Arte


El vestido y el mueble


INTRODUCCIÓN:

Orígenes del traje.

Los motivos por el cual el hombre empezó a vestirse han sido muy discutidos, pudo ser por necesidad, por un motivo de ornamentación, por abrigarse, por el afán de ostentación dignataria o por atracción sexual.

Parece ser que los primeros móviles que indujeron al hombre a complementar su cuerpo, ya sea decorándolo con pinturas o tatuajes, con adornos de pequeños elementos como joyas o amuletos, o con plumas y pieles confeccionadas, era para cubrir las partes más sensibles de su cuerpo del frío o del calor.

Pero lo que sí es cierto es que no parece que el pudor fuera la causa primordial del vestido. Esto se puede apreciar en las costumbres de muchos de los actuales pueblos primitivos que no relacionan el cubrirse con el recato, ni el descubrirse con el instinto sexual.

Por otro lado, uno de los aspectos interesantes son los complementos que, como nacieron junto al traje, es importante hacer referencia de los diferentes adornos y joyas que lo complementan.

Existen numerosas sustancias, formas y elementos que el hombre emplea y por ello son innumerables los recursos que puede encontrar para el realce y la decoración de su cuerpo; por eso destaca la importancia que el traje de todas las épocas, razas y latitudes tiene como exponente preciso del sentir artístico, del desarrolla imaginativo, del gusto estético, es decir del pueblo que lo lleva.

Otro aspecto importante es la función del clima, que es el primer condicionante del traje. Esto marca la vida total del hombre.

El clima decide la forma y estructura del vestido.

En cuanto a los adornos y joyas, que en un principio se hicieron con elementos proporcionados por la naturaleza, pronto dejaron paso a los metales como elemento principal de ostentación y riqueza.

Como es sabido el traje y sus complementos ha ido evolucionando a lo largo de los siglos pasando en todos ellos por diferentes tendencias.

Aquí nos centraremos en la moda que desarrolló España durante el siglo XVIII.

La moda en España durante el siglo XVIII.

Durante el siglo XVIII en España las prendas transmiten las influencias del estilo francés, impuesto ya desde Carlos II y Felipe V, que variará con la incorporación de modas inglesas más funcionales y dinámicas, pero sobre todo tras la Revolución Francesa 1789, afectando de forma total a la indumentaria femenina en que se denomina genéricamente Traje Imperio". Su implantación en la moda española fue relativamente fácil porque la esposa de Carlos IV, gran entusiasta del nuevo gusto, fue clienta de las sastras parisinas y admitió en su ropero algunos vestidos regalados por Napoleón confeccionados en París por la famosa modista Madamme Ninette. Ella se convirtió en el espejo de la Moda para la aristocracia y la nobleza.

En la Corte los trajes femeninos son de varias piezas, unidas entre sí con corchetes, cintas ataderas o alfileres metálicos, colocadas sobre artefactos que entallan el busto y ahuecan las faldas, con el corsé y el tontillo. Éste evoluciona adoptando diferentes perfiles bien redondeados o elípticos y alcanzan la línea de cintura, permaneciendo vigente hasta la Revolución Francesa. A partir de entonces el traje será de una pieza, dejará a un lado el tontillo, y la silueta marcará los contornos del cuerpo resaltando el busto con cortes de bajo pecho.

Las señoras elegantes llevarán desde 1715 el vestido tipo bata, también denominado saco o Watteau (fig.1), con su característico tableado en el delantero y en la espalda, también la media bata o deshabillé, traje de dos piezas que mantiene la construcción del anterior.

Hacia 1776-86 está el vestido a la polaca (fig.2) o a la polonesa, y también a la circasiana con sobrevesta, modelos en los que destaca la sobrefalda recogida a la espalda creando dos o tres bullones controlados por cintas y pasamanerías de ojal y botón.

También se usa un traje de dos piezas, simplificado y posiblemente derivado de éstos últimos, es el constituido por el caraco o casaquín en el que resalta el recogido de vuelecillos en el centro del espaldar y el brial o saya. Otros modelos son de inspiración inglesa (fig.3), así, hacia 1785 el baquero cerrado a la espalda.

Y el traje redingote abotonado por delante, como pañuelo de hombros y para cubrir el busto el fichu o pañuelo mentiroso, como abrigo el cabriolé, a modo de capa con capucha y aberturas de ojal para los brazos, la parlamenta o capa con dos esclavinas superpuestas, mantos y mantillas de hombros con largas puntas que caen sobre las caderas, y en la cabeza la escofieta, tocado voluminoso y transparente, las gorras sobre guarniciones denominadas siñol y los bonetillos y tocas, como calzado el medio tacón, además de guantes, mitones y quitasol.

A partir de 1789 y por influencia francesa un basto conjunto de vestidos de una pieza de corte Imperio, el traje-camisa realizado con tejidos transparentes, preferentemente blancos y negros, y de otras telas como el raso, de colores claros con guarniciones bordadas y de aplicación de chapería, largos con leve cola y manga corta o media manga.

En estos vestidos se puede apreciar el gusto español por marcar la cintura mediante anchas cintas de color rojo o contrastado que se anudan en la espalda.

Sobre el vestido llevan una chaquetilla muy corta llamada spencer (fig. 5, 6 y 7) de manga larga o corta, conjunto cubierto por largos chales, mantillas como abrigo el redingote sin cruzar llamado vichura, el citoyen y los manguitos tocados tipo turbante, adornos de pelo, medias con bordados laterales, chinelas, sandalias planas y bolsos tipo balantina colgados del vestido o pequeños bolsitos con asas de cadena o abalorios llamados retículos.

El traje masculino sigue fiel al modelo militar francés de casaca, chupa, calzón de trampa, pelo largo y pelucas en bucles o coleta con lazo, tricornio, sobretodo como prenda de abrigo, y zapato de hebilla, con algunas innovaciones aportadas por el traje inglés incorporando nuevas tipologías como el frac, redingote, nuevos anudados de corbata, tirantes, guantes, botas, sombrero de copa, monóculos, etc.

Múltiples ejemplos de estos vestidos cortesanos y elegantes se encuentran reproducidos en la técnica de grabado, son las Enciclopedias, las Colecciones de Tipos y Trajes y los Figurines de Moda que se copian y distribuyen en el mercado internacional formando conjuntos, o de forma unitaria. También en España hay que resaltar las técnicas textiles, algunas estampas de grabadores españoles así como los intentos por lograr un traje nacional.

Una figura importante dentro de este siglo y que se preocupó notablemente por la moda fue Goya.

La vida cotidiana Goyesca desvela la vida de las gentes que junto al pintor convivió. Se observa que Goya supo representarlas magistralmente vestidas haciendo gala de su posición y de su rol social.

En la ciudad y en el campo de Madrid es donde se encuentran múltiples interpretaciones de la realidad social de este período en el que Goya vivió. Sus lecturas presentan personajes mezclados, pertenecientes a diferentes clases sociales, pero gracias a las señas de identidad que aporta la indumentaria se pueden clasificar e identificar dentro de los grupos de poder, o grupos adscritos a determinadas escalas sociales.

La ropa es un signo exterior que determina los tipos de conducta. La sociedad vive bajo el peso de las etiquetas y convencionalismos, la persona es esclava de su atuendo.

A Goya le gustaban los trapos, se recreaba en la representación del textil. Su obra permite reconocer las telas que visten los personajes.

Su gusto textil se conoce también por sus Cartas a Zapater, cartas en las que quedan patente su extraordinario interés en que lo comprado sea original y nuevo, al mismo tiempo que testimonian el uso de la camisola y del sobretodo.

Repasando su obra pictórica y grabada observamos que algunas tratan de forma directa la elaboración del tejido y la indumentaria, así él mismo resume la Filosofía del Vestido en algunas de sus estampas y cuadros.

Se procederá por tanto al estudio de las indumentarias usadas en éste período que abarca los años 1746-1828, correspondientes a la vida de Goya.

Son piezas que forman parte de la cultura material del pueblo español, y están determinadas por el marcado desarrollo tecnológico e industrial y por la evolución del gusto que queda patente en los muestrarios de diseño textil, patrones y elementos decorativos.

Este desarrollo engloba todos los procesos textiles desde la producción de la fibra y la hiladura hasta la hechura, y culmina con la Revolución Industrial, la máquina de vapor, 1789.

Supone un período en el que se fundamenta la Era Industrial, etapa larga y difícil que trajo consigo la modernización y consecuentemente la agilización de los procesos técnicos, el abaratamiento de costos, los rápidos cambios en la moda, la democratización del vestido, el desarrollo del comercio, la aparición del empresario por iniciativa privada, y una gran competencia en todos los sectores, favoreciendo el crecimiento de la burguesía.

Respecto a la confección, todas las prendas estaban realizadas a mano, la inmensa mayoría de las prendas presentaban un corte perfecto.

En el siglo XVIII había un continuo coser y descoser derivado del afán por estrenar, reformar, y volver a estrenar.

El lavado de la ropa se supone que entrañaba gran dificultad debido a las características físicas de los colorantes naturales y de los fijadores, motivando que ciertas prendas una vez sumergidas en agua destiñeran. La ropa blanca se lavaba normalmente y después se almidonaba. Para evitar las manchas de sudor, se han encontrado algunas piezas con protectores cosidos debajo de la axila, piezas de cuero o de tela engomada y también almohadillas en forma de media luna.

En cuanto a la adquisición de telas, trajes confeccionados o prendas como escofietas, calcetas, etc., acudían a las Ferias y Mercados. Parece que es una realidad hacia 1770 que las telas del traje masculino elegante se pudieran comprar directamente en el comercio en forma de corte ya bordado.

También hacia 1770 en París se conoce la presencia de sastres que venden ropa hecha, cuestión muy importante en estos momentos donde la rapidez y la prisa por estrenar domina los deseos de esa sociedad devoradora de novedades en el vestir.

El repertorio de tejidos es amplísimo, muy rico y variado debido al empleo de diferentes filamentos, ligamentos, diseños y color. Las fibras eran todas naturales, las de origen vegetal procedían del cultivo de las tierras españolas, a excepción del algodón que era importado, y las fibras de origen animal provenían de los cultivos de gusanos de seda y las pieles del ganado.

Los procesos de hilado y tejido se realizaban de forma artesanal y gremial hasta bien avanzado el siglo XVIII. Si se repasan algunas piezas de la colección se puede hablar de la presencia de cuatro fibras fundamentales: seda, lino, lana y algodón, además del cuero y la piel.

También predominan los tejidos decorados directamente en el telar, se encuentran rayas leves y minúsculos cuadros, salpicados de motas o mosqueados, también rombos y dibujos florales. El rayado es vertical con gran efecto de luces y sombras debido a la presencia de varios ligamentos que dan lugar a listas, generalmente combinadas con el raso que estuvo muy de moda hacia los años 1778.

Es numerosa la presencia de tejidos mixtos como la seda y el metal, que se pueden ver en los tisús, brocados y espolinados cuya decoración floral a principios de siglo es de gran tamaño, y desde 1753 se empequeñece y enriquece con motivos rococó construyendo bandas verticales de distinto ancho y color rellenas con el motivo de la puntilla de encaje, cintas serpenteantes y salpicados florales, cestillos e instrumentos musicales.

También son importantes los tejidos pintados a mano, que fueron consumidos únicamente por una élite pudiente, y que más tarde fueron sustituidos por los estampados o indianas de forma definitiva desde 1759.

Hay que decir que las telas pintadas que se producían en las Indias llegaban a Europa desde finales del siglo XVI y se pusieron de moda en Francia hacia 1660-70, alcanzando libertad de fabricación en 1759.

Durante el siglo XVIII el color ya no era algo intuitivo sino que llegó a ser una ciencia, por ejemplo la Enciclopedia francesa recoge 136 nombres de colores y los tratados de tintorería dieciochescos enumeran largas series de recetas con denominaciones como color de flor de granada, gris de paloma torcaz, colores de aurora, etc.

Otro grupo social bien diferenciado es el de los petimetres o currutacos, grupo formado por aristócratas secundados por una parte de la clase media, son amanerados y formalistas, italianizantes primero, afrancesados después y anglómanos finalmente. Dependientes de las modas exóticas e internacionales. Su quehacer es la modificación del traje para así mostrarse diferentes, incorporando detalles de cierto barroquismo. Son gentes dominadas por la pose y la apariencia, la cursilería y las conductas fuera de la norma, son vividores, derrochadores, presumidos y holgazanes que desprecian la tradición, lo antiguo y lo heredado buscando la novedad y la originalidad, la moda, el cambio que haga variar su imagen. En el canon de ambos sexos vemos un gusto por la delgadez y la estilización.

Usan prendas que demuestran su bienestar social. En el traje masculino se pretende ajustar la cintura y marcar las piernas, para lo cual usan el corsé o ajustador dispuesto en la trasera del chaleco, calzas de tejido de punto, usan la levita de cuerpo muy corto y ajustado, frac de doble botonadura, pequeño chaleco, calzas muy ceñidas o pantalón largo, grandes pañuelos rayados anudados al cuello y como abrigo el redingote, capotón de ancho cuello, citoyen y capa, grandes tricornios, sombrero de copa a veces bordado, zapato de puntera afilada con un lazo muy voluminoso, bota y media bota, pelo corto, zarcillos en las orejas, reloj y dijes.

Ellas llevan prendas donde se mezcla la moda con las influencias del majismo, visibles sobre todo al finalizar el siglo XVIII.

Sus hechuras resaltan el busto y estrechan la cintura, usando ceñidos corsés (fig.28). Hay vestidos de cuerpo entero a la moda postrevolucionaria y el traje de basquiña y manto que es una falda de flecos de pasamanería con cintura muy alta de color negro de tejido liso o con decoración geométrica, asociada al empleo de mantillas de encaje crudo y negro de distintas estructuras, el spencer, chales y paletinas que caen por delante hasta el borde del vestido, como abrigo el citoyen a veces adornado con bandas de piel, zapato de tacón bajo o plano, abanicos, relojes y dijes.

El término de petimetra se aplica en la estampa de trajes españoles, a la persona perteneciente a la sociedad nobiliaria identificada por apariencia sofisticada y por hechuras desconocidas hasta entonces.

La paradoja se da a finales del siglo XVIII y principios del XIX ya que los señores y señoras de la aristocracia volvían la vista a estos estilos plebeyos jugando a vestirse y a proceder como las gentes de los barrios bajos, personas de condición distinguida que buscan sus modelos entre los héroes del pueblo a los cuales imitan consiguiendo así un aire de majo o ser tomados por majas.

España es diferente, sumaba a la fuerza de la tradición la tauromaquia y otros divertimentos al aire libre siempre acompañados por música de guitarras, bandurrias o castañuelas.

Una de las primeras señoras que supo aprovechar el filón de posibilidades que tenía lo popular fue la Duquesa Teresa Cayetana de Alba, inmortalizada por Goya en muchos lienzos y dibujos, ella con audacia logró injertar estos estilos populares en los aristocráticos.

Este grupo bien diferenciado está muy representado en la estampa española, en las Series de Tipos y Trajes, en el Papel de Carta, en Tarjetas de Visita y en los Juegos de Preguntas y Respuestas (fig.29), en las que queda patente el variado vestuario y también en la obra de Goya.

Otro carácter definidor de la moda en la España del siglo XVIII es el Majismo, movimiento situado hacia el año 1750. Surge en Madrid como respuesta popular a los profundos cambios sociales del momento. Es crítico con la moda, el comportamiento y la postura social. Admite el traje de Corte por lo que de diferenciador de grupos o clases tiene, pero por el contrario se revela contra el sistema, la cursilería y el amaneramiento del grupo de los petimetres.

El majo es un personaje de ciertos barrios madrileños, es hijo del barrio que se caracteriza por sus rasgos de narcisismo, son jóvenes que van en grupo y que se distinguen por el traje.

El traje de majo dieciochesco imprimía carácter y se reconocía automáticamente, su atuendo buscaba el lujo, estaba recargado de provocación frente a la rigidez de la etiqueta aristocrática, era un vestuario cómodo, natural y fácil de imitar que confería un aire de descuido, naturalidad y desgarro como reacción a los sofisticados adornos impuestos por la moda extranjera. Sus ropas están recargadas, son prendas entalladas que tanto en el hombre como en la mujer destacan la cintura, el talle y los hombros, y en la mujer también el busto, cuello y cara, su canon es delgado y la pose apuesta.

Majas y majos visten trajes compuestos de diferentes prendas cuyos tejidos son de gran colorido.

Esta moda la adopta la clase popular que reivindica su tradición, lo genuino y particular como elemento diferenciador frente al traje de Corte, la moda de los petimetres y los trajes como arquetipos de los payos.

En la representación artística del majismo encontramos dos realidades bien diferenciadas. Por un lado Goya hasta 1800 muestra a majas pudientes, vestidos con ricas ropas, posiblemente pertenecientes a la nobleza. A partir de 1800 los artistas, y entre ellos Goya titulan sus obras empleando el término de majo pero aplicado ahora a personajes vestidos a la moda postrevolucionaria.

Hacia el año 1780 los guardias visten prendas similares a las del majo acomodado, con montera encajada que cubre las orejas encima de la cofia, pañuelo listado y anudado al cuello, faja rayada y zapatos de hebilla cubiertos por polainas de tela.

Resulta interesante por el uso del amplio correaje de cuero colgado al hombro derecho que cruza el pecho, en el que se fija y ordena el juego de pistolas.

También se hará una breve mención de la indumentaria tradicional, que corresponde al grupo de los payos, integrado por las gentes que habitan España y acuden a Madrid con el fin de buscar trabajo o ganarse la vida vendiendo una serie de productos por la calle, vistiendo trajes locales. Se les identifican con facilidad pues sus trajes están sujetos a etiquetas y convencionalismos identificativos de zonas, comarcas o pueblos. Éste en el último cuarto de siglo XVIII queda perfectamente definido y diferenciado.

Es importante mencionar las series de Los Gritos y el Abecedario (fig. 30), éste último es un conjunto ideográfico de 24 figuras de vendedores ambulantes representados con los productos que ofrecen al mercado. En este sector social el sometimiento y la servidumbre al vestido, es más radical, el payo que llega a la Corte o a la capital de provincia comercializa con mayor facilidad los productos que vende, si va vestido acorde con el producto, dado que ciertos comestibles y manufacturas habían alcanzado cierta fama. Se reconoce rápidamente al maragato, pasiego, gallego, andaluz, charro, aragonés, murciano, etc., y de la misma manera al choricero, horchatero, limonero, pavera, calcetero, etc.

El traje como signo visible nos indica no solo la procedencia, sino también el estatus social del individuo.

El atavío forma un conjunto utilitario y como tal está presente en la vida diaria, en el trabajo, en el ocio y en las celebraciones. Se confecciona siempre dentro de la célula familiar, y se dispone por lo común de un traje corriente y otro festivo o rico, pensado éste último como integrante del ajuar de boda, aquí es dónde juega un papel fundamental la herencia pues las ropas forman parte de los bienes familiares.

Hay que tener presente los condicionamientos climáticos, las materias primas de su entorno, las cuestiones económicas y el aislamiento o contacto, por lo tanto se ha de hablar de zonas abiertas como el Levante español y zonas cerradas como son las zonas castellanas, esa razón ha determinado que por ejemplo Valencia y Cataluña tengan un traje tradicional dieciochesco, mientras que los Valles del Hecho y Ansó, se identifican por su traje de marcada influencia medieval.

Hay que decir que los trajes regionales son de una época bastante reciente, se originaron en el siglo XVIII.

En la segunda mitad del siglo XVIII la moda francesa invadía toda Europa, los españoles se sienten más apegados a su modo peculiar de vivir y sentir, perfilándose entonces las características de cada región.

Se han de establecer varias divisiones en cuanto a los trajes se refiere, pero como distintivo peculiar se le atribuye a la vestimenta general de las tierras hispanas, el uso de la mantilla en la mujer y el de la capa en el hombre. Ambas prendas tienen una historia muy lejana.

La mantilla ya la usaron nuestras antepasadas protohistóricas como la Dama de Elche, la de Baza, etc.; ya sea la llamada de rocador, de lana o terciopelo, con que se han cubierto todas las campesinas para ir a la iglesia; o la más moderna de encaje, blonda o de madroños, que ha llegado hasta nuestros días, ha sido siempre el marco más adecuado para el rostro de la mujer española.

El uso de la mantilla se vuelve a encontrar de nuevo documentada en el siglo XVII, sobre todo en los retratos realizados por Velázquez.

Los amplios mantos de tira o de humo de soplillo o de estupilla que usaban las mujeres en tiempo de Felipe IV fueron el origen directo de la mantilla de las majas del siglo XVIII y sus sucesoras las goyescas.

En tiempos de Carlos IV, las mujeres de clase elevada seguían la moda Imperio ya mencionado anteriormente, las mujeres del pueblo llano habían adoptado la mantilla, luego llamada de tira o de casco como prenda de respeto o de tronío según los casos.

Esta mantilla de casco, consiste en una tira central de raso, terciopelo y otra tela rica, llevaba en el borde otra más ligera y fruncida o un encaje.

El gusto por los bordes decorados tenía su más antiguo influjo en las franjas bordadas de las pallas romanas y en los velos de las mujeres musulmanas.

Esta prenda tan castiza fue adoptada posteriormente, en la época de Goya por las mujeres acomodadas y de clases altas, como la reina María Luisa, la duquesa de Alba, etc..

La capa llevada por los hombres también tiene un origen y una evolución. La capa en España es casi tan antigua como su historia (de España).

Las raíces se pueden encontrar en la Edad del Hierro, y tiene como antecedente más cercano el sagum ibérico, prenda de abrigo que usaron nuestros antepasados los celtíberos y que posteriormente adoptaron los guerreros romanos que vinieron a la conquista de Hispania.

En el siglo XVIII con la dinastía borbónica, las capas se hacen de vivos colores. Fueron muy criticadas por el cronista Luis Francisco de Calderón, diciendo que "son color sangre de toro, que vuelve a los hombres amapolas del prado".

Este colorido se puede apreciar en muchos cuadros de Goya, donde los majos y chisperos aún siguen envolviéndose en capas de estas características.

En esta época también está el traje de torero. Goya conoció a los primeros toreros, y estaba familiarizado con sus formas de vestir, con sus ropas de trabajo, con los cambios y adaptaciones que sufren las prendas hasta lograr una aceptación que conducirá al Reglamento.

El torero viste a semejanza de los majos y se desarrolla en paralelo con la moda civil aunque después de la Guerra de la Independencia sigue su propio camino. Consta de una casaquilla o chaquetilla con mangas atacadas que permiten una mayor movilidad, chupilla o chaleco, calzón o calzona, camisa, corbata, faja y pañuelos, y afectan tanto al torero a pie como al torero a caballo.

En el traje del siglo XVIII y principios del XIX se aprecian diferencias en las tipologías, primeramente el coleto de cuero ajustado, con faldillas y mangas atacadas, y el correón o ajustador de cintura, y después la chaquetilla, chupa, camisa, corbata, faja, pañuelo, capa y tocado de cofia (fig. 31).

Inicialmente las prendas son de cuero bordado, reminiscencias del toreo del siglo anterior, luego de tejido de seda, terciopelo o gusanillo y más tarde de tejido de punto, liso o rayado.

Para acabar con este pequeño apartado de la figura del torero, se comentará que en la indumentaria taurina actual se encuentran reminiscencias dieciochescas en la coleta, síntesis del adorno colgante de la cofia, en el capote cuya tipología reproduce la de la capa tan usada por los majos, la montera término ya aplicado entonces a determinado sombrero, además de los adornos y guarniciones metálicas, abundando aquellas montadas al aire, que hoy definen a este traje como Traje de Luces.

Cabe también hacer una pequeña mención a las artes escénicas de la época donde el traje también adquirió gran importancia.

Durante la mayor parte del siglo XVIII se veían los espectáculos de una forma impropia y derivada de la desatención y pobreza pecuniaria. Como los actores cobraban poco, no podían tener un guardarropa adecuado a los personajes y épocas que representaban, esto mismo sucedía con las decoraciones, a pesar de la obligación que tenían los directores, y de ahí la impropiedad.

Con las actrices ocurría otro tanto de lo mismo, aunque hay numerosos testimonios de casos de protección de algún noble, lo que permitía a algunas a aparecer en escena ataviadas lujosamente, a menudo sin respetar la condición de su papel. De este hecho se deriva una dimensión espectacular, por lo general criticada por los eruditos, pero que debía de hacer las delicias del público y que, por otro lado, era una exigencia, ya que esperaba que la actriz favorita apareciera vestida con lujo y de un modo concreto en la escena, y que el actor, a su vez, lo hiciera comportándose de una manera determinada.

Otras festividades eran los bailes de Máscara durante el Carnaval, donde aparece un tipo de baile público mediante el abono de una entrada cuyo importe determinaba la capacidad económica de los asistentes. Estos bailes precisaban de un reglamento que orientara y controlara el deseo de ostentación de una clase social que no pudo disponer de educación al respecto.

Este reglamento consistía en la prohibición de trajes cuyas telas fueran de oro y plata, finas y falsas, los encajes, blondas, gasas, flores, canutillos, plumas finas, pieles finas, diamantes, piedras preciosas, bordados o sobrepuestos, aunque sean de seda o estambre.

No sólo quedaron regulados los materiales que componían los disfraces, sino también los personajes a remedar, quedaba prohibido por trajes de Máscara los que imitaban a los Magistrados, Eclesiásticos, Órdenes religiosas, Colegios o Hermitaños.

Como ya se ha comentado y para concluir, el traje o vestido sirven para reflejar la posición social del individuo, pero también esta posición o rol social lo refleja claramente la vivienda (casa, palacio, palacete, etc.), las zonas urbanas en las cuales están inseridas y el mobiliario que las componen.

Se expondrá un pequeño apartado donde se explicará el tipo de mobiliario, ya que desde el punto de vista estético y por qué no funcional tiene relación con el vestuario.

Al fin y al cabo el vestido y el mueble siguen las modas impuestas en cada época.

El mueble también forma diversas escuelas regionales como la gallega y andaluza ambas influidas por Inglaterra y Portugal; la catalana, levantina y mallorquina con la tradición luminosa y decorativa italiana y sobre todo veneciana; la salmantina influencia churrigueresca (nombre más representativo español). Castilla representa la escuela más tradicional en donde no sólo se repiten modelos renacentistas con su consiguiente evolución, sino que por residir en ella la Corte, se nota más la influencia francesa (de los Luises) y el rococó italiano más tarde.

En el norte subsisten los tipos del siglo XVI en el mueble popular, aunque con el sello ingenuo de los nuevos temas.

Los reinados de Carlos II, Felipe V, y Carlos III marcan los momentos capitales del barroco español.

Durante estos reinados con claras influencias francesa primero e italiana después, el mueble español va perdiendo lentamente su rigidez y la austeridad que lo caracteriza, sin llegar a crear tipos con carácter universal.

Las modas extranjeras, con sus muebles superfluos, sus tapicerías y su confort, no penetran en España hasta bien entrado el siglo XVIII.

El mueble de Corte y el Aristocrático son en general importados, sobre todo de Francia; el mueble nacional se limita a copiarlos, pero de forma más deficiente, sin finura.

El mueble de la burguesía es una continuación de los tipos del Renacimiento, influido sólo en los detalles por los nuevos estilos.

Los muebles populares forman un grupo muy interesante, dentro de una simplicidad de líneas y una ingenua interpretación de los nuevos motivos y elementos.

No hay que olvidar el influjo morisco, que no desaparece del todo en España. La tradición mudéjar, las labores de taraceas con decoraciones geométricas, el gusto por la decoración pictórica, perdura hasta el siglo XIX.

En España se ven por tanto, tres tipos de muebles: el de Corte generalmente importado; el burgués que es una copia del anterior o también importado y los populares que como en el resto de Europa repiten los tipos antiguos con ligeras variantes, más en los detalles que en la estructura.

Los materiales que se emplean además de la enorme variedad de maderas que posee España (nogal, roble y castaño), y el pino, empleado para ser posteriormente pintado y recubierto, empieza en ésta época el uso de nuevas maderas exóticas, pero sólo para reengruesos y chapeados.

En España además se utilizó la caoba antes que el resto de Europa, con tan grande aceptación que pronto será compartida por Francia e Inglaterra, llamándose "caoba española".

El número de materiales empleados para enriquecer y embellecer estos muebles es enorme: la concha, el marfil, el bronce y las piedras duras o mármoles alternan con vidrios pintados, las marqueterías de maderas exóticas, los cueros repujados y las ricas tapicerías, en muchas ocasiones oriundas de Francia de donde vienen maestros especializados.

Los muebles se tallan, se doran y se enriquecen con conchas, bronces, etc., y las tapicerías alcanzan su máxima importancia.

Los prototipos van cambiando lentamente los elementos de estructura. En su decoración no son ya las patas simplemente cuadradas o torneadas, sino que son salomónicas o con torneados muy complicados, con grandes chambranas y volutas cruzadas.

En las llamadas mesas de lira, las patas también se rematan en volutas, las chambranas son sustituidas por los fiadores de hierro, dobles o de horquilla y en las mesas no deja de ser otro signo del barroquismo la oblicuidad de las patas.

Estructuralmente a las líneas del Renacimiento se van mezclando elementos curvos como: los frontones en la coronación de los muebles, el empleo del elemento salomónico, etc., y la riqueza y exuberancia de la decoración de los fondos, de las tallas y las pinturas.

Pero, a pesar de la absorción del barroco nacional por las modas, sigue el horror a la asimetría que el Luis XV impone.

Los muebles en uso son las sillas, mesas, armarios, relojes, camas.

Del mueble burgués, o del aristocrático abundan ejemplos en los salones y palacios de la nobleza española, como ejemplo está el palacio del marqués de Villa-Real, en el Puerto de Santa María.

En cuanto al mueble popular, hay una numerosa colección en el Museo Nacional de Artes Decorativas y que puede mostrarse como ejemplo del barroco interpretado en España.

Vocabulario.

Camisola: camisa de lienzo que solían ponerse los hombres sobre la interior, con encajes en los puños y en la abertura del pecho.

Sobretodo: prenda de vestir ancha, larga y con mangas, que se lleva sobre el traje ordinario. Es en general más ligera que el gabán.

Gabán: capote con mangas, a veces con capucha, de paño fuerte.

Corsé: prenda interior femenina muy ceñida al cuerpo desde debajo del pecho hasta las ingles.

Tontillo: faldellín con aros de ballena o de otra materia que usaban las mujeres para ahuecar las faldas. Pieza tejida de cerda o de algodón engomado que ponían los sastres en los pliegos de las casacas para ahuecarlas.

Brial: vestido de seda o brocado que usaban las mujeres a manera de túnica ceñida a la cintura y bajando en redondo hasta los pies. También faldón de seda u otra tela que llevaban los hombres de armas desde la cintura hasta encima de las rodillas.

Redingote: levitón o capote de poco vuelo y con mangas ajustadas.

Cabriolé: especie de capote con mangas o aberturas para sacar los brazos, y que con diferentes hechuras usaban hombres y mujeres.

Bonetillos: cierto adorno que usaban las mujeres sobre el tocado.

Manguitos: media manga de punto que usaban las mujeres, ajustada desde el codo hasta la muñeca.

Retículos: tejidos en forma de red fina.

Casaca: vestidura ceñida al cuerpo, con mangas largas y con faldones hasta las corvas.

Chupa: prenda con cuatro faldillas de la cintura para abajo y mangas ajustadas, que se usó en España en los siglos XVIII y XIX.

Dijes: cada una de las joyas, relicarios y otras alhajas pequeñas que suelen llevar por adorno las mujeres y aun los hombres.

Capotón: capa de abrigo con mangas y menos vuelo que la capa común. También levitón de paño, abotonado, que usan los soldados de infantería.

Paletinas/Paletó: gabán de paño, largo y entallado, pero sin faldas como el levitón. Se usó en el siglo XIX.

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Enviado por:Isabel Bernabé
Idioma: castellano
País: España

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