Psicología
Comunicación no verbal humana y comunicación animal
La comunicación no verbal humana y su relación con la comunicación animal
“Van los asnos suspirando
reciamente por las asnas” - Miguel Hernández
“Y quedóse mi señor sospirando por su señora Dulcinea” - Sancho Panza (Miguel de Cervantes)
Introducción
Va cobrando fuerza, tanto en los estudios psicológicos como antropológicos, la influencia del lenguaje no verbal en el ámbito de la comunicación. A su vez, y debido seguramente a la reagrupación de las ciencias, es creciente el número de investigaciones que relacionan el comportamiento humano con el de los animales (en especial con los primates).
Pues bien, a pesar de posturas como la de ciertos científicos-filósofos, que defienden que al observar la conducta de los animales se varía su comportamiento, se ha establecido una relación entre los sistemas comunicativos de humanos / animales, merced al análisis del comportamiento de ambos. Y estas relaciones podrían comenzar con el rebatimiento a las tesis de esos científicos-filósofos, pues Darwin advierte que, en todas las razas humanas, se cambia el comportamiento a consecuencia de la continua observación.
No obstante sería un craso error no comenzar por definir los términos. Sería eterno concretar qué es comunicación, así que le asignaremos para este estudio la tesis de Moles: “llamamos comunicación a toda relación intersubjetiva o del individuo con su medio”. En cuanto al término “no verbal” nos referimos a aquella comunicación en la que el lenguaje no aparece, y es suplido por movimientos o reacciones.
La pregunta que cabría hacerse es la del génesis de la comunicación. Para responder a esta cuestión debemos hacer referencia a la diferencia entre actos ejecutivos (procesos de acción puramente física) y expresivos (por los que se emplea la comunicación para llevar a cabo algún proyecto), realizada por Allport. Los actos expresivos supondrían un paso más en la escala evolutiva, y su origen se estima que se encuentra en la simplificación y asociación de un acto ejecutivo. Esta simplificación puede llegar hasta tal punto que no se relacione con su correspondiente ejecutivo.
Función de la Comunicación No Verbal
Aclarados los términos podemos empezar a centrarnos en la comunicación no verbal. Así debemos decir que cumple fundamentalmente veinte funciones, según los estudios de Wilson, a saber: la facilitación y la imitación, el control del comportamiento de los demás, el mantenimiento del contacto, el reconocimiento del individuo y de su clase (recordemos los protocolos humanos de inclinarse, bajar la cabeza...), el reconocimiento de su estatuto, la petición de alimento, el groming, la alarma, la destreza, el reagrupamiento, la capacidad de mandato, la invitación a la caza, la sincronización en el momento de nacer la invitación al transporte físico (tanto por el que lleva -la madre del mono le ofrece su espalda- como por el viajante -el niño alza los brazos para que lo cojan-), al juego, al trabajo, la amenaza, la sumisión o el apaciguamiento, la ceremonia de relevo en la custodia del nido, la sexualidad y la inhibición de desarrollo en un miembro de cierta casta. Todo esto puede resumirse en tres funciones fundamentales, como son las relacionadas acerca del estado afectivo y pulsional del emisor, de su identidad y del medio exterior, según la clasificación de Marler y W.J. Smith.
Además, como ya sabemos, todo sistema de comunicación asegura la cohesión del grupo, lo que se hace especialmente significativo, a juicio de Birdwhistell, en la especie humana. Además, la comunicación no verbal permite, a su juicio, la previsibilidad del hombre, lo que permite la desconfianza y la posibilidad de acercamiento por sus semejantes. El mismo Birdwhistell afirma que esta comunicación, a medida que se va haciendo cada vez más específica, va provocando la distinción entre culturas. Así recordamos el caso de las abejas italianas y austriacas, que tenían distinción en el baile.
Manifestaciones
Por lo general la comunicación no verbal se suele dar de forma inconsciente, aunque en algunos casos se maneje con pleno conocimiento. Esta inconsciencia parece no referirse sólo al hombre, sino también a los animales (si bien es cierto que siempre que se habla de ellos hay que hacerlo en términos hipotéticos). Así, por ejemplo, podemos citar el caso de los gatos. Se ha observado que cuando un felino está aparentemente contento se frota contra su dueño o incluso contra un objeto. La causa se atribuye a la subconsciente relación de su estado de satisfacción a las caricias de la madre.
La primera muestra de igualdad ente hombre y animales en la comunicación no verbal la encontramos en los ritos. Los ritos son actos comunicativos establecidos según una norma, tácita o expresa, entre los miembros de una comunidad. Se ha venido creyendo, a través de la tradición antropocéntrica occidentalista, que en los animales los ritos eran por instintos, y en los hombres por la razón. Si bien es cierto que en algunos ritos se ha impuesto la racionalidad, en la mayoría seguimos actuando de forma inconsciente, guiados por una conducta innata. Ejemplo claro es el hecho común del cortejo. Tanto los animales calificados como superiores como en el hombre, la cópula no se produce por la neutralización del miembro del sexo opuesto, sino por el “acuerdo” de ambas partes. Así, mientras animales como el pavo real se sirven de su plumaje para atraer a las hembras, y otros como las gorilas adoptan posturas corporales que evocan y estimulan a los machos a la cópula, el ser humano ha desarrollado un complejo sistema de acercamiento mediante gestos y palabras para atraer a una pareja, a la vez que ha desarrollado el erotismo para incitar al coito.
También podemos considerar rito, por ejemplo, el hecho de que para afirmar algo movamos verticalmente la cabeza, mientras que lo hagamos horizontalmente para el caso contrario. El movimiento lateral para negar parece estar relacionado con la negación de a comida desagradable que se produce en los primeros meses de vida. El hecho de que otras culturas, como la griega, la negación se exprese mediante inclinar hacia atrás la cabeza se atribuye a la asimilación de la repulsa con un olor desagradable. Esto se da también en muchos mamíferos. Es decir, que el hombre ha adaptado una conducta innata a su cultura. Y es que la comunicación va en muchos casos ligada estrechamente al alimento. Así, cuando el hombre da la mano en señal de amistad no hace más que remitirse al intercambio de alimento entre los primeros homínidos. Este mismo ritual se da por ejemplo entre los chimpancés, que al comprobar que un miembro de su especie tiene alimentos se acercan a él con el brazo extendido y la palma de la mano hacia arriba.
Pero las relaciones comunicativas van más allá. Y un ejemplo claro lo tenemos en la organización territorial. Son muchos los estudios realizados en este campo. Quizá los más importantes han sido los realizados por Hall, quien acuñó el término de proxemia para referirse a la organización del espacio por parte del hombre (a él se debe la creencia de que existe un sub-espacio que rodea el cuerpo de los animales y del hombre, y que funcionaría como una segunda piel, protectora del cuerpo). El espacio se define como el territorio sobre el que un animal establece su zona de defensa y caza. Cada hombre requiere su espacio (tanto individualmente como integrado en un grupo). Al igual sucede con los animales, incluso con numerosos invertebrados. Así un ejemplo curioso fue la investigación de una universidad estadounidense. Se colocó una chaqueta en la silla de una cafetería a primera hora de la mañana. Se comprobó que nadie se sentó, no sólo en esa silla, sino en la mesa. A pesar de que la cafetería estuviera llena nadie osaba vulnerar el espacio que precisaba esa prenda. Otro ejemplo fue el que realizó un psicólogo de la Universidad Complutense de Madrid. Observó que los asiduos a una Biblioteca tienden a sentarse siempre en el mismo sitio. Si éste está ocupado se llevan el libro para leerlo en casa. Pero lo más curioso del experimento fue que se comprobó que cuando a un lector se le sienta alguien la silla de al lado éste empieza a sentirse incómodo, y opta en la mayoría de los casos por marcharse. Si no lo hace, su atención desciende. Esto mismo ocurre en el caso de los animales.. Diversas especies marcan su territorio con orina, cantos, gritos y señales visuales y sus congéneres saben que no pueden vulnerarlo, a no ser que pertenezcan a un grupo ya configurado o que tengan intenciones hostiles. De igual manera es fácil comprobar como si nos acercamos demasiado a un animal éste se pone nervioso (los gatos suelen huir, por ejemplo). En el hombre se marca el territorio de una forma más sutil, que va desde las paredes de las casas hasta las fronteras internacionales. Incluso estudios realizados por Weeden y Falls demuestran que el concepto de “vecindad” existe entre los pájaros, quienes tienen”discusiones poco violentas” con el fin de preservar su territorio sin necesidad de agresión permanente”. Dentro de este concepto de espacio habría que situar la posición del cuerpo, tanto en el hombre como en los animales. Tanto en los vertebrados como en los invertebrados se han analizado las posturas de atracción y repulsión. Así por ejemplo, en el caso de los artiodáctilos existen tres orientaciones basándose en la relación entre el emisor y el receptor: frontal, lateral y trasera. La frontal se considera como hostil, la trasera desencadena reacción de persecución o destinada a evitar un ataque. La orientación lateral conduce a bloquear la locomoción de la pareja. La postura de sumisión ha sido ampliamente estudiada por Lorenz, en especial en los cánidos. En ella, la postura de sumisión sería un acto de integración en el círculo social, amén de la mitigación de una actividad agresiva anterior. Según Schenkel podemos distinguir dos tipos de posturas de sumisión: la activa y la pasiva. La primera estaría caracterizada por el acercamiento del vencido al vencedor y de movimientos “amables” (lo que en el ser humano podríamos definir como “peloteo”). La sumisión pasiva sería aquella en la que el animal ofrece a su vencedor el pecho, el vientre y la espalda, tendiéndose sobre el costado (sería afín a los actos de rendición que se han desarrollado en todas las culturas, en las que se arroja el arma y se pone a disposición del enemigo la vida)
Otro caso interesante es el que se produce en las situaciones de defensa. Si en los animales comprobamos como nos muestran sus “armas” - los gatos enseñan las uñas, los perros gruñen exponiendo sus dientes- parece que en los hombres sucede lo mismo. Así se comprueba como cuando se “caldea el ambiente” el hombre tiende a erguirse. La razón es mostrar más tamaño. Este acto comunicativo es muy curioso. Los animales informan de sus posibilidades y de su condición violenta con el fin de no atacar, pues hasta el más poderoso puede resultar herido. Se comprueba como entre hombres y animales existe paridad en el hecho de que el pelo se eriza, algo que sucede también en casos de terror. Vuelve a ser el motivo la intención de mostrar al oponente un tamaño superior. Se habrá observado que, ante una situación tensa, siempre se buscan excusas racionales - el hombre es un animal racional y recurrente, decía Weber- para no atacar (“Si no fuera porque estoy cansado..., Porque no tenía ganas de bronca, que si no..., Porque iba con mi novia, si no...”). La verdadera traducción de este acto comunicativo sería la de “No quiero resultar herido, pero quiero seguir manteniendo el poder -aunque sólo sea moral- sobre mi territorio”.
Pero más curioso si cabe es el hecho de que cuando un animal se encuentra en estado de excitación, bien por impulso sexual, bien por miedo o bien por agresividad se produce un bombeo superior de sangre en el corazón. El motivo, a juicio de los expertos, es que el cuerpo se prepara para una inminente actividad física (cópula, huida, ataque). Esto no es ajeno al hombre. Así, se ha admitido desde siempre que cuando el corazón late violenta e inesperadamente ante otra persona esto nos está comunicando que “ha nacido el amor”. Así se cae en la torpeza -al bombear más sangre se acelera la respiración y se precisa movimiento para liberar la energía-, en la confusión verbal y en el sonrojo (motivado por la mayor afluencia de sangre a la cara). De igual manera, habremos escuchado en infinidad de ocasiones la frase “ése me pone nervioso, cuando lo tengo cerca no puedo parar”. Está motivado por la misma causa, aunque por un estímulo opuesto. La presencia de un ser no deseado genera la necesidad de atacar, reprimida por la cultura. Esta represión no llega al sistema cardiovascular, que en previsión de un cercano ataque bombea más y más sangre. Así se produce el nerviosismo: como necesidad de liberar una energía producida de modo involuntario. Esto provoca que se juegue con un bolígrafo, que se rasque una determinada parte del cuerpo, etcétera. Más adelante se volverá a tocar este tema con otro punto de vista.
Algo similar ocurre con animales como el gato y el perro. En ambos la represión de la energía se manifiesta en el movimiento incesante de la cola -en el caso del dogo mostrando alegría y en el gato mostrando enfado-. En el caso de la comunicación relacionada con el miedo se abre una brecha entre psicología y etología. Se presenta en el hecho de que ante un temor intenso el cuerpo se bloquea. Los psicólogos defienden que esta “parálisis” se debe a que el ser humano no es capaz de procesar tantas emociones en tan corto espacio de tiempo. Los etólogos postulan que lo que se produce es una tendencia inmanente de protección según la cual, y por herencia de sus antepasados, el hombre se queda quieto para evitar ser detectado por el peligro (en el caso de sus ancestros por los depredadores). Esta segunda opción queda afirmada con la prueba de que ese mismo hecho se da en los animales.
Llama poderosísimamente la atención como manifiestan el enfado los niños y los adultos, que algunos estudiosos como Darwin lo relacionan con dos animales distintos. Mientras que en los niños el enfado se manifiesta con el alargar el labio inferior, como lo hacen los monos antropomorfos, en los adultos se retraen, mostrando los dientes apretados, como lo hacen perros y lobos. Sería inútil para un hombre intentar defenderse con los dientes, sin embargo el mostrarlos es un acto muy comunicativo. Igualmente comunicativo es el hecho de fruncir el ceño. Es un hecho que se produce en todos las razas y culturas del planeta. Su origen parece estar relacionado, pues se observa que distintos primates también lo fruncen, con el ancestral hecho de tener que mirar a lo lejos para divisar con claridad un posible peligro. Este hecho de intentar vislumbrar a otro animal a lo lejos provoca que se contraigan los ojos para buscar el punto óptimo de luz. Merece la pena desmentir una afirmación, que inexplicablemente cobra fuerza día a día, como es la de que el llanto como rasgo comunicativo de tristeza. Esto es falso. El llanto se produce por un doble proceso de contracción de los músculos oculares e irritación del ojo por la afluencia excesiva de sangre.
En cuanto a la alegría se ha observado que tanto chimpancés como los humanos (y parece que en otras especies como el perro y algunos felinos) se produce el fenómeno de la sonrisa. Es un fenómeno curioso, pues se asemeja en demasía con el de máximo enfado, el de enseñar los dientes. Sin embargo, el labio inferios cubre los dientes del maxilar inferior. Es curioso advertir como pequeñas modificaciones dentro de un acto comunicativo pueden dar lugar a otra expresión totalmente opuesta, como es el caso de la cebra, que manifiesta su disposición de amistad o de agresión con la apertura de la boca, aunque cuando está en disposición violenta echa hacia atrás las orejas (Echar las orejas hacia atrás en los animales es un signo casi inequívoco de su posición agresiva). Según Charles Darwin la explicación radica en el hecho de que en el ataque podrían perder una de ellas de un mordisco). El fenómeno parece de la sonrisa tiene dos explicaciones, según el punto de vista que empleemos. Mientras que habrá algunos que piensen que está relacionado con el hecho de la asociación de ese placer con el de la comida (para los animales satisfacer sus necesidades es placentero). Además, en el caso del hombre se aprecia en que abre muchos los ojos, en oposición a una sensación desagradable, ante la que tiende a cerrarlos. Parece que el hecho está relacionado con la tendencia humana de intentar percibir en su totalidad lo bueno (se respira con una honda inspiración, que intenta percibir el “olor de la victoria”, lo que conectaría con las tesis alimenticias) y de rehuir lo negativo (se resopla). Una segunda postura sería la que nos llevaría a pensar que se produce por la tendencia de los animales a realizar inconscientemente los mismos actos ante estímulos opuestos. Eso explicaría lo de la semejanza entre la risa del hombre y el que los perros muerdan (aunque parece que son conscientes de que no deben apretar las mandíbulas) cuando, dentro del juego, se encuentran en el punto más fuerte de excitación. Es lo que se conoce como “principio de antítesis”, que es una tendencia irrefrenable e inútil.
Otro de los rasgos que más nos asemejan a los animales es el del contacto físico. A grandes rasgos podemos decir que un mayor contacto físico es señal de mayor afectividad, y viceversa. Así comprobamos, por ejemplo, como dos amigos van caminando muy próximos, y uno lleva el brazo por encima del hombro del otro. Curioso es patentizar como ese mismo acto se les ha visto a dos chimpancés. También sabemos por experiencia que cuando una persona intenta no tocar a otra comunica su disgusto respecto a ella (rehúsa darle la mano, por ejemplo). Se ha observado que cuando un animal teme a un hombre intentará que éste no le toque -llegando a la contradicción de atacarlo-. Aquí también se aprecian diferencias entre sexos. Parece que esto está relacionado con la función reproductiva. Mientras que la hembra es más dócil al tacto, el macho suele ser bastante más reacio. Esta conducta heredada se manifiesta en un hecho muy curioso. Cuando dos personas se atraen suelen buscar cualquier excusa para estar cerca la una de la otra (recordemos que en nuestra cultura está mal visto mostrar los sentimientos), pero a efectos culturales, como hemos indicado, está prohibido tocarse. Esto se suple inconscientemente por acariciar o juguetear con algo (tocarse las propias manos, manosear un mechero, no soltar el vaso y acariciarlo...). Interesante es también el hecho de que en una situación de tranquilidad y compañerismo se “ofrece el cuello”. Ante un desconocido o ante alguien que nos es ingrato tendemos a tensar de forma inconsciente los músculos del cuello. Parece que está relacionado con la herencia del ataque, y la confianza de que este no va, o puede, que suceda. Es algo que observamos también en animales como perros y gatos.
Un rasgo comunicativo como es la capacidad de mentira tampoco es privativo del ser humano. Si bien es cierto que el hombre puede mentir con relativa facilidad por la palabra, no lo es tan fácil hacerlo mediante el empleo de la comunicación no verbal. De hecho, hay varios rasgos característicos del “mentiroso”, como son el extraviar la mirada, forzar la postura, nerviosismo, temblor en alguna parte del cuerpo. Así, tenemos por una parte una comunicación consciente, como es la verbal, y una contrapuesta como es la no verbal. Sin embargo, se pueden llegar a controlar los movimientos del cuerpo, en especial los de la cara. Aunque el hombre ha elevado la mentira a la categoría de arte, no es el único poseedor de esta técnica. Así, es conocido el caso de numerosos insectos que, mediante su forma y color informan falsamente de que son ramas, hojas, etcétera. Incluso en el arte de actuar no tiene el hombre el monopolio. Así, algunos pájaros, cuando su nido es acechado por un depredador, simulan estar heridos, con lo que captan el interés del cazador. Cuando han conseguido alejar al animal en cuestión lo bastante de su nido alzan el vuelo con un rápido movimiento.
Dentro de la comunicación no verbal hay que tener en cuenta también el concepto de contexto. El mismo mensaje gestual emitido en condiciones desemejantes denota significados desiguales. Así, no tiene la misma significación el silbido que se da el entrenador en el campo de fútbol al que da el albañil ante el paso de una linda señorita, aunque el sonido sea similar en intensidad, timbre y amplitud. De igual manera, este dominio comunicativo del contexto es dominado por los animales. Así, observamos que en plena calle nos cruzamos con decenas de perros que no nos hacen el ,menor caso. Sin embargo, si entramos en “su territorio”, empezarán a olisquearnos con vehemencia. Esto implica la existencia dentro de los animales la presencia de una “meta-comunicación”, que pueda informar sobre la situación de ese determinado momento. Así, Bateston pone el ejemplo de que al producirse un enfrentamiento, en el ámbito de juego, entre dos monos se producían las mismas señales que en un enfrentamiento real, salvo con algunas excepciones, que serías los rasgos que definirían esa meta-comunicación en los monos para el contexto de juego. Uno de esos rasgos sería la apertura de la boca sin enseñar los dientes. En los perros y los leones, la invitación al juego se produce por el acto de bajar la parte anterior del cuerpo, que se apoya sobre las patas extendidas. En el ser humano son diversas las señales no verbales (que en este caso son más numerosas que las verbales) para indicar el cambio de contexto. Estos signos pueden ser un guiño, una sonrisa, el levantar las cejas... Debemos tener en cuenta que el empleo de una metacomunicación exige, por parte del que la emplea y quien la interpreta, cierto nivel de abstracción, algo que comúnmente sólo se le ha atribuido al ser humano. Ahora bien, parece un hecho que el único que puede darse cuenta de que esa comunicación exige dos niveles de realidad es el hombre. Digamos por último que una clase de realidad no puede ser miembro de sí misma, pues daría lugar a una paradoja sin fin (como la de Epiménides acerca del carácter mentiroso de los cretenses)
Comunicación gestual
Un rasgo común en la comunicación gestual de hombres y animales es la existencia de señales “pre-comunicativas”, es decir, señales que avisan de la emisión de señales. Así mismo, existen ciertas señales de “cierre” o de “apaciguamiento”, que señalan que el acto comunicativo ha concluido, y que todo vuelve a la normalidad. En un experimento hecho con chimpancés, Van Hoof descubrió que ciertas señales siempre preceden a otras a la hora de establecer una comunicación. Esta investigación parece mostrarnos que no todas las señales tienen el mismo rango jerárquico para los animales, habiendo unas (las de juego, agresión, afinidad, excitación y sumisión) que prevalecen sobre las demás.
Del mismo modo, Altmann comprobó como para descifrar un mensaje habría que considerar los caracteres que se combinaban. A mayor número de caracteres considerados, mayor probabilidad de acierto existía, pues había ciertos rasgos que contradecían a los demás. Así por ejemplo, en el caso del perro, enseñar los dientes es un signo de agresividad, pero no lo es si no tiene las orejas hacia atrás. Si se diera el caso de que se cumplen las condiciones de enseñar los dientes y de llevar hacia atrás las orejas deberíamos considerar si mueve o no el rabo. Así mismo, aquí sería preciso hacer referencia a la denominada “cadena de Markov”, quien señaló que los actos comunicativos se producen dentro de un orden lógico, no pudiendo ser de otra manera, pudiendo, por el cambio de ubicación, cambiar también de significado. Así por ejemplo, en el hombre “la sonrisa empieza por los ojos”. Esto trascendería a nuestra sintaxis verbal.
Dentro de la comunicación gestual hay que destacar el concepto de hábito. Cuando una acción se ha generalizado para un determinado estímulo las células nerviosas que transmiten esa información se facilitan, dando lugar a que el hecho se realiza de forma más rápida y precisa. Esto afecta tanto a hombres como a animales. Por irrelevante y perogrullesco que parezca, es un dato fundamental al considerar la comunicación no verbal, especialmente en el caso del hombre pues, como sabemos, es involuntaria. Así, si ante una situación graciosa siempre nos hemos reído, a pesar de que las circunstancias aconsejen seriedad si se produce, por ejemplo, una caída (aunque sea de una persona a la que debamos respeto) si nos ha hecho gracia nos reiremos de forma inconsciente (que el hombre disculpa con la inveterada frase de “se me ha escapado” o con la falsaria “aunque me ría no me hace gracia”). Así, la acción del cuerpo nos comunicaría la verdad que el lenguaje está intentando enmascarar. En relación con los animales todos conocemos el caso de la rana decapitada. En el experimento se decapitó a una rana, y se le vertió ácido en una de sus patas. La reacción de la difunta rana fue la de limpiarse el ácido con la otra pata. La explicación es la facilitación de las neuronas que transmitían ese acto, que se había convertido en un reflejo.
Importancia de los sentidos en la comunicación no verbal.
El tacto parece que se relaciona siempre, tanto en hombres como en animales, al recuerdo de las caricias de la madre (indicado antes en el ejemplo del gato). Es un hábito que se manifiesta, por ejemplo, en el hecho de abrazar a la persona por la que se siente afecto, gesto que hemos visto hacer a chimpancés. En la obra “La expresión de las emociones en los animales y en el hombre”, de Charles Darwin, su autor postula, no sin falta de criterio, por la eliminación de la consideración del beso como expresión heredada, pues arguye que en otras culturas el cariño se expresa de otra manera. Sin embrago, hoy en día cobra fuerza la teoría de que es un hecho innato, pues las madres lamen a sus crías, y los animales de compañía a los hombres cuando siente afectividad por ellos.
Al hablar de este sentido tenemos que hacer referencia a la clasificación de las tres zonas del cuerpo realizada por Spiegel y Machotka, cuya permisión de acceso comunicaría una mayor afectividad entre los individuos de distinto sexo. Las tres zonas serían la zona subcutánea (lo que exige una penetración en el cuerpo del otro), la zona axilar y la zona cutánea.
Una forma de comunicación no verbal que cobra especial importancia en la modernidad es la del olor. En el caso de muchas especies animales de escasa visión, se impone el sistema olfativo como distintivo (como se supone ocurre con perros y gatos). Las empresas de perfumes defienden que cada olor evoca algo para el hombre. En cualquier caso, parece probado a fecha de hoy que el ser humano de forma consciente o inconsciente asocia a cada persona, situación, lugar, un olor determinado. Muchas veces un olor desagradable, si recuerda -y en virtud de eso comunica- una situación agradable, se torna encantador.
El concepto de olor va muy ligado al de la química en la comunicación. Como bien sabemos, los seres vivos, en especial los invertebrados, se comunican merced a las feromonas que liberan. Mediante éstas comunican estados anímicos y establecen su pertenencia al grupo (así por ejemplo, las abejas comunican mediante su olor la presencia de un extraño al que hay que atacar). En los animales más evolucionados el olor nos remite casi exclusivamente a la pertenencia de grupo y a la función reproductiva. Parece un hecho probado que, a medida que se avanza en la escala evolutiva, se va declinando el uso de comunicación química y olfativa. Aquí se produce una analogía de lo más curioso entre la comunicación olfativa animal y la humana. Los roedores, por poner una especie, se reconocen por medio del olfato (una hembra con disfunciones en el sentido olfativo atacará sin remisión a las crías, al considerarlas intrusas), del mismo modo el hombre ha desarrollado para cada cultura un tipo de olor diferente. Así, en la cultura occidental es preciso no oler -considerado rasgo higiénico-, u oler artificialmente (perfume) -rasgo de distinción.
Sin embargo, para los bebés es fundamental el sentido olfativo. Se sabe que los niños relacionan a su madre con un olor determinado
En lo relacionado con la función en la sexualidad del olor hay que decir lo siguiente. En los primates, especialmente en el Rhesus, se ha comprobado que el olor relacionado con el acto se produce en la vagina de la hembra, pero se cree que el macho no es capaz de descifrar el código de ese mensaje. Algo similar ocurre en el caso del ser humano, en el que el olor sólo es perceptible por el varón cuando la mujer ya está muy excitada, teniendo como repercusión el aumento inconsciente de la excitación del hombre.
Además, es preciso en este apartado hacer referencia al sentido del gusto. El sentido del gusto está relacionado, según los etólogos, con una primordial clasificación de lo que es bueno y lo que es malo. Sería un rasgo protocomunicación, pero comunicativo al fin y al cabo de lo que piensa el ser en cuestión sobre un alimento.
Dentro de la comunicación no verbal, hay que hacer hincapié en la importancia del rostro (vista), que va aumentando a medida que se asciende en la escala evolutiva. Habría que distinguir cuatro procesos para llegar hasta nuestra capacidad comunicativa. En primer, entre los poiquilotermos más complejos, como los reptiles, el papel que desempeñan los músculos faciales es triple: abrir y cerrar la boca, los ojos y los orificios nasales. Esto posibilitó que ya pudiese transmitir información, que quedaba limitada a la expresión de amenaza.
El segundo proceso sería el de la aparición de pelos y plumas, que posibilitó la comunicación para el apareo, la amenaza, el miedo...
La tercera se desarrollaría en los mamíferos, en los que la aparición de dientes y la necesidad de masticas hace que aumente la complejidad de mejillas y labios.
En el último es en el que nos encuadramos nosotros como especie: la de carnívoros y primates. En ellos la vista se desarrolla de forma frontal, gracias a la reducción del orificio visual. Por esto, se tiende a concentrar en el rostro la mayor parte de los actos expresivos (al ser la zona que con más rapidez verá su congén). Y es que la importancia de las expresiones del rostro transciende la mera información del estado emocional. Se experimentó que sucedía si se cortaba un nervio facial a un Rhesus, de tal suerte que no pudiese mover el rostro. El resultado fue que el mono no era aceptado por los miembros de su comunidad. A medida que iba descendiendo en su jerarquía social se comprobó que aumentaban (al igual que sucede con el ser humano) su nivel de violencia. Finalmente fue considerado como intruso y se le expulsó. Esto ofrece cierto paralelismo con los casos de violencia en algunos enfermos mentales, cuyo génesis se sitúa en muchos casos en carencias expresivas.
La mirada es uno de los factores faciales que más nos acercan a los animales. Según argumenta Argyle, “el significado fundamental es que ambos animales se están viendo y están alerta”. Así, si queremos centrar la atención de un animal lo podremos conseguir si le miramos fijamente a los ojos, al igual que con cualquier persona. De hecho, se ha demostrado que desde el momento en que alguien mira hacia nosotros y que prestamos atención a ello, nuestro estado de alerta aumenta. Pero curioso también resulta el desviar la mirada. Cuando dos primates están en posición agresiva el más débil es el primero en huir la mirada, y esto es aplicable al hombre (es un acto comunicativo que evita la agresión). Incluso en ambos, el hecho de la mirada insistente, sin conocimiento de la intención por parte del receptor, suele desembocar en el nerviosismo y en algunos casos en la propia agresión. Si queremos saber dentro de una comunicación (también experimentado en los primates subhumanos) quien es el que goza de mayor nivel de los dos debemos fijarnos en la frecuencia de miradas del que habla y del que escucha. Los miembros mejor colocados en la jerarquía miran mucho a su receptor cuando hablan, disminuyendo notablemente esta frecuencia cuando escucha. En el caso del miembro de más bajo rango sucede exactamente lo contrario. Ahora bien, el intercambio de miradas también puede significar una predisposición positiva. De hecho, se ha demostrado que en las aulas los alumnos que miran directamente a sus profesores suelen ser los que, por sus resultados positivos, sienten mayor afectividad por ello. Según parece, el origen de este medio de comunicación hay que buscarlo en la importancia de las miradas entre madre e hijo en los primeros meses de vida. En algo que si parece ser que se diferencia el hombre de los animales en este espacio es que entre los hombres, respecto a las miradas, presentan diferencias interculturales.
Conclusión
No podemos cerrar este apartado sin hacer referencia al problema de la ciencia de este estudio, esto es, a la zoosemiótica. Y es que resulta fácil observar a un animal y anotar sus comportamientos y reacciones, pero establecer una relación lógica en toda una secuencia de acciones es algo complicado, y cualquier interpretación es, cuando menos, audaz. Se toma en los animales como acto comunicativo la señal que es capaz de modificar el comportamiento de un receptor en un sentido determinado. Altmann nos recuerdas que las señales que emplean los animales son integrantes de un código determinado, estipulado por la clase de animal que se trate. A ese código no puede escapar, por lo que su estudio nos puede dar una idea general de su especie. De todas maneras, suelen quedar dudas sobre si la interpretación que se ha hecho es correcta o no, aunque hay algunos postulados que se admiten como ciertos. Es sorprendente, sin contar con el ser humano, el número tan bajo de manifestaciones comunicativas que se encuentra entre los animales. Moynihan sintetizando los trabajos hechos sobre esta cuestión, nos muestra que el número de manifestaciones comunicativas va desde un mínimo de diez en ciertos peces hasta un máximo de treinta y siete entre los Rhesus. El número de mensajes es superior al de manifestaciones comunicativas. Esto queda explicado en parte por la diferencia de contextos, ya tratada. Sin embargo una duda, algo filosófica si se quiere, se podría plantear: Si no todos los hombres dominan del mismo modo el leguaje ¿debemos admitir como cierto que todos los animales de una misma especie conocen perfectamente su código propio, o que no lo han alterado por aprendizaje o imitación? Sirva, a modo de conclusión, la cita del incombustible René Descartes: “Dicen que el mono es tan inteligente que no habla para que no lo hagan trabajar”.
Bibliografía: La Comunicación no verbal, Forner
Las Comunicaciones no verbales, Jacques Corraze
La expresión de los sentimientos en los animales y en el hombre, Charles Darwin Desarrollo y Progreso, Vicente Romano
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Enviado por: | Andrés García Latorre |
Idioma: | castellano |
País: | España |