La invención de la máquina a vapor, a finales del siglo XVIII, permitió una transformación eficiente de energía calórica en energía mecánica. A nivel mundial, el uso del vapor generado con carbón se difundió durante el siglo XIX, en un contexto de expansión de la industria y de los sistemas de transporte. Ello significó un importante incremento de la demanda mundial de este energético.
Aunque existen antiguos documentos chinos que evidencian la explotación de carbón en el siglo XI A.C, las primeras explotaciones industriales de yacimientos carboníferos datan del siglo XII D.C. La introducción del ladrillo refractario y su uso en chimeneas convierten al carbón en el combustible por excelencia del siglo XVIII. Esta creciente demanda obliga una evolución en las técnicas de explotación, donde las ciencias de la ingeniería tuvieron un importante papel.
La revolución industrial, la máquina de vapor y la producción de acero consolidan al carbón como principal fuente de energía. Con la II Guerra Mundial comienza un paulatino desplazamiento del carbón por otras fuentes energéticas, principalmente petróleo y gas natural. Hasta la década del 70, el
mundo basa su desarrollo industrial en los hidrocarburos, donde el carbón es relegado a la fabricación de coque para la industria del acero y como fuente en algunas plantas de generación eléctrica.
Hasta la década de los 60, el carbón fue la más importante fuente primaria de energía en el mundo. Al final de los 60 fue superada por el petróleo, pero se estima que el carbón, además de su importancia en la generación de electricidad, volverá de nuevo a ser la principal fuente de energía en algún momento durante la primera mitad del próximo siglo.
La denominada “crisis energética” de los años 70 entrega una irrebatible lección: el petróleo es un recurso limitado y privilegio de unos pocos países, que concientes de su posición fijan políticas de precio arbitrarias. Estos acontecimientos provocan un consenso mundial tendiente a buscar fuentes de energía alternativas, donde el carbón resurge como una importante opción, que gracias a la magnitud de sus reservas y su amplia distribución geográfica, lo convierten en una fuente energética confiable y económica.
El carbón no sólo suministró la energía que impulsó la Revolución Industrial del Siglo XIX, sino que
también lanzó la era eléctrica en el presente siglo. Actualmente casi el 40% de la electricidad generada mundialmente es producida por carbón. La industria mundial del hierro y el acero también depende del uso del carbón, al ser éste el principal agente reductor en la industria metalúrgica.
La importancia de otros combustibles fósiles (petróleo y gas) y el surgimiento de fuentes de energía alternativas tales como la nuclear y las renovables no pueden ser ignoradas. Hoy, ninguna de estas alternativas ofrece en el largo plazo una fuente de energía económica y exenta de problemas.
Se estima que, a los niveles actuales de producción, las reservas conocidas de carbón pueden durar aproximadamente cuatro veces más que las reservas combinadas de petróleo y gas. De todas maneras, al ser finitas todas las reservas de combustible fósil, se necesita hacer un uso eficiente y comercialmente efectivo de ellas, de manera que se conserven estos valiosos recursos.
Las fuentes de energía renovables, tales como la hídrica, eólica, solar, biomasa y el mar, constituyen verdaderas alternativas para la generación de energía. De todas formas, todas ellas deben atender problemas que incluyen tanto su viabilidad
económica como su aceptación ambiental. Con la excepción de la hídrica, ninguna ofrece proveer energía de manera significativa durante varias décadas.
Como la población mundial crece y los estándares de vida mejoran en el mundo en desarrollo, la demanda internacional de energía se incrementa, en algunos casos, en niveles dramáticos. El carbón es el combustible fósil más abundante y ampliamente distribuido para enfrentar esta creciente demanda de energía.