Lenguaje, Gramática y Filologías
Español correcto
Introducción
Sí, es comprensible que la lengua oral se transforme por los modismos y los términos generacionales, y es válido usarlos en la comunicación coloquial, pero como tales formas de comunicación varían con el tiempo o en el lugar, debe evitarse en la lengua escrita, ya que es la misma para todos los hablantes del español, pues de otra manera, la comunicación quedaría reducida a tiempo y lugar limitados.
Aprendizaje de la lengua
Una de las primeras actividades que el ser humano desarrolla desde que nace es la de aprender a hablar. En medida en que, inconsciente y paulatinamente, va imitando los sonidos que escucha en boca de sus mayores, articulando palabras y uniéndolas unas con otras, el niño sale de su incomunicación primaria y puede comunicarse con los demás.
El siguiente paso es su formación lingüística consiste, al ir a la escuela, aprender a leer y a escribir, esto es, aprender a manejar la lengua por medio de un sistema de signos gráficos.
Independencia de la lengua hablada
El orden en que aprendemos primero a hablar y luego a leer y escribir, responde, de alguna manera, al orden en que el lenguaje y la escritura aparecieron.
La lengua hablada y la lengua escrita nacieron, en diferentes momentos históricos: la primera, en los albores de la humanidad, en una época imposible de precisar; y la segunda, hace apenas unos veintitantos siglos, entre los griegos.
A partir de la invención del alfabeto, el pensamiento pudo avanzar notablemente, pero desde antes de que éste se inventara, el problema comunicativo del hombre ya había quedado solucionado por la lengua hablada.
La lengua hablada es, por excelencia, el instrumento comunicativo del hombre; y la lengua escrita es el vehículo más apto para la conservación del pensamiento y la transmisión del conocimiento.
La lengua escrita y la conservación del pensamiento
La escritura ha venido a significar para el hombre el mejor recipiente para conservar el pensamiento a salvo de las inclemencias del tiempo y del olvidó de los demás.
“La nominación semántica o estilística es una acto creador y consciente. Una vez creada la palabra, sea por transferencia de sentido o de otra manera, su sentido puede evolucionar espontáneamente. De hecho, evoluciona en la casi totalidad de los casos…Basta que una de ellas evolucione para que acometa al sentido y termine por alterarlo, por ahogarlo y finalmente hasta por reemplazarlo”.
Después de muchos siglos, leemos hoy las obras de Homero, Shakeaspeare o Cervantes, sin que hayan sufrido gran deterioro desde que fueron creadas. Si las obras de estos autores hubieran tenido que perdurar en la memoria de los hombres, repetidas por tradición oral, tal vez habrían terminado por ser olvidadas.
“La palabra escrita ha resultado la materia más duradera que haya existido. Las piedras, el metal, la madera acaban por pulverizarse, oxidarse o descomponerse, en tanto que la palabra escrita persiste.”
Si la palabra escrita se caracteriza por ser más o menos durable, la palabra hablada presenta el rasgo de ser momentánea, pues se desvanece tan pronto como llega al oído de quien nos escucha.
“La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso es comparable a la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales militares, etc. Sólo que es el más importante de todos los sistemas”.
Texto y discurso
“El sujeto que habla no sitúa el mundo en relación consigo mismo, no se sitúa pura y simplemente en el seno de su propio espectáculo, como el artista, sino en relación con el otro”
Lévinas fortalece la idea de que al momento de expresar un mensaje, debemos pensar en nuestro receptor, a quien nos estamos dirigiendo, el emisor no es autónomo, pues la producción de sus mensajes está siempre supeditada al receptor.
Los hablantes de una lengua han interiorizado un conjunto de reglas que les permiten emitir enunciados que presentan una estructura gramatical y que son semánticamente aceptables para los demás hablantes de la misma lengua, igualmente, pueden distinguir estos enunciados de los que no están bien construidos desde el punto de vista gramatical o que no son aceptados significativamente.
Una narración cualquiera o una conversación están formadas por un encadenamiento, no puede producirse de una manera absolutamente libre, sino que tiene que obedecer a un conjunto de reglas y propiedades.
Las narraciones escritas o las conversaciones de la vida cotidiana presentan características que las hacen comprensibles para el lector y los hablantes. Existen elementos y propiedades como la claridad, coherencia y orden que van generando lentamente la coherencia del término técnico que sirve para designar el fenómeno que supone la correcta interpretación semántica de un enunciado, no sólo depende de él, sino también depende de la interpretación de los anteriores.
Roland Barthes define a la lengua como un “corpus de prescripciones y hábitos, común a todos los escritores de una época, lo que equivale a decir que la lengua es como una naturaleza que se desliza enteramente a través de la palabra del escritor”.
Partiendo de esta reflexión, podríamos afirmar que el escribir en la misma época histórica supondría similitud en los escritos entre una y otra persona.
Si observamos a nuestro alrededor, veremos que aún entre las personas que hablan un mismo idioma, no todas lo hablan, ni lo escriben de la misma manera.
“Lengua y estilo son fuerzas ciegas; la escritura es un acto de solidaridad histórica”.
Esta afirmación de Barthes coincide con la visión del lingüista más famoso de los tiempos modernos.
Ferdinand de Saussure, quien define a la lengua “ como un sistema en el que todas las partes pueden y deben considerarse en su solidaridad sincrónica”.
El funcionamiento interno de una lengua
Mucho se habla sobre la importancia que tiene el concepto de corrección o incorrección en la forma de expresarnos.
Encontramos que la expresión humana se puede dividir en dos grandes apartados: oral y escrita.
La primera es momentánea, fugaz, frecuentemente descuidada, debido a la carga emocional que puede llevar. En ella se generan constantemente cambios que permiten la evolución de la lengua. Por lo general, no está regida por el principio de economía que sugiere decir un comunicado con el menos número de palabras posibles.
La segunda es cuidadosa y pulcra. No es fruto de una emoción momentánea sino del raciocinio. Sus autores, conscientes del aforismo latino Scripta manent (las cosas escritas permanecen), procuran encontrar los términos precisos que comuniquen, lo más exactamente posible las ideas que quieren comunicar. Pretenden ser entendidos por un mayor número de personas.
Esta razón les hace evitar los términos que sólo conocen los hablantes de un dialecto o un habla regional, y valerse de los términos más generales que usan todos los hablantes de una lengua. A este conjunto de rasgos generales o patrimonio común se le ha llamado norma genera o norma hispánica si se refiere a la lengua española, y se contrapone a las normas comunes a varios dialectos y a las propias de cada uno de ellos.
Nuestra lengua española
Lengua española, lengua románica, derivada del latín, que pertenece a la subfamilia itálica dentro del conjunto indoeuropeo; es la lengua oficial de España y de las naciones de Sudamérica y Centroamérica —excepto Brasil, las Guayanas y Belice—, y, en el Caribe, de Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana; cuenta con unos cuatrocientos millones de hablantes, entre los que se incluyen los hispanos que viven en Estados Unidos y algunos cientos de miles de filipinos, así como los grupos nacionales saharauis y los habitantes de Guinea Ecuatorial en la costa occidental africana
La lengua árabe fue decisiva en la configuración de las lenguas de España, el español entre ellas, pues los árabes asentaron su dominio en la península durante ocho siglos. Durante tan larga estancia hubo muchos momentos de convivencia y entendimiento. Los cristianos comprendieron muy pronto que los conquistadores no sólo eran superiores desde el punto de vista militar, sino también en cultura y refinamiento. No podría entenderse la evolución de la lengua y la cultura de la península sin conceder a la influencia del árabe el lugar que le corresponde.
Historia
En la formación del español cabe distinguir tres grandes periodos: el medieval, también denominado del castellano antiguo, fechado entre los siglos X y XV; el español moderno, que evolucionó desde el siglo XVI hasta finales del XVII, y el contemporáneo, desde la fundación de la Real Academia Española hasta nuestros días.
El castellano medieval
El nombre de la lengua procede de la tierra de castillos que la configuró, Castilla, y antes del siglo X no puede hablarse de ella.
En términos generales, se mantuvo la o del latín (porta) en la lengua del extremo occidental, el galaico-portugués —del que surgirían el gallego y el portugués—, y en el catalán del extremo oriental, que ejercería su influencia posterior por las tierras mediterráneas, fruto de la expansión política.
El castellano fue tan innovador en la evolución del latín como lo fueron los habitantes de Castilla en lo político.
En el sur, bajo dominio árabe, las comunidades cristianas hablaban mozárabe. Heredado de la época anterior a la conquista musulmana, lo mantuvieron sin grandes alteraciones, bien por afirmación cultural que marcara la diferencia con las comunidades judía y árabe, bien por falta de contacto con las evoluciones que se estaban desarrollando en los territorios cristianos. En esta lengua se escriben algunos de los primeros poemas líricos romances: las jarchas, composiciones escritas en alfabeto árabe o hebreo, pero que transcritas corresponden a una lengua arábigo-andaluza. De los cambios fonéticos que se produjeron en esta época en el castellano, el más original consistió en convertir la f- inicial del latín en una aspiración en la lengua hablada, aunque conservada en la escritura.
El primer paso para convertir el castellano en la lengua oficial del reino de Castilla y León lo dio en el siglo XIII Alfonso X, que mandó componer en romance, y no en latín, las grandes obras históricas, astronómicas y legales.
Distinguía entre una bilabial oclusiva sonora b, que procedía de la p intervocálica del latín o b de la inicial sonora del latín (y que es la que hoy se conserva), y la fricativa sonora, que procedía de la v del latín, cuyo sonido se mantiene hoy en Levante y algunos países americanos.
Desde el punto de vista gramatical ya habían desaparecido las declinaciones del latín y eran las preposiciones las que señalaban la función de las palabras en la oración. El verbo haber todavía tenía el significado posesivo tener, como en había dos fijos y se empleaba para tener y para formar las perífrasis verbales de obligación que originarían a partir del siglo XIV los tiempos compuestos; por eso, entre la forma del verbo haber y el infinitivo siguiente era posible interponer otro material léxico, hoy impensable, como en “Enrique vuestro hermano había vos de matar por las sus manos”. Los adjetivos posesivos iban precedidos de artículo; así se decía los sus ojos alza.
El español del siglo XII ya era la lengua de los documentos notariales y de la Biblia que mandó traducir Alfonso X; uno de los manuscritos del siglo XIII se conserva en la biblioteca de El Escorial. Gracias al Camino de Santiago entraron en la lengua los primeros galicismos, escasos en número, y que se propagaron por la acción de los trovadores, de la poesía cortesana y de la provenzal.
El castellano moderno
La publicación de la primera gramática castellana de Elio Antonio de Nebrija en 1492, fecha del descubrimiento de América y de la toma de Granada por los Reyes Católicos, establece la fecha inicial de la segunda gran etapa de conformación y consolidación del idioma.
A esta época pertenece el cambio de las consonantes que altera y consolida definitivamente el sistema fonológico del español. Desaparece la aspiración de la h, aspecto que testimonia la versificación. Se funden en un único fonema la s sonora y sorda, prevaleciendo el valor sordo. Desapareció asimismo la distinción b, v que se neutralizó en b durante el siglo XVI. En la morfología aparecieron los tiempos compuestos de los verbos, y se convierte en auxiliar el verbo haber. En la sintaxis el orden de los elementos de la oración se hace más rígido, y se anteponen los pronombres átonos a infinitivos y gerundios.
Desde el punto de vista del léxico, el español adquirió una gran cantidad de neologismos, pues a estos momentos correspondió la expansión de Castilla y, por lo tanto, el contacto con otras culturas. Consiguió consolidarse como lengua dominante frente a otros dialectos peninsulares al llevarse a cabo la unidad política de Castilla y Aragón y ser el castellano la lengua de los documentos legales, de la política exterior y la que llegó a América de la mano de la gran empresa realizada por la Corona de Castilla, ya fijada en la gramática normativa de Nebrija.
A partir de los primeros momentos del siglo XVI se prefirió la denominación de española para la lengua del nuevo imperio, y la preocupación de los intelectuales del momento se refleja en la enorme tarea de sistematizarla, analizarla y divulgarla. Lo demuestran la publicación del gran Diccionario de Alcalá, obra de la Universidad Complutense, creada por Cisneros; la aparición de la Minerva de Francisco Sánchez de las Brozas, conocido por El Brocense, que es una gramática normativa y descriptiva más moderna que la realizada por el grupo francés de Port-Royal, y, a principios del siglo XVII, la publicación del Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias, primer diccionario de la lengua, que contiene cuanta información histórica y sincrónica había disponible en el momento de su publicación.
En Francia, Italia e Inglaterra se editaban gramáticas y diccionarios para aprender español, que fue la lengua diplomática hasta la primera mitad del siglo XVIII. En esta etapa de la lengua se llegó al esplendor literario que representan los autores del siglo de oro. El léxico incorpora palabras originarias de tantas lenguas como contactos políticos tenía el imperio. Del italiano entran en el español desde el siglo XV al XVII los nombres de la métrica y preceptiva literaria, como soneto, asonante, silva y lira, palabras relacionadas con las bellas artes como fachada, escorzo, medalla, piano. De otros campos léxicos son italianismos de la época centinela, alerta, escopeta, aspaviento, charlar, estropear y muchas más. Son galicismos paje, jardín, jaula, sargento, forja o reproche.
Los americanismos, que comienzan a entrar en el siglo XVI, ofrecen una lista referida a las realidades que en Europa no se conocían y que son españolismos tomados por las lenguas europeas, como patata, cóndor, alpaca, vicuña, pampa, puma, papa (denominación afincada en Canarias para patata), que proceden del quechua y el guaraní. Los términos más antiguos, como canoa, ya citado en el diccionario de Nebrija, proceden de los arawak. A este conjunto pertenecen huracán, sabana, maíz, cacique, colibrí, caribe, enagua y caníbal. De la familia de lenguas náhuatl habladas por los nahuas, se incorporan hule, chocolate, tomate, cacao, aguacate y petate.
El español contemporáneo
Real Academia Española Fachada de la Real Academia Española, en la madrileña calle Felipe IV. El edificio que la sirve de sede fue proyectado para dicho fin por el arquitecto Miguel Aguado de la Sierra y resultó inaugurado como tal el día 1 de abril de 1894. Hasta entonces, esta institución, fundada en 1713, había tenido sus dependencias en distintos lugares. Fernando Camino Martín
En el año 1713 se fundó la Real Academia Española. Su primera tarea fue la de fijar el idioma y sancionar los cambios que habían introducido los hablantes a lo largo de los siglos, siguiendo unos criterios de autoridad. En esta época ya había finalizado el cambio fonético y morfológico y el sistema verbal de tiempos simples y compuestos era el mismo que ha estado vigente hasta la primera mitad del siglo XX.
Los pronombres átonos ya no se combinaban con las formas de participio y, gracias a la variación morfológica, los elementos de la oración se pueden ordenar de formas muy diversas con una gran variedad en los estilos literarios, desde la mayor violación sintáctica que representan el barroco del siglo XVII, los poetas de la generación del 27 y el lenguaje publicitario, hasta la imitación de los cánones clásicos, también violentadores del orden del español, que incorporaron los neoclásicos o los primeros renacentistas.
Coincidiendo con otro momento de esplendor literario, el primer tercio del siglo XX, aparecieron las nuevas modificaciones gramaticales que aún hoy están en proceso de asentamiento. De ellas cabe citar: la reducción del paradigma verbal en sus formas compuestas de indicativo y subjuntivo, la sustitución de los futuros por perífrasis verbales del tipo tengo que ir por iré, la práctica desaparición del subjuntivo, la reduplicación de los pronombres átonos en muchas estructuras oracionales y con verbos de significación pasiva, que están desarrollando una conjugación en voz media como en le debo dinero a María; la posposición casi sistemática de los calificativos, la reducción de los relativos, prácticamente limitados a que y quien en la lengua hablada.
Junto a ello, la irrupción continua de neologismos, que nombran innovaciones técnicas y avances científicos, tiene dos momentos: los anteriores a la mitad del siglo pasado, que contienen raíces clásicas como termómetro, televisión, átomo, neurovegetativo, psicoanálisis o morfema, y los neologismos apenas castellanizados, siglas y calcos del inglés, y fruto de la difusión que de ellos hacen las revistas especializadas, la publicidad o la prensa, como filmar, radar, módem, casete, anticongelante, compacto, PC, o spot.
Corrección en la lengua española
“La lengua es el principal baluarte de identificación cultural”
En el caso de la lengua española, el concepto de corrección debe manejarse con prudencia. Debe procurarse favorecer su unificación. Esto no quiere decir que para hablar correctamente debamos hacerlo como se hace en Madrid.
El español transplantado a América tiene en la actualidad, muchos focos irradiadores de prestigio lingüístico: unos, por haber sido capitales de virreinatos; otros, por el mayor número de hablantes que poseen actualmente, y otros más por su extensión geográfica. Estos y otros factores permiten a las capitales hispanohablantes el tener una norma culta propia que sirva de guía a sus habitantes.
Las normas cultas de los distintos países incluyendo a España coinciden en la mayor parte de los fenómenos aunque conservan sus propios rasgos que les dan sus características particulares. Hay una gran base común y otra, menor, diferenciadora.
Así pues, apegarnos a la norma culta mexicana en nuestro caso, como el argentino o el peruano a la suya, estaremos favoreciendo la unificación lingüística del español; a la vez que, socialmente, estaremos procediendo con juicio, porque si cada hablante se expresara como le viniera en gana, a corto plazo bastaría para que la comunicación fuera poco menos que imposible.
La corrección varía no sólo geográficamente sino también en el tiempo. Lo correcto en el siglo XVIII no es lo correcto en el siglo XXI.
Vicios en la lengua
Los vicios son formas de construcción o empleo de vocabulario inadecuados, que pueden dificultar la interpretación correcta de un escrito.
“Consideramos los vicios de la lengua: barbarismos, solecismos, cacofonías, anfibologías y pobreza del vocabulario.”
Se conoce como barbarismo:
-
El uso de voces extranjeras cuando es innecesario, es decir, cuando existe una palabra española equivalente.
-
El empleo de palabras a las que se les ha hecho algún cambio de letras o de colocación del acento.
Llamamos solecismo al resultado de:
-
Una deficiente construcción gramatical (principalmente con cuyo, cambios de preposiciones, uso y colocación inadecuados de pronombres personales, empleo incorrecto de partículas, etc.);
-
La falta de concordancia.
Una cacofonía es un sonido repetido o monótono que se produce cuando se repiten las mismas letras o palabras.
Se conoce como anfibología a aquellas construcciones que admiten más de un significado.
Las más frecuentes se deben al empleo poco preciso del relativo que; así como al uso de le, les, se, su, sus; empleo inadecuado de las preposiciones, etc.
Al uso constante y repetido de las mismas palabras se le llama pobreza de vocabulario o monotonía.
El periodista y la lengua española
El estudio de la gramática es esencial para el periodista. No tanto por lo que le enseñe a redactar, sino por los errores, disparates o aberraciones que le ayude a evitar. Además, claro está, es necesario leer mucho, de buenos autores, a fin de ir absorbiendo giros correctos y de habituarse al uso exacto de las palabras,
Si al terminar de escribir una información se le examina con detenimiento y sentido crítico, se hallarán palabras que no están muy bien empleadas.
La mesura es una apreciada virtud, por lo que medir y pensar cada vocablo y cada signo empleado, constituye una tarea de rigor para quienes se esmeran en el arte de la composición o en la técnica de redacción.
Es casi obligatorio el respeto y buen uso de las normas que rigen a nuestra lengua para salvaguardar su condición de comunicabilidad.
“El lenguaje del periodista ha de ser preciso y rico, riguroso en los matices, amplio en las acepciones. Para encontrar la palabra atinada en cada momento”
Ante la imposibilidad de referirme en su integridad a un tema tan vasto y tan complejo, he tratado de resumir algunas normas básicas.
En primer lugar, buscar la comprensión generalizada. Cualquier tipo de comunicación periodística será inútil si su expresión no coincide con el código del receptor, no sólo en lo que se refiere a la lengua, sino a la realidad del contexto sociocultural en que se produce.
Como consecuencia, debe procurarse utilizar un habla unívoca, lo menos ambigua posible, de estructura sintáctica racional, y tratar de evitar o reducir a lo indispensable el uso de adjetivos.
La primera condición que la lógica impone al lenguaje es la de ser claro y evitar la imprecisión. Una lengua puede utilizar la ambigüedad como un recurso estilístico pero no puede ser imprecisa porque entonces se produce un vacío comunicativo, y si la lengua es algo, es un sistema de comunicación (García Domínguez, Seminario sobre El Neologismo Necesario). En este sentido, debe tenerse en cuenta la polisemia (una palabra con varios significados), ya que puede ser causa de ambigüedad y prestarse a equívocos.
Consejos de Bertrand Russell: 1º Si basta una palabra corta, no emplear una larga. 2º Si se quiere emitir un juicio con muchas especificaciones, deben escribirse algunas de estas en frases separadas.
En la construcción de la frase castellana goza de holgura y libertad y el orden de las palabras puede depender más de la idea o del hecho que quieran expresarse que de la rigidez gramatical, siempre que no se conculquen las normas que modifican el sentido de la frase y dicen, por tanto, lo contrario de lo que queríamos decir.
En el lenguaje periodístico hay que procurar la economía de expresión y evitar el pleonasmo, la redundancia, lo superfluo, si queremos alcanzar eficiencia y concisión. Pero sin extremosidades, ya que la concisión máxima suele equivaler a ambigüedad y la efectividad de una comunicación depende tanto de que ésta sea breve como de que sea inequívoca. Como en la función empresarial, es necesario conseguir la máxima eficacia con el mínimo coste. Es cierto que la riqueza de vocabulario es cualidad positiva del periodista y del escritor, pero también lo es que con un mínimo de voces y de giros pueden expresarse muchos matices.
El neologismo es un cambio reciente en las lenguas, afectadas, como toda creación social, por una mutabilidad que le da vida y permanencia, y singularmente en esta era de innovación científica y tecnológica. Los neologismos pueden ser útiles, pero también superfluos, y debe buscarse, en los resquicios del diccionario, si existe algún vocablo anticuado que pueda sustituir al recién llegado.
Tengamos siempre a mano la herramienta básica, el diccionario, que no es, como se dice a veces, un cementerio de palabras, sino un arsenal, una guía, una orientación, un código de referencia, una garantía e incluso un libro de lectura.
Periodistas experimentados ofrecen estos criterios sobre el estilo periodístico, recogidos por la Sociedad Interamericana de Prensa:
-
Escribir frases cortas.
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Preferir lo simple a lo complicado.
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Preferir lo concreto y desechar lo abstruso.
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Usar palabras comunes.
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Omitir palabras innecesarias.
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Emplear verbos en voz activa.
-
Redactar con sencillez, naturalmente.
Debe tenerse en cuenta, asimismo, que el idioma no se aprende por mera impregnación del ambiente, por simple contagio. Como aconseja el Manual de español urgente, editado por la Agencia Efe, se debe estudiar poniendo atención en la lectura de buenos escritores, y desconfiando del propio conocimiento.
Fernando del Río afirma algo que pudiéramos suscribir muchos de quienes hemos dedicado la vida al periodismo, si bien debe tenerse en cuenta que puede no ser adecuado para todos, ya que cada uno se va creando sus métodos, sus sistemas y hasta sus manías:
Perdamos el miedo a escribir; no nos quedemos viendo la hoja de papel en blanco porque "no sabemos cómo empezar". Sencillamente, escribamos lo que pensamos en ese momento, tal como se nos venga a la mente. Las mejoras vendrán con la corrección y la revisión del texto... El único secreto de la buena redacción ni siquiera es secreto: es corregir una y otra vez.
CONCLUSION
Cualquier análisis del estilo periodístico debe ir forzosamente precedida de un recordatorio sobre la necesidad de corrección del lenguaje y, en lo que se refiere a los países de habla castellana. Se pierden el amor a las palabras y la preocupación no ya por escribir bien, sino por expresarse correctamente.
Para las nuevas generaciones habría que recordar las conocidas frases de Pedro Salinas sobre el lenguaje: "Sentiremos mejor lo que sentimos, pensaremos mejor lo que pensamos, cuanto más profunda y delicadamente conozcamos sus fuerzas, sus primores, sus infinitas aptitudes para expresarnos" . En su célebre conferencia sobre "Defensa del Lenguaje", pronunciada el 24 de mayo de 1944 en la Universidad de Puerto Rico, tiene estas frases impresionantes, que hoy serían mucho más duras todavía.
Aunque no sea ningún consuelo, recordemos que este deterioro idiomático de los medios informativos no afecta solamente al idioma castellano. Hermann Hesse, refiriéndose al alemán, hablaba de "masificación degradante" y de "una jerga de mendigos, empobrecida y piojosa". "Casi una tragedia", añadía.
Grandes escritores, en todos los tiempos, han expresado sus quejas y sus protestas por el deterioro de sus respectivos idiomas.
En cuanto a los periodistas, llamamientos y recriminaciones no han tenido hasta ahora demasiado fruto, salvo en casos ejemplares, pero aislados, como la creación del Departamento de Español Urgente en la Agencia EFE. Se trata de un problema grave, sobre todo si se relaciona con opiniones como la del académico Manuel Alvar, para quien el porvenir de la lengua está en manos de los periodistas y no de los profesores.
Preocupa esta cuestión a los periodistas y los medios de información, pero debería preocuparnos a todos, aunque hemos de reconocer que son minoría los interesados por esta cuestión, vital para alguien cuyo oficio es expresarse.
Bibliografía
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