Biografía


Arturo Alessandri Palma


Universidad Diego Portales.

Facultad de Humanidades.

Programa de Bachillerato.

Cátedra de Historia de Chile.

Sección 02.

05 de julio de 2000.

El historiador norteamericano Sydney Hook, nos dice que “el héroe en la historia es el individuo a quien podemos atribuir con justicia una influencia preponderante en la determinación de un resultado o suceso, cuyas consecuencias habrían sido profundamente distintas si el no hubiese actuado como lo hizo”. Es un personaje que aparece en una encrucijada de la historia y le abre camino en una dirección determinada que, por definición, excluye otros rumbos alternativos. Es el catalizador de una enorme variedad de factores, fuerzas sociales y acontecimientos de civilización que se plasman en una orientación histórica nueva.

Durante decenios, historiadores y filósofos de la historia han discutido acerca de la persona del héroe o las fuerzas sociales colectivas son los verdaderos conductores de los procesos de la historia. Algunos, como Carlyle, atribuyen el devenir del hombre a la aparición providencial de grandes personajes. Otros, partidarios del determinismo social, como la escuela de Marx, piensan que los hombres son meros accidentes en el choque de las fuerzas colectivas que determinan el devenir histórico. Y por cierto, también, los hay que creen que ambos factores son indispensables para la comprensión de la historia: el peso determinante de las grandes fuerzas sociales y también el espacio de libertad creadora que representa la acción individual de hombres particularmente bien dotados para enfrentar los problemas de su tiempo.

¿Qué ocurrió en Chile el año 1920? ¿Fue don Arturo Alessandri Palma el hombre genial que dio un golpe de timón al curso de la sociedad chilena? ¿Fue sólo el intuitivo capaz de entender el curso de las corrientes tratando de cabalgar sobre ellas? Ambas preguntas han sido contestadas afirmativamente, como también puede sostenerse que ambas contienen una parte de la verdad.

Lo sustantivo, sin embargo, es que pocos discuten de que el año 1920 constituye un hito muy significativo en la evolución política de Chile. Y esa fecha estuvo marcada, muy profundamente, por la personalidad del político que encabezara la corriente renovadora.

Para quienes incursionan en la historia del período, resulta palmariamente claro ­­-y por cierto sorprendente- la forma en que la personalidad de un ser humano puede llegar a convertirse en un hecho político por si misma.

1920 marca no sólo el comienzo del fin del régimen parlamentario y el punto de retorno a un sistema presidencial de gobierno. Más profundamente podemos decir que es el último episodio de un escenario político controlado por una clase aristocrática en el cual hacen irrupción nuevos grupos sociales e ideológicos. Es la última escena de la República oligárquica y el comienzo de una república de masas.

1920 es una fecha -y como tal meramente simbólica de procesos que se enhebran en el pasado y se continúan después- que marca el fin de un período político-social y su reemplazo por una nueva realidad, diferente en aspectos muy sustanciales. Por eso, parece legítimo el que algunos definan ese período como el del nacimiento del Chile moderno.

La clase castellano-vasca -al decir de Encina- fue el actor privilegiado y, en muchos sentidos, único, de la vida político chilena desde fines del siglo XVIII. Fue la columna vertebral de un sistema social en el cual controlaba el poder político, el poder económico, el prestigio social y era principal usufructuaria de los beneficios de la educación y la cultura.

Sin embargo, en el curso del siglo XIX fue lentamente formándose una clase media. Un grupo importante de extranjeros llega a instalarse en el país y crea un nuevo estamento social. De ellos, algunos harán fortuna y se incorporarán a la clase alta dirigente. Por ejemplo, familias como los Edwards, los Subercaseaux, los Walker, los Ross, los Mac-Iver y otros.

Otro grupo significativo lo representaron las elites de provincias, compuestas por antiguas familias empobrecidas, nuevos agricultores, comerciantes de éxito y los grupos de profesionales que se formaban en las universidades nacionales. Son esos grupos aquellos que, por primera vez, se expresan con autonomía política y en rebelión contra la oligarquía santiaguina, en la elección presidencial de 1875, entre el “candidato de los pueblos”, Benjamín Vicuña Mackenna, y el candidato oficialista, Aníbal Pinto.

Después de la Guerra del Pacífico, con la anexión a Chile de las riquezas salitreras de Tarapacá y Antofagasta, se inicia, también, el nacimiento del proletariado industrial chileno. Miles de hombres abandonan el campo -y con ello todo el ámbito cultural y social que representa la hacienda- para ir formando el creciente mundo del obrero nortino.

En 1920 esos mundos se enfrentan. Representa a los sectores tradicionales la candidatura de don Luis Barros Borgoño y los emergentes la de don Arturo Alessandri Palma. El monopolio político de la clase aristocrática es desafiado por las masas y los grupos de clase media. De ahí el tinte revolucionario con que la subjetividad de la época percibe el momento y las pasiones que se desatan. La elección no tiene significado sólo por el nombre del ciudadano que ejercerá el cargo de Presidente de la República, sino porque marcará la primacía de uno de estos mundos sobre el otro.

El estilo político de Alessandri expresa ese quiebre. Ya que será él, como lo expresa Julio Heisse “quien transformará radicalmente los métodos y las estrategias electorales. En las elecciones generales de 1918, el pueblo comienza a intervenir en forma enérgica y tumultuosa”. En ese y muchos otros sentidos “Alessandri quebrantó sistemática y deliberadamente la vieja tradición burguesa”.

El sólo hecho de ampliar el horizonte de la clase política hacia nuevos sectores sociales -hasta ese entonces no considerados como elementos del juego de poder- representaba cuestionar una visión oligárquica de la sociedad chilena. Los salones y los clubes de Santiago dejaban de ser el punto de referencia exclusivo de la política chilena. Se abría así cauce a un proceso que continuaría desarrollándose ininterrumpidamente en las cinco décadas posteriores.

La interacción entre el personaje Alessandri y los condicionantes socioeconómicos de la política chilena en esa época constituye parte muy importante de la trama de la historia de ese período.

Desentrañar esa condición de eslabón de los acontecimientos y los personajes en la historia constituye un requisito indispensable para el conocimiento de los pueblos, de sus instituciones y valores.

A partir de 1912, con el rompimiento de la alianza entre los liberales y los conservadores, Alessandri, en una postura más nítidamente liberal, continuará evolucionando en la dirección de aceptar ciertos cambios que la situación social hacía cada día más evidentes. Ello será mucho más notorio con ocasión de las elecciones generales de 1915, que serán la antesala de su éxito político.

En 1913 Arturo Alessandri se desempeña como ministro de Hacienda del Gobierno del Presidente Barros Luco, durante seis meses.

El 23 de marzo de 1925, a los pocos días de retornar del exilio, y siendo aún las fuerzas armadas un actor político decisivo, sostenía Alessandri al respecto: “Yo he venido nuevamente al Gobierno a servir esta idealidad, entre otras, a defender los derechos de la democracia, a velar por la libertad. Y mis primeras palabras al sentarme en el sitial al que me habéis traído, fueron las de que era indispensable volver al país inmediatamente a su normalidad constitucional. Yo no acepto ni puedo aceptar dictaduras de ninguna clase, porque las dictaduras son la muerte de la libertad, la degradación de los pueblos, el desaparecimiento de las democracias, en una palabra, la desgracia de la nación.

Su actitud de exiliado durante la dictadura de Ibáñez lo convirtió en el centro de la oposición que luchaba por el retorno de Chile a la normalidad democrática. Ello, incluso, al precio de tener que pagar dolorosas consecuencias en su vida familiar. En ningún momento cejó en la lucha por defender y hacer realidad su ideal democrático.

Frente a hechos y situaciones de esta envergadura, el confuso cargo de haber tenido injerencia en el derrocamiento de don Juan Esteban Montero, no alcanza a enlodar dicha trayectoria. Máxima cuando los hechos distan mucho de ser claros y de que el afectado negó terminantemente su participación en ellos, hasta el final de sus días.

Su decisión inquebrantable de consolidar el régimen constitucional y su éxito en dicha tarea durante el transcurso de su segunda presidencia, vienen a ser otra demostración de esa convicción.

No puede esconderse el hecho de que, durante esos períodos convencionales, no fueron demasiados los miembros de la clase política que estuvieron dispuestos a enfrentar el poder dictatorial o renunciar a las ventajas del apoyo militar en defensa de sus posiciones políticas.

Las reacciones de influyentes sectores políticos ante el golpe de estado del 11 de septiembre de 1924 y en el transcurso de la dictadura del general Ibáñez, fueron más que acomodaticias, y en algunos casos, de abierta complicidad. Todo ello realza la actitud democrática de Alessandri y de aquellos que se mantuvieron fieles en su adhesión al régimen constitucional y al pleno respeto de las libertades públicas.

También quisiera destacar de la personalidad de Alessandri su capacidad para percibir -intelectual o intuitivamente, da lo mismo- que los cambios que se producían en la sociedad chilena correspondían a fenómenos universales de tipo más profundo. La llamada cuestión social en Chile era la expresión de un nuevo tipo de civilización que nacía junto con las modernas sociedades industriales. Ello exigía respuestas de tipo social y económico, ciertamente, pero también otras que apuntaban a fenómenos estructurales tales como el papel del Estado, las exigencias del desarrollo moderno y las relaciones entre los países.

De las influencias intelectuales que recibió Arturo Alessandri es difícil saber demasiado con precisión. La ausencia de escritos y la escasa referencia a autores y obras en sus discursos y conferencias no permiten pesquisar si tuvo o no algún tipo de formación sistemática, fuera de sus estudios de leyes. El hecho de no haber viajado a Europa hasta su primer exilio en 1924 es prueba de que sus influencias por contacto también están muy reducidas. En consecuencia, es bien probable que esta percepción de que el proceso de modernización en Chile respondía a exigencias más profundas que las incidencias locales de la política criolla fuera mucho más el fruto de su poderosa intuición, que el de una convicción intelectual sólidamente asentada.

Sin embargo, el hecho es que tuvo una percepción histórica de largo plazo, que cristalizó en la Constitución Política de 1925. De ella se puede decir que fue “modernizadora”, en cuanto lleva en su espíritu la necesidad de encuadrar jurídicamente un mundo que sería muy radicalmente diferente de aquel de la República oligárquica.

Estos rasgos configuran las principales virtudes políticas del señor Alessandri y explica el porqué de su enorme influencia personal en la vida pública chilena de medio siglo. Desgraciadamente, la perfección no forma parte de las realidades humanas. Y así, su segunda administración finaliza rodeada de episodios lamentables que, sin duda, oscurecen su obra progresista y constructora.

Logrado el objetivo de incorporar los grupos sociales emergentes a la vida democrática con el desarrollo de la campaña del año '20, con el triunfo electoral u con el nuevo estilo de relación que nacería entre el Presidente de la República y la opinión pública, la satisfacción de las más urgentes aspiraciones populares se logró con el acelerado despacho de las leyes sociales ante la presión de los militares. Faltaba tan sólo acometer la tarea de transformación del sistema político, tarea que quedó inconclusa con el golpe militar de 1924. El retorno de Alessandri habría la posibilidad para cumplir también esa tarea.

El 28 de mayo de 1925, en un manifiesto entregado por el presidente Alessandri a la opinión pública, señalaba: “Se llamó el 23 de enero al presidente constitucional de Chile para que retornara de su exilio, es decir, para dar al país una carta fundamental que corresponda a las aspiraciones nacionales y para que una vez dictado ese Código Fundamental se proceda en conformidad a las fórmulas que él dicte, a la elección de poderes públicos sobre registros hechos por inscripción amplia y libre”.

El 16 de abril de 1925, el Presidente Alessandri recalcaba esa idea en su discurso a la Comisión Consultiva de la Constitución. Así decía: “Si no establecemos un régimen de gobierno adecuado y eficaz para devolver a la administración pública y al gobierno de la nación el carácter funcional y la competencia técnica de los que dirigen los negocios del Estado, no vamos a conseguir nada”.

Lamentable para el país, la mayoría política que controlaba hasta 1924 el poder parlamentario y, en particular, el Senado de la República, no logró comprender a tiempo la urgencia de los cambios que se le proponían. El proceso de modernización no alcanzó a ser adecuadamente institucionalizado dentro de la normalidad democrática, y ello le representó al país la quiebra de su régimen institucional.

La irrupción de los militares en la política chilena el año 1924 marcó la primera crisis del orden político constitucional que el país viviera desde la batalla de Lircay, si se considera que la guerra civil de 1891fue, precisamente, un conflicto político en que la violación del orden jurídico por parte del Presidente Balmaceda fue impedida por el Congreso mediante el recurso constitucional de las armas. Era éste el punto de inicio de un serio desequilibrio político que el país pagaba por la tardanza de su proceso de modernización institucional.

El Presidente Alessandri, a pesar de ser la primera víctima de esta ruptura institucional, comprendió que ella respondía a fenómenos más profundos. Al llegar a territorio argentino como exiliado, en declaraciones al diario “La Nación” de Buenos Aires, afirmó: “Hago un sacrificio al eludir las razones del movimiento militar en Chile y al examinar detenidamente sus causas diversas; creo, sin embargo, no exagerar al decirle que he sido desde el comienzo de mi presidencia hasta mi salida de Chile fiel a los principios que me han guiado en mi vida de hombre público que ve en la democracia el único sistema compatible con el progreso moral de los pueblos y con el mantenimiento de la dignidad humana”.

Vuelto ya de su breve exilio, ante la Comisión Consultiva de la Constitución, el 24 de julio de 1925, develaba su pensamiento sobre esos acontecimientos del año anterior. “El movimiento del 5 de septiembre pudo crecer porque interpretaba el sentimiento colectivo del alma nacional, porque interpretaba el sentir de los grandes y de los pequeños, porque representaba el sentir de los que trabajan y de los que viven de sus rentas; significaba el sentir de los que piensan y de los que estudian; significaba el sentir de la unanimidad de los habitantes de Chile; significaba el sentir también de los mismos que caían envueltos en la atmósfera, como víctimas de un régimen funesto, y sin que tuvieran culpa personal y directa en ello”.

“Por esto se hizo la revolución del 5 de septiembre; por esto fecundó la revolución del 5 de septiembre. Y digo que fecundó, porque no se hacen revoluciones cuando no hay ambiente para ello. Esta es una ley de la historia...”

Las fuerzas armadas -cuya composición social había llegado a ser casi exclusivamente de personal proveniente de las clases medias- habían asumido como propia la tarea modernizadora. Y la continuarían, posteriormente, respaldando la dictadura del general Ibáñez, que representó en materias económicas y sociales la continuación y consolidación del nuevo orden chileno.

En el Chile oligárquico de 1920, los militares no podían sino hacer suyo el ideario reformador de Alessandri que ponía fin al orden tradicional y se hacía eco de las aspiraciones de los sectores medios emergentes. Sufrían, como todos los funcionarios públicos, en carne propia la ineficiencia administrativa del orden parlamentario y los efectos de la crisis económica. No eran pues observadores neutrales de los que ocurría en el país, hasta el punto que decidieron actuar.

Ya durante la primera administración del Presidente Alessandri se inició la aprobación de las primeras medidas proteccionistas. Así, el 8 de febrero de 1921 se aprobó una ley que aumentaba los impuestos de internación de tabacos y el 23 del mismo mes se aprobaba una nueva ley que recargaba en un 50% los derechos de importación y en un 100% los de algunos bienes específicos.

Asimismo, durante la Administración Alessandri se llevó adelante el proceso de reforma del orden tributario, imponiendo el impuesto a la renta y la creación del Banco Central de Chile que entregaba al Estado el control del orden monetario, hasta ese entonces en manos de la banca privada.

A partir de 1925, en Chile se iniciaría un cambio profundo de la economía abierta para pasar a un proceso de sustitución de importaciones que permitieran un mayor desarrollo de la industria y la agricultura nacional. A partir de la gran crisis mundial del año 1929 esta tendencia se aceleró hasta convertirse en una constante de la política chilena en los siguientes cuarenta años.

¿Cuál fue el orden político que el país se dio para institucionalizar ese turbulento período de su historia? No es otro que la Constitución de 1925, cuya concepción visionaria y cuya promulgación fue, en medida sustancial, obra personal del Presidente Alessandri Palma. Y no es tampoco baladí el hecho de que el mismo gobernante sea el primero en comenzar su aplicación en 1932, después de siete años de inestabilidad política y en medio de una gravísima recesión económica.

En su discurso de aceptación de la candidatura presidencial que le ofreció la convención liberal, el 25 de abril de 1920, Alessandri sostuvo que “el gobierno debe afrontar resuelta y definitivamente las reformas constitucionales que actualmente exigen el desarrollo y el crecimiento del país”. Sin embargo, la única referencia que hacia de la constitución de 1883 era la referente a su excesivo centralismo. Abogaba, en consecuencia, como reforma, el darle a “las provincias personalidad propia” y reservar para el gobierno central “los servicios de interés general, los que afectan al país entero”.

Sus preocupaciones en esa solemne ocasión fueron fundamentalmente del orden de las reformas sociales: una legislación obrera que hiciera justicia a los trabajadores y llevara armonía a sus relaciones con el capital, la creación del Ministerio del Trabajo, la promulgación e implementación de la ley de educación primaria obligatoria, la estabilización de la moneda y el impuesto a la renta, la nivelación de la condición legal de la mujer y el fomento de las industrias nacionales.

Sería la idea de un cambio profundo del sistema político la que primaría en el pensamiento de Alessandri. A su retorno en 1925 propuso la convocatoria para una asamblea constituyente que en un plazo de 60 días, basándose en sus mensajes presidenciales, pudiera dictar la nueva constitución.

El país le debe, en consecuencia, al tesón y la vitalidad política del señor Alessandri el haber cambiado su régimen político en un momento muy crítico de su evolución.

Es también digno de recalcar el hecho de que Alessandri supo aprovechar con suma habilidad la ventaja que le presentó su retorno al poder en 1925. En esos siete meses, aprovechando que el congreso nacional había sido disuelto por el golpe militar, dio por sepultada de ipso la república parlamentaria, reconociendo, sin embargo, la vigencia y el papel de los partidos políticos de manera de hacer posible el consenso necesario para la nueva constitución.

Los tres puntos más importantes que resolvió fuera del contexto político chileno fueron:

  • Separación pacífica y cordial de la Iglesia y el Estado.

  • Solución pacífica y jurídica del diferendo con el Perú a propósito de Tacna y Arica.

  • Límites del consenso político en términos manejables, principalmente la institucionalización del movimiento sindical, el reconocimiento de los derechos laborales y la puesta en práctica de toda una legislación laboral que institucionalizaba el conflicto social en los años cruciales de la postcrisis mundial hubiera contribuido poderosamente a la inestabilidad del sistema democrático.

Bibliografía.

  • Historia de Chile de Gonzalo Izquierdo.

  • El siglo en que vivimos de Carlos Orellana.

  • Recuerdos de gobierno de Arturo Alessandri.

  • Historia constitucional de Chile de Fernando Campos.

  • Alessandri, Agitador y demoledor, 50 años de historia política de Chile de Ricardo Donoso.

  • Diario “El Mercurio” de Santiago de la época.




  • Descargar
    Enviado por:Familia García Vergara
    Idioma: castellano
    País: Chile

    Te va a interesar