Economía y Empresa


El crack de 1929


CAPÍTULO I

Ilusión, esperanza ilimitada y optimismo.

El último mensaje sobre el estado de la unión enviado por el presidente Coolidge al congreso el 4 de diciembre de 1928 transmitía ilusión, esperanza ilimitada y optimismo al destacar las respectivas favorables por las que atravesaba el país. Así lo muestran las cifras: las empresas manufactureras pasaron de 183.000 a 206.700 en 4 años, el valor de la producción total aumentó en 7`2 miles de millones de dólares. Sin embargo, posteriormente el presidente sería acusado de no prever la catástrofe que se avecinaba.

En una época en la que los negocios eran prósperos y ser hombre de negocios significaba una suerte, afloró en el pueblo americano un asombroso deseo por hacerse ricos con el mínimo esfuerzo. Se podía considerar el boom inmobiliario de Florida como la 1ª manifestación importante de dicho afán. Cualquier americano conocía a algún afectado por el final de este movimiento especulativo, no obstante, la creencia en un enriquecimiento rápido gracias a que la Bolsa aumentaba día a día.

Hubo motivos para que se produjera dicha especulación ya que las perspectivas eran favorables: ganancias crecientes de la sociedad y además, durante los primeros años los precios de los valores eran razonablemente bajos y los beneficios atractivos pero, no se puede precisar cuando comenzó la expansión de la Bolsa.

Así, comenzaron a subir los precios de los títulos pero también hubo algunos retrocesos cíclicos. Fue en 1927 cuando la escalada de los precios de los valores comienzan a ser firmes y, a pesar de que no se generan beneficios amplios éstos dan la impresión de ser estables pues sólo 2 de los índices mensuales de 1927 no señalan aumentos, cortando el mercado con un número considerable de votos.

En 1925 Inglaterra vuelve al patrón oro y a la paridad oro-dólar-libra. Seguramente la grandeza de la libra impresionaba más a Churchill que las consecuencias que traería. Durante éstos años, los precios arrastran la inflación de la guerra por lo que Inglaterra se convierte en un lugar poco atractivo para los extranjeros y al mismo tiempo es un excelente mercado al que vender. Esto supone el inicio de la crisis interior y de la Balanza de Pagos británica.

Al mismo tiempo, el oro de Europa e Inglaterra escapa a EE.UU. que ofrece buenos precios y elevadas tasas de interés. Por ésta razón, en 1927 los gobernadores de los principales bancos europeos, Schacht, Rist y Norman viajan a EE.UU. para discutir sobre la urgente necesidad de arbitrar una política monetaria más fluida. La Reserva Federal fue complaciente y el tipo de redescuento del mismo se redujo de 4% - 3`5%.

Este acto tuvo una consecuencia inmediata pues se compraron valores gubernamentales en cantidades considerables permitiendo a sus vendedores constituir una importante masa de ahorro. Esta medida adoptada por el sistema de la Reserva Federal fue calificada por algunos como la más vasta y funeraria operación jamás realizada por el sistema.

Los fondos liberados por la Reserva Federal fueron invertidos en acciones ordinarias ó incluso pasaron a formar una masa de dinero disponible para financiar la compra de acciones ordinarias por otros. Equipado con éstos fondos el público se precipitó sobre el mercado.

A partir de entonces, según el Profesor Lionel Robins de “London School of Economics” se perdió totalmente el control de la situación. El punto de vista según el cual la acción de la Reserva Federal en 1927 fue el factor responsable de la especulación y colapso subsiguiente no ha sido refutado hasta el momento. Por otro lado, hay razones que la hacen atractiva sin aceptación ya que exime al pueblo y al sistema económico americano de cualquier culpa. Se responsabiliza por otro lado a aquellos que se dejaron guiar por extranjeros y se da por supuesto que siempre que el público tenga dinero suficiente se tenderá a la especulación. Algo nada más lejos de la realidad, ya que en otros momentos de la historia han habido créditos abundantes y más baratos que en el período 1927-1929 y la especulación no fue relevante. Tampoco fue incontrolable la situación después de 1927; únicamente quedó fuera del alcance de unos hombres que no querían de ninguna manera controlarla.

Hasta comienzos de 1928, incluso las mentalidades más conservadoras, todavía creían que el alza de las acciones ordinarias tenía que ver con el beneficio de las sociedades y consideraron con agrado posteriores incrementos pensando que la política fiscal de la Administración sería prudente. Pero inmediatamente se apreció el cambio en la naturaleza del auge. Comenzó la escapada en masa al mundo de lo irreal, componente fundamental de la verdadera orgía especulativa.

Pero aún fue necesario tranquilizar a quienes tenían algún contacto con la realidad, y los procedimientos para procurar aliento y confianza (inventar el símil del auge de Florida) alcanzaron con el tiempo la categoría de profesión.

En 1928 comenzó el desmedido auge. Los meses de invierno fueron más bien tranquilos en el mercado pero después la Bolsa comenzó a subir a grandes saltos. A veces caía estrepitosamente pero al poco tiempo se recuperaba y volvía a subir todavía más alto. En marzo el índice de valores industriales del Times ganó casi 25 puntos; ganando algunos de 10- 20 puntos en una sola sesión. El día 12 de marzo los valores Radio (para muchos verdadero símbolo especulativo) ganaron 18 enteros; al día siguiente perdieron 20. Posteriormente experimenta un aumento de 15 y un retroceso de 9 enteros. Unos días más tarde, tras una emocionante sesión ganaron 18. Así, la euforia de los grandes profesionales de contratación llegó a cotas nunca alcanzadas hasta entonces.

Pero incluso los más fervorosos devotos de la doctrina del mercado libre creen en la existencia de hombres importantes con gran influencia sobre el mercado. De ser cierta ésta suposición podríamos señalar a John J. Raskob como su figura más relevante. Era uno de los directores de General Motors, en estrecha alianza con el clan Du Pont; y pronto pasaría a ser presidente del Comité Nacional Demócrata.

El 23 de marzo de 1928 Raskob habló de las extraordinarias perspectivas en las ventas de automóviles y de la participación que en éstas tendría General Motors. Tal era el “poder mágico de su nombre” que sus palabras propulsaron al mercado. El mismo día 24 General Motors ganó casi 5 enteros y dos días después se situaba en 199. La impresionante expansión de General Motors favoreció incluso una explosión de las cotizaciones a lo largo de la lista de valores.

Otro de estos hombres fue William Crapo Durant; organizador de General Motors que tras ser despedido en 1920 se dedicó plenamente a la Bolsa después de un periplo por la industria del Automóvil. También cabría nombrar a los siete hermanos Fisher y Arthur W. Cutten.

Durante las 3 primeras semanas de junio las pérdidas fueron casi tan grandes como las ganancias de marzo. El día 12 de este mes cambiaron de manos 5.052.790 títulos por lo que el ticker (indicador telegráfico de valores), se retrasó casi 2 horas. Algunos periódicos de New York anunciaban el fallecimiento de la Bolsa, pero en julio hubo una pequeña ganancia neta y en agosto la tendencia alcista aumentó de ritmo.

Ni las conjeturas políticas procedentes de las campañas electorales lograron inquietar a los inversores. El republicano Hoover resultó elegido por abrumadora mayoría, el cual en sus memorias dijo que ya en 1925 comenzó a preocuparse por la creciente marea especulativa; preocupación que se fue transformando en alarma y temor. Los esfuerzos por llevar a las prácticas sus pensamientos fueron continuamente frustrados por Coolidge y el Consejo de la Reserva Federal. Paradójicamente su elección supuso un incremento jamás registrado en la contratación de valores: el 7 de noviembre se vendieron 4.894.670 títulos, el día 16, 6.641.250, superando el record del 12 de junio, con una ganancia en el índice industrial del Times de 4`5 puntos, el 20 de noviembre la contratación fue de 6.503.230 títulos en otra impresionante sesión.

Pese a un diciembre no muy bueno, el año cerró con un aumento en el índice industrial del Times de 86 puntos (de 245 a 331). Radio sube en 1928 de 85 a 420, Du Pont de 310 a 525, Montgomery Ward de 117 a 440 y el volumen alcanzado en la contratación de valores registró la cifra de 920.550.032 (Bolsa de New York). Pero este año, también surgió otro dato en el que se reflejaba la situación del mercado, el aumento de las operaciones a plazo con fianza.

Mediante este sistema el comprador adquiría un derecho absoluto sobre su propiedad en una operación de venta incondicional, librándose de hacer efectivo el precio de compra mediante la cesión de sus títulos como garantía por el préstamo que permitió pagarlos. El comprador obtiene todos los beneficios derivados de un eventual incremento del valor de sus acciones y además, los dividendos derivados de los títulos comprados.

Pero en aquella época los dividendos a menudo eran muy inferiores al interés del préstamo pues oscilaban entre nada, 1 ó 2%; en cambio el interés de los préstamos solía situarse entre un 8 y un 10% e incluso más. El especulador se desprendía de todas las ventajas inherentes a sus títulos excepto la concerniente a la posibilidad de un aumento de capital.

Los bancos suministraban los fondos a los agentes de cambio, éstos a los clientes y las garantías regresaban de nuevo a los bancos. La fianza, cantidad al contado que el comprador suministraba al agente, además de los títulos, para respaldar y proteger el préstamo contra posibles pérdidas y que debía ser aumentada si el valor de los títulos, que sirven como garantía, disminuyesen, reduciendo en consecuencia la protección que se procuran, se calculaba su esfuerzo.

El sistema procuraba comodidad al especulador y facilitaba la especulación y dichos préstamos se convertían en un auténtico índice con el cual medirla.

A principios de los años 20 el volumen de dinero suministrado a través de estos préstamos, oscilaba entre 1000 y 1500 millones de dólares; a comienzos de 1926 la cifra se situaba en 2500 millones de dólares. El día 1 de junio de 1928 los préstamos alcanzaron los 4000 millones y 5000 el 1 de noviembre. Al finalizar el año el volumen ascendía a 5.722.258.724 dólares.

La gente acudía en masa a comprar títulos a plazo con fianza. Los bancos de New York se hicieron cargo de los costes de propiedad al tiempo que se convertían en agentes de los prestamistas de todo el país e incluso de todo el mundo. Paradójicamente, la especulación en valores permite que los préstamos que las hacen posible sean una de las inversiones más seguras ya que están cubiertos por títulos (que pueden ser vendidos en cualquier momento) y además por una fianza monetaria. Dichos préstamos se situaban a comienzos de 1928 al 5% alcanzando la última semanas del año el 12%.

Por ello, hombres de todo el mundo dirigieron su dinero a Wall Street con el objetivo de financiar éstas operaciones y las sociedades preferían colocar su capital activo en estas operaciones antes que en su propia empresa e incluso algunas preferían financiar la especulación antes que producir bienes. Así, los bancos pedían prestado al 5% a la Reserva Federal y lo prestaban en el call market en un 12%.

CAPÍTULO II

¿Era necesario hacer algo?

Ante estas desmedidas actividades especulativas, 1929 quedó predestinado a convertirse en un año relevante, ya que todas las explosiones especulativas tarde o temprano llegan a su fin y cuando los precios dejasen de subir, las compras a plazo con fianza carecerían totalmente de sentido; todos querrían vender y el mercado se derrumbaría irreludiblemente.

El planteamiento de la necesidad de hacer algo comenzó a rondar las cabezas de algunos de los responsables. Pero algunos necesitaban que continuase ya que gracias a ello se atiborraban de dinero y para aquellos que se dieron cuanta el cómo actuar suponía un serio problema; pocos creían en las posibilidades de un descenso progresivo. La verdadera alternativa estaba entre un desplome inmediato o un desastre posterior.

Entre los verdaderos responsables, el presidente Coolidge no sabía ni se preocupaba por lo que estaba sucediendo. El Secretario del Tesoro, Andrew W. Mellon, era partidario de no intervenir, de modo que la responsabilidad paso al Consejo de la Reserva Federal y a los Bancos del Sistema. La historia de aquellos tiempos prefiere calificar a las autoridades de la Reserva Federal de impotentes más que de inconscientes o perversos.

Los instrumentos tradicionales de control consistentes en operaciones de mercado abierto y manipulación del tipo de redescuento resultaron poco menos que inútiles. Las operaciones de venta en 1928 y 1929 de bonos encaminados a absorber la disponibilidad de los fondos que estaban alimentando el mercado, apenas produjeron afectos sobre el mercado.

El otro instrumento de la política monetaria, el tipo de redescuento, era del 5% en enero de 1929 en el Banco de la Reserva Federal de New York y el tipo de los préstamos destinados a financiar las operaciones a plazo con fianza en la Bolsa que oscilaba entre el 6 ó el 12%. Los bancos comerciales solicitaban préstamos a los Bancos de la Reserva a esta tasa para poder satisfacer préstamos por encima de lo que permitían sus propios recursos.

Sólo si se hubiese incrementado fuertemente el tipo de redescuento estas operaciones hubiesen dejado de ser provechosas para los bancos, pero esta medida sería impopular ya que no sólo habría afectado a los especuladores sino que hubiera elevado el tipo de interés de los demás consumidores.

El 14 de Febrero de 1929 el Banco de Reserva Federal de New York propuso aumentar la tasa de redescuento del 5 al 6%. El Consejo de la Reserva Federal consideró que esta medida sólo tendría efecto en los prestatarios ordinarios. El presidente Hoover se decantó del lado del consejo y contra el Banco de New York y el tipo no subió hasta finales del verano.

La inactividad de las autoridades encontró otra excusa en la llegada de los ya mencionados fondos de sociedades y particulares. Algunas sociedades llegaron a vender sus valores para utilizar los fondos así obtenidos en la concesión de préstamos en el mercado de valores. La Reserva Federal daba por supuesto que no tenía influencia sobre esta oferta de fondos.

Pero ésta pudo haber actuado, y a ella hay que señalar como la única responsable de su propio desamparo. Se pudo haber solicitado del Congreso poderes para detener las operaciones a plazo ó para poder regular las fianzas que pese a no ser bajas (45 ó 50% del valor), una fianza de 75% hubiese obligado a vender incluso a algunos poderosos especuladores. Incluso una seria denuncia de los especuladores y la especulación ó un aviso de que el mercado estaba demasiado alto habría sido suficiente. Pero la posibilidad de un efecto devastador mantenía cerrados los labios de los responsables por el miedo a las consecuencias que sin duda recaerían sobre quien pronunciase dichas palabras.

Mientras tanto, parecía que se iba a subir a lo más alto antes del salto al vacío. En enero el índice industrial del Times señalaba una ganancia de 30 puntos y en cinco días diferentes se llegó a alcanzar la cifra de 8 mill. De acciones negociadas.

El 2 de febrero el Consejo se decidió a escribir una cara dirigida a los Bancos del Sistema y de nuevo el día 7 del mismo mes una tímida nota advertía al público. Estas medidas persuasivas que posteriormente fueron calificadas de “persuasión moral”, junto con la noticia de una subida en un punto del tipo de interés en Gran Bretaña, sólo consiguieron detener el auge unos días, ya que el mercado volvió a recuperarse de las consecuentes caídas iniciales.

La llegada de marzo de 1929 estuvo precedida por las palabras de Coolidge en las que hacía referencia a la baratura de los títulos y la buena salud económica del país. Durante las dos semanas siguientes a la toma del poder asumida por Hoover el mercado continuó su enérgica escalada.

Hacia final de mes se conoció la noticia de que el Consejo se reunía diariamente en Washington y los periodistas no conseguían ninguna revelación sobre el tema de las reuniones. El 25 de marzo la incertidumbre irrumpió en el mercado, el silencio de Washington provocó las ventas en el mercado, valores importantes perdieron 12 ó más enteros, el índice industrial del Times retrocedió 9`5 puntos y los bancos disminuyeron sus préstamos a las operaciones a plazo con fianza y aumentaron el tipo de interés de sus créditos bursátiles al 14%. El día siguiente fue aún peor, con pérdidas de 20 y 30 enteros; los agentes enviaban sus telegramas a sus clientes solicitando un aumento de las fianzas. En la mañana del 26 de marzo el tipo de interés del call money llegó al 20%.

Parecía ser el principio del fin. La intervención de personas partidarias del auge evitó que, de momento, esto sucediese. El más relevante de estos personajes fue Charles E. Mitchell, uno de los Directores del Banco de Reserva Federal de New York, que además estaba a la cabeza de uno de los más importantes bancos comerciales. En una intervención a la prensa el mismo día 26, reclamó la necesidad de actuar aún a costa de contravenir la advertencia de la Reserva Federal, para evitar la crisis del mercado y anunció que el National City Bank prestaría dinero para cubrir las eventuales liquidaciones y que incluso pediría prestado al Banco de la Reserva Federal de New York. Todo lo contrario a lo que el Consejo de la Reserva Federal había aconsejado hacer.

La intervención de Mitchell, junto con el posterior silencio de la Reserva Federal, tuvo un efecto tranquilizador inmediato. El mismo día 26, al acabar la sesión, los tipos se estabilizaron y el mercado experimentó una ligera animación.Mitchell recibió críticas por su intervención pero aún más críticas recibió la Reserva Federal por la suya, a pesar de que ésta no pudo ser más tímida.

Mitchell ganó la partida a la Reserva Federal y esta abandonó la escena dejando únicamente sobre el tapiz una ligera inquietud ante una posible intervención suya, pero esta había decidido desentenderse de toda responsabilidad.

En agosto se acordó la subida al 6% de la tasa de redescuento, medida que solamente afectó al mercado un día. No había motivo de preocupación por aquél entonces ya que la mayoría de los responsables, el presidente Hoover entre ellos, había decidido permanecer al margen.

CAPÍTULO III.

In Goldman, Sachs We Trust”.

El año del crac comenzó en Wall Street únicamente con la preocupación por la política monetaria de la Reserva Federal. El fervor por la adquisición de valores llegó hasta tal punto, que pese a existir una gran oferta, la demanda los convirtió en un bien escaso. La imaginación de la época se desbordó creando compañías y sociedades con valores que vender. Así mismo se produjeron concentraciones y fusiones de sociedades, con las consiguientes emisiones de nuevos títulos para financiar las concentraciones orientadas a unificar sociedades distribuidas por la geografía del país y conferirles una nueva y dinámica administración centralizada. Los holdings (servicios al público) y las cadenas generales corporativas (cines, almacenes, tiendas…) emitían títulos con el objeto de continuar su expansión, siendo una de las más relevantes de aquel momento Montgomery Ward.

Algunas compañías se crearon con el único objetivo de capitalizar el interés público hacia las industrias con amplios horizontes y también para justificar la emisión de nuevos títulos. En algunos casos el único activo de estas compañías consistía en su excelente porvenir.

De todos modos el auge económico del 29 se fundamentó en industrias y empresas reales y verdaderamente existentes donde el papel jugado por estas nuevas y prometedoras empresas no fue muy relevante.

Los trusts de inversión mobiliaria fueron el instrumento más significativo de este mecanismo especulativo. No promovían nuevas empresas ni la ampliación de las existentes, únicamente servían de intermediarios entre el público y las compañías estadounidenses. Además posibilitaban un volumen de valores en circulación mayor que los activos reales de las empresas y esta fue la maniobra que propició su expansión.

En un principio, los primeros trust norteamericanos funcionaban como verdaderas agencias de administración y tutela, basaban su actividad en un riguroso estudio del mercado y se caracterizaban por su cautela y prudencias. Pero todo esto empezó a desaparecer conforme avanzaban los años veinte. Se convirtieron en sociedades anónimas de inversión que vendían sus valores a particulares e invertían las ventas donde más les convenía.

Su inscripción en la Bolsa de New York no se permitió hasta 1929 y se exigía una inspección previa; la mayoría se negaba y esto fue interpretado como una precaución y en nada afectó a la excepcional confianza en ellos.

En 1928 aparecieron 186 nuevos trusts y 265 en 1929. En ese mismo año vendieron 3.000 millones de dólares en títulos y su activo se calculaba en 8.000. Aparecieron patrocinados por bancos, agencias de cambio e incluso otros trusts. El precio de los valores emitido negó a ser incluso el doble del de propiedad a que hacían correspondiendo esta sobretasa al valor que para la comunidad representaba la excepcional pericia de estos “genios”.

Conscientes de la reputación adquirida no dudaron en aumentarla, y de este modo, profesores de diversas universidades del país y de un reconocido prestigio pasaron a dirigir y asesorar dichos trusts. La historia posterior de las compañías dio a entender que la intervención de aquellos expertos no fue en muchos de los casos acertados.

Ante un abanico tan amplio de ofertas, el problema residía en la elección por parte de los inversores entre un trust “bueno” y un trust “malo”.

En 1929 los trusts venían también caracterizados por el llamado “mecanismo de la palanca”. Se hablaba así de trusts de alta-palanca, baja-palanca, ó trusts sin palanca. La expresión hacía referencia a que un leve movimiento en un lado producía un gran efecto en el otro. El capital del trust (compuesto por obligaciones, acciones preferentes y acciones ordinarias) invertido podía incrementarse en un 50% en el primer semestre del 29, las obligaciones y las acciones preferentes, con un rendimiento ya especificado, no sufrían alteraciones y de este modo eran las acciones ordinarias las que conseguía un aumento espectacular. Si estos títulos ordinarios fuesen a su vez detentados por un segundo trust, las acciones ordinarias del segundo trust aumentarían su valor astronómicamente y así sucesivamente.

La rapidez con que empezaron a patrocinarse trusts, que así mismo patrocinarían otros trusts, fue impresionante.

La llegada del crac puso de manifiesto que esas espectaculares progresiones geométricas podían igualmente convertirse en catastróficas cuando el mecanismo se accionaba con una maniobra en el otro lado de la palanca.

De los muchos trusts surgidos en la época, merecía una especial atención la Compañía de Goldman y Sachs. Su incorporación al negocio de los trusts de inversión fue más bien tardía. Así el 4 de diciembre de 1928 patrocinaban la Goldman, Sachs Trading Corporation con una emisión de 1.000.000 de acciones a 100 dólares adquiridas por Goldman, Sachs and Company. Seguidamente vendieron el 90% de las acciones ordinarias al público por 104 dólares. En febrero, éstas acciones se pagaban a 136`50 el día 2 y a 222`50 el día 7. Fue un alza motivada en gran parte por el propio entusiasmo de la compañía en sus propias acciones ya que llegaron a comprar importantes cantidades de las mismas. Tras una fusión con otro trust en febrero y un período de preparación para nuevas y magnánimas actividades, presentan la Shenandoah Corporation, con una emisión inicial de 102.500.000 de dólares, ya de acciones ordinarias y preferentes (utilizan las ventajas de la “palanca”) divididas en 5 millones de acciones de las que Trading Corporation adquirió dos.

Los valores ofrecidos llegaron a alcanzar ocho veces y una fracción su valor, y otras posteriores hasta 7 veces su valor nominal. En los días del desastre se pagaban a 50 centavos. Sólo 25 días más tarde aparece Blue Ridge Corporatión patrocinada por Shenandoah, con una participación en sus acciones ordinarias de más del 86%, con la novedad de poder cambiar acciones de otras compañías por las suyas. En total, las operaciones de Goldman y Sachs, superaban la cifra de más de 250 millones emitidos en acciones en menos de un mes. Dos días después del nacimiento de la Blue Ridge, se adquirió un trust por parte de Goldman, Sachs Trading Corporation, dueño asimismo de otros pequeños trusts y un banco comercial.

Durante agosto y septiembre, extraño era el día en el que no se constituía un trust superando los 600 millones de dólares de las ofertas de valores de trusts de inversión en este último mes.

CAPÍTULO IV.

Crepúsculo de la Ilusión.

La actividad del verano de 1929 fue frenética. A la gran expansión de los trusts se unieron alzas increíbles en el mercado de valores; en los tres meses de verano el índice industrial del Times ganó 110 puntos (de 339 a 449), sólo en junio. Fue de 52 puntos. Todo el año 1928 registró una ganancia de 86`5. Los valores individuales registraban comportamientos increíbles y la negociación en la bolsa de New York oscilaba entre los cuatro y cinco millones de títulos diarios.

Sin embargo, y pese a que Wall Street seguía dominando claramente el mercado, otros mercados menores experimentaron un auge inusitado. Nuevos y apasionados títulos, como los de Shenandoah y Blue Ridge, se negociaban en el Curb ó en Boston (muchas de ellas no se arriesgaban a contestar el formulario previo a la inscripción en Wall Street). A las ciudades que no propusieron la creación de su propio mercado se las considera retrógradas.

Los préstamos bursátiles se incrementaban en 400 millones cada mes; la cifra total al final del verano superó los 7000 millones. Las críticas de quienes pensaban que estos préstamos facilitados por los agentes de cambio tenían que ver con el volumen de las compras con fianza, lo cual propiciaba la desmedida especulación, fueron acalladas enérgicamente. El Midland Bank de Cleveland aseguró después de ciertos estudios que estos préstamos únicamente llegarían a ser peligrosos si alcanzasen la cifra de 12 billones.

Los optimistas del momento eran muchos y variados, y la mayoría muy elocuentes. El prestigio también formaba parte de muchos de ellos, entre estos el eminente profesor Irvig Fisher, de Yale y la Hardvard Economic Society que emitía regularmente informes de la situación. Incluso los banqueros dejaron a un lado su habitual pesimismo y empezaron a formar parte activa en esta ola de optimismo.

La prensa también contribuyó a la divulgación de dicho optimismo. Algunos periodistas incluso comenzaron a cobrar dinero por informaciones privilegiadas que supuestamente obtenían en el ejercicio de su profesión.

Ante esta avalancha de optimismo aquellos que en algún momento osaron emitir algún comentario desfavorable recibía críticas, a pesar de que en su mayoría indicaban seguidamente que lo hacían no sin temor ni angustia. Entre ellos figuraba el prestigioso Paul M. Warburg del International Aceptance Bank que llegó a alentar a la Reserva Federal con el fin de que detuviese la orgía especulativa que según él, conduciría a una depresión general a todo el país. Warburg fue calificado de saboteador de la prosperidad.

La prensa financiera especializada, tampoco se dejó llevar por la nube especulativa. Los servicios como los de Poor o los de la Standard Statistics, calificaron la situación de “gran espejismo de las acciones” ó consideraban que en Wall Street se había “perdido la cabeza”. El New York Times fue, si cabe, el mayor de los escépticos, eran constantes sus referencias a un seguro juicio final financiero. En los anteriores recesos del mercado incluso llegó a firmar que este fin había llegado. El verdadero crac no fue recibido con alegría en el Times pero sí con una total ausencia de pena.

En el verano del 29 Steel United Corporations y otros, ocupaban el tema central de conversaciones entre personas que desconocían el mercado de valores y los agentes de cambio ó consejeros de inversión aparecían rodeados de artistas, poetas, y bellas mujeres. La prensa hacía referencia a un ama de casa moderna que “lo mismo hacía la compra que invertía en Steel”, aunque en realidad para ellas Steel tenía más que ver con un precio que subía en un mapa que con minas, barcos, etc.

Una Comisión senatorial realizó una investigación años más tarde en la que 29 entidades bursátiles de 1929 arrojaban la cifra de 1.548.707 clientes (la población de EE.UU. era de 120 millones, unas 29 ó 30 millones de familias). Sólo unas 600.000 cuentas eran a plazo, según las casas de cambio (cifra en cierto modo duplicada ya que un buen número de especuladores tuvo cuentas con más de un agente) y unos 950.000 clientes eran de pago al contado (aunque algunos de estos pidiesen prestado fuera del mercado).

Las operaciones de estilo pool y sindical -manipulaciones- también tuvieron su hueco en 1929, más de un centenar de emisiones en la bolsa de New York lo fueron y en ellas participaron los miembros de la Bolsa ó sus socios. Diversos miembros “sindicaban” sus recursos para elevar un determinado valor. Las operaciones de compra elevaban el precio y atraía al público, además, informes confidenciales y comentaristas bursátiles no dejarían de hablar de las excelentes perspectivas.Si la operación salía como se esperaba, el público acudía a comprar y los precios subirían. El resto de la emisión se liquidaba y se repartían los beneficios.

La creencia de que el mercado dependía cada vez más de estas manipulaciones fue en aumento. Para los especuladores la detección a tiempo de algún pool era sustancialmente importante y no perdían de vista las evoluciones de la cinta. Las oficinas de los agentes de cambio se abarrotaban, el ticker service se extendió por todo el país, incluso las entidades de cambio instalaron dependencias a bordo de grandes trasatlánticos.

El día 3 de septiembre se negociaron 4.438.910 acciones en la Bolsa de New York, los préstamos a 24 horas (call money) se pagaron al 9%, el tipo de descuento bancario fue del 6`5% y el de redescuento en el Banco de la Reserva Federal de New York el 6%. El mercado se mantuvo firme; American Tel and Tel alcanzó 304 enteros, U.S. Steel 262, General Electric 396, Radio Corporation of America subió a 505. Las cifras de los préstamos de los agentes alcanzaron los 137 millones en la última semana y los Bancos de New York solicitaron préstamos de la Reserva Federal por valor de 64 millones, para satisfacer su demanda. La entrada de oro extranjero a New York en agosto había sido considerable.

Pero el 3 de septiembre significó también el fin del gran mercado alcista de los años veinte. En los días siguientes el mercado no volvería a mostrar su firme confianza.

El día 4 todavía se mantuvo un buen tono; el día 5 el mercado comenzó a bajar. El índice industrial del Times bajó 10 puntos, Steel bajó 9 enteros, Westinghouse 7 y Tel and Tel 6, se apresuraron las ventas y consecuentemente la contratación se situó en 5.565.280 acciones.

Los comentarios al respecto volvieron a surgir (entre ellos uno de los más contundentes fue el de un erudito y meticuloso Roger Babson) y como a otros anteriores, se les dispensó la misma atención.

Tras una efímera recuperación, el 9 de septiembre volvió a producirse otro retroceso, los días siguientes la curva produjo algunas oscilaciones pero empezaba a definir su trayectoria.

Aún se constituyeron nuevos trusts, nuevos especuladores llegaban cada día al mercado y los préstamos bursátiles seguían aumentando, pero aquello era el principio del fin.

CAPÍTULO V.

El Crac.

Una teoría más aceptada sobre los sucesos de 1929, basa dichos sucesos en el hecho de que la economía decreciese. El índice de producción industrial bajo nueve puntos de junio a octubre, también descendió la producción de acero y el transporte por ferrocarril. La industria de construcción de viviendas acabó en bancarrota. El mercado de valores según este criterio no hizo otra cosa que reflejar la situación económica. Pero esta recesión económica hasta septiembre u octubre era muy ligera, no había razones para pensar que no se pudiese dar la vuelta a la situación, lo cual tampoco dio motivos para pensar en el desastre. Después del crac, aparecieron argumentos suficientes para justificarlo y para suponer una situación peor todavía.

Dos sucesos acaecidos en otoño de 1929 han sido relacionados con el crac. El primero, fue la quiebra y descubrimiento de la estafa de las empresas de Clarence Hartry en Inglaterra (un imperio levantado sobre un negocio de maquinas tragaperras fotográficas y de venta de artículos), ocurrido el 20 de septiembre y que se cree que minó la confianza en los negocios de la Bolsa de New York. El segundo, fue una decisión del Departamento de Servicios Públicos de Massachusetts que negaba la solicitud de Boston Edison para partir su papel, argumentando que los movimientos especulativos habían hecho subir su precio a un nivel poco razonable. Según esta teoría, éste fue el punto de partida para que muchos pensasen que el auge había tocado techo.

Pese a todo, la Bolsa de New York seguía registrando volúmenes de contratación muy altos en septiembre; los préstamos bursátiles aumentaron casi 670 millones y la prensa publicaba a diario, reportajes y declaraciones de los nuevos magnates del sistema como I. Krenger, Samuel Insull y Mitchell, y de reconocidos eruditos como Irving Fisher que pronosticaban nuevas altas

El domingo 20 de octubre los periódicos hacían referencia al descenso de las operaciones a plazo, pues el importante descenso del valor de las acciones los días anteriores hacía insuficiente las fianzas depositadas. Por otro lado hablaron de que el mercado comenzaría a recibir un “sostén organizado”, frase que cobraría fama en días posteriores y que significaba que hombres poderosos se organizarían para mantener los precios.

El lunes 21 llegó con ventas que superaron los 6 millones. El ticker se retrasó más de una hora y la incertidumbre creada impulsaba a la venta. Al final de la jornada el mercado recuperó parte de las pérdidas y el martes se registraron algunas ganancias. El mercado mostraba una tímida capacidad de recuperación. Fisher argumentaba sus declaraciones explicando que el mercado no reflejaba aún los beneficios de la prohibición, que había transformado al trabajador, haciendo más productivo y digno de confianza. Babson aconsejaba vender y comprar oro.

El miércoles 23 desapareció de un plumazo la tímida recuperación y se registraron fuertes pérdidas. El índice de valores industriales bajo 31 puntos, desapareciendo así las ganancias desde finales de Junio. La prensa habló de que la mañana siguiente se comenzaría a apreciar el “sostén organizado”.

El jueves 24 de octubre de 1929 pasaría a la historia como El Jueves Negro. Tras un breve comienzo en el que los precios se mantenían firmes, una oleada de ventas inundó el mercado y muchas de estas ni si quiera encontraron comprador. Únicamente cuando el desplome fue vertical surgieron las pujas. Ése día llegaron a realizarse 12.894.650. trasferencias. El ticker volvió a retrasarse, y a las once el colapso era total. En aquellas salas del país con indicadores, los títulos piloto reflejaban las espantosas caídas. La incertidumbre no hacía sino impulsar aún más si cabe las ventas, muchos vendieron todo y se retiraron ante su imposibilidad de incrementar sus fianzas. El pánico atravesó los muros de la Bolsa y la gente se apiñaba en la calle para ver que pasaba. Las Bolsas de Chicago y Buffalo cerraron y comenzaron a producirse los suicidios de algunos especuladores.

A las 12 del medio día se conoció la noticia de que se había convocado una reunión en las dependencias de J.P. Morgan and Company, donde se dieron cita los financieros más poderosos de la nación, que en poco tiempo decidieron aunar recursos para sostener el mercado; había aparecido el sostén organizado. Se autorizó a los periodistas a que difundiesen la noticia de que los banqueros habían resuelto restaurar la situación. La noticia de la reunión se hizo sentir inmediatamente en la Bolsa y los precios comenzaron a subir.

A la una y treinta minutos apareció Richard Whitney, vicepresidente de la Bolsa y Agente del clan Morgan ofreciendo comprar 10.000 acciones de Steel a 205 (precio de la última venta y superior a los ofrecimientos) e hizo lo mismo con otros valores. La intervención de los banqueros hizo efecto y como era de esperar los precios comenzaron a subir.

A lo largo de la mañana se produjeron muchas stop-loss orders (órdenes de venta a un precio mínimo determinado con el fin de poner un tope a las pérdidas) y aunque siguieron llegando otras a la hora del cierre, que debilitaron el mercado, la oferta creciente de títulos hacía caer los precios, pero la acción de los banqueros había conseguido dominar la situación. El índice industrial del Times cedió únicamente 12 puntos (el día anterior había llegado a 31).El ticker acabó de emitir las cotizaciones a las siete y ocho minutos de la tarde. Charles E. Mitchell declaró esa tarde que “la crisis era puramente técnica”.

Las jornadas del viernes y del sábado parecieron confirmar la idea de que el mercado había vuelto a la calma tras la actuación de los banqueros. La contratación fue muy alta, con 6 millones el viernes y 2 el sábado; los precios se mantuvieron estables y los índices registraron un leve aumento el viernes descendiendo ligeramente el sábado. La situación parecía haber sido controlada y el optimismo volvió a hacer acto de presencia. A las declaraciones tranquilizadoras se unieron otras que consideraban que después del descenso de los precios, el valor de los títulos los hacía muy apetecibles.

CAPÍTULO VI.

Se agrava la situación.

Crisis acaecidas con anterioridad en la Bolsa de New York coincidían en que concluían una vez que éstas habían tenido lugar. En cierto modo el alcance de “lo peor” podía determinarse. En 1929 lo peor dio muestras de poder superarse así mismo. Aquellos que pudieron hacer frente a la solicitud de un aumento de sus fianzas tras las primeras caídas no tardaron en recibir nuevos requerimientos. Los que esperaban un desmoronamiento de los precios para realizar sus pujas vieron como aquellos valores “ganga” eran susceptibles de despreciarse mucho más aún.

El lunes 28 fue un día realmente triste. La contratación aunque inferior a la del jueves alcanzó la fenomenal cifra de 9 millones y un cuarto. Pero fue mucho peor. El índice industrial del Times retrocedió 49 puntos. General Electric perdió 48 puntos; Tel and Tel 34, Steel, 18. El ticker volvió a retrasarse dejando entrever las malas noticias.

La noticia de que Mitchell había entrado en las oficinas de Morgan provocó una leve reacción pero la ayuda no llegó y los precios se desplomaron vertiginosamente. Parece ser que Mitchell fue únicamente a pedir un préstamo personal.

Una segunda reunión convocada en esa misma tarde en la sede de Morgan culminó con una declaración desmoralizadora, tenían intención de organizar adecuadamente el mercado de forma que, coincidieran a un cierto precio, ofertas y demandas, pero no era su intención mantener un nivel de precios ni proteger las ganancias de nadie. El compromiso de los banqueros no podía competir con la avalancha de ventas.

El martes 29 se pulverizaron todos los registros negativos ocurridos hasta la fecha en la Bolsa de New York. Únicamente el descenso de los precios del lunes superó los de aquél día. Se transfirieron 16.410.030 títulos y muchas de las órdenes de venta ni siquiera encontraron comprador. El retraso del ticker a la hora del cierre era de dos horas y media. Al final del día se produjo una recuperación que impidió que las pérdidas fueran todavía mayores no obstante el índice industrial del Times terminó cediendo 43 puntos. Valores como Steel se hundieron a 167 recuperando al final hasta 174. Westhinghouse que el 3 de septiembre cerró a 286 abrió a 131, cayó hasta 100 para terminar cerrando a 126.

Los trusts de inversión llevaron la peor parte, pero además despejaron cualquier duda de que sus títulos acabarían hundiéndose totalmente. Goldman, Sachs Trading Corporation que cerró la víspera a 60, acabó la jornada en 35. Su patrocinado Blue Ridge que se vendió en septiembre a 24, abrió a 12 retrocediendo hasta 3 aunque finalmente consiguió recuperar algo.

La primera semana se cobró las víctimas inocentes, la segunda semana la inmensa cantidad de títulos ofrecidos junto con la imagen vacía de las salas donde se exponían las pizarras y los tickers sugería que en esta ocasión el peso de las víctimas era mayor.

Por dos veces se reunieron los banqueros el día 29, pero incluso esto había dejado de sorprender al público. Había fundadas sospechas de que incluso estos había empezado a vender. Nadie creía ya en el sostén organizado.

Las sociedades y bancos de fuera de New York comprendieron el aviso del día 24 y estos que alcanzaron cotas elevadas de prosperidad valiéndose de los suculentos tipos de interés de los préstamos bursátiles retiraron de New York una cifra superior a los 2.000 millones, a pesar de que sus fondos nunca estuvieron realmente comprometidos. Los bancos de New York por el contrario aumentaron en 1.000 millones sus préstamos evitando con ello que se uniese un pánico monetario a la situación, pues nadie hubiese podido pedir un préstamo para cubrir el descenso de los valores.

El caos acontecido aquellos días en el entorno de la Bolsa fue total. Había que pagar una prima para conseguir una habitación de hotel, los restaurantes permanecían abiertos de 15 a 24 horas, algunas empresas necesitaban de algunos días para averiguar si aún eran solventes, órdenes incumplidas en las papeleras de los agentes.

La Comisión de Gobierno de la Bolsa de New York era la única que podía tomar la decisión de cerrar la Bolsa, sus reuniones inducían al pesimismo en el mercado pero todas formas se reunió el martes 29, tras una posterior reunión celebrada por la tarde se decidió no cerrar la Bolsa, aunque se concederían algunas fiestas especiales y sesiones de corta duración. El anuncio de dichas medidas se haría público cuando el mercado se encontrase lo suficientemente fuerte como para poder encajarlas.

El miércoles 30 se produjo una reacción tan inesperada como impresionante. El índice industrial del Times recuperó 31 puntos de los 43 perdidos la jornada anterior, los precios subían constantemente y la contratación fue muy elevada.

Se cree que un discurso radiofónico pronunciado la noche del 29 por Julius Klein, subsecretario de Comercio, recordando las palabras de Hoover sobre la firmeza de las actividades económicas básicas del país, junto con el anuncio de algunas compañías de que realizaran dividendos extra y unas declaraciones de J.D. Rockefeller anunciando que estaba comprando algunas acciones convencido de la buena salud económica del país pudieron propiciar la reacción.

Richard Whitney (presidente en funciones) creyó oportuno el momento para anunciar que la Bolsa abriría el jueves a medio día y que viernes y sábado permanecería cerrada. La noticia fue felizmente acogida por el público.

El jueves 31 en sólo tres horas de sesión se negociaron más de siete millones de títulos y se produjeron aumentos importantes. El índice industrial del Times volvió a subir 21 puntos. El informe del Banco de la Reserva Federal destacó la reducción de mil millones, en la última semana de los préstamos bursátiles así como la bajada de la tasa de redescuento del 6 al 5%. Los préstamos en el call marquet parecían haberse estabilizado en el 25% e hicieron su aparición en el mercado abierto obligaciones de compra de bonos que perseguían forzar una reducción de los tipos de interés y liberalizar la oferta de crédito.

Los tres días de cierre de la Bolsa sirvieron para corregir los errores cometidos durante los colapsos de días anteriores y parecieron servir igualmente para tranquilizar los ánimos y devolver las esperanzas a juzgar por las reacciones del miércoles y el jueves. Pero la semana que estaba por comenzar únicamente se vio superada en lo negativo por la que acababa de terminar.

El lunes los valores negociados superaron los 6 millones y el índice industrial del Times retrocedió 22 puntos. La reflexión del fin de semana se decantó por la venta. El “mecanismo de la palanca”, frase tan comentada sólo dos semanas antes funcionaba ahora a la inversa haciendo añicos los valores de los trusts. El precio de sus acciones descendía a velocidad de vértigo, las acciones ordinarias quedaban sin cobertura alguna.

Cualquier comentario acerca de que alguien hubiese sido víctima del crac, servía para que sus acreedores cayesen sobre él en masa. Aquellos con necesidad de vender para hacer frente a los requerimientos de garantías descubrían que sus títulos de trust carecían totalmente de valor y no les quedaba otra salida que utilizar aquellos todavía solventes. Acciones de importantes compañías salían a la venta en cantidades desproporcionadas con la consiguiente desestabilización de sus precios.

Por otro lado los trusts otrora solventes participaron en el negocio de los call loans ó call marquet, facilitando los recursos para financiar su propia especulación. Habían invertido en otros trusts, con lo que la caída de uno de ellos azotaba violentamente a sus patrocinadores. En un intento de estabilizar sus precios invirtieron en ellos mismos. Sin conseguir ningún efecto derrocharon su liquidez en valores que continuamente se despreciaban.

El martes 5 se celebraban elecciones a la alcaldía de New York, la sesión aunque reducida alcanzó casi los 6 millones de acciones negociadas. El retroceso del índice industrial del Times fue de 37 puntos. Steel perdió 16 enteros; Otis Elevator 45.

En el exterior las noticias no eran menos desalentadoras, el efecto del descalabro empezaba a sentirse en sectores como el ferrocarril, el acero e incluso a las lonjas de contratación con terribles caídas en los precios del trigo y el algodón.

Tras una reacción del mercado en la jornada del jueves el viernes volvió a caer levemente. El índice industrial del Times perdería 50 puntos en los tres primeros día (en jornada reducida) de la semana que comenzó el 11 de noviembre.

CAPÍTULO VII.

Primera cosecha de consecuencias.

La leyenda del crac del 29 surgió casi paralelamente a los fatídicos días y el mito del suicidio forma parte de esta leyenda. Pero este mito no se corresponde nada con la realidad. La tasa de suicidios venía experimentando un aumento hasta 1929 y fue en los primeros años de la presión donde éste aumentó significativamente. Precisamente en los meses del crac y enero y febrero de 1930, la cifra de suicidios fue especialmente baja, en cambio, durante los prósperos meses de verano las cifras fueron sustancialmente más altas.

La creencia generalizada de que los especuladores frustrados poseen una elevada tendencia a la autodestrucción junto con las supuestas atribuciones de la crisis de los suicidios que se producían, parecen haber dado pie al mito. Los periódicos aportaron su granito de arena, publicando trágicos suicidios, la mayoría de los cuales tampoco correspondían con el otro mito de lanzarse por una ventana.

Aún así es cierto que importantes financieros decidieron quitarse la vida. JJ. Riordan fue tesorero durante una de las campañas del alcalde Walker y también de Al Smith. Su suicidio fue un alarde de discreción. La noticia no se conoció hasta el día siguiente a medio día con el objeto de que la Country Trust Company (de la cual era presidente y su amigo Al Smith miembro del consejo de directores) no se viera perjudicada. Se difundió el resultado de una revisión de sus cuentas en las que se mostraba que los fondos no se vieron afectados, aunque posteriormente se descubrió que Riordan estaba implicado hasta el cuello en asuntos relacionados con el mercado de valores.

Ivar Krenger se suicidó un sábado de 1932, la noticia se pospuso hasta el cierre de la Bolsa de New York.

Más relevantes que los suicidios fueron las cifras de estafas. Estas prosperaron durante la época de bonanza, cuando la entrada en masa del dinero propiciaba la confianza y la relajación. Éstas se convirtieron en recelo y sospecha con la llegada de la depresión y muchas de dichas estafas salieron a la luz.

Se ordenó la inmediata revisión de las cuentas y aproximadamente una semana después del crac, los informes de empleados que habían estafado a sus compañías ocupaban a diario las páginas de los periódicos.

La estafa más significativa fue quizás la del Union Industrial Bank, de Flint, Michigan. Varios empleados sustrajeron fondos por su cuenta descubriéndose unos a otros posteriormente, de modo que decidieron organizarse y cooperar. Se publicó que la estafa ascendió a 8.592.000 dólares.

La mayor parte de aquellos que estafaron a sus empresas en aquella época fueron personas insignificantes cuya entrada en el mercado se vio posteriormente comprometida. Pero también se descubrieron las especulaciones que Kreuger, Hopson, and Insull realizaban con el dinero de otras personas.

El 13 de noviembre el mercado alcanzó el nivel mínimo de aquél año. Significó por el momento el final de la crisis. El índice industrial del Times cerró a 224, casi la mitad de los 452 del 3 de septiembre. Durante el resto de noviembre y diciembre la tendencia del mercado fue moderadamente alcista. La contratación disminuyó considerablemente también sus cifras.

Aquel final coincidió con un anuncio por parte de la Bolsa de New York de una investigación de la especulación a la baja, con el objeto de desenmascarar a aquellos que un día atentaron el mercado con su influencia y ahora la utilizaban para precipitar su caída y sacar tajada del desastre.

El presidente Hoover ante los ya incontestables datos de cómo el crac empezaba a afectar a los “valores fundamentales del sistema económico”, anunció una reducción de impuestos y celebraba frecuentes reuniones con destacados empresarios industriales, en las que estos ofrecían a la prensa su opinión sobre las perspectivas económicas, siendo ésta en todos los casos altamente esperanzadora. Todo esto con el objeto de una contribución a la expansión de las invenciones económicas y restauración de la confianza general de Hoover fue pionero en esas reuniones de protocolo de las que no salía ninguna acción positiva pero que daban la impresión de que realmente se estaba haciendo algo. Hoover creía firmemente en ellas y además era absolutamente contrario a cualquier acción gubernamentalmente de envergadura para combatir la depresión. Algo que ningún líder político responsable se hubiera atrevido a hacer.

En 1939 el mercado inició durante los tres primeros meses una notable recuperación que se debilitó en abril y que acabó retrocediendo gravemente en junio. Hasta junio de 1932 el mercado estuvo marcado por una constante tendencia a la baja, salpicada por unas pocas excepciones.

El mercado continuó bajando hasta cifras terroríficas. El índice industrial del Times que cifró su mínimo de 1929 en 224 llegó a señalar 58 eel 8 de julio de 1932 (sólo el descenso del 28 de octubre de 1929 fue de 43). O.S. Steel que el 3 de septiembre de 1929 alcanzó las 262 bajo las 22 de aquel 8 de julio. General Motors llegó a venderse a 8, cuando llegó a alcanzar los 73. Tel and Tel pasó de 304 a 72.

Los todopoderosos trusts del auge se hundieron estrepitosamente. Blue Ridge llegó a venderse a 63 centavos Shenandoah a 50 centavos. United Founders y American Founders bajaron hasta 50 centavos aproximadamente (70 y 117 dólares el 3 de septiembre de 1929).

Sin embargo, aún siguieron siendo muchos los esfuerzos por restablecer la confianza, entre ellos los del presidente Hoover. Pero por entonces ni siquiera la actividad económica les servía de argumento. Durante la semana del 8 de julio de 1932, Iron Age anunció que las acererías habían alcanzado el 12% de su capacidad productiva.

CAPÍTULO VIII.

Segunda cosecha de consecuencia.

El crac arrasó la fortuna de muchos americanos pero también acabó con la reputación de otros tantos. No se consideraron responsables a aquellos que, durante el crac, hicieron declaraciones sobre la buena coyuntura económica pues se pensó que no eran realmente conscientes de la situación económica; sin embargo hubo algunas excepciones.

El presidente Hoover fue objeto de comentarios públicos tras sus continuas predicciones sobre la inminente prosperidad. La Harvard Economic Society se mantuvo pesimista hasta el verano del 29 para ceder después al optimismo de aquellos meses y se mantuvo en esa línea durante los dos primeros años de la depresión. Carente de credibilidad, la sociedad se disolvió algo más tarde.

Posteriormente, el profesor Irving Fisher, intentó justificar sus desatinadas observaciones e incluso sugirió que la situación se vio afecta da por “ la psicología del pánico populacho vulgar y ruín” pues éste no vendió si no que le vendieron hasta que lo liquidaron. Algo más tarde volvió a intentarlo publicando un libro, en el que consideraba las pérdidas como consecuencia de las ulteriores ganancias y que llegarían a verse reflejados favorablemente en la economía los efectos de la prohibición. El libro tuvo una escasa acogida.

Goldman, Sachs and Company consiguió rescatar a su firma de los errores cometidos con sus patrocinaciones; volvió a su anterior conducta conservadurista y sobrevivió finalmente llegando incluso a alcanzar fama por su prudencia.

El crac afectó especialmente a los dos mayores bancos de New York, el Chase y el National City, a quienes, además de sufrir la general maledicencia, acusaron de ser presididos por dos relevantes jugadores bursátiles. El National City estaba presidido por Charles E. Mitchell, uno de los grandes gurus de la nueva era, especialmente dotado para los grandes titulares. En otoño de 1929 surgieron rumores sobre su dimisión; ésta no se produjo. Además, desapareció de los periódicos durante dos ó tres años. El 21 de marzo de 1933 fue arrestado y acusado de fraude fiscal. Mitchell operó con el papel de su propio banco. En una de las operaciones de fusión bancario, de moda por aquél entonces, la oferta a los accionista Corn Exchange Bank consistía en cambiar acciones a razón de 5 a 4 por las del National ó recibir 360 dólares en efectivo (el precio del papel del National estaba por encima de 500).

Con la llegada del crac, el descenso del valor de las acciones del National, podía dar lugar a que los accionistas del Corn Exchange Bank se decantasen por la segunda opción, significando un desembolso de 200 millones para el National City. Mitchell decidió actuar y, tras obtener un préstamo de J.P. Morgan de 12 millones, comenzó a comprar papel del National City. La operación fracasó. Los accionistas del National City repudiaron la dirección y rechazaron el acuerdo con el Corn Exchange Bank por lo que Mitchell quedó debiendo a Morgan una gran cantidad de dinero.

Mitchell cobraba 25.000 dólares anuales, pero el particular sistema de incentivos del banco le proporcionó 1.316.634´14 dólares en 1928 y sólo en el primer semestre de 1929 la cifra fue de 1.008.000 dólares. Éste no hubiese tenido dificultades en vender parte del stock National City y, reducir con ello las importantes cargas fiscales que resultaban de estos y otros devengos. El stock figuraba como fianza del préstamo de J.P. Morgan, pero esto no impidió que Mitchell vendiese el stock a su mujer, compensando de esta forma todas sus responsabilidades de aquel año. Él mismo declaró más tarde en una audiencia del senado que ése fue el propósito de la operación, lo que le valió el posterior procesamiento del que fue absuelto. Pero más tarde, perdió una demanda civil por los impuesto y se le impuso por ello una multa de 1 millón de dólares.

Algo mejor parado salió Chase, cuyo Consejo de Administración estaba presidido por Albert H. Wiggin. Éste recibió 275.000 dólares de sueldo en 1929 como director de la misma. Además, dirigió otras 59 sociedades de las que recibía sus correspondientes nóminas. A todo esto hay que añadir unas cuantas compañías particulares.

Wiggin, al igual que Mitchell, manipuló los títulos de su propio banco, siendo financiadas aquellas operaciones por la misma Chase. Su participación en varias y diversas operaciones en el mercado (pool´s y operaciones a la baja entre ellas), le proporcionaron sustanciales beneficios, incluso cuando muchas otras personas lo estaban pasando mal.

En 1932, próximo a cumplir 65 años, pidió no ser reelegido. El Comité de Dirección decidió concederle un salario vitalicio en agradecimiento (al parecer a instancias del propio Wiggin). Después de su retirada, una Comisión del Senado investigó las actividades de Wiggin. Algo más tarde, él mismo renunció al subsidio.

El descubrimiento de alguien malo entre los amigos de los enemigos, ha sido siempre una herramienta muy utilizada en política. Con la llegada del New Deal del Partido Demócrata, los pecados de Wall Street se convertían en los pecados del Partido Republicano. El descubrimiento de la culpabilidad en diversos asunto de Wiggin y Mitchell se convirtió indudablemente en un gran golpe de efecto. Pero a los ojos de la gente, no era en esa parte de Wall Street donde había que buscar a los verdaderos culpables; para estos, aquellos que traficaron no sólo con su propio dinero sino con la riqueza del país operaban desde el mercado de valores.

En 1932 la Comisión Senatorial de Moneda y Banca y posteriormente una subcomisión, inició la búsqueda de aquellos culpables con sede en el mercado de valores. Pese a que posteriormente fueron los banqueros comerciales de inversiones y privados quienes quizá más sufrieron sus consecuencias, el objetivo inicial era el mercado de valores.

El 11 de abril de aquél mismo año Richard Whitney inauguró como testigo la primera audiencia. Éste se había convertido en presidente de la Bolsa de New York tras la retirada de su predecesor en 1930. La Junta de Gobierno consideró “eficiente y consciente” su gestión como presidente en funciones los días del crac. En sus declaraciones Whitney, no admitió la existencia de faltas graves en la pasadas operaciones de la Bolsa y señaló al Gobierno como responsable de los malos tiempos que acaecían. Se mostró partidario de una solución basada en reducir las pensiones y todas las nóminas gubernamentales excepto la suya, pues le parecía muy pequeña (unos 60.000 dólares, seis veces más que un senador). No se sacó nada de este interrogatorio y la Comisión dirigió su investigación hacia los famosos jugadores de Bolsa. De ésta sólo se obtuvo lo que ya se sabía, que varios de éstos se habían visto envueltos en manipulaciones para elevar los stocks. La dudosa conducta de los manipuladores del mercado no implicaba directamente la reputación de la bolsa dNueva York. Los miembros de la bolsa superaron no sin algunas dificultades las investigaciones de aquellos años y al parecer, su ética comercial durante los años veinte habría sido aceptable y en algunas ocasiones hasta rigurosa.

El 10 de marzo de 1938 el fiscal del distrito, que en su día arrestó a Mitchell, arrestaba a Richard Whitney con el cargo de hurto de mayor cuantía. Al día siguiente se le volvía a detener; ésta vez por el fiscal general del Estado de Nueva York.

Whitney resultó ser un pésimo hombre de negocios, y la acumulación de arios negocios ruinosos le obligaron continua y progresivamente a solicitar créditos para mantenerlos. Ante el terrible deterioro de su solvencia y, su necesidad de crédito, utilizó valores de otras personas colocados bajo su custodia como garantía de sus préstamos. Incluso llegó a utilizar para ello títulos pertenecientes al fondo de gratitud de la Bolsa (éste servía para hacer pagos a familiares de miembros de la Bolsa fallecidos). El 8 de marzo de 1938 se suspendió a Richard Whitney and Company por insolvencia. Whitney detalló sus actividades y renunció a su defensa.

Pese a todo, estas cantidades no se acercaban ni de lejos a las estafadas por otros Ivar Kreuger, pero la indentificación de Whitney con la Bolsa, junto al hecho de que fuese republicano y archiconservador, supuso la mayor hazaña de descrédito del New Deal.

Hasta el caso Whitney, Wall Street había permanecido firme en la convicción de su derecho al autogobierno a una sociedad fiera en general y a un mercado de valores en particular. Aquello significó el triunfo del New Deal y su teoría sobre la necesidad de regular la bolsa.

Mediante la ley sobre Títulos y Valores de 1933 y la de Contratación de Títulos y Valores de 1934 la bolsa de Nueva York y todas las demás serían reguladas por los poderes públicos, creándose la Comisión de Valores y Bolsas. A las nuevas emisiones de títulos se les exigía una completa y cabal declaración. Se prohibieron las operaciones interiores y las ventas a la baja. El Consejo de la Reserva Federal recibió competencias para regular los porcentajes de las fianzas de las operaciones a plazo. Tampoco se permitían las operaciones en pool, las ventas masivas, extender rumores confidenciales ó en formaciones claramente falsas y otros procedimientos para provocar alzas y bajas artificiales, así como todo tipo de manipulaciones.

CAPÍTULO IX.

Causa y efecto.

Después del crac llegó La Gran Depresión, que duró 10 años (la intensidad de ésta fue mayor en unos años que en otros). Hasta 1939 no se volvió a alcanzar el volumen físico de producción de 1929. Hasta 1941 el valor de la producción en dólares fue menor que el de 1929. En la década de los 30, únicamente en 1937 se consiguió bajar de los 8 millones el número de parados. En 1933 éste número llegó casi a 13 millones, uno por cada cuatro. En 1938 esta relación era todavía de uno de cada cinco.

Resulta difícil explicar las causas de la depresión. Numerosas publicaciones posteriores explicaban que se hizo mal y porqué, pero de estas contundentes afirmaciones, también puede extraerse una cierta inseguridad.

No sería coherente conceder crédito a aquellas teorías que sostienen la existencia de una evolución cíclica de la economía. Aún así muchos creían que tras una época de prosperidad era inevitable una época de penalidades, ó bien que la prosperidad se destruye a si misma dando lugar a la depresión que del mismo modo se corrige a si misma. La relativa prosperidad de los años 20 no tenía porqué llevar implícita la depresividad de los 30. Tiempos menos buenos han podido dar lugar a otros mejores ó por el contrario, han podido generar otros peores. Tampoco podríamos considerar como cierto que la economía deba de vez en cuando descansar para luego renacer. La fuerza de trabajo de 1929 podía haber mantenido su ritmo de producción e incluso aumentarla. La instalaciones habían sido renovadas y mejoradas en los años precedentes y las materias primas eran suficientes para mantener los ritmos de producción. Así mismo se había sugerido que la producción de los años 20 había superado las necesidades de los consumidores. Sin embargo, no hay pruebas de que el deseo de automóviles, ropa, viajes y hasta alimentos por parte de los consumidores estuviese saturado. Por el contrario sí se observaron indicios de que existía la capacidad para que el consumo hubiese aumentado aún más.

¿Cuáles son, entonces, las causas de la depresión?. Por un lado, la causa del descenso de la actividad económica en 1929 podría explicarse de varias maneras. Por una parte, se considera que inicialmente el creciente entusiasmo ante las perspectivas de la demanda trajo consigo un aumento del volumen de los stocks deseados. En consecuencia, se redujeron las compras con un consiguiente retroceso de la producción. Por otra parte, una opinión favorablemente acertada, considera que el fuerte aumento de la productividad por trabajador produjo beneficios que únicamente repercutieron en los bolsillos de los opulentos ya que los salarios y los precios permanecieron relativamente estables. El destino de estos beneficios, que en parte alimentaron el auge del mercado de valores, recayó en su mayor parte en importantes inversiones de capital. El aumento del gasto en viviendas, coches, mobiliario etc. fue del 5`9% mientras que los bienes de consumo no duraderos sólo aumentaron un 2`8% anual. De éste modo la interrupción del gasto de inversión provocaría la crisis.

Otras teorías atribuyen las causas a los altos tipos de interés que podrían haber frustrado la inversión. De todas formas, la crisis de la economía hasta bien entrado el otoño del 29 no era relevante, y sólo a partir de noviembre comenzó a mostrar indicios de un penoso futuro.

Es evidente- en contra de lo que afirmaban varios personajes de la época- que la economía funcionaba fundamentalmente de modo incorrecto. Podrían señalarse cinco puntos débiles del sistema que hubiesen provocado el desastre:

1º. La pésima distribución de la renta; el 5% de la población recibía aproximadamente la tercera parte de toda la renta personal de la nación. De ésta forma, la economía se asentaba sobre un alto nivel de inversión ó un alto nivel de consumo suntuarios susceptibles ambos a las noticias procedentes del mercado de valores en 1929.

2º. La muy deficiente estructura de las sociedades anónimas; los holdings y trusts de inversión controlaban amplios sectores de las sociedades por acciones. Éstas sostenían con sus dividendos la carga de los intereses de las obligaciones de los nuevos holdings. Las consecuencias de la suspensión de beneficios de las primeras suponía el no poder atender los intereses de dichas obligaciones, con lo que finalmente se llegaría a la bancarrota.

3º. La pésima estructura bancaria; numerosas operaciones realizadas por los banqueros, préstamos perfectamente correctos en su momento, pasaron con la depresión a convertirse en funestas operaciones debido al derrumbe de los precios del prestatario, de los mercados para sus garantías ó del valor de las garantías subsidiarias. No se puede hablar de imprudencia generalizada en el caso de los banqueros, pero sí de una frágil estructura bancaria. En un momento optimo, como fueron los 6 primeros meses de 1929, quebraron 346 bancos como consecuencia de la reacción en cadena que podía provocar la quiebra de uno sólo de ellos. La situación se agravó durante los años de la depresión. Lo frágil no sólo destruía otros mecanismos frágiles sino que también contaminaba lo fuerte. Todo esto afectó consecuentemente al gasto de sus depositantes y la inversión de sus clientes.

4º.La dudosa situación de la balanza de pagos; Estados Unidos se convirtió durante la 1ª guerra mundial en acreedor internacional. El cobro de los intereses y el capital se añadían a esta balanza que, dicho de paso, no era ni mucho menos enorme. Durante los años 20 ésta diferencia en la balanza de pagos se cubrió en su mayoría con pagos en efectivo y con nuevos préstamos a otros países. La mayoría de estos se colocaban en Alemania, América Central y América del Sur. La inestabilidad política de estos países hizo que alguno de los préstamos no llegaran a cobrarse. Otra de las formas de restituir la deuda consistía en operaciones de exportación con Estados Unidos. El presidente Hoover y el congreso actuaron para evitar esa posibilidad y elevaron fuertemente los aranceles. Ésta medida provocó que las deudas no pudiesen ser satisfechas e incluso llegó a afectar a las exportaciones norteamericanas repercutiendo especialmente en la agricultura.

5º.Los míseros conocimientos de la economía de la época; parece cierto, que los economistas y aquellos que ofrecieron consejo económico durante finales de los 20 y principio de los 30, eran malos economistas y consejeros.

La insuficiente reducción de los impuestos efectuada por Hoover se unió a un llamamiento a los empresarios para que mantuviesen la inversión y los salarios; ésta situación llegó a hacerse insostenible.

La otra medida propuesta por el Gobierno, aceptada también por el Partido Demócrata, fue el compromiso de equilibrar el presupuesto. Pero aquello que significaba no aumentar los gastos públicos ni reducir más los impuestos se tradujo en la disminución del gasto público y el aumento de los impuestos. La experiencia que entonces parecía conveniente se convirtió en crisis a la larga, afectada principalmente por la elevada tasa de paro.

Los consejeros económicos del país llegaron aún más lejos. Demócratas y Republicanos resucitaron el fantasma de la inflación (en un momento de singular deflación) y se mostraron contrarios a reducir los tipos de interés, con el objeto de facilitar el crédito ante el temor de la devaluación del dólar y porque ésta medida violaba las reglas del patrón oro.

La importancia relativa del crac en la crisis de los años 30 ha de valorarse a la luz de las mencionadas taras de la economía. A esto hay que añadir la influencia del propio descrédito de Wall Street sobre el sistema.

Sus consecuencias afectaron en primer lugar a los ricos y pudientes, que en aquellos años constituían un sector relevante en la economía del país pues la interrupción de la inversión y el gasto de éste grupo afectó a toda la economía de Estados Unidos. Por otra parte, el crac retiró de la economía el gasto procedente de las ganancias de la bolsa. Sacó a la luz y agudizó posteriormente las carencias de la estructura de las sociedades anónimas y las empresas se vieron obligadas a sobrevivir de su producción. El descalabro de los trusts y los holdings repercutieron en la concesión de créditos, especialmente los de inversión. La restricción a la que se vieron sometidas la empresas se tradujo en un creciente desempleo.

Los créditos del exterior, que habían equilibrado la balanza internacional de pagos, fueron liquidados. Si bien es cierto que la balanza de pagos necesitaba un reajuste no es menos cierto el que éste viniese en el peor momento.

La tan utilizada “solidez” de la economía demostró no ser tal. No hay duda de que de haber sido cierto esto, las consecuencias habrían sido mucho menores y, como en otras crisis anteriores, el crac habría sido superado.

El crac del 29 queda para la historia como un triste ejemplo de algo que no debe volver a suceder. Al terminar los días de desencanto nada parecía menos probable que otro desmedido auge y su posterior derrumbe.

Las nuevas medidas y controles gubernamentales hacen muy difícil que algo así vuelva a repetirse. El ahora Consejo de Gobernadores del Sistema de la Reserva Federal goza de importantes atribuciones respecto a los bancos locales de la Reserva y los Bancos miembros. Existen disposiciones legales que regulan los requerimientos de fianzas en las operaciones a plazo, con poder para obligar al pago del 100% del capital de compra.

Pero no hay que olvidar la natural tendencia especulativa del pueblo norteamericano y el hecho de que esta pueda volver a surgir. Los instrumentos que ahora gozan los estamentos gubernamentales son una eficaz arma disuasoria. Pero podía volver a surgir el temor a utilizarla igual que sucedió en 1929, por los efectos que pudiese producir en un momento políticamente inoportuno y por la virtud de identificar al verdugo que tienen estas muertes inmediatas. La llegada de un nuevo auge con su correspondiente crac no tendría afortunadamente las mismas tristes consecuencias que en 1929. Muchas de las taras que se revelaron en 1929 has sido subsanadas de forma importante. La distribución de la renta no es tan decantada por un sector como entonces; las promociones de los grandes trusts has desaparecido ó se han convertido en prudentes entidades. Los holdings pirámide en base a la ley que también obliga al encaje de los depósitos bancarios en el sistema de la reserva federal. El problema de la balanza de pagos a cambiado mucho desde entonces, con nuevas y menos ofensivas formas de equilibrar la misma. Los conocimientos también han experimentado su aumento y existe una mayor preparación para enfrentarse a una depresión grabe.

La importancia relativa del crac en la crisis de los años 30 ha de valorarse a la luz de las mencionadas taras de la economía. A esto hay que añadir la influencia del propio descrédito de Wall Street sobre el sistema.

Sus consecuencias afectaron en primer lugar a los ricos y pudientes, que en aquellos años constituían un sector relevante en la economía del país pues la interrupción de la inversión y el gasto de éste grupo afectó a toda la economía de Estados Unidos. Por otra parte, el crac retiró de la economía el gasto procedente de las ganancias de la bolsa. Sacó a la luz y agudizó posteriormente las carencias de la estructura de las sociedades anónimas y las empresas se vieron obligadas a sobrevivir de su producción. El descalabro de los trusts y los holdings repercutieron en la concesión de créditos, especialmente los de inversión. La restricción a la que se vieron sometidas la empresas se tradujo en un creciente desempleo.

Los créditos del exterior, que habían equilibrado la balanza internacional de pagos, fueron liquidados. Si bien es cierto que la balanza de pagos necesitaba un reajuste no es menos cierto el que éste viniese en el peor momento.

La tan utilizada “solidez” de la economía demostró no ser tal. No hay duda de que de haber sido cierto esto, las consecuencias habrían sido mucho menores y, como en otras crisis anteriores, el crac habría sido superado.

El crac del 29 queda para la historia como un triste ejemplo de algo que no debe volver a suceder. Al terminar los días de desencanto nada parecía menos probable que otro desmedido auge y su posterior derrumbe.

Las nuevas medidas y controles gubernamentales hacen muy difícil que algo así vuelva a repetirse. El ahora Consejo de Gobernadores del Sistema de la Reserva Federal goza de importantes atribuciones respecto a los bancos locales de la Reserva y los Bancos miembros. Existen disposiciones legales que regulan los requerimientos de fianzas en las operaciones a plazo, con poder para obligar al pago del 100% del capital de compra.

Pero no hay que olvidar la natural tendencia especulativa del pueblo norteamericano y el hecho de que esta pueda volver a surgir. Los instrumentos que ahora gozan los estamentos gubernamentales son una eficaz arma disuasoria. Pero podía volver a surgir el temor a utilizarla igual que sucedió en 1929, por los efectos que pudiese producir en un momento políticamente inoportuno y por la virtud de identificar al verdugo que tienen estas muertes inmediatas. La llegada de un nuevo auge con su correspondiente crac no tendría afortunadamente las mismas tristes consecuencias que en 1929. Muchas de las taras que se revelaron en 1929 has sido subsanadas de forma importante. La distribución de la renta no es tan decantada por un sector como entonces; las promociones de los grandes trusts has desaparecido ó se han convertido en prudentes entidades. Los holdings pirámide en base a la ley que también obliga al encaje de los depósitos bancarios en el sistema de la reserva federal. El problema de la balanza de pagos a cambiado mucho desde entonces, con nuevas y menos ofensivas formas de equilibrar la misma. Los conocimientos también han experimentado su aumento y existe una mayor preparación para enfrentarse a una depresión grabe.

Por otro lado, los sectores más débiles de la economía como la agricultura, se han visto posteriormente reforzados y las reformas sociales y fiscales protegen y sostienen la renta, y por tanto el gasto de otros sectores de población.

En un futuro, la lección aprendida y los esfuerzos realizados para evitar una situación parecida deberían ser suficientes. Sin tras un desmedido auge especulativo debe llegar un espectacular derrumbe, Wall Street debería ser el primero en evitarlo. Tampoco sería conveniente para bancos, agentes de cambio y bolsa. Todos ellos deberían advertir a las autoridades y al público. Pero aunque Wall Street también ha sufrido cambios que protege su reputación, algo en la naturaleza del hombre le lleva, a sabiendas de que algo va mal, a decir que va fundamentalmente bien.

Por otro lado, los sectores más débiles de la economía como la agricultura, se han visto posteriormente reforzados y las reformas sociales y fiscales protegen y sostienen la renta, y por tanto el gasto de otros sectores de población.

En un futuro, la lección aprendida y los esfuerzos realizados para evitar una situación parecida deberían ser suficientes. Sin tras un desmedido auge especulativo debe llegar un espectacular derrumbe, Wall Street debería ser el primero en evitarlo. Tampoco sería conveniente para bancos, agentes de cambio y bolsa. Todos ellos deberían advertir a las autoridades y al público. Pero aunque Wall Street también ha sufrido cambios que protege su reputación, algo en la naturaleza del hombre le lleva, a sabiendas de que algo va mal, a decir que va fundamentalmente bien.




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Enviado por:Lula Balula
Idioma: castellano
País: España

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