Literatura


El sí de las niñas; Leandro Fernández Moratín


· ACTO I

  • Escena I -

Don Diego, Simón

Don Diego está impacientado por la llegada de su sobrina, también está preocupado por su próxima boda.

  • Escena II -

Doña Irene, Doña Francisca, Rita, Don Diego

Rita, Doña Irene y Doña Francisca acuden a la casa de Don Diego. Francisca ha venido del convento y se ha traído consigo algunos recuerdos del convento.

  • Escena III -

Doña Irene, Doña Francisca, Don Diego

Doña Irene y Don Diego mantienen una conversación que trata sobre la educación básica.

  • Escena IV -

Doña Irene, Don Diego

Doña Irene y Don Diego tienen una conversación sobre sus anteriores matrimonios e hijos.

  • Escena V -

Simón, Doña Irene, Don Diego

Don Diego sale a dar una vuelta por el campo, pero antes queda para verse con Doña Irene para charlar.

  • Escena VI -

Doña Irene, Rita

Rita hace sus labores, mientras Doña Irene le pregunta lo que ha hecho hasta ahora.

  • Escena VII -

Calamocha

Calamocha llega cargado y cansado y deja todas sus cosas en la mesa, después oye a Rita cantar.

  • Escena VIII -

Rita, Calamocha

Calamocha se encuentra a Rita y empiezan a interrogarse. Calamocha le dice que ha venido con la pareja de Doña Francisca.

  • Escena IX -

Doña Francisca, Rita

Doña Francisca está llorando porque su madre le ha dicho que tiene que querer a Don Diego. Cuando Rita le dice que va a llegar Don Carlos, se impresiona mucho.

· ACTO II

  • Escena I -

Doña Francisca

Doña Francisca se encuentra enamorada de Don Carlos.

  • Escena II -

Doña Irene, Doña Francisca

Doña Irene riñe a su hija por haber dejado a su madre sentada y no haberla llamado. Doña Irene le dice que no le está riñendo, si no aconsejando.

  • Escena III -

Rita, Doña Irene, Doña Francisca

Llega Rita con las velas. Doña Irene le dice a Rita que le lleve una carta al mozo de la posada. Pero al final dice que se la lleve a Simón. Doña Irene pide a Rita la cena.

  • Escena IV -

Doña Irene, Doña Francisca

Doña Irene le dice a su hija que Don Diego no llega aún porque se habrá entretenido con alguien. Doña Francisca le dice a su madre que nunca se apartará de ella.

  • Escena V -

Don Diego, Doña Irene, Doña Francisca

Llega por fin Don Diego, su retraso se debe a que se tropezó con un rector y un doctor. Después mantienen un diálogo prematrimonial. Al final todos acaban llorando de emoción.

  • Escena VI -

Rita, Doña Francisca

Rita le dice a Doña Francisca que ya ha llegado.

  • Escena VII -

Don Carlos, Doña Francisca

Don Carlos le dice a Doña Francisca que si realmente se quiere casar con Don Diego. Ella dice que no lo ignora. Don Carlos le va a decir a Doña Irene que Doña Francisca no se quiere casar con Don Diego, si no con él.

  • Escena VIII -

Rita, Don Carlos, Doña Francisca

Don Carlos y Doña Francisca se despiden.

  • Escena IX -

Don Carlos, Calamocha, Rita

Don Carlos dice que no le quitarán a Doña Francisca, y que este arrebato se debe al capital. Calamocha le dice que se vaya con él a cenar. Ven a llegar a Simón.

  • Escena X -

Simón, Don Carlos, Calamocha

Se saludan y empiezan charlar. Don Carlos le pregunta a Simón que donde está su tío, Don Diego.

  • Escena XI -

Don Diego, Don Carlos, Calamocha

Don Diego y Don Carlos se saludan. Don Diego cree que le ha pasado algo. Don Diego echa de su casa a Don Carlos y a Calamocha.

  • Escena XII -

Don Diego, Don Carlos

Se despiden formalmente.

  • Escena XIII -

Don Diego

Don Diego dice que Don Carlos es muy dócil.

  • Escena XIV -

Doña Francisca, Rita

Doña Francisca y Rita comentan el silencio que hay en la casa.

  • Escena XV -

Simón, Doña Francisca

Simón le dice a Doña Francisca que se han ido Don Carlos y Calamocha hace unos minutos. Simón se va a dormir.

  • Escena XVI -

Rita, Doña Francisca

Doña Francisca cree que Don Carlos la ha engañado.

· ACTO III

  • Escena I -

Don Diego, Simón

Don Diego se va a dormir al cuarto de Simón porque en el suyo no se puede. Simón se despierta y comentan el tema de Don Carlos y Calamocha. Después oyen una canción procedente de la calle.

  • Escena II -

Doña Francisca, Rita, Don Diego, Simón

Doña Francisca y Rita saben que es Don Carlos. Después se van a otra parte.

  • Escena III -

Don Diego, Simón

Don Diego le dice a Simón que busque una carta por el suelo.

  • Escena IV -

Don Diego

Don Diego no sabe sobre quien ha de caer la cólera.

  • Escena V -

Rita, Don Diego, Simón

Rita busca la carta y se tropieza con Don Diego y Simón, éstos le preguntan que hace a esas horas.

  • Escena VI -

Doña Francisca, Rita

Doña Francisca le pregunta a Rita que si ha aparecido la carta. Rita dice que no.

  • Escena VII -

Don Diego, Simón, Doña Francisca, Rita

Don Diego le dice a Simón que vaya a ver si ya han salido Don Carlos y Calamocha.

  • Escena VIII -

Don Diego, Doña Francisca

Don Diego le dice a Doña Francisca Que le diga lo que le pasa. Doña Francisca le dice que si su elección para elegir marido fuese libre no se casaría con nadie.

  • Escena IX -

Simón, Don Diego

Simón ve a Don Carlos y a Calamocha ya en camino y Simón le dice que vayan a ver a Don Diego.

  • Escena X -

Don Carlos, Simón

Don Diego le pregunta a Don Carlos que donde ha estado. Don Carlos le dice que ha estado en el mesón de afuera y que entró un momento en la ciudad. Don Diego se entera que a Don Carlos le gusta Doña Francisca y Don Diego le pide explicaciones. Don Carlos le dice a Don Diego que Doña Francisca nunca le entregará el corazón, y que ella llora por Don Carlos. Don Diego se enoja. Doña Irene se acerca y Don Diego le dice a Don Carlos que no se vaya y que se esconda.

  • Escena XI -

Doña Irene, Don Diego

Don Diego le dice a Doña Irene que Doña Francisca que está enamorada de Don Carlos y le dice que se case con él, no con Don Diego. Doña Irene llama a Rita y a su hija.

  • Escena XII -

Doña Francisca, Rita, Doña Irene, Don Diego

Doña Irene le pide explicaciones a su hija y leen la carta. Después la madre dice que la va a matar.

  • Escena XIII -

Don Carlos, Don Diego, Doña Irene, Doña Francisca, Rita

Llega Don Carlos y Don Diego acepta que los dos se casen. La madre también acepta el casamiento de Don Carlos y Doña Francisca.

La historia transcurre en una posada de Alcalá de henares por la tarde noche.

Personajes:

Son siete, un número normal para el teatro de aquella época, ya que no se usaban demasiados personajes.

Personajes principales:

- Don Carlos: Un señor enamorado de Doña Francisca. La conoce cuando va a

Zaragoza, y se enamora perdidamente de ella, hasta tal punto que la ve

todas las noches. Y tienen una señal para hablar a escondidas, que es dar

tres palmadas. Es un soldado, y es el sobrino de Don Diego.

- Don Diego: Un señor anciano enamorado de Doña Francisca. Como el tiene

mucho dinero y la familia de Doña Francisca no tiene tanto, la madre de

ella la va a obligar a casarse con él. Es el tío de Don Carlos.

- Doña Francisca: Una joven que estudia interna en un colegio de Guadalajara, y

al principio de la obra va a recogerla su madre y Rita, una criada.

Personajes secundarios:

- Doña Irene: La madre de Doña Francisca, y que la obliga a casarse con Don

Diego.

- Simón: Amigo de Don Diego, muy parecido a un criado, pues siempre está al

lado suyo.

- Rita: Criada de Doña Irene, y que acompaña a ésta a por Doña Francisca al

principio de la obra.

- Calamocha: Señora de la posada.

BIOGRAFÍA DEL AUTOR

Leandro Fernandez de Moratin nació en Madrid el año 1760, y fue bautizado en la parroquia de San Sebastián con los nombres de Leandro, Antonio, Eulogio y Melitón. Sus padres, Isidora Cabo y el abogado y escritor Nicolás Fernández de Moratín, tuvieron después tres hijos más -Miguel, María y Facundo-, que murieron prematuramente.

Sobre el barrio donde vivió la primera fase de su vida, él mismo nos dice: “Estaba lleno de criados, de empleados en las secretarías, de dependientes, de cómicos y de músicos de teatro: entre esta gente nací yo”.

Y de sus primeros años de vida cuenta: “Era yo el embeleso de mi familia: mi hermosura, mis gracias y mi talento natural me tenían siempre al lado de mis abuelos; allí comía, allí dormía cuasi habitualmente (...) Jugar y hablar con mi abuelo, e ir con él por las tardes a la huerta de Jesús, eran mis principales ocupaciones.”

Con cuatro años de edad tuvo la viruela, que afectó a su físico e influyó negativamente en su carácter pues se hizo más retraído: “Quedé feo, pelón, colorado, débil, caprichoso, llorón, impaciente, tan distinto del que era antes, que no parecía el mismo.”

De los años en que fue estudiante guardó algunos recuerdos de sus profesores y poco más allá: “Salí de la escuela sin haber adquirido (...) ninguna amistad (...) ni supe jugar al trompo, ni a la taba, ni a la rayuela, ni a las aleluyas.”

Aunque no fue a la universidad, fue un gran lector, beneficiado por el ambiente literario en que se movía su padre. Entre sus preferencias estaba la obra de Pérez de Hita, Guerras civiles de Granada, que le inspirará precisamente su romance sobre la conquista de Granada, eco de aquel que comienza “Cercada está Santa Fe...”

Cuando la familia se traslada a vivir a la calle de Fomento, se enamora de Sabina Conti, una joven adolescente, hija de una familia amiga, que vivía en el piso de arriba de la misma casa. Leandro tenía entonces unos veinte años. Pero, casi de improviso, por conveniencias familiares, Sabina contrae matrimonio con un pariente suyo mucho mayor que ella. Posiblemente esta anécdota dolorosa la utilizará Moratín para algunas de sus comedias: El tutor -que destruyó-, El viejo y la niña y El sí de las niñas.

Era buen dibujante, y -aunque se truncó la idea de perfeccionarse en Italia al lado de Mengs- esta aptitud le sirvió más tarde para trabajar en el taller de joyería que regentaba su tío.

Cuando, a los cuarenta y dos años, fallece su padre (1780), su sueldo como diseñador de joyas difícilmente les permite vivir a él y a su madre. A la muerte de ésta, en 1785, Leandro Fdez. de Moratín se fue a vivir con su tío, cerca de la Joyería Real, donde trabajaban ambos.

Protegido por Jovellanos, consigue la plaza de secretario de Cabarrús, a quien acompaña en su visita diplomática a París en 1787.

Cuando regresa, al caer en desgracia el conde, piensa en dedicarse a la literatura, pero -para poder vivir- acepta un beneficio eclesiástico -obtenido por mediación de Floridablanca-, lo cual le obliga a tomar órdenes menores en 1789. Al año siguiente Godoy le consigue otra renta más sustanciosa de la parroquia de Montoro (Córdoba) y una pensión del obispado de Oviedo, que luego perdería.

Entre los años 1792 y 1796, gracias a la ayuda de Godoy, viaja por Francia -donde queda impresionado por la violencia revolucionaria, - Inglaterra -cuyos habitantes considera orgullosos y de cuya lengua opina que “es infernal, y casi pierdo las esperanzas de aprenderla”-, Alemania -en donde le llama la atención lo mucho que fuman-, Suiza -la del paisaje apacible-, e Italia, país en el que permanecerá casi tres años, admirando sus ciudades y su ambiente artístico.

En 1797 toma posesión del puesto de secretario de Interpretación de Lenguas, obtenido de nuevo por el favor de Godoy.

Un año después conoce a Paquita Muñoz, quien vivía con sus padres en la calle de Silva. En el Diario y en el Epistolario de Moratín queda constancia de la estrecha relación que mantiene con esta familia. Sale con ella de paseo, van al teatro o a ver a los ahorcados, y le hace algunos regalos, como un abanico o unos pendientes. Con treinta y ocho años, Leandro no se decidió a proponerle matrimonio, se distancia su trato en 1807, y al poco tiempo ella -que es bastante más joven que él- se casa con un militar de cincuenta y cinco años, con el que no fue feliz al parecer. A Paquita Muñoz, con la que conservaría siempre una buena amistad, confiaría el retrato pintado por Goya cuando Moratín tenía treinta y nueve años.

Admirador del padre Feijoo, cultiva la amistad de Forener, Cea Bermúdez y Quintana, por citar nombres conocidos. No obstante, Leandro será una personalidad más bien esquiva al trato social.

En 1799 es elegido miembro de la junta para la reforma de los teatros; recordemos que su padre se preocupó por este tema, que contó con el apoyo del aragonés conde de Aranda. Pero cuando más tarde le nombran director de Teatros, renuncia.

En tiempos de José Bonaparte figura como bibliotecario mayor -o sea, el equivalente al director- de la Biblioteca Real, y también como consejero público de varias juntas.

En el verano de 1812, cuando su seguridad corre peligro en Madrid, enfermo y con poco dinero, se dirige a Valencia.

Al cabo de un tiempo se marcha a Peñíscola (1813), donde sufrió el asedio de las tropas españolas. De allí irá a Barcelona (1814). En esas circunstancias recibe su correspondencia a nombre de Melitón Fernández, Joseph Sol o Francisco Chiner. En las cartas nos informa de cómo transcurren sus días: “Yo sigo haciendo aquí la vida tonta, sin otra diversión que la de leer un rato por la mañana, pasear una hora por la tarde y clavarme a la luneta (butaca del teatro) por la noche.” Por otra parte, se siente a gusto en ese clima, bebe naranjada o cerveza, hace fiestas a su perra, y se defiende con la lengua vernácula: “Hablo en catalán con aullido perruno que no hay más que pedir.”

En 1817 sale hacia Montpellier, París y Bolonia. Regresará tres años más tarde, tras el triunfo de Riego, pero vuelve a abandonar Barcelona en 1821, cuando se declara la peste.

Reside luego en Bayona y Burdeos, donde trata con frecuencia a Goya. En ese tiempo escribe cartas con más amargura que nostalgia.

Reveladores de su estado de ánimo ante los avatares políticos y su caída en desgracia son estos versos del soneto La despedida:

Finalmente se trasladará a París (1827), repuesto parcialmente del ataque de apoplejía que le sobrevino a finales de 1823 y que le dejó muy mermado en movilidad. Cerca del fin de sus días comenta en una carta: “Nadie viene a verme, porque yo no voy a ver a nadie, y los placeres del teatro que yo disfruto se reducen a ver los títulos de las piezas que se echan, en la lista que ponen los diarios.”

Aquejado de cáncer de estómago, como Napoleón, muere a los sesenta y ocho años en la noche del 20 al 21 de junio de 1828. Fue enterrado en el cementerio de Père Lachaise, cerca de Molière y de La Fontaine.

CORRIENTE LITERARIA

Puede considerarse que el periodo neoclásico en literatura va desde mediados del siglo hasta bien entrado el XIX. No produjo una literatura de gran calidad en general y, en todo caso, no comparable a la del Siglo de Oro ni a la que se escribiría en el XIX.

A la etapa crítica de la primera parte del siglo, en la que se intentó fomentar el buen gusto y atacar las desviaciones y exageraciones posbarrocas, sucede otra de tipo creativo. Comienzan a publicarse y a estrenarse obras dentro de las ideas neoclásicas, procedentes del clasicismo francés del siglo XVII y de las obras teóricas escritas en los últimos cincuenta años. Sin embargo, lo creativo sufrirá un cierto retroceso: interesa más lo crítico y lo educativo. Se trata de instruir y educar al hombre a través de la obra literaria, cualquiera que sea el género y la forma empleados.

De esta forma, se escribe una poesía en la que no se expresan los sentimientos, o sólo aparecen de forma muy suave, con un lenguaje sencillo y poco elaborado, prosaico en muchas ocasiones (como prosaicos fueron también muchos de los temas tratados). Una manifestación del carácter didáctico de buena parte de la poesía neoclásica es el destacado lugar que ocupó la fábula de tipo moral o literario. En el teatro, todavía son más claras las intenciones didácticas de los autores neoclásicos; además de someterse rígidamente a las unidades dramáticas (acción, lugar, tiempo), no se mezclan en absoluto los elementos cómicos y los trágicos. Sin embargo, es en el género dramático donde se consiguen los principales logros estéticos del neoclasicismo. La novela no es un género cultivado por los neoclásicos; la prosa se dirige más al ensayo que a la ficción novelesca.

El nuevo código teatral, defendido por los reformistas, se basaba en:

  • La lucha por la verosimilitud

  • El ataque al confusionismo

  • La defensa de la unidad de Acción, lugar y tiempo

Autores y obras de esta época cabe mencionar a:

  • Nicolás Fernández de Moratín - La Petimetra

  • García de la Huerta - Raquel

  • Jovellanos - Pelayo, el delincuente honrado

  • Tomás de Iriarte - El señorito mimado, la señorita malcriada

OPINIÓN PERSONAL

Esta obra escrita por Moratín esta aceptable para mi no fue una obra en la cual me riese mucho, ni me pareciese muy entretenida, pero si la miras es un libro fácil de leer, con naturalidad en los diálogos, además es un libro bastante corto y si prestas bastante atención al leer el libro, fluye como el agua. Pero al ser solo diálogo muchas veces tienes que volver para recordar quien dijo qué, porque no lo habías cogido antes.

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Enviado por:Sebastian
Idioma: castellano
País: España

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