Sociología y Trabajo Social


Consecuencias sociales de la Globalización en Argentina


CONSECUENCIAS SOCIALES DEL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN EN LA ARGENTINA

Resumen

El fenómeno de la “globalización”, que admite interpretaciones diversas, se acentuó durante la última década del siglo pasado, repercutiendo de diferentes maneras sobre las sociedades que conforman el espectro mundial. Asimismo, dicho proceso ha generado una serie de efectos colaterales en la región latinoamericana en general, y particularmente en la Argentina. Si bien muchos de los cambios ocurridos en estos países se debieron a factores políticos y socioeconómicos locales preexistentes, la mutación del contexto internacional potenció aquellas transformaciones, produciendo a su vez otras de carácter inédito.

Al margen de los rasgos polifacéticos propios de la dinámica globalizadora, este artículo se limita a la consideración de las implicaciones socioeconómicas de la misma, a partir de la reconversión de las políticas estatales, el aparato productivo y los modos de inserción ocupacional de los trabajadores. El abordaje de tal problemática se concentra en el caso argentino, haciendo hincapié en ciertas áreas urbanas de territorio bonaerense. La evolución tratada ocurrió dentro de un marco, insoslayable, determinado por la emergencia de una realidad institucional mundializada, la cual incidió crucialmente en la conformación de una estructura de la sociedad radicalmente diferenciada respecto a la vigente hace un cuarto de siglo.

Introducción: implicaciones sociolaborales de la nueva economía mundializada

Si bien el proceso “globalizador” ha tenido antecedentes históricos relativamente mediatos, y aún remotos, es a partir de fines de los años ochenta del último siglo cuando dicho término adquiere una connotación peculiar y específica. Además, con anterioridad a dicha instancia, ya se había mencionado la emergencia de una aldea global, referida al campo de los medios de comunicación masiva, cuyas innovaciones tecnológicas permitieron la notable transnacionalización informativa operada entre los espacios más alejados del planeta. Sin embargo, un hecho de trascendencia planetaria, la denominada «caída del muro de Berlín», acaecida en 1989, asignó un sentido más profundo y novedoso al fenómeno citado.

En la década de los noventa, el devenir de la <mundialización> adoptó un carácter pluridimensional, al abarcar aspectos diversos aspectos concernientes a los ámbitos político, jurídico, económico-financiero, tecnológico y sociocultural. Respecto al plano del derecho internacional, se ha procurado eliminar las fronteras que resguardaban la soberanía de los distintos Estados en la esfera judicial, ante la comisión de delitos considerados de lesa humanidad. Mientras tanto, en lo que atañe a la evolución del área computacional, actualmente continúa desarrollándose un proceso inédito de revolución en las intercomunicaciones a escala intercontinental. Este progreso ha llevado, dado el avance acelerado del funcionamiento de las “redes” enlazadas mediante internet, al planteo del advenimiento, y gradual consolidación, de una nueva «sociedad de la información».

Más allá de los rasgos generales esbozados, en este capítulo se analizan las connotaciones de la globalización desde la perspectiva de sus efectos directos, explícitamente buscados, junto a sus derivaciones colaterales, supuestamente no deseadas, sobre la problemática político-económica y, principalmente, sociolaboral. La disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas potenció el despliegue de estrategias de índole neoliberal en numerosos países, en ocasiones enormemente distanciados entre sí, apuntalando la tendencia propulsada en ese sentido, durante los años ochenta, sobre todo por las administraciones de los Estados Unidos de Norteamérica y de Gran Bretaña. Con el inicio de la década finisecular, los centros de poder del <mundo occidental> procuraron imponer, en un terreno internacional políticamente allanado, un modelo de gobierno y un sistema económico «unificados», a través de la hegemonía progresiva de las democracias representativas y bajo la égida de la dinámica del mercado capitalista, liberado de las regulaciones estatales.

Dentro del «nuevo orden internacional», una serie de teorías sociales ha procurado la interpretación de este proceso transformador a través de visiones, de variada raigambre conceptual, algunas veces complementarias, otras divergentes. El proceso omnicomprensivo -implícito en el fenómeno globalizador- fue abordado extensamente, por numerosos autores, en sus aristas generales, básicamente en referencia a sus dimensiones cultural, mediática e informacional, conjunto de factores que remiten al advenimiento de una <civilización mundializada>. No obstante ello, este ensayo se limita al tratamiento específico de sus efectos económicos, puntualmente en las áreas financiera y tecnológica, junto a sus repercusiones en el ámbito laboral.

La constitución a escala planetaria de una “economía global dinámica” conllevó una vinculación recíproca de actividades y poblaciones entre las regiones más distanciadas geográficamente, a la vez que los territorios y las sociedades irrelevantes, en términos de los intereses hegemónicos supranacionales, son desconectados de las redes de poder y riqueza (Castells: 1998).

En un contexto ideológico globalizado, fueron divulgadas concepciones acerca de un hipotético «fin de la historia», enmarcado por la supuesta extinción de las doctrinas críticas, frente al predominio de los patrones institucionales señalados. Ello promovió la idea acerca de la entrada en vigencia de un <pensamiento único>, inevitable desde un punto de vista pragmático. Al margen de tal extremo utópico, propulsado por los sectores con mayor poderío político y económico en la nueva coyuntura histórica, la globalización conllevó, de hecho y en la práctica reconversora de la estructura de las sociedades, el intento de “mundializar el neoliberalismo”. De allí que las crecientes protestas de los movimientos opuestos a la implantación de instituciones y procedimientos globales cuenten con el apoyo de los colectivos más heterogéneos, programáticamente, dada la amplitud de factores y grupos afectados.

Las características esenciales que definen el concepto de globalización económica, considerada en términos de fase expansiva renovada del régimen capitalista de producción y distribución, son las siguientes: tendencia a la apertura de los sistemas productivos y de los mercados nacionales y, por ende, decrecimiento o eliminación de las políticas estatales reguladoras y/o proteccionistas; aumento sumamente relevante del comercio internacional; expansión de los mercados financieros; reorganización espacial e interpenetración de los diferentes sectores de las economías, sobre todo los industriales, eludiendo las fronteras entre países; incremento de la movilidad en el campo mundial de los factores de producción; búsqueda continua y progresiva de la ventaja comparativa y de la competitividad a nivel supranacional, trasvasando los límites continentales; prioridad de la innovación tecnológica; tasas elevadas de paro; descenso de los niveles históricos de remuneración de la fuerza de trabajo. Asimismo, en cuanto resultante del conjunto de elementos señalados, se manifiesta una interdependencia creciente entre países o economías netamente diferenciadas y cierta proclividad hacia la formación de polos económicos regionales (López: 1999).

La desarticulación del esquema organizativo fordista del trabajo, y el declive de los Estados del Bienestar, en muchos países, circunstancias funcionales al desarrollo pleno del «sistema global» habían socavado las condiciones socioeconómicas de la mayor parte de los trabajadores a nivel mundial, y las de sus entorno familiar y comunitario. La progresión hacia la configuración de mercados de alcance planetario presenta rasgos polisémicos, que afectan áreas poblacionales y culturales crecientemente amplificadas. En aquelllos aspectos que atañen, de manera focalizada, a la cuestión del empleo a fines del milenio, dicha evolución implica el deterioro laboral, y la consecuente degradación social, de una masa enorme de la fuerza de trabajo disponible en la mayoría absoluta de los países. Asimismo, los procesos estructurales de cambio implicaron una mutación radical de los marcos sociales y macropolíticos que configuran la experiencia humana y el accionar colectivo en el conjunto del planeta (Castells: 1998).

La imposición gradual, extendida prácticamente al conjunto del orbe, de nuevas relaciones de producción, tendentes a una mayor flexibilidad contractual, se acentuó en los años noventa, en consonancia con la culminación de la guerra fría y el auge pleno de las políticas económicas neoliberales, propiciando un aumento de la desregulación de las vinculaciones entre los sectores empresarios y de trabajadores. Ha resurgido, entonces, un tipo inédito de anomia, imperante en el ámbito del trabajo, que involucra a cada vez más colectivos de la sociedad llamada <postindustrial>. Los mecanismos predominantes de inserción laboral resultan proclives a conformar grupos marginados del núcleo hegemónico, ostensiblemente minoritario, de las respectivas economías nacionales. A su vez, éstas se encuentra decisivamente condicionadas por la dinámica de un mercado crecientemente elusivo de las fronteras estatales. Dentro del marco de esta economía-mundo finisecular, destacan sus profundas connotaciones sociolaborales, concernientes al incremento del paro, la precarización gradual de las inserciones en el mercado de trabajo, la temporalidad ocupacional recurrente y el agravamiento de los problemas migratorios.

En nuestros días, los mercados más importantes y dinámicos actúan de manera interrelacionada dado que, aunque la mayoría de ellos opera en espacios localizados, un elemento decisivo en la evolución de las empresas transnacionalizadas consiste en la posibilidad de penetrar comercialmente en distintos territorios, incluso enormemente alejados entre sí. La producción en el orden mundial se encontraría globalizada, si nos ajustamos estrictamente a la consideración de la relevancia adquirida por ciertas firmas multinacionales, junto a sus redes productivas auxiliares, en diversas áreas geográficas dispersas. Sin embargo, a pesar de que dichas corporaciones emplean alrededor de setenta millones de trabajadores en varios continentes, esta cifra -si bien considerable- no es demasiado significativa, comparada con la población conjunta -económicamente activa- del orbe (Castells: 1999). Sin embargo, al margen de esa proporción cuantitativa, dichas empresas gigantes, por medio de sus filiales satélites, conforman el centro vital de la actividad industrial y de generación de servicios, hegemónicas a escala supranacional. Debe apreciarse, en ese aspecto, que las premisas básicas de la globalización se adaptan a los caracteres particulares de los contextos nacionales específicos, los cuales obedecen a tendencias y comportamientos propios de los actores sociales involucrados, al disponerse localmente de cierta autonomía, frente a situaciones heterogénas, detectables -por ejemplo- en términos de la gestión de fuerza de trabajo (Pérez Sáinz: 1994).

i) Análisis de la situación particular argentina

Dentro de un escenario económico internacional mundializado, la evolución de la “cuestión del empleo” en la Argentina representa un caso especial, teniendo en cuenta el desarrollo socioeconómico considerable alcanzado por este país, hasta la década de los años sesenta, en contraste con la mayoría de las naciones latinoamericanas. Al respecto, resulta llamativo que una sociedad que había logrado un elevado grado de integración de su fuerza de trabajo, junto a una expansión de las clases medias (en un marco de movilidad social aceptable), manifestase a fin de siglo un deterioro grave de su situación ocupacional y la progresiva polarización de sus estratos sociales, expresada en una distribución de los ingresos cada vez más inequitativa.

Dicho proceso se desencadenó en el contexto de la nueva era detallada en el apartado anterior, caracterizada por el predominio de una lógica capitalista excluyente, la cual determina que zonas geográficas extensas, y millones de seres humanos, resulten marginados de los “beneficios del informacionalismo”. Tal fenómeno, que se desenvuelve tanto en los países económicamente avanzados como en los periféricos, obedece a la naturaleza incontrolada de las redes globales del capitalismo hacia fines del siglo pasado (Castells: 1998).

Las reconversiones sucesivas del aparato productivo y del mercado laboral, sumadas a la regresión de las políticas distributivas de ingresos y del sistema de seguridad social, reflejaron las mutaciones de la estructura productiva, en forma paralela al declive de las instituciones estatales de raigambre keynesiana. El giro apuntado se apoyó en un cuestionamiento profundo del accionar estatal previo, intensamente activo e interventor, incurriéndose en el reverso absoluto de esa estrategia, al asignarse, gradualmente, la responsabilidad exclusiva de la organización socioeconómica a los hipotéticos valores de los arreglos institucionales privados (Barbeito y Lo Vuolo: 1992).

Los cambios señalados resultan inescindibles del proceso internacional de reestructuración capitalista, que tiende a potenciar la lógica competitiva, partiendo desde mediados de los setenta de la consolidación gradual de renovadas condiciones tecnológicas y organizativas, características de la era de la información (Castells: 1998).

La Argentina, junto a gran parte del resto de América Latina, está experimentando profundas transformaciones económicas debido a la forma de su inserción en el proceso globalizador y a la implementación de programas estructurales de ajuste. Dichos cambios, además, se reflejan en el funcionamiento del mercado de trabajo, en el cual tienden a proliferar mecanismos proclives a potenciar la heterogeneidad productiva y ocupacional preexistente. Pueden señalarse, al respecto, algunos factores cruciales que conforman la mutación de la problemática laboral. En primer término, debe destacarse la pérdida de centralidad del empleo formal, en las esferas tanto privada como pública, originada en la creciente apertura económica y en las reformas llevadas a cabo en el Estado, respectivamente. En segundo lugar, resulta evidente el surgimiento de un nuevo tipo de empleo vinculado a los ejes actuales de la acumulación, ligados a su vez a la evolución de la economía global. Finalmente, se manifiesta una redefinición de la diversidad de la informalidad laboral, a través de la configuración de renovados escenarios <neoinformales>.

Los mecanismos precitados coadyuvan a conformar diversos procesos de diferenciación social, originados en los cambios en las relaciones de producción, como asi también en las correspondientes a la distribución y el consumo. Respecto a las primeras, tienden a acentuarse la individuación del trabajo, la sobreexplotación de las capacidades laborales, la exclusión y la “integración perversa” propia de la economía criminal. Las segundas, por otro lado, alusivas a la apropiación diferencial de la riqueza generada por el esfuerzo colectivo, resultan proclives a potenciar la inequidad de los esquemas distributivos de ingresos y la polarización de la sociedad, a su vez generadores de manifestaciones crecientes de empobrecimiento e indigencia (Castells: 1998).

El abordaje del estado actual del universo del trabajo, resultante del conjunto de transformaciones internacionales señaladas, remite a la expresión más crítica de la precariedad laboral, es decir el problema del paro. Éste no responde únicamente a los cambios técnico-organizacionales y tecnológicos, sino a un cúmulo de factores complejos, mutuamente imbricados, y su seguimiento permite tener una visión panorámica de la dimensión de las mutaciones operadas. Pueden comprobarse, al respecto, los indicadores correspondientes a la tasa de desempleo, en el ámbito urbano, durante el lapso abarcado por gran parte de los años ochenta y noventa. Resulta conveniente aclarar que los datos expuestos a continuación comprenden parcialmente el periodo 1983-1998, justamente una etapa marcada por el retorno -y gradual consolidación- de las instituciones democráticas. La medición abarca entonces el gobierno de Raúl Alfonsín, perteneciente a la Unión Cívica Radical, y gran parte de las dos gestiones consecutivas del presidente Carlos Menem, del Partido Justicialista. Dichas instancias políticas coincidieron con una coyuntura crucial en el orden mundial, en la medida en que los años ochenta marcaron un punto de inflexión en las economías internacionales, cuyas estrategias -como se ha indicado- tendieron, en forma progresiva, a aferrarse a la aplicación de esquemas neoliberales. Además la Argentina, en 1983, experimentaba las consecuencias de las medidas político-económicas tomadas por la última dictadura militar, que había asumido el poder de facto en 1976.

TASAS DE DESEMPLEO POR RAMA DE ACTIVIDAD EN EL AREA METROPOLITANA

(Unidades: porcentajes)

Sectores 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990

Abril/Oct. Oct./Abril Mayo/Oct. Mayo/Oct. Abril/Oct. Mayo/Oct. Mayo/Oct. Mayo/Oct

Industria[a] 4,0 1,6 3,0 3,4 6,0 5,2 ... 4,4 5,2 5,5 6,2 5,8 8,5 6,1 9,2 5,8

Construcción 10,1 8,4 12,1 8,0 13,2 13,7 ... 11,1 10,9 10,8 12,0 13,1 12,5 18,4 20,6 13,6

Comercio 3,7 3,6 4,2 3,5 4,4 3,8 ... 4,5 5,1 5,2 5,6 4,5 6,8 5,6 6,4 5,8

Serv.[b] 4,0 2,7 2,6 2,4 3,5 3,7 ... 3,6 4,5 4,1 4,7 3,9 4,6 4,3 5,4 3,2

Sectores 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998

Julio/Oct. May/Oct. May/Oct. May/Oct. May/Oct. May/Oct. May/Oct. Mayo

Industria [a] 5,2 5,2 6,5 6,7 9,7 9,0 10,1 13,5 19,5 15,6 17,8 17,0 13,3 13,5 11,4

Construcción 13,9 6,2 12,7 14,7 18,9 16,2 20,5 22,2 37,0 32,9 34,4 32,1 31,5 26,9 28,0

Comercio 4,7 3,5 4,4 3,5 8,5 6,9 8,4 12,2 18,9 16,1 15,1 14,8 14,5 14,0 12,1

Servicios [b] 3,4 3,3 4,1 5,3 7,1 6,8 8,1 8,2 13,3 12,6 13,0 14,3 12,9 10,9 9,3

[a]: Rama manufacturera del sector industrial

[b]: Rubros comunales, sociales y personales correspondientes del sector de servicios

En la tabla anterior es posible observar con nitidez la evolución de los índices de desocupación en distintos sectores de la estructura económico-productiva. Si se divide, de manera arbitraria, el periodo total de dieciséis años en cuatro subetapas tetra-anuales, resulta evidente la trayectoria en ascenso de la tasa mencionada. Esto ocurre al margen de algunos quiebres, parciales y/o transitorios, de dicha inclinación constante y sostenida.

El promedio de la tasa de paro en el sector industrial ascendió del 3,9% (1983-1986), al 6,5% (1987-1990), 8,2% (1991-1994) y 15,4% (1995-1998), de manera que -evaluando estos guarismos- puede sostenerse que el desempleo, en el conjunto de ramas industriales, prácticamente se cuadruplicó, considerando el lapso general abarcado por esta medición. Respecto de la rama correspondiente a la construcción, subsector caracterizado en sí mismo por elevados niveles de inestabilidad y desprotección, la situación expresa síntomas de mayor gravedad, en la medida en que ya en el inicio del periodo existía una desocupación elevada, levemente superior al 10%; en este rubro, las cifras porcentuales medias de paro, considerando la periodización anterior, alcanzan el 11,0%, 14,0%, 15,7% y 27,9%, sucesivamente. En cuanto a la actividad comercial, las tasas equivalen al 4,0%, 5,6%, 6,5% y 13,2%, en forma respectiva.

Finalmente, en lo que refiere al rubro servicios, los índices demuestran un comportamiento peculiar, dadas las variaciones oscilantes -relativamente pronunciadas- en ciertos años intermedios. Dentro del conjunto de tal área, que comprende tipos de prestaciones variados y heterogéneos, los datos señalan una desocupación del 3,2%, 4,3%, 5,8% y 10,8%, de manera sucesiva. En virtud de la complejidad de la composición de este último sector, los datos deben analizarse en el contexto del proceso de terciarización del aparato económico-productivo.

De modo resumido, se constata que los incrementos sectoriales del desempleo, en porcentajes aproximados, en el lapso 1983-1998, son los siguientes:

Sectores y ramas de la economía argentina Aumento porcentual de la tasa de paro

Industria 395%

Construcción 253%

Comercio 330%

Servicios 337,5%

Pueden rastrearse, de modo parcial, los motivos mediatos de la crisis económica y social que atraviesa la Argentina, actualmente, en la evolución y decadencia de su Estado de Bienestar. Alrededor de mediados de la década de los setenta, la dinámica del sistema productivo, como así también -correlativamente- las políticas intervencionistas, evidenciaron límites en la continuidad de su desarrollo. A partir del golpe de Estado de 1976, y de la dictadura militar consiguiente, se desató un proceso destructivo de cambio, expresado en una inestabilidad macroeconómica, dentro de un marco inflacionario, y en la emergencia de una <cultura económica> meramente “rentística” y especulativa.

Se aplicó desde entonces un esquema dualizador, consistente en la transferencia de recursos hacia el sector moderno, provenientes de los sectores inadaptables a los mecanismos del nuevo modelo impuesto. Como consecuencia de la aplicación del mismo, se generó un proceso recesivo del aparato económico-productivo, originado en el creciente déficit fiscal y de la balanza comercial, lo cual redundó -en definitiva- en la caída abrupta de los indicadores de crecimiento macroeconómico. Tal declive manifestó, a la vez, una heterogeneidad notable, en cuanto a su grado de afectación sobre distintos segmentos de la sociedad. Al mismo tiempo que caían en forma abrupta el ingreso y la inversión, un grupo reducido de agentes económicos concentró capital y poderío crecientes, como consecuencia del enorme trasvase de riqueza operado (Barbeito y Lo Vuolo: 1992).

Hacia finales de los años noventa ya se habían consolidado las reconversiones operadas por las reformas estructurales iniciadas a mediados de los setenta, las cuales provocaron cambios sustanciales en el devenir económico-productivo y en la distribución del ingreso. En este sentido, “debido al impacto de la apertura externa sobre el mercado laboral, se produjo un proceso de estancamiento, e incluso de retracción, del trabajo autónomo, que impulsó un comportamiento procíclico del empleo informal” (Cimillo: 2000, 175). Deben destacarse también las repercusiones sobre el segmento de asalariados, tanto formales como informales, así como la envergadura de los cambios de la posición de estos trabajadores dentro del esquema distributivo de la riqueza a nivel nacional.

Dotada de un amplio consenso, emanado de la traumática experiencia inflacionaria ocurrida en los años 1989 y 1990, en 1991 comenzó a implementarse una nueva estrategia aperturista, a través del denominado “plan de convertibilidad”, programa económico que procuró una amplia liberalización comercial y financiera, la conversión libre del peso argentino a una tasa de cambio baja y fija, equiparándose su unidad a la del dólar estadounidense, acuerdos internacionales para el pago de la voluminosa deuda externa y la privatización de las empresas públicas. Este conjunto de medidas representó un arsenal de instrumentos utilizados de cara a lograr los objetivos antiinflacionarios en lo inmediato, aunque también constituyeron el sustento de un plan de mutación socioestructural en el plazo medio (Cimillo: 2000). El crecimiento veloz del PBI, la recuperación de la capacidad de acumulación, el incremento de la productividad y la estabilidad de precios fueron los aspectos positivos del programa en la primera mitad de los noventa, mientras que el fuerte aumento de la tasa de paro y la precarización, tanto del empleo asalariado como del trabajo autónomo reflejaron las connotaciones perniciosas en dicha etapa.

Las mutaciones antedichas del espectro ocupacional devinieron al interior de un marco global donde la contribución laboral a la actividad productiva es definida específicamente por cada trabajador, teniendo en cuenta sus aportaciones individuales, en las categorías tanto asalariada como autónoma, ambas escasamente reglamentadas. Este tipo de relación laboral constituye la práctica dominante en la economía urbana informal, que comprende la mayor parte del empleo creado en los países subdesarrollados, y en ciertos mercados ocupacionales de las naciones que han alcanzado niveles superiores de industrialización (Castells: 1998).

La liberalización comercial y financiera afectó gradualmente, de manera directa o derivativa, al conjunto de las actividades informales más tradicionales (comercio y servicios no personales). El coste reducido de reposición de los bienes importados en relación con el costo de los servicios de reparación, pero en especial la radicación de firmas transnacionales dedicadas a la comercialización minorista, que dio origen a la extensión de grandes cadenas de supermercados, restringieron en forma progresiva los espacios ocupados por los rubros convencionales en el área de la circulación de bienes y productos de consumo (Cimillo: 2000, 179).

Desde los primeros años de la década de los noventa la informalidad se constituyó en la fuente principal de demanda de trabajo, manifestando un comportamiento claramente procíclico, es decir que en las fases de expansión económica el crecimiento de las ocupaciones informales sostuvo el nivel del empleo, mediante la compensación de la debilidad del sector formal en dicha función, aunque asimismo coadyuvó a expandir el paro durante las fases recesivas. Este mecanismo contribuyó a la incentivación de situaciones de sobreexplotación de la fuerza de trabajo, la cual atañe a determinados “acuerdos laborales que permiten al capital retener sistemáticamente la distribución de pagos/recursos, o imponer a ciertos tipos de trabajadores condiciones más duras de lo que es la norma/regulación en un mercado [...] en un tiempo y espacio precisos” (Castells: 1998, 97-98). Tal proceso suele derivar en la discriminación frente a los inmigrantes, las minorías, las mujeres, los jóvenes o niños, u otas categorías de la masa laboral, la que es sometida a abusos discrecionales en las formas, y remuneraciones, del empleo.

La transformación provocada por el nuevo contexto macroeconómico, respecto a la composición de la fuerza de trabajo informal, explica la mayor adecuación del empleo informal al comportamiento variable de los ciclos del mercado. En ese sentido, “el menor nivel de tolerancia de la economía abierta a las ocupaciones de baja productividad fue un nuevo obstáculo para la absorción de la fuerza de trabajo excedente por parte de las actividades independientes. Así, la viabilidad económica del trabajo autónomo se debilitó” (Cimillo: 2000, 179).

Las microempresas se adecuaron rápidamente, y sin costes laborales adicionales, a las citadas fases cíclicas, puesto que la flexibilidad contractual y salarial de facto, propia del segmento informal, acrecentada por la proliferación del paro, les permitió expandir fuertemente el empleo en la fase de recuperación de le economía, expulsando a sus dependientes con mayor facilidad durante las recesiones. En los noventa se implementaron cambios en las regulaciones salariales: al comienzo, se condicionaron aumentos remunerativos a los incrementos simultáneos en la productividad; iversas medidas estimularon la descentralización de las negociaciones colectivas y se limitó el derecho de huelga en los servicios considerados esenciales (Cimillo: 2000, 187-188).

La vulnerabilidad económica de los trabajadores autónomos continuó incrementándose en la última década del siglo; el ingreso real medio de la fuerza laboral independiente creció en los dos primeros años de la fase de recuperación económica, pero comenzó a declinar hacia el año 1993, y a partir de entonces su tendencia ha sido decreciente, al margen de las fases cíclicas mencionadas.

El patrón de comportamiento de los salarios de los segmentos formal e informal, similar en décadas anteriores, se quebró en los noventa. Además, las condiciones laborales más críticas, compartidas durante los últimos años del milenio los trabajadores autónomos y los asalariados informales, sobre todo aquellos ubicados en las escalas económicamente inferiores, contribuyeron a que los ingresos medios de ambas categorías de trabajadores convergieran en torno a una evolución semejante.

La distribución del ingreso en la Argentina, a comienzos del siglo XXI, es la más desproporcionada y regresiva desde que el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC, Ministerio de Economía) inició el relevamiento este tipo de registro, en 1974. En ese año, cuando se iniciaron dichas mediciones, la distancia en los ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre era de 12,3 veces, mientras que en 2001, esta brecha ha alcanzado su máxima dimensión, al representar la proporción de 26,4 a 1.

Los instrumentos utilizados, a efectos de implementar el régimen de acumulación, vigente desde mediados de los setenta, remiten a la estatización de los compromisos privados externos, incumplidos, y a los subsidios otorgados a ramas seleccionadas del sector industrial. Simultáneamente, crecieron los niveles de pobreza a escala nacional, mientras que los colectivos con recursos más elevados compensaban los efectos negativos macroeconómicos negativos mediante una mayor apropiación relativa de ingresos. En términos derivados de los sucesivos programas de ajuste, se retroalimentó un fenómeno mediante el cual la modernización y el progreso de ciertos sectores conllevó, implícitamente, la exclusión de otros. En vez de paliar las consecuencias de dichos impactos sobre el bienestar de la población, el sistema de políticas sociales siguió la misma vía, determinada por la lógica regresiva impuesta a los cambios en curso (Barbeito y Lo Vuolo: 1992).

Además, dentro del contexto formado por un deterioro masivo del nivel de ingresos y de la calidad integral de vida de grupos extendidos de la población, no se desenvuelve una movilidad social descendente “compacta y ordenada”, sino una dinámica articulada de cambios bruscos, disolventes, al interior de diferentes sectores (Minujin: 1996). Resultan síntomas claros de ese proceso dos mecanismos coexistentes, aparentemente contrapuestos, expresados en el conjunto de la estructura de la sociedad: la <polarización>, por un lado, junto a la <heterogeneidad>, por otro. El primer fenómeno citado procede de la concentración de los sectores dotados de gran poderío económico, frente a la multiplicación de fragmentos sociales pauperizados. Mientras tanto, el mecanismo de heterogeneización estratificacional refiere a la caída en los ingresos de franjas considerables de clases medias, configurándose de este modo un cuadro de la pobreza sumamente diversificado. En otras palabras, el conjunto de sectores empobrecidos tiende a tornarse complejo, ya que a los “pobres estructurales históricos”, que ven potenciada -en algunos casos- su anterior condición, en ocasiones extrema o indigente, se agregan colectivos previamente ubicados en posiciones intermedias, aunque económica y socialmente decadentes, denominados en términos de nuevos pobres, por otra parte de composición interna disímil.

La evolución descrita tiende a generar un cuadro ampliado de exclusión social, entendida como “proceso por el cual a ciertos individuos y grupos se les impide sistemáticamente el acceso a posiciones que les permitirían una subsistencia autónoma, dentro de los niveles sociales determinados por las instituciones y valores en un contexto dado” (Castells: 1998, 98).

Durante la primera mitad de los años setenta, ya se avizoraba que el avance del esquema industrializador basado en la sustitución de importaciones, con eje en el desarrollo del mercado interno, devenía crecientemente impracticable. La estructura productivo-industrial argentina había alcanzado, hacia mediados de la década anterior, un nivel y complejidad comparable a la de los países con mayor ingreso por habitante. La participación del producto de dicho sector, dentro del Producto Bruto Interno (PBI) total podía equipararse a la correspondiente a Australia, Canadá, Holanda, Italia, Japón, y Noruega. La participación de las industrias metalúrgicas (metales, maquinarias y vehículos) en la ocupación sectorial conjunta de personal era en la Argentina de 42,4%, en Estados Unidos 43,5% (1963), en Australia 44,3% (1958/59) y en Canadá 33,2% (1959). No obstante ello, mientras que en 1963 Italia exportaba el 28% de su producción industrial, Holanda el 67%, Japón el 29%, Noruega el 40%, Canadá el 24%, el mismo sector argentino sólo lo hacía en un 2% (Brodersohn: 1970). Además, a comienzos de la década siguiente la participación manufacturera en el PBI era, en el período 1970/73, del 33,8 % (BCRA: 1975).

En el contexto del modelo sustitutivo anterior a los setenta, uno elemento crucial en la puja por la distribución de los ingresos consistía en el papel ejercido por los trabajadores y las organizaciones representativas en la defensa de sus intereses, al interior de un marco de pleno empleo. El fortalecimiento de los sindicatos y la política estatal, orientada por los comportamientos propios de una economía mixta (público-privada), generaron una legislación laboral que favorecía la formación de sindicatos fuertes, el respeto por condiciones de trabajo relativamente avanzadas, si se las compara con las vigentes en otros países periféricos, y una capacidad considerable de cara a la negociación con las entidades empresarias. Como consecuencia de esa conjunción, los niveles de salarios, en términos medios, resultaban aceptables, y estaban dotados del atributo de adecuarse a la subida de los precios de consumo.

El golpe militar de marzo de 1976 conllevó la aplicación de políticas económicas drásticamente opuestas a las planteadas, precedentemente, por el modelo de sustitución de importaciones, en un escenario internacional que se había trastocado. Los motivos que justificaban el cambio de dicho esquema, desde una perspectiva estrictamente económica, radicaban la necesidad de superar sus limitaciones endógenas. La adopción plena, ya en los años noventa, de una estrategia neoliberal para conseguir ese objetivo, devenía de las transformaciones políticas y económicas ocurridas en el país durante el período 1975-1983, del fracaso del gobierno democrático del partido radical (1983/89) en detener el avance de los sectores afines a la orientación de la economía impuesta durante el régimen militar que le antecedió, y de las condiciones vigentes en el plano mundial.

Tasa de Desocupación y Variación del Empleo

Período 1980/2000

Concepto

1980

1986-1990

1990

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

Variación de la PEA

1,62

1,8

1,91

2,6

2,0

2,73

1,77

3,17

2,29

3,91

Tasa de Desocupación (en %)

2,3

6,6

7,3

6,5

7,0

9,3

12,2

16,6

17,3

13,7

Tasa de Desocupación (Números índice)

100

287

317

283

304

404

530

722

752

596

Variación del Empleo

1,75

1,3

....

3,9

2,1

0,19

-1,49

-2,0

1,43

8,43

Incremento de puestos de trabajo (en miles)

176

138

....

438

244

19,9

-158,3

-210

147

878

N° de desempleados (en miles)

280

742

850

791

869

1092

1327

2065

2046

1866

En la última década la productividad del trabajo creció, especialmente, en algunas ramas de actividad. Sin embargo, es importante reconocer la evolución de la tasa media de eficiencia de la economía en su conjunto. Una forma de medir esa eficiencia media es relacionar el producto obtenido y la disponibilidad de trabajo; esta última se expresa en el número de personas en condiciones de ser empleadas y dispuestas a trabajar (PEA). En el período observado, esa relación no aumentó debido a la fuerte masa de personal desempleado y subempleado.

Productividad Aparente del Trabajo.

Relación entre PBI pm y Personal ocupado en valores corrientes

Año

Estimación Base 1986

Estimación Base 1986

Variación de la Productividad

Total

PBI

Ocupados

PBI

Ocupados

Total

PBI

Ocupados

PBI

Ocupados

Base

1986 Ind.

1980:100

Base

1993 Ind.

1993:100

1980:

Corrientes

39.602

10,164

3,896301

S/D

10,164

S/D

Constantes

10.301

10,164

1,013479

S/D

10,164

S/D

100

100

1993:

Corrientes

2552.46

12,537

20359,42

236505

12,537

18864,56

Constantes

11.931

12,537

0,951663

11,77

12,537

0,938821

93,90

100

1997:

Corrientes

297285

12,703

23402,74

292859

12,703

23054,32

Constantes

13.8842

12,703

1,09299

13,802

12,703

1,086515

107,84

115,73

1998:

Corrientes

335000

13,124

25525,75

298131

13,124

22716,47

Constantes

14.514

13,124

1,105913

14,341

13,124

1,092731

109,12

116,39

ii) Los cambios en la composición estratificacional urbana

Teniendo en cuenta las características, detalladas previamente, de la situación económica argentina, destacan la transformación del universo laboral y sus efectos sociales, durante el tramo final del siglo pasado, en el espacio territorial comprendido por la periferia conurbana bonaerense. Dentro de este espacio territorial, más allá de los estados socioeconómicos crónicamente críticos experimentados por los pobladores de ciertas provincias norteñas, se manifiesta de modo emblemático la degradación de las condiciones integrales de vida operada a escala nacional. Tal deterioro se ha potenciado en aquellas localidades alejadas con relación a la Ciudad de Buenos Aires, o Capital Federal, identificadas genéricamente por su pertenencia al segundo cordón del conglomerado urbano en su conjunto, o “cinturón periurbano”.

La configuración antedicha incluye un marco generalizado de paro persistente en los miembros cabeza de familia, en los jóvenes estructuralmente marginados del mercado laboral -proceso acentuado por niveles de estudios y/o capacitación insuficientes-, y en las mujeres obligadas a buscar empleo, para compensar la merma de ingresos en su grupo doméstico, y/o que mantienen económicamente el hogar, junto a otros variados síntomas que expresan las derivaciones de la aplicación de una política económica excluyente. Actualmente, dentro del contexto de economías periféricas tardíamente industrializadas, en ciertas áreas coexisten simultáneamente procesos de creciente y masiva pauperización, originados en la reducción de ingresos laborales, con una relativamente moderada caída de los márgenes de pobreza estructural, medida en términos del indicador sobre necesidades básicas insatisfechas. No obstante ello, el devenir más reciente, abarcado por el último lustro, remiten a un escenario donde tienden a proliferar cuadros masivos de desnutrición, incluso infantil, y la propagación de patologías endémicas incubadas por un empobrecimiento expremo, rayano en la indigencia económica y la miseria sociocultural.

Cabe destacar que la exclusión social, “en la sociedad red, afecta tanto a personas como a territorios, [de modo que] en ciertas condiciones países, regiones, ciudades y barrios enteros quedan excluidos, abarcando a la mayoría, o a toda, su población” (Castells: 1998, 99).

El análisis de las reformas y mutaciones estructurales en el ámbito nacional, a través de un enfoque genético, permite comprender las connotaciones de los procesos de pobreza o exclusión acentuadas. Mediante la combinación de diversas lógicas, correspondientes a una interacción compleja entre lo económico y lo político, dicho fenómeno resulta potenciado en ciertas esferas urbanas periféricas. En este sentido, sería errático concebir sus consecuencias como la expresión de meras disfunciones que sería menester regular a posteriori, pues tal problemática presenta raíces profundas que desencadenan efectos irreversibles (Peñalva: 1999).

Respecto al panorama laboral en el Gran Buenos Aires, los sobreempleados, es decir aquellas personas que trabajan más de 45 horas semanales, aunque desearan reducir su jornada laboral, se incrementaron, representando más del 40% de la fuerza de trabajo efectivamente ocupada. Un porcentual similar se hallaría conforme con la carga horaria de sus actividades laborales, mientras que el grupo remanente que cuenta con algún tipo de empleo, alrededor del 20% del total, son subocupados. Por otro lado, según lo demuestran indicadores elaborados en la esfera oficial, de acuerdo al relevamiento efectuado por el INDEC, la proporción de trabajadores no registrados -o <clandestinos>- alcanzaba un promedio cercano al 40 %, en el conglomerado urbano, considerado globalmente, a comienzo de los noventa, aunque este índice tendió a crecer en la segunda mitad de esa década. Cabe mencionar que el tratamiento de la problemática sociolaboral se conecta, ineludiblemente, con la consideración de la extensión de la pobreza, la que alcanza a estratos sociales ampliados, promoviendo una segmentación que, a su vez, genera el aumento de la heterogeneidad social. Esta situación responde, en gran parte, a determinados mecanismos de precarización y desafiliación, derivados de las severas mutaciones experimentadas por el mercado de trabajo, incentivadas en el marco de políticas que apuntan a una reconversión macroeconómica estructural.

Corresponde indicar la existencia de relaciones sistémicas entre el llamado capitalismo informacional, las continuas reestructuraciones del aparato económico-productivo, la conversión de las relaciones de producción, y “las nuevas tendencias en las relaciones de distribución [o] entre la dinámica de la sociedad-red, la desigualdad y la exclusión social” (Castells: 1998, 100).

Como muestra de los efectos del proceso de segregación anteriormente señalado, en ciertos barrios marginales del conurbano bonaerense la población joven experimenta relaciones sociales claramente negativas. En la esfera específica del trabajo, la rotación cíclica entre vivencias de paro abierto, alternadas por el subempleo esporádico, le impide a dicha franja etaria concretar una trayectoria laboral estable. Por otra parte, se manifiesta en la juventud una pérdida de identidad relacional, ocasionada por el debilitado capital social transmisible a través del propio núcleo familiar, la externalidad cultural del sistema educativo formal -incrementada en el caso de los inmigrantes- y la limitación extrema del contexto de sociabilidad general. Este último se va restringiendo a contactos interpersonales efímeros, caracterizados en términos de meros <pasatiempos>, como antídotos frente al hastío de una temporalidad sin futuro, los cuales cristalizan frecuentemente en formas de comportamiento marcadas por un progresivo accionar delictivo (Castel: 1997).

Cabe destacar el fuerte componente anómico que caracteriza a considerables porciones de la sociedad urbana, en la medida en que una alteración absoluta de los medios y de los fines ha trastocado la vida social, a tal punto que hay actos que formalmente son delitos, pero que la conciencia colectiva ya no reprueba (De Soto: 1987). Por añadidura, la proliferación de la extrema pobreza coadyuva notablemente a la extensión de la espiral de una violencia de tipo endémico, expresada en forma emblemática en el comportamiento delictual mencionado, inserto en la convivencia cotidiana. Corresponde agregar que las mencionadas expresiones “patológicas” se desarrollan dentro de un marco devaluado de la dirigencia política, dentro del cual la población consiente resignadamente, bajo un acostumbramiento a la pasividad, las acciones ineficaces y/o corruptas, realizadas en los niveles oficiales, a veces por parte de altos cargos.

Corresponde destacar las vivencias experimentadas por aquellos desempleados que permanecen sin poder insertarse laboralmente, durante lapsos temporales extensos, los núcleos de los mismos que caen en un estado crónico de <no-trabajo> y las personas sumidas en el síndrome desaliento. Aclaremos que estas últimas abandonan la búsqueda de empleo por desesperanza, ante la infructuosidad, y desgaste psicofísico, de su cometido. Ello acontece dentro de un contexto agravado en aras de conseguir empleo y/o fuentes de ingresos alternativas, determinando una configuración social cristalizada en la constitución y el ensanchamiento de estos colectivos de parados de larga data. La urgencia por encontrar en el mercado una salida plausible, frente a la crisis ocupacional, y teniendo en cuenta la ausencia del apoyo estatal, redunda en muchos casos en la intención de transformar la desocupación en una situación de aprendizaje en la que, ante la aparente inviabilidad de las cualificaciones convencionales, se procura “mercantilizar” algunos atributos personales (Kessler: 1996). Tales competencias, con frecuencia, hasta ese momento habían sido desestimadas en cuanto a su aptitud para la generación de ingresos económicos.

El análisis de los tipos diferenciados de inserción laboral en el cinturón periférico del conurbano bonaerense, surgido de estudios de casos realizados en el Partido de La Matanza -específicamente en la localidad de González Catán-, permite una aproximación al universo socio-ocupacional fragmentado, característico de dicho sub-conglomerado. La corroboración empírica, sobre indicadores correspondientes a esta zona del Gran Buenos Aires, se realizó mediante encuestas semiestructuradas, y posteriores entrevistas en profundidad, seleccionada en términos de los casos más representativos, en lo que refiere a las variables investigadas, durante el año 1998.

Dentro de ese escenario peculiar, de progresiva heterogeneidad social, típica del amplio territorio comprendido por el partido de La Matanza, abordamos una localidad suficientemente representativa del cinturón periurbano, entendiendo por el mismo aquel cordón más alejado de la capital federal del país que manifiesta condiciones socioeconómicas, laborales, demográficas y educacionales nítidamente diferenciadas, y relativamente desfavorables, en referencia al conjunto del conglomerado formado por el Gran Buenos Aires ("GBA"). A partir del citado criterio selectivo, los diversos perfiles de inserción ocupacional, abstraídos tipológicamente del entrecruzamiento de material empírico -surgido del relevamiento de campo-, expresan de alguna manera modelos puros, constituyendo una resultante del aislamiento, y yuxtaposición, de caracteres comunes presentes en un considerable número de casos observados.

Una primera aproximación demuestra una tendencia manifiesta hacia una mayor inserción ocupacional relativa y proporcional a través de empleos formales, sobre todo públicos, o actividades comerciales autónomas medianamente sólidas en Isidro Casanova, localidad cercana a San Justo (centro político-administrativo del distrito), esta última contigua a Ramos Mejía ("imán" comercial y residencial de la zona) y próxima a la ciudad de Buenos Aires, eje tradicional demandante de fuerza laboral. Asimismo, el alejamiento geográfico y el aislamiento característico del cinturón periférico más distante de la capital determinan que en González Catán tiendan a prevalecer situaciones laborales marginales, ocupaciones de tipo informal e independiente precarias, además de contar con los más elevados índices de desocupación, subempleo y trabajo no registrado.

Debe aclararse que la Encuesta Permanente de Hogares (“EPH”, elaborada por el INDEC) indaga acerca de sí la persona entrevistada trabajó al menos una hora, durante la semana inmediatamente anterior a la realización de la misma. Si no lo hizo, el cuestionario habitual apunta a averiguar si el encuestado se encuentra enfermo, de vacaciones o suspendido en su empleo, por un periodo de hasta un mes; la respuesta negativa a esta última pregunta implica la clasificación del trabajador en términos de desocupado o inactivo según esté o no, respectivamente, buscando insertarse laboralmente. Además, en la medida en que esta técnica de medición se fundamenta en una premisa teórica, elaborada sobre la base de un modelo conceptual ideal y paradigmático de trabajo urbano de carácter permanente, la utilización de dicho procedimiento investigativo presupone que la mera existencia de una actividad laboral de cualquier tipo, en sí misma, conlleva necesariamente un estado de ocupación de mediano o largo plazo.

Sin embargo, las profundas transformaciones experimentadas por el mercado de trabajo, principalmente durante la década de los noventa, inciden sobre la proliferación de empleos temporales o chapuzas, modalidades de producción doméstica destinada a la venta ambulante, o a domicilio, y realización de "arreglos para afuera". Asimismo, la presencia de ayuda-familias resulta frecuente y sintomática, así como también la de ocupaciones correspondientes a tareas vagas, difusas, aleatorias y absolutamente informalizadas, llevadas a cabo en negocios, talleres o viviendas de vecinos, parientes o amistades.

Por otro lado, en muchas ocasiones una persona puede estar desocupada "circunstancialmente", por gozar de vacaciones, encontrarse en uso de licencia, o debido a motivos estrictamente coyunturales. En consecuencia, tal cúmulo de situaciones refleja una realidad estructurada, signada por una gradual consolidación de modos intermitentes, ocasionales, fútiles y erráticos, correspondientes a inserciones laborales crecientemente esporádicas.

La tendencia a la proliferación de múltiples y variadas expresiones de empleo flexible, la fragilidad en continuo aumento de la relación asalariada y el incremento del sector autónomo -a través de distintas modalidades- denotan el peso significativo adquirido por ciertas inserciones laborales, asentadas en la terciarización de actividades, ligadas a determinadas funciones, externalizadas por el quehacer empresario productivo, o referidas a la intermediación y/o a una actividad correspondiente al sector servicios.

La cristalización de los citados rasgos socio-ocupacionales deriva en una afectación sustancial del propio <canon> de las técnicas habituales de mensuración de determinados indicadores, relacionados con el mercado de trabajo, remitiendo -consecuentemente- a la necesidad del replanteo de cuestiones empírico-metodológicas, cruciales en términos del análisis de la problemática del empleo.

Dentro del estado actual del espectro ocupacional considerado panorámicamente, y de manera especial en el territorio periurbano bonaerense, se superponen incesantemente situaciones de inactividad o subempleo, configurando una realidad cuestionadora del principio elemental inherente a la función social del trabajo, considerado -en sí mismo- en términos equivalentes a los de cierta actividad productiva, creadora y lucrativa, inductora de una articulación específica de las relaciones comunitarias. En este orden, un segmento de la fuerza laboral cada vez más importante, desde el punto de vista cuantitativo, marginado del mercado de trabajo, intenta lograr algún tipo de ocupación, en un marco obligado de despliegue de estrategias -externas y paralelas al circuito "formal" del empleo- encaminadas a la consecución de alternativas de subsistencia.

La continua propagación de esta lógica de los excluidos conduce a una multiplicidad de actividades transitorias aisladas y puntuales, a la autogeneración de quehaceres redundantes y a la aceptación resignada de empleos, extremadamente precarios, frente al apremio de la supervivencia material cotidiana. La inserción ocupacional, intermitente u ocasional, y la vulnerabilidad recurrente como rasgo estructural del mercado de trabajo, inducen a evaluar globalmente, dentro del universo de la informalidad laboral, tanto la situación específica del trabajador parcial, circunstancial y discontinuo, como así también la del chapucero que realiza un tipo de tareas circunscritas, aunque fuera solamente durante una hora semanal, considerada en cuanto promedio.

El estudio precitado apuntó al análisis de las diversificadas modalidades de inserción ocupacional, aún irregulares, infrecuentes y hasta fugaces, que experimentaron durante la última década las personas entrevistadas, más allá de la situación de desempleo vivida en el momento de la encuesta y del trabajo de campo. Resulta obvio que, de haber desestimado dicha información, se hubieran desaprovechado datos significativos, sobre la situación laboral de un considerable fragmento social, coyunturalmente en paro absoluto, logrados sobre la base de la reconstrucción de trayectorias ocupacionales durante los últimos diez años. Asimismo, una tipología de inserciones laborales abarcativa de aquellas situaciones que, debido a su nivel de generalidad, resulten representativas en términos de las condiciones sociales de la mano de obra residente en la periferia del conurbano, debe incluir el delineamiento de perfiles nítidamente diferenciados.

El segmento de trabajadores autónomos del sector comercial, en su mayoría jefes de hogar, conforman un fragmento minoritario de trabajadores independientes, dedicados al negocio de venta minorista de productos de consumo masivo (gastronómicos, enseres para el hogar, etcétera). Ellos disponen de un capital sumamente acotado y, generalmente, no cuentan con personal en relación de dependencia, siendo asistidos -de modo frecuente- por algún miembro familiar. Son propietarios o inquilinos de locales comerciales de venta al público, los que resultan atendidos directamente por el mismo patrón, con una dedicación que abarca seis o siete días a la semana, trabajando entre doce y catorce horas diarias, incluyendo los sábados. Gran parte de los mismos aporta a la caja previsional de autónomos, aunque un sector creciente de ellos sólo lo hace esporádicamente cuando, debido a algún trámite comercial o financiero, debe regularizar -blanqueando- su situación. Respecto de la antigüedad en esta ocupación independiente, prevalece una franja que oscila entre los cinco y diez años de permanencia, y continuidad, en la actividad.

Los trabajadores asalariados registrados, contratados por empresas privadas medianas, también mayormente jefes de hogar, y con una antigüedad promedio en el empleo de diez años, representan casos totalmente atípicos en el cinturón periférico del partido de La Matanza. Estas ocupaciones cuentan con protección social completa y cobertura previsional; si bien la relación salarial se encuentra legalizada, se detectaron situaciones en las cuales el empleo comprendía seis días a la semana, con jornadas laborales prolongadas, que alcanzaban hasta doce horas diarias, con o sin el pago de una remuneración "extra". Ejemplos testigo de estos trabajos se manifestaron a través de choferes y/o repartidores de empresas distribuidoras mayoristas.

Los empleados públicos, de ambos sexos, representan un segmento de la fuerza laboral escasamente significativo en ambas localidades, aunque con un peso relativamente mayor en la zona seleccionada de Isidro Casanova. Si bien dichos trabajadores gozan de estabilidad en sus empleos y de amplia cobertura social, sus ingresos resultan muy reducidos. Entre los hombres, cabezas de familia, se registró la presencia de personal policial, con alrededor de diez años de antigüedad en la repartición oficial, federal o bonaerense; los mismos prestan servicio, en términos generales, los siete días semanales a razón de doce horas diarias de promedio, percibiendo el pago de adicionales.

Con relación a las empleadas públicas prevalecen las maestras, muchas de ellas “jefas de hogar”, en escuelas municipales, con una antigüedad superior a los diez años, desarrollando su actividad docente durante cinco días a la semana, mediante jornadas de ocho a once horas diarias. Un segmento laboral no despreciable se encuentra conformado por las empleadas públicas subocupadas, uno de cuyos ejemplos típicos lo constituyen las enfermeras, frecuentemente cabezas de familia, en hospitales comunales o nacionales. Estas trabajadoras, por lo general, superan los diez años de antigüedad, realizando guardias durante dos días semanales a razón de 24 horas continuas; cuentan con aporte jubilatorio y están cubiertas por una obra social.

Los asalariados no registrados y empleados en empresas privadas, normalmente a cargo del mantenimiento de sus hogares, representan un fragmento de la fuerza de trabajo con escasa presencia en la zona, sobre todo en González Catán. No se les efectúan aportes jubilatorios y carecen de cobertura asistencial; tienen una antigüedad de entre cinco y diez años, trabajando un promedio de 48 horas semanales; algunos de ellos gozan de vacaciones pagas y perciben aguinaldo. Entre los casos testigo, se encuentran operarios sin contrato empleados por distintos establecimientos, por ejemplo en gasolineras.

Un tipo de inserción laboral con creciente peso en la zona se manifiesta a través de los empleados subocupados no registrados, cuya expresión emblemática remite a los choferes de “remiserías”, habitualmente formadas a través de cooperativas, quienes cuentan con una antigüedad de sólo tres a seis meses, debiendo encontrarse disponibles durante los siete días de la semana, a razón -en términos promedio- de doce horas diarias. Se trata de una actividad en negro, que implica una total desprotección para el trabajador, siendo retribuida a destajo, esto es de acuerdo a la cantidad de viajes realizados. Habitualmente esta actividad la realizan personas que quedaron desocupadas en el periodo inmediato anterior y que habían tenido precedentemente inserciones laborales regulares y prolongadas, verbigracia, como conductores de autobuses.

En ambas localidades periféricas del conurbano prolifera crecientemente la figura del chapucero subocupado, el cual realiza tareas esporádicas, irregulares, intermitentes y cada vez más infrecuentes, bajo la modalidad de actividades cuasi fortuitas, con un peso relativamente significativo en el rubro de trabajos en la construcción, sobre todo en el rubro de albañilería. Otro segmento vulnerable, y en aumento progresivo, lo conforma el trabajador autónomo subocupado precario, constituido tanto por cabezas de familia, como por aquellos que no lo son; un perfil característico en este sentido se encuentra representado por la elaboración domiciliaria de alimentos destinados a la venta ambulante. En el caso específico de quienes mantienen sus hogares, muchas veces ellos cuentan con la colaboración de miembros de su grupo doméstico, tales como esposa y/o hijos.

Un renglón laboral alternativo, habitual en la zona comprendida por el estudio, con mayor relevancia en Isidro Casanova -debido al movimiento comercial comparativamente más intenso- es el de las mujeres asalariadas no registradas, empleadas en locales comerciales de venta al público. Como promedio, cuentan con entre uno y dos años de antigüedad, desempeñándose en jornadas de nueve horas, durante toda la semana; sin contrato ni aporte jubilatorio, estas trabajadoras no poseen ningún tipo de cobertura social. La atención circunstancial de kioscos pequeños, normalmente propiedad de vecinos barriales, de manera absolutamente informal y en periodos intermitentes, representa un caso testigo arquetípico de este perfil aleatorio de inserción ocupacional.

Resulta considerable, con cierta frecuencia, la presencia de ayuda-familiares, preferentemente mujeres, realizando tareas no remuneradas en locales comerciales, propiedad del padre o del esposo, que no cuentan con personal contratado; habitualmente desarrollan jornadas de hasta diez horas diarias durante seis días semanales. Al margen de la "actividad estable principal", en los acotados casos en los que la misma se presenta, las segundas ocupaciones también remiten a chapuzas de albañilería, eventualmente de fontanería, u ocupaciones aleatorias e intermitentes como choferes de remises (con o sin vehículo propio), las que en conjunto equivalen a actividades discontinuas e irregulares.

Un segmento de la fuerza laboral con características específicas es el de los asalariados "encubiertos", es decir empleados -especialmente mujeres- por periodos cortos y esporádicos; el promedio de antigüedad de estas ocupaciones no suele superar los seis meses. Dichos tipos de inserción consisten básicamente en trabajos no registrados y desprotegidos, laboral y socioasistencialmente. Por lo general, conllevan tareas a destajo, muchas veces realizadas en el propio domicilio del trabajador, mediante encargo de establecimientos "informales", dedicados a actividades por temporada o estacionales (curtiembres, textiles, etcétera).

Otro tipo de perfil ocupacional prevaleciente, con presencia mayoritaria entre la fuerza de trabajo femenina -principalmente de González Catán-, es el servicio doméstico, recurrente entre las mujeres (muchas de ellas cabezas de familia); estos empleos implican inserciones laborales irregulares, y cada vez más infrecuentes durante la última década del siglo. El personal reclutado en estas localidades trabaja por jornadas de casi diez horas diarias, durante dos o tres días a la semana, percibiendo en promedio el equivalente a u$s 10.- diarios, realizando tareas de limpieza o de "cuidado de chicos" en casas particulares, totalmente en negro, sin ningún tipo de beneficio laboral, ni cobertura social o previsional.

Un rubro ocupacional con relativo crecimiento durante los años noventa se encuentra particularmente ilustrado por los trabajadores asalariados temporales, en su mayoría mujeres, reclutadas laboralmente mediante contratos flexibles, en términos generales a través de periodos de prueba, como empleadas en tareas de limpieza, por parte de establecimientos "formales" (verbigracia, hoteles o superficies empresarias de grandes dimensiones). Los lapsos de los empleos de este tipo oscilan entre tres y seis meses y cuentan con protección, parcial, en lo que refiere a niveles de cobertura social-previsional y en forma provisoria, acotada según la vigencia temporal del contrato respectivo.

Dentro del conjunto de la fuerza de trabajo marginada, con relación al eje decisivo de las relaciones laborales capitalistas modernas, y en un contexto socioeconómico claramente periférico, emerge la categoría ocupacional típica constituida por peones en general, y de albañilería en la rama de la construcción particularmente. Los mismos se encuentran encasillados en una clase de actividad rígida y sencilla, que obstaculiza su adecuación a otros quehaceres laborales alternativos, debido a la restricción cualificacional que los caracteriza. Tales segmentos sociales marginales también comprenden el mencionado empleo doméstico, tipo de ocupación abrumadoramente sobrerrepresentado entre la población activa femenina, la venta ambulatoria o callejera y la prestación eventual de servicios esporádicos. Asimismo, pueden incluirse en estos grupos sociolaborales genéricos, o directamente excluidos del mercado de trabajo formal, los obreros con nula o escasa calificación, que se hallan empleados precariamente por pequeños establecimientos productivos industriales y/o terciarizados.

Los peones de maestranza, junto a los trabajadores de la construcción y del servicio doméstico, actividades crecientemente devenidas chapuzas intermitentes y cada vez más aisladas, representarían -de acuerdo a ciertas mediciones- el 50% del total de parados en ámbitos de trabajo periféricos e informales, mientras los vendedores ambulantes y los prestadores de servicios varios equivalen a alrededor del 30% de dicho total. En consecuencia, la fuente de reserva de mano de obra “residual”, potencialmente disponible para el sector moderno y dinámico de la economía, no presenta relevancia, más allá de que las cifras generales de desocupación hacen presumir la existencia de un considerable ejército de reserva. Dicho fenómeno obedece a la existencia de grandes rigideces intersectoriales y a que el referido colectivo remanente de fuerza de trabajo está condicionado a desempeñarse en eventuales empleos ubicados en las escalas inferiores de la pirámide que representa la estructura calificacional. Por lo tanto, el índice de paro -que conlleva cierta significación para el sector moderno- es menor que la tasa media global de desempleo, de manera que no existiría, desde este punto de vista, una oferta ilimitada de capacidades laborales respecto del núcleo dinámico del aparato económico-productivo.

Al concentrarnos específicamente en áreas o espacios periféricos, con relación al sector moderno convencional de la economía, y a su respectivo mercado, las situaciones de deterioro ocupacional se ven agravadas, por lo que tienden a aumentar los reductos ajenos al funcionamiento de aquél. Tal circunstancia propicia la emergencia de estrategias de supervivencia por parte de las unidades domésticas cuyos miembros activos han sido afectados por algún tipo de degradación laboral. Ello redunda en la utilización de recursos “extramercantiles”, es decir destinados a la obtención de bienes de uso, en gran medida suministrados por el sistema político-administrativo, lo cual ensancha la dimensión de una espacio <desmercantilizado>, esto es, extraño a la dinámica inherente a la comercialización de valores de cambio, incluyendo la fuerza de trabajo.

Otro estudio de casos se llevó a cabo en tres áreas urbanas, una en la periferia bonaerense (Villa Agüero, partido de Avellaneda), y dos en los barrios de La Boca y Villa Urquiza del distrito federal del país. La dinámica de las transformaciones expuestas previamente remite a un contexto teórico, partiendo del cual se enmarcó la investigación de campo efectuada. En principio se realizó de un relevamiento de tipo cuanti-cualitativo en diversas zonas del Gran Buenos Aires, incluida la ciudad capital, referido a miembros de hogares correspondientes a segmentos sociales heterogéneos; con ese criterio de representatividad, fueron seleccionados los tres territorios mencionados. El análisis comprendió a 156 grupos domésticos, compuestos por 611 personas, de las cuales 211, es decir el 34,5%, pertenecen al colectivo de la población, en edad activa que se encuentra efectivamente empleada.

La localidad periurbana de Villa Agüero había sido, durante la fase de sustitución de importaciones, un barrio que creció merced a la concentración industrial de la zona y, por ende, resultó un área sumamente perjudicada por la transformación productiva de fines de siglo. Es decir que, en dicho espacio urbano se ha observado la presencia de un nivel elevado de paro, en virtud de la erradicación de empresas, y un incremento notable del grado de pauperización causado por la caída de los ingresos de sus habitantes. Las políticas sociales aplicadas en la década de los noventa apuntaron a reemplazar las chabolas, creando asentamientos poblacionales que cuentan con la prestación de servicios comunitarios elementales, reduciéndose de esta manera el número de familias con necesidades básicas insatisfechas. Ello debido que la vigencia de condiciones superiores en las viviendas, junto a la posibilidad de acceso al transporte, y a la atención pública de la salud y la educación, demuestran un progreso en la calidad de vida general. No obstante, destaca el incremento de grupos domésticos, y de los individuos que los integran, pobres en razón de la merma de sus ingresos laborales, a partir del aumento del desempleo, la informalidad ocupacional y la precarización gradual de los trabajos existentes.

En el barrio capitalino de La Boca se han comprobado menores transformaciones pues, siendo un área con un fuerte componente histórico de pobreza, actualmente la habita un mayor número de personas, y familias, con necesidades básicas insatisfechas, si se lo compara con la situación de Villa Agüero, aunque los guarismos al respecto resultan muy inferiores al promedio nacional. No obstante en La Boca, en contraste con los datos surgidos del relevamiento en la localidad periurbana de Avellaneda, es menor la incidencia de la población ubicada por debajo de la “línea de pobreza”, medida a través de los ingresos per cápita. Además, debe añadirse que la política social aplicada en aquella zona de la capital federal, durante los últimos años, no atendió focalizadamente el problema del acceso a la vicienda, y a servicios adecuados, manteniéndose en lo sustancial la estructura social de periodos anteriores.

La tercera área elegida, Villa Urquiza, se encuentra habitada, predominantemente, por sectores medio y medio-alto de la población. En esta localización se ha constatado un elevado grado de formalidad ocupacional, junto a la presencia de indicadores bajos de actividades autónomas. Tampoco se observaron cifras destacables en cuanto a la existencia de trabajos con escaso nivel de productividad media. En cambio, el deterioro de las clases medias respecto al nivel de remuneraciones, característico a escala nacional, fue compensado en general a través del recurso del sobreempleo, verificándose un alto porcentual de trabajadores, residentes en este barrio de la ciudad de Buenos Aires, que se desempeña laboralmente mediante jornadas superiores a las cuarenta horas semanales. Este último guarismo, que alcanza al 52% de las personas ocupadas, supera la misma proporción correspondiente a las dos áreas anteriores. También es notable que, en Villa Urquiza, el sector terciario comprenda al 88% de las actividades económicas. Es necesario señalar que la terciarización, en la Argentina, presenta la característica de no acompañar un proceso de desarrollo progresista, sino que, por el contrario, adopta modalidades divergentes a las de los países avanzados industrialmente.

Corresponde aclarar, por otro lado, que en este tercer barrio analizado las políticas sociales se encuentran vinculadas a la inserción laboral de la población, atributo prevaleciente en el pasado Estado de Bienestar del país, vigente durante la aplicación del modelo de industrialización sustitutiva de importaciones. A efectos de comprender los factores causales en virtud de los cuales este colectivo de fuerza de trabajo no experimentó un perjuicio considerable por el desmantelamiento del sistema de seguridad social, es necesario remitir a la edad de sus habitantes. En tal sentido, mientras que en Villa Agüero La Boca predominan los hogares con una media etaria situada entre los 30 y 45 años, en Villa Urquiza se ha comprobado la presencia de una población más envejecida, que se encuentra entre los 45 y 60 años.

En la matriz que se desarrolla a continuación se sintetiza la estructura social que prevalece en cada una de las tres áreas relevadas :

PERFILES
DIFERENCIALES

AVELLANEDA

LA BOCA

VILLA

URQUIZA

Perfil de los hogares

Estructura Demográfica:

0/14 años:

61 y más:

33%

10%

28%

8%

16%

30%

Origen geográfico

Pcia. Bs. As: 71%

C.de Bs.As.: 44%

Pcias./Limít.: 54%

C.de Bs.As.: 78%

Morfología

Unipersonales:

Nucleares: Ampliados:

2%

54%

44%

10%

62%

28%

8%

70%

22%

Tamaño medio

4.5

4.0

3.1

Nº promedio de hijos por mujer

3.3

2.7

2.2

Embarazo adolescente(madres menores de 18 años)

43%

27%

4%

Perfil Educacional

Situación educativa de niños en edad escolar

Precaria: 18%

Normal: 82%

Precaria:6%

Normal: 94%

Precaria: --

Normal: 100%

Mayores de 14 años

Último nivel alcanzado

Primario completo o menos: 76%

Secundaria completa: 45%

Universitaria: 5%

Secundaria completa: 43%

Universitaria: 17%

Perfil de Ingresos

Ingreso promedio per cápita del hogar

144.50 $

230.87 $

389.92 $

Segmento de ingresos más altos (10% de la distribución decílica)

Ingresos promedio del decil 366 $

Representa 29 % del ingreso total del área

Ingresos promedio del decil 525 $

Representa 27 % del ingreso total del área

Ingresos promedio del decil 1028 $

Representa 24 % del ingreso total del área

PERFIL HABITAT

NBI

------

12%

-------

PERFIL DE SALUD

COBERTURA

POLÍTICA SOCIAL ESTATAL

Cubiertos por Obra Social o Prepago

32%

46%

90%

Hogares con enfermedades de larga duración

37%

18%

22%

Porcentaje de jubilados y pensionados sobre el total de población en hogares

3,9%

4,93%

6,41%

Hogares que reciben cobertura social

33,9%

0%

10%

De acuerdo a los perfiles esbozados en el cuadro precedente, resulta importante destacar la preeminencia de una pirámide social envejecida en las áreas caracterizadas como sectores medios y medios/altos, y la concentración de una importante población joven en los sectores populares. También son relevantes las diferencias en el nivel educativo, siendo este factor de suma importancia para evaluar las condiciones de acceso al mercado laboral y el nivel de remuneraciones. Por otra parte, las desigualdades en cuanto a las formas de acceso a la atención sanitaria adquieren rasgos notables, lo cual se explica por la incidencia, en Villa Urquiza, del resguardo institucional propiciado por las inserciones ocupacionales propias del Estado de Bienestar, las que brindaban una protección socioprevisional ligada al empleo.

En la siguiente matriz se expone el relevamiento realizado en materia ocupacional:

Perfil Ocupacional

Perfiles diferenciales

Avellaneda

La Boca

Villa Urquiza

Desempleo

32%

13 %

4 %

Subempleo

25.8 %

11 %

7 %

Calificación de jefes de hogar

Sin calif.: 51 %

Operativa: 49 %

Ténica:

Profesional:

Sin calif.: 20 %

Operativa: 78 %

Ténica: --

Profesional: --

Sin calif. : 8 %

Operativa : 60%

Ténica : 13 %

Profesional : 19%

Precariedad

42 %

14 %

2 %

Asalariados

65 %

73%

64%

Plan trabajar o similar

16%

1%

--

En lo concerniente a la adaptación de los hogares, frente a los nuevos condicionamientos y restricciones impuestos por los cambios operados en el mercado laboral, las franjas sociales medias, predominantes en el barrio capitalino de Villa Urquiza, desplegaron la estrategia consistente en extender la jornada horaria de sus ocupaciones, en mayor proporción que los sectores ubicados en la escala inferior de la pirámide estratificacional. Más allá de esta precisión, la tendencia citada se manifiesta en todas las localizaciones territoriales y ramas productivas de las tres zonas investigadas, siendo el sector terciario, particularmente en el rubro comercial, donde se expresa una mayor proclividad hacia dicho proceso, tal como se corrobora empíricamente a través del cuadro expuesto a continuación:

Perfiles diferenciales

Avellaneda

La Boca

Villa Urquiza

Sobreempleo

36%

42 %

52 %

En referencia a la evolución orientada a la terciarización de las actividades económico-productivas, se ha observado la permanencia de un direccionamiento hacia la ampliación del subsector comercio, en los sectores medios, a la vez que una extensión de las ocupaciones en este rubro por parte de los grupos de menores recursos, tal como queda demostrado a través del siguiente cuadro:

Perfiles diferenciales

Avellaneda

La Boca

Villa Urquiza

Terciarización

65%

82 %

88 %

Otro factor complementario, insoslayable de cara a la comprensión de las transformaciones del ámbito laboral, radica en el incremento sostenido de la informalidad ocupacional en el mercado de trabajo. En el relevamiento efectuado por medio de la investigación de campo, se han evaluado y correlacionado las variables más significativas de este nuevo tipo de relación contractual. Para este estudio se han cuantificado a los trabajadores con contratos temporales, autónomos, sin derecho al cobro de indemnización en caso de despido injustificado, inexistencia de aportaciones al sistema jubilatorio (tanto en la modalidad de reparto público como en la de capitalización privada), servicio doméstico, y descobertura de asistencia la atención de la salud por parte de alguna obra social. Los datos volcados seguidamente confirman las apreciaciones precedentes, verificándose de modo empírico que la erradicación territorial de establecimientos industriales coadyuva al aumento de la informalidad ocupaional, que afecta a los colectivos de posición económica inferior, y con más bajos niveles de cualificación laboral.

Perfiles diferenciales

Avellaneda

La Boca

Villa Urquiza

Informalidad

48%

42 %

21 %

Un ítem especialmente estudiado, en términos de lógica de subsistencia económica ante el desmantelamiento de numerosas ramas industriales, consiste en la emergencia sistemática, y crecientemente ampliada, del trabajo autónomo precario. Esta categoría ocupacional se caracteriza por la presencia de una productividad reducida del trabajo, junto a una escasa, y veces inexistente, inversión de capital fijo en aras de la realización de una actividad generadora de ingresos. Tal como se consigna en el cuadro expuesto a continuación, dicha estrategia devino alternativa estimada en tanto opción viable por parte de los grupos que exteriorizan un mayor grado de empobrecimiento, siendo un elemento prácticamente ausente entre los sectores sociales medios, representados en la investigación a través de los pobladores de Villa Urquiza:

Perfiles diferenciales

Avellaneda

La Boca

Villa Urquiza

Trabajo autónomo

16%

23 %

0 %

El último elemento que resulta necesario resaltar es la mutación en la productividad media del trabajo, variable cuyo comportamiento resultó heterogéneo y que debe vincularse, directamente, al devenir de los sectores productivos. En tal sentido, nuestro estudio de campo, que comprendió áreas específicamente urbanas- no puede dar cuenta de la evolución experimentada en el sector primario de la estructura económica nacional. Sin embargo, en lo referente al sector secundario observamos que en las zonas donde se observa una mayor terciarización relativa, dado el importante componente industrial del período precedente, es decir Villa Agüero, se comprueba la reincorporación de trabajadores en el mercado de trabajo, mediante actividades que requieren una utilización intensiva de mano de obra, pero con escasa productividad media del trabajo. En el otro extremo se encuentran los estratos medios, en los cuales la microempresa, esto es aquellas que emplean a menos de cinco trabajadores, es casi inexistente, y la utilización intensiva de capital es un elemento que aún perdura.

Perfiles diferenciales

Avellaneda

La Boca

Villa Urquiza

Bajo nivel de

Productividad del

Trabajo

18%

15 %

0,20 %

Más allá de las conclusiones preliminares aquí expresadas, resulta necesario profundizar el nivel analítico, rescatando el planteo surgido de una realidad estructural, marcada por el predominio de un renovado régimen social de acumulación que modificó las estructuras productivas y el mercado laboral en la Argentina.

Conclusiones

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Fuente: Elaboración propia en base a los datos obtenidos en el relevamiento y en comparación con la Encuesta Permanente de Hogares.

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