Filosofía
Críticas a la metafíasica
Las criticas a la metafísica.
Pues bien, a partir de los elementos anteriormente definidos Hume inicia una crítica sistemática de los conceptos que conformaban la metafísica tradicional.
El procedimiento de crítica se basa en el criterio empirista de conocimiento, y consiste en tomar la categoría metafísica a criticar y mostrar cómo, en efecto, no existe ninguna impresión, o experiencia, de ella, y que por tanto no es más que una invención de la imaginación humana.
Respecto a la idea de sustancia Hume señala que no tenemos ninguna impresión de ella, luego en realidad es una idea que ha fabricado la imaginación a costa de unir, en una misma idea, las impresiones que vemos en la experiencia que suelen ir juntas.
Por ejemplo, cuando vemos una rosa vemos un conjunto de impresiones, como el color, el olor, etc., que suelen presentarse juntas. Ahora bien no existe una impresión de la sustancia rosa, es decir no hay impresión de algo que sea el soporte de esas impresiones simples, sólo la imaginamos debajo de estos accidentes.
La idea de sustancia no tiene su origen en la experiencia sino en la imaginación. Cuando vemos un objeto, lo que en realidad vemos, es un conjunto de impresiones que unidas forman el objeto. El hecho de verlas continuamente unidas hace que se forme en nuestra mente un hábito, debido a la costumbre que tenemos de verlas juntas, a agrupar en la noción de sustancia esas distintas impresiones percibidas, aunque por supuesto no existe una impresión de la sustancia y por tanto ésta no es real.
La noción de yo, por su parte, es la idea de una sustancia mental, al modo cartesiano, que sería la que tiene las percepciones, y por tanto produce los distintos pensamientos los sentimientos etc.
Ahora bien, la existencia del yo como la de sustrato permanente de nuestros actos psíquicos no parece justificable, porque de estarlo tendríamos que tener una misma impresión, continua y permanente en el sentido de que estemos continuamente representándonosla en la conciencia, que acompañara a todas nuestras otras percepciones. Pero no hay una impresión de ese tipo, luego la existencia del yo no está justificada.
Hume señala que lo que se entiende por yo es algo que debería estar en todos y cada uno de nuestros acto psíquicos, ya que se supone que todos son míos. Ahora bien, no existe una impresión que siempre esté acompañando a las demás impresiones. Es posible que en un momento dado alguien piense en sí mismo, pero a continuación deja de hacerlo y piensa, por ejemplo, en una mesa, y al pensar en la mesa deja de pensar en sí mismo, luego el sí mismo el yo, no es una representación que exista siempre como corresponde a nuestra idea habitual del yo, como mucho tendría una existencia intermitente, existiría cuando tengo impresión de ella y sólo en ese momento.
La idea tradicional de yo es otra ficción producida por la imaginación. En realidad no es que no exista el yo, piensa Hume, sino que el yo no es una sustancia, más bien es el conjunto, o haz, de las representaciones, de los distintos actos de conciencia, pero nada más.
Es decir, no existiría el yo como algo que tenga pensamientos, sino que el conjunto de pensamientos sería el yo. Descartes señalaba que si existe un pensamiento debe existir un pensador, y por eso el yo existía; pienso, luego existo. Pero Hume duda que sea así, ¿por qué el hecho de que exista un pensamiento exige que exista un pensador? ¿Dónde está la contradicción en suponer que hay pensamientos pero no pensadores?
Con la noción de universal ocurre lo mismo. No existe ninguna impresión de los universales. Son una creación de la imaginación que por asociación de semejanza distingue algún rasgo o rasgos concretos de las impresiones, y crea una clase con los elementos que tienen ese rasgo o rasgos concretos; y eso es el universal, una creación por semejanza de la imaginación.
Por su parte, la idea de la existencia de un mundo exterior a nosotros, sufre la misma suerte. Pensamos que tal mundo existe con independencia de que estemos recibiendo, o no, las impresiones correspondientes. Pero la propia idea de mundo exterior e independiente de nuestras impresiones no puede, por definición, tener una impresión correspondiente, luego no es más que un producto de nuestra imaginación.
No hay más mundo exterior que el que percibimos en impresiones, suponer su existencia más allá de las impresiones recibidas no se puede justificar en ninguna impresión, por tanto es ilegítimo. A la tesis que mantiene que debemos atenernos estrictamente a nuestro mundo de representaciones o fenómenos, sin suponer un mundo ulterior, se denomina fenomenismo.
Hume no afirma que ese mundo no exista. Lo que afirma es que no tenemos derecho a suponer que exista, y que, por tanto, nuestra idea de que existe no es más que un producto de la imaginación.
La idea de Dios es también criticada por Hume. Dios tampoco es objeto de nuestras impresiones, luego su existencia no está justificada.
Podríamos con todo preguntar cuál es el origen de las impresiones que se dan en la conciencia; es decir, de dónde proceden. Pero Hume manifiesta que ni se sabe ni se puede saber, porque nuestras impresiones constituyen el límite de lo que se puede o no se puede saber, y conocer que haya más allá de nuestras impresiones es ir más allá de la posibilidad de nuestro conocimiento.
Y de hecho, ¿por qué tendría que haber algo que produzca las impresiones y no ser ellas productos espontáneos que forman por ser la realidad? Es decir, ¿por qué tiene que haber un origen para nuestras percepciones?
De todas las críticas que Hume realiza a la metafísica es la que realiza a la idea de causalidad la que mayor repercusión e importancia tuvo debido a la repercusión que suponía para nuestras ideas de lo que significa conocer el mundo.
Nuestro conocimiento del mundo físico parece asentarse en la noción de causalidad. Debido a ella conocemos que, dado una causa natural se seguirá el efecto correspondiente, y conocer eso es conocer cómo funciona el mundo.
Sabemos, apoyados en esa noción, que si la temperatura del agua baja sobre cero grados, se helará; conocemos por ella que si una bola de billar en movimiento choca con otra la pondrá en marcha, que debido a distintas leyes físicas el Sol saldrá mañana, etc.
Podríamos decir que la noción tradicional de causa indica un cierto poder productor del efecto. Pero Hume indica que esta noción de causa no tiene una impresión correspondiente. Lo que en la experiencia podemos ver es que ocurre el primer acontecimiento y a continuación el segundo, pero en modo alguno vemos que el primero produzca el segundo, sólo vemos que el segundo ocurre después de que ocurra el primero. Es decir, no vemos en la experiencia el poder productor del acontecimiento primero o causa, sólo vemos la contigüidad temporal de que cuando ocurre la causa, después, ocurre el efecto.
La causalidad entendida como poder productor es meramente el sentimiento que tenemos de que si ocurre cierto acontecimiento primero ocurrirá un segundo acontecimiento. Ese sentimiento se ha producido en nosotros debido al hábito que tenemos de ver que cuando ocurría el primero le seguía el segundo. Ese hábito producido por la costumbre hace que se produzca en nosotros una asociación de ideas entre el primero y el segundo. Y así, la imaginación, espera anticipadamente el segundo acontecimiento al tener impresión del primero. Por tanto la causalidad en el sentido tradicional no tiene una impresión de sensación asociada, luego no está legitimada.
Lo que si estaría legitimado es la idea de una causalidad distinta que en vez de fundamentarla en el poder productor, únicamente señalase la contigüidad temporal que hasta el presente se da entre el primer hecho, o causa, y el segundo, o efecto.
La repercusión de esto, para el ideal de un conocimiento del mundo, es demoledora. Hasta el momento se consideraba que se trataba de tener certezas sobre el mundo, pero ¿cómo sabemos ahora que causa sólo significa unión temporal que los acontecimientos que han estado unidos en el pasado lo seguirán estando en el futuro?
Hasta el presente siempre ha ocurrido que cuando se enfriaba el agua por debajo de los cero grados ésta se congelaba, pero si el primer acontecimiento no es causa del segundo, entonces ¿cómo saber que aunque esto haya ocurrido siempre en el pasado va a seguir ocurriendo en el futuro?
Pasar de lo que ha ocurrido en el pasado a inferir lo que ocurrirá en el futuro es el problema de cómo justificar el valor del razonamiento inductivo.
Sin embargo, y desde que Hume lo planteó, no ha habido una respuesta satisfactoria. Y así, desde Hume, el conocimiento de la naturaleza deja de considerarse conocimiento de certezas para considerase creencias; aunque creencias más o menos racionalmente justificadas.
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Enviado por: | Listillo |
Idioma: | castellano |
País: | España |