Varios


Cultura estadounidense


“¿EXISTE UNA BARRERA FRONTERA ENTRE AMERICANS Y AMERICANOS?: REFLEXIONES EN TORNO A MITOS Y ESTEREOTIPOS SOBRE LA HEGEMONIA CULTURAL ESTADOUNIDENSE”

1. A MODO DE INTRODUCCION

No existe una sencilla y rápida explicación para las relaciones que sostienen Estados Unidos y América Latina del Sur desde la pasada centuria, pero si desearíamos poner énfasis en ciertos aspectos, podríamos definir esta relación como:

  • El intervencionismo político - militar,

  • El dominio a través de la economía,

  • La influencia en el aspecto cultural.

  • En cuanto a la injerencia estadounidense en el aspecto político y militar hacia América Latina ha sido evidente en el sistema internacional del siglo XX. Primero a través de la aplicación de una política del garrote con Teodoro Roosevelt para pasar luego a una política de la buena vecindad con Franklin D. Roosevelt, sin dejar de mencionar las etapas por las que atravesó la política norteamericana en la guerra fría, como la política de contención, la de disuasión y finalmente la de distensión. En todos estos casos podemos bosquejar puntos álgidos en los cuales la tensión hacia América Latina se ha dejado sentir; sin embargo en esta ocasión nos centraremos en el tercer aspecto que hemos mencionado anteriormente.

    En el plano económico, el gobierno de Estados Unidos se convirtió en una especie de promotor de lazos económicos en Latinoamérica y en un guardián activo de las inversiones norteamericanas. En tanto, América Latina pasó a una posición de desventaja debido a su economía inmadura.

    Esta relación de dependencia ha continuado hasta nuestros días, con excepción de Cuba, a la cual los demás países latinoamericanos han visto como “el futuro incierto y arriesgado” , y es esta relación la que ha dado al gobierno estadounidense y a sus inversionistas privados diversas oportunidades de enriquecimiento. ¿Pero que ha venido ocurriendo en el campo cultural?.

    Es obvio que las imágenes que tiene Estados Unidos sobre América Latina y viceversa, han sido manipuladas de una generación a otra. Podríamos remontarnos a los tempranos contactos establecidos entre ambas “civilizaciones”, muchos de los cuales fueron formalizados hacia 1830 y acentuados a partir de 1860.

    Se desarrolló así, una especie de “leyenda negra”, la cual tendió a mostrar todos los aspectos negativos de nuestro pasado ibérico, como lógica reacción de los pueblos que se independizan de sus antiguas metrópolis y además sirvió de fundamento ideológico para incentivar las actitudes revolucionarias, son los casos de Vizcardo y Riva Agüero por ejemplo. Esta especie de “leyenda negra” va a ser plasmada, aunque tardíamente, en caricaturas por parte de aquellos a quienes hemos convenido en llamar “Americans”.

    En el desarrollo del presente trabajo, nos interesa reflexionar en torno al término “civilización”, los cambios que ha tenido según diversos autores y cuál es el significado hoy en un mundo globalizado. Sin embargo, no dejamos de lado la significación del término “frontera” y su relación con determinados esquemas mentales.

    En el aspecto metodológico, hemos realizado entrevistas a economistas, diplomáticos y ciudadanos comunes, con la finalidad de proveer de mayor sustento a nuestras afirmaciones. La temática de las entrevistas han girado en torno a la influencia que Estados Unidos tiene sobre América Latina, cuáles son las diferencias que nos separan y principalmente cuáles son las percepciones que tienen unos de otros.

    2. APROXIMÁNDONOS AL PROBLEMA: “AMERICANS” Y “AMERICANOS” ¿CIVILIZACIONES O CULTURAS?

    Creemos necesario comenzar por definir términos como “Americans” y “Americanos”, hemos convenido en llamar “Americans” a los norteamericanos de ascendencia anglo - sajona y “Americanos” a los latinoamericanos incluyendo no sólo a los de ascendencia ibérica sino también a aquellos de ascendencia lusitana, francesa e italiana que en América Latina se mezclaron con la raza nativa.

    La historiografía de los noventa hace uso del término “Americans” para denominar a los ciudadanos estadounidenses que viven en Norteamérica, estableciendo la diferencia con los latinoamericanos quienes insisten, y con derecho, en ser llamados americanos, que sería la traducción de “Americans”. Sin embargo, merece traer a colación lo que un eminente historiador de la diplomacia norteamericana afirmaba: “Los latinoamericanos usualmente cuando se refieren a ellos mismos lo hacen con el nombre de sus países de origen: son argentinos, bolivianos, peruanos, haitianos, brasileños, mejicanos. Muy rara vez se hacen llamar americanos”.

    Los latinoamericanos, según vemos tienen formas alternativas de denominarse a ellos mismos, sin hacer uso del término americanos; pero estas formas alternativas si bien existen en Estados Unidos, pues al nativo del país se le puede llamar estadounidense o yanqui, no son predominantes, ¿por qué?. Podemos tener en cuenta que:

  • Al hablar de Estados Unidos nos estamos refiriendo a un solo país, y

  • En América Latina los nacionalismos son muy fuertes, para los casos peruano y mexicano tienen una profunda raigambre histórica, más no así para los casos de Argentina y Chile, cuyo nacionalismo es sólo de mediados del siglo XIX y por ello han tenido que entrar a un proceso de mentalización para que tenga éxito.

  • Habiendo definido los términos que usaremos en adelante, creemos necesario la explicación del por qué cuando nos referimos a Estados Unidos en el campo cultural, estamos hablando de una “civilización”, y el por qué cuando nos referimos a América Latina, estamos asimismo hablando de otra “civilización”. Debemos de tener en cuenta que la cultura y las identidades culturales que en su nivel más amplio son identidades civilizacionales, están configurando las pautas de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo de la postguerra fría.

    Nos enfrentamos a un nuevo orden mundial basado en la “globalización”, de este modo, las sociedades que comparten afinidades culturales deberían cooperar entre sí, aunque no necesariamente lo hacen, si bien existen intentos, bastaría ver las dificultades para sacar adelante lo que ahora es la Comunidad Andina de Naciones.

    En el caso de Estados Unidos y de América del Sur qué tanto podríamos decir sobre la relación de “cooperación” si generalmente se ha dado una relación de dependencia como lo anunciábamos al inicio, y además no existen esas afinidades culturales necesarias como si existen en las relaciones que se dan en el Asia - Pacífico.

    Los investigadores de las relaciones Estados Unidos y América Latina, las han analizado generalmente partiendo del binomio centro y periferia o países ricos (modernos, desarrollados) y países pobres (tradicionales, subdesarrollados o en vías de desarrollo).

    Tanto “civilización” como “cultura” hacen referencia a la forma global de vida de un pueblo, y podríamos decir que una civilización es una cultura con mayúsculas. Ambas contienen “valores, normas, instituciones y formas de pensamiento a las que sucesivas generaciones dentro de una sociedad dada han atribuido una importancia capital. Para Braudel, un historiador de la escuela de los Annales, una civilización es “un espacio, un ámbito cultural, un conjunto de características y fenómenos culturales”.

    Por otro lado, Wallerstein definía civilización como “una particular concatenación de cosmovisión, costumbres, estructura y cultura (tanto cultura material como cultura superior) que forma una especie de todo histórico y que coexiste (aun cuando no siempre simultáneamente) con otras variedades de este fenómeno”.

    Tenemos, asimismo que, Dawson definía civilización como “un proceso particular y original de creatividad cultural que es la obra de un pueblo concreto”. Mientras que para Durkheim y Mauss era “una especie de medio ambiente moral que abarca un determinado número de naciones, siendo cada cultura nacional sólo una forma particular del todo”.

    Spengler, en cambio, la definía como “el destino inevitable de la cultura...los estados más externos y artificiales de los que una especie de humanidad desarrollada es capaz...una conclusión, la cosa resultante del proceso de cosificación”. Podemos notar, que pese a que no todos toman en el mismo sentido “civilización”, es el caso de Spengler que claramente está señalando la “civilización” como la decadencia de la cultura; en tanto otros consideran la cultura sólo como un aspecto de la civilización. Sin embargo, la cultura es el tema común de prácticamente todas las definiciones de civilización.

    Entre los elementos claves que definen una civilización se encuentran principalmente la etnicidad y la lengua, debido a que para el mundo postmoderno, el elemento religioso ya casi no cuenta. Existe una importante correspondencia entre la división de los seres humanos en civilizaciones merced a características culturales y su división por características físicas en razas; sin embargo, civilización y raza no son lo mismo. Personas de una misma raza pueden estar profundamente divididas por la civilización; personas de diferentes razas pueden estar unidas por la civilización. Las distinciones cruciales entre grupos humanos atañen a sus valores, creencias, instituciones y estructuras sociales, no a su talla física, la forma de su cabeza ni el color de su piel.

    Las civilizaciones son globales, esto es, ninguna de las unidades que la constituyen puede ser entendida plenamente sin hacer referencia a la civilización que las abarca. Como decía Toynbee, “engloban sin ser englobadas por otras”. Es decir, una civilización es una totalidad”.

    Podemos inferir que una civilización es la entidad cultural más amplia. Aldeas, regiones, grupos étnicos, nacionalidades e incluso grupos religiosos, todos tienen culturas distintas con diferentes grados de heterogeneidad cultural. Las civilizaciones son el “nosotros” más grande dentro del que nos sentimos culturalmente en casa, en cuanto distintos de todos los demás “ellos”, ajenos y externos a nosotros.

    Las civilizaciones no tienen límites claramente marcados ni tampoco principios ni finales precisos. La gente puede redefinir su identidad y lo hace, y como consecuencia de ello, la composición y formas de las civilizaciones cambian con el tiempo. Las culturas de los pueblos se interaccionan y se solapan. La medida en que las culturas de las civilizaciones se parecen o difieren entre sí, también varía considerablemente; sin embargo, las civilizaciones son entidades significativas y, aunque las delimitaciones entre ellas rara vez son claras, son reales.

    Las civilizaciones son mortales, evolucionan, se adaptan, son dinámicas, crecen y se derrumban, se funden y se dividen, pero también pueden desaparecer.

    De lo expuesto, podemos inferir de primera impresión que existe tanto una civilización estadounidense como una civilización latinoamericana, pese a que se hable más de cultura que de civilizaciones. Esta última ha seguido una vía de desarrollo bastante diferente a la primera. Aunque la civilización latinoamericana es un vástago de la civilización europea, ha incorporado, en grados diversos, elementos de las civilizaciones americanas indígenas.

    Históricamente, Latinoamérica ha sido tildada de ser sólo católica, en contraste con Norteamérica donde se combinó la cultura católica y la protestante, podemos afirmar que en América Latina esta situación está cambiando.

    Ciertas zonas de América Latina tienen un rico pasado de culturas aborígenes, y su evolución política y su desarrollo económico son muy diferentes de los modelos de América del Norte. Los latinoamericanos están divididos a la hora de identificarse a sí mismos. Latinoamérica se podría considerar como una civilización íntimamente emparentada con Occidente pero dividida en cuanto a su pertenencia a él.

    El caso de Norteamérica es diferente pues se halla más ligada a la Civilización Occidental anglosajona. Históricamente, se afirmaba que Norteamérica era una civilización distinta de Europa, la primera representaba la libertad, la segunda la opresión, así fue durante todo el siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX. Es en la presente centuria, al dar Estados Unidos un salto a la escena mundial descubrió que existía un sentido de identidad mucho más amplio con Europa, y se dispuso a liderarla.

    Los años noventa han conocido la explosión de una crisis de identidades, debido al resurgimiento, a escala planetaria, de las mismas; con relación a lo que nos interesa, en América Latina el sector académico se preguntaba ¿Quiénes somos? ¿A dónde pertenecemos? y ¿Quién no es de los nuestros?. Arduos debates en Universidades eran motivo de interesantes y disímiles respuestas frente a las mismas preguntas.

    Generalmente, frente a una crisis de identidad, lo que cuenta para la gente, y aún es así, son la sangre, las costumbres, las creencias, la lengua, la fe y la familia. La gente se solidariza con quienes poseen antepasados, religión, lengua, valores e instituciones semejantes, y se distancia de quienes los tienen diferentes.

    Estados Unidos no es la excepción. Históricamente, la identidad nacional estadounidense se ha definido por la herencia de la civilización occidental y por los principios del credo norteamericano en el que coinciden abrumadoramente los “Americans” o estadounidenses: libertad, democracia, individualismo, igualdad ante la ley, constitucionalismo y propiedad privada, lo cual viene también de Europa.

    En la segunda mitad del siglo XX, ambos componentes de la identidad norteamericana se vieron sometidos a un violento ataque, concentrado y continuo, por parte de un número pequeño pero influyente de intelectuales y publicistas. En nombre del multiculturalismo, atacaban la identificación de los Estados Unidos con la civilización occidental, negaban la existencia de una cultura estadounidense común y promovían identidades y agrupamientos raciales, étnicos y otros de tipo cultural subnacional. Esta tendencia multicultural comenzó a manifestarse en los 60s a través de las luchas por lograr derechos civiles, de la cual se obtuvo beneficios mediante una variada legislación. Actualmente el partido republicano ha intentado dar un paso atrás en relación a los logros obtenidos en materia de derechos civiles, no obstante Samuel P. Huntington nos hace mención que en el gobierno de Clinton, democrata, es cuando se da un estímulo a la diversidad cultural.

    Ha quedado claro que Estados Unidos es el líder de la civilización occidental hoy en día, podemos afirmar que hay una cultura estadounidense o bien que se trata se una sub-civilización de la civilización occidental.

    En tanto, América Latina es una civilización diferente, que si bien tiene matices de la civilización occidental, es una cultura propia, donde si bien puede quedar algo de sincretismo, es mínimo porque la subsistencia de elementos originales prehispánicos o latinos ha sido superada por el tiempo pasado y por la idiosincracia de los habitantes de América Latina.

    3.EL TERMINO “FRONTERA”: APROXIMACIONES CONCEPTUALES

    El término “frontera” se haya íntimamente ligado al concepto de “Estado”. El problema de las fronteras, de su delimitación es primordial y está asociado a la soberanía, por ende podemos afirmar que “el territorio tiene los mismos límites que la soberanía”. No obstante el problema es mucho más complejo, sobe todo si tomamos en cuenta dos conceptos: zona de frontera y zona límite.

    Es interesante ver la evolución del concepto de “frontera” , o de territorio fronterizo. La geografía no debe entenderse, solamente, desde su propia perspectiva. La historia, la antropología, la sociología, la economía, etc., podrán ayudar en la comprensión y análisis del espacio. Si intentamos comprender la geografía a través de la historia o de la antropología, debemos tener en cuenta que no siempre tratamos con territorios “continuos”, sino más bien con espacios discontinuos; pese a que se ha tratado de establecer fronteras rígidas aún subsiste el problema de la frontera viva, móvil, dinámica, lo cual nos llevaría a pensar en problemas limítrofes que escapan a nuestro estudio.

    Al parecer deberíamos considerar solamente la frontera lineal, rígida y continua, frontera muy relacionada con la era de los nacionalismos pero bastaría ver Sudamérica para preguntarnos ¿son rígidas las fronteras?. Por otro lado, debemos tener en cuenta un “fenómeno” que convierte en especial a Sudamérica, estamos hablando de la presencia de los Andes, sobre lo cual, hacia 1991, llamaba la atención Olivier Dollfus. Si bien nos damos cuenta de que existen los Andes, acaso nos preguntamos ¿en qué medida este accidente geográfico determina el peso económico, social y político de cada Estado? ¿es uniforme la respuesta de los Estados andinos?. Pues bien, nuestro citado autor, responde a estas interrogantes afirmando que “las respuestas son muy diferentes de un país a otro y van modificándose con el transcurso del tiempo”.

    Si bien hace notar Dollfus que las fronteras de los estados andinos son el resultado de guerras y conflictos que datan de la época de la independencia, tenemos que reflexionar en torno a su real delimitación ¿qué expresa una frontera?, ¿expresa un “choque”, más o menos significativo de dos tipos de economía y de cultura?. Creemos que no necesariamente, por ejemplo: Perú - Bolivia, Perú - Ecuador, Colombia - Venezuela, en estos casos no podríamos hablar de choque, hay más bien una cercanía, casi una misma identidad en torno al Desaguadero y a los otros territorios limítrofes, lo cual no nos aleja de los problemas limítrofes.

    Esta última afirmación nos conduce a nuestro tema ¿podemos hablar de una barrera frontera entre Estados Unidos y América del Sur?. Al parecer hemos podido percibir la diferencia geográfica entre Estados Unidos y América del Sur. Turner, un investigador norteamericano, nos hacía ver la importancia que había tenido la frontera en el desarrollo histórico estadounidense. Lo cual no podríamos afirmar en el caso Sudamericano, la frontera en América del Sur ha sido un factor de constante conflicto, y así la geografía se convirtió en una interesante arma para la guerra como afirmaba Lacoste hacia 1990.

    Hasta aquí, no solamente podemos hablar de una frontera geopolítica sino también de una frontera cultural por lo ya expuesto en el acápite I.

    4. MITOS Y ESTEREOTIPOS EN TORNO A “AMERICANS” Y “AMERICANOS”: ALGUNAS PAUTAS EN RELACION A LA HEGEMONIA CULTURAL ESTADOUNIDENSE

    La historiografía de los noventa, nos hace notar que si se ha establecido una “barrera -frontera” entre Estados Unidos y América Latina, en nuestro caso América del Sur, ésta es producto de mitos y estereotipos que se han forjado durante varias décadas, los cuales hacen ver al latino como un primitivo tercermundista, en tanto el estadounidense ha progresado. En relación a este tópico Pike afirmaba: “Nosotros los estadounidenses, la mayor parte del tiempo, nos vemos como el ejemplo de todo, lo cual significa ser civilizado. Nosotros hemos logrado un progreso lineal, en el aspecto material pero acompañado por el avance moral, espiritual y cultural. En cambio, los latinoamericanos, como los vemos, han permanecido estáticos, están atrapados en un primitivo estado de naturaleza del cual son víctimas más que ser señores del mismo”.

    Podemos hablar de una transferencia que hicieron los colonos a manera de desquite. Ellos eran vistos como bárbaros por parte de los ingleses, no civilizados, pero una vez asentados en América del Norte, fueron ellos quienes vieron a los indios nativos y a los esclavos africanos como bárbaros y gente no civilizada. Estos estereotipos fueron trasladados desde la independencia a América Latina, siendo vistos los latinoamericanos como atrasados y no civilizados, más aún, se les comparaba con niños y afeminados, pues éstos son los más débiles, indefensos e inmaduros.

    Tengamos en cuenta que los estadounidenses son gente compleja, a pesar de los avances que han logrado, cuestionan los valores de su presente “civilización” y enaltecen lo primitivo, lo natural y lo instintivo. Podríamos afirmar que ésa es una razón por la cual, han logrado obtener beneficios los defensores del medio ambiente, las minorías étnicas y en sí los inmigrantes latinos.

    Es recién, a partir de los noventa cuando ya no se piensa tanto en la dominación que América Latina pueda percibir, sino que Estados Unidos comienza a pensar en una relación menos desigual y que América Latina no se de cuenta que está siendo dominada.

    Uno de los mitos más explotados por los estadounidenses ha sido justamente esa aptitud para el progreso, pero la forma como ellos entienden a los latinoamericanos es que somos incapaces, lo cual marca una división, a bien decir, esa frontera que existe entre ellos y nosotros los latinoamericanos, entre lo que los estadounidenses identifican como civilización, tildándonos de vivir en algo menos que un “estado de naturaleza”. Si bien, al parecer, esa frontera desapareció, o por lo menos lo hizo a nivel de opinión pública; sin embargo, la forma de concebir a los latinoamericanos continuó pero con características hemisféricas, se manifestó así una división entre los Anglo sajones civilizados del norte, en contraparte con la percepción que tenían de los latinoamericanos del Sur, quienes se encontraban en un estado menor que el de naturaleza.

    A fines del siglo XX, podemos advertir ingenuamente que los roles se han invertido, Estados Unidos ha sido latinoamericanizado, en tanto América Latina ha sido norteamericanizada. Sin embargo, pese al gran volúmen de inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos, hay que tener en cuenta la idiosincracia de los norteamericanos, es un país básicamente formado con inmigrantes y no sólo llegan de América Latina sino de todo el mundo. Además el inmigrante trata de mimetizarse con el oriundo para no ser segregado.

    Lo que sin duda, podemos reprochar a los estadounidenses en cuanto a su percepción sobre los latinoamericanos es su falta de originalidad al concebir América Latina, y en general, al “Tercer Mundo”. Se ve claramente que ellos han formado un estereotipo de nosotros y nos identifican a los latinoamericanos con los africanos, asiáticos y demás. En el caso estadounidense han sido ellos quienes han tejido estereotipos sobre aquellos a quienes se les considera débiles.

    La explicación tiene una raíz histórica y es que las elites latinoamericanas pudientes se fortalecieron durante el siglo XIX con un sentido propio de identidad que las diferenció de los habitantes norteamericanos a quienes consideraban sin pasado y sin cultura; con la unificación entre norte y sur, la conquista del oeste, es decir, con los logros estadounidenses estas elites esperaban que aquellos imiten su forma de vida, pero no fue así debido a que los estadounidenses veían a los latinoamericanos como una civilización caótica que estaba en constantes pugnas.

    Como habíamos mencionado, una vez formado los Estados Unidos de Norteamérica, fue grande el desencanto de las elites de América Latina quienes procedieron a estereotipar negativamente a los estadounidenses, como la clase baja que había subido en posición económica pero que no se les podía comparar ni en lo social ni en lo cultural, a bien decir como los que se encontraban en la barbarie.

    Los norteamericanos desde antes de Monroe se consideraban como americanos por excelencia y los europeos también los consideraban así. Poco a poco, los norteamericanos mostraron la conciencia que tenían de sus logros; así, los norteamericanos pasaron de ser bárbaros a civilizados y los latinoamericanos de ser civilizados a un estancamiento que los llevo a la barbarie y desunión.

    Hemos explicado las raíces de esta inversión que data del siglo XIX, cuando ciertas elites pudientes latinoamericanas tildaban de bárbaros a los norteamericanos, pero en el siglo XX, con los avances estadounidenses, serán éstos quienes percibirán como bárbaros a los latinoamericanos y así se desarrollarán muchos de los mitos y estereotipos de los cuales continuaremos hablando.

    Es interesante tener en cuenta las imágenes raciales, étnicas e institucionales que se manejan en Estados Unidos con relación a América Latina y que fueron difundidas a través de los medios de comunicación. Entre esas imágenes tenemos la percepción sobre los latinoamericanos como especies inferiores en relación a los estadounidenses que vendrían a ser especies superiores. Johnson hace notar que existe una tendencia a valorar a los latinoamericanos de acuerdo a cánones estadounidenses.

    Las relaciones entre Estados Unidos y América Latina han girado principalmente en torno a temas económicos. En el siglo XX, podemos observar un exacerbado nacionalismo latinoamericano que ha llevado a un sentimiento anti - extranjero, principalmente anti - estadounidense, y que pretende afirmar la unidad latinoamericana.

    En fin, entre los estereotipos que forman parte de la “leyenda negra” en torno a los latinoamericanos tenemos aquél que se relaciona con nuestro pasado ibérico, se tilda a la sociedad latinoamericana de ser gente ociosa, no progresista y acostumbrados a ser gobernados por la fuerza, este último estereotipo es el que comúnmente se suele explotar más, debido a que en el siglo XIX casi toda América Latina pasó por la etapa denominada “caudillismo”, y en el siglo XX, se hicieron evidentes gobiernos autoritarios, de donde se desprende que para sus habitantes, les es difícil vivir en democracia y prefieren la fuerza.

    Otro de los estereotipos, generalizados y relacionados con nuestro pasado ibérico es el que se relaciona con la Iglesia, los estadounidenses la veían como cruel, represora, que no permitía la libertad de culto. Para la mentalidad protestante, la iglesia católica romana significaba represión, terror y tortura. Asimismo, para los protestantes de América del Norte debía haber una dependencia de las Iglesias con respecto al Estado, lo cual criticaban de los españoles que no la tenían; además comparaban su ascetismo arquitectónico religioso en contraste con la fastuosidad arquitectónica de las Iglesias de América Latina, especialmente de aquéllas que se encontraban en los centros de los principales virreinatos.

    Una vez expulsados los españoles y portugueses de América del Sur, estos estereotipos continuaron, ahora serían en torno a las clases dirigentes que quedaron y que los norteamericanos consideraban inmaduras para dirigir sus destinos, pues deseaban tener gobiernos monárquicos a imitación de lo que fue su pasado.

    En términos hemisféricos es interesante notar las similitudes que unen a los estadounidenses con los latinoamericanos, por ejemplo ambos vieron a las religiones institucionalizadas como un estabilizador social, ambos tuvieron que asumir una continuidad cultural con el pasado que les correspondía.

    Haciendo las salvedades existentes en el período colonial para ambas sociedades, tenemos que, en contraste con las instituciones políticas latinoamericanas que siempre estaban buscando llegar a la democracia y culminaban en el autoritarismo; el modelo estadounidense permaneció firme al estilo de democracia que tenía a pesar de sus fallas, este estilo le proporcionaba respuestas para el proceso de industrialización, urbanización y para mantener el equilibrio entre las clases. Es por este motivo, de su experiencia vivida que no debería sorprendernos el por qué intentaron exportar democracia a América Latina.

    Las repúblicas de Latinoamérica pueden tener muchas características en común pero también son profundamente diferentes. Pueden compartir la experiencia de ser mezcla de dos o más culturas diferentes, de tener creencias religiosas complejas, de haber luchado por su independencia, de tener una filosofía, de poseer una concepción común sobre los derechos humanos, de compartir aspiraciones comunes, de tener la voluntad de formar una sociedad y un futuro común, pero asimismo, podemos ver sus diferencias geográficas de región a región, en un mismo país puede existir una variedad microclimática, acompañada con una variedad racial y cultural y finalmente en su evolución histórica cada país se desarrolló de manera diferente, unos más que otros.

    Muchos de los estereotipos manejados por los estadounidenses no se percatan de la diversidad latinoamericana y la ven como un monolito, como una simple unidad, sin ver su diversidad. En una publicidad que estudia Johnson tenemos a América Latina como el soporte, la planta baja de la política estadounidense, especialmente de la “Doctrina Monroe”, ahí están todos los latinoamericanos: chilenos, argentinos, brasileños, ecuatorianos, etc., dando apoyo al no intervencionismo extranjero y al lema “América para los Americanos” que debe ser interpretado como “América para los norteamericanos”.

    Para Johnson, el concebir a América Latina como un monolito implica también el verla como el hombre contento y despreocupado de sus deudas, eran los casos de Perú, Brasil, Chile y Argentina principalmente. Asimismo, este estereotipo monolítico muestra a América Latina como el conjunto de siervos, todos vestidos de la misma manera, pese a ser de diferentes países; mientras tanto Estados Unidos es el Señor, el coloso. Del mismo modo, se observa a Latinoamérica como el alumno que no sabe la lección democrática y debe de ser castigado por el maestro que vendría a ser Estados Unidos.

    América Latina fue concebida como sinónimo de debilidad, era comparada con los polluelos necesitados de protección por parte del gran ave que era Estados Unidos.

    Pero los estereotipos fueron más lejos, América Latina fue comparada con la mujer, no la mujer activa del siglo XX estadounidense, sino aquélla pasiva, débil, dependiente, enfermiza, e incluso mal vestida y muchas veces confundida con la mendiga. Del mismo modo, sus repúblicas fueron comparadas como si fuesen niños debido a su inmadurez, irresponsabilidad y falta de seriedad para asumir compromisos, en tanto Estados Unidos se perfilaba como su guardián, protector y mediador. Sin embargo, podemos intuir que de todos los estereotipos este es el más benevolente debido a que el niño tiene la esperanza de convertirse en adulto.

    Vale la pena traer a colación dos interesantes estereotipos: primero, la comparación racista de las repúblicas sudamericanas con la raza negra debido a su falta de moralidad, a la inestabilidad para compartir las oportunidades democráticas que le ofrecían los estadounidenses, a su incapacidad para salir adelante de acuerdo a sus propios intereses económicos. La razón que tuvieron los estadounidenses para dicha comparación estribaba en que los negros se mostraban dóciles, supersticiosos, emocionales, temperamentales, inestables, deshonestos, promiscuos, resignados con su suerte y amantes de la música, que era la manera en que los estadounidenses veían a los latinos. Este estereotipo se fue desvaneciendo con el tiempo pues la cuestión racial en los Estados Unidos cobró otros matices, la raza negra comenzó a luchar por sus derechos y creemos que uno de sus más claros exponentes de lucha fue Martín Luther King. De este modo, el problema racial pasó a convertirse en un asunto moral, la raza negra sería en adelante vista como luchadora para conseguir sus derechos frente a un grupo blanco hegemónico, es evidente que esto último como habíamos mencionado se desarrolló en el plano moral.

    En un segundo momento, se plasmó en la publicidad la visión de las naciones latinoamericanas como divididas profundamente entre muy ricos y muy pobres, explotadores y

    explotados. Y sería, aparentemente, Estados Unidos con la alianza para el Progreso en la década de los sesenta quien rescataría a la sociedad latina y borraría estas diferencias sociales en favor de la reforma y modernización que vendría acompañada de la democracia. Sin embargo, en vez de democracia tuvimos un militarismo exacerbado en América Latina, luego de la Alianza para el Progreso.

    Entre los mitos significativos, que nos hace notar John D. Martz, tenemos a Estados Unidos como exportador de democracia universal, lo cual deberíamos llamar pseudodemocracia que Estados Unidos se preocupó por mantener dentro de su país, valorándola en el momento de la toma de decisiones de sus mandatarios. Con este mito concuerda también Abraham F. Lowenthal para quien Estados Unidos hizo todo lo posible por implantar la democracia en América Latina, sin lograr el éxito deseado; sin embargo, este autor no parece percatarse de la situación de la gente de color.

    Al parecer el fin de los gobiernos latinoamericanos no era la democracia sino el poder, aquí notamos que se constituye otro mito histórico en relación al fracaso estadounidense que quería una sociedad mejor en Latinoamérica, motivo por el cual Estados Unidos se va a sentir manipulado por Latinoamérica. La sola frase parece ridícula pues en todo momento Estados Unidos buscó beneficios económicos para sí y que América Latina respondiese mejor a sus ambiciones de dominio. Así, fue su hegemonía la que le permitió manipular a América Latina y lo continua haciendo aún hoy pese a que su hegemonía está en tela de juicio; sin embargo, su poder cultural sigue latente en América Latina.

    Estados Unidos hacia la década de los noventa acentuó su interés por promover la democracia en América Latina, porque se dio cuenta que sólo estrechando sus lazos con América Latina podrá mantenerse aún como un poder, pese a los cambios del sistema internacional que denotan el surgimiento de otros bloques y nos hacen sentir el peso del multilateralismo.

    5.¿PODEMOS PLANTEAR UNA BARRERA FRONTERA ENTRE “AMERICANS” Y “AMERICANOS”?

    Todo indica la existencia de una barrera frontera entre Estados Unidos y América del Sur, no sólo en el aspecto económico que es lo que hace notar uno de nuestros entrevistados: “Desgraciadamente Estados Unidos es una potencia que tiene el poder, nosotros los países, sobre todo, los sudamericanos, somos países muy dependientes del país del norte, nuestra economía se fundamenta en una dependencia tanto de mercado como de tecnología y los parámetros fundamentales para el avance o desarrollo de las economías individuales lo conforman la adopción de tecnologías”.

    Si bien, los Estados Unidos hacia 1998 era uno de los países más endeudados del mundo y no gozaba de una economía sólida, sin embargo, frente a las economías latinoamericanas de total inestabilidad, con un déficit fiscal muy alto, con una reserva monetaria muy débil, con un sistema financiero totalmente frágil y con una medida de inflación bastante alta, su posición se enaltecía debido a que América Latina era y es deudora de Estados Unidos y al monto de braceaje que recibe Estados Unidos de América Latina, por su deuda en dólares.

    Las circunstancias del mundo sin duda han cambiado, incluso en la posición de Estados Unidos frente a América Latina. El panorama es otro, el trato es con más suavidad y menos gran garrote, pero con igual capacidad de presión, como lo hacen notar los casos de Panamá y Cuba por ejemplo. Así nos lo hacía ver otro de nuestros entrevistados:“Es evidente en nuestros países la enorme influencia que ejercen los embajadores norteamericanos con sus declaraciones, que si no quieren actuar como virreyes que en la práctica lo son, de todos modos, se nota tanto la influencia de éstos que declaran contra Bucharan y las aduanas, y Bucharan al poco tiempo cae”.

    Estados Unidos interviene en América Latina de diferentes formas, ya sea poniendo fin a regímenes determinados, como es el caso citado de Bucharan; o bien para estabilizar otros, que no merecerían ser consolidados; sin embargo, una declaración del embajador estadounidense logra esa consolidación.

    El peso de Estados Unidos en América Latina es abrumador, dependemos en un 80% del país del norte en nuestros negocios internacionales, así Estados Unidos se ha fortalecido en su relación con América Latina:“Noto fortalecido el poder del presidente Clinton, superados los prejuicios y derrotado el partido republicano que podría ser un factor de perturbación del liderazgo de los Estados Unidos, por exceso de actitud totalitaria más bien. Pero con la consolidación demócrata veo bien el futuro, en una línea que llevaría a una mejor relación entre Estados Unidos y América Latina”.

    En fin, lo que tendría que buscar Estados Unidos sería estrechar vínculos con América Latina, pero vemos que en su agenda América Latina ha estado siempre al final. Todo indicaría que el fortalecimiento de estos vínculos y la formación de un solo bloque “América”, lo cual no sería difícil porque las economías latinoamericanas están dolarizadas en la praxis, ayudaría a Estados Unidos a mantener su sitial. Al haber planteado la existencia de una barrera económica entre Estados Unidos y América Latina no hemos excluido los lazos que nos unen al poder estadounidense, claro está en una relación desigual.

    Luego de esbozada la frontera económica, para efectos del presente estudio, nos centraremos en el aspecto cultural. Todo indicaría que existe una frontera cultural entre ambas civilizaciones, como diría Ronald Takaki, nos encontramos en diferentes orillas.

    Debemos preguntarnos ¿cómo se consideran los estadounidenses?. Si bien para algunos no significa mucho, otros en cambio se sienten orgullosos y afortunados de serlo.

    ¿Por qué? Es una pregunta que no sólo nos remite al standard de vida estadounidense sino también a la libertad que dos de estos ciudadanos dicen que existe en su sociedad, pese a admitir que es una libertad limitada. Podemos intuir de sus respuestas que se trata de la “libertad” que ha venido manipulándose desde el siglo pasado como ya nos lo hacía ver Johnson, anteriormente.

    En relación a ¿cómo perciben los estadounidenses a los latinos?. Los cuatro encuestados concordaron que se trata de grupos diferentes culturalmente, pueden haber unos trabajadores y responsables como otros sin mucha formación y sin cultura cívica. Uno de nuestros encuestados afirmaba: “Lo que menos me gusta con respecto a la cultura de algunos latinoamericanos es la falta de sentido ético y la falta de cultura cívica: respetar los derechos de los otros, tratar a las personas con respeto y dignidad”.

    Con respecto a la pregunta que se les hizo a los sudamericanos entrevistados sobre ¿qué significaba para ellos ser latino hoy en día?. Casi todos, a excepción de los chilenos, concordaron en que ser latino era compartir una “cultura” heterogénea y tener una identidad propia.

    Pero cuando se les preguntó sobre ¿qué imagen tenían de los estadounidenses? Las respuestas fueron generalmente negativas, como en el caso de la percepción que tienen los estadounidenses de los latinos. Uno de nuestros encuestados afirmaba: “Es un pueblo sumamente mal informado, seducido por el consumo. Creo que el concepto de imperialismo sirve todavía mucho para entenderlo”.

    Otro encuestado, en cambio, expresaba:“Viven en un país desarrollado que ejerce una influencia política, económica y cultural sobre los países occidentales. La “cultura” norteamericana estaría poco explotada por sus nacionales”.

    En tanto otro aseveraba que: “la idea de “unidad” de los norteamericanos es una construcción imaginaria cuyo único sustento, otra vez, es la realidad administrativa de una confederación de estados”.

    La imagen que tienen los sudamericanos de los estadounidenses es que son un pueblo con poder económico y unidad política institucional, pero carentes de la “cultura” que caracteriza a los latinos desde tiempos ancestrales y los define actualmente como una civilización.

    Frente a la pregunta ¿existe una barrera frontera entre la civilización estadounidense y la latinoamericana?. Los sudamericanos se inclinaron a decir que si creían que existía una diferencia a pesar de los efectos de la globalización. En cambio, dos de los estadounidenses afirmaron que no había una barrera frontera porque los latinos asimilan rápidamente esa “cultura” cuando aprenden el inglés y salen de sus ghettos, uno de ellos afirmaba que su cultura es bastante elástica y absorbente. La otra encuestada afirmaba que no había una cultura norteamericana, sino que las “culturas” estadounidenses urbanas habían venido adoptando muchos elementos de las “culturas” latinas.

    Todos nuestros encuestados frente a la existencia de una barrera frontera entre estadounidenses y latinos, están proponiendo una diversidad cultural, tanto dentro de los Estados Unidos como dentro de América Latina. De este modo, existe esa barrera entre ambas “civilizaciones” pero es una barrera frontera elástica, no es rígida ni determinante.

    Podríamos ver como sostiene Guss, a la diversidad cultural como un discurso liberador de poder e inclusión, en lugar de uno de marginalización y exclusión. Sólo así, lograríamos comprender a la frontera de manera elástica y las diferencias entre estadounidenses y latinos como una brecha que no es concluyente.

    Desde la pasada centuria notamos que ha existido en América Latina esa tendencia a la unidad en un solo bloque, tratando de eludir las diferencias que existen internamente, como en el caso chileno, éstos se consideran diferentes del resto de América Latina y afirman que el discurso de “identidad”, es sólo mera retórica; su posición geográfica los convierte en una isla en la cual todo es original y nada se contrasta con lo foráneo.

    Por otro lado, Estados Unidos en su constante intento por exportar democracia a toda América Latina ha fracasado, convendría preguntarse ¿por qué?. Tal vez no ha sabido manejar el multiculturalismo latinoamericano que revela la división y permite la participación de todos en un bloque unido pero diverso, debido a que no se puede concebir a Latinoamérica como un monolito, ni siquiera a cada país que la conforma como tal.

    Es importante tener en cuenta la “diferencia”, lo que no significa “desigualdad”, como advierte Renato Ortiz, pero tampoco podemos permanecer ahí, sino que debemos hacer notar que éstas se articulan según diversos intereses, los cuales necesitan de medios efectivos para que se expresen o realicen.

    A este punto, no sólo podemos hablar de que cada país tiene identidades múltiples , como afirma Xavier Albó, sino que toda Latinoamérica está compuesta por identidades múltiples las cuales son mucho más evidentes en este bloque que en el caso estadounidense, pese a que también son notorias.

    No podemos negar nuestra diversidad cultural, como propone G. Bonfil Batalla, que es producto de procesos históricos de larga duración, los cuales han generado sistemas sociales en culturas propias y distintivas, las cuales unidas forman la civilización latinoamericana.

    Finalmente, en cuanto a la relación cultural entre Estados Unidos y América Latina, podemos afirmar que existe una desigualdad en tanto la relación es asimétrica, pero también podemos plantear una diferencia tanto dentro de Estados Unidos como dentro de América Latina, en ésta última coexisten desigualdad y diferencia, las cuales son más evidentes que en el caso estadounidense.

    CONCLUSIONES

    1.- Este estudio corrobora que la teoría y la praxis no van siempre de la mano, el aporte de Samuel P. Huntington, a partir de una perspectiva realista, en torno al problema de civilizaciones uniformes como la latinoamericana o como la sub-civilización estadounidense, se desdice con las evidencias expuestas en nuestro cuarto capítulo. Asimismo, debemos tener en cuenta que es la visión desde el lado estadounidense, a partir de lo que podríamos llamar la sub-civilización hegemónica, nuestro análisis puede ser criticado por ser la visión desde arriba.

    2.- La proliferación de mitos y estereotipos sobre la sociedad latinoamericana fue originada por ella misma, en detrimento de la naciente nación estadounidense, de ahí que se convirtió en víctima por la reversión sufrida cuando Estados Unidos se modernizó, y así todos aquellos mitos y estereotipos se volcaron en su contra.

    3.- La percepción sobre América Latina como un monolito, como una mujer, o bien como un niño, no cambió desde el siglo XIX hasta el siglo XX.

    4.- La frontera que separa a Estados Unidos de América Latina no es la del Río Grande, va más allá, es más, se trata de una frontera elástica, viva y que se acomoda a los cambios sociales. Pero no se puede negar que exista, pese a que no sea tan clara.

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    Yeni Castro Peña es Magíster en Estudios Latinoamericanos graduada en la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Quito. Estudió historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú, ejerce la docencia en historia del Perú e historia económica del Perú. Ha realizado una especialización en Educación Superior y enfoque Ciencia, Tecnología y Sociedad, y otra en Gestión y desarrollo de proyectos de investigación. Es investigadora nombrada por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia y realiza diversos proyectos de investigación relacionados con la historia de la ciencia y la tecnología.

    e-mail: castro.y@pucp.edu.pe

    En adelante cuando nos referiremos a América Latina o a los latinoamericanos, debemos tener en cuenta las restricciones ya hechas en la “Introducción”.

    “Latin Americans invariably refer to themselves by the name of their native countries: they are Argentines or Bolivians or Peruvians or Haitians or Brazilians or Mexicans. Very seldom do they, first and foremost, name themselves Americans”.

    Langley, Lester D. : 1990. P. 16 -17. La traducción es nuestra.

    Huntington, Samuel P.: 1997. P. 20.

    Ibid. P. 34.

    Braudel, Fernand.: 1994. P. 4 - 5.

    Wallerstein, Inmanuel : 1992. P. 160 y SS.

    Dawson, Christopher: 1978. P. 51 y 402 y Durkheim, Emile y Mauss, Marcel : 1971. P. 811.

    Spengler, Oscar: 1926 - 1928. T. II. P. 170.

    Huntington: 1997. P.47.

    Toynbee, Arnold: 1934 - 1961. T. I. P. 455.

    Huntington: 1997. P.48.

    Ibid. P. 51

    Ibid. P.52. En adelante cuando hagamos alusión a la Civilización Occidental, nos estaremos refiriendo a la estadounidense, por ende a los “Americans” que la conforman, podremos considerarlos como la sub-civilización estadounidense ya que forma parte de la Civilización Occidental.

    Ibid. P. 366.

    Mis afirmaciones no son meros supuestos, están sustentadas en el libro de Huntington, Samuel P. “Choque de Civilizaciones”.

    Decaux, Emmanuel: 1990. P. 31 - 43.

    Dollfus, Olivier: 1991. P. 163 - 194.

    Turner, Frederick Jacson: 1986. 407 p. y Lacoste, Yves: 1990. 200 p.

    “We, meaning most Americans most of the time, like to see ourselves as prime exemplars of all that it means to be civilized. Always up to date and scientific, we successfully pursue linear progress, measured most readily by material accomplishments but always accompanied by moral, spiritual, and cultural advancement. In contrast, Latin Americans, as we are wont to see them, remain static; they are trapped in a primitive state of nature, the victims of rather than the masters of nature”. Pike, Fredrick B.: 1992. P.XIII. La traducción es nuestra.

    Ibid. P.XIV.

    Ibid. P. XV.

    A pesar que las elites latinoamericanas consideraban a los norteamericanos como sin pasado y cultura; sin embargo, no dejaron de admirar su progreso, tenemos ejemplos de hombres como Lastarria, Bilbao, Sarmiento, Alberdi

    Frye Jacobson: 1998.

    Johnson, John J.: 1993. P. 9.

    Este nacionalismo latinoamericano no se produce en todos los niveles, de lo contrario no emigrarían

    Baste recordar los planes de don José de San Martín para el caso peruano.

    Johnson, John J.: 1993. P. 13.

    Ibid. P.20.

    Ibid. P.35.

    Ibid. P. 41 - 69.

    Ibid. P. 51.

    Ibid. 75 - 155.

    Ibid. P. 258.

    Véase Martz, John D.: 1995. P.IX - XVII y Lowenthal, Abraham F.: 1991. P. 243 - 265.

    Entrevista al Dr. Raúl Nieto Jativa, economista ecuatoriano, 60 años, especialista en macroeconomía. Labora en el Instituto de Altos Estudios Nacionales como asesor y jefe del frente económico. Así mismo, es consultor privado empresarial. El subrayado es nuestro.

    Entrevista al Dr. Francisco Huerta Montalvo, médico, 57 años, dedicado al periodismo y a actividades políticas. Ex - Embajador en Venezuela, ex - representante de la ONU durante el período de Rodrigo Borja y asumió el rol de enviado diplomático en las negociaciones de paz entre Perú y Ecuador.

    Ibídem.

    Takaki, Ronald: 1987. P. 3 - 9.

    Encuesta hecha a cuatro ciudadanos norteamericanos cuyas edades fluctúan entre 37 y 56 años. Tres de los cuales son de sexo masculino y una de sexo femenino.

    Encuesta hecha al ciudadano norteamericano Jeffrey Klaiber Lockwood. Edad: 56 años. Grado de Instrucción: Doctorado. Ocupación: Religioso (sacerdote jesuita) y Catedrático Universitario.

    Encuestas realizadas a peruanos, bolivianos, ecuatorianos, brasileños, chilenos, venezolanos, colombianos y argentinos. Sus edades oscilan entre los 21 y los 41 años y pertenecen a sexos diferentes.

    Encuesta hecha a un ciudadano ecuatoriano: Gustavo Ayala Cruz. Edad: 21 años. Grado de Instrucción: Estudiante universitario. Ocupación: Asistente de biblioteca.

    Encuesta hecha a un ciudadano venezolano: Gonzalo Vivas. Edad: 38 años. Grado de Instrucción: Universitaria. Ocupación: Diplomático.

    Encuesta hecha a un ciudadano argentino: Ricardo J. Kaliman. Edad: 41 años. Grado de Instrucción: Universitaria. Ocupación: Docente e Investigador (Literatura y Estudios de la Cultura).

    Guss, David: 1994. P. 31.

    Ortiz, Renato: 1998. P. 36.

    Albó, Xavier: 1998. P. 243 - 246.

    Bonfil Batalla, G.: 1992. P. 194 - 195.

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    Enviado por:Yeni Castro
    Idioma: castellano
    País: Perú

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