Literatura


Cuando las noches son más oscuras de lo que parecen


Un mundo diferente

Cuando las noches son más oscuras de lo que parecen

Es sábado a la noche en Buenos Aires. El viento sopla lo suficientemente fuerte como para despeinar los cabellos de las adolescentes que llegan a la puerta del lugar bailable Caix, ubicado en plena Costanera de la Capital Federal. Un grupo de chicos intenta "colarse" por un costado al ver que una de las personas de seguridad se distrae con el grabador de periodista. Con una mirada fulminante y un tono terminante, dice: "te voy a pedir que no grabes por favor". Se detiene cuando observa el block de papel y la birome, pero no dice nada. Sólo se limita a escuchar y a contestar lo justo, sin explayarse demasiado.

Así es Marcelo. Tiene treinta años y es uno de los catorce hombres de seguridad que trabajan en la disco bailable Caix. En cuanto se le pregunta por su apellido, enseguida se pone a la defensiva y dice: "Es Marcelo, poné sólo Marcelo. No quiero dar mi apellido porque ustedes, los periodistas, enseguida lo ensucian". Todos los fines de semana, estas personas trabajan en la seguridad de los lugares bailables. Conocidos con el nombre de "patovicas", son los encargados de mantener el orden en un mundo en donde el alcohol es el principal protagonista y en un ambiente en donde son ellos, los que deciden si una persona ingresa o no al lugar para el cual trabajan. "La discriminación no existe. A nosotros no nos contratan para discriminar a nadie", dice Marcelo. Y agrega: "Nuestra función es no dejar entrar a aquella persona que llegue al lugar con una actitud prepotente o diferente al resto. Si dejamos pasar a gente que viene a crear incovenientes dentro del boliche, el lugar se nos viene abajo". Con firmeza en sus palabras, Marcelo se impacienta porque recuerda los dos juicios pendientes que tiene por "discriminación y violencia física" trabajando para Caix. "Los juicios que tenemos nosotros son todos por culpa de los periodistas. En cuanto hay un incidente o una pelea que termina con heridos, la culpa siempre es de los de seguridad. Ni siquiera averiguan cómo empezó todo ni quiénes comenzaron. Publican notas que siempre nos matan a nosotros, sin saber que en muchas ocasiones arriesgamos la vida". Marcelo se expresa con indignación, como resignado al trabajo que tiene que hacer todos los viernes y sábados. "Ves?...", dice con una actitud de complicidad. "Ese chico que ves ahí no debe tener más de quince años... mirálo, trae un manojo de llaves con una navaja de bolsillo. Después entra al boliche con eso, se emborracha, saca la navaja, lastima a más de uno y hasta puede matar a otro. Si nosotros intervenimos y un chico resulta herido, Crónica TV saca un titular a favor de los pibes... entonces qué pretenden que hagamos?". Con un cierto enojo, Marcelo se aleja por un momento. Vuelve y comenta: "no lo voy a dejar entrar. Si querés escribí que estamos discriminando...". Sonríe irónicamente, saluda y se dirige hacia la puerta principal para sumarse a la tarea que están realizando sus otros compañeros.

Como si de un mundo diferente se tratase (y de hecho así parece ser), Guillermo reacciona asombrado cuando se le explica el contenido de la nota que se intenta hacer. "No sé cómo se animan a venir hasta acá. En este ambiente los periodistas no son muy queridos. Y eso pasa porque no hacen lo que tiene que hacer un periodista", afirma. Y agrega: "Cuando hay un incidente en un boliche, no buscan conocer las opiniones de los dos lados. Sólo se limitan a publicar notas en contra de las personas de seguridad, sin averiguar cómo se desencadenan los acontecimientos". Guillermo trabaja viernes y sábados en la disco bailable "Pachá" y cuenta que en la semana es empleado administrativo en una empresa de camiones. No conforme con el trabajo de seguridad que desempeña en el lugar bailable, asegura que si pudiese conseguir otro empleo, no dudaría en abandonar el que tiene: " todos los que trabajamos en seguridad a la noche, lo hacemos de 8 a 6 de la mañana y puedo asegurar que eso no es vida para nadie. La gente cree que nosotros nos divertimos haciendo este trabajo, nos imaginan tomando cerveza y charlando con las chicas que vienen al lugar, pero la realidad es que no es así. Si hiciéramos eso, no duraríamos ni un minuto trabajando para el boliche". Cuando Guillermo cuenta que su trabajo no le permite realizar una vida normal, lo dice con resentimiento y mira a su alrededor como intentando buscar una respuesta a la pregunta sobre su vida personal. "...Qué te puedo decir...? Yo estoy casado y tengo una nena de dos años. Daría lo que no tengo por estar todos los fines de semana en casa”.

Qué decir y qué no decir, nada de eso parece importarles demasiado. Hablan sin temor y con franqueza, dispuestos a contestar todo lo que se les pregunta.

Grupos de chicos y chicas de todas las edades pasan por al lado de ellos. Algunos los miran con un cierto respeto, otros con incertidumbre. A Guillermo nada de esto le impresiona y dice que los jóvenes los miran así por la “mala fama” que les hace la prensa. "Es difícil tratar con los adolescentes y a veces es un problema porque son menores.", dice. "Los más complicados son los de edades intermedias como quince o dieciséis años porque creen que se pueden llevar el mundo por delante. Los más chicos no causan tantos problemas porque sólo buscan divertirse, y los que vienen a la noche son más grandes y entonces se ubican más. No tienen esa necesidad como de rebelarse”.

Así como Guillermo habla de los jóvenes que llegan todos los fines de semana a estos lugares bailables para divertirse, los chicos también opinan sobre ellos y dicen que en la mayoría de los casos, los custodios de los boliches aplican la violencia sin sentido alguno. “Yo vengo a bailar siempre a Pachá y generalmente no hay grandes disturbios pero cuando pasa algo pesado, los patovicas empiezan a pegarle a todo el que se le cruce por su camino”. Esto es lo que dice Joaquín, un joven de diecisiete años fiel a esta disco bailable. Y agrega: “acá vienen muchos grupos de clubes de rugby y los patovicas ya los conocen. Por eso, ni siquiera esperan a que se produzcan los problemas. En cuanto ellos ven que los rugbiers de diferentes clubes se empiezan a acercar, intentan separarlos y se producen los hechos violentos”. Lucía no piensa lo mismo. Con tan sólo catorce años, viene a bailar a Pachá todos los sábados y dice: “Yo nunca vi ningún hecho de violencia y a mi nunca me faltaron el respeto las personas de seguridad. Al contrario. Una vez, unos chicos quisieron tocar a una amiga mía y un patovica vino y lo sacó. Pero yo no vi que le pegara. Lo acompañó hasta la puerta y lo hechó del boliche”.

Si bien las opiniones de los jóvenes no parecen encontrase demasiado, hay algo en lo que sí coinciden y es en el supuesto hecho de que el personal de seguridad discrimina a aquellos chicos que vienen con un estilo diferente al del lugar bailable. “La discriminación siempre está presente. Si llegás a venir con zapatillas deportivas, no te dejan entrar y te avisan que no entrás por tener esas zapatillas”, dice Pablo. Y cuenta que él va a bailar con zapatillas porque le resulta más cómodo, pero dice que siempre lleva un bolsito con unos zapatos adentro para cambiarse por si no lo dejan pasar. Lo muestra y le sonríe a sus amigos que lo miran con cierto aire de complicidad. En ese momento, un auto llega al lugar. Dos chicas vestidas con minifalda bajan y miran el grabador de periodismo. Rápidamente se acercan y preguntan si pueden participar en la conversación. Pero la expresión de sus caras se transforma cuando observan el tema que se está tocando. Sin quedarse atrás, Laura decide hablar igual: “Yo siempre estoy bien vestida cuando vengo a bailar porque soy así, pero tampoco creo que si una no viene con una minifalda o con tacos altos, no te dejen entrar. Puede ser que eso le pase a los varones más que a las mujeres.” Su amiga Marina coincide con ella y agrega: “ Creo que hay discriminación pero no creo que siempre sea por cómo nos vestimos. También cuenta la actitud con la que uno venga y en ese sentido, los varones son mucho más revoltosos que las mujeres. Siempre quieren llamar la atención.”

A pesar de que Marina y Laura creen que los varones son más “inquietos” que las mujeres dentro de un boliche, Martín no opina lo mismo. Es uno de los hombres de seguridad del boliche “La Embajada”, ubicado en la calle Canning al 2000. Durante la semana es instructor de gimnasia. Trabaja en el lugar desde hace dos años y si bien reconoce que en este boliche nunca hay demasiados desmanes, afirma que los pocos incidentes que se producen los provocan las mujeres que, según él, toman más alcohol que los hombres. “A veces impresiona ver cómo chicas tan jóvenes compran y compran bebidas alcohólicas sin parar. Creo que piensan que esa es la única forma que tienen para llamar la atención o para rebelarse. Aunque no creo que realmente sepan lo que están haciendo.” Martín llegó a “La Embajada” por un amigo que ya estaba trabajando en el lugar, pero asegura que si no fuera por el factor económico, renunciaría al trabajo de seguridad sin pensarlo dos veces. “El hecho de no tener tiempo libre los fines de semana hace que uno odie el trabajo que tiene. Puedo afirmar que el trabajo de seguridad no es grato para nadie, y realmente no se lo deseo a nadie. Pero lamentablemente, los argentinos no estamos para desperdiciar oportunidades laborales. Tener trabajo hoy en día, es poder comer”.

Parecería ser que todos aquellos que se mantienen fuera del mundo de la noche piensan que hay dos grupos bien divididos: el de los chicos que llegan a los boliches y el de los “patovicas” (nombre que ellos mismos detestan), pero para aquellas personas que forman parte de este mundo, no hay división alguna. Todos se relacionan con todos. Y aunque para muchos, uno de los grupos podría representar al “malo” de la película y el otro al “bueno”, para la gente que trabaja en los boliches no es así. “No creo que los chicos sean los santos de la película y el personal de seguridad sean los malos de la película”, dice Javier Medrano, uno de los chicos de relaciones públicas de “La Embajada”. Y afirma: “ Eso es lo que sale en la televisión y lo que publican en los diarios para vender más, pero la realidad es que acá cada uno hace lo que tiene que hacer. El personal de seguridad se encarga de poner orden para el bienestar del boliche pero jamás utiliza la violencia para frenar los incidentes que se producen en el lugar. Cumplen con su trabajo y hasta llegan a arriesgar su vida.”

Una mirada desde más arriba

Trabajó cuatro años en la seguridad del hotel Sheraton de Buenos Aires. Cuando su mejor amigo Mario le dijo que abandonaría el empleo que tenía en la Costanera, él no dudó en pedirle que lo recomendara para reemplazarlo. Su nombre es Juan Carlos Pío y es el supervisor general de seguridad de todos los boliches de Punta Carrasco. Durante la semana también es profesor de folclore y confiesa que comenzó a trabajar en la parte de seguridad porque ganaba más que con las clases de baile. “Los sueldos no son muy altos. Yo estoy cobrando $80 la noche porque soy supervisor, pero los que trabajan en seguridad de los boliches sólo cobran $30 o $40 pesos por noche”. Juan Carlos no demuestra mucha efusividad a la hora de hablar de temas económicos. Prefiere contar otras cosas como las peleas que se arman los sábados a la noche en la playa de estacionamiento frente al boliche Ribera Este, ubicado en plena Punta Carrasco. “El problema se produce porque los chicos salen bebidos y muy dados vuelta. Se agarran entre grupos y empiezan a pegarse sin parar. Es un descontrol porque nadie los puede frenar y a veces terminan en el hospital”. Como si supiese la pregunta que vendría a continuación, Juan Carlos sonríe sarcásticamente y su mirada se torna tan pícara como si su mente estuviera trabajando para salir rápido de la situación. “No digas nada...”, dice hábilmente. “Puedo afirmar que los chicos de seguridad siempre están ahí...”, agrega con un tono terminante. Pero cuenta que a raíz de la “mala fama” que le hacen los periodistas, ya no intentan detener las situaciones cuando se producen disturbios. “Cuando hay un incidente, el personal de seguridad no interviene. Ellos esperan a que terminen de pelearse unos con otros y después entran en acción... y yo los entiendo. Si se meten y un chico sale lastimado, la culpa es toda de ellos y los juicios les llueven del cielo. Si no intervienen, la prensa no puede publicar que ellos maltratan a los adolescentes que vienen al boliche”.

Con la misma personalidad que los demás custodios de seguridad, Juan Carlos demuestra no tener mucha simpatía hacia los medios de comunicación. Y afirma que por culpa de los medios, la gente se forma una mala imagen del personal de seguridad y, aún peor, Juan Carlos dice que por ese motivo, los boliches reciben a razón de cinco madres por fin de semana, quejándose por el estado en que se encuentran sus hijos. “Por cada diez chicos que se pelean en un boliche, hay una madre que se queja y se lamenta por lo sucedido con su hijo. Lamentablemente, nosotros ya sabemos cómo es la rutina. Primero se produce el incidente, después vienen los heridos y después llegan las quejas. Todo eso, sin contar que puede haber una muerte de por medio.”

La frialdad y la sinceridad caracterizan a Juan Carlos, quien al igual que la gente de seguridad que trabaja en los boliches, parece estar acostumbrado todo ese mundo. Todos contestan las preguntas como si supieran las respuestas de memoria, reaccionan con resentimiento al ver que están hablando para que sus palabras queden en una nota periodística y se ponen a la defensiva cuando se les pregunta por el tema de la discriminación.

Así son estos hombres de la noche o “patovicas” para aquellos que después de leer esta nota, todavía no hayan entendido que ellos detestan que los llamen así.

Es otro sábado a la noche en Buenos Aires. Los chicos llegan contentos y dispuestos a disfrutar del boliche. Los custodios los miran, los analizan y corren la vista. Miles de jóvenes llegan cada noche y se lanzan a la aventura del baile. Ellos también lo hacen. Pero la diferencia es que ellos, a veces, deben bailar por los demás.

Son conocidos con el nombre de "patovicas", aunque ellos no quieren que los llamen así. Trabajan en la parte de seguridad de los lugares bailables viernes y sábados, pero muchos de ellos tienen otro empleo durante la semana. Cada noche, cuando miles de jóvenes irrumpen las pistas de los boliches, ellos están firmes en la puerta del lugar. Desde ahí, y con una actitud imponente, todos coinciden en que "el trabajo de seguridad no es grato para nadie".

Cómo lo publican los medios?

Marcelo, un custodio de seguridad de la disco bailable Caix prometió mostrar una nota que sacó el diario “La Nación” sobre un incidente que se produjo el 4 de febrero de este año, el cual demuestra cómo publican los medios los incidentes que se producen. Dice que, a pesar de que los periodistas intentaron hacer reuniones con ellos para salvar las diferencias existentes, ninguna persona de seguridad tiene interés en hablar con ellos.

Esta es la nota que trajó Marcelo:

Custodios de un pub agreden a dos jóvenes

LA PLATA.- Dos jóvenes fueron agredidos en la madrugada del lunes último por custodios del pub El Estudio, situado en la calle 8, entre 41 y 42, de esta ciudad.

El hecho que involucra a personal de seguridad de un local bailable reactualiza una amenaza de antigua data.

"Nos golpearon sin ningún tipo de justificación, nosotros no habíamos hecho nada". Tales fueron las palabras de Raúl Gómez Santa María y Gustavo Vagnasco, de 18 y 23 años, respectivamente, que fueron víctimas de golpes brutales, presuntamente asestados por custodios del pub.

Según relataron los jóvenes agredidos, el problema comenzó cerca de las cuatro de la mañana, cuando un amigo que los acompañaba y que estaba ebrio volcó el vaso de un parroquiano.

Al cabo de pocos segundos uno de los custodios lo tomó del cuello con la intención de expulsarlo del pub.

"Le pedimos que no lo saquen -dijo Héctor- porque no había tirado el vaso a propósito, pero se lo llevó igual." Los jóvenes siguieron a su amigo, que era arrastrado hasta la calle por el patovica.

Violencia

Una vez afuera, Gómez Santa María y Vagnasco llevaron a su amigo hasta el automóvil. Allí se quedó dormido por efectos del alcohol.

Luego se quedaron hablando en la puerta del local, mientras la gente se retiraba y el personal del pub quitaba el vallado de seguridad.

Súbitamente, un grupo de custodios salió del boliche y, según manifestaron los jóvenes, comenzó a empujarlos hasta la calle.

Cuando trataron de escapar los patovicas comenzaron a golpearlos. Cinco de ellos se encargaron de Héctor y tres de Gustavo.

"Me caí al piso y me cubrí la cara con las manos. Me dieron patadas y piñas en los riñones y las costillas", dijo, apesadumbrado, Héctor.

Lo mismo hicieron con Gustavo, pero a unos cincuenta metros del local, ya que había intentado huir.

"Es imposible defenderse con esos tipos, y más cuando son muchos. Te pegan sin sentido, porque son grandotes", comentó Gustavo al tiempo que negaba con la cabeza.

Por su parte, uno de los propietarios de El Estudio, declaró que si bien el personal de seguridad "retiró a estos jóvenes del local, no utilizó la violencia en ningún momento, ya que no les está permitido".

Además agregó: "Uno de los chicos provocó a los custodios".

De acuerdo con las manifestaciones de Gustavo y Héctor, en la madrugada del lunes, luego de ser agredidos salvajemente, fueron a la comisaría 2a. donde radicaron la denuncia.

El caso se encuentra a disposición del juez en lo criminal y correccional Emir Caputo Tártara.

Asignatura pendiente

El tema de las agresiones por parte del personal de la seguridad privada de discos y confiterías hacia clientes dejó de ser extraño en la ciudad ya que estos hechos se repiten periódicamente.

Los propietarios de los locales argumentan que los llamados "patovicas" son contratados para resguardar la seguridad de los propios clientes.

Pero esto suena contradictorio cuando la realidad muestra que las víctimas de las agresiones perpetradas por estos custodios son, generalmente, personas que se hallan en el interior de la disco o que se están retirando.

Por otro lado, las reglas no resultan claras, pues en la práctica un custodio puede expulsar violentamente tanto a una persona que está ebria como a una que no tiene el aspecto deseado por el personal de seguridad.

Y a partir de allí, por una causa justificable o por una cuestión personal, pueden producirse hechos de violencia inusitada.

En el transcurso del último año, ante la repetición de hechos similares, se dijo oficialmente que se instrumentaría un control policial más riguroso.

La medida de aumentar el control policial a la hora de la salida de los boliches, que es cuando se producen la mayoría de los altercados entre "patovicas" y jóvenes, apuntaba a evitar este tipo de hechos.

Sin embargo, la contratación de custodios privados persistió y la violencia con que éstos suelen actuar no pudo ser erradicada.




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Enviado por:Daniela Cattaneo
Idioma: castellano
País: Argentina

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