Literatura


Crimen y castigo; Fedor Dostoievski


CRIMEN Y CASTIGO

Fedor M. Dostoievski

En la Rusia del siglo XIX, encontramos a un joven estudiante que sumido en la pobreza, se ve orillado a cometer un asesinato con el fin de obtener un par de monedas para intentar comenzar una vida nueva.

Es interesante ver cómo llega esta idea a la mente del joven Raskolnikoff y cómo la va desarrollando hasta cometer el crimen; cada idea que pasó por su mente, el temor, la angustia y euforia que vivió en aquel momento, cómo planeó qué instrumento usaría, como escondería el hacha, que le diría a la vieja cuando llegara; cada instante que pensó antes de cometer aquel acto que sin duda cambió su vida y que, por situaciones ajenas a él termina cometiendo un doble asesinato ya que la hermana de la vieja usurera, llega por casualidad a la casa en el momento del homicidio, y que el joven se ve forzado a matarla también para que no queden testigos. En el momento que estaba revisando el cuarto para sacar las pertenencias que tenía la mujer escuchó voces y paso que se dirigían hacía donde se encontraba; muy apenas y logró escapar sin ser visto.

Después de haber cometido el asesinato, el joven entra en un vacío mental. Su cuerpo y su mente no daban para más; deliraba y se encontraba mal físicamente hasta que desvanece y dura sumido en enfermedad por varios días después de aquel incidente. Algunas de las joyas que había tomado de la habitación las había escondido debajo de una gran piedra que se encontraba en la calle, no sabía que hacer con ellas; se deshizo poco a poco de la vestimenta que llevaba aquel día, ya que pequeñas gotas de sangre que podía traer, él las veía en una enorme cantidad.

Razumikhin, un viejo amigo de la universidad que tenía tiempo sin ver pero que poco antes de cometer aquello (así se referían cuando tocaban el tema del asesinato de las hermanas Ivanovna) se habían reencontrado y cruzado palabras, se hizo cargo del enfermo y mandó llamar a un médico llamado Zametoff, que durante días habían estado al pendiente de él. Raskolnikoff se tornaba huraño y malhumorado, en ocasiones hasta grosero con su compañero; con frecuencia hacía caso omiso de las indicaciones del doctor de guardar reposo, y solía salirse a la calle a divagar un poco. En una ocasión, después de delirar un poco y visitar la casa donde perpetuó el asesinato y decirle a los obreros que restauraban el cuarto que quería rentarlo, fue sacado casi a patadas por el dvornik, y mientras seguía refunfuñando por aquel incidente, se encontró a unos paso de él un accidente; cuando se acercó se dio cuenta que era un funcionario de nombre Marmeladoff que anteriormente había bebido con él y que en una ocasión lo había invitado a su casa, pudiendo estar notar que vivía en una miseria aun mayor que la de él mismo. Al advertir que lo conocía, se apresuró a llevarlo a casa del Sr. Marmeladoff y mandó llamar un médico. Ya cuando se encontraban en la casa y que los recibió la familia del señor, ya no pudo hacerse nada. Después de una dramática escena familiar, murió. Fue cuando Raskolnikoff tomó los rublos que le había enviado su madre unos días antes y se los dio a la hija mayor del difunto para que se los diera a su madrastra Catalina y pudiera hacerse cargo del entierro.

Días después Razumikhin y Rakolnikoff estaban en una reunión bebiendo un poco, después de una pequeña discusión que solucionaron de inmediato, tomaron rumbo a casa de Raskolnikoff, y cual fue su sorpresa que cuando entra estaban su madre y su hermana ahí; ambas preocupadas por la advertencia del mal estado de salud del joven pero felices de verlo; sin embargo este no sentía lo mismo. Aquel crimen cometido lo había cambiado completamente, y las dos mujeres lo notaban, pero creían que era producto de su enfermedad. Después las acompañaron a su casa y luego de discutir de nuevo sobre el tema de Pedro Lujin, se marcharon de nuevo.

La mañana siguiente, Razumikhin y Raskolnikoff se dirigieron al despacho del juez de instrucción Porfirio Petrovitch, y comenzaron a hablar sobre un par de cosas que Rakolnikoff había empeñado con Alena Ivanovna antes de su muerte, y que le gustaría recuperarlas porque tenían un valor sentimental. El juez de instrucción le dijo que le llevara después un papel donde le indicara qué era de él. Siguieron conversando y Don Porfirio le presentó a Zametoff, fue entonces cuando el joven se puso más nervioso porque le dijeron que habían estado conversando acerca de él, pero ya el juez le dio la explicación de que como él tenía los papeles que guardaba la prestamista de los objetos que le dejaban, pues había ya hablado con todos ellos, y como el había sido el último en estar ahí pues lo esperaba con más ansia; además de que también, cuando Raskolnikoff era estudiante, había publicado en una ocasión un artículo que trataba acerca del crimen publicado dos o tres meses atrás, de lo cual el joven ignoraba. Fue cuando Don Porfirio a pesar de decir no querer ser impertinente ni abusar de la confianza del joven, comenzó a bombardearlo de preguntas acerca del “artículo”, ya que este hablaba del estado psicológico del criminal al momento de cometer el crimen, así como también este se hacía pasar por enfermo para poder alegar locura después, pero lo que más le llamó la atención al juez, fue algo que venía al final, ya que se refería a que existen hombres sobre la tierra que tienen el derecho de cometer todo tipo de acciones, hombres para los que no se han creado las leyes; Raskolnikoff advirtió que el juez lo sabía, y que quería sacarle alguna palabra que lo pudiera incriminar, entonces este procede a explicarle que lo que él quería decir es que existían hombres que tenían el derecho sobre sí mismos para quitar del camino obstáculos que les impidieran llegar a realizar su idea; decía que los más grandes héroes de la humanidad han sido criminales, pues han luchado en contra de las viejas leyes para poner nuevas, y que esto era lo que los diferenciaba de los demás. Decía que la naturaleza dividía a los hombres en dos categorías: la de seres ordinarios que viven felices con lo poco o mucho que tienen apegándose siempre a lo establecido por que así lo quieren; y los superiores, que tenían el don de tener un pensamiento, reproducirlo y hacerlo valer ante los demás aunque esto implique violar las leyes, y que aunque en el artículo este les reconoce el derecho al crimen, también señala que la sociedad no lo acepta y por lo general suelen acabar con ellos porque no consideran que exista tal derecho. El primer grupo crea el mundo, el segundo lo mueve. Esa era la diferencia entre hacer y no hacer. En fin, después de mucho hablar sobre este asunto, Don Porfirio termina preguntándole a Raskolnikoff si él se consideraba uno de esos hombres extraordinarios que podían franquear cualquier obstáculo para dar un progreso a la sociedad; entonces Raskolnikoff le contestó que probablemente, tomando de esta forma el juez la posibilidad de preguntarle de nuevo que si fuera posible que para alcanzar ese progreso él mataría o robaría. Cuando el joven escuchaba cada una de estas palabras le temblaban aún mas las piernas, pero intentó tranquilizarse para contestarle que no se lo diría si así fuera. Continuando el juez con sus preguntas y comentarios sarcásticos, los jóvenes prefirieron marcharse, pero no sin antes recibir la petición del juez de volver al día siguiente para que “entregara los papeles” de las alhajas que estaban empeñadas y ya cuando iban saliendo, el juez interrumpe con otra pregunta capciosa acerca de los pintores que se encontraban en el edificio de Alena Ivanovna el día de su muerte, a lo cual Raskolnikoff salió bien librado, ya que cuando el empeñó las cosas había sido dos días antes, y en ese momento no se encontraban ahí. Cuando salieron del despacho, Razumikhin iba enojado, pues advirtió que durante toda la conversación habían tratado de conseguir alguna pista que los llevara al asesino de las hermanas, principalmente con la última pregunta a la cual Porfirio se disculpó alegando que había confundido las fechas. Mientras seguían andando seguían haciendo conjeturas de este tipo hasta que Raskolnikoff le dijo a Razumikhin que no lo siguiera y lo dejara en paz.

La conciencia de Raskolnikoff no descansaba, tuvo un sueño donde un burgués lo perseguía y le decía asesino, así como también una vez que llegaba a la casa donde había matado a las dos mujeres y veía de nuevo a la vieja usurera que tanto odio le inspiraba riéndose a carcajadas de él, mientras le daba de nuevo más hachazos y al momento de querer huir estaba rodeado de gente; lo único que le hacía tener un momento de paz era recordar a la dulce Sonia.

Esa misma noche las dos mujeres habían preparado una cena con el Sr. Lujin y habían invitado a Raskolnikoff y a Razumikhin a pesar de los deseos del prometido de Advotia de que no estuviese presente su hermano. Esa misma tarde, en casa de Raskolnikoff, había llegado un hombre que había estado acosando a Advotia cuando ella trabajaba como institutriz en una casa, el Sr. Svidrigailoff, que no tenía muy buena fama y que se presumía que había envenado a su esposa, le preguntó al joven por su familia, y le dijo que su esposa le había legado una cantidad de dinero a Advotia y que si era posible que tuviera un encuentro con ella. Por supuesto que el joven se negó y después de una pequeña discusión se marcharon. Cuando Raskolnikoff llegó a casa de su madre acompañado de Razumikhin iba entrando Lujin, ninguno se dirigió la palabra hasta que ya en la cena, comenzaron a hablar de la muerte de la Sra. Maria Petrovna, esposa de Svidrigailoff; entonces el joven dijo que lo había visitado pero que le comentaría mas tarde. Fue cuando Pedro Lujin se levantó de la mesa y comenzó la discusión con Advotia, le dijo que tendrá que escoger entre su hermano o él y cuando ella le dijo que los dos los quería pero cada uno en su papel, el se enojó tanto que comenzó a insultarla, así como también recordó a Sonia insinuando que sostenía alguna relación con su hermano. Continuaron discutiendo los dos hermanos y la madre con Lujin, hasta que Advotia se sintió tan avergonzada de todas las infamias que había dicho Lujin, que le pidió que se retirara y que se daba por terminado aquel compromiso.

Rakolnikoff estaba cada vez más presionado, la policía lo hostigaba, intentaba a como diera lugar obtener alguna confesión. Cuando fue a visitar al juez de instrucción, después de haber exasperado a Raskolnikoff y tener arrebatos de furia en contra de Porfirio por sus insistentes insinuaciones, entra en el despacho un individuo gritando y arrodillándose ante el juez diciendo que el era el asesino, que el había matado a hachazos a las dos hermanas, era Nicolás, uno de los pintores que trabajaban en aquella casa; al pasar esto, Porfirio Petrovitch se disculpó con Raskolnikoff y le pidió que volviese en otra ocasión. El joven salió perturbado de ahí; sabía que con aquel incidente ya no habría nada que pudiese culparlo, debía sentirse aliviado por esto, pero fue todo lo contrario, estaba más perturbado aún.

Raskolnikoff seguía sin poder tener calma, entonces se dirigió a casa de Sonia para la cena que iban a dar por la muerte de Marmeladoff. Lujin, que conoció al difunto, fue a la casa para pedir hablar con Sonia; esta fue al cuarto de otro huésped en donde se encontraba Lujin, le pidió que lo disculpara con su madrastra por no poder asistir a las exequias y que le mandaba 10 rublos para ayudarla un poco con los gastos. En el cuarto se quedó el Sr. Andrés Lebeziatnikoff como testigo de que no había pasado algo más, la joven tomó el dinero con timidez y se fue. Ya en casa de los Marmeladoff, y ya estando Raskolnikoff ahí, de pronto irrumpe Lujin diciendo que Sonia le había robado 100 rublos, después de revisarla salió volando el billete doblado en ocho partes; todos los que estaban en el cuarto le empezaron a gritar ladrona, cuando llega Lebeziatnikoff a decirles a todos que quien había puesto ese dinero ahí había sido el mismos Lujin, pero que ignoraba por qué. Al escuchar esto Raskolnikoff se levantó y aclaró que todo era para desquitarse de él por el rompimiento con su hermana, defendiendo a capa y espada a Sonia; luego de discutir un poco y de que Lujin se fuera, Sonia salió corriendo a su casa desconsolada. Raskolnikoff la alcanzó, hablaron durante mucho tiempo, y en un momento de desesperación luego de haber estado hablando de Isabel Ivanovna, él le dijo que sabía quién la había matado, pero que se lo diría al día siguiente. En el cuarto de enseguida, se encontraba Svidrigailoff escuchando todo, mismo que después tomó como pretexto para chantajear a Advotia a cambio de su silencio y que después de un pleito, terminaría dejándola ir sin que funcionase su chantaje.

Ese mismo día Porfirio fue a su casa, volvieron a hablar de lo mismo, solo que esta ocasión, se limitó a hablarle más que como un juez, como un amigo. Le dijo que Nicolás era inocente, y que lo mejor para él sería entregarse, que si lo hacía el podría ayudarle a tener un buen juicio y que le daba tiempo de pensarlo.

Al día siguiente, Raskolnikoff seguía fuera de sí, volvió a casa de Sonia y después de un rato de conversación terminó diciéndole a Advotia que si no había adivinado ya. La cara de Advotia se tornó gris y se reflejaba el espanto en sus ojos, no pudo más que entre sus brazos, siguieron la conversación... Ella le dijo que se entregara, que eso ayudaría a sanar su conciencia y podría vivir en paz consigo mismo; el se negó, dijo que no quería ir a dar a Siberia y perder su libertad. Inmediatamente Raskolnikoff salió y meditó por mucho tiempo. Después de mucho pensar, decidió llegar a la comisaría, Sonia lo veía desde lejos. Cuando llegó, preguntó por Zametoff pero no se encontraba, entonces pensó en salirse y cuando volteó y vio a Sonia se devolvió, entonces le dijo a la persona que estaba encargada “Yo soy quien asesinó a hachazos, para robar, a la vieja prestamista y a su hermana Isabel”.

Raskolnikoff fue enviado a Siberia a cumplir una condena de ocho años de trabajos forzados, Advotia y Razumikhin se casaron, Pulkeria enfermó y murió un par de meses después y Sonia, tal como lo había prometido, siguió al lado de Raskolnikoff.

Raskolnikoff, a pesar de estar encerrado, se sentía libre, por una parte por tener el amor de Sonia, mismo que floreció en medio de la adversidad; por otro, por que de una u otra forma dejó de atormentarse, ya no fue asediado por la policía ni por sus mismos recuerdos. Comprendió que con Sonia ya tenía una vida, y que esa vida le gustaba y la quería.

Si bien es cierto que la justicia tiene sus fallas o defectos, la conciencia del hombre no. Ya que, las personas encargadas de que la ley se haga cumplir, deben apegarse estrictamente a la letra de la misma, y mientras no tengan algo objetivo para ponerla en marcha, no podrán hacer nada. Sin embargo, la mente humana tarde o temprano nos traiciona y puede ser más duro el castigo de uno mismo que la propia cárcel.

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Enviado por:Myriam Judith Antillón Aguirre
Idioma: castellano
País: México

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