Literatura


El capitán Alatriste; Arturo Pérez Reverte


España, siglo XVII. Desde 1621 hasta 1665 reina Felipe IV, un rey sin empuje, sin personalidad y que representa el inicio claro de la decadencia en España.

En la Europa del siglo XVII se encadenan diferentes hechos históricos de suma importancia para la historia de España, de Madrid y del propio Capitán Alatriste.

Lo más importante que aconteció en el siglo XVII fue la Guerra de los Treinta Años. Su precedente es que la hija del rey de Inglaterra, Jacobo I, se casó con Federico, príncipe alemán del territorio cuya capital era Heidelberg, que aceptó la corona de Bohemia enfrentándose con el emperador austriaco y envolviendo a Inglaterra en la Guerra de los Treinta años. El rey de Inglaterra quería evitar entrar en guerra y pensó que lo mejor era aliarse con España casando a su hijo Carlos con la infanta María, hermana de Felipe IV. Para ello mandó a España al príncipe de Gales con el propósito de concertar la boda, lo cual fracasó. (Este hecho se puede ver en la novela, es el hecho en torno al cual gira todo el destino del Capitán Alatriste). Tras ello concertó alianzas con los holandeses y con Francia con el fin de entrar en la Guerra de los Treinta Años aunque al final no participó directamente. Esta guerra, para el Imperio germánico representa el definitivo asalto contra el poder centralista de Europa que defendían los Habsburgo. Al empezar los conflictos en Alemania, España intervino en la guerra en ayuda de la casa de Austria o Habsburgo. En el comienzo de la guerra, ésta fue favorable a España hasta la batalla de Nördlingen (1634) y a partir de este momento Francia entra en guerra contra España y las tropas españolas sufren la derrota en la importante batalla de Rocroi que fue la primera derrota en la historia de los tercios españoles y la última batalla en una guerra internacional en que ha participado España. Tras los desastres de las tropas españolas, la casa de Austria buscó el final de la guerra que fue la Paz de Westfalia (1648) que supuso el final de la hegemonía de los Habsburgo y de España, reconociendo la independencia de Holanda. La guerra entre Francia y España se mantuvo durante once años y terminó con la Paz de los Pirineos (1659) en que España perdió territorio en los Países bajos, el Rosellón, y parte de la Cerdaña. A partir de entonces, España deja de ser una potencia mundial y lo pasa a ser Francia (siglos después lo será Inglaterra y un siglo más tarde Estados Unidos de América).

En este contexto -el “principio del fin”- se desarrolla la historia del Capitán Alatriste. España era la potencia de Europa, es decir del mundo civilizado, en España se vivía miserablemente, en Madrid abundaba la miseria con los grandes contrastes sociales y el Capitán, que había sido un héroe, era un simple espadachín a sueldo.

El tiempo de la novela es el siglo XVII y el espacio es Madrid.

España en el siglo XVII era un inmenso imperio que empezaba a desintegrarse. Históricamente se ha dicho que el declive comienza con el fracaso de la armada invencible. El país está empobrecido, la monarquía está deteriorada y el prestigio internacional se tambalea. En el país se produce las importantes rebeliones de Cataluña y Portugal en 1640; se evidencia la desmoralización y el desaliento y se difunde el “espíritu de la derrota”. El reinado de Felipe IV es uno de los más largos de la historia de España pero carecía del genio de sus antecesores, se ejercía el poder burocráticamente y al mismo tiempo que aparece la decadencia se muestran unas frivolidades en la corte que causan espanto en los historiadores de hoy.

La misma institución del abandono del poder por el rey y su delegación en una persona de confianza llamado “privado” o “valido”, demuestran la poca categoría de los monarcas, aunque en aquel tiempo era impensable un gobierno que no fuera monárquico. Si se comparan los validos españoles con la categoría del cardenal Richelieu o Mazzarino, se comprende la sustitución de la hegemonía española por la francesa. Son pintorescas las relaciones escritas de etiquetas y protocolos como “etiquetas de la casa de Austria” o las “ordenanzas” de Rodríguez Villa de 1651.

El período entre el Renacimiento y el Barroco, la "Edad Dorada" de España, realmente se extendió durante dos siglos, el XVI y el XVII, y es la etapa gloriosa de las Artes y las Letras españolas. La novela alcanzaría su nivel más alto de expresión con Don Quijote de Miguel de Cervantes y otros géneros españoles como la novela picaresca con el Lazarillo de Tormes. Fue también una época dorada para la poesía. Dos grandes figuras de los siglos XVI y XVII fueron Luis de Góngora, cuyo estilo difícil y complejo derivaba originalmente de un movimiento latinizante, el "culteranismo", y Francisco de Quevedo, maestro del "conceptismo".

El teatro es otro género que también alcanzó un gran nivel, se creó un teatro moderno que daba gran importancia a los personajes, su personalidad y el texto. La obras dramáticas ya no se pusieron en escena en los alrededores de las iglesias después de la creación de los "corrales de comedias", algunos de los cuales todavía existen, como el de Almagro (Ciudad Real). Durante el Siglo de Oro toda manifestación teatral era conocida como "comedia", salvo los autos sacramentales. El público acudía a la comedia, aunque lo que se representaba fuera un drama o una tragedia. Las representaciones se organizaban en función de determinadas normas; la temporada comenzaba el domingo de resurrección y terminaba el miércoles de ceniza. Estaba prohibido fumar, por el riesgo de incendio. Su duración estaba entre cuatro y seis horas. La estructura de una función era: loa, primera jornada (acto), entremés, segunda jornada, jácaras o mojigangas, tercera jornada y baile final. Los hombres y mujeres no podían sentarse juntos. Los hombres ocupaban el patio (en gradas laterales, bancos en el patio y de pie) y las mujeres en la grada de las cazuelas. El único sitio donde se les permitía estar juntos era en los aposentos de los corredores, además, la entrada a los niños estaba prohibida. El precio era de diferentes entradas: una a la entrada, otra para la hermandad o beneficiario y otra para sentarse. Dos de las figuras más características de los corrales eran: el mantenedor del orden, un mozo del lugar que templaba los ánimos de todos aquellos que se exaltaban; el apretador que, al no existir un aforo determinado, todo el que pasaba tenía derecho a sentarse y él ordenaba los asientos. A los “corrales de comedias” podían asistir los habitantes del pueblo, como los nobles o incluso el rey.

Felipe IV, hijo de Felipe III y Margarita de Austria alcanzó el trono en 1621, tras la muerte de su padre. Se casó dos veces, una con Isabel de Borbón en 1615 y la segunda con Mariana de Austria en 1648. De estos matrimonios nacieron doce hijos, sólo tres de los cuales sobrevivieron: María Teresa, Margarita y Carlos II. Tuvo además un hijo ilegítimo, don Juan José de Austria (1629), con la actriz María Calderón, alias "La Calderona", aunque no fue oficialmente reconocido hasta 1642. El objetivo prioritario de su mandato fue restaurar el poder del trono, el cual había sufrido un perjuicio considerable en el reinado anterior. Delegó su poder en el primer ministro o valido conde-duque de Olivares (1621-1643). Uno de los grandes problemas de su reinado fue la guerra con Francia que se inició en 1635. Fue un carísimo conflicto que aumentó la crisis de la monarquía, obligada a recurrir a la venta de privilegios, parte del patrimonio de la Corona y a donativos. La gran necesidad de fondos aumentó, además, la presión sobre una nobleza ya endeudada, sobre la que recayó la leva de tropas y la defensa del reino, mientras que era alejada de la Corte por Olivares. Si bien el desarrollo de la guerra fue en principio exitoso (Nordlingen, 1634; Fuenterrabía, 1638), las medidas tomadas para sufragarla provocaron las revueltas de catalanes y portugueses (1640) y costaron el puesto a Olivares (1643). En su lugar, se formó un gobierno de emergencia, tutelado por Felipe IV, quien ya no dio el mismo poder a ningún valido. A pesar del cambio de gobierno, los problemas continuaron. La guerra seguía y con ella la gran presión fiscal, que desembocó en una nueva quiebra en 1647. Las malas cosechas, además, provocaron revueltas en Castilla (1647-52 y 1655-57) y Nápoles (1647). La guerra con Francia se había vuelto insostenible, por lo que se hizo un cambio de política (paz de Munster, 1648; paz de los Pirineos, 1659). Más tarde el rey pudo recuperar parte del prestigio y confianza perdidos e intentar en los últimos años de su reinado la recuperación de Portugal (Elvas, 1658; Vila Viçosa, 1665). Falleció el 17 de septiembre de 1665, dejando tras de sí una monarquía en crisis y con su autoridad fuertemente discutida por nobles, ciudades y regiones.

El conde-duque de Olivares nació en Roma en 1587. Sus padres eran Enrique de Guzmán y María de Pimentel y Fonseca, condes de Olivares, pertenecientes a una rama menor del linaje Medinasidonia y dedicados a la atención del rey. La previa muerte de sus hermanos y la de su padre, en 1607, le dejó al frente del mayorazgo y el título nobiliario, por lo que fijó su residencia en Sevilla. Se casó con Isabel de Velasco y ello le permitió entrar en el círculo cortesano, al ser su esposa dama de honor de la reina Margarita. En Sevilla se dedicó al mecenazgo de artistas y literatos, pero en 1615 ingresó en la corte al servicio del príncipe, futuro Felipe IV. Desde su posición se ganó el favor del mismo. En 1621, ya con Felipe IV como rey, fue nombrado sumiller de corps, y un año después alcanzó el cargo de caballerizo mayor, desde donde tenía un poderoso control sobre la corte. Ya en 1623, en la visita del príncipe de Gales (capítulo sobre el cual gira la novela), Olivares es el valido del rey. Desde su cargo de valido obtuvo una gran fortuna; su predecesor Lerma había hecho lo mismo. Agregó extensos territorios a sus posesiones, rentas y títulos. Era personalista y ambicioso y en muchas ocasiones organizó juntas para sustituir a los consejos de gobierno y fijó su posición jerárquica entre éstos y el rey. Para asegurar su poder y control político, se apoyó en las grandes casas aristocráticas. En plena crisis institucional, con una monarquía desacreditada y unos reinos de España que habían perdido la hegemonía en Europa, Olivares estableció un programa - Gran Memorial- para recuperar el poder del rey, fuertemente cuestionado, y el prestigio de la monarquía como institución. Pero el desprestigio de su gobierno le hizo ser contestado, hasta el punto que, en varias ocasiones, casi fue depuesto, especialmente durante la enfermedad Felipe IV en 1627. Sólo su habilidad para desenvolverse en el ambiente cortesano le hizo aguantar en su posición. Previa a su caída, la victoria de Fuenterrabía le proporcionó un último momento de gloria, si bien se realizó mediante recursos extraordinarios que ahondaron más si cabe en la crisis de la Hacienda real. En 1643 fue destituido por Felipe IV, y se retiró a Loeches y posteriormente a Toro, falleciendo en 1645.

El pueblo de España y, en especial, el de Madrid vivía bajo el reinado de Felipe IV. Era una época de desesperación, pobreza, desastres y desgracias. La nobleza pasaba sus días sin preocupaciones, acatando la apariencia como un aspecto más de la vida social. El trabajo era algo despreciable para ellos y, por lo tanto, nunca trabajaban. En aquella sociedad, la picaresca y vida ilegal era lo más corriente. El contraste es que, externamente, España era una gran potencia que poco a poco se iba desintegrando.

La sociedad del siglo XVII estaba basada en el régimen estamental en la que todos los ciudadanos no eran iguales ante la ley. En la cúspide de los estamentos estaba el Rey y después los privilegiados, que eran la nobleza y el clero. Los que no gozaban de los privilegios de éstos formaban el pueblo llano, muchos de ellos eran pícaros, delincuentes, trotamundos de la vagancia... Los nobles estaban exentos de pagar impuestos, no acababan en la prisión por no pagar sus deudas y en el caso que fueran a la prisión, no iban a la misma que el pueblo llano o, en numerosas ocasiones, cumplían su pena en sus propias casas. Este estamento también estaba jerarquizado. En primer lugar estaban "Los Grandes de España", generalmente de sangre real, grandes propietarios terratenientes que gozaban de enormes fortunas que contrastaban, drásticamente, con la mala situación de amplios sectores de la sociedad. Los  marqueses, duques, condes, también solían poseer tierras y gozaban de rentas importantes. Tanto éstos como los Grandes vivían en la corte. Los caballeros formaban una clase media. Aunque generalmente poseían rentas suficientes para poder vivir sin trabajar, en muchas ocasiones ejercían oficios municipales. Y en último lugar los hidalgos, nombre que en un principio recibían todos los nobles pero que después se reservó a aquellos que carecían de fortuna, ocupaban el escalón bajo de esta pirámide. Estos  hidalgos que, aunque pobres, se negaban a trabajar porque el trabajo manual no era digno de su rango, fueron a menudo ridiculizados por los escritores de la época.

Aunque en principio la pertenencia a la nobleza era una cuestión de sangre, muchos burgueses o campesinos con fortuna suficiente consiguieron comprar títulos nobiliarios a una corona siempre necesitada de dinero.

En los ideales de convivencia en la España del XVII, el honor, como queda dicho, y la religión católica, con no pocas contradicciones y poder de control e imposición, ocupan un lugar importante. La religión es un sistema articulado que organiza la vida y está siempre presente Hay una religiosidad popular que se manifiesta en multitud de formas y costumbres arraigadas de fiestas y ritos, de prácticas de la vida diaria y especialmente en la devoción a santos y vírgenes, que llenan España de fiestas, ermitas y romerías

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La iglesia postridentina se esfuerza, por su parte, en organizar la piedad popular por los cauces de ceremonias, sacramentos, catequesis...

El clero también gozaba de privilegios económicos y como la nobleza, se podía dividir en alto clero y bajo clero. Los miembros del primero solían provenir de la nobleza y tenían riquezas personales además de administrar la fortuna de la Iglesia. El bajo clero casi siempre vivía en la pobreza.

La Iglesia no era más que una abstracción, ya que estaba constituida por multitud de unidades de muy distinto significado, desde el más opulento monasterio o arzobispo al cura de aldea que en numerosas ocasiones experimentaba dificultades similares a las de sus feligreses para subsistir. El número de clérigos era mayor del que se precisaba para una adecuada asistencia religiosa de los fieles, debido a la existencia del clero regular.

El Clero Regular estaba compuesto por monjas y frailes católicos que vivían en conventos o monasterios bajo la disciplina de la orden a la que pertenecían, por el contrario, el Clero Secular estaba constituido por sacerdotes católicos no sujetos a votos religiosos ni a reglas de instituto religioso o monacal y fueron los encargados de administrar las parroquias adscritas a los obispados o diócesis, cuyo titular era el obispo. Los efectivos del clero secular se mantuvieron estancados o descendieron a lo largo del siglo, pero en casi todos los países disminuyeron los del clero regular, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVII, ya que fue este sector el que concitó los principales ataques de los ilustrados.

Los personajes de la novela son realmente pintorescos, no obstante reflejan claramente la sociedad de la época. En primer lugar el Capitán Alatriste.

Diego Alatriste y Tenorio, bautizado Capitán Alatriste al sobrevivir a una misión suicida en el cerco de Jülich, durante la guerra de Flandes, de la que sólo salieron vivos dos hombres, es el reflejo del espadachín a sueldo de la sociedad del siglo XVII. Según cuenta el narrador, Iñigo de Balboa, el Capitán fue un soldado veterano de los tercios de Flandes, pero terminó como delincuente con capa, sombrero de ancha pluma y espada. Es un hombre característico, luce un ancho bigote, es delgado, tiene los ojos claros y una mirada clara y fría. Es muy inteligente e irónico. La ironía le lleva a bromear sobre cualquier asunto, aunque sea «feo, muy feo». Es soltero aunque en ocasiones coquetea con Caridad “la Lebrijana” dueña de la taberna del Tuerto, donde el Capitán se reúne con sus amigos, entre ellos Francisco de Quevedo. Tiene enemigos poderosos, sobre todo después de la aventura narrada en la novela, y amigos también poderosos como el conde de Guadalmedina, al que salvó la vida en el desastre de los Querquenes (1614). Tiene como tutelado a Iñigo de Balboa y Aguirre.

Iñigo de Balboa es el narrador de la historia del Capitán. Su padre fue Lope Balboa, el otro hombre que sobrevivió a la misión suicida en el cerco de Jülich. El Capitán juró a su compañero hacerse cargo de su hijo y cumple su promesa sobre 1622. Iñigo se va a vivir con el Capitán a Madrid. En ese momento tiene doce años y se convierte en el chivo expiatorio del Capitán, al que salva la vida en varias ocasiones. Es un joven muy inteligente pero se enamora de su más «dulce, peligrosa y mortal enemiga», Angélica de Alquézar. Mientras tanto sirve al Capitán como súbdito y casi como hijo.

Otros personajes característicos de la novela son tan importantes en la historia de España como lo fue Felipe IV. Entre ellos destacan Francisco de Quevedo, Lope de Vega y Diego Velázquez, que conoce al Capitán cuando aún es un joven muchacho, pintor de poca monta.

Los amigos del Capitán son: el Licenciado de Calzas, abogado y contertulio de la taberna del Turco y consejero de Alatriste y sus amigos en cuestiones de justicia. Caridad “la Lebrijana”, amante ocasional del Capitán. Dueña de la taberna del Turco donde sirve bebida y comida a sus clientes además de alquilar habitaciones, una de las cuales arrenda el Capitán junto con Iñigo de Balboa. Mendo el Toscano, Dómine Pérez, que enseña latín a Iñigo de Balboa, Juan Vicuña, el tuerto Fadrique y Sebastián Copons son también asiduos a la taberna del Turco y así, amigos del Capitán.

Al igual que el Capitán Alatriste tiene muchos amigos, enemigos no le faltan, especialmente después de el conflicto con “los dos ingleses” que se narra en esta novela. Luis de Alquézar, es uno de ellos y el tío de Angélica de Alquézar. Se inclinó por la muerte de “los dos ingleses”, contraviniendo las órdenes del conde-duque de Olivares y poniéndose de acuerdo con Fray Emilio Bocanegra, presidente del Tribunal de la Inquisición, que contrató a Alatriste para asesinar a los dos ingleses y, al desobedecer éste sus órdenes, planeó en diferentes ocasiones su eliminación. Gualterio Malatesta es uno de los más peligrosos enemigos del Capitán, es un excelente espadachín a sueldo al servicio de Luis de Alquézar. A consecuencia de la manera de actuar de Alatriste sobre el modo de realizar el asalto contra el príncipe de Gales y el duque de Buckingham, se convierte en su enemigo mortal.

¿Cómo opinar sobre El Capitán Alatriste? Es una novela muy recomendable, aquella persona que tiene el honor de leerla, cae en las redes del autor y termina la saga completa sin decir ni una sola palabra desagradable de ella. La realidad, las aventuras, el suspense, el amor y la imaginación se unen en un sólo libro (en toda la colección) mezclándose como colores. Además de una historia de aventuras, se ve una clara descripción de la sociedad del siglo XVII, teniendo pequeñas, pero indiscutibles, preferencias por la clase humilde. La clase adinerada también forma parte esencial de la obra, la nobleza y el clero, que muestran su parte más generosa y la más ruin al mismo tiempo. ¿Cómo escribir la opinión personal? Es algo complicado, no se puede expresar en palabras la sensación que produce esta obra en el interior de cada persona y mucho menos en uno mismo.

El Capitán Alatriste transmite en cada palabra lo que quiere mostrar el autor, la cuestión es saber captarlo o no. El lenguaje, a pesar de que el autor intenta hacer hablar a los personajes como se hablaba en el siglo XVII, es sencillo, puesto que el lector es de la época actual. Además, ambientar la obra es algo muy difícil y el autor consigue recrear el pasado de una manera impensable. Describe cada rincón, cada metro, cada palmo del suelo, de las esquinas... con cuidado y de manera organizada, para esto, Pérez-Reverte acude a su hija Carlota que según él «corrió una parte nada desdeñable de las tareas de apoyo logístico». Según el propio Pérez-Reverte: «Recrear semejante escenario suponía un desafío y una tarea muy divertida». Cuando alguien lee El Capitán Alatriste, la sensación de intervenir es imparable, es decir, cada personaje, cada situación parece real. El hecho de cerrar el libro y salir a la calle es ya emocionante pues da la sensación de encontrarse al Capitán en cualquier rincón del casco antiguo de Madrid. Según avanzan los capítulos de la novela, parece que el lector es uno más de los amigos del Capitán. Es también muy importante, igualmente que la excelente redacción del autor, la importante labor de las aventuras; la novela avanza y es imposible dejarla apartada para hacer cualquier otra cosa. Ella está ahí, llamándote y reclamando su derecho a conquistarte. Lo consigue. Realmente, lo consigue.

Bibliografía:

  • Historia de España, editorial Salvat, tomo cuarto

  • Historia universal, editorial Noguer · Rizzoli · Larousse

  • Geografía e historia de España, grupo Edetania

  • Geografía e historia de España, Vicens-Vives

  • www.artehistoria.com

  • www.CapitánAlatriste.inicia.es




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Enviado por:Anonimilla
Idioma: castellano
País: España

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