 1596 por la cual se expone la necesidad de poner maestros para aquellos indios que quisiesen aprender el español. Igualmente el pael de la iglesia en sus ansias de evanngelización tendría gran repercusión, enfrentándose a la voluntad real, , tanto en al enseñanza como del intento por parte de muchos misioneros de hacercarse a las variedades lingúisticas de los distintos pueblos.

Los documrentos conservados hablan así de una catellanización lenta y azarosa, apesar de la escuelas y recursos existentes. El castellano triunfaba frente a las lengua nativas entre la arisocracia indñígena, mientras que continuaba el uso de estas, con ciertas influencias del castellano, en la población en general.

Así en el siglo XVIII después de tres siglos de colonización, sólo existían en hispanoamérica tres millones de hispanoablantes, lo que demuestra los escasos frutos del proceso de castellanización frenado fuertemente por la influencia evangélica que defendió como ya hemos dicho, el estudio de las lenguas indígenas mayoritarias. Como consecuencia vemos un fortalecuimiento en la extensión geográfica de lenguas como el quechua o el maya, que incluso eran utilizadas en la eucaristía, frente a esta lenta expansión del castellano, pese a la voluntad real.

La influencia indígena actual:

En la Hispanoamérica actual, existen grandes influencias de las lenguas indígenas originarias principalmente en zonas alejadas de los núcleos urbanos y que aun conservan formas tradicionales de vida. Así todavía podemos encontrar núcleos de bilingïsmo, cuyas características sintacticas y morfológicas difieren a cualquier variedad lingüistica peninsular.

Estas características son muy diferentes entre regiones y su estudio debe realizarse por separado y en función de la situación geográfica , histórica dentro del los territorios del imperio Español.

Pese a su amplitud podemos destacar rasgos a modo de ejemplo:

En méxico es frecuente la duplicación de objetos directos iannimados o indefinidos así como el uso del lo en verbos intransitivos, propio de la lengua nahua de este territorio. Este último caso nunca ha desempeñado una función en la lengua española y no puede ser analizadocomo un ainfluencia de esta, se trata de una muestra clara de la influencia indígena..(No lo saben hablar en castilla, lo compra un medio kilo, ya lo lleva la novia, la mama lo está mirando la novia...)

Este fenómeno conocido como duplicación de clíticos y es común en otras regiones , de influencia igualmente nahua.

Este hecho también puede recogerse en xzoans andinas, cuyo uso tiende a explicarse por la convivencia entre lenguas, y es un buen ejemplo de una influencia sobre la lengua no solo hispánica sino de dialéctos américanos de distintas zonas.siendo una muetra igualmente del legado quechua. (lo quiero hacerlo)

Otro rasgo que se atribuye a las leneguas indígenas es la pervivencia de la s fianal de sílaba en regiones altas de méxico y que reduciría la influencia andaluza en estas zonas., fruto también del nahua. Esta lengua acarecería inicialmennte del sonido /S/ en tal posicióny sólo tendría un /ts/ de caracter africada más fuerte que la anterior que sustituiría al sonido s en la pronunciación indígena del español. La evolución de esta pronunciación que tendería a suavizar el sonido /S/ hasta hacerlo casi desaparecer en el resto de regiones americanas, permitirñía que sobreviviera en México una /S/ sibilante.

Características léxicas notables son: el uso del pluscuamperfecto para mencionar acontecimientos conocidos de segunda mano y que se mantiene en el español de bolivia y perú. El uso pospuesto del nomás siempre o la posposición del pero ¿vas a tomar café, pero? Para expresar “entonces, ¿no vas a tomar café?así como posposición del “dice”que se han interpretado como calcos de lengua aimara y quechua.

El vocabulario, es el nivel de la lengua más fácilmente vulnerable al contacto lingüistico , pese a lo cual la pervivencia en el habla estandar es muy limitada y está representada por un número reducido de palabras que suponen, dependiendo de los diversos estudios, entre un 1% y un 0.03% del léxico habiual usado en países como Venezuela o México.

Su presencia es más notable , en zonas donde el español no está aun muy extendido o entre la población de ascendencia indígena del ámbito rural.

Influencia Africana del español de América:

-El español de América ha recibido múltiples y muy diversas influencias a lo largo de su historia, así a la base del castellano europeo y a la influencia indígena se sumó la herencia de las lenguas africanas habladas por decenas de miles de africanos que constituyeron la mano de obra esclava durante el periodo colonial.

Se calcula que el número de esclavos que fueron llevadosa tierras américanas superó el millón y medio y en muchas colonias pasarían a constituir un grupo muy destacado e incluso mayoritario desde el punto de visto demográfuico. Sin embargo se trató de una población sometida y marginada, incluso después de la abolicioón de la esclavitud. Por lo que la evaluación de la influencia de estas lenguas al español de América estará limitado a escasos documentos, escritos simepre desde el punto de vista de loa españoles y marcado por el carácter racista dominante.

La introducción de la esclavitud se dio inicialmente en las Antillas, por lo que se piensa que esen esta zona, donde se da una mayor influencia lingüística.A esta idea se acercan hechos tales como la pervivencia de los ritmos africanos en gran parte de la música caribeña así ciomo en la gastronomía o la práctica, aunque minoritaria, de la brujería de herencia africana.

La formación de lenguas criollas se limitaría a comunidades de esclavos reducidas como los llamados palenques donde se pudieron estufdiar características propias. Sin embargo su limitación se debió princiaplmente a la heterogeneidad de las lenguas africanas que llegaban a América.Aademás el español constituía la lengua homogénea y de prestigio de los dominadores, por lo que su aprendizaje se impuso en cualquier tipo de comunicación acelerándose así el proceso de castellanización y la progresiva pérdida de las lenguas maternas africanas.

Existen documentos que expresan la distinción entre aquellos esclavos nacidos en territorio americano, y cuya habla del español no presentaba ninguna distinción especial , y la de quellos que habían sido traidos por los comerciantes de esclavos y cuyo español era imperfecto pese a que hubieran pasado muchos años desde su llegada.En la mayoría de los yhablantes se darían fenómenos de criollismo que irían remitiendo con la adquisición progresiva de las estructuras españolas.

En el uso del españolpor parte de estos grupos lingúisticos destacarían ciertos rasgos propios:

  • Errores de concordancia nombre-adjetivos y sujeto-verbo

  • Errores en el uso de preposiciones habituales como a y de

  • Pérdida de la s final especialmente en la primera persona del plural

  • La /D/ intervocálica se escribe con frecuencia como r, como resultado de la pronunciación fallida de la /d/ coo fricativa

  • La adición de vocales paragónicas al fianl de algunas palabras como por ejemplo en dios_dioso, señor-siñoro...

  • Intercambio de l y r: primo-plimo, francisco-flancico...

  • Adición del sonido /N/: nengro, así cuando una palabra iba precedida de otra que acababa en vocal se percibía la primera palabra terminada en /N/, como por ejemplo lan botella

  • Creación del verbo sar, una mezcla entre el ser y estar que aparece en muchos textos.

  • Preguntas sin inversión del tipo¿qué tu quieres?Infinitivos personalizados y la obligatoriedad del pronombre debido a la escasa flexibilidad verbal: para tu hacer eso.

  • Demostrativos pospuestos: piera ese, (esa piedra)

  • El uso del tenr en lugar de haber (en botica tien de tó)

Influencia actual del habla afro-hispánica:

Parte de la características recogidas anteriormente se han mantenino con ciertas variantes en la actualidades en determinados colectivos de ascendencia africana y sobre todo en regiones del caribe, dondesu influencia fue mayor.En cuanto a léxico, se han introducido al español de américa palabras tales como banana,; bunda (nalgas)utilizada en muchos países caribeños y de sudamérica, cachimba(pipa)que encuantra palabras con el mismo significado y forma en varias lenguas africanas,;candombe (grupo de música) que tendría su origen en el quimbundú, la lengua africana de mayor difusión en el Rio de la plata y Brasil;gandul o guandul para referirse a un guisante o judía pequeña y verde ; marimba:instrumneto y nombre igualmente de origen africano; mucama (criada) que es usada principalmente en Argentina y Uruguay;etc

En cuanto a la pronunciación, las pervivencias de de rasgos característicos está siempre asociada a la acentuación de rasgos ya existentes, como pueden ser el debilitamiento de las consonantes fianles como /l/, /r/, y /s/, el paso de la /D/ intervocálica a /r/ o el cambio de /Y/ y el sonido ch a /ñ/ .o la laterización de /r/ al final de sílaba. Estos fenómenos son observables en las zonas donde existió una mayor presencia esclava.




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Idioma: castellano
País: España

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