Literatura
Celia, lo que dice; Elena Fortún
Introducción. koryand`r
Celia ha cumplido siete años. La edad de la razón. Así lo dicen las personas mayores. (...)
Es seria, formal y reflexiva, razonadora... Porque, ¿de qué serviría haber alcanzado la edad de la razón si no sirviera para razonar?
Así, pensando y pensando, ha entendido que, siendo los mayores tan grandes y tan ásperos, tan diferentes en todo a los niños, no pueden comprender nada de lo que los niños piensan o hacen.
¡Pero vaya usted a quitarle de la cabeza a una persona mayor que es ella la que debe mangonear!
Que se queda Celia con los ojos muy abiertos, contemplando los leños que arden en la chimenea, pues dice mamá: “Juana, acueste a la niña, que se está durmiendo.” Que al coger una porcelana de la vitrina se cae y se rompe, ¡Dios mío, qué escándalo y que regañina!... Como si ella no lo sintiera más que nadie.
Algunas veces está triste (¡le dan tantos disgustos!), y tiene tanta pena que, aunque haya llorado mucho, los sollozos la ahogan todo el día. Entonces, los mayores dicen: “Dios quiera que no tengas que llorar por algo más grande!” Y en seguida: “Feliz edad!... ¡Qué dichosos son los niños!”
¡Dichosos! Ellos sí que lo son, que se van a la calle cuando quieren, se acuestan cuando les parece bien, comen lo que les gusta y rompen lo que se les cae, sin que nadie acuda a darles azotes.
¡Y qué tono se dan! “Cuando las personas mayores hablan, los niños no rechistan”. ”A los mayores no se les contradice nunca”. En la mesa: “A comer y a callar”.
No sé adonde llegarían las cosas si hubiera que callarse siempre.
Felizmente, ella tiene siete años. ¡La edad de la razón! ¿Será por haber pasado por esa edad por lo que los mayores no entienden las cosas más sencillas?
¡Y es inútil explicárselas! Sin embargo, Celia siente la necesidad de decirlo todo, y va a contar todos los menudos incidentes de su vida inquieta, que para los que tengan su edad serán claros y transparentes, y un poco absurdos para las personas mayores, tan intolerantes e injustas casi siempre.
Escuchad.
Personajes.
Celia Gálvez: Celia tiene siete años, es rubia, tiene el cabello de ese rubio tostado que con los años va oscureciéndose hasta parecer negro. Tiene los ojos claros y la boca grande. Esta niña imaginativa y curiosa nos contará su vida, que va regida por su lógica aplastante, una lógica que los adultos rara vez llegan a entender.
Mamá: Esta mujer se enfada bastante por las “trastadas” que hace Celia, pero es muy cariñosa y es también una habitual del Lyceum Club (Local para madres cansadas, mujeres, etc, que se encontraba en Madrid, en la calle de Infantas esquina a Colmenares, donde ahora está el Ministerio de Cultura).
Papá: Este hombre es más “buenachón” que su esposa, es también una persona muy cariñosa, y teme la ira de mamá.
Cuchifritín (Baby en la versión moderna): Hermano de Celia, que aún es un bebé en el libro “Celia, lo que dice”, pero que, cuando crezca, imitará el ejemplo de su hermana mayor, aunque nunca la ganará en ingenio.
Miss Nelly: Institutriz de Celia, que es inglesa y siempre está insultándonos. Se cree muy lista y no para de decir cosas incomprensibles en inglés.
Doña Benita: Antigua tata andaluza que ya había cuidado en su infancia a la madre de Celia, y que proporciona a ésta una referencia de apoyo para incrementar sus fantasías.
Juana: Es la doncella. No olvidemos que la historia está escrita y ambientada en la época de antes de la guerra civil... los sitios donde frecuenta más son el cuarto de costura y la cocina. Quiere mucho a Celia (como la mayoría de gente de la casa, aunque no lo parezca. Incluida Miss Nelly).
El ama: Rara vez aparece. Poca idea tengo yo de qué sería un ama en aquella época, puesto que era como una doncella, según creo. No entiende a Celia en absoluto.
Solita (Sole): Es la hija del portero de la escalera de Celia. Por mucho que Miss Nelly o Juana se opongan, Celia juega mucho más a gusto con ella que con las “amistades” que a veces le buscan (como Florita, la niña perfecta, pero no hablaré más de ella porque sólo aparece un capítulo).
María Teresa: Amiga de Celia, un poco más mayor que ella que tiene un salón grande lleno de juguetes.
Finita: Amiga y compañera de colegio de Celia. Tiene hermanos, y con ellos sólo juega a guerras, por eso, alguna vez que ha ido a casa de Celia no ha sabido comportarse...
Carlotica: Amiga de Celia que es huérfana y vive con su abuelo Luis, que era actor y está ahora en sillón de ruedas.
Tía Julia: Es un poco severa y no entiende nada de las fantasías de Celia.
Tío Rodrigo: Es muy comprensivo y le agradan las trastadas de Celia. Vive en África y tiene a su servicio a Maimón, el morito.
Maimón: Este chiquillo es muy travieso y cuenta a Celia las atrocidades que hace su madre. Es muy pícaro e inteligente, y no hay quien le supere en planear estrategias para vengarse (y si no, que se lo digan a doña Benita).
Pirracas: Es la gata. Es una gata de Angora legítima, según mamá. Ella dice que no se puede comparar a Pirracas con Machachito, el gato de María Teresa, pero Celia no encuentra la diferencia.
Dalila: Es la perra que tiene Celia en el pueblo, en la Sierra. No soporta vivir en la ciudad (se nota que lo han probado), y es lógico, sabiendo que ella ha nacido en la Sierra.
¿Resumen?
¿Cómo podría yo resumir en pocas líneas este libro tan completo como es “Celia, lo que dice”? ¿Yendo de capítulo en capítulo? No, tardaría demasiado, Hay demasiados capítulos, algunos sin conexión alguna con los otros, y además, hay capítulos, que, están hechos con una maestría tal que, si añadimos o sacamos algo, no ese lo mismo. ¿Qué puedo decir de este libro para suscitar el interés de un extraño? A mí, que me encontré este libro en los libros de ocasión (estas “ferias” donde se encuentran semejantes tesoros se celebran regularmente en las Glorias, y en algunos grandes centros comerciales a excepción del Corte Inglés), lo que me llamó la atención fue el título, y abrí por una hoja y me encontré con el capítulo “Promesas sin cumplir”, y me gustó. Pues ya que a mí lo que me suscitó interés fue un capítulo íntegro, voy a reproducir un capítulo, que es uno de los que me marcó más, y espero que esto convenza a alguien de comprar el libro. El libro, o todos, aunque yo os puedo asegurar que los mejores títulos de esta colección son “Celia, lo que dice”, ”Celia en el colegio” y “Celia madrecita”. Los demás títulos, que también son muy divertidos e interesantes son “Celia novelista”, “Celia en el mundo” y “Celia y sus amigos”, aunque también existe otro libro, que fue el único escrito para publicarse como tal, del cual se posee el borrador, donde la autora Elena Fortín siente la necesidad de sacrificar a Celia para dejar un testimonio de la guerra civil, el cual lleva como título “Celia en la revolución”.
Bueno, no me enrollo más y allá va el capítulo:
Alfredo, el pájaro bueno
T
enía yo un disgusto terrible. Hacía unos días que papá y mamá no me querían.
Con el pretexto de que manchaba el mantel y comía con los dedos, me habían castigado a comer en mi cuarto.
Tampoco mi cuarto era ya el mismo. Decían que gritaba, que cantaba, que arrastraba los muebles y que no dejaba trabajar a papá. ¡Tonterías! Por eso me pusieron junto a la habitación del ama, en la otra punta de la casa.
¡Ni patinar por los pasillos me dejaban!
-¡Esto es una tiraría insoportable! -ije Yo, en el cuarto de costura-. Esta casa es mía lo mismo que de papá y mamá. Yo soy también ama de la casa.
-¿Tu qué has de ser? Dijo el ama, que está muy gorda y es casi tonta-. Tú no eres nada ni nadie..., eres inclusera...
Como nadie me había dicho nunca eso, pregunté a doña Benita:
-Di: ¿qué es ser inclusera?
-Pues no tener padre ni madre y no llamarse nada...
-Yo me llamo Celia y tengo papá y mamá... ¿Es que hay niños que no han tenido padres nunca?
-No; todos han tenido padres... Pero cuando son malos, ¿sabes?, los papás se aburren y dicen: “Ea, ya no eres mi hijo” y se acabó.
¡Ay, Dios mío, que sí que soy inclusera!
Desde aquel día estuve muy disgustada, y me dediqué a preguntar a todo el mundo cómo se dejaba de ser inclusera. Pero me contestaban unas cosas tan raras y complicadas, que nunca lo entendí.
Una tarde estuve en casa de María Teresa y le conté lo que me pasaba.
-Estoy muy triste, ¿Sabes?, porque soy inclusera.
-¿Y qué es eso?
-Pues que mi papá y mi mamá se han cansado de mí y ya no quieren que sea su hija.
-¡Qué atrocidad! ¿Y qué vas a hacer? Porque si ya no eres su hija, tendrás que irte de su casa...
-No sé. Si hubiera un pozo en el patio me tiraría, como la niña del cuento “Las dos hermanas” y la bruja del fondo me daría el premio de la lluvia de oro... Pero ya ves, en mi casa no hay pozo...
-Ni tampoco tienes madrastra, como la del cuento.
-Es verdad... Yo no me acuerdo de ningún cuento en que haya una niña inclusera.
-A “Pulgarcito” tampoco le querían en su casa.
-Porque no tenían qué comer. Nosotros comemos todos los días... Además, le perdieron el un bosque, y a mí, no...
-¡Claro, es diferente! ¿Y qué vas a hacer?
-No sé, no sé... ¡Mujer, dime algo!
-Pues, mira: se me está ocurriendo una cosa... Nosotros tenemos un Alfredo.
-Qué es eso?
-Pues un pájaro de madera. Es bastante feo; tiene la pechuga blanca y las alas muy cortas y negras, como brazos... Es muy raro... Así, al verle, parece que no es nada; pero luego... ¡ay, no sabes!... Tan pronto es tenerle guardado entre tus vestidos como empezarte a regalar la gente todo lo que quieras, y a quererte todo el mundo, y a darte premios en el colegio...
-¿A ti te pasan todas esas cosas?
-No; a mí, no. La abuelita me ha explicado que Alfredo no sirve más que siendo buena, muy buena, y Yo soy muy mala... Te lo puedo prestar hasta que no seas inclusera, y luego me lo devuelves.
Me traje el pájaro a casa, bien escondido entre el abrigo, porque me dijo María Teresa que me lo daba en secreto.
Desde el día siguiente empecé a ser muy buena. No hablaba nada, ni en casa ni en el colegio; no patinaba por los pasillos, y comía sin mancharme...
Algunas veces me quedaba din comer, de tan buena que era... Otras, me hubiera puesto a cantar; pero me acordaba de Alfredo, que estaba quietecito en mi armario, esperando que fuera buena para hacer por mí todo lo que le pidiese, y me estaba callada.
Ya hacía casi una semana que Alfredo estaba conmigo, cuando me dieron en el colegio la banda y la medalla de aplicación y buen comportamiento. ¡Nunca me había pasado cosa igual! En cuanto llegué a casa, le di un beso al pájaro.
Aquel día comí ya en la mesa otra vez, y papá no hacía más que preguntarme:
-¿Por qué comes tan poco?
-Porque como con cuidadito, para no mancharme el vestido.
-Eso está bien; pero es preciso que comas todo lo que quieras. ¿Es que no te gusta? Hay que variar más, y procurar que nunca falte la mermelada para la niña... ¿De qué te gusta más: de fresa o de marrón?
¡Ay, qué cariñoso estaba papá! Pues mamá también lo estaba...
-Dime, hija; ¿qué haces en tu cuarto que no se te siente?
-Jugar callandito.
-Es que te aburres, ¿verdad? Desde mañana te vamos a cambiar cerca de nosotros. Yo creo que tienes miedo y no duermes, porque todo el día tienes cara de sueño.
Y otra vez me pusieron mi cuarto donde estaba antes de ser inclusera. ¡Alfredito, guapo!
Papá y mamá me miraban callando. Al fin me llamó papá a su despacho:
-¿Qué te pasa, hija mía? Dímelo a mí.
-Nada.
-Entonces, ¿por qué estás siempre calladita, y no gritas como antes?
-Por que soy muy buena.
-No, no es por eso... A ti te pasa algo. ¿Es que estás mala? ¿Dónde te duele, hija? Dímelo.
-No me duele nada. Es que soy muy buena...
-Ya lo sé. Lo que te pasa es que no estás contenta en el colegio. Esas señoras deben ser insoportables, y te hacen estudiar mucho y te castigan.
-¡Que no, papá, que no! ¡Si son muy buenas, y yo también soy muy buena!...
-Entonces, ¿qué te ocurre? Hoy no vas al colegio... Vamos a ir juntos a comprar unos periquitos de Australia, de esos que te gustaron tanto el otro día... Y ya puedes ir pensando qué más quieres que te compre, porque vamos a llenar el “auto” de juguetes...
¡Alfredito, te has portado como un héroe! Ya se lo he devuelto a María Teresa, y ya soy mala otra vez, porque me aburría...
Hoy he patinado por los pasillos, haciendo un ruido horrible. Papá ha entreabierto la puerta del despacho y me ha mirado sonriente, con cara de Pascua.
-Ya estás buena otra vez, ¿verdad, hija mía?
-¿Quieres que no patine?
-No, no, hija; por mí puedes seguir... Casi me gusta oírte...
¡Yo estoy asombrada!
Si alguna de las niñas que me conocen necesita a Alfredo, yo me encargo de pedírselo a María Teresa.
Opinión personal:
Creo que al largo del resumen ya han quedado claras mis preferencias. Aunque la autora de este libro, Elena Fortún (nombre real Encarnación Aragoneses Urquijo), no recibió ningún tipo de educación de letras, ha creado varias obras maestras, poniéndose en el punto de vista de los niños, ya que, antes de esta autora, siempre todas las historias que leían los niños eran tipo sermón. También con ella y sus amigas se inició un nuevo punto de vista verse el feminismo, (antes, “feminista” era sinónimo de “adefesio” y “mujer infecunda”) ya que crearon el Lyceum Club, que se había montado sin ayuda social, y sólo era para mujeres. Además, se podía leer tanto la Biblia como el Corán, por ejemplo, cosa que escandalizó a muchos religiosos de esa época. Dejando ya de hablar del feminismo, añado que sus historias sobre los Gálvez se publicaban en “Gente menuda”. Pues nada, mucha suerte para todos aquellos que queráis disfrutar de sus delicias literarias. Hasta pronto!
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Enviado por: | Koryandr |
Idioma: | castellano |
País: | España |