Filosofía y Ciencia


El manifiesto comunista; Karl Marx y Friedrich Engels


TRABAJO REALIZADO POR:

CONTEXTUALIZACIÓN

AUTORES

Karl Marx, (1818-1883), fue un filósofo alemán, creador junto con Friedrich Engels del socialismo científico (comunismo moderno) y uno de los pensadores más influyentes de la historia contemporánea.

Marx nació en Tréveris el 5 de mayo de 1818 y estudió en las universidades de Bonn, Berlín y Jena. Publicó un artículo en la Rheinische Zeitung (Gaceta Renana) de Colonia en 1842 y poco después pasó a ser su jefe de redacción. Aunque su pensamiento político era radical, todavía no podía calificarse de comunista. Las críticas de las condiciones sociales y políticas vertidas en sus artículos periodísticos le indispusieron con las autoridades, que le obligaron a abandonar su puesto en el rotativo en 1843; poco después, el periódico dejó de editarse y Marx se trasladó a París. Los estudios de filosofía, historia y ciencia política que realizó en esa época le llevaron a adoptar el pensamiento de Friedrich Hegel. Cuando Engels se reunió con él en la capital francesa en 1844, ambos descubrieron que habían llegado independientemente a las mismas conclusiones sobre la naturaleza de los problemas revolucionarios. Comenzaron a trabajar juntos en el análisis de los principios teóricos del comunismo y en la organización de un movimiento internacional de trabajadores dedicado a la difusión de aquéllos. Esta colaboración con Engels continuó durante toda su vida.

El Manifiesto Comunista

Marx se vio obligado a abandonar París en 1845 debido a su implicación en actividades revolucionarias. Se instaló en Bruselas y comenzó a organizar y dirigir una red de grupos llamados Comités de Correspondencia Comunista, establecidos en varias ciudades europeas. En 1847, Marx y Engels recibieron el encargo de elaborar una declaración de principios que sirviera para unificar todas estas asociaciones e integrarlas en la Liga de los Justos (más tarde llamada Liga Comunista). El programa que desarrollaron —conocido en todo el mundo como el Manifiesto Comunista— fue redactado por Marx basándose parcialmente en el trabajo preparado por Engels y representaba la primera sistematización de la doctrina del socialismo moderno. Las proposiciones centrales del Manifiesto, aportadas por Marx, constituyen la concepción del materialismo histórico, concepción formulada más adelante en la Crítica de la economía política (1859). Según se explica en estas tesis, el sistema económico dominante en cada época histórica, por el cual se satisfacen las necesidades vitales de los individuos, determina la estructura social y la superestructura política e intelectual de cada periodo. De este modo, la historia de la sociedad es la historia de las luchas entre los explotadores y los explotados, es decir, entre la clase social gobernante y las clases sociales oprimidas. Partiendo de estas premisas, Marx concluyó en el Manifiesto que la clase capitalista sería derrocada y suprimida por una revolución mundial de la clase obrera que culminaría con el establecimiento de una sociedad sin clases. Esta obra ejerció una gran influencia en la literatura comunista posterior y en el pensamiento revolucionario en general; ha sido traducida a multitud de lenguas y de ella se han editado cientos de miles de ejemplares.

El exilio político

Poco después de la aparición del Manifiesto, estallaron procesos revolucionarios (las revoluciones de 1848) en Francia, Alemania y el Imperio Austriaco, por lo que el gobierno belga expulsó a Marx temeroso de que la corriente revolucionaria se extendiera también por el país. El pensador alemán se trasladó a París y después a Renania. Fundó y editó en Colonia una publicación comunista, la Neue Rheinische Zeitung (Nueva Gaceta Renana), y colaboró en actividades organizadoras de agrupaciones obreras. En 1849 fue arrestado y juzgado bajo la acusación de incitar a la rebelión armada. Aunque fue absuelto, se le expulsó de Alemania y se cerró la revista. Pocos meses después las autoridades francesas también le obligaron a abandonar el país y se trasladó a Londres, donde permaneció el resto de sus días.

Una vez instalado en Inglaterra, se dedicó a profundizar en sus ideas, publicando nuevos escritos, y a alentar la creación de un movimiento comunista internacional. Durante ese periodo, elaboró varias obras que fueron constituyendo la base doctrinal de la teoría comunista. Entre ellas se encuentra su ensayo más importante, El capital (volumen 1, 1867; volúmenes 2 y 3, editados por Engels y publicados a título póstumo en 1885 y 1894, respectivamente), un análisis histórico y detallado de la economía del sistema capitalista, en el que desarrolló la siguiente teoría: la clase trabajadora es explotada por la clase capitalista al apropiarse ésta del `valor excedente' (plusvalía) producido por aquélla. Véase Capital.

La siguiente obra de Marx, La guerra civil en Francia (1871), analizaba la experiencia del efímero gobierno revolucionario francés conocido como la Comuna de París, establecida en esta ciudad durante la Guerra Franco-prusiana. Marx interpretó su creación y existencia como una confirmación histórica de la necesidad de que los trabajadores tomen el poder mediante una insurrección armada y destruyan al Estado capitalista. Aclamó a la Comuna como “la forma política, finalmente hallada, en la que podía producirse la emancipación del trabajador”. Esta teoría fue desarrollada en Crítica del programa de Gotha (1875) en los siguientes términos: “Entre los sistemas capitalista y comunista se encuentra el periodo de transformación revolucionaria de uno en otro. Esta fase corresponde a un periodo de transición, cuyo estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”. Durante su estancia en Inglaterra, Marx también escribió crónicas sobre acontecimientos sociales y políticos para periódicos de Europa y Estados Unidos, entre ellos varios artículos sobre las `revoluciones liberales' en España y en la América hispana. Fue corresponsal del New York Tribune desde 1852 hasta 1861 y escribió varios artículos para la New American Cyclopedia.

Los últimos años

Después de la disolución de la Liga Comunista en 1852, Marx se mantuvo en contacto con cientos de revolucionarios a fin de crear otra organización de la misma ideología. Sus esfuerzos y los de sus colaboradores culminaron en 1864 con la fundación en Londres de la I Internacional. Pronunció el discurso inaugural, escribió sus estatutos y posteriormente dirigió la labor de su Consejo General (órgano directivo), superando las críticas del grupo seguidor de Mijaíl Bakunin, de carácter anarquista. Tras la eliminación y represión de la Comuna parisina, en la que habían participado miembros de la I Internacional, la influencia de esta organización disminuyó y Marx recomendó trasladar su sede a Estados Unidos. Los últimos ocho años de la vida del filósofo estuvieron marcados por una incesante lucha contra las dolencias físicas que le impedían trabajar en sus obras políticas y literarias. Los manuscritos y notas encontrados en Londres después de su muerte, ocurrida el 14 de marzo de 1883, revelan que estaba preparando un cuarto volumen de El capital que recogería la historia de las doctrinas económicas; estos fragmentos fueron revisados por el socialista alemán Karl Johann Kautsky y publicados bajo el título de Teorías de la plusvalía (4 volúmenes, 1905-1910).

Asimismo, Marx planeaba realizar distintos trabajos que comprendían investigaciones matemáticas, aplicaciones de éstas a problemas económicos y estudios sobre aspectos históricos de varios desarrollos tecnológicos.

Su influencia

Marx no ejerció una gran influencia en vida, fue después de su muerte cuando su pensamiento comenzó a destacar dentro del movimiento obrero. Su concepción pasó a denominarse marxismo o socialismo científico, una de las principales corrientes de la teoría política contemporánea. Su análisis del sistema capitalista y su teoría del materialismo histórico, la lucha de clases y la plusvalía son las principales fuentes de la ideología socialista contemporánea. Su tesis sobre la naturaleza del Estado capitalista, el camino hacia el poder y la dictadura del proletariado tienen una importancia decisiva en la acción revolucionaria. Estas doctrinas, comentadas por la mayoría de los socialistas después de su muerte, fueron retomadas por Lenin en el siglo XX, y el desarrollo y aplicación que el político ruso hizo de ellas fue el núcleo de la teoría y la praxis del bolchevismo y de la III Internacional.

Friedrich Engels, (1820-1895),fue pensador y economista político alemán, fundador, junto con Karl Marx, del socialismo científico o comunismo.

Nació en Barmen (en la actualidad Wuppertal) en el seno de una rica familia protestante. Desde joven estuvo influido por los trabajos del poeta radical Heinrich Heine y del filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel y en 1839 empezó a escribir artículos literarios y filosóficos para distintas revistas y publicaciones. En 1842 se hizo partidario de las ideas comunistas gracias al socialista alemán Moses Hess. Ese mismo año conoció a Karl Marx.

Primeras obras: colaboraciones con Marx

Desde 1842 hasta 1844 trabajó en la empresa de tejidos que su familia tenía en Manchester y en esta ciudad inglesa entró en contacto con el cartismo, movimiento que defendía la ampliación del sufragio a los trabajadores. Colaboró en la revista Northern Star, entre otras, y realizó estudios de economía política. Su experiencia y sus estudios le llevaron a la convicción de que la historia sólo podía explicarse a partir del desarrollo económico de la sociedad, afianzándose su teoría de que los males sociales de su tiempo eran el resultado inevitable de la aparición de la propiedad privada, y de que aquéllos sólo podrían eliminarse mediante la lucha de clases, que culminaría con la instauración de una sociedad comunista. Estas conclusiones fueron expuestas en un estudio histórico, La situación de la clase obrera en Inglaterra (1844), ensayo que le proporcionó fama de economista político revolucionario.

En París, en 1844, Engels visitó a Marx, quien había publicado una serie de escritos que simpatizaban con el comunismo. Los dos descubrieron que habían llegado, por caminos separados, a las mismas conclusiones, por lo que decidieron trabajar de forma conjunta. Esta colaboración se prolongó hasta la muerte de Marx en 1883, y se realizó en dos sentidos: por un lado, llevaron a cabo la exposición sistemática de los principios del comunismo; por otro, organizaron un movimiento comunista internacional. Otros aspectos de menor relevancia relativos a su colaboración incluyen los artículos periodísticos para el New York Tribune y otras publicaciones.

Al elaborar los principios comunistas, Marx y Engels partieron de la filosofía para después adentrarse en otros campos de estudio. En concreto, Marx se centró en el pensamiento político, en la economía política y en la historia política; los intereses de Engels se dirigieron a las ciencias físicas, las matemáticas, la antropología, las ciencias militares y la lingüística.

El Manifiesto Comunista, que influyó en toda la literatura comunista posterior y es considerado como la exposición clásica del comunismo moderno, apareció por primera vez en 1848. Fue escrito por Marx, basándose en un borrador preparado por Engels.

Últimas obras

Las contribuciones de Engels a la exposición teórica del comunismo incluyen los siguientes trabajos: La subversión de la ciencia por Eugen Dühring (conocido popularmente como Anti-Dühring, 1878), obra de la cual se publicaron separadamente varios capítulos, bajo el título Del socialismo utópico al socialismo científico (1892), que se convirtieron en una de las exposiciones básicas más conocidas del socialismo; y El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884). Engels hizo la que se considera su principal contribución al marxismo al publicar, póstumamente, a partir de notas y borradores, los volúmenes segundo y tercero de la principal obra de Marx, El capital.

Además de contribuir a la literatura y a la teoría del marxismo, Engels participó activamente en los primeros pasos del movimiento revolucionario de su tiempo. En 1848, tras el inicio de la revolución en Alemania, Marx y Engels viajaron a Colonia, donde publicaron un periódico comunista.

Después del fracaso de las revoluciones de 1848 en una serie de países europeos, Engels trabajó en una fábrica de tejidos en Manchester, convirtiéndose, con los años, en la principal ayuda financiera de Marx y su familia. Se unió a la empresa propietaria de la fábrica en 1864, y se jubiló cinco años más tarde.

Engels se trasladó a Londres en 1870 y, tras convertirse en miembro del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT o Primera Internacional) comenzó a sustituir a Marx en la dirección de dicho Consejo. Tras la ruptura entre marxistas y anarquistas en el seno de la AIT en 1872 (que condujo a su disolución cuatro años más tarde), Engels siguió en contacto con grupos revolucionarios de todo el mundo. No participó directamente en la creación de la Segunda Internacional en 1889, pero sí tuvo una considerable influencia en el diseño de sus programas y políticas.

SITUACIÓN HISTÓRICA

La sociedad industrial

La sociedad europea del siglo XIX fue el resultado de las transforma­ciones económicas iniciadas con la Revolución Industrial y de los cam­bios políticos que se inspiraron en las ideas de la Ilustración y llevaron a la formación del Estado liberal .

Frente a la sociedad estamental apareció una sociedad dividida en clases. Nuevos grupos sociales, y otros procedentes de épo­cas anteriores, configuraron el nuevo entramado social: se consolidó la burguesía, aparecieron los obreros industriales, pervivió la aristocracia, en decadencia, y continuaron existiendo artesanos y campesinos, li­gados a formas productivas tradicionales.

Además, la sociedad dejó de ser eminentemente rural, se produjo un rápido crecimiento de las ciudades y una parte cada vez mayor de la población pasó a ser urbana.

El abandono del campo en busca de trabajo en la ciudad, principalmente por los sectores más jóvenes de la población, y las propias caracterís­ticas del trabajo industrial provocaron cambios que afectaron a las tra­diciones y a los lazos que unían a las familias y las comunidades rura­les y artesanales. Se introdujo un nuevo sistema de relaciones en la vida familiar; laboral y social, de modo que el ocio, las costumbres, la moda, los ritmos de vida y de trabajo, la noción de tiempo y espacio y tam­bién los valores cambiaron radicalmente.

La nueva situación afectó especialmente a las muje­res. La situación laboral y familiar de las mujeres, así como las ideas y los valores asociados tradicional­mente a ellas, iniciaron también una profunda trans­formación.

Una sociedad de clases

La sociedad de clases se configuró tras un largo pro­ceso paralelo a la industrialización y a la extensión de la ideología liberal. Los principios liberales funda­mentaron la igualdad jurídica de las nuevas clases sociales y permi­tían, por una parte, la emancipación de los campesinos aún sometidos a la servidumbre feudal, y por otra, el ascenso social basado en la ca­pacidad y el talento personal para conseguir riqueza. El resultado del proceso fue una sociedad más igualitaria legalmente y más abierta, por­que permitía la movilidad social, pero a la vez la nueva sociedad si­guió siendo muy desigual en el aspecto económico.

Las clases sociales se definieron por la posición económica común de un colectivo de individuos. Se estableció así una sepa­ración básica entre la burguesía, o propietarios de los medios de pro­ducción (máquinas, capital, materias primas, instalaciones), y el pro­letariado, que sólo contaba con el salario que recibía a cambio de ven­der su fuerza de trabajo.

Las duras condiciones impuestas por los propietarios de los medios de producción a los proletarios pusieron en entredicho los principios li­berales y fueron, como veremos, uno de los factores clave que impul­saron los movimientos reivindicativos de los obreros para mejorar sus condiciones de vida.

La burguesía

En la Europa industrializada, la riqueza se encontraba básicamente en manos de la gran burguesía, que compartía en buena parte la riqueza y el poder con la aristocracia terrateniente.

La burguesía controlaba el mundo de los negocios y tenía una influen­cia cada vez mayor en la vida política, pero aspiraba a ennoblecerse, por lo que su comportamiento emulaba el estilo de vida aristocrático: reuniones, banquetes, mansiones de estilo palaciego, etc.

No obstante, la burguesía no era una clase homogénea. Así, tradicio­nalmente se ha distinguido entre:

La gran burguesía, integrada por los grandes hombres de nego­cios y algunos altos funcionarios. Este grupo, ligado a la po­lítica, se sometió a un proceso de aristocratización creciente. Nu­merosos burgueses franceses, británicos y alemanes se ennoble­cieron en este período.

La pequeña burguesía, heredera de los artesanos y comerciantes tra­dicionales, difícilmente podía adaptarse a las nuevas condiciones eco­nómicas. Su situación material era equiparable a la de los obreros y campesinos, de la que sólo les separaba su condición de no asala­riado. Pequeños propietarios de talleres artesanales, tenderos y pe­queños comerciantes tuvieron dificultades para sobrevivir en una eco­nomía cada vez más competitiva. Por ello, en ocasiones se asimilaban a las clases populares, junto a las que intervenían en las agita­ciones de la época.

Además, existió un creciente número de burgueses dedicados al co­mercio y a profesiones que cada vez fueron más reconocidas (médi­cos, abogados, ingenieros) y que recibieron el nombre de profesiones li­berales. Estos burgueses no podían incluirse dentro de los dos grupos anteriores, por lo que surgió una nueva denominación para referirse a ellos: las clases medias.

Este grupo social, cada vez más numeroso, simbolizaba los elementos de­finidores de la nueva sociedad burguesa. El progreso económico, la in­dustria, la cultura y la progresiva extensión del sufragio le permitieron con­solidarse e irradiar a toda la sociedad unos nuevos valores y formas de ac­tuación: el trabajo, el ahorro, la propiedad y la herencia se convirtieron en las claves del progreso material y social, que se salvaguardaba me­diante la cohesión familiar y la defensa del Orden establecido.

El proletariado industrial

Era un grupo social heterogéneo formado, en sus orígenes, por cam­pesinos que abandonaron el trabajo del campo, trabajadores del siste­ma doméstico y artesanos procedentes del sistema gremial en crisis. Además, toda la clase obrera urbana no estaba formada úni­camente por los asalariados industriales, pues, junto a éstos, persis­tieron los trabajadores de los oficios artesanales y del sistema de tra­bajo a domicilio.

Los trabajadores tuvieron que soportar las duras condiciones sociola­borales impuestas por los empresarios y la organización de la producción en fábricas, que dio al proletariado industrial unas características especificas.

La división del trabajo y la adaptación al ritmo de la máquina con-vinieron al obrero en una pieza más del proceso productivo.

- El exceso de mano de obra y la búsqueda del máximo beneficio em­presarial provocaron jornadas laborales de 14 a 16 horas diarias y unos salarios míseros que apenas cubrían las necesidades básicas de supervivencia.

- Las condiciones poco higiénicas e insalubres de los lugares de tra­bajo y de las viviendas y barrios obreros, desprovistos de servicios básicos como el alcantarillado o la iluminación, hicieron aumentar las enfermedades.

- La férrea disciplina fabril provocó la deshumanización del trabajo industrial.

- La incorporación de mano de obra infantil y femenina, principalmente en el sector textil, peor retribuida, dificultaba el acceso de la población obrera a la educación, de­jaba a los niños desatendidos y modifica­ba las relaciones familiares.

- Las relaciones sociales de producción regidas (en aplicación del liberalismo) por la contratación libre entre patronos y obreros, en la que los empresarios impo­nían sus condiciones.

- La ausencia de una legislación social

que protegiese a los obreros ante la en­fermedad o la inseguridad del puesto de trabajo.

Los informes políticos y médicos y la literatura de la época (las obras de Ch. Dickens, por ejemplo) reflejan fielmente las sombrías condiciones de vida de la clase obrera y denuncian problemas como malnutrición, la baja esperanza de vida, el analfabetismo, el alcoholismo, la delincuencia y la prostitución.

Tan sólo capataces y obreros cualificados fueron minorías privilegiadas que escaparon débilmente a este oscuro panorama. La lucha de los obreros por mejorar sus condiciones de vida propició que, a partir de mediados del siglo XIX, y coincidiendo con la segunda fase de la industrialización, se iniciara una lenta mejora de su situación.

La antigua aristocracia

La aristocracia mantuvo su condición de clase dominante, aunque en Europa occidental había perdido la mayoría de sus privilegios señoriales, el rendimiento de sus propiedades rústicas y urbanas y el desempeño de cargos le aseguraron una posición privilegiada A pesar de la irrupción del dinero y la fortuna como vía de ascenso social, la condición nobiliaria seguía re presentando el máximo prestigio social.

Por otra parte, la nobleza participó en los negocios financieros. Las alianzas matrimoniales, la asociación empresarial y el reparto de títulos nobiliarios entre la burguesía financiera fueron algunas de las vías que potenciaron esta aproximación.

La aristocracia europea presentaba rasgos caracterís­ticos según los diferentes países. La alta aristocracia británica (Iords) dominaba la Cámara de los Lores, así como los cargos más destacados del gobierno, el ejército y la diplomacia. La aristocra­cia terrateniente y militarista alemana, de origen prusiano (1unkers), controlaba el ejército y el poder de las instituciones del gobierno impe­rial. Incluso en Francia, donde la revolución de 1789 había deteriorado el poder nobiliario, la aristocracia conservaba una posición económica destacada, ejerciendo el poder político en las zonas rurales.

En los Estados europeos en los que las consecuencias de las revolu­ciones liberales tardaron más en manifestarse, esta situación aún era más notoria. En el imperio austro-húngaro y Rusia la hegemonía de la aristocracia, no compartida con la burguesía, se mantuvo hasta la Pri­mera Guerra Mundial. Finalmente, la aristocracia latifundista del sur mediterráneo controló la vida social, política e institucional hasta bien entrado el siglo XX. Para ello, se alió con una burguesía débil y utilizó, como en el caso de España, métodos como el caciquismo para el control y la manipulación electoral.

El campesinado

En la Europa del siglo XIX, a pesar de la industrialización y del éxodo rural, el trabajo en el campo seguía siendo el que ocupaba a la mayor parte de la población. Las formas de vida del campesinado variaron me­nos que las de los habitantes de las ciudades y algunos aspectos como las relaciones familiares y el trabajo agrícola se mantuvieron práctica­mente iguales a los de la época preindustrial.

A pesar de ello se observan algunas diferencias en la situación del campesinado europeo, en función de la mayor o menor vigencia del régimen señorial.

- En las sociedades rurales tradicionales, que mantuvieron las ca­racterísticas del Antiguo Régimen, los grandes propietarios lati­fundistas siguieron arrendando la mayor parte de sus tierras, y otras eran explotadas mediante el trabajo de los jornaleros. Sólo los pe­queños propietarios de sus fincas las cultivaban directamente. Además, hasta el último tercio del siglo XIX todavía se mantenían, en al­gunas zonas de Europa oriental y mediterránea, ciertas formas de servidumbre del campesinado.

- En las sociedades rurales de Europa occidental y septentrio­nal, más evolucionadas y dedicadas a la agricultura de mercado, los grandes propietarios de la tierra eran nobles, personajes perte­necientes a la gran burguesía y campesinos ricos, que arrenda­ban sus tierras o bien las trabajaban mediante la contratación de jor­naleros u obreros. Sin embargo, no faltaron pequeños y medianos campesinos propietarios que explotaban directamente sus tierras.

En general, las condiciones de vida del campesinado experimentaron pocas modificaciones y, excepto en Gran Bretaña, Países Bajos y Di­namarca, hasta finales de siglo no se extendieron las transformaciones de las formas de vida campesinas hacia otras propias de una agricultura de mercado, proceso que se com­pletó totalmente a mediados del siglo XX.

Las mujeres en la sociedad industrial

Las mujeres también participaron en la aparición y consolidación de la sociedad industrial, aunque no todas lo hicieron de la misma forma, ya que la situación social de las mujeres burguesas era distinta de la de las obreras. Pero, por encima de las diferencias de clase, la es criminación política, económica y legal era un hecho común. En este contexto apareció el feminismo, que tuvo como primer movimiento organizado el sufragismo.

El sistema político liberal introdujo, como hemos visto, las libertades individuales y la igualdad ante la ley, pero excluyó a las mujeres de sus teorías igualitarias. La industrialización, por su parte, favoreció la incorporación de las mujeres a las fábricas, pero en condiciones de gran explotación: las mujeres obreras estuvieron aún peor pagadas que los hombres y, además, tenían que asumir la doble jornada que suponía el trabajo en la fábrica y en el hogar .

Las mujeres burguesas no sufrieron la explotación económica, pero vivieron cada vez más relegadas al ámbito doméstico, limitadas en sus aspiraciones personales, educativas, profesionales y políticas, y discriminadas legalmente. Estas mujeres iniciaron, en la segunda mitad del siglo XIX, el movimiento sufragista o de reivindicación del derecho voto como primer paso para conseguir los mismos derechos políticos de los hombres. La primera manifestación colectiva del deseo conseguir la equiparación política y social con los hombres tuvo lugar en Seneca Falls (Estados Unidos), en 1848.

Las mujeres obreras tardaron más en hacer oír su voz. En el seno de las organizaciones sindicales y los partidos obreros antepusieron la demanda de las mejoras de clase a sus reivindicaciones especificas.

Los orígenes del movimiento obrero

El movimiento obrero se fue configurando como la res­puesta de la clase trabajadora a los problemas provo­cados por la industrialización y el capitalismo. A través de un largo proceso de lucha, en el que se ad­quirió la conciencia colectiva de pertenencia a una cla­se con intereses comunes, se fueron manifestando, como veremos, diferentes formas de protesta y reivindicación.

Las doctrinas sociales que aparecieron en esta épo­ca orientaron el movimiento obrero y practicaron un aná­lisis sistemático y una crítica del sistema capitalista que proporcionó a las reivindicaciones obreras un ar­gumento ideológico mucho más elaborado.

Las primeras manifestaciones del movimiento obrero consistieron en re­vueltas violentas y desorganizadas dirigidas contra las máquinas. La mecanización había creado puestos de trabajo, pero su perfecciona­miento contribuyó a hacer innecesaria parte de la mano de obra. Apa­recieron así la hostilidad y las revueltas de los artesanos y obreros fa­briles contra las máquinas. Tales revueltas se conocen como luditas y toman el nombre de Ned Ludd, tejedor al que se atribuye el liderazgo en las primeras destrucciones de telares. Se han de interpretar como una lucha por defender los puestos de trabajo, como un rechazo a los nuevos métodos productivos y como un medio de presión contra los pa­tronos para obtener mejoras salariales y laborales.

Aunque las luchas se produjeron desde los inicios de la mecanización, tuvieron su máxima virulencia en Gran Bretaña, entre 1811 y 1817, y se extendieron posteriormente por el continente. En España, por ejem­plo, hubo brotes en Alcoy, en 1821, y en Barcelona, en 1835. La dura represión ejercida contra muchos de los sublevados incluyó la pena de muerte.

La ausencia de leyes que regularan las relaciones laborales y la pro­mulgación de las primeras leyes antiasociativas (la francesa Ley de Le Chapelier y las Combination acts inglesas) provocaron reacciones populares para luchar por su abolición.

Poco a poco, las acciones espontáneas derivaron hacia el asociacio­nismo, con la creación de las mutuas o sociedades de socorros mu­tuos, primeras organizaciones obreras, basadas en la fraternidad y la cooperación. Su finalidad era asistencial: socorrer y proteger a los asociados en situaciones adversas, como enfermedad, invalidez, acci­dente, vejez, paro, etc. El hecho de que contasen con recursos econó­micos permitió mantener a los asociados en los períodos de huelgas.

Desde 1824, fueron apareciendo organizaciones obreras, agrupaciones de trabajadores del mismo oficio y localidad, los sindicatos o trade unions, que ampliaban los objetivos de las mutuas a la consecución de reivindicaciones laborales. En 1830, se creó la primera unión textil de dimensión nacional, la Asociación General para la Protección del Trabajo, creada por John Doherty, que culminó en una federación nacional de sindicatos de diferentes oficios, la Grand National o Gran Sindicato Nacional de Trade Unions, que llegó a reunir 500 000 miem­bros. En su creación, participó Robert Owen, empresario que creía en la organización cooperativa de la producción.

Al estallar las revoluciones liberales, el proletariado había ayudado a la burguesía en su lucha contra las estructuras políticas y económicas del Antiguo Régimen. Sin embargo, el sufragio censitario, que satisfacía las aspiraciones de la mayoría de los burgueses, marginó a los obreros. Este hecho marcó el inicio de la reivindicación política propia para con­seguir el sufragio universal masculino, con el fin de que las reformas para ampliar los derechos sociales se llevasen a cabo desde el Parla­mento.

Este movimiento político fue el eje del carlismo británico, que se inició en 1838 con la presentación al Parlamento de la Carta del pueblo, que con­tenía sus principales reivindicaciones, y originó un gran movimiento de masas, en coincidencia con experiencias análogas en el continente eu­ropeo (revoluciones de 1830 y 1848). El rechazo parlamentario a las pe­ticiones de la Carla, la violencia que adquirieron las huelgas e insurrec­ciones promovidas por el sector más radical y el fracaso de la revolución de 1848 en el continente provocaron la desmovilización definitiva del movimiento cartista. No obstante, con el cartismo quedó demostrado que los trabajadores podían organizarse, y el Estado se vio obligado a iniciar la regulación de las relaciones laborales, por lo que, por ejemplo, se re­dujo a diez horas la jornada de trabajo de mujeres y niños.

En la Europa continental, con un ritmo de industrialización más lento, las organizaciones obreras tuvieron un desarrollo más tardío que en Gran Bretaña, y debieron enfrentarse a una mayor oposición.

Socialismo y anarquismo

Paralelamente a la organización de los obreros, se empe­zaron a difundir, entre 1820 y 1830, las primeras reflexio­nes de intelectuales que criticaban las contradicciones de la industrialización y las injusticias del capitalismo, y for­mulaban modelos alternativos centrados en el igualitarismo y la solidaridad.

Éste fue el inicio de las teorías que dotaron de un sustrato ideológico a las reivindicaciones de los trabajadores. Su evo­lución a lo largo del siglo XIX presenta un desarrollo com­plejo. El pensamiento socialista, utópico primero y científico posteriormente, y el anarquismo constituyen las grandes corrientes de pensamiento que contribuyeron a la consolidación del movimiento obrero.

El socialismo utópico

En la primera mitad del siglo XIX, las evidentes desigualdades sociales y la dura realidad de los obreros propiciaron que un grupo de pensa­dores y políticos empezara a analizar las consecuencias de la indus­trialización y a proponer soluciones alternativas al desarrollo del capi­talismo. Muy influidos por la Ilustración y por las ideas más radicales de la Revolución Francesa, el dirigente L. A. Blanqui (1805-1881) calificó a estos pensadores de utópicos en 1839 y el propio Engels, posterior­mente, adoptó dicho término.

Entre los pensadores utópicos más representativos, cabe destacar a R. Owen, en Gran Bretaña, y Saint-Simon, Ch. Fourier, P. J. Proudhon, el propio L. A. Blanqui, L. Blanc o E. Cabet, en Francia.

- Robert Owen (1771-1858). Era un importante fabricante de hilo de algodón que en su fábrica de New Lanarck (Escocia) aplicó una serie de medidas para mejorar las condiciones de vida de los obreros, como la reducción de la jornada de trabajo, la subida de los salarios, la educación de los niños y la creación de cooperativas de produc­ción y consumo. Con estos métodos, consiguió un gran éxito eco­nómico en su empresa, pero no convenció a los empresarios en la aplicación de su sistema, y su intento de crear la comunidad de New Harmonyen Estados Unidos fracasó. Owen fue de los pocos pensadores utópicos que participó en la lucha sindical y se le reco­noce como uno de los padres del cooperativismo y del mutualismo.

- Saint Simon (1760-1825). Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint Simon, fue un noble liberal que propuso un desarrollo de la industria tal que evitara los enfrentamientos sociales; para ello, era partidario de que fueran los científicos y los intelectuales quienes dirigieran la organización social. Sus seguidores crearon talleres cooperati­vos que también impartían enseñanza y proporcionaban asistencia médica entre los trabajadores.

  • Charles Fourier (1772-1837). Propuso la creación de comunidades de producción y consumo, los falansterios, donde el trabajo y las relaciones sociales fueran más armónicos. Fourier fue un pionero en algunas de sus propuestas; por ejemplo, propuso la desaparición de la familia burguesa y el reconocimiento de la igual­dad entre los sexos.

  • Pierre Joseph Proudhon (1809-1865). Fue un importante teórico que participó activamente en la política y tuvo gran influencia en las primeras organizaciones obreras francesas. En su principal obra, ¿Qué es la propiedad?, afirmaba que la propiedad es un robo y que, por lo tanto, era el origen de las desigualdades y de los pro­blemas sociales. A pesar de que su análisis de la sociedad resulta­ba muy avanzado para su época, Proudhon defendió posturas muy conservadoras sobre las mujeres y rechazó la igualdad entre los se­xos. Sus ataques al Estado, a las organizaciones políticas y a la Igle­sia le caracterizan como un precursor del anarquismo.

Aunque no forman un conjunto teórico homogéneo todos los socialistas utópicos propusieron una sociedad basada en la concordia frater­na y la solidaridad humana, que fomentase el cooperativismo y la pro­piedad colectiva para superar el individualismo y la desigualdad del capitalismo.

El socialismo científico

El fracaso de los ensayos utópicos y de sus aspiraciones políticas en la revolución de 1848 ayudaron a transformar las teorías socialistas de reformistas a revolucionarias. En la segunda mitad del siglo XIX, Karl Marx y Friedrich Engels establecieron la teoría socialista a la que En­gels denominó socialismo científico y que después recibió el nombre de marxismo.

El objetivo del análisis de Marx era conocer la realidad social para po­der transformarla. Para ello, analizó el pasado histórico buscando en él las claves del proceso a través del cual unas sociedades habían dado paso a otras. Estudió y criticó la sociedad capitalista, con el fin de des­cubrir sus contradicciones, e impulsó la acción revolucionaria con el pro­pósito de destruir el capitalismo burgués.

El materialismo histórico

La interpretación de la historia que propuso Marx se conoce con el nom­bre de materialismo histórico. La historia era entendida por Marx como un proceso constante de cambio y desarrollo, en el que la economía cera la base sobre la que se asentaban las sociedades. Según esta interpretación, la forma de organizarla producción y el intercambio de productos condicionaba las organizaciones políticas, la mentalidad y la cul­tura de la sociedad. La modificación de algún aspecto de la organización económica provocaba un cambio en la estructura social, por lo que las causas de las transformaciones sociales había que buscarlas en la modificación de las formas de producción.

La lucha de clases

El motor de los cambios históricos es, según Marx, la contradicción y el antagonismo originados entre las clases sociales por la posesión de los medios de producción. A lo largo de la historia, la lucha de clases entre las dominantes, poseedoras de la riqueza y, en el capitalismo, tam­bién de los medi6s de producción, y las dominadas, no propietarias de los medios de producción, era una constante y había provocado el paso de una fase histórica a otra. El capitalismo era una más de las fases de la evolución humana que permitiría llegar al socialismo, en el que no existirían desigualdades sociales ni económicas.

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La plusvalía

En el análisis de la sociedad capitalista, Marx descubrió el origen de las desigualdades sociales: el enriquecimiento de los empresarios estaba motivado por la apropiación indebida de una parte del beneficio produ­cido y no retribuido por el trabajo del obrero, la plusvalía. Esta situación injusta conducía a un inevitable enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado.

La sociedad comunista

Para acabar con la explotación ca­pitalista, Marx proclamó la necesi­dad de que el proletariado prota­gonizara una revolución que le permitiera conquistar el poder político y económico, y organizar un Estado obrero al servicio de los trabajadores. El nuevo Estado, la dictadura del proletariado, era considerado por Marx una fase de transición, en que se aboliría la propiedad privada y se socializa­rían los medios de producción. Con ello, desaparecerían las dife­rencias sociales y surgiría una nue­va sociedad igualitaria. La ine­xistencia de clases sociales haría innecesario el Estado y la nueva sociedad, la sociedad comunista, se organizaría en comunidades de producción y consumo, donde cada miem­bro recibiría según sus necesidades y aportaría según sus capacidades. Junto al aspecto teórico de su obra, Marx llevó a cabo una actividad práctica orientando a las organizaciones obreras de la época, y defen­dió la creación de partidos obreros. Su influencia en el movimiento obre­ro se ha mantenido hasta épocas recientes.

El anarquismo

La palabra anarquismo deriva del término de origen griego anarquía, que significa 'ausencia de autoridad y poder'.

El anarquismo se ha integrado tradicionalmente dentro de las teorías socialistas. Aunque ambas corrientes coinciden en sus críticas a la so­ciedad capitalista y en su fe en la consecución de un orden social más justo, fueron difiriendo notablemente en los métodos que proponían para conseguirlo.

El anarquismo presenta un conjunto de características comunes. En pri­mer lugar, todos los pensadores anarquistas criticaron la sociedad ca­pitalista, defendieron la libertad humana y propusieron un modelo al­ternativo de sociedad sin clases, autoridad, ni jerarquías. Los principios que consideraron básicos para conseguir tal sociedad fueron el rechazo de cualquier tipo de autoridad y, por lo tanto, del Estado y de la Iglesia, y la supresión de la propiedad privada mediante la colec­tivización de todos los bienes.

La nueva sociedad constituida según los principios anarquistas estaría formada por cooperativas de producción y consumo y mutualida­des que, federadas, sustituyeran al Estado.

Los anarquistas creyeron en la lucha espontánea de las masas obre­ras y campesinas para destruir el Estado y la sociedad capitalista, y ne­garon la necesidad de que la revolución estuviera organizada y dirigida por algún partido político.

La educación popular fue el único instrumento considerado necesario para conseguir el cambio social, y muchos activistas anarquistas se de­dicaron a educar y difundir sus ideas entre la población analfabeta.

Bakunin fue el principal teórico y activista anarquista. Se opuso a al­gunos postulados de Marx, entre los que básicamente rechazaba la constitución de un partido obrero. Esta oposición llevó a la ruptura defi­nitiva entre ambas tendencias y, como veremos, a una importante es­cisión dentro del movimiento obrero internacional.

Los principios anarquistas consiguieron mayores adhesiones en las so­ciedades escasamente industrializadas y en los sectores más perjudi­cados del campo, como fue el caso de España e Italia.

Algunos seguidores del anarquismo basaron la acción política en la pro­paganda por los hechos, que condujo a acciones violentas y selec­tivas contra representantes relevantes del poder establecido. Este pro-ceder llevó a que se identificaran anarquismo y terrorismo .

El movimiento internacionalista

La conciencia de clase y la experiencia organizativa adquirida en la pri­mera mitad del siglo XIX evidenciaron al proletariado que los problemas que les afectaban eran comunes a todos los países industrializados. Se extendió así la idea de crear una organización que movilizara a los obre­ros de todos los países para defender sus intereses. Las palabras que Marx había escrito en el Manifiesto comunista sirvieron de consigna:

«Proletarios de todos los países, unios».

Así, en Londres, en 1864, los delegados de organizaciones obreras de distintos países fundaron la Asociación Internacional de Trabaja­dores (AIT) o 1 Internacional Obrera. Marx fue el encargado de la re­dacción del manifiesto inaugural y de los estatutos, e incluyó en ellos dos aspectos fundamentales de su pensamiento: la emancipación tenía que ser obra de los propios trabajadores y la clase obrera no podía man­tenerse al margen de la participación en la lucha política.

La diversidad de organizaciones sindicales y de tendencias ideológicas, con distintos objetivos, dificultó su funcionamiento. Las discrepancias se manifestaron desde el principio en los congresos que se realizaban periódicamente. Hasta el ingreso de Bakunin (1868), las principales divergencias se produjeron entre las posturas proudhonianas y marxis­tas. Pero, desde 1868, las diferencias principales se centraron en las distintas concepciones que tenían Marx y Bakunin.

Las disensiones internas y la represión, tras el fracaso de la Comuna de París, provocaron el declive de la AIT. En el congreso de La Haya (1872), fueron expulsados los anarquistas; éstos crearon en Ginebra su propia organización antiautoritaria, que desapareció en 1881.

La disolución de la AIT, en 1876, no significó el fracaso del movimiento obrero, que resurgió tras un periodo de represión: creó un marco de dis­cusión y análisis, lo orientó ideológicamente e integró en él estrategias de acción diferentes. Favoreció, también, la creación de partidos obre­ros nacionales, que fueron los protagonistas de la consolidación del movimiento obrero.

Después de varias tentativas, en 1889, en uno de los congresos que se celebraron en Paris para conmemorar el centenario de la Revolución Francesa, se fundó la II Internacional Obrera. A diferencia de la AIT, se constituyó como una federación de partidos nacionales so­cialistas de orientación marxista que aceptaban la legalidad democrá­tica. Por ello, los grupos anarquistas fueron expulsados en 1893. Im­pulsó la reivindicación de una legislación más favorable para los tra­bajadores (subsidios de paro, seguridad social...) e hizo de la reivindicación de la jornada laboral de ocho horas un verdadero ca­ballo de batalla. El 1 de mayo de 1890 se produjo la primera manifes­tación internacional en favor de esta jornada laboral y, desde ese año es una jornada reivindicativa de los derechos de los trabajadores. La II Internacional instauró dos de tos símbolos fundamentales de la iden­tidad cultural del movimiento obrero: el himno de la Internacional y la jornada reivindicativa del primero de mayo.

La Segunda Internacional tampoco estuvo exenta de tensiones y con­flictos ideológicos. Una de las polémicas más duras fue la protagoniza­da por los sectores defensores de la revolución social como única vía para conseguir la transformación de la sociedad, postura defendida, en­tre otros, por Rosa Luxemburgo (1870-1919), y los sectores llamados revisionistas que, encabezados por Eduard Bernstein (1850-1932), defendían la consecución del ideal socialis­ta mediante una evolución lenta y pacífica de la sociedad. Berstein, además, proclamó que era necesario revisar mu­chas de las ideas de Marx, como el materialismo históri­co o la lucha de clases.

El estallido de la Primera Guerra Mundial dividió el mo­vimiento obrero, porque implicó a los partidos socialis­tas en la defensa de los intereses de sus respectivos paí­ses. El triunfo de la revolución bolchevique en Rusia confirmó la escisión definitiva de los partidos socialde­mócratas. Los sectores próximos a los revolucionarios rusos constituyeron, en 1919, la III Internacional.

Los partidos obreros

La defensa que Marx había hecho de la actuación política de los obreros propició la creación de partidos políticos obreros, independiente y enfrentados a los partidos inspirados por la burguesía. Estos partidos aparecieron estrechamente relacionados con los sindicatos y fueron la vía de los obreros para participar directamente en la vida política, e in tentar conquistar y ampliar sus derechos políticos y sociales.

En 1875, se fundó en Alemania el primer partido de estas características, el Partido Socialdemócrata alemán (SPD), que se configuró como un moderno partido de masas, compuesto por un gran número de militantes. En pocos años, se convirtió en la organización obrera más poderosa, adquiriendo un importante peso político que facilitó la conquista de una legislación social avanzada en el periodo anterior a la Primera Guerra Mundial. De hecho, aunque su programa contenía lo' principales postulados del marxismo, daba mucha importancia a la vía para alcanzar reformas político-sociales.

Su influencia se extendió también a otros ámbitos: creó y dirigió las secciones sindicales, en estrecha colaboración con los objetivos del partido, y tejió una compleja red de escuelas, cooperativas, ateneos populares, casas del pueblo, asociaciones recreativas y publicaciones. DE esta forma, favoreció la difusión de la cultura entre la clase obrera y atendió parte de las demandas sociales de las clases populares ante la inhibición del Estado.

El modelo ideológico y organizativo de la socialdemocracia alemana sirvió de ejemplo a otros países europeos, en los que se crearon organizaciones similares. Tal es el caso de España, donde, en 1879, Pablo Iglesias fundó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) del que surgió la Unión General de Trabajadores (UGT) en 1888.

En Gran Bretaña, a diferencia del caso español, el Partido Laborista (1906) apareció como brazo político de los trade unions y tuvo también un rápido crecimiento.

En Francia, las principales asociaciones políticas se agruparon, en 1905, en la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO). En el movimiento sindical, que fue muy potente, alcanzó una especial relevancia la Confederación General del Trabajo (CGT) en la que predominaba la tendencia anarquista .

JUSTIFICACIÓN DEL LIBRO ESCOGIDO

He escogido el libro de Marx y Engels titulado “EL MANIFIESTO COMUNISTA”porque era el único libro que pude conseguir rápidamente, y además, lo escogí porque está bastante relacionado con algunas de mis asignaturas, como son Economía e Historia.

Otras razones por las que me he leído EL MANIFIESTO COMUNISTA, es porque me hablaron muy bien de él y me lo recomendaron para que me lo leyera para la tercera evaluación de Filosofía, y pienso que he hecho bien leyéndomelo.

PERSONAJES PRINCIPALES Y SECUNDARIOS

Pienso que los personajes a destacar en este libro son Marx y Engels, de los que ya he hablado al principio del trabajo.

ANÁLISIS DE LAS IDEAS PRINCIPALES Y SECUNDARIAS

El libro consta de cuatro capítulos claramente diferenciados por los autores del Manifiesto que comentamos ahora brevemente:

El primero “Burgueses y Proletarios. Presenta el final de un proceso histórico motivado por la lucha de clases. Analiza la evolución de la historia y se detiene en el periodo capitalista, causante de la explotación imperante de los burgueses sobre los proletarios y, a la vez, generador de la conciencia de clases los últimos. Los Proletarios desplazaran a los burgueses; es el resultado de la inevitable revolución obrera. El análisis histórico pues, es diacrónico “Proletarios y comunistas”.

Es el segundo capitulo ya de análisis sincrónico, expone la modalidad de estructura y organización necesarias de la sociedad comunista en todos sus aspectos. Propone la lucha política y la conquista del poder, para lo que expone formas de actuación.

En el tercer capitulo, “Literatura socialista y comunista”, se critican ciertas corrientes socialistas y se propone el debate ideológico como modelo de análisis, entendimiento y clasificación.

Finalmente, en: “Actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de la oposición”, cuarto capitulo, se exponen las líneas de actuación de los partidos comunistas en el solar que se ubican y en cada nación.

El primer capítulo al que ya antes hemos hecho referencia es “Burgueses y Proletarios”. Éste comienza afirmando: "Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de luchas de clases: esclavos y patronos, patricios y plebeyos , barones y siervos en una palabra: opresores y oprimidos". Es decir, hablando en términos precisos, toda la historia escrita.

Estos dos párrafos sintetizan de entrada la lucha de clases: burguesíaproletariado, exponiendo que esta lucha no ha sido todavía abolida por la sociedad burguesa. Como bien indica este primer capítulo, Marx y Engels van a intentar explicar tanto el origen de la clase burguesa, como su posterior desarrollo. Para ellos la burguesía se originó “de los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los <<villanos>> de las primeras ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los primero elementos de la burguesía”.

La burguesía iba creciendo en proporción directa con los adelantos culturales, científicos y económicos de la sociedad; el descubrimiento de América y la colonización de África hicieron que un pequeño comercio creciera y, que junto a la invención de la maquina de vapor y la revolución industrial se convirtieran en una nueva forma de ver la economía y la sociedad.

En el libro perfectamente se expone ese cambio que se produjo, pasando de el régimen gremial de producción a las manufacturas de la clase media industrial. Más tarde estas manufacturas iban a dejar paso a los grandes magnates de la industria. “La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenia por venerable y digno de piadoso acatamiento[...]. La burguesía desgarró los velos emotivo y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares”. Aunque al explotar el mercado mundial y convertirse en un factor cosmopolita llevaron todos los adelantos de la burguesía hasta los lugares y naciones salvajes que desconocían dichos medios de producción,...

Pero estas aplicaciones burguesas no se limitaron a los países más alejados de Occidente sino que aquí empezó a haber un cambio en el campo que se fue ampliando hasta llegar a ciudades. Se crearon ciudades enormes, intensificaron la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y arrancaron una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural. La burguesía va aglutinando en su persona cada vez más los medios de producción, la propiedad y los habitantes del país.

Este crecimiento progresivo y ascendente era demasiado bonito para que surgiera algún problema no previsto de antemano. La superproducción se empezó a registrar por todas las sociedades con una producción abundante pero carentes de una salida de dichos productos. Desde el punto de vista comunista la salida que dan a este problema el la destrucción de fuerzas productivas y la conquista de mercados nuevos que adquiera la producción saliente, siempre intentando aprovechar al máximo el rendimiento de las extensiones productivas existentes. “Es decir, que remedia unas crisis preparando otras mas extensas e imponentes y mutilando los medios de que disponen para precaverlas.[...] Y la burguesía no solo forja las armas que han de darle muerte, sino que, además, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los proletarios”. Y como sabemos esta es la única clase que se va a oponer al ascenso de la burguesía mediante métodos violentos y revolucionarios.

Marx y Engels se introducen, tras este planteamiento, en lo que van a ser los métodos de asociacionismo, y la vida en sí de la clase proletaria: riquezas, hijos, familia y sus prejuicios: la moral, las leyes, la religión,...

Los autores califican al movimiento proletario como “...movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa”.

Como se ha podido apreciar en lo expuesto, este primer capítulo intenta el discernir las grandes diferencias existentes entre estas dos clases contrapuestas.

El segundo libro se titula “Proletarios y comunistas”: El tema de éste va a ser claro, la relación que debe haber entre los proletarios y un partido político, el partido comunista. La diferencia entre el partido comunista y los demás partidos obreros existentes es casi inexistente, al no considerarse aparte. El partido comunista y los comunistas no tienen intereses propios y no profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario. Aunque se quieren marcar algunas diferencias presupuestas: Reivindican y destacan las actuaciones del proletariado, y que siempre se basarán en el interés de un movimiento enfocado en su conjunto.

Su objetivo primordial e inmediato es idéntico al que persiguen los demás partidos proletarios “formar conciencia de clase y derrocar el régimen de la burguesía, llevar al proletario a la conquista del poder” es decir: abolir la propiedad privada”.

La política capitalista es la establecida por los burgueses y este capital es, para Marx y Engels “un producto colectivo y no puede ponerse en marcha mas que por la cooperación de muchos individuos”.

Los burgueses van a criticar a el comunismo por el hecho de colectivizar a las mujeres, ya que los primeros piensan que ellas no son más que un simple instrumento de producción y, según los autores, no advierten que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción.

La única solución que se saca de esta lucha proletarioburgués es la llegada del proletariado al poder, “para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todo los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas”.

El tercer capítulo resume la “Literatura socialista y comunista” realizando un estudio tanto de el socialismo reaccionario, del socialismo burgués o conservador, como del socialismo y el comunismo crítico - utópico. Por ello creo que es importante el transcribir alguno de los fragmentos mas significativos de este apartado: “La aristocracia francesa e inglesa, que no se resignaba a abandonar su puesto histórico, se dedicó, cuando ya no pudo hacer otra cosa, a escribir libelos contra la moderna sociedad burguesa [...], no le quedaba más arma que la pluma”. Según Marx es así como nació un socialismo, el feudal, pero que “movía a risa por su incapacidad para seguir la marcha de la historia moderna”. En esta línea de crítica Marx y Engels llegan incluso a hablar de un socialismo clerical, al ir estos, del brazo de los señores feudales y del socialismo feudal existente.

En la segunda parte de este capítulo, se nos habla de un socialismo conservador. Marx y Engels discrepan firmemente de estos dado que el socialismo que anhelan los moderados es el que en esos momentos existe, es decir, unas condiciones de vida “depuradas de los elementos que la corroen y revolucionan: la burguesía sin el proletariado”.

Por último, este libro termina exponiendo las ideas claves socialismo y del comunismo crítico - utópico, aquí realiza una pequeña síntesis de referencias a sistemas socialistas y comunistas que había habido antes de 1848, principalmente por Francia, con movimientos como los <<Falanstarios>> citando a personajes claves como: Saint - Simón, Fourier y otros. Aunque según ellos, la trascendencia de este socialismo está en contraposición y discordancia con el desarrollo histórico de la sociedad.

El <<Manifiesto>> termina con una “enseñanza” acerca del comportamiento que debe haber desde el partido comunista y hacia los partidos de la oposición. La posición es clara, siempre sin olvidar sus objetivos concretos, apoyan cualquier movimiento que vaya encaminado a derrocar o, al menos, a hacer frente al sistema tanto social como político reinante (sociedad burguesa). A modo de ejemplo cita varios ejemplos representativos en distintos países, en los que se pueden apreciar los pactos realizados, aunque las diferencias ideológicas fueran abismales ( con el caso concreto de Francia) .

El tema principal que hay que recalcar es la propagación del comunismo, bases del mismo y información tanto histórica como conceptual. Así como, exponer las diferentes características del comunismo y clases sociales.

El libro no es demasiado extenso cosa que no significa que carezca de un gran contenido. El libro esta dividido en las siguientes partes:

  • Burgueses y proletariado.

  • Proletariado y comunistas.

  • Literatura socialista y comunista.

  • El socialismo reaccionario.

  • El socialismo conservador o burgués.

  • El socialismo y el comunismo crítico-utópico.

  • Posición de los comunistas frente a los diferentes partidos de la oposición.

  • En cada apartado los autores reflejan las contrariedades a la que estaban expuestos los grupos sociales, tanto los de más alto rango social como los menos favorecidos socialmente. Reflejan exhaustivamente la evolución de cada clase social y gracias a este testimonio toda la población que carecía de una educación pudo conocer hechos y evoluciones históricas de clases cercanas a ellos.

    Hay que recalcar objetivamente que la estructura del libro esta bastante conseguida y que gracias a esta estructuración el lector puede asimilar mucho mejor lo que los autores quieren reflejar.

    ARGUMENTO

    En el verano de 1847, la Alianza Comunista, organización obrera procedente de la Internacional del Trabajo, encargó a Marx y a Engels la redacción de un manifiesto breve, que contuviera las bases y fines para dicha asociación. Lo que en un principio fue publicado en forma de credo con el título Fundamentos del comunismo, se cambió a sugerencia de Engels, por el de El Manifiesto Comunista, de la misma manera que su forma literaria.

    Los días pasaban sin que el encargo encomendado por el Congreso de Londres se llevara a la práctica. Por ello, el 24 de enero de 1848 el Comité Central de la Liga acordaba dirigirse al Comité de Distrito de Bruselas, encargándole notificar al ciudadano Carlos Enrique Marx, que si el Manifiesto del Partido Comunista, cuya redacción se le había encargado en el último congreso, no llegaba a Londres dentro del periodo acordado, se tomarían sanciones contra su persona.

    El Comité Central de la Liga, advertía a Marx de que, si no lo redactaba se sería requisados todos los documentos que dicha organización le había cedido para la composición del escrito.

    Tras estas advertencias, Marx empezó a trabajar en el asunto en los primeros días de febrero del año 1848, con colaboración estrecha de Friedrich Engels, filósofo que había fundado en Bruselas con Marx, la Asociación Democrática Internacional y que junto a él salió comisionado de la Liga de los Comunistas. Tras tres semanas de trabajos salía hacia Londres el original del manifiesto, al mismo tiempo que estallaba en París la revolución.

    Apareció en una tirada de mil ejemplares en la fecha mencionada, y supuso un paso adelante en la formulación de las tareas comunistas en la revolución alemana, a cuyos responsables pedía luchar contra la burguesía, el feudalismo y el provincianismo. A principio de marzo las autoridades le expulsaron de Bélgica y viaja a París donde crea una Nueva oficina de la Alianza Comunista y redacta los diecisiete Postulados del Partido Comunista, en vísperas de la revolución alemana, que el 13 de marzo triunfa en Viena y el 18 en Berlín.

    Desde ahora el proletariado contaba con su teoría, tenia su carta, su programa táctico, su “grito de combate”. La vieja divisa humanitaria y confusionista que venia presidiendo el movimiento obrero, el grito de “todos los hombres son hermanos”, se esfumaba al alzarse, como afirmación de la solidaridad de los trabajadores del mundo, el grito de “¡Proletarios de todos los países uníos!”.

    En un primer momento tal folleto, constaba de 26 históricas paginas en las que se intentaba realizar una explicación sucinta de la historia, la actuación programática de los comunistas y sus relaciones con el resto de la clase obrera, y una critica a otras corrientes socialistas.

    Sin duda el siglo XIX consolida el poder de la burguesía, que desplaza a la nobleza, y se potencia con el logro de poderes económicos exclusivos para, paulatinamente, adentrase en la adquisición de los poderes políticos y, simultáneamente, los culturales y científicos. Opuestamente, la clase obrera, mayoritaria en número, y también durante este siglo, se organiza y pretende no sólo participar sino lograr un protagonismo relevante, con conciencia de clase proletaria (lo más importante), en los citados poderes; a la vez que se inspira en las doctrinas marxistas y en otras de cariz socialista.

    COMPARACIÓN CON OTROS LIBROS

    No me creo capaz de comparar EL MANIFIESTO COMUNISTA con otros libros, ya que es éste el primero que leo con estas características, ya que no narra historias o biografías, sino que es una ideología política: EL SOCIALISMO.

    OPINIÓN Y VALORACIÓN PERSONAL

    El hecho de que algunos representantes políticos enemigos de la libertad, caso de Stalin, hablen en nombre de Marx, ha sido y es un fraude. Carlos Marx no es enemigo de la libertad, todo lo contrario, para él el fin del socialismo es la libertad, pero la libertad radical que va más allá de la que proporcionan las democracias occidentales. Defender la independencia fundamentada en el desarrollo de las riquezas individuales, en el uso de las propias fuerzas y en la capacidad de <<estar en y relacionarse con>> el mundo. <<La libertad es hasta tal punto la esencia del hombre que hasta sus oponentes lo comprenden... Ningún hombre lucha contra la libertad>> y ésta es una necesidad verdadera.

    Es necesario, para entender a Marx, distinguir entre las necesidades <<auténticas>> del hombre y <<las artificiales>>. Las <<verdaderas necesidades>> están arraigadas en la esencia del hombre, enraizadas en su naturaleza, y su satisfacción es imprescindible.

    Así, pues, socialismo y libertad son binomio indisoluble en la concepción marxista del hombre, y la filosofía de Marx es una protesta contra su enajenación. Mientras exista la alienación, el <<desamor organizado>> (A. Huxley), la explotación, el desprecio, etc., el marxismo tiene voz propia y <<El Manifiesto>> será un grito de unidad de todos los proletarios, de los hombres que son mucho y tienen poco. ¡Ojalá! que tal grito algún día sea innecesario y olvidable.

    Este libro me ha impresionado porque refleja de manera clara la manera de la cual se intentan establecer una serie de “derechos” que deber tener por igual todas las clases sociales, y para ello, la única solución es el socialismo.




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    Enviado por:Costy
    Idioma: castellano
    País: España

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