Sociología y Trabajo Social


Connotaciones políticas y económicas de la globalización financiera


VII CONGRESO ESPAÑOL DE SOCIOLOGÍA

GRUPO DE TRABAJO N° 9

Sociología Política

SESIÓN: Primera

[Perfiles de cambio sociopolítico en la sociedad del siglo XXI:

procesos de globalización y transformación de las identidades colectivas]

TITULO DE LA COMUNICACIÓN:

Connotaciones político-económicas de la “globalización” financiera

INSTITUCIÓN: Universidad de Buenos Aires, Argentina

(Rectorado/Facultad de Ciencias Económicas)

RESUMEN:

El fenómeno denominado «globalización», más allá de sus múltiples -y heterogéneas- interpretaciones, conlleva un cambio trascendente en la política internacional, al haberse reconvertido las pautas convencionales de su funcionamiento, las cuales giraban en torno al presupuesto acerca de la vigencia de interrelaciones entre de Estados supuestamente <soberanos>, aunque en la mayoría de los países subdesarrollados lo fueran de manera relativa. A partir, sobre todo, del derrumbe de la Unión Soviética, mediante la hipotética emergencia de un pensamiento único, sustentado en una errática concepción sobre el “fin de las ideologías”, se erigió un mercado omnímodo, que traspasó casi todas las barreras impuestas por las fronteras nacionales. Tal proceso implica una mutación radical en la ejecución de las políticas estatales, que perdieron gran parte de su autonomía de decisión, dejando el camino llano para la aplicación de medidas económicas, trazadas por instituciones y organismos financieros “mundiales”, que presentan graves repercusiones para las sociedades, fundamentalmente para los sectores más carecientes de la misma

La puesta en práctica de un nuevo paradigma productivo, en el ámbito de las relaciones sociolaborales, se vinculó con la aparición de formas inéditas de transnacionalización económica, mediante las cuales el capital dispuso de modalidades alternativas y variables de utilización de mano de obra flexible, dispersa en todo el orbe. De manera que el nacimiento de la “era informática” fue complementado con el surgimiento de una esfera mundializada de inversiones, volátiles y especulativas. Puede indicarse que existió una compenetración recíproca entre el declive del modelo fordista de organización de las relaciones productivas y la emergencia de un ámbito <global> de movimientos financieros. Tal coyuntura propició el acceso a la desregulación -y la consiguiente arbitrariedad- en la explotación de la fuerza de trabajo, más allá de los límites divisorios de naciones y continentes.

La economía-mundo finisecular en el marco de la “aldea global”

Las concepciones acerca de un espacio económico mundializado, hacia fines del milenio, modificaron el contenido representado convencionalmente por el término economía internacional. El giro lingüístico refleja una conversión profunda de los tipos de vínculaciones existentes entre diferentes países y regiones. Cabe señalar al respecto que, en épocas anteriores al fenómeno de la <globalización>, existían de algún modo fundamentos -políticos y territoriales- que permitían hablar de Estados relativamente “soberanos”, por lo que (aun subsistiendo dependencias neocoloniales) las relaciones entre naciones, al menos formalmente, remitían a contactos entre entidades homogéneas .

Corresponde aclarar, en principio, que el proceso omnicomprensivo -implícito en el fenómeno globalizador- fue abordado extensamente, por numerosos autores, en sus aspectos generales, básicamente en referencia a sus dimensiones cultural, mediática e informacional, conjunto de factores que remiten al advenimiento de una <civilización mundializada>. No obstante, como consignáramos en la Introducción de este ensayo, aquí nos limitamos al tratamiento específico de sus efectos sobre la economía, puntualmente en las áreas financiera y tecnológica, junto a sus repercusiones en el ámbito laboral. Debido a ello, en muchas ocasiones la emergencia de un “mundo global” tiende a confundirse con la aplicación irrestricta de políticas neoliberales, que sólo representan una manifestación socioeconómica coyuntural, aunque propiciada -y acentuada- merced a las condiciones objetivas generadas por el ingreso en la nueva era.

Al margen de la anterior precisión, la alusión a la existencia de una economía globalizada conlleva, entonces, revisar el núcleo sustancial de la expresión “relaciones internacionales”, teniendo en cuenta que los límites de las acciones realizadas por sectores o grupos, pertenecientes a un país determinado, no coinciden actualmente, en gran parte del planeta, con los espacios productivos y financieros antes vigentes, imperando en consecuencia las determinaciones de mercados transnacionalizados. Es menester indicar que un funcionamiento mínimamente armónico de la globalización requeriría el accionar de instituciones sólidas a escala nacional ya que, en ausencia de las mismas, el nuevo escenario mundial tiende a exacerbar conflictos sociales internos preexistentes.

Para la comunidad del desarrollo, los años ochenta fueron también de vacilación y búsqueda de nuevos paradigmas. A finales de los setenta, las estrategias de desarrollo estadocéntricas (tanto las fundadas en el estructuralismo de Prebisch-Singer como en la teoría de la modernización de Rostow, en la teoría de la dependencia o, simplemente, en el marxismo) habían perdido gran parte de su anterior crédito intelectual y político. Todavía se mantendrían unos años en base a las poderosas coaliciones de intereses creados. Pero intelectualmente estaban derrotadas. Especialmente tras su demostrada incapacidad para entender y adaptarse a las crisis y los cambios iniciados en los setenta. Era la oportunidad para la derecha liberal neoclásica, más comúnmente reconocida como neoliberalismo .

A fines de siglo se han intensificado los intercambios comerciales, junto al flujo constante de capitales que acompaña los traslados de las radicaciones productivas. Desde la posguerra, el comercio internacional se fue incrementando en una proporción equivalente al doble del aumento de la producción, acentuándose y extendiéndose al mismo tiempo el proceso de transnacionalización de las empresas, al comienzo de origen norteamericano, y luego europeo y japonés. A partir del inicio de los años setenta, las firmas multinacionales pugnaron por emanciparse de las restricciones impuestas por las fronteras entre países, procurando socavar las propias bases institucionales soberanas de los Estados-nación. Además, un grupo considerable de corporaciones empresariales potenció el despliegue de una estrategia planetaria, adecuándose a las circunstancias cambiantes de un mercado mundializado, bajo las nuevas formas mencionadas.

Hacia mediados de dicha década, Estados Unidos suprimió las barreras preexistentes, interpuestas a la libre exportación de capitales; a su vez, Francia y Japón liberaron los obstáculos al flujo monetario, medida que posibilitó la emigración indiscriminada del ahorro nacional. Este procedimiento queda demostrado, por ejemplo, a través del hecho de que -durante los años ochenta- la nación nipona amortizó el déficit presupuestario estadounidense. Es decir que el proceso de globalización financiera conduce a un quiebre profundo del mecanismo inherente a la “mera” internacionalización, al sustentarse en un sistema <unificado>, que actúa como eje organizativo de la economía y la producción, en sociedades muy distanciadas territorialmente.

La idea de “aldea global”, traspolada del campo teórico referido a los medios masivos de comunicación, a partir de la concepción de Mc Luhan, responde a una lógica específica y autónoma, desprendida de su connotación referida a relaciones económicas entabladas entre Estados autárquicos. Las firmas transnacionales se independizan de su asentamiento local, los movimientos de capitales eluden las conveniencias patrióticas y los países abandonan el control de su propio signo monetario. La evolución del conjunto de ciertas modalidades de transacción, entre distintas regiones, propende también hacia una unificación de los mercados.

La mundialización del capital [...] deriva en mayor medida del fortalecimiento alcanzado por el capital privado en los últimos treinta años que del progreso tecnológico. En esta nueva fase económica, el robustecimiento del capital industrial y el debilitamiento del movimiento obrero operan, al mismo tiempo, como causa y efecto de las políticas de liberalización, privatización, desregulamiento y desmantelamiento del "Estado de Bienestar", que se vienen implementando desde comienzos de la década de los ochenta en todo el mundo [...] Este proceso halla su complemento en el creciente predominio y concentración del capital-dinero y de los mercados financieros, lo que socava la autonomía de las economías nacionales y de los Estados para diseñar políticas propias

El régimen de acumulación, característico del proceso señalado, requiere que todo tipo de actividades económico-productivas, y de flujos de inversiones, puedan ser velozmente transnacionalizados, mediante traslados hacia regiones semiperiféricas, dotadas de cierto avance en la producción manufacturera “en serie”. El mercado financiero opera de manera coordinada y sincrónica, por lo que el grueso de los movimientos de capital y ahorro internacionales es generado por vía de intercomunicaciones permanentes y simultáneas, teniendo en cuenta que, en los años noventa, ya se había consolidado una “infraestructura tecnológica que permite la interconexión instantánea de capitales” .

La afirmación de un ámbito financiero mundializado provocó una transformación de las estructuras sociales y productivas en la mayoría de los países de distintos continentes, que condiciona en gran medida, a veces crucialmente, la independencia de las naciones, en la gestión de sus políticas a escala macroeconómica. En otras palabras, las corporaciones empresarias se aseguran una extraterritorialidad que arrebata el atributo soberano de ciertos gobiernos nacionales, limitándose este último -sobre todo- a la relativa, y acotada, facultad de disponer medidas de carácter presupuestario e impositivo de <ajustes> continuos. El capital industrial, y sobre todo el financiero, devienen proclives a emanciparse de la instancia política “nacional”, siendo ésta reemplazada por una dirección, omnipresente y supraestatal, ejercida mediante instituciones, aparatos burocráticos y redes de influencia propias. Entidades como la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BIRF) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), entre otras, imponen reglamentaciones restrictivas en orden a la circulación libre de productos y capitales mientras, por otro lado, difunden la doctrina neoliberal, que sostiene que el sistema económico opera de manera eficiente cuando las leyes del mercado se liberan de toda imposición <extramercantil>.

En el citado contexto, Estados Unidos tiende a perder la hegemonía desde el punto de vista industrial, aunque esto no suceda con relación a su poderío militar y al peso decisivo de sus ordenanzas en el campo financiero mundial. Al respecto, América Latina presenta la desventaja de contar con la “potencia del norte” como colindante continental, en momentos en que ésta, a partir de la vigencia de los nuevos paradigmas productivos, continúa desempeñando una función directriz, aunque esencialmente abocada a la organización económica general, en el marco internacional. Es decir que su aporte en el terreno específico de las nuevas técnicas de fabricación ya no es tan relevante; por ejemplo, en la rama industrial de la confección prevalecen tecnologías europeas y asiáticas, de modo que el desarrollo de maquinarias, correspondientes a las manufacturas textiles, se encuentra centrado en los países tecnológicos, por ejemplo las naciones avanzadas del <viejo continente> y Japón o Corea, existiendo una especie de aislamiento de Sudamérica, aunque no así de México, integrado laboralmente al espacio norteamericano a través del trabajo “taylorizado” de un sector de su población activa .

En la actual coyuntura, marcada por un proceso de transnacionalización económica progresiva, el gran poder de los mercados obedece a la subordinación de los gobiernos a la égida financiera mundializada, la que determina el control incondicional del capital sobre el trabajo. Este sometimiento afecta al conjunto de relaciones sociales, caracterizadas en tanto inherentes a una etapa postindustrial del capitalismo, lo cual implica la emergencia de un sistema global que selecciona, discrecionalmente, determinadas localizaciones productivas especializadas, que deben resguardarse, en muchas ocasiones de forma conflictiva, no ya sólo frente a la inmigración internacional, sino inclusive ante las migraciones internas, los campesinos “sin tierra” y el continuo éxodo rural. Puede decirse, en términos generales, que la mundialización del capital provoca necesariamente un acrecentamiento del ataque contra las condiciones de vida de las masas en todo el planeta .

El conjunto de reformas macroeconómicas neoliberales, que implican ajustes estructurales del sistema productivo, sobre todo en las zonas periféricas o emergentes, condujo a la readecuación de las políticas comerciales internacionales, los procesos desreguladores y las privatizaciones de empresas públicas. Cabe destacar que esas medidas no fueron complementadas con otras compensatorias, que reformulasen el accionar de las instituciones, los aparatos burocráticos estatales, los marcos jurídicos y el ámbito de la seguridad social. Teniendo en cuenta los efectos acumulativos de la totalidad de dichos factores articulados, es evidente que la economía “global” se ha convertido en un escenario inestable e inseguro para un sector masivo de la población mundial. En tal sentido, los neoliberales son hostiles al Estado y a los sindicatos y vindican la privatización, la liberalización, la actividad financiera privada y la desregulación del mercado de trabajo. El Estado es visto como la fuente de muchos de los problemas de desarrollo de los países del Tercer Mundo [sosteniendo] que el intervencionismo estatal (o "dirigismo") ha generado distorsiones en los mecanismos del precio, que han provocado una descolocación de los recursos productivos y, en consecuencia, tasas más bajas de crecimiento .

En lo que refiere específicamente a América Latina, la transición del modelo de desarrollo económico anterior, basado en el esquema sustitutivo de importaciones, hacia otro caracterizado por el aperturismo neoliberal, derivó en una crisis profunda de su estructura social. Cuando los sistemas productivos de muchos países de la región ya no pudieron crecer, asentados en sus respectivos mercados internos (protegidos por medidas arancelarias y la inversión pública estatal) sus economías fueron reorientadas, sometiéndose a los nuevos dictados del mercado internacional. Ello requirió una readaptación que permitiera competir en un marco mundializado, por lo que se incentivó la inversión privada, local y de capitales extranjeros, extendiéndose las esferas destinadas a su colocación.

La reconfiguración productiva constituye un proceso derivado de los ajustes económicos, pues en el contexto latinoamericano debieron reducirse drásticamente las erogaciones empresariales, en la medida en el producto bruto interno se estancaba. Las reformas tuvieron una fuerte incidencia en la quiebra de empresas, imposibilitadas de competir con una avalancha de mercancías extranjeras y, en consecuencia, se incrementó enormemente el paro, junto a la caída abrupta de los ingresos laborales y del “gasto social” por parte del Estado. La resultante de ese deterioro del mercado de trabajo fue un incremento considerable de los alcances -y los niveles- de pobreza, es decir que la misma tendió a abarcar grupos ampliados de la población, agravándose además el grado cualitativo de ella .

Cabe indicar que el 5% de la población del subcontinente absorbe la cuarta parte del total de los ingresos nacionales mientras que, en las antípodas, al 30% de aquélla sólo le corresponde el 7,5% de los mismos, representando esta situación una de las mayores “brechas sociales” del planeta. El nivel de tal polarización se aproxima a las cifras alcanzadas en África, que registra indicadores del 23,9% y 10,3%, en igual sentido, y resulta ampliamente superior a la del mundo desarrollado, que detenta el 13% y 12,8%, respectivamente . Corresponde señalar que la desigualdad en la distribución del ingreso constituye, asimismo, un impedimento crucial para la evolución económica de los países latinoamericanos, y su elevada marca es correlativa con altos índices de pauperismo en la región. Esto último se corrobora al considerar que, no obstante sus inmensas potencialidades económicas, cerca del 50% de la población vive por debajo de la línea de pobreza, el 60% de los niños es pobre, el habitante promedio no tiene más de 5 años de escolaridad y el 26% de la población carece de agua potable .

Aunque las causantes de tal situación remiten a una complejidad de factores superpuestos, un elemento central radica en el aumento de las polarizaciones sociales . Por otro lado, la inequidad social conforma una traba insalvable en aras del progreso educacional, herramienta imprescindible del avance tecnológico. Al respecto, un informe elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) durante el año 1998, señala que en el contexto latinoamericano, de acuerdo a estimaciones recientes, y considerando quince países del área, los jefes de hogar del 10% de ingresos más altos habían completado 11,3 años de educación, en cambio los [correspondientes al] 30% más pobre de la población sólo 4,3 años. [Ello obedece a que] las tasas de repetición y deserción son mucho mayores entre los desfavorecidos por el impacto de la pobreza; [además] la calidad de la educación que reciben los diferentes estratos sociales presenta fuertes desniveles. En estas condiciones buena parte del capital humano de la sociedad se anula y se crea un círculo perverso. Los de menos educación tendrán menos posibilidades de conseguir trabajo, y si lo consiguen recibirán pagos mucho menores, lo que influirá en que no puedan dar a sus hijos una educación mejor .

El comando financiero especulativo del sistema económico-productivo mundial

Tal como fue consignado en el apartado precedente, dentro del panorama general de la economía-mundo actual, los mercados nacionales tienden a descompartimentarse, sobre la base de la disolución de las barreras que bloqueaban -en mayor o menor grado- el flujo entre ellos, mediante una nuevo tipo de apertura al exterior. Se concreta progresivamente, entonces, la unificación de los mercados monetario, financiero, de cambios y de inversiones a futuro, por lo que la esfera transnacionalizada de las finanzas conforma una especie de megamercado único de dinero, en la medida en que las distintas plazas bursátiles y crediticias se encuentran cada vez más interconectadas, debido a la fluidez adquirida por las redes ultramodernas de comunicación informática. Por otra parte, las autoridades monetarias de las naciones hegemónicas, dentro de este reordenamiento llevado a cabo a escala planetaria, liberaron gran parte de las reglamentaciones que obstruían las operaciones de cambios, a efectos de desreglar la circulación internacional del capital .

Además, las entidades inversionistas de capital variable devinieron organismos importantes, respecto del funcionamiento general de los mercados, hecho que conlleva una “desintermediación del financiamiento”, en términos de caída relativa de la porción del mismo que opera a través del crédito bancario, a favor del aporte directo de los denominados fondos comunes de inversión. La tendencia hacia esta mundialización económica, de género inédito, permitió bajar los costos de gestión crediticia en los ámbitos nacionales, merced al citado predominio de la financiación al margen de los intermediarios, y al acceso más veloz y simplificado a nuevas fuentes de ahorro, recurriendo a la emisión de títulos.

La ventaja de los efectos antedichos para un sector minoritario de la sociedad contrasta con sus consecuencias negativas en términos del conjunto de la población, al desconectarse la esfera correspondiente a las finanzas del desenvolvimiento de la economía real. Al respecto, el tipo de cambio fue “financiarizado” y emergieron renovadas amenazas al desarrollo de sectores empresariales subalternos, medianos y pequeños, emanadas del accionar especulativo. Más allá de los mencionados nuevos riesgos de carácter individual, para cubrirse de los cuales se han creado determinados instrumentos en el mercado financiero, existiría cierto “riesgo sistémico global”. Desde esta óptica, los citados contratiempos -de índole microeconómica- eventualmente mutan hacia trastornos macroeconómicos, en la medida en que, por ejemplo, el sistema bancario puede desestabilizarse debido al incumplimiento de los compromisos contraídos, por parte de algunos pocos grandes deudores, o una bancarrota de la plaza bursátil podría entorpecer el funcionamiento de la economía de un país o de un espacio regional subcontinental.

Los riesgos sistémicos, habitualmente, se encuentran vinculados a las prácticas especulativas y a los precios inestables de los mercados financieros, que responden a los mecanismos inherentes a las operaciones crediticias, y suelen conducir -en algunos casos- al sobreendeudamiento, junto a crisis recesivas, proclives a una virtual paralización del aparato productivo. También, ocasionalmente, tales consecuencias provienen de los desfases resultantes de la dinámica de los instrumentos de pago, que con frecuencia provocan quiebres de instituciones pignoraticias, potencialmente extensibles al sistema bancario en general, e inclusive al conjunto del sistema económico-financiero.

Un modelo teórico, que refleja las crisis recurrentes acaecidas desde la década de los setenta, concibe que el sistema mundial de las finanzas atravesó tres etapas sucesivas, consideradas en términos de fases alternativas, referidas a procedimientos diversos de “regulación económica” . En tal sentido, el periodo comprendido entre 1973 y los primeros años de los ochenta remite a la existencia de una economía internacional marcada por el endeudamiento, a partir del reciclaje de los capitales petroleros, favorecedor de una elasticidad ilimitada en cuanto a la oferta de fondos prestables. Ello posibilitó que el aumento total operado por la demanda de capitales pudiera satisfacerse sin un racionamiento correlativo, proporcional a los incrementos inducidos en las tasas de interés. Cabe consignar que esta etapa quedó emblemáticamente representada por la crisis de la deuda externa, sobrevenida en los países del sur.

Hacia mediados del último decenio citado, a causa de la instancia crítica derivada del ensanche del endeudamiento latinoamericano, sumada a la incidencia de ciertas innovaciones, que permitieron acceder a un mecanismo redistributivo de riesgos, se produjo el pasaje gradual hacia un sistema económico globalizado y controlado por el mercado mundial de inversiones. En dicha fase, tal como se apuntó, el financiamiento directo tiende a desplazar la intermediación convencional, y los entes bancarios ejecutan un renovado procedimiento de colocación de dinero circulante efectivo de corto plazo, no renovable, destinado a los prestatarios finales, realizando a su vez operaciones múltiples de fusiones transnacionales. Corresponde señalar, en ese sentido, que dicha coyuntura desencadenó el llamado <crack bursátil> de 1987. Finalmente, en una etapa ulterior -iniciada en los noventa- se procede a un nuevo tipo de regulación, tildado de economía internacional de especulación, condicionante del “efecto tequila”, desatado en México hacia mediados de la última década del siglo.

Este último proceso fue impulsado por la elevada vulnerabilidad, impuesta a varias naciones de América Latina, debido a la presión irresistible de la prominente deuda acumulada, por lo que aquéllas fueron apremiadas ante la urgencia de acceder al préstamo internacional. Esos países se vieron obligados, entonces, a reestructurar el conjunto de la deuda, restringir el gasto público y conseguir disciplina y equilibrio fiscales, bajo el estricto control ejercido por organismos mundiales de crédito. Frente al panorama descrito, los países de la región no tuvieron otra alternativa que internarse, más tarde o más temprano, en las procelosas aguas de una profunda reconversión económica. Simultáneamente, sus Estados ­otrora multifacéticos e intervencionistas­ debieron también orientarse hacia una reforma que los achicase y redefiniese” .

Más allá de la sensación permanente de fragilidad que pende, cual espada de Damocles, sobre la estructura económica de muchos países bajo el nuevo régimen mundializado, debe destacarse que un riesgo esencial, causado por el proceso de unificación de los mercados, radica en que los entes financieros “globales”, anomizados y desregularizados, incidieron de manera determinante sobre las políticas económicas llevadas a cabo por los Estados nacionales. De este modo, en forma creciente los gobiernos de numerosos países deben proceder de acuerdo con las necesidades del <mercado único> señalado.

Al respecto, adquiere un significado auténtico -y acotado- la noción de “manejos político-económicos estatales”, eufemismo bajo el cual subyace el sentido verdadero del término, consistente en que los diferentes gobiernos nacionales se encuentran coaccionados a subordinarse, al compás trazado por la dinámica de las finanzas mundiales, brindándoles las máximas garantías al accionar arbitrario de las mismas. Dicho condicionamiento coercitivo opera bajo la amenaza de una fuga de capitales o un alza de la tasa de interés, de manera que la liberalización de los mercados financieros limitó severamente el margen de autonomía de los entes estatales. Tal condicionamiento conlleva un obstáculo insalvable, a efectos del ejercicio propio de una verdadera democracia y de la implementación de medidas económicas independientes, de carácter redistribucionista, que apunten al logro de una menor inequidad social.

La configuración de un escenario mundializado, simultáneamente generador de continuas segmentaciones sociales, deriva en un complejo entramado, urdido por sectores locales, interpenetrados por intereses transnacionales. Tres poderosos bloques, bajo la respectiva hegemonía de loa Estados Unidos, Japón y la Comunidad Europea, controlan los resortes de la “aldea económica global”. Asimismo, el aumento de la vinculación internacional recíproca, entablada entre los diferentes países, en los órdenes financiero, productivo y comercial, determina que los sistemas económicos localizados se imbriquen recíprocamente, pese a que la competencia entre bloques y naciones tiende a aumentar. Corresponde agregar que este mundo tripolar emergente ha llevado a la marginación del Tercer Mundo y a la desaparición del segundo. Pero quizá lo peor es que este nuevo sistema no sabe ver los problemas claves de la pobreza y la inequidad .

Los procesos de pauperización económica y desigualdad social se vieron potenciados en las zonas periféricas del planeta, en referencia al renovado ordenamiento internacional. Por otra parte, el conjunto de mutaciones señaladas reconvirtió la esencia de las relaciones y tensiones entre regiones y colectivos; al respecto, se afirma con acierto que ningún país con pretensiones de pertenecer al <club de la globalización> puede darse el lujo de tener comportamientos sospechosos o erráticos .

El desarrollo de la nueva economía-mundo, motorizada por la expansión de las firmas multinacionales, se establece -como vimos- más allá de las fronteras interestatales, propiciando una configuración tricéfala. En ella, los bloques mencionados, liderados respectivamente por los Estados Unidos, Japón y la Comunidad Europea, consolidan un espacio de intervención que incluye, como vimos, a países y subcontinentes. Esta circunstancia promueve la generación de antagonismos comerciales, entre los tres polos citados, y la disminución de las ayudas e inversiones destinadas al mundo subdesarrollado. Pese a ello, el trío de potencias económicas se interconecta, a través de flujos y transacciones que entretejen una trama compleja, por lo que dichos bloques hegemónicos se constituyen en referentes político-institucionales insoslayables de cara al accionar pleno de las grandes empresas transnacionales.

En virtud de lo expuesto, el mecanismo inherente a la economía globalizada propende a la estructuración regional de interbloques, aunque en un sentido diferenciado respecto de la modalidad asumida por ellos durante la “guerra fría”. En la actualidad, resulta más nítido el predominio de intereses económico-financieros, por encima de los factores político-ideológicos, en torno a dicho mecanismo, en la medida en que sus metas prioritarias radican en la complementación de políticas macroeconómicas, monetarias, fiscales y comerciales. Una visión panorámica de esta constelación regional remite a la presencia de áreas donde predominan los intereses de las superpotencias económicas, respectivamente Norteamérica, la Cuenca del Pacífico y Europa.

Subyacen al concepto de globalización financiera tendencias orientadas a la exacerbación de la concentración económica y al incremento de la acumulación capitalista en escala mundial, junto a la implementación de prácticas institucionales, incentivadas a través de medidas políticas gubernamentales, funcionales al desenvolvimiento de tal proceso. En este sentido, la estrategia del capitalismo se impuso en el espacio planetario, eliminando la dinámica -convencionalmente establecida- de las finanzas y del intercambio internacionales, junto a la supresión de las barreras locales, con el objeto de implantar una afluencia de capitales y mercancías bajo un proceder unificado, regulado primordialmente por la ley de la maximización del excedente del capital trasnacional.

No puede dejarse de lado la consideración del peso notable ejercido por el derrumbe del “sistema comunista”, representado por el desmembramiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1989, mediante la caída del muro de Berlín. Ese hecho alimentó el surgimiento de teorías referidas a un supuesto <fin de la historia o de las ideologías>, el cual remite al hipotético advenimiento de una era marcada por la vigencia de un “pensamiento único”. Éste, una vez desustanciada la doctrina marxista, expresaría el nacimiento de una sociedad mundial, regida por los principios económicos del régimen de producción capitalista y las premisas políticas de la democracia representativa, en el contexto emanado de la caducidad de modelos alternativos.

Hasta comienzos de la década de los ochenta el pensamiento “liberal neoclásico” constituía sólo una escuela reconocida en el círculo académico formado por las disciplinas económicas. Sin embargo, desde el decenio anterior había logrado afirmarse en el ámbito de los organismos financieros internacionales (Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, Fondo Monetario Internacional, etcétera) En el marco del declive de posturas tercermundistas, junto a recurrentes crisis económicas de los países “del sur” y a la creciente influencia de aquellas entidades en la implementación de los planes de <ajuste estructural>, surgió el denominado consenso de Washington. Éste predicaba las ventajas de las recetas neoclásicas, intentando demostrar que los Estados más capaces de crecer económicamente serían aquellos fundados en una arquitectura institucional racionalizada, reducida al ejercicio de las funciones universales y de las políticas públicas, que otros actores que no fueran el Estado estarían en condiciones de elaborar con la misma eficacia .

En dicho escenario renovado, la concepción neoliberal actúa en función de cimiento teórico-ideológico, anclado en última instancia en el proyecto de grupos económicos concentrados y hegemónicos, aunque descentralizados en la faz operativa, impulsores de la implementación de un “Nuevo Orden Internacional”. La adecuación al <paradigma tecnológico>, asentado en el principio inalienable de la productividad, se erigió en el objetivo último de las políticas económicas de los gobiernos y de la lógica empresarial, generando como contrapartida una progresiva desigualdad y polarización sociales, antesala de la pobreza y la indigencia de masas crecientes de la población mundial.

Conviene aclarar el planteo de una controversia, referida a la propuesta anterior en aras de establecer un "nuevo orden económico internacional" , frente a la corriente teórico-política predominante mencionada, promotora del "Nuevo Orden Internacional" que, en realidad, sería un orden mundial neoliberal. También aquí adquiere relevancia, teniendo en cuenta la presente coyuntura histórica, el debate referido al rol estatal, en tanto factor activo (o ente pasivo) con respecto al funcionamiento del mercado. Además, aún subsisten las discusiones acerca de la conveniencia, en vista de los intereses nacionales de determinados países, de asumir estrategias de desarrollo dirigidas <hacia adentro o afuera>, es decir entre industrialización sustitutiva de importaciones o producción local exportadora.

La cuestión atinente a los efectos de los sucesivos “ajustes estructurales”, llevados a cabo en el seno de economías de distintos continentes y regiones, remite a una circunstancia paradójica, alusiva a que mientras los Programas de Ajuste Estructural proclaman una drástica reducción del Estado, su implementación exitosa requiere una intervención estatal aun mayor, para llevar a cabo las reformas necesarias y para reprimir las protestas sociales que estas reformas provoquen .

En ese sentido, organismos financieros supraestatales, tales como por ejemplo el Banco Mundial, instruyen, bajo un poder coercitivo directo o latente -dada su condición de acreedores-, acerca de la necesidad de realizar <cambios estructurales a gran escala>, los que determinan un severo achicamiento del aparato administrativo de los Estados, restringiendo drásticamente el gasto público, sobre todo aquel destinado a las políticas sociales. Además, se procura la privatización de las empresas pertenecientes al ámbito estatal y la renuncia a cualquier tipo de proteccionismo comercial, eliminando los subsidios destinados a la producción autónoma local, junto a la liberalización de los mercados, incluyendo el de trabajo .

De acuerdo a lo expuesto, los planes económicos precitados comprenden entonces medidas de austeridad fiscal, antiinflacionarias, privatizaciones de las empresas público-estatales, liberalización comercial, devaluación monetaria y desregulaciones generalizadas del funcionamiento económico, sobre todo en los mercados financiero y laboral. En otras palabras, estos programas han pretendido también atraer inversiones extranjeras, incrementar la libertad de los empresarios y de los inversores, mejorar los incentivos pecuniarios y la competencia, reducir los costes, procurar la estabilidad macroeconómica, reducir cuantitativamente al Estado y reducir también su intervención en la economía” .

El funcionamiento adecuado del Nuevo Orden Internacional requiere instituciones con alcance universal, idóneas a efectos de su disciplinamiento, tras la pantalla eufemística de una supervisión hipotéticamente neutral, enfocada desde un supuesto ángulo rigurosamente <técnico>. En este sentido, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional actúan en función de organismos directrices del régimen de acumulación capitalista en todo el orbe, teniendo en cuenta que, bajo sus dictámenes y recomendaciones, fueron ejecutados los drásticos planes estabilizadores de los países “emergentes” y subdesarrollados, cuyas economías experimentaron profundas alteraciones, acicateadas por el enorme peso de su deuda externa.

Los requisitos demandados a las naciones solicitantes de ayuda financiera consistieron en la adopción de políticas monetarias favorecedoras de las importaciones; reducción salarial en tanto mecanismo tendente a controlar los procesos inflacionarios e incrementar la productividad laboral, restricción severa del gasto público-estatal -asignando los recursos disponibles al área del capital privado- y desnormativización en torno a la fijación de precios, tasas, y subsidios.

El dogmatismo mercantil-liberal continúa rigiendo el devenir de los procesos socioeconómicos en tanto que, bajo su égida, hombres y recursos naturales en su conjunto resultan evaluados, de hecho, como meras mercancías. La idea fetichista, acerca de que la mecánica movida por el comercio internacional promueve la equiparación del precio de los distintos factores de producción, obliga también a la fuerza de trabajo escasamente calificada, perteneciente a las sociedades industrialmente avanzadas, a competir con la oferta laboral de un contingente inagotable de trabajadores de otras partes del mundo, también con baja (o nula) cualificación, y por ello sus niveles retributivos apuntan a una caída permanente.

Las firmas transnacionales resultan en definitiva las promotoras, y beneficiarias directas cuasi exclusivas, de esta renovada mundialización de la economía. La subordinación del capital productivo al financiero, la obtención facilitada de réditos prácticamente inmediatos y la subsunción de las medidas estatales, de índole monetarista, a la conveniencia de los grandes capitales privados, representan el componente medular del modelo de acumulación vigente.

Corresponde subrayar que el poderío creciente de las empresas transnacionalizadas obedece, principalmente, al control ejercido por ellas sobre el flujo de capitales, la transacción de productos y la transferencia de tecnología, encontrando sustento en el cumplimiento de las requisitorias en orden a la reproducción del plusvalor. La actuación protagónica de dichas firmas multinacionales conduce a una transformación de las tensiones implícitas, preexistentes en las relaciones sociolaborales, partiendo de los intereses enfrentados correspondientes, en forma respectiva, a las esferas del capital y a las órbitas del colectivo de trabajadores.

Tal proceso acontece no sólo privilegiando, obviamente, las demandas del sector capitalista, sino también provocando una potenciación de la competencia entre distintos países, a afectos de captar las inversiones de las empresas transnacionales. Dicho condicionamiento obliga a ejecutar políticas restrictivas del gasto público y a la ampliación de las facultades empresariales. Éstas refieren a la discrecionalidad para imponer sus exigencias de inversión, enroladas en su poder unilateral, relativo a las condiciones laborales y salariales de una masa laboral crecientemente desamparada.

La globalización económica, en suma, equivale a un proceso conducido por corporaciones multinacionales, que han logrado imponer la vigencia de su propio esquema de acumulación en el ámbito mundial. El modelo desigualitario polarizado, entre sectores sociales ricos y pobres, se ha acentuado durante la década de los años noventa, quedando demostrado palmariamente que el crecimiento económico no conlleva la disminución de los altos índices de desocupación previgentes. De acuerdo a esta constatación, es refutada la visión parcializada de la ideología hegemónica, que dividía a los distintos países en “industrializados” por un lado, y “en camino al desarrollo”, por el otro. Además, deviene asimismo obsoleta la concepción, paralela, en cuanto a que la evolución económica de las primeras promueve el progreso simultáneo de los países subdesarrollados, cual si se tratara de un <efecto derrame> en el marco internacional.

El poderoso “Grupo de los Siete”, conformado por las naciones más desarrolladas industrialmente (EE.UU., Alemania, Japón, Canadá, Francia, Inglaterra e Italia), a las cuales luego se sumó Rusia, se autoatribuye el manejo de los resortes económicos mundiales, marcando firmemente el ritmo dinámico de los procesos político-económicos, sin atenerse a los efectos sociales globales perniciosos, declaradamente <no deseados>, generados por sus decisiones. De manera que dicho conglomerado reinante toma en cuenta exclusivamente aquellas medidas coordinadas que afectan específicamente el diseño de las propias estrategias de sus integrantes. Dentro del reseñado esquema internacional distintas sociedades, separadas por enormes distancias geográficas y culturales, se ven afectadas por la aplicación de programas globalizadores, que llevan aparejadas una aparentemente ilimitada movilidad de los factores, con lo cual se obstruye severamente la posibilidad de cualquier tipo de desarrollo económico nacional autosostenido.

Acerca de las implicaciones socioinstitucionales del proceso de mundialización económica, a partir de los inicios de la década de los noventa, mediante la incidencia creciente del poder financiero internacional y la vigencia de mercados “globales”, ha cambiado sustancialmente el ordenamiento político-social preexistente. En nuestros días, las líneas directrices estipuladas por el funcionamiento mercantil determinan los alcances del espacio atribuible a la acción política, de manera que las naciones son coaccionadas en el sentido del logro de cierta competitividad, requerida por la transnacionalización de los procesos económicos, a efectos de incrementar el valor y volumen de sus exportaciones .

Un complejo entramado de inversiones de índole meramente especulativa se fue apropiando gradualmente de los mercados de capitales, a través de múltiples y veloces giros monetarios, dotados de una creciente autonomía, respecto de los mecanismos propios de las economías reales, y portadores del poder de ejercer, merced a su grandioso volumen financiero, una influencia decisiva sobre la evolución de las monedas “nacionales”.

En la realidad actual, marcada por una economía financiera mundializada, las grandes corporaciones transnacionales toman posesión del capital humano restableciendo relaciones precapitalistas, casi feudales, de vasallaje y de pertenencia; los países periféricos cuentan actualmente [1998] con 800 millones de desempleados, totales o parciales, y 1.200 millones de jóvenes llegarán al mercado de trabajo en los próximos veinticinco años” .

Al interior del escenario abierto por el denominado fenómeno globalizador, comenzado alrededor de los años ochenta, las mutaciones económicas generales consisten en una vinculación recíproca entre firmas nacionales y mercados, circuitos y entidades financieras centrales operantes en el terreno mundializado. Además. las instancias innovadoras del campo tecnológico, junto a los canales de diseminación de las mismas, se encuentran también ampliamente transnacionalizados. Con este telón de fondo, la instrumentación de medidas político-económicas dentro de los marcos nacionales contiene un elevado componente conflictivo. Ello, verbigracia, si se evalúa que la incidencia de cambios pronunciados, vinculados por caso con la orientación productiva de una provincia o municipio, manifiesta una estrecha conexión con aquella dinámica transformadora. Las implicaciones centrales de esas mutaciones afectan, asimismo, otros niveles, o se combinan ineludiblemente con procesos localizados en los ámbitos regional o sectorial, nacional y en muchas ocasiones, también mundial.

Se afirma, acertadamente, que “en nombre de la modernización y el desarrollo muchas ilusiones y falsas esperanzas han sido creadas sólo para ser aplastadas más tarde” , debido a lo cual deviene radicalmente cuestionable aceptar la imposición de una sola concepción axiomática, proclive a derivar en cierta <tiranía del globalismo>. Resulta inadecuado entonces interpretar las tendencias globalizantes en el sistema mundial y el colapso del Segundo Mundo como el fin de la historia, que algunos pensadores neoliberales proclaman confiadamente. Las luchas contra la opresión y por la democratización han alcanzado éxitos notables en los años recientes, éxitos que han cambiado el curso de la historia. Los conflictos étnicos y nacionales en Europa del Este son también un recordatorio dramático -si no es que trágico- de que la historia está viva y patalea. Los nuevos movimientos sociales hacen la historia, así como otras fuerzas menos deseables. La historia también está llena de sorpresas como lo muestran los eventos que llevaron al súbito e inesperado final de la guerra fría .

Debido a las graves derivaciones sociales de las severas “reformas del Estado”, hasta los mismos organismos financieros internacionales que las habían impuesto percibieron sus resultantes concretas, a punto tal que pasó a ocupar esa problemática crucial un primer plano en las nuevas “agendas del desarrollo”. Las posturas recientes del propio Banco Mundial tienden a erradicar veleidades al estilo del <Estado mínimo>, al afirmar rotundamente que han fracasado los intentos de desarrollo basados en el protagonismo del Estado, pero también fracasarán los que se quieran realizar a sus espaldas. Sin un Estado eficaz el desarrollo es imposible .

Dicha eficacia estatal ya no obedecería ni al aparato burocrático, sostén de la industrialización sustitutiva, ni al órgano minimalista propugnado por el ultraliberalismo. En consecuencia, esa nueva concepción descarta el Estado latinoamericano todavía existente, el cual más que reformado necesita ser reconstruido o refundado, sino un Estado a crear, con roles y capacidades nuevos, coherentes con las exigencias del nuevo modelo de desarrollo .

Los procesos de ajuste y reconversión estructurales devienen continuos, al tiempo que se desvanece, mediante su aplicación a un segmento crecientemente minoritario de la fuerza laboral, el modelo típicamente fordista de relaciones entre capital y trabajo. Este esquema organizacional del empleo es reemplazado, de manera progresiva, por variantes acordes con la mutación de los vínculos ocupacionales, como por ejemplo aquellas expresadas en las versiones toyotista, kalmariana o neotaylorista. Esta problemática derivaría hacia el tratamiento de los cambios operados en los modelos “posfordistas” de organización productiva, en el marco ampliado de la decadencia de los Estados de Bienestar, de cara a la comprensión integral del tema aquí abordado.

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VII CONGRESO ESPAÑOL DE SOCIOLOGÍA

GRUPO DE TRABAJO N° 9

Sociología Política

(Coordinadora: Profesora María Jesús Funes)

SESIÓN: Tercera

[La política y la desigualdad]

TITULO DE LA COMUNICACIÓN:

Efectos sociolaborales de la aplicación del esquema neoliberal

en América Latina. El caso argentino

AUTOR: Juan Labiaguerre

INSTITUCIÓN: Universidad de Buenos Aires, Argentina

(Rectorado/Facultad de Ciencias Económicas)

RESUMEN:

El neoliberalismo emergió, como corriente teórica hegemónica a nivel internacional, a partir de los años ochenta, periodo en el que inició su apogeo. En la década subsiguiente, tras la caída del muro de Berlín, se expandió en distintos continentes, aunque a finales del siglo XX comenzó un severo, y gradualmente extendido, cuestionamiento hacia las resultantes de la aplicación de sus postulados, debido a las consecuencias perniciosas, en principio de orden socioeconómico, que afectan a una mayoría absoluta de la población mundial.

Las políticas neoliberales consisten básicamente, sobre la base de un retorno a la “reificación” del mercado, en dejar allanado el camino al funcionamiento <pleno> del mismo, despejándolo de los obstáculos extramercantiles, es decir la intervención estatal a través de su intento de regular las «leyes económicas». Teniendo en cuenta esa premisa elemental, se llevaron a cabo procesos de privatización y desregulación en casi todas las esferas de las economías nacionales, se desmantelaron, en cuanto y en donde fue posible, los Estados del Bienestar y las modalidades de las inserciones laborales resultaron flexibilizadas progresivamente.

En este ensayo se tratan algunas de las derivaciones, en el campo socio-ocupacional, de la implementación de las “recetas económicas” de carácter neoliberal en América Latina.

COMUNICACIÓN

Las diversas concepciones “desarrollistas”, vigentes en los años cincuenta y sesenta en el contexto latinoamericano, fueron radicalmente cuestionadas durante gran parte de las dos décadas siguientes, por la doctrina económica neoclásica. Ésta renació en el preciso momento en que las diversas teorías del desarrollo iniciaron un proceso de revisión interna y de consecuente autocrítica, en vistas de las resultados concretos obtenidos mediante sus propuestas. Ya hacia el ocaso del siglo XX, en particular desde el denominado fin de la guerra fría, es decir a partir del mismo inicio de los noventa, las visiones teóricas afines al neoliberalismo concibieron un correlativo <fin de la historia>, representado por la emergencia “objetiva” de un nuevo ordenamiento mundial, marcado por los designios de la democracia política y de las leyes universales del mercado .

No obstante, resulta nítidamente contrastable el postulado axiomático acerca de que el neoliberalismo es portador de soluciones, respecto de la problemática del “progreso económico-social” de las sociedades periféricas, en el contexto mundial contemporáneo, en la medida en que interpretemos el desarrollo no sólo como la eliminación de la pobreza, sino como la construcción de un sistema-mundo más equitativo y participativo. La brecha de ingresos entre el Norte y el Sur ha seguido ensanchándose, especialmente durante los ochenta, el <decenio perdido>, agobiado por la deuda.

En ese sentido, han sido muy escasos los países <industrialmente emergentes> que han conseguido disminuir dicho “abismo” entre los ingresos con relación a las naciones avanzadas, pues los que lograron hacerlo constituyen casos excepcionales, por lo que la evolución de aquel grupo de naciones no presupone el fin o desintegración del tercer mundo.

No obstante tal predominio coyuntural, en nuestros días la ortodoxia de las posturas neoliberales resulta -como vimos- ampliamente cuestionada, inclusive por aquellas instituciones financieras internacionales que la habían apuntalado dos décadas antes del fin del milenio. Esta reacción responde a las consecuencias evidentes de la aplicación rigurosa de los continuos programas de ajuste estructural, por ejemplo aquellos llevados a cabo en América Latina, escenario permanente de tensiones sociales derivadas de los efectos perniciosos de dichas políticas para la mayoría de su población. Al respecto se sostiene acertadamente que la guerra fría puede haber terminado, pero no los problemas del desarrollo del sistema-mundo, sin considerar la periferia y los países pobres .

La puesta en práctica de la doctrina neoliberal, predominante desde los ochenta en países como EE.UU. e Inglaterra, por parte de los gobiernos latinoamericanos, implicó la renuncia indeclinable a la figura del Estado Benefactor, en cuanto emblema de construcción político-institucional, orientada hacia el logro de una “protección social colectiva”, cuestión que se desarrollará más adelante. Las funciones redistributivas, ejercidas por parte de los gobiernos de la región en forma previa, aunque de manera restringida, y en muchas ocasiones mediante prácticas esencialmente clientelares, fueron transformadas. Ello se hizo sobre la base de la implementación de ciertos programas de intervención estatal, dirigidos a determinados colectivos vulnerables al máximo, de acuerdo a la prédica de realizar ajustes económicos severos, pero conservando la apariencia de humanitarismo.

Sin embargo, teniendo en cuenta que los sectores desfavorecidos de la población tienden a ampliarse continuamente, debido a la aplicación del modelo neoliberal, tal como ocurre en muchos países del área latinoamericana, las consecuencias resultan graves, a partir de los recortes exigidos por los organismos financieros mundiales. Reduciéndose en extremo el campo abarcado por las políticas sociales, la administración pública es subordinada al proceso <autorregulador> del mercado y a los dictámenes inclaudicables de las cuentas fiscales, circunstancia que impide reducir el margen inmenso de inequidad distributiva existente en la zona .

Muchos críticos neoclásicos sugerían (y todavía lo hacen) que bajo la industrialización sustitutiva los gobiernos alientan el exceso de gasto público, los capitalistas asumen comportamientos rentistas y los trabajadores industriales empujan los salarios hacia arriba, generando un desequilibrio macroeconómico crónico. Esta línea de crítica de la industrialización conducida por el Estado en América Latina está dirigida no sólo al efecto de los aranceles como tales, sino también a toda intervención del gobierno para promover la industria más allá de la que inducen naturalmente las fuerzas del mercado. Esta teoría del fracaso del Estado sostiene que el gobierno es, en la práctica, incapaz de identificar exactamente las externalidades, de superar problemas de coordinación o de prever una ventaja comparativa futura .

En la situación particular argentina, las reconversiones sucesivas del aparato productivo y del mercado laboral, sumadas a la regresión de las políticas distributivas de ingresos y del sistema de seguridad social, reflejaron las mutaciones de la estructura económica, en forma paralela al declive de las instituciones estatales de raigambre keynesiana. Puede reconocerse que, a partir de la vigencia del modelo industrialista sustitutivo, los manejos e instrumentos de la administración pública resultaron, a la postre, ineficientes. No obstante ello, en contraste radical, posteriormente fueron abandonados los mecanismos <intervencionistas> del Estado en materia regulatoria, respecto del choque de intereses entre distintos sectores y clases sociales, sin compensar los desajustes y falencias propios del sistema libre de mercado. De manera que el giro brusco apuntado se justificó a través del cuestionamiento profundo del accionar estatal intensamente activo e interventor, razón por la cual -a posteriori- se incurrió en el reverso absoluto de aquella estrategia, asignándosele toda la responsabilidad de la integración social [a] los supuestos méritos de un arreglo institucional privado-intensivo .

Pueden rastrearse, de modo parcial, los motivos mediatos de la crisis socioeconómica que atraviesa la Argentina, actualmente, en la evolución y decadencia de su Estado de Bienestar . Alrededor de mediados de la década de los setenta, la dinámica del sistema productivo, como así también -correlativamente- las políticas intervencionistas, evidenciaron límites en la continuidad de su desarrollo. A partir del golpe de Estado de 1976, y de la dictadura militar consiguiente, se desató un proceso destructivo de cambio, expresado en una inestabilidad macroeconómica, dentro de un marco inflacionario, y en la emergencia de una <cultura económica> meramente “rentística” y especulativa.

Se aplicó desde entonces un esquema dualizador, consistente en la transferencia de recursos hacia el sector moderno, provenientes de los sectores inadaptables a los mecanismos del nuevo modelo impuesto. Como consecuencia de la aplicación del mismo, se operó un proceso recesivo del aparato económico-productivo, originado en el creciente déficit fiscal y de la balanza comercial, lo cual redundó -en definitiva- en la caída abrupta de los indicadores macroeconómicos de crecimiento. No obstante, tal declive manifestó, a la vez, una heterogeneidad notable, en cuanto a su grado de afectación sobre distintos segmentos de la sociedad. En este aspecto, puede sostenerse que mientras caían abruptamente el ingreso y la inversión, un reducido grupo de agentes económicos concentró cada vez más capital y poder como resultado de la caudalosa transferencia de riqueza existente” .

Los instrumentos utilizados, a efectos de implementar dicho régimen de acumulación, remiten a la estatización de los compromisos privados, incumplidos, externos y a los subsidios hacia ramas seleccionadas del sector industrial. Simultáneamente, crecieron los niveles de pobreza a escala nacional, mientras los grupos sociales de ingresos elevados compensaban los efectos negativos mediante una mayor apropiación relativa. En términos derivados de los sucesivos programas de ajuste, se retroalimentó un fenómeno por el que la supuesta modernización y crecimiento de algunos sectores lleva implícita la exclusión de otros. En lugar de compensar los efectos de estos impactos sobre el bienestar de la población, el sistema de políticas sociales se vio arrastrado por la misma lógica regresiva del sentido impuesto a la transformación destructiva .

Dentro del contexto formado por un deterioro masivo del nivel de ingresos y de la calidad integral de vida de amplios colectivos, no se desenvuelve una movilidad social descendente “compacta y ordenada”, sino una dinámica articulada de transformaciones disolventes dentro de diferentes colectivos . Resultan síntomas claramente indicadores de ese proceso dos mecanismos coexistentes, aparentemente contrapuestos, expresados en el conjunto de la estructura de la sociedad: la <polarización>, por un lado, junto a la <heterogeneidad>, por otro. El primer fenómeno citado procede del acrecentamiento de los sectores dotados de gran poderío económico, frente a la multiplicación de fragmentos sociales pauperizados. Mientras tanto, el proceso de heterogeneización estratificacional refiere a la caída en los ingresos de franjas considerables de clases medias, configurándose de este modo un cuadro de la pobreza sumamente diversificado. En otras palabras, el conjunto de fracciones empobrecidas tiende a tornarse complejo, ya que a los “pobres históricamente estructurales”, que ven potenciada -en algunos casos- su anterior condición indigente, se agregan colectivos previamente ubicados en posiciones intermedias, aunque económica y socialmente decadentes, denominados en términos de nuevos pobres, por otra parte de composición interna disímil .

Los análisis alternativos de la estructura de la sociedad argentina actual, teniendo en cuenta distintas interpretaciones acerca de la noción de <pauperización>, derivan -en última instancia- en el grado en que esta pobreza extendida modifica la posición relativa de las distintas clases y grandes agrupamientos sociales .

Esta problemática conduce al interrogante acerca de la incidencia de la expansión de los sectores pobres sobre los fundamentos de identidad social de los grupos sociales afectados o, al menos, tendentes a una relativa homogeneización de los estratos comprendidos por dicho proceso . En ese orden, puede proyectarse tal realidad, admitiendo que las <vieja y nueva> pobrezas constituyen un fenómeno claramente perceptible en naciones periféricas, donde la evolución productiva desequilibrada combina distintos modelos de acumulación, como así también en sociedades económicamente desarrolladas, en las que predominan relaciones capitalistas avanzadas. La Argentina quedaría gradualmente encuadrada dentro del grupo de países pobres, aunque su estructura económica expresa un neto predominio de modos productivos propios del capitalismo contemporáneo, aunque con una supervivencia acotada de formaciones socioeconómicas alternativas o mixtas, concentradas regionalmente.

Asimismo, el universo <pauperizado> se compone de diferentes segmentos ocupacionales y, al margen de su estructuración socialmente heterogénea, el deterioro de amplias capas de la población [podría] actuar como factor contrarrestante de las tendencias a la heterogeneización y la fragmentación, que varios autores han subrayado al estudiar la evolución del mundo ocupacional de las últimas décadas .

Respecto de las transformaciones operadas en la estructura de distribución de ingresos en la Argentina, entre 1975 y 1990, corresponde señalar la dimensión creciente de los indicadores de pobreza a partir de la década de los ochenta. Además, debe señalarse que la anterior relativa equidad del esquema distributivo, que propició una conformación considerable de estratos sociales medios, dotados de aceptables estándares de vida, fue revertida en dirección a un modelo progresivamente inequitativo. Éste, al margen de agravar el deterioro económico de los sectores más carecientes, provoca la pauperización de fragmentos extendidos de una <clase media> en proceso de extinción. Si se contrastan los datos empíricos disponibles de 1988, comparados con los correspondientes a 1974 (año señalado anteriormente como punto de inflexión hacia la desestructuración del Estado intervencionista de Bienestar), puede verificarse que son los deciles de menores ingresos los que muestran las reducciones más importantes [generándose además un] aumento de la concentración del ingreso familiar, [mientras] este crecimiento de la desigualdad relativa fue acompañado de una pérdida marcada del valor real del ingreso medio .

Mediante el incremento de las ocupaciones no asalariadas, en tanto salida obligada para enfrentar el paro, la situación laboral argentina tiende progresivamente a compartir ciertos perfiles característicos de naciones latinoamericanas históricamente subdesarrolladas. El proceso de creciente inequidad socioeconómica obedece, más que a la ampliación de la brecha entre ingresos variables, obtenidos por distintas categorías ocupacionales, a la progresiva disparidad de las retribuciones salariales de los trabajadores que realizan tareas afines, empleados por empresas diferentes, aún perteneciendo a la misma rama del sector productivo. Dicha situación incentiva un mecanismo proclive a la creciente heterogeneidad en la estructura de los ingresos, que deriva en una <latinoamericanización> del mercado laboral en la Argentina.

Por otro lado, analizando la configuración de los diversos estratos, según niveles de ingreso, se constata que las profundas mutaciones experimentadas en el espectro ocupacional constituyen las causantes básicas de las alteraciones de aquella estratificación . Conviene señalar que, en el conjunto de América Latina,

La agudización de las desigualdades ha producido y está produciendo daños de toda índole a la región. Algunos son económicos, como la destrucción de innúmeras pequeñas y medianas empresas, creadoras de buena parte del empleo de la economía; otros humanos, como la constitución de vastos sectores de jóvenes sin educación ni trabajo, y el aumento de la exclusión y la pobreza; otros políticos, como las inmensas tensiones sociales que generan atentatorias contra la estabilidad de la democracia .

Los cambios señalados en el “mundo del trabajo” en la Argentina, durante el último cuarto de siglo, presentan una interdependencia recíproca con un conjunto de transformaciones sociopolíticas paralelas. Tal conexión mutua se asienta en procesos determinantes del <reparto> de la riqueza nacional, condicionados a su vez por los factores distributivos y por el papel estatal en la regulación de las relaciones sociales de producción, entabladas entre la fuerza laboral y el sector patronal. Esta readecuación del modelo económico fue llevado a cabo en un contexto de pérdida de poder negociador y de incidencia político-institucional de las organizaciones sindicales.

En el transcurso de la década de los noventa, la situación socioeconómica de la amplia mayoría de los trabajadores argentinos continuó deteriorándose: la desocupación alcanzó índices muy elevados, aumentando además el subempleo y la sobreocupación de la decreciente mano de obra en actividad regular. Mientras tanto, la precarización y vulnerabilidad de las inserciones laborales tienden a devenir irreversibles, aún considerando el futuro a mediano plazo. Asimismo, se acentuó la dinámica redistributiva, marcada por una profunda regresión, polarizándose en extremo las condiciones de vida, debido a que los grupos sociales con niveles inferiores ven obstaculizados severamente el acceso a un empleo estable y/o mediante un salario digno. Además, aquellas personas que mantienen una ocupación, asalariada o autónoma, son acechadas por la amenaza de su pérdida, motivo por el cual deben multiplicar los esfuerzos laborales a efectos de conservar sus generalmente magros ingresos.

GUILLEN ROMO, Héctor: Globalización financiera y riesgo sistémico: México, revista “Comercio Exterior”, N° 11, Noviembre de 1997; ver también de este autor, La contrarrevolución neoliberal en México; México, ERA, 1997

PRATS i CATALÀ, Joan: La reforma del Estado y la política social. Administración pública y desarrollo en América Latina. Un enfoque neoinstitucionalista; documento presentado al II Congreso Interamericano del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, celebrado en Margarita, Venezuela, octubre de 1997.

CAMARERO, Hernán: Presentación del texto “Notas para una caracterización del capitalismo a fines del siglo XX”, obra de François Chesnais, en la que se alude al libro de este último autor, La Mondialisation du capital (París, Syros, 1994)

CASTELLS, Manuel: Globalización, tecnología, trabajo, empleo y empresa; en Castells, M. y Esping-Andersen, G., “La transformación del trabajo” (Barcelona, Factoría, 1999, págs. 26-27)

La dominación política de los Estados Unidos sobre América del Sur no tuvo un correlato palalelo en la esfera de la preponderancia tecnológica, en la medida en que dicho subcontinente se ha conectado en el orden económico en proporción mayor con Europa, Japón y Corea, debido a factores de orden técnico. Por ejemplo, Estados Unidos no requiere de Colombia, a pesar de su relativa cercanía geográfica, en términos de la producción de bienes industriales; para ello utiliza a México, pretendiendo cerrar las puertas a otros países de la zona, por lo que a Colombia le convendría unirse económicamente al resto de América Latina y, a través del MERCOSUR, negociar en forma más equilibrada con la cuenca asiática del Pacífico y la Comunidad Europea.

CAMARERO, Hernán, ob. cit.

KAY, Cristóbal: Neoliberalismo y estructuralismo. Regreso al futuro; México, revista “Memoria” (CEMOS) N° 117, 1998.

Considerando que el comienzo de la “neoliberalización” de las economías latinoamericanas se ubica - aproximadamente- hacia fines de los años setenta, puede verse que, entre 1980 y 1990, el nivel de pobreza en el subcontinente ascendió desde un 35% hasta alcanzar a un 41% de la población total, según datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Asimismo, en términos absolutos aumentó, durante el mismo decenio, de 135 a 200 millones de personas, correspondiendo más del 90% de la franja social de estos “nuevos pobres” a sectores urbanos.

KLIKSBERG, Bernardo: La inequidad. Mitos y realidades; Buenos Aires, revista “La Gaceta”, Facultad de Ciencias Económicas, UBA, N° 1, 2000. El autor es coordinador del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social, con sede en Washington, EE. UU.

KLIKSBERG, B, ídem

KLIKSBERG, B., ídem. En el mismo texto de agrega que, entre sus numerosas derivaciones, “la inequidad daña severamente la salud pública. El Informe Mundial sobre la Salud 2000, de la Organización Mundial de la Salud, [señala, por ejemplo que] Brasil, octava potencia industrial del mundo, pero uno de los países más desiguales, aparece en el <ranking> de países, según su performance total en salud pública, en la posición [número] 125, [resultando ser] el tercer país más inequitativo del planeta en esta materia, superando incluso a casi toda África”.

KLIKSBERG, B., ídem

En este sentido el autor hace hincapié en la apertura del sistema financiero japonés durante la primera mitad de la década de los años ochenta, impuesta en gran parte por Estados Unidos, y “el desmantelamiento de los sistemas nacionales de control de cambios de los países europeos en el marco de la creación del mercado único de capitales en 1990”. Ambos procesos coadyuvaron a incentivar la movilidad geográfica de los capitales y a promover una mayor sustituibilidad entre los instrumentos financieros. Al respecto, “la desreglamentación y las innovaciones convergieron para proteger a los operadores contra la incertidumbre, permitiéndoles fabricar la divisa de su elección teniendo de entrada una óptica multidivisas que implica justamente la globalización del mercado” (Gorz, A., “Miserias...”, ob. cit.)

BOURGUINAT, Henri: Finance internationale; París, Presses Universitaires de France, 1992

LOPEZ, Ernesto: Globalización y democracia: esbozos; Buenos Aires, “Documentos: Papeles de Investigación, Publicaciones”: <Revista de Ciencias Sociales: N° 7/8> (Sección Temática), 1999. Este autor reseña las características principales que definen el concepto de globalización económica, considerada en términos de fase expansiva renovada del sistema capitalista: “tendencia a la apertura de los sistemas económicos nacionales (y de sus espectivos mercados) y, por lo tanto, disminución o cese de políticas estatales reguladoras y/o proteccionistas; notorio aumento del comercio internacional; expansión de los mercados financieros; reorganización espacial de la producción e interpenetración de las industrias, [trasvasando] las fronteras nacionales; incremento de la movilidad internacional de los factores de producción; búsqueda permanente de la ventaja comparativa y de la competitividad; prioridad de la innovación tecnológica; aparición de elevadas tasas de desempleo; descenso de los niveles históricos de remuneración de la fuerza de trabajo. Y como resultado de todo lo anterior: aumento de la interdependencia entre países o economías diferentes, y consolidación de una definida tendencia a la formación de polos económicos regionales”.

KAY, C., ob. cit.

LÓPEZ, E., ob. cit.

PETITEVILLE, Franck: Tres figuras míticas del Estado en la teoría del desarrollo; Revista Internacional de Ciencias Sociales N° 155, 1998. El autor añade que se trata de “Estados suficientemente apartados de la sociedad civil y del mercado para dejar que los mecanismos de autorregulación de éstos produzcan todos sus efectos. Evidentemente, estos Estados funcionan sobre la base de una institucionalización sólida que se opone a toda forma de corrupción. Se benefician de una legitimidad democrática encajada en una organización representativa/pluralista del sistema político que permite a los "mercados políticos" funcionar según el principio de una sana competencia entre minorías políticas apoyadas por ciudadanos que practican el "cálculo de optimización". Por último, para reducir la jerarquía vertical entre la decisión política y el ciudadano, estos Estados se apoyan en una administración mínima, eficaz (pues está sometida a obligaciones de rentabilidad empresarial) y descentralizada al máximo”.

En los años sesenta, el economista Raúl Prebisch había propuesto la creación de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), con el objeto de divulgar la idea de un "nuevo orden internacional", mediante la reforma del sistema económico mundial, a efectos de lograr relaciones más equitativas entre los países del orbe .

KAY, C., ob. cit. El autor añade que “con los Programas de Ajuste Estructural, la intervención de agencias supranacionales como el Banco Mundial en asuntos nacionales ha alcanzado dimensiones inéditas [...]; neoliberales, neoclásicos y especialmente el Banco Mundial se han vuelto una especie de estructuralistas. Podemos llamarlos <estructuralistas neoliberales> para distinguirlos de los [...] del sistema-mundo, como Wallerstein”.

KAY, C., ídem. En última instancia, “el Banco Mundial y la comunidad bancaria internacional esperan que con este cambio la deuda [externa] sea repagada, al menos parcialmente”.

PRATS i CATALÀ, J., ob. cit. Este autor añade que “en el modelo de desarrollo vislumbrado el papel del Estado es a veces importante pero complementario y de acompañamiento: los nuevos héroes del desarrollo económico ya no son los políticos ni los funcionarios, sino los empresarios y managers del sector privado; el Estado es sospechoso, incluso como actor principal del desarrollo social: las organizaciones no gubernamentales (a veces autoproclamándose como los únicos verdaderos representantes de la sociedad civil) se afirmarán como los nuevos héroes de la acción social antiburocrática”.

Por otra parte, desajustes severos de orden monetario y fiscal obedecen a un requerimiento de orden estructural, indicador emergente de las transferencias financieras imprescindibles a fin de cumplir con las obligaciones de la deuda externa. Asimismo, debe destacarse la dimensión y los procedimientos mediante los que se endogeiniza la presión exterior, incluyendo la comprensión de la "transferencia financiera neta negativa", la cual desempeña el rol de un factor poderoso de inestabilidad macroeconómica.

GORZ, André: Miserias del presente, riqueza de lo posible; Buenos Aires, Paidós, 1998, págs. 16-17

KAY, C., ob. cit.

KAY, C., ídem

Informe del Banco Mundial:El Estado en un Mundo en Transición, 1997

PRATS i CATALÀ, J., ob. cit.

A fin del milenio, la corriente económica estructuralista comenzó a insinuar un renacer parcial y actualizado, en tanto cuestionamiento de la doctrina ortodoxa, especialmente la neoclásica. En parte del periodo comprendido entre los años 1950 y 1973, aproximadamente, la prédica del estructuralismo había tenido mucho peso en las políticas de los gobiernos de América Latina, y en sus estrategias de desarrollo. Al mismo tiempo, llegó a adquirir un cierto grado de credibilidad en los análisis internacionales de la economía política, aunque fue progresivamente desacreditada a partir de la “crisis del populismo y del desarrollismo” (Kay, Cristóbal: Neoliberalismo y estructuralismo. Regreso al futuro; México, revista “Memoria” (CEMOS) N° 117, 1998). Dicha circunstancia coadyuvó al resurgimiento de la concepción liberal, pretendidamente aggiornada a los nuevos tiempos, la cual incidió en la segunda parte de la década de los setenta, deviniendo claramente hegemónica durante el decenio siguiente en la mayoría de los países latinoamericanos, sobre todo aquellos relativamente más avanzados económicamente.

KAY, C., ob. cit.

Retomando el tema de la pobreza en el marco latinoamericano, viene al caso indicar que existen “treinta millones de niños y adolescentes, de 5 a 17 años de edad, trabajando en la región obligados por las penurias de sus hogares”. Asimismo, el fenómeno de la inequidad social tiende a restringir “las dimensiones de los mercados locales, haciendo perder posibles economías de escala y limitando la existencia de industrias nacionales, [lo cual] atenta contra la productividad laboral y resiente la gobernabilidad” (Kliksberg, Bernardo: La inequidad. Mitos y realidades; Buenos Aires, revista “La Gaceta”, Facultad de Ciencias Económicas, UBA, N° 1, 2000)

CEPAL: Revista, N° Extraordinario, ob. cit.

BARBEITO, Alberto y Lo Vuolo, Rubén: La modernización excluyente. Transformación económica y Estado de Bienestar en Argentina; Bs.As., Losada/UNICEF, 1992. Los autores remarcan que, “tanto bajo el período de sustitución de importaciones, como en la actual lectura neoliberal de la sociedad, se incurre en supuestos teóricos mecanicistas basados en el recurrente dualismo modernidad/atraso”.

Desde un enfoque habermasiano, puede decirse que las crisis cíclicas experimentadas en el capitalismo “tardío” se originan en en problemas de integración sistémica, los cuales alteran el funcionamiento de las herramientas estatales tendentes al logro de cierta integración social, provocándose de esta forma una <pérdida de identidad>. Las coyunturas críticas, entonces, se expresan objetivamente, al afectar los “principios de autogobierno”, como así también en un sentido subjetivo, incidiendo sobre las identidades personales. Sólo cuando los individuos adquieren conciencia de la crisis como pérdida de identidad, la misma deviene sistémica, es decir cristaliza en un estadio de anomia, disgregador de las instituciones sociales (Habermas, J. , “Problemas...”, ob. cit.)

BARBEITO, A. y Lo Vuolo, R., ob. cit.

Ídem

MINUJIN, Alberto: Transformaciones en la estructura social argentina; en Minujin, A. (comp.), “Cuesta abajo. Los nuevos pobres: efectos de la crisis en la sociedad argentina”; Buenos Aires, Losada/UNICEF, 1992. Cabe explicar que un criterio empírico-metodológico compartido por esta parte del texto consistió en recurrir a indicadores oficiales, suministrados por la Encuesta Permanente de Hogares y por los estudios sobre la pobreza en la Argentina (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, Ministerio de Economía de la Nación).

El agravamiento de estas condiciones en la argentina, durante el último cuarto de siglo, quedó verificado, mediante análisis realizados oficialmente por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Ministerio de Economía), los cuales sostienen que “mientras en 1975 el 10% más rico [de la población] recibía ocho veces más ingresos que el 10% más pobre, esa cifra subió en 1997 a veintidos veces” (citado por Kliksberg, B., ob. cit.)

MURMIS, Miguel y FELDMAN, Silvio: De seguir así; en Beccaria, L. y López, N. [comp.], “Sin trabajo. Las características del desempleo y sus efectos en la sociedad argentina”; Buenos Aires, UNICEF/LOSADA, 1996

MURMIS, M. y FELDMAN, S., idem. Al analizar el devenir del concepto sociológico acerca de la pobreza, vinculado a la evolución capitalista, los autores señalaron su variabilidad histórica, en referencia al “peso y significación” de aquélla, lo cual hace conveniente diversificar el estudio de “las pobrezas”.

MURMIS, M. y FELDMAN, S., ídem

BECCARIA, Luis: Transformaciones en la estructura social argentina; en Minujin, A. (comp.), ob. cit.

BECCARIA, L.; ídem

KLIKSBERG, B., ob. cit. El autor añade que, en contraste, Amartya Sen (Premio Nobel de Economía) sostiene que “la alta equidad y su preservación han estado en el centro de los logros de los países que han tenido mejor crecimiento sostenido y desarrollo social en los últimos cincuenta años, como Suecia, Noruega, Dinamarca, Canadá, Holanda y Japón, entre otros”.

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Enviado por:Juan
Idioma: castellano
País: Argentina

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