El título “Ciudad de cristal” simboliza un juego de identidades, un juego de espejos que nos muestra y nos revela quienes somos al vernos reflejados en él, dejando así nuestros pies en la realidad, sin embargo también nos deforma, llevándonos a un mundo de ficción. Vemos a los protagonistas de la novela reflejados en otros. Es un juego de simetría con el cristal en el que Paul Auster manipula el concepto de dualidad en la novela. Como por ejemplo, los dos Peter Stillman de la historia, el padre y el hijo. Todo se divide en dos, todo es simétrico como el cristal: las dos partes en que se divide el libro que escribió Peter Stillman, los dos incendios que destruyen las viviendas de Dark y de Stillman, incluso los dos hombres con la misma imagen que descienden del tren en la estación… Y a la vez, el propio Quinn terminará cayendo en la simetría del cristal repitiendo la frase de Peter Stillman: “Soy Peter Stillman. Ese no es mi verdadero nombre”, escribiendo en su cuaderno: “Soy Paul Auster, ese no es mi verdadero nombre”. Y este juego de simetría se deforma, adentrándonos en la ficción. Como es una “ciudad de cristal” se ponen espejos frente a otros espejos, lo que genera una deformación: la ficción. La ficción en la cual se presenta un juego de máscaras: Max Work existe dentro de la ficción que construye el personaje. Daniel Quinn asume el papel de Max Work, haciéndose pasar por Paul Auster. Se presenta una realidad en donde se inserta la ficción. Por lo tanto, podríamos decir que la realidad es una ficción y la ficción es una realidad, que el hombre solo imagina o se inventa su realidad porque es algo mental, producto de la cultura: producto del hombre… Como dice Pedro Calderón de la Barca: “La vida es sueño, y los sueños, sueños son”. El tema del lenguaje hace contraste con el tema de la realidad porque no hay relación natural en lo que se dice y lo que se designa. Algunas ideas e intuiciones sólo pueden ser dichas, con tranquilidad, por medio de la ficción: la idea de un hombre dominado, para que tenga sentido a la hora de expresarla sólo puede ser dicha por medio de una marioneta o un ser deforme como Peter Stillman hijo. La idea de un mundo que no nos pertenece, de un mundo que no podemos nombrar, sólo puede ser formulada, con lucidez, inventándose un ser sombrío y anónimo, un Henry Dark medio enloquecido que propone volver atrás, a un lenguaje anterior al pecado original. Al lenguaje de Cristo. Con el lenguaje, llegamos a la literatura, a la literatura dentro de la literatura. En el mismo libro queda reflejado el amor que siente el autor por los libros. La mayoría de los personajes de la novela están continuamente escribiendo o hablando de libros. Hay numerosas citas y alusiones a obras como por ejemplo: “Moby Dick,” “Alicia en el País de las Maravillas”, “Don Quijote de La Mancha”, etc., incluso el mismo Génesis cabe dentro de la trama. La estrategia de Auster es más bien la de tomar el género como pretexto, la de partir de una novela policial para tratar luego con temas mucho más grandes. También hay momentos en el libro en los que ficción y realidad tienden a confundirse. Incluso el propio autor, aparece formando parte del libro, como cuando Quinn está sentado en la sala de espera de la estación, mientras espera la llegada del tren donde viaja Stillman, observa cómo una persona que tiene sentada a su lado está leyendo uno de sus libros. Intrigado por saber lo que puedan opinar sus lectores, le pregunta qué opina del libro. Paul Auster utiliza de nuevo este recurso para explicarnos el origen del libro. Según lo que descubrimos al final, la historia es narrada por un amigo de Paul Auster. El autor busca la participación del lector con este golpe de efecto, en el que se incluye también el final poco preciso, el cual, nos deja todo a la imaginación: "El cuaderno rojo, por supuesto, es sólo la mitad de la historia”. Pero el mismo autor lo sabe: "No estoy seguro de que los aficionados a las novelas policíacas vayan a quedar satisfechos -dice en una entrevista-. Más bien pienso que quedarán muy defraudados”. En un momento de la novela, Paul Auster le explica a Quinn sobre el origen de El Quijote. Auster le cuenta que Cervantes intenta convencer al lector de que él no es el autor de la obra ya que, según Cervantes, lo descubrió escrito en árabe por un tal Cid Hamet Benengeli, en el mercado de Toledo y afirma que lo que se nos cuenta en el libro es verdad. Pero resulta que el personaje de Cid Hamet Benengeli nunca aparece en el libro y como los hechos que se narran en El Quijote son tan detallistas, Auster llega a la conclusión de que el único testigo directo es Sancho Panza que, por no saber leer ni escribir, seguramente le dictó la historia a algún amigo de Don Quijote, el barbero o el cura. Después de escribirlo, el barbero y el cura le pasaron el manuscrito a Simón Carrasco, el estudiante de Salamanca, que lo tradujo al árabe. Cervantes encontró la traducción, la tradujo de nuevo al español y publicó el libro con el título de Don Quijote de La Mancha. En La Ciudad de Cristal vemos el mismo efecto: Paul Auster, afirma no ser el autor de La Ciudad de Cristal. La novela la ha escrito un amigo, que supo de la historia por él y del cuaderno que han encontrado. El lector podrá deducir que el personaje de Daniel Quinn, al igual que el Quijote, se esconde detrás de la identidad del autor. Como se puede ver, La Ciudad de Cristal es un laberinto de símbolos porque nos dice muchas más cosas de lo que nos dice solo el lenguaje.