Antropología


Antropología Política


ANTROPOLOGÍA POLÍTICA.

Hombre pobre, hombre rico, gran hombre, jefe: tipos políticos en Melanesia y Polinesia.

El escrito de Sahlins sobre los tipos políticos de Melanesia y Polinesia, describe las formas de liderazgo que caracterizan estos territorios: la presencia del gran hombre (big man) en Melanesia y la institución del jefe en Polinesia. Es evidente que la reducción a estas dos formas no es más que un método de estudio, puesto que en cada una de las regiones existen diferentes gradaciones de cada tipo de autoridad política.

Si bien existen acercamientos (ambas han cultivado los mismos productos durante muchos años con técnicas similares), son más las diferencias que las similitudes entre las áreas culturales, tanto en cuestiones religiosas y en cuestiones estético-artísticas, como en las estructuras de parentesco y las relaciones político-económicas.

En Melanesia, generalmente, las comunidades poseen entre 70 y 300 habitantes, y conforman una organización política definida por segmentos no integrados en una estructura política superior y en la que el status se alcanza mediante la posesión de cualidades como el sexo o la edad. Es decir, las sociedades melanesias ofrecen tantas posiciones de prestigio social como individuos capaces de conseguirlas. Aún así, las posiciones de liderazgo del gran hombre (big man) se consiguen mediante méritos personales.

En contraste, Polinesia se caracteriza por asumir comunidades con una población total de una o varias decenas de miles de personas, regidas por una organización política piramidal basada en una jerarquía genealógica. De esta manera, se ofrece una cantidad determinada de posiciones de prestigio cuyos ocupantes se asignan mediante una lógica de proximidad a un antepasado mítico común el habitante más cercano al cual, será elegido jefe.

A pesar de las divergencias, las prácticas sociales que generan los dos tipos de liderazgo que encontramos provocan un cortocircuito por las sobrecargadas relaciones entre los líderes y el pueblo en ambas regiones (M.Sahlins, en Llobera, 1979: 284). Esta rotura se debe a causas diferentes es cada caso, puesto que también las circunstancias que envuelven el asunto son diferentes e incluso opuestas en su esencia.

Así, en la zona de Melanesia (M.Sahlins, en Llobera, 1979: 270-6), como se ha dicho anteriormente, la autoridad del gran hombre se basa en su poder personal, en un status asumido mediante un conjunto de acciones individuales dirigidas a ampliar el número de personas que constituyen su facción. Pero es una autoridad que le otorga la sociedad y que, por consiguiente, la sociedad misma se encargará de arrebatarle cuando no cumpla sus funciones de manera correcta o un candidato mejor preparado las cumpla más adecuadamente. Es posible, por consiguiente, equiparar al líder melanesio con el líder carismático de Weber. Este tipo de liderazgo es inestable porque se basa en un solo individuo, y cuando éste enferma, muere o simplemente le abandona la suerte, no existe un método formal de sucesión (T.C.Lewellen, 1985: 57).

Así pues, en la esfera política que envuelve al gran hombre melanesio se distinguen dos áreas de influencia: su propia facción, y todo el sector externo a ésta. Es evidente, también, que una mayor capacidad para adicionar personas a la facción, permite una mayor productividad dentro de ésta y, por tanto, un mayor excedente, lo que facilita un mayor alcance de la influencia del gran hombre en el sector externo a su facción, en las expresiones de reciprocidad.

Por otra parte, el avance de estas influencias externas a la propia facción del big man, hacen necesario un esfuerzo cada vez mayor dentro de su grupo de influencia directa. En otras palabras, el mantenimiento del prestigio social necesita de la extorsión económica de la facción. Es en este momento cuando se produce el cortocircuito del que Sahlins habla.

Se da por la contradicción entre las obligaciones digamos familiares o de parentesco, y por las obligaciones sociales de mantenimiento del status. Resulta una situación socialmente insoportable, y de la habilidad personal del gran hombre depende que esta se demore más o menos en el tiempo, y que su resolución sea más o menos violenta. Es, efectivamente, un choque de intereses económicos por parte de las dos áreas de influencia, cada una de las cuales intentará alcanzar o mantener una situación preferente.

Esta cuestión hace también imposible que el sistema político-económico de Melanesia se expanda y evolucione llegado a cierto punto, puesto que no existe una institucionalización estable del liderazgo, sino más bien un flujo constante de grandes hombres y el consiguiente flujo de personas que comportan las facciones y los límites de su influencia.

Muchas de las características de la sociedad melanesia, nos llevan a identificarla con una de las sociedades tipo que Fried -de acuerdo a su teoría de la institucionalización del liderazgo- expone en su célebre clasificación mediante la institucionalización del poder político: la sociedad igualitaria. El tipo de sociedades que Fried denomina no jerárquicas, no estratificadas (en Llobera, 1979: 135-6)), tienen como característica esencial la oferta de tantas posiciones de prestigio como candidatos a ellas haya en cada generación. También resulta interesante constatar la reciprocidad dentro del sistema económico de estas sociedades, y la recompensa en forma de prestigio con que se solventa la diferencia entre lo que se recibe y lo que se ofrece para el funcionamiento de este sistema de reciprocidad.

Llevado nuevamente al terreno melanesio, en los sectores externos a la facción del gran hombre, la diferencia entre lo obtenido y lo donado (nada, puesto que no tienen la obligación de ceder nada fuera de su facción), se resuelve mediante el pago de un tributo simbólico que se expresa en el status de prestigio que el gran hombre adquiere/mantiene y la lealtad de nuevos adeptos (siempre y cuando los intereses de estos últimos se vean periódicamente complacidos).

El caso de Polinesia presenta bastantes diferencias. De hecho, Sahlins (en Llobera, 1979: 277-284) habla ya de una verdadera institucionalización del poder político. En primer lugar, cabe hacer notar la diferencia entre la adquisición de la posición de autoridad entre ambas áreas. Mientras que en Melanesia el status de big man se adquiere mediante una serie de actuaciones personales, en Polinesia el cargo de jefe político está predestinado. Es decir, el jefe polinesio no precisa de grandes habilidades sociales que avalen su valía como autoridad, sino que por medio de una jerarquía genealógica, el puesto se asigna a aquel individuo que presente una relación de parentesco más cercana al antepasado mítico. En estas circunstancias, el poder recae sobre una única persona. Sahlins compara esta situación con el feudalismo dentro de la historia de Europa.

Así, la jefatura de Polinesia actúa como un centro de poder absoluto, configurado por un conjunto de segmentos políticos dependientes de este centro. Los mandatarios de los segmentos subordinados al poder central son verdaderos poseedores de cargos y títulos. Ellos son las personas que se convierten en líderes por el mero hecho de tener un alto cargo y rango. Mediante esta medida, se incorpora a la estructura social la inhabilitación para la adquisición de posiciones de prestigio al resto de la sociedad, debido a la falta de calidades de liderazgo.

Pero también se crea una estructura de liderazgo y de seguimiento de éste que va más allá del reconocimiento personal: se crea un liderazgo suprapersonal. Ésta es la diferencia más notable entre los casos melanesio y polinesio. En este último, la calidad institucional del poder político, apoyada por la atribución de elementos míticos y religiosos, comporta unas consecuencias de orden político y económico muy diferentes a las del caso melanesio.

Una de ellas es el derecho de los jefes polinesios para solicitar el trabajo o el producto agrícola a las viviendas comprendidas dentro de sus dominios: una tributación en toda regla. La apropiación de una porción de los bienes familiares como excedente del área política, se restituye por medio de la redistribución de los mismos. Así, el motivo esencial por el que Service distinguiría los casos melanesio y polinesio, sería por esa institucionalización política que culmina en el establecimiento del jefe como cabeza de autoridad, que tiene el derecho de apropiarse del producto familiar.

Pero, por otra parte, en las grandes jefaturas políticas, como Hawai y Tahití, una parte de este excedente se destinaba a la conservación de la institución política, permitiendo que el jefe contara en su lista de pertenencias personales con grandes extensiones de tierras privadas y construcciones igualmente monumentales. El beneficio que se desprende de la extorsión al pueblo en beneficio del jefe y de su familia y allegados, es la causa del cortocircuito en Polinesia. En este caso, se establece una apropiación del producto del pueblo para satisfacer las necesidades (nobles) del jefe y los suyos, lo cual, en estado de máxima expresión, se traduce en desigualdades cada vez mayores entre el estilo de vida del pueblo y de los jefes, y representa en muchas ocasiones revueltas por parte de los sectores más desfavorecidos, que pueden llevar a una resolución, en ocasiones, extremadamente violenta.

Dentro del análisis de Fried, las características del pueblo polinesio encajarían con las de las sociedades jerárquicas. Esto es, una limitación de los puestos de status alto y unas dificultades adicionales para conseguirlos, de manera que hay menos posiciones de prestigio que individuos capaces de desarrollarlas. También se caracterizan por la recaudación de bienes y por una redistribución superfamiliar de los mismos (el jefe polinesio muchas veces era considerado como padre de sus súbditos).

Encontramos, por el contrario, que en la descripción de Fried se dice que no deben ser acumulativas, so pena de minar el prestigio por medio de acusaciones de egoísmo y acumulación. De aquí se deriva el cortocircuito de Polinesia, donde el ideal de la estructura social se basa en una fe en el jefe, que distribuirá los alimentos y los bienes en su justa medida entre las familias del pueblo. Pero es en el momento en que el egoísmo del jefe invierte este deberse al pueblo y lo transforma en que el pueblo es el que se debe al jefe, cuando la estructura social se torna insoportable.

Según Service (1984: 30-4), en otro sentido, las sociedades de jefatura se caracterizan por no tener un aparato formal de represión por la fuerza, y que la autoridad tiene un origen teocrático. La consecución del consenso social (uno de los tres usos del poder político según Service, junto con la toma de decisiones y el enjuiciamiento), permite esta legitimación de las propias estructuras sociales y la reproducción del modelo social de jerarquía mítica, de manera que la represión moral es enormemente más eficiente que la represión por la fuerza, y facilitando la aparición de estas autoridades políticas territoriales en Polinesia.

De esta manera, encontramos en estas regiones de diferenciada evolución política, un mismo problema que fija un límite en el desarrollo de sus estructuras políticas y económicas. La institucionalización del poder político de Polinesia no facilita la rotura de esta barrera, y tampoco la actuación de un líder carismático en Melanesia, cuyo auge y declive se debe solamente a la decisión social de aceptar o no como válidas las acciones del gran hombre.

Service (1984) toma las sociedades de jefatura como un paso previo a la formación de los Estados, en un estadio comprendido entre las sociedades igualitarias y estos últimos. Se hace notar la aparición de la apropiación por parte de los estamentos superiores de una parte de la producción familiar. En cambio, una de las barreras que impide a la sociedad jerarquizada devenir un Estado, es que la autoridad no puede hacer un uso legítimo de la fuerza o la amenaza de ésta para mantener el orden social. Como hemos visto anteriormente, el jefe polinesio ejerce su autoridad por medio de una posición religiosa que le coloca en un ligar privilegiado de la jerarquía social.

Si nos centramos en Melanesia, por el contrario, el gran hombre puede ejercer algún tipo de poder dentro de su propia facción, pero nunca fuera, donde es un individuo prestigioso pero sin autoridad. Como Sahlins (en Llobera, 1979: 273) dice en su escrito, cuando un big man ordena algo a una persona ajena a su ámbito familiar, la respuesta más típica podría ser: “Hazlo tú mismo: no soy tu esclavo”.

En conclusión, Sahlins considera que la causa por la que las estructuras políticas y económicas en Melanesia y Polinesia no han evolucionado hacia un Estadi superior (como las sociedades estratificadas o estatales de Fried), es esta tensión de intereses que provoca la actuación del líder en cada uno de los casos. La situación de falta de equilibrio crea un desmoronamiento de la estructura social cuando se la diferencia entre una parte y la otra se hace insostenible.

Si bien es cierto que el sentido del desequilibrio es contrario en ambas sociedades (extorsión de la facción en beneficio de los sectores externos en Melanesia; extorsión del pueblo en beneficio del grupo de parentesco en Polinesia), la cuestión es que en ambos casos se produce una situación tensa y de desavenencia entre la estructura teórica y la práctica cotidiana.

En este sentido, podemos hablar, no sin cautela, de un estado de anomia en ciertos momentos de las sociedades melanesia y polinesia, como consecuencia de un desequilibrio entre la estructura y la práctica, reforzado por la explotación creciente de uno de los sectores de la sociedad en beneficio del otro, y por la creciente distancia entre la calidad de vida de ambos (entiéndase por sectores de la sociedad, el grupo familiar o facción del líder y el resto del pueblo).

Así pues, podemos concluir diciendo que el hecho de cortocircuito que Sahlins presenta en Melanesia y Polinesia, presenta las diferencias propias de cada caso, puesto que las causas son muy diferentes y los contextos en que éstas se desarrollan presentan también notables divergencias. Pero, desde un punto de vista más alejado, la ruptura que representa repercute en el desarrollo político y económico en ambos casos, por lo que podemos decir que el cortocircuito, y la posibilidad de su aparición, cumple una función de reproducción de las estructuras sociales, destruyendo la corrompida para volver a erigir una idéntica completamente nueva.

BIBLIOGRAFÍA.

FRIED, M., “Sobre la evolución de la estratificación social y el Estado.”, en LLOBERA, J. (Ed), (1979) Antropología Política. Anagrama, Barcelona.

LEWELLEN, T., (1985) Introducción a la antropología política. Ed. Bellaterra, Barcelona.

SAHLINS,M, “Hombre pobre, hombre rico, gran hombre, jefe: tipos políticos en Melanesia y Polinesia.”, en LLOBERA, J. (Ed), (1979) Antropología Política. Anagrama, Barcelona.

SERVICE, E. (1984) Los orígenes del Estado y de la civilización. Alianza Universidad, Barcelona.




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Enviado por:Óscar
Idioma: castellano
País: España

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