Literatura
Arte del asesinato
EL ARTE DEL ASESINATO
La novela policíaca y Agatha Christie
El asesinato es un arte. Que nos gusta o no. Y es una de las artes más precisas y difíciles. Al margen de la subjetividad de cada lector, algunas voces se alzan para decir que esta “especialidad” ha perdido su encanto, aseguran que ha sufrido un bajón, que, desde la Segunda Guerra Mundial más o menos, está llevando el asesinato a un nivel definivamente muy bajo en comparación, por ejemplo, con la época de esplendor que vivió Inglaterra, país de grandes asesinos, entre 1850 y 1925.
En su ensayo, “The decline of the English murder” de 1946, George Orwell analiza la situación que se produjo en Inglaterra durante ese feliz período de asesinatos. Los domingos británicos por la tarde, después de comer, cuando la mujer estaba dormida en el sofá y los hijos fuera, no había nada mejor que hacer que ponerse a fumar en pipa echando un vistazo al News of the World. Y cuando el aire ya estaba caliente y lleno de humo y el sofá particularmente cómodo, siempre había la noticia de un asesinato con el que pasar un buen rato o incluso apasionarse. De hecho, como todas las grandes épocas, también ésta tuvo sus “héroes”, orgullo de tanta literatura y prensa, entre los cuales recordamos sobre todo a Dr. Palmer of Rugely, Jack The Ripper, Neill Cream, Mrs. Maybrick, Dr. Crippen, Seddon, Joseph Smith, Armstrong y Bywaters y Thompson.
A pesar de todo esto, el mismo Orwell nos dice que ya en 1946 el lector del domingo solía afirmar: “parece que en nuestros días nunca puedes encontrar un buen asesinato”. O sea algo en el mecanismo “homicidio - interés popular y literario”, al parecer, se había estropeado.
De hecho, la moral inglesa no podía aceptar que se produjeran muertos sin ninguna buena razón. Excluyendo lo de Jack The Ripper, que representa una clase por sí mismo, Orwell compara los ocho casos de asesinatos que quedan y que se refieren a los nombres considerados antes con los asesinatos de su época, anotando importantes diferencias. Mientras por los homicidios “modernos” no se entiende, por lo menos después de un primer análisis, la verdadera razón que ha llevado al asesino a cometer un delito, casi siempre horroroso y dependiente de una “racionalidad enferma”, en los casos tomados en consideración antes siempre hay una razón práctica que, en cierto sentido, parece justificar al asesino. Amor, respetabilidad, el alcanzar una posición social estable, celos. Éstas son las motivaciones principales que animan a casi todos los asesinos mencionados. Y esto nos lleva a la consideración de que el asesinato, a diferencia, por ejemplo, de la literatura o la música, es más un arte práctico que busca o, mejor, tiene que buscar una finalidad concreta que lo justifique y lo “legitime” y que no sea un simple placer. Y todo esto, queda claro, vale tanto en la vida cuanto en la transposición literaria.
Y aunque Orwell nos testimonie en 1946 la crisis sufrida por el asesinato y, en consecuencia, por el género literario que en el mismo está basado, la novela policíaca, ya a partir de 1920 se empiezan a notar ciertos signos de novedad y frescura. En ese período, de hecho, se publicaron las primeras novelas de quien iba a ser el auténtico genio del “arte del asesinato”, Agatha Christie.
La escritora, de hecho, revolucionó un género que desde hace algún tiempo se había convertido en un simple juego con una sola incógnita: “¿quien es el culpable?”. Agatha Christie sigue las normas, pero añade un toque de improvisación mediante las fórmulas más complejas. Su larguísima producción, de novelas y cuentos, sigue siendo un punto de referencia para cualquier escritor o simple aficionado al género. Sus obras parece que pertenezcan a un mundo remoto. Con respecto a este tema, el escritor italiano Leonardo Sciascia, gran aficionado a la escritora británica, afirma: “Cada vez que me pongo a leer una novela de Agatha Christie, me sobreviene el recuerdo de una página, la última del libro de George Orwell,Omage to Catatonia (1938), en la cual el autor habla del sueño profundo del que está presa toda Inglaterra. Y parece que Agatha Cristhie en sus novelas cuente las pesadillas que afloran al país durante ese sueño”. Sueños quietos y terribles que, a diferencia de lo que decía el filósofo Cartesio, pueden repetirse, de hecho se repiten. Orwell también prevé “los derrumbes producidos por las bombas de la Segunda Guerra Mundial que despertarán al país”. Pues estos derrumbes en las novelas de la escritora se preparan en casa, en un contexto familiar. Pequeños artefactos letales elaborados en secreto por quien tiene la capacidad y activados en el momento adecuado. Y para que estos artefactos puedan funcionar, es necesario que toda la familia esté reunida. Ocasión de la reunión puede ser una fiesta, un viaje, unas vacaciones. Unas vacaciones “reales” vividas por los personajes del libro y unas vacaciones “imaginarias”, “objetivas” vividas por el lector.
A pesar de esto, los intelectuales siempre han rechazado la idea de que la novela policíaca sea una parte de la Literatura Oficial. Probablemente por la afición popular a estas historias y la clara distancia que ellos procuran tomar del pueblo mismo. El género, nacido al final del siglo XI, fue influido por el nacimiento de una mentalidad burguesa que identificaba sus intereses económicos y su religiosidad con una justicia administrada por el hombre, el investigador, que gracias a la sola razón encuentra la verdad. En este sentido es clara la influencia de la filosofía del positivismo sobre muchos autores. De todas formas, es también verdad que la novela policíaca depende mucho del público. Es decir, el interés mayor o menor que éste demuestre en un libro puede determinar los planes futuros de un autor. Por otro lado, esto no convierte la misma novela policíaca en un produco de bajo valor. Al contrario, conseguir seducir a un público siempre más exigente presupone habilidad y grandes dotes expresivas. Llegamos entonces a la conclusión de que también este género tiene su dignidad literaria y sus términos técnicos: “detection” que viene de la palabra inglés “detective” y que se refiere a la fase de la investigación y resolución del enigma; “suspense”, que se refiere a la suave tensión que se establece en el lector; y “fair-play”, o sea la lealtad del autor que procura dar al lector todos los detalles posibles para jugar un partido limpio con él. Y los principales escritores consideran esto como un importante punto de honor. La misma Agatha Christie, en su autobiografía, se preocupó de aclararlo, aunque luego fuera tachada de desleal. Sobre todo en el celebérrimo “The murder of Roger Ackroyd” en el que el narrador se revela como el asesino que todo el mundo iba buscando desde la primera página y que, bajo la forma de testamento espiritual, cuenta su drama. Todo ocurre, como en muchos otros libros, en un pequeño pueblo, King's Abbot, donde todo el mundo se conoce y donde todo el mundo sabe, y que es entonces como una familia. Y todo ocurre durante un fin de semana. La señora Ferrars se muere durante la noche entre jueves y viernes. Pero el delito, el verdadero delito, se produce cuando el fin de semana ya ha empezado; de forma que la lista de los suspechosos pueda ser completa. Aunque también este pueblo esté preso del sueño profundo de Inglaterra del que habla Orwell y el cotilleo sea el único signo de vida, hay dos excepciones: el asesino y el investigador. Y dejando aparte, de momento, al asesino, fijémonos en el investigador. Ninguno de los habitantes de King's Abbot le conoce; ni la cotilla hermana del narrador, el Doctor Sheppard, médico del pueblo. Y esto es lo que nos dice con respecto al asunto: “La casa al lado de la nuestra ha sido alquilada hace poco por un extranjero. Desgraciadamente, mi hermana no ha conseguido saber nada del él; sabe sólo que no es de aquí.[…]Parece que se llame Poirot y que se dedique al cultivo de las calabazas”. Ciertamente, el sueño de King's Abbot debe de ser profundo cuando ni siquiera el Doctor Sheppard, el más listo de todos, sabe nada de Hercule Poirot, famoso investigador belga, retirado en aquel pequeño pueblo de Inglaterra tras haber resuelto muy intrincados casos criminales.
Cuando, por este libro, tacharon de desleal a la autora, los críticos olvidaron que el narrador y el autor no son la misma persona, y que, como en todas las buenas novelas policíacas, ningún personaje está fuera de sospecha. Ni el Doctor Sheppard, el narrador, ha pensado alguna vez “¿quien será el asesino?”, porque sabe que es él mismo. Por otro lado es verdad que el culpable igual pueda parecer desleal ya que él es el “alter ego” de la escritora y por esto es el menos sospechoso o incluso el “no sospechoso”. Sin embargo, si lo pensamos un momento, es esta fundamental deslealtad la que acaba por convertirse en lealtad. En efecto, Poirot llega a descubrir que es el Doctor Sheppard el culpable leyendo todo lo que el médico iba contando, es decir el mismo relato que nosotros leemos. Y además el Doctor Sheppard no escatima detalles en el relato de los hechos, si bien queda sin revelar, sino de esa manera indiciaria e indirecta, su culpabilidad. Cuando luego, en el último capítulo, el médico, criminal perdedor en frente del genio de Poirot, se felicita como escritor, es la misma Agatha Christie que nos informa del reto que nos había planteado y de su victoria. “Estoy bastante satisfecho de mis capacidades de escritor. Por ejemplo, ¿qué podría ser más preciso de las siguientes frases? -La carta había sido entregada a las nueve menos veinte. Eran exactamente las nueve menos diez cuando lo dejé sin que la hubiera leído. Me paré un rato con la mano sobre la manilla de la puerta, y me di la vuelta preguntándome si había hecho todo”. Leyendo otra vez este trozo en el último capítulo es difícil creer que podemos encontrarlo tal cual en el capítulo 4. Pero está allí. ¿Y cómo no hemos pensado que aquel esperar del doctor con la mano sobre la manilla, que aquel mirar por si había olvidado algo, quería decir que en la habitación no había nadie más, que el señor Ackroyd se había muerto ya? Hay dos respuestas. La primera es de carácter general: el lector de novelas policíacas es básicamente despistado o, mejor, se pone así en el momento en que empieza a leer una novela policíaca. Y esto porque sabe perfectamente que sólo el investigador puede resolver el caso. La segunda respuesta se refiere en particular a esta novela de Agatha Christie: el lector no sabe que se trata de un reto y de una confesión. Se da cuenta de esto sólo cuando ya es demasiado tarde: es decir la autora le ha retado a resolver el problema poniéndolo en la misma condición de Poirot y le ha confiado no sólo su receta para escribir novelas sino también su “afición” a los asesinos. Y ésta es también la ambigua razón por la que se escriben las novelas policíacas.
Pero el juicio final es el del lector, que, si por un lado se puede sentir engañado, por el otro disfruta de la derrota infligida por la autora. De hecho, desenmarañar la trama, es decir, ganar el pulso a la autora, supondría para el lector sólo una victoria superficial. Y ello en tanto que el lector, si bien quiere descubrir al asesino, quiere también, y sobre todo, una novela que mantenga despierta su atención. Y esa última pretensión, la intención literaria en puridad, quedaría frustrada por el descubrimiento del culpable.
En 1928 S.S. Van Dine codificó unas verdaderas reglas con respecto a la novela policíaca:
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El lector debe tener las mismas posibilidades que el policía para resolver el misterio.
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El culpable tiene que ser descubierto por lógicas deducciones y no por puras coincidencias o por confesión.
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El culpable tiene que resultar familiar al lector a lo largo de la historia.
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Sociedades secretas, asosiaciones delincuentes y similares no encuentran sitio en una verdadera novela policíaca (una regla que es magistralmente violada en “Murder on the Orient Express”).
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La solución del problema tiene que ser evidente para un lector lo suficientemente avispado como para entenderla enseguida.
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Una novela policíaca no debe tener trozos de sabiduría literaria o análisis psicológicos demasiado pesados: ellos aletargan la acción y desvían la atención del tema principal.
En realidad esta regla fue contestada muchas veces por los mejores autores del género que rechazaron la idea de limitar el valor estético de la novela policíaca y reducirla a un simple enigma.
Existen tres diferentes tipos de novelas policíacas:
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la novela enigma, que procede desde un efecto hacia una causa mediante lógicas deducciones
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la novela suspense, que sigue la evolución contraria, desde la causa hacia el efecto en un clima de creciente tensión hasta el momento del delito que cierra la historia.
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la novela de acción, que se basa en la actividad del investigador que arriesga su vida en la cruel sociedad de los “gangsters”.
Las novelas de Agatha Christie se subsumen en la novela enigma. La impostación narrativa empieza con una descripción de la escena y de los personajes y desarrolla su trama añadiendo un crimen nunca violento o feroz, y al final revela el culpable dándole su castigo y reconstruyendo el orden. En otras palabras, la violencia inherente al hombre explota para que todo se vuelva a armonizar en el final. Una de las metodologías de creación de intriga más representativas de este género es el delito en la habitación cerrada, a saber, cómo puede un asesino, después de cometer un homicidio, salir de una habitación cerrada desde el interior. Lady Agatha ha superado todos los límites mediante explicaciones verosímiles y convincentes. Así, por ejemplo, ocurre en el caso del Orient Express, en el que la revelación final resulta tanto imprevisible como paradójicamente plausible, en tanto que los doce sospechosos han matado a la víctima en conspiración. De todas maneras, para muchos es discutible la legitimidad del fin de la novela ya que la autora deja impunes a los asesinos, que han librado al mundo de un monstruo que la ley no habría podido atrapar y castigar.
En relación a los personajes, algunos autores los han creado tan verosímiles que su existencia, más allá de las lindes del libro, asombra al mismo escritor. Sin embargo en el caso de Poirot y Miss Marple esto no pasó. De personalidad tanto fuerte como tímida, tanto agresiva y prolífica en escritos como reservada en el hablar, Agatha Christie resulta más popular que sus celebérrimos investigadores. La misma escritora se esconde detrás de la solterona del pequeño pueblo o del gracioso investigador belga. Y son sus ganas de jugar, de transformarse, de vivir las que la llevan a fantasear con la pluma en la mano. O incluso a dar un susto a sus aficionados con un caso irresuelto, el único: su desaparición durante tres semanas. Muy famosa es su huida el 3 de diciembre de 1923 al descubrir las intenciones de divorcio de su esposo Archie. Por tanto, si Agatha engañó a sus lectores alguna vez, sólo lo hizo en su autobiografía, al no revelar jamás las razones subyacentes a esos días perdidos. La escitora consiguió perdonar la traición del marido muchos años después, cuando ya había descubierto dos nuevos amores: su segundo marido Max Mallowan, 14 años más joven, y la arqueología. En relación a este período escibió: “Aquellos años, entre 1930 y 1938, fueron particularmente felices, sin preocupaciones. Cuando el trabajo y el éxito invaden nuestra vida, el tiempo y la atención que podemos dar a nosotros mismos acaba reduciéndose mucho. Al contrario, estos eran años felices en los que el trabajo no nos había absorbido totalmente. Yo escribía novelas policíacas, Max escribía libros de arqueología, relatos y artículos; teníamos muchas cosas que hacer, pero todavia no estábamos cansados”. A esta fase pertenecen novelas de ambiente fascinante y exótico. Entre excavaciones y hallazgos se esconde, una vez más, el delito. Recordamos, por ejemplo, “Death on the Nile”(1937), “Murder in Mesopotamia”(1936) y “Appointment with death”(1938).
El estilo de la autora británica es rico y muy variado. Su característica peculiar es la capacidad de relacionar la “cosiness”, es decir aquella atmósfera familiar en la que nos parece estar mientras leemos sus libros, con el elemento distorsionador del delito. Este elemento sacude pero no revoluciona todo. Por la ironía que utiliza animando a los personajes, algunos críticos se quejan de su “psicología elemental”. Sin embargo las frases sencillas y directas de los personajes de Agatha Christie representan la manera mejor de dedicarse con mayor atención a sus fascinantes tramas.
Entre las innovaciones que la autora aporta al género, de todas formas, la más evidente resulta la metodología de investigación de sus detectives. Ésta ya no se basa en indicios materiales sino psicológicos, es decir, en la naturaleza humana, casi estereotipada en sus personajes. Y entre ellos, sin ninguna duda, siempre se “esconde” lo que Orwell define como “el asesino perfecto según el punto de vista del lector del News of the World”. Resumiendo: un hombre de clase media, un médico como por ejemplo hemos visto, que vive una vida respetable en su pueblo donde todo el mundo le conoce. Tendría que ser el líder de la sección local del Partido Conservador o un fuerte inconformista. Tendría que cultivar una secreta pasión por su secretaria o la mujer de otro profesional como él, y tendría que llegar a la decisión de cometer un homicidio sólo después de una larga y terrible pelea en su conciencia. Después de haberse decidido a cometer el delito, tendría que planearlo con la máxima atención y precisión para luego fallar por algunos pequeños e imprevisibles detalles. Los medios elegidos tendrían que ser un veneno o un puñal. Y, en último análisis, el delito tendría que resultar más soportable y seguro para él y su carrera que el ser descubierto, por ejemplo, como adúltero. Con todas estas características, en fin, un crimen puede tener dramáticas e incluso trágicas cualidades que lo hagan memorable e inspiren piedad y, a veces, una cierta simpatía tanto para la víctima como para el asesino. Pero mientras resulta muy fácil para el lector olvidar el nombre de la víctima, no pasa lo mismo con el asesino. Su nombre queda registrado en la memoria de todos: como todos los grandes músicos, pintores o escritores, de hecho, él nos encanta con su arte, “el arte del asesinato”. Y, dada su implícita afición e identificacíon con sus asesinos, ¿no podríamos en cierto sentido considerar a Agatha Christie, y en general a todos los escritores de novelas policíacas, asesinos literarios?
BIBLIOGRAFÍA
-
Christie, Agatha: The murder of Roger Ackroyd, Pocket books, U.S.A.,1962.
-
Orwell, George: Decline of the English Murder and Other Essays, Penguin books, U.K., 1979.
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Enviado por: | Gianluca |
Idioma: | castellano |
País: | España |