Literatura


Cancionero; Francesco Petrarca


Francesco Petrarca

- Soneto LXI-

- Canción CXXVI-

Si el siglo XIII había sido el siglo del Dolce Stil Novo, un movimiento que evolucionó en primer lugar en Bolonia y más tarde en Florencia, con Dante Alighieri entre otros, el XIV fue el umbral de la literatura moderna, el siglo de Petrarca, cuyas obras aparecen dirigidas hacia una nueva cultura, la humanística, y Boccaccio, cuyo Decameron está profundamente ligado a la realidad comunal en una narración cómico-realista. El soneto LXI y la canción CXXVI que nos ocupan fueron escritas por Francesco Petrarca (1304-1374) y forman parte del Canzoniere, su obra principal. Este autor es considerado el “primer gran humanista” y contribuyó a la instauración definitiva del italiano como lengua literaria.

El Canzoniere está escrito en vulgar, algo novedoso en su literatura pues el poeta acostumbraba a usar el latín en sus composiciones literarias. Sin embargo, su vulgar no es como el de Dante, rico y plurilingüista, sino que está privado de cualquier regionalismo. Se trata del florentino literario de los siglos XIII y XIV. El latín había sido el lenguaje literario de Italia hasta el siglo XIII, mientras que con la escuela siciliana comenzaron los primeros textos poéticos escritos en lengua italiana.

La canción tiene su origen en los trovadores provenzales, que acostumbraban a escribir juntas letra y música, y que la consideraban el género lírico por excelencia. Esta concretamente está compuesta por cinco estrofas (normalmente eran entre cinco y siete) que combinan versos consonantados de siete y once sílabas. De la Provenza pasó a la Escuela Siciliana de la corte de Federico II donde, muy probablemente, dio origen al soneto, la estrofa italiana por excelencia y que es la que Petrarca utiliza en este soneto LXI. Los versos son endecasílabos y la rima es ABBA ABBA CDC DCD. Su poesía tiene un solo registro, alto, elevado, con un vocabulario accesible, muy sencillo, un lenguaje concreto y habitual que dota al texto de una armonía muy tranquila, uniforme, fluida, sin rimas complejas y con una sintaxis clara.

Petrarca fusiona cristianismo con cultura clásica. Su vida transcurre al servicio de la Iglesia mientras viaja constantemente. Es el típico intelectual cosmopolita, no vinculado a un municipio. De hecho, fue en uno de sus viajes cuando conoció a Boccaccio (1313-1375), cuya influencia fue decisiva para sus ideas humanistas. Ambos se situaron al frente de un movimiento de redescubrimiento de la cultura de la antigüedad clásica, de rechazo hacia la escolástica medieval y de defensa del nexo entre las creaciones pagana y cristiana. A diferencia de Dante, Petrarca no pretendía solamente reproducir las enseñanzas de los escritores clásicos y utilizarlos como mera fuente, sino que quería ir más allá, adoptar su mentalidad comprendiendo el mundo antiguo no a la manera medieval, sino restaurándolo, como transmisor al presente de los eternos valores del pasado clásico. Pero en esa época, los antiguos eran una “mala influencia” para su conciencia pues no habían nacido bajo el peso ideológico de la Iglesia y su pasión por las cosas formales de este mundo eran casi una herejía ya que se debía amar aquello que va más allá de este mundo lleno de pecados. Petrarca se encontraba, por tanto, ante un conflicto entre la cosmovisión medieval cristiana y el deseo de inspirarse en los clásicos para cantar al amor, a la vida, a sus pasiones, a sus deseos terrenos. De este modo, comienza a escribir atisbos de humanismo, abriendo una puerta para que los que venían tras él se volcasen en una nueva ideología que ensalzaba al hombre mediante el descubrimiento de los valores morales e intelectuales encerrados en la literatura grecolatina y su adaptación a las nuevas necesidades de su tiempo.

De hecho, los dos tercetos que cierran el soneto parecen esconder esa lucha interior entre los ideales cristianos que desea seguir y la imposibilidad de aplacar unos deseos carnales que le alejan del camino correcto para llegar a Dios. Cabe recordar que Petrarca había escrito un tratado que constituía un diálogo de carácter confesional entre él mismo y San Agustín, en el que le rebelaba sus dos grandes pecados: el amor que sentía por una mujer, Laura, y sus deseos de Gloria. La lectura y reflexión de la obra de San Agustín le había sumido en una crisis religiosa entre lo terreno y lo espiritual, por lo que cuando en el último verso reconoce que su pensamiento es únicamente de Laura, da pie a pensar que ni siquiera Dios tiene cabida en su corazón o, al menos, que la amada tiene prioridad.

Por todo ello, se aprecian tanto en el soneto como en la canción ambas ideologías: en el soneto, por un lado, se repite la fórmula cristiana “Bendito…” y por otro, se hace alusión al Amor entendido como una divinidad típica de la cultura clásica, con sus arcos y flechas traspasando los corazones para llenarlos de amor. Al bendecir, observamos que el poeta agradece todos aquellos aspectos que le acercan a su amada: el tiempo, tratándolo de lo general a lo particular (“giorno, mese, anno, stagione, tempo, ora, punto”); el país en el que viven (a diferencia de Dante, que deseaba que Italia se integrase en una estructura imperial europea, Petrarca consideraba a su país heredero y sucesor de la Antigua Roma, por lo que se debía unir para lograr el esplendor que antaño había tenido); el afán (“dolce affano); las torturas, incluso, que supone estar enamorado (“arco, saette, piaghe, voci, sospiri, lagrime, desio”); los escritos que ha compuesto por y para ella (“le carte”) y, por último, su pensamiento, que “è sol di lei,sì ch'antra non v'ha parte”. También la canción se hace eco de esta bipolaridad pero se vuelca más en los elementos cristianos, como es el paso del alma de la vida a la muerte (“fungir la carne travagliata et l'ossa”, “credendo d'esser in ciel”). Esto se entiende porque esta canción está escrita tras el fallecimiento de su amada Laura, de modo que las alusiones a la muerte y al más allá bañan la composición.

No obstante, la novedad más importante que introduce Petrarca es la expresión de los sentimientos. Mientras que Dante está interesado por la realidad exterior, Petrarca se decanta por la interior, de modo que redacta su vida personal regalándonos su historia personal. Su poesía está influenciada por el amor cortés, ya que los temas que trata son los heredados de la lírica provenzal que a través de la escuela siciliana habían llegado a los poetas toscanos del Dolce Stil Novo. Pero Petrarca supera a los estilnovistas al introducir por primera vez en la historia de la literatura europea una gran intensidad de sentimientos. Además, la mujer ya no es esa “donna angelicata” con la que los estilnovistas trataron de resolver la tragedia cristiana del amor humano, sino que Laura, la amada de Petrarca se concibe como un personaje humano y, por tanto, perecedero, y no fosilizado en el tiempo como la Beatrice de Dante. La lírica de Petrarca es totalmente diferente, no sólo de la de los trovadores provenzales y de la de los poetas italianos anteriores a él, sino también de la poesía de Dante. Petrarca es un poeta psicológico, que estudia todos sus sentimientos y los muestra con exquisita dulzura. La poesía de Petrarca no es trascendental como la de Dante, sino que se mantiene enteramente dentro de los límites humanos. El amor para este es abstracto y fosilizado pero para Petrarca no, ya que no lo logra controlar la realidad. Dante, aunque también expresa insatisfacción, halla una respuesta. Petrarca trata de que su caos interior no se refleje en sus poemas pues es el único modo que tiene de control, de salvación. De ahí su afán por la perfección formal, que deriva en que sus poemas no sean una expresión inmediata y espontánea sino que conlleven una convención literaria, como vemos en las composiciones que nos ocupan.

El soneto LXI se funda en el amor, en un amor dirigido a una mujer de la que tan sólo nos deja ver sus bellos ojos (“begli occhi”). Pero sabemos quién es: es Laura, la mujer que idealiza en sus poemas. La vio por primera vez en 1327, y se enamoró profundamente de ella, lo que le llevó a vivir una pasión similar a la que Dante había sentido por Beatrice (una Beatrice que llevó a la literatura en su Divina Commedia). Sus versos no reflejan un deseo carnal sino uno poético, cortés, reflejo de la satisfacción que produce ver a la persona amada y el dolor por no tenerla. Y es que Laura era una mujer casada con la que tan sólo compartió una mirada, y que murió joven, víctima de la peste (probablemente la misma epidemia que constituye el marco narrativo del Decameron de Boccaccio). Tras su muerte, Petrarca siguió escribiendo para ella, y prueba de ello es la “cansó” CXXVI.

Visto esto, la obra que hace de Petrarca el punto de arranque de la poesía humanista es su Canzionere, donde está el canon poético renacentista. Aunque la relación con los poetas del Dolce Stil Novo y con Dante es obvia, Laura ya no es la “donna angelicata” sino una mujer poco idealizada, y Petrarca no es otro que un hombre enamorado y desesperanzado por la imposibilidad de tener a la amada (y por haberla perdido después para siempre). Este lírico no pasó desapercibido y su poesía influyó en la lírica del Cinquecento y en autores como Lope de Vega, Quevedo, Luis de Góngora, Shakespeare y Edmund Spenser.

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Idioma: castellano
País: España

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