Religión y Creencias
El discipulado
Algunas nociones básicas acerca del discipulado
Introducción
El presente trabajo tiene como objetivo reflexionar acerca de la importancia del discipulado en la vida del cristiano, proporcionando ciertos elementos que vienen a contribuir en la búsqueda de su fortalecimiento.
El hecho de saber qué es un discípulo no nos hace discípulos. Es más, podemos ir a la iglesia, diezmar, y un montón de cosas que son buenas, y no ser discípulos. Ser discípulos no es sólo hacer buenas obras, ni saber la Biblia de memoria, requiere de una decisión que nace de una profunda convicción de la obra de Dios a favor nuestro. Se trata de haber entendido el sacrificio de Cristo y estar profundamente agradecidos al punto de responder en obediencia, en entrega.
Esta comprensión de la obra de Dios nos llena de pasión por su persona, llevándonos a un mayor conocimiento de su carácter en su Palabra. Como dice Pedro en su primera epístola, es el deseo por “la leche espiritual no adulterada” el que nos permite crecer en Dios para salvación [1 Pe. 2:2]. El conocimiento de Su Palabra trastoca nuestra propia condición, instándonos a tomar decisiones que agraden a Dios, que lo glorifiquen. Y es ahí donde aprendemos a ser discípulos, sobre la base de una relación con Dios que se desarrolla en la medida que obedecemos su Palabra.
A este proceso en el que conocemos a Dios y nos relacionamos con Él a través de la Palabra, de la oración, de la comunión con los hermanos, del servicio, etc. es que llamamos discipulado. Es decir, el discipulado es un proceso que se inicia cuando tomamos una decisión por Cristo y nos acompaña durante toda nuestra vida, forjando en nosotros un carácter “nuevo”, conforme a aquel que nos llamó.
Una vez que entendemos la amplitud del discipulado, no podemos simplificarlo en lecciones. No podemos ponerle fin a un proceso que apunta a la comprensión de la voluntad de Dios en nuestra vida. En todo caso, podemos hablar de etapas en el crecimiento, pero no reducir en lecciones cuestiones que deberían acompañarnos en el transcurso de nuestra vida. ¿Por qué aclaramos esto? Porque aunque parezca una obviedad, la comprensión del discipulado como un proceso amplio nos coloca en la condición de discípulos por el resto de la vida. No es que ahora que hicimos el curso ya somos discípulos y estamos en condiciones de “discipular a otros”, en todo caso, podemos colaborar en la enseñanza con los que recién comienzan en la vida cristiana, pero tanto nosotros como aquellos somos discípulos. Y nosotros como discípulos testificamos acerca de la obra de Dios en nosotros.
En esto no podemos dejar de lado el hecho de que el Maestro es Cristo mismo, a Él debemos seguir, sus enseñanzas debemos enseñar, su obra debemos anunciar. Colocarnos nosotros en la condición de “maestros” contribuye a la reducción del concepto de discipulado.
La importancia de la disciplina
Una vez hecha esta aclaración podemos relacionar el discipulado con la disciplina. En una de las definiciones que hemos tomado aparece tal relación, proveniente de la misma raíz en común: discípulo-disciplina. Esta vinculación a simple vista puede sugerirnos la idea de que siendo disciplinados seremos discípulos; o bien que un discípulo se hace con disciplina. A nuestro entender tal vinculación no es recíproca. Podemos ser cristianos disciplinados y no ser discípulos de Jesús. El evangelio no es mágico: saber la Biblia de memoria no nos garantiza la ausencia de pecado en nuestra vida. Podemos pasarnos la mitad del día orando, pero aún así practicar el pecado. Es más, asociar la calidad de discípulo con la disciplina únicamente nos lleva a vivir un evangelio farisaico, “del deber ser”, de la apariencia.
¿Quiénes sino los fariseos sabían lo que era la disciplina, el acatamiento riguroso de la ley? Jesús mismo se encargó de desenmascarar tal hipocresía, que por carecer de eficacia se contentaba con la “apariencia” de justicia, ya que la justicia verdadera les era denegada por este medio. Por eso creemos que discipular desde la disciplina es poner en los otros una carga que muy probablemente nosotros no podamos soportar. Es exigir lo que no hacemos y pedir lo que no damos.
De todos modos esto no quita que la disciplina contribuya a la formación del discípulo. Pero no esta disciplina de la que hablábamos, de las obras, de la observancia de la ley, sino otra. Ya que la disciplina de las obras gloría al que las practica, sino veamos a los fariseos: sus obras eran un impedimento más que una ventaja. ¿Por qué? Porque se contentaban con parecer justos.
La disciplina del discípulo en cambio proviene de la obediencia, producto de haber entendido que “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”, como dice el apóstol Pablo. No se trata de obedecer por miedo al castigo divino, o para que nos vaya bien, sino que esta obediencia se funda en una entrega diaria al señorío de Cristo que se manifiesta en la búsqueda de su voluntad a través de la obediencia a su Palabra. Esta obediencia responde a una entrega diaria, es la retribución voluntaria a su gracia para con nosotros. Va más allá de “cumplir” como cristianos asistiendo a la iglesia, diezmando, colaborando “con la obra”. Es sentirnos parte de Su Pueblo, es estar comprometidos con sus planes, al punto de involucrar nuestra vida para reflejarlo.
Nuestra labor como discipuladores
En el marco de este compromiso podemos preguntarnos ¿cómo discipular a otros? A nuestro juicio, primeramente siendo verdaderos discípulos, o dicho de otro modo, no dejando de ser discípulos. La Biblia es clara al respecto cuando enfatiza que debemos vivir la Palabra y no ser simples oidores (véase Santiago).
Pero, ¿alcanza con ser discípulos para cumplir con el mandato de Cristo? Evidentemente Jesús lo dijo porque hacía falta que lo sepamos y nos encomendemos en la tarea.
Ahora bien, consideramos que la obediencia al mandato de discipular implica compromiso. Es decir, podemos “cumplir” con la tarea de discipular enseñando algunos de los tantos materiales que circulan por las iglesias sin estar comprometidos en hacerlo. ¿Qué queremos decir con esto? Que dar un material de discipulado no nos hace “cumplidores del mandato de Cristo” necesariamente. Cumplirlo involucra idoneidad, como dice Pablo en la segunda epístola a Timoteo: “lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. [2 Tim. 2:2.]
Este pasaje nos ilustra dos cuestiones: la primera tiene que ver con la noción de discipulado de Pablo. El no le indicó a Timoteo que enseñara contenidos ajenos a su propia práctica, sino que Pablo mismo hablaba de tales cosas. En otras palabras, era ejemplo de lo que debía enseñarse. Y por otro lado, quienes enseñaban debían ser idóneos, no meramente “cumplidores”. Según el diccionario una persona idónea es aquella que “tiene disposición o aptitud para una cosa”.
Por eso es que cumplir el mandato de la Gran Comisión no es sólo dar un material de discipulado, sino comprometernos a hacerlo con eficacia. Es hacerlo, pero bien. No solamente cumplir. Howard Hendricks es un ejemplo de lo que estamos diciendo. En su libro “Enseñando para cambiar vidas” refleja la pasión por transmitir los principios cristianos a quienes enseñaba.
Esto de por sí nos involucra a nosotros como comunicadores de las verdades bíblicas (desde una vivencia de tales principios, una pedagogía adecuada, una metodología acorde, hasta la elección de los contenidos que se ajusten a las necesidades de quienes discipulamos)
Pensamos que en la medida que entendamos la responsabilidad en el cumplimiento del mandato de Cristo, vamos a poder comprometernos eficientemente en la labor de discipular.
La búsqueda de esta eficacia requiere de idoneidad, como hemos visto. Esto no quiere decir que debemos ser los más entendidos, ni los más convincentes, ya que si de esto se tratara los fariseos serían los mejores comunicadores de las verdades bíblicas.
El ejemplo de Jesús nos enseña que la idoneidad se funda en el conocimiento de Dios desde una relación de obediencia y entrega. No se trata de “lucir” el conocimiento bíblico sino de vivirlo. El interés debe estar puesto en el otro, no en uno mismo. Con esto no estamos diciendo que no sea necesario adquirir conocimiento, ya que parte de nuestra responsabilidad de discipular es hacerlo responsablemente bien. Y hacerlo bien implica dedicación y esfuerzo para poder llegar al otro, porque nos interesa hacerlo, y no porque “tenemos” que hacerlo.
Cuando mencionamos la definición de idoneidad hablábamos de disposición, que sintetiza lo que debe caracterizar a quien discipula. No es lo mismo cumplir que interesarnos verdaderamente, y eso se nota. Así como a Dios no podemos engañar, tampoco a quienes discipulamos. El interés en el otro no se disimula, se tiene o no se tiene. Además la disposición no es sólo “poner el cuerpo”, debe traducirse en hacerlo de la mejor manera.
La primera epístola del apóstol Pedro nos enseña mucho respecto a nuestra disposición a la hora de discipular. Si queremos verlo desde la Pedagogía, el pasaje es brillantemente ilustrativo.
En principio recordemos que la pedagogía se relaciona con la enseñanza, básicamente al uso correcto de técnicas de enseñanza-aprendizaje. Según la enciclopedia libre, “la Pedagogía es un conjunto de saberes que se ocupan de la educación como fenómeno típicamente social y específicamente humano. Es por tanto una ciencia de carácter psicosocial que tiene por objeto el estudio de la educación con el fin de conocerlo y perfeccionarlo.”
Ahora sí veamos el texto bíblico para poder extraer algunas consideraciones de interés. Pedro en su primera epístola dice: “apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.” [1 Pe. 5:2, 3]
Es admirable la descripción que presenta el pasaje en relación con lo que hemos venido desarrollando y sobretodo si tenemos en cuenta la pedagogía de Jesús, tal como lo expresa, Elsie Romanenghi de Powell al referirse al perfil pedagógico de Cristo.
La autora distingue en Jesucristo algunas características que aluden a su perfil como maestro, instándonos a desarrollarlas. Entre las que menciona su creatividad, compromiso, posturas críticas, metodología de la sencillez, pedagogía basada en la comprensión, su carácter inclusivo.
Acerca de los materiales
Respecto a los materiales de discipulado, la ventaja de la época en que vivimos nos permite nutrirnos de las más diversas experiencias en torno al discipulado. No sólo por la cantidad de materiales que se han escrito a disposición del que quiera comprarlos, sino que los medios de comunicación, específicamente Internet, nos ofrecen múltiples variantes para acceder gratuitamente. Además de la posibilidad de contactarnos con iglesias de todo el planeta que de seguro estarán dispuestas a compartir sus dificultades y logros en materia de educación cristiana, como así también el acceso a Centros de Capacitación, Institutos, Seminarios Teológicos y Universidades, por mencionar algunas instituciones involucradas en la cuestión.
El tema es que estas posibilidades están al servicio de nosotros en la medida que nos sensibilicemos a las necesidades de la gente con las que tratamos. De nada sirve conseguir buenos materiales que no fueron pensados para nuestra gente, ni responden a las necesidades de las personas con las que tratamos.
Nuestra meta es forjar un carácter conforme al corazón de Dios en las personas que han decidido servir a Cristo, y no dar un material que está “de moda”, que es “sofisticado”, o simplemente nos queda “más cómodo” que buscar otro. Por eso nuestra labor consiste en atender a las necesidades a partir de un material adaptado a estas.
Conclusiones
A modo de conclusión podemos decir que el discipulado, como proceso, requiere de ciertas atenciones a tener en cuenta que van más allá de materiales de discipulado. Se trata de idoneidad, compromiso, esfuerzo, dedicación, interés por el otro, entrega a Dios, etc. que se resumen en ser discípulos de Jesús y no simples disciplinados.
Por eso consideramos que un curso de discipulado no debe desentenderse de estas cuestiones, sino darle especial atención.
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Nótese que hablamos de la obediencia a la Palabra y no simplemente del conocimiento de esta, ya que como dice Santiago, debemos ser “hacedores y no oidores” [Stgo. 1:22]. Es por eso que consideramos meritorio llevar a la práctica la Palabra y no únicamente conocerla.
Diccionario Ilustrado Océano de la Lengua Española. Barcelona, editorial Océano, s/f. pp. 605.
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Enviado por: | Noelia Gimena Potschka |
Idioma: | castellano |
País: | Argentina |