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Catedral de La Almudena


VISITA A LA CATEDRAL DE LA ALMUDENA

Hasta fecha muy reciente Madrid no alcanzó uno de sus sueños más anhelados que, como ciudad, ha guardado en la memoria desde que Felipe II fijó en ella la Corte (1561): poseer un templo catedral. A los pocos años de aquel acontecimiento se hizo explícito este deseo de Madrid que, según un informe de 1567, estimaba que "por el bien universal de la villa y su tierra, importa y tiene gran necesidad que se haga en ella una iglesia catedral y cabeza de Obispado". No obstante, el monarca estaba entonces más interesado en la obra de El Escorial y en el proyecto de Juan de Herrera para la colegiata -luego catedral- de Valladolid, ciudad natal del rey que no se resistía a intentar para sí la capitalidad, como sucedería transitoriamente bajo Felipe III. Pero la catedral de Valladolid, una vez iniciada, no se Terminaría nunca y Madrid, recuperada la capitalidad, tampoco vería comenzar siquiera el proyecto de su iglesia al que la archidiócesis de Toledo siempre se opondría por razones obvias. Efectivamente, tras los intentos fallidos de los Reyes Católicos y Carlos V por dividir la gran y poderosa archidiócesis de Toledo, y los movimientos que en el mismo sentido se produjeron bajo Felipe II, se cierra el siglo XVI sin que Madrid pudiera ver cumplido su deseo, quedando como simple cabeza de un arcedianato de la &laqno;Divas Toletana». Durante el siglo XVII se hicieron nuevos esfuerzos por conseguir la segregación de Madrid respecto a Toledo, llegando Felipe III a obtener la autorización de Roma a través de una bula de Clemente VII para proceder a la erección de una catedral en Madrid. El rey y la reina Margarita ofrecieron entre ambos 650.000 ducados, pero a tan fuerte suma correspondió una no menos fuerte oposición del arzobispo de Toledo.

Así las cosas, serían Felipe IV y, sobre todo, su esposa doña Isabel de Borbón, quienes iniciaron de nuevo las gestiones para la construcción de una catedral en Madrid vinculada a la parroquia de Santa María de la Almudena, sin mencionar para nada la creación previa de una diócesis. Así, estando la reina próxima a dar a luz en 1623, hizo un ofrecimiento a la Virgen de la Almudena para dotar y fundar una capilla en la vieja parroquia de Santa María. Sin embargo, parece que el conde-duque de Olivares y Madrid recondujeron aquella "buena ocasión para que se encamine y consiga el antiguo y justo deseo de tener una iglesia principal". Nombrada una Junta para entender en las obras de la futura catedral, a la que asistían el corregidor de Madrid, representantes de la reina, regidores de la villa y comisarios nombrados al efecto, se acordó, en 1624, fijar las condiciones, traza y planta del templo catedral, señalándose los nombres de Juan Gómez de Mora y de su aparejador Pedro Lizargárate para hacer aquellas. El entusiasmo fue grande y Felipe IV, en el mismo año de 1624, dio una cédula en la que arbitra medios para hacer frente a la obra, a la que el Ayuntamiento de Madrid contribuiría con la importante suma de 200.000 ducados.

Pero, probablemente, lo más importante de dicha Real Cédula para la historia del anhelo catedralicio de Madrid fuera su encabezamiento que resulta como sigue: "Consejo, Justicia y Regimiento desta villa de Madrid, ya sabéis, cómo a devoción nuestra y de la Reina, Nuestra muy cara y muy amada mujer, Da Isabel, se trata de erigir, fundar y fabricar en esta villa una Iglesia Catedral de la advocación de Nuestra Señora de la Almudena y para ayuda a los gastos que necesita dicha fábrica..." Es decir, no cabe ya la menor duda sobre la iniciativa real del proyecto y su alcance como templo catedralicio, ni sobre su advocación.

No habiendo pasado de estos preliminares el proyecto de una catedral para Madrid y tras una fugaz propuesta de Sacchetti (1738), resucitó de nuevo en el ámbito real y, con algunos cambios, la historia volvió a repetirse. No es ahora Felipe IV, sino Alfonso XII. No es la reina Isabel de Borbón, pero sí el dolor de la muerte de la reina Marra de las Mercedes de Orleans, ambas devotas de la Virgen de la Almudena, el que actuará de motor definitivo del templo madrileño frente al Real Palacio, en la segunda mitad del siglo XIX. Pero antes de abordar el proyecto definitivo del marqués de Cubas, cabe añadir que durante aquel siglo también se intentó la creación de una diócesis y la consiguiente erección de la catedral, según recogieron en su momento hombres como Mesonero Romanos y Fernández de los Ríos. Ya las Cortes Constituyentes de 1837 habÍan planteado, una vez más, la conveniencia de hacer coincidir la capital de la monarquía con una sede diocesana, y en ese mismo sentido se manifestaron otros organismos y corporaciones hasta que se incluyó en el Concordato de 1851, junto con las nuevas sedes de Vitoria y Ciudad Real. La posterior firma de un Convenio adicional, en 1859, posibilitó el abordar de nuevo la construcción del templo catedralicio.

No obstante, las difíciles vicisitudes políticas que van desde la Revolución del 68 hasta la Restauración alfonsina (1875) hicieron que se retrasase la entrada en vigor de anteriores convenios y acuerdos, hasta que la creación de la diócesis Madrid-Alcalá fue realidad a partir de una bula dada por León XIII, en 1885, y aprobada por el Ministerio de Gracia y Justicia aquel mismo año que conocería la muerte de Alfonso XII. Por todo ello la catedral de Santa María de la Almudena de Madrid es, al final, el resultado de una compleja situación en la que, tras un secular forcejeo de intereses diocesanos y políticas, se consiguió segregar de la archidiócesis de Toledo la nueva de Madrid-Alcalá, en cuyo éxito tuvo un papel principal el Nuncio Apostólico en España, monseñor Mariano Rampolla. Tanto la ejecución de la bula como la toma de posesión del primer obispo de Madrid, el malogrado don Narciso Martínez Izquierdo, tendrían como escenario la antigua iglesia jesuítica del Colegio Imperial, que en aquel momento tenía la consideración de colegiata, bajo la advocación de san Isidro, pasando a ser inmediatamente templo catedral de la diócesis, en 1885, hasta que se consagró el actual templo en 1993.

Para aquella fecha ya estaba en marcha el templo de la Almudena no como tal catedral sino como parroquia heredera de Santa María, la más antigua y venerable de las parroquias madrileñas, derribada en 1869 en aras de unas reformas urbanas. El autor del proyecto fue Francisco de Cadas (1826- 1899), arquitecto perteneciente a las primeras promociones de la joven Escuela de Arquitectura de Madrid. La Almudena fue, sin duda, el proyecto neomedieval más ambicioso no sólo ya de Cadas, sino de toda la arquitectura española del siglo XIX, especialmente cuando ésta pasó de su concepción inicial como parroquia a encarnar el más comprometido destino como catedral de Madrid, catedral de la Corte, catedral, en definitiva, de la monarquía española, cuyo Real Palacio miraría frente a frente.

El proyecto de la nueva parroquia de la Almudena se veía, si, urgido por el derribo de la parroquia de Santa María, pero todavía mucho más, si cabe, por el deseo de erigir en este templo un enterramiento digno y próximo a palacio de la joven reina doña Mana de las Mercedes de Orleans y Borbón, muerta en 1878, a los pocos meses de su casamiento con Alfonso XII. El hecho de haber fallecido sin dejar descendencia impedía que su enterramiento se efectuase en el Panteón Real del monasterio de El Escorial, por lo que se pensó en la nueva parroquia, cuya organización en planta ya contempla un espacio de honor para custodiar los restos mortales de la joven reina. El proyecto definitivo se sancionó por Real Orden en 1880. Conforme a este proyecto comenzaron las obras en 1883 y ya no hubo más cambios, pues, en proceso de construcción, el templo, que ya se había concebido con pujos catedralicios, sirvió para apoyar la petición de la nueva sede episcopal que se alcanzó, finalmente, en 1885.

Cubas realizó, en un poco convincente estilo gótico, el anteproyecto de la parroquia de la Almudena que se levantaría en un solar frontero al Palacio Real, cedido al efecto por Alfonso XII. Conocemos su planta, alzado de la fachada y sección transversal, que denotan falta de unidad y proporción. Todas estas deficiencias se subsanaron con creces en el imponente proyecto definitivo que pudo estar ultimado hacia 1881.

Para valorar volumétricamente todos estos aspectos del triunfalista sueño neogótico de Cubas, contamos con la extraordinaria maqueta de la catedral, realizada al mismo tiempo que el proyecto, ofreciendo una de las imágenes más logradas de lo que en el pasado siglo se concibió como el templo ideal cristiano. Las dimensiones originales del proyecto pueden ayudar a valorar su magnitud, pues miraban muy de cerca a los grandes templos catedralicios españoles de la Edad Media. Así, y medida exteriormente, la catedral madrileña tenía en planta una longitud de 104 metros por 76 que sumaba el crucero, siendo por tanto algo menor que la de Toledo (120 x 60 metros) pero más grande, por ejemplo, que la de Burgos (84 x 59). La nave mayor de la Almudena alcanzaría los 32 metros de altura, triplicando prácticamente los 12 metros de su anchura medidos de eje a eje de los pilares. Con todo, lo más espectacular y discutible resultaba ser el cimborrio sobre el crucero, cuya flecha contaba con una cruz de remate que redondeaba los cien metros de altura. Piénsese que la cota más alta de entre las catedrales españolas se encuentra en Burgos, donde las célebres agujas de la fachada de su catedral, muy por encima del espectacular cimborrio, alcanzan sólo los 79 metros de altura.

Los importantes trabajos de la cimentación calculada para aquel formidable templo comenzaron el 14 de junio de 1881, y el día 4 de abril de 1883 se ponía la primera piedra de la cripta, «para la cual el arquitecto ha adoptado el estilo románico, por ser el de la época en que se descubrió la imagen de la Virgen». El carácter grave de la cripta, así como la nobleza de sus materiales, fustes de columnas enterizos y excelentes bóvedas de cantería hicieron a Repullés ver en ella "una segunda catedral semisubterránea". La cripta madrileña se levantó con mucho esfuerzo, pues lo costoso de la obra y la ambición del proyecto exigían un montante económico que difícilmente se consiguió reunir, comenzando así una lenta historia de obras e interrupciones que ha llegado hasta nuestros días, lo cual nos ayuda a valorar aún más el esfuerzo titánico hecho por aquella sociedad que en la Edad Media puso en pie un mundo de piedra. No hay duda de que, efectivamente, se perseguía un ideal arquitectónico que en su falta de realismo impidió terminar la obra conforme al proyecto soñado. En 1907 la Infanta de España doña Isabel de Borbón ponía una de las últimas piedras de la girola y cuatro años más tarde se abría la cripta al culto, el 31 de mayo de 1911. No obstante, aún transcurrirían algunos años hasta que las capillas de la cripta se fueran enjoyando con retablos, altares, rejas, lámparas, mosaicos y un mobiliario diverso que sirvió para alhajar los panteones de las familias más notables del Madrid alfonsino. Entre estos enterramientos no podía faltar el de Cadas, que figura como Princeps Architectus. A la muerte de Cadas (1899) se hizo cargo de la obra un discípulo suyo, Miguel de Olavarría, quien, con Ruiz de Saltes, había colaborado como ayudante en las obras de la catedral. Pero fallecido Olavarría en 1904, después de dejar una serie de dibujos firmados y fechados en un estilo muy próximo al de Cadas, le sucedió en los trabajos finales de la cripta Enrique Mana Repullés y Vargas. A éste le correspondió igualmente comenzar la iglesia alta, posiblemente replanteándose ya el proyecto de Cadas que empezó a entenderse como desmesurado. A Repullés le sucedió, en 1922, su ayudante en las obras Juan Moya, quien, a su vez, auxiliado por Luis Mosteiro, conoció la definitiva paralización de las obras (1936).

En 1944 se convocó un Concurso Nacional de Arquitectura para solucionar el difícil problema de la terminación de la Almudena, que ganaron los arquitectos Fernando Chueca y Carlos Sidro. Éstos, con una bella y sólida propuesta de gran lógica, abordaban los cuatro grandes problemas que planteaba el proyecto de Cadas: reducción de los volúmenes, abandono de las formas neogóticas, aprovechamiento de todo lo construido hasta entonces y enlace del templo con todo su entorno a través de otras menores como pórticos, claustros, capillas y dependencias varias. Las obras se reiniciaron de acuerdo con el nuevo proyecto, que buscaba, por encima de todo, hablar un lenguaje formal que fuera capaz de sostener la mirada vigilante del inmediato Palacio Real. Primero, en 1950, fue el claustro, y cinco años más tarde recomenzaban las obras del templo, todo bajo la dirección de Fernando Chueca, quien, desde entonces, no se separaría de aquella difícil obra, siempre falta de una financiación suficiente, lo que hizo que incluso el proyecto de 1944 conociera transformaciones a la baja, reduciendo y eliminando muchos de los elementos incluidos en la hermosa idea inicial, como las crujías porticadas que enlazaban con las de la plaza de la Armería configurando un espacio único.

Surgió la nueva fachada principal de órdenes superpuestos entre dos torres, con recuerdos de Servandoni; la nave mayor, sin perder esbeltez, rebajó su altura hasta poco más de 25 metros; se desecharon las bóvedas neogóticas pensadas por Cubas a cambio de una original solución de módulos de hormigón que pintaría José Luis Galicia. En una palabra, las obras de la Almudena hacían avanzar el edificio hasta que se paralizaron en 1965, a raíz del nulo apoyo del nuevo Ayuntamiento. Pasaron prácticamente veinte años hasta que, en 1984, siendo arzobispo de Madrid el cardenal Suquia, se creó un Patronato que supo aunar el apoyo de instituciones públicas y privadas para finalizar las obras tras la construcción de la cabecera, fachada oriental y la solución cupuliforme del crucero, que también varió desde el proyecto primero. De este modo, en un plazo brevísimo en relación con el volumen de obra, la iglesia catedral de la Almudena pudo dedicarse el 15 de junio de 1993 oficiando la solemne ceremonia el papa Juán Pablo II. De su interior, falto aún de muchos elementos, es de destacar el retablo de Juan de Borgoña en el brazo-capilla del crucero dedicado a la Almudena, el monumental cuadro de Francisco Ricci y el formidable Cristo de Juan de Mesa sobre el impresionante presbiterio de la más joven de las catedrales españolas debida al último de sus maestros, Fernando Chueca.




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Enviado por:Juan Carlos
Idioma: castellano
País: España

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