Biografía


Andrés Piquer y Arrufat


PIQUER:

Andrés Piquer y Arrufat nació en Fórnoles, el día 6 de noviembre de 1711. Fueron sus padres Jacinto José Piquer natural de Cerollera. y María Arrufat. nacida en Hervés.

El mismo ha hecho una detallada historia de sus antepasados, los Piquer, desde los últimos siglos de la Edad Media, en su escrito Hidalguía de Sangre. Según cuenta en él, su quinto abuelo se estableció en la Cerollera, aldea entonces dependiente de Monroyo; y allí vivieron los Piquer hasta principios del siglo XVIII, ejerciendo de labradores. “Tenían casa solar y heredamientos, que por injuria y calamidades de los tiempos están enajenados”. “Manteníase en aquel tiempo esta familia con mucho esplendor y estimación”; y gozaron de los únicos empleos honoríficos que había en Cerollera en aquellos tiempos... tales como priores, mayorales, procuradores de los pobres y otros. Pero a principios del siglo XVIII las guerras de sucesión llevaron a una gran desolación a aquellos pueblos, porque “habiendo quemado las tropas a Monroyo y saqueándola junto con la Cerollera, como es público y todavía lo lloran muchas familias... Las calamidades llegaron naturalmente a los Piquer, que vieron muy mermados sus haberes y se vieron reducidos a mucha estrechez”. Por esta razón se trasladó el padre de Piquer a Fórnoles.

estudios

Aprendió las primeras letras en su pueblo natal. A los diez años fue enviado por su padre a estudiar latín, retórica y poética a La Fresneda, pueblo inmediato al suyo, donde había un preceptor o dómine muy famoso que les enseñaba a manejar con facilidad la lengua latina.

Sus padres pudieron poner a estudiar a sus hijos, y a enviarlos a Valencia en donde naturalmente habían de originarse muchos gastos, gracias a que parte de estos gastos se pudieron cubrir con la consignación que le correspon­día del legado pío. Quizá recibió ayuda también de su hermano Cosme, ya médico: pero de todos modos tuvo que hacer su carrera con sacrificios. A los dieciséis años con objeto de seguir estudios superiores, se trasladó a Valencia donde su hermano Cosme ejercía ya la medicina. Se decidió él también a seguir la misma carrera.

Los estatutos universitarios exigían, para matricularse en la Facultad de Medicina haber cursado y aprobado tres años de Filosofía en la Facultad de Artes, Piquer cursó las artes desde 1727 hasta 1730. Desde 1730 hasta 1734 estudió los cuatro cursos reglamentarios de Medicina. No se trasluce que tuviese algún profesor con personalidad relevante para dejar especial huella en su formación. Y por su propia cuenta, una vez terminados los estudios oficiales, se dedicó a la lectura directa de los autores clásicos de Filosofía y Medicina, tanto antiguos como modernos, así como también al aprendizaje y perfeccionamiento de las matemáticas y de las lenguas.

Término natural de los estudios eran los grados. Para obtener el de bachiller en medicina era preciso tener, además de los cuatro cursos aprobados, el bachillerato en artes; obtuvo éste el 3 de febrero de 1734. Seis días más tarde, el 9 del mismo mes, obtuvo el bachillerato en Medicina.

MÉDICO TITULAR DE LA CIUDAD DE VALENCIA

No es extraño, pues, que después del éxito obtenido en todos estos servicios, al quedar vacante la plaza de Morbo de la Ciudad se le concediese a nuestro médico, a pesar de ser solicitada por los más famosos de Valencia. La pretendían en conjunto Ca­tedráticos de la Facultad de Medicina, también la solicitaron hombres con muchos méritos. A pesar de todo el Cabildo Muni­cipal en 19 de mayo votó por mayoría absoluta en favor de Piquer.

CATEDRÁTICO DE ANATOMÍA

El año de 1742 fue el año del pleno triunfo profesional y científico del médico aragonés.

El Dr. B. Longás, al morir, dejó vacante también la Cátedra de Anatomía de la Facultad de Medicina. El día 21 de mayo se convocó oposición a la misma. A tal efecto se fijó el edicto como de costumbre en las puertas de la Catedral, de la Universidad y de las Casas Consistoriales. Los ejercicios solían ser tres: prime­ro, un acto público que consistía en sostener una tesis o conclu­sión sobre la materia de la oposición, seguida de la solución de argumentos que proponían los demás opositores y los jueces del tribunal; segundo, en explicar una lección de una hora sobre el punto elegido entre tres que se picaban en un libro clásico de medicina; y tercero, en hacer una disección anatómica de una parte del cuerpo humano señalada por suerte y acompañada de la explicación correspondiente.

Piquer firmó la oposición en 28 de junio. Fueron coopositores suyos los Dres. José Manual Ballester, D. Mariano Seguer. D. Manuel Manes. D. José Alberto, D. José Gaseó y D. José Manuel Morera. Ya acabados los ejercicios el día 11 se reunió la Junta de la Ciudad por su Patronato de la Universidad literaria a las ocho de la mañana y se procedió a la votación. Asistieron veintidós votantes. En la primera votación, Piquer obtuvo doce y quedó elegido. En el mismo día el Síndico y Procurador General de la Ciudad, D. Lorenzo Mezquita, le dio posesión de la Cátedra. Tenía Piquer treinta años.

Desde entonces, y después del triunfo obtenido, se entregó de lleno a sus nuevas tareas.

LA FILOSOFÍA ESPAÑOLA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XVIII

LA DECADENCIA DEL PENSAMIENTO ESPAÑOL

Si es innegable la existencia de la filosofía en España, es también innegable que nuestras manifestaciones filosóficas casi desaparecen a partir de la mitad del siglo XVII. Hasta esta época, o poco antes, hemos tenido filósofos que han influido en el extranjero; a partir de esa fecha padecemos dos tercios de siglo casi en completo aislamiento. Después comienzan algunos espa­ñoles a interesarse por filosofías de fuera. La gran escolástica ha languidecido; se ha hecho rutinaria, formalista y demasiado cerrada a la ciencia moderna. Los filósofos llamados independientes han perdido aquel empuje intelectual que tuvieron nuestros filósofos del siglo XVI. ¿Qué ha pasado en España? ¿Cuáles son las causas de esta decadencia? Varias se han señalado: Unos cargan la responsabi­lidad sobre factores histórico-políticos (La Inquisición, la intole­rancia del clero, el fanatismo del pueblo, el despotismo de los reyes fueron tópicos anticlericales del siglo XIX); otros se fijan principalmente en causas económico-sociales (la pérdida de la prosperidad económica, de la preponderancia militar, del presti­gio internacional); y no faltan quienes han señalado principal­mente factores caracterológicos de los españoles.

El descenso máximo de nuestra filosofía coincide con los primeros años del siglo XVIII. Hay una verdadera desorientación en nuestra cultura. Unos se empeñan en seguir el camino trillado de la escolástica con todos los defectos que en esa época ha ido acumulando; otros se vuelcan decididamente por la filosofía moderna; pero ni unos ni otros hacen nada que merezca la pena.

Los extranjeros que escriben entonces sobre la cultura espa­ñola admiran por una parte el fondo de posibilidades que tiene nuestra raza, y lamentan a veces con crítica exagerada lo que de hecho se hace rendir a esas posibilidades.

Los diaristas de Lieja, en la crítica a un libro de Piquer, que hacían por el año 1758, mientras le concedían alguna alabanza y reconocían en él la certeza de sus afirmaciones principales y el mérito de haberlas visto, decían que al leer sus razones “se cree oír a un doctor por lo menos del siglo XV, tan espesa es la atmósfera que antiguos prejuicios parecen formar sobre Espa­ña”. “España tan fecunda en hombres de talento, está todavía muy alejada de la luz, si para ilustrarla tiene necesidad de la filosofía de Aristóteles.

No faltaron escritores españoles que tuvieron conciencia en aquellos años de la situación de decadencias de nuestra cultura.

Y entre los españoles posteriores, aunque ha habido quienes han ensalzado a dicho siglo como un resurgir de la cultura nacional, los más sensatos tienen una visión un tanto pesimista. Don Gregorio Marañón decía: “Sin duda hubo en nuestro siglo XVIII hombres de fino espíritu, de profundo saber y de ímpetu creador, más eran, por lo menos al principio de la centuria, personalidades aisladas y perdidas en un ambiente hostil a todo progreso. Sin un ambiente de mediana densidad científica, no puede hablarse de cultura de una época, aun cuando cumbres elevadísimas emerjan aquí y allá de la llanura... Una golondrina no hace verano; y golondrinas fueron Feijóo, Casal, Piquer y algunos otros más: golondrinas de un verano que no empezó a llegar hasta mucho tiempo después”. “Aun teniendo en cuenta estos altos y bajos en el nivel de la cultura y de la prosperidad general del país, es evidente que el contenido de la centuria bien exprimido y estrujado, da muy poca sustancia a la gloria del genio español”.

ESCEPTICISMO Y ECLECTICISMO

Estas dos posiciones suponen una madurez avanzada del pensamiento humano. Diríamos que son posiciones de decaden­cia. De hecho han aparecido con pujanza al final de los grandes ciclos de la historia de la filosofía. Ni escepticismo ni eclecticismo se encuentran en los inicios de un periodo filosófico; pero cuando se llega al mundo cultural y un pensador se encuentra con una multitud de escuelas y de sistemas que pretenden exclusivamente la verdad, caben dos actitudes: una positiva y otra negativa. O bien surge la desconfianza de la razón sobre la posibilidad de alcanzar la verdad, al considerar que ninguno de los sistemas o escuelas la han logrado por completo; o bien el afán de buscarla entre todos ellos, consideran que casi todos contienen algo verdadero y aprovechable. En el primer caso tenemos el escepti­cismo, en el segundo el eclecticismo.

España no ha dado nunca ni escépticos absolutos, cuya existencia real niegan nuestros filósofos, ni eclécticos sistemáticos. Ambas direcciones se profesan modera­damente por los españoles; y con esta moderación aparecen en nuestros pensadores del siglo XVIII.

EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO DE ANDRÉS PIQUER

PIQUER es la representación más típica e importante del eclecticismo.

Sus principales obras filosóficas se publican en los doce años centrales del siglo, y en esta posición privilegiada, mientras ha podido todavía percibir los ecos de la polémica entre escolásticos y modernos, en la primera mitad del siglo, va a presenciar los comienzos de la controversia entre el pensamiento cristiano y el enciclopedismo, en la segunda mitad de dicho siglo. Su eclecti­cismo sincero y sensato le lleva a respetar todo lo aprovechable, que es mucho, de la filosofía tradicional; pero cuando le parezca que la razón está de parte de los modernos, les seguirá serena­mente, sin acritud para nadie.

Médico de profesión, ha visto claramente la necesidad de la filosofía para la medicina y la ciencia natural en general, y se ha hecho filósofo de ocasión y de afición.

Su concepto de Filosofía: “Philosophía es lo mismo que amor, estudio, y ejercicio de la sabiduría. Por sabiduría entiendo el conocimiento de lo verdadero, y de lo bueno. Si la Philosophía se toma en toda su extensión, tiene por objeto todas las verdades que el entendimiento puede alcanzar, y cualesquiera bienes que merezcan el amor de la voluntad. La parte de la Philosophía que enseña a buscar la verdad en general, y a evitar en todo el error, se llama Lógica”.

LÓGICA Y TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

OBJETO Y CONTENIDO DE LA LÓGICA

En cuanto a la orientación general es interesante lo que él mismo nos dice: “Considerando al mismo tiempo que la única y verdadera Lógica es la de Aristóteles, he procurado hacer el principal fondo de la mía, aristotélico ... Estoy en la firme persua­sión, que es muy poco lo que en la sustancia han adelantado los modernos sobre los antiguos, en la Lógica”. Ahora bien, este fondo tradicional está liberado en él de los defectos que la Lógica había adquirido en las escuelas y que la habían hecho civilmente inútil para la vida. Primeramente definió la lógica como Arte de hallar la verdad y perfeccionar la razón.

Tiene una concepción eminentemente práctica de esta ciencia, pero a pesar de ello señala frecuentemente su carácter formal y vacío de contenido. Al científico pues, toca examinar dichas verdades: al lógico ordenarlas y descubrir su enlace con otras verdades hasta llegar a los primeros principios o axiomas de cada ciencia, y en último término a los primeros principios del conocimiento. Distingue la Lógica como arte que enseña los preceptos de raciocinar de la Dialéctica como arte de disputar con racioci­nios probables, considerando a ésta como parte de aquella.

En la primera edición de la “Lógica” se había propuesto de modo más expreso tratar de la rectitud del juicio que del arte de razonar. Pero también en la segunda edición, resulta su lógica una ciencia del bien juzgar antes que un arte del raciocinio: después de todo, el juicio recto y verdadero, ese tino del buen sentido que da con la verdad y la ordena a sus debidos fines constituye, según él, el fin de la lógica. El buen juicio aparece como fondo de todas sus explicaciones, y hay una sobreestimación constante y consciente de la facultad de juzgar sobre todas las demás.

LAS POTENCIAS MENTALES Y SUS ACTOS

A pesar de la crítica que Piquer hace de muchos modernos, también él cae en parte en este defecto, pues la suya está sobrecargada de psicología.

En cuanto a las facultades mentales del hombre, aparte de los sentidos, la imaginación y la memoria, que puede compartir, al menos con ciertos dintingos, con los animales, y cuyo concepto en PIQUER coincide con el concepto común, existen dos faculta­des superiores y exclusivas del hombre, que son el ingenio y el Juicio. Entiende por ingenio la potencia mental con que el hombre inventa, descubre, halla y compone y descompone innumerables combinaciones de las cosas. Esta facultad tiene una operación apofántica que construye la proposición y una operación discur­siva que construye el raciocinio. Es, pues la facultad específica­mente lógica. Pero superior a ella y a todas las demás está el juicio, facultad eminentemente reflexiva que tiene por objeto inmediato los actos de las otras potencias para juzgar sobre ellos en relación con su exactitud, orden, verdad, falsedad, proporción, propiedad y buena constitución. Es una especie de tino mental con que discernimos lo verdadero de lo falto y damos con la realidad y relaciones de las cosas.

El ingenio está vinculado a la inteligencia, y el juicio a la razón, que son sus funciones respectivas. No hay que entender la razón como facultad discursiva, pues el discurso o raciocinio es función del ingenio, no del juicio. Por otra parte, el juicio tal como lo entiende Piquer, no tiene nada que ver con la segunda operación de la mente tal como se trata en las lógicas corrientes, es decir, como el entendimiento que compone y divide; porque componer y dividir es también función del ingenio. Juicio es lo que hace al hombre juicioso, sensato, de buen sentido, lo que hace tener razón en lo que piensa y en lo que dice.

El buen juicio aparece como fondo de todas sus explicaciones, y hay una sobreestimación constante y consciente de la facultad de juzgar bien sobre todas las demás. Y no es extraño, porque el fin del conocimiento es la verdad, y la facultad que tiene como objeto directo la verdad es el juicio. En un sentido general, todas las potencias mentales están ordenadas a la verdad. Al conjunto de dichas potencias llama entendimiento, y a los actos de esas potencias, de cualquier suerte que sean pensamiento.

DE LAS IDEAS Y NOCIONES MENTALES

Hay mucha confusión en la palabra idea. En general no se aplicó por los filósofos antiguos para significar conceptos mentales, sino más bien “la forma exterior, hábito y carácter circunstanciado con que se muestran las cosas de modo que la idea reside en ellas, no en el entendimiento; y es el modelo, ejemplar y especie exterior que se tiene presente para la imitación”.

Los modernos han utilizado la palabra aplicándola a los conceptos de la mente. PIQUER no está conforme con esta aplicación y advierte que si alguna vez la emplea, para mantener la comuni­cación de idiomas con los modernos, y poder usar de sus luces, será para significar las meras imágenes de la fantasía sin trascender a los demás actos del entendimiento.

En la primera edición de la Lógica tuvo un concepto más amplio de la idea, pues la extendió a toda imagen o representación de los objetos y las dividió en ideas materiales, las que represen­tan objetos que percibimos por los sentidos, e ideas espirituales, las cuales corresponden a objetos que no se perciben por los sentidos, como la de Dios, de la verdad, de las relaciones, del alma y de los mismos pensamientos. No es que las primeras estén en el cuerpo y las segundas en el alma, sino que la división se funda solamente en los objetos representados; puesto que las ideas no son otra cosa que las mismas percepciones de las cosas y toda percepción está en el alma.

En la edición definitiva de la Lógica, dejando la idea para las imágenes de la fantasía, llama nociones a los actos de cualquier potencia mental, con que el entendimiento conoce las cosas. Las divide en simples y combinadas. Las simples corresponden a lo que en las escuelas se llama simple aprehensión, las combinadas son las que representan dos o más objetos relacionados lógicamente.

DE LA DEFINICIÓN Y DIVISIÓN

Se llama definición a la proposición que declara bien la esencia de una cosa. Como el entendimiento no alcanza directamente las esencias de los entes en símismos, ha de valerse para conocerlas y distinguirlas de sus caracteres y formas exteriores. Se impone, pues, como condición previa para hacer una buena definición, un análisis concienzudo y una descripción detallada y exacta de las cosas, notando las particularidades que las acompañan, como sus causas, sus efectos, sus necesarias o contingentes mutacio­nes, sus atributos perpetuos e invariables, sus movimientos, las leyes inviolables que guardan en sus acciones, sus propiedades, su origen, aumento, perfección y fines, combinando todo esto con los tiempos y notando puntualmente la perseverancia, enten­dimiento y mutaciones que se observan.

Obtenida la definición se pasa a hacer la división lógica, que distri­buye la noción universal en que están incluidos todos los singu­lares en clases comunes o nociones distintas, que hacen conocer la diversidad que hay en las cosas por sus esencias.

DEL RACIOCINIO

El raciocinio se lleva a cabo por la inducción, el ejemplo, el entimema y el silogismo. Sólo expone la indución completa en sentido aristotélico. Señala la peligrosidad de la argumentación por el ejemplo; y en cuanto al silogismo critica la excesiva prolijidad de los antiguos en tratar las cosas que a él se refieren y la actitud de los modernos que tienen la silogística como totalmente inútil. Considera útil, y aun a veces necesario, el arte de silogizar y alaba la obra de Aristóteles en este sentido, como una de las mayores y más sublimes del entendimiento humano; pero reprende los excesos de las escuelas y a los escritores pesados que fatigan el entendimiento reduciéndolo todo a silogis­mos.

DE LA VERDAD, LA OPINIÓN Y LA CRITICA

El objeto y fin del entendimiento es la verdad; sólo en ella descansa y se halla satisfecho. Hay verdad real que es el ser de cada cosa, según lo que es y le corresponde, y verdad mental que consiste en la conformidad de los actos del entendimiento con la verdad real. Hay verdades particulares y verdades generales. Dos son las clases de verdades generales: unas primitivas y fundamentales que consisten en los principios derivados de la observación por los sentidos y de la recta razón; otras secunda­rias que se deducen por legítimas consecuencias de dichos principios.

La demostración es siempre de cosas universales y necesarias: de las singulares y contingentes no hay propiamente demostración sino experiencia.

Cuando la verdad no es alcanzada claramente, bien sea por los primeros principios bien por demostración, se engendra en el hombre la opinión, pero no debemos conformamos con permanecer en ese estado, sino aplicamos con todo cuidado para descubrir por la reflexión y el estudio la conexión de nuestras opiniones con los primeros principios de experiencia o de razón; no dando como propias verdades, las creadas con nuestra fantasía, que sólo pueden dar lugar a una posición sistemática, cerrada causa de tantos retrasos y desvíos en la historia de la Filosofía y de la Ciencia.

Cuando las cosas constan clara y exactamente por alguno de los medios expuestos para alcanzar la verdad son evidentes y por tanto no están sujetas a la crítica. Entiende por crítica el examen y averiguación de la verdad junto con el juicio que resulta de este examen. Una razón bien dirigida y los principios de una sensata lógica sirven de fundamento para una sana crítica.

EL ESCEPTICISMO MODERADO

En la vida práctica, cuando la acción apremia, como pasa muchas veces en asuntos de medicina y de moral, no cabe otra casa que decidirse por lo que parezca más razonable.

De este modo rechaza Piquer el escepticismo rígido por absur­do, patológico y contradictorio; más aún, no cree que nadie, a no estar loco, haya dudado tanto como se dice de Pirrón y otros escépticos antiguos.

Pero el escepticismo moderado, que consiste en dudar y suspender el juicio cuando la prudencia lo aconseja, es actitud que puede tener lugar y ser conforme a la razón, actitud que Piquer aprueba.

Desde este punto de vista pueden dividirse las verdades en tres clases: evidentes, que son los principios y axiomas de la razón y muchas que adquirimos por los sentidos cuando hacemos buen uso de ellos: certísimas, que son las que alcanzamos por la fe; y probables las que conseguimos con el trabajo y estudio, y son la mayor parte de las que poseemos con el ejercicio de las ciencias y las artes.

LA IGNORANCIA Y LAS FUENTES DEL SABER

Si el error es lo opuesto a la verdad, la ignorancia es la negación del saber, por lo tanto la ceguera de la inteligencia. El que yerra ha equivocado el camino, pero el que ignora camina entre tinieblas. Incalculables son los daños que causa la ignorancia: nos vuelve estultos y semejantes a las bestias, y además nos pone en trance de errar, puesto que todo error supone ignorancia, y a medida que aumentan nuestro conocimientos disminuye el peli­gro de equivocarse.

Tres son los medios que Dios ha dado a los hombres para evitar la ignorancia y adquirir el saber: la autoridad, la experiencia y la razón.

La autoridad puede ser divina y humana. La autoridad divina es infalible y asentimos a ella por la fe sobrenatural, que engendra en nosotros un asentimiento certísimo y pleno. La autoridad humana o se refiere al mero testimonio de hechos que escapan a nuestra experiencia personal, o al prestigio y dignidad en el magisterio de los sabios que creemos más capacitados para conocer distintas ramas de la ciencia.

Las fuentes directas del saber científico son la experien­cia y la razón. La experiencia nos suministra el conocimiento de lo corpóreo y sensible, la razón nos sugiere luces para conocer lo incorpóreo y lo espiritual.

EL EXPERIMENTALISMO RACIONAL

Aunque en las obras de Piquer se encuentra algún pasaje por el que pudiera parecer que se inclina al racionalismo y otros por los que parece decidirse por un puro empirismo, se puede asegurar, después de un examen detenido de los textos, que su pensamiento puede formularse en esta proposición de la filosofía tradicional: todo conocimiento comienza en los sentidos y se perfecciona por la razón.

Lo que más podría hacerle sospechoso de racionalismo sería su titubeo sobre las ideas innatas. Cuando directamente trata el asunto de las ideas innatas en la Lógica, sólo admite como innata la facultad de producirlas: “las ideas en rigor nunca son innatas aunque es innata en el alma la fuerza de producirlas”.

El conocimiento sensitivo:

Los sentidos, pues, son el principio de todo conocimiento y lo que primeramente nos pone en contacto con las cosas. Cuando están sanos, bien dispuestos y en proporcionada distancia del objeto todos juntos hacen evidente la existencia de las cosas exteriores, pero de modo que manifiestan sólo su exterior y no su sustancia.

Pero si por los sentidos nos consta la existencia real de las cosas, no nos hacen conocer su esencia. En todo caso toca a la metafísica el examen de las esencias; “pero el físico no conoce los cuerpos por sus esencias, sino por sus afecciones sensibles; ni producen los cuerpos sus operaciones, sino por ellas y el movimiento”.

Parece que tampoco el entendimiento alcanza las esen­cias.

Las afecciones o cualidades sensibles no son lo mismo en el hombre que las percibe que en las cosas donde se perciben. Distingue entre cualidad formal que es una sensación, de cualidad radical o virtual que es una afección de las cosas.

Aunque los sentidos no conozcan la esencia de las cosas, ni en éstas se encuentren las sensaciones formalmente tomadas, sino sólo radical y virtualmente no obs­tante los sentidos cumplen el fin para el que nos han sido dados.

Siguiendo la opinión de Malebranche y otros cartesianos en este asunto, cree Piquer que los sentidos no nos han sido concedidos para saber lo que las cosas son, sino para que nos adviertan de lo que es útil o dañoso para el cuerpo; y para ello es suficiente con las impresiones recibidas que advierten al alma, por el dolor o desagrado, lo que es nocivo, y por el placer o satisfacción lo que es proporcionado

Los elementos de la experiencia

Para la elaboración científica de la naturaleza no es apto método el puramente racional que consiste en aplicar nuestros conceptos intelectuales a las cosas acomodando éstas a aquellos; es preciso excluir todo apriorismo y toda posición sistemática que nos obligue a encuadrar los hechos en un esquema previo de nuestra mente. La experiencia sola es el único medio para conocer las operaciones de la naturaleza y la experiencia no procede por razones abstractas sino que se funda en la observa­ción y el experimento y aplica a estos los principios de la razón. De modo que no consiste sólo en una mera observación sensorial que daría lugar a un vano empirismo, sino que utilizando la observación como punto de partida debe la razón elaborar los resultados sin perder nunca de vista los experimentos y huyendo de encerrarse en un sistema previo.

Conviene distinguir entre observación, experimento y experien­cia. La observación es el principio y punto de partida; el experi­mento el medio; la experiencia el fin. La observación es la misma percepción sensorial mediante la cual nos formamos las imáge­nes o ideas de las cosas. El experimento es el hecho que observamos por los sentidos y se pinta en la imaginación y consiste en una operación de la naturaleza o un efecto de la misma. La experiencia es el conocimiento racional que tenemos de una cosa por repetidos experimentos.

El concepto de Piquer sobre los tres elementos de la experien­cia: observación, experimento y razón es constante en todos los lugares en que trata el asunto. Y en casi todo se expresa ese concepto nítida y precisamente.

Tampoco debe confundirse en Piquer experimento con experi­mentación en el sentido moderno que se da a esta palabra, como una observación de hechos o fenómenos provocados o al menos dirigidos por el observador, pues la experimentación en este sentido no está frente a la observación, como el experimento en Piquer, sino paralela a ella; cayendo, por tanto, del lado del sujeto como actitud o actividad del mismo.

En resumen, pues, los tres elementos de la experiencia son: la observación o aplicación de los sentidos a los hechos de la naturaleza; los experimentos o hechos naturales observados, y la razón, sin la cual, ni las observaciones, ni los experimentos constituyen verdadera experiencia. No se olvide que para Piquer la experiencia es siempre un conocimiento racional... de las cosas físicas, deducido de las observaciones y experimentos. Por eso he dado a su concepción el nombre de experimentalismo y no el de empirismo, del cual abomina expresamente.

DEL EXPERIMENTALISMO AL ECLECTICISMO

El eclecticismo es sin duda alguna la posición científica más conscientemente tomada y más constantemente defendida por Piquer a través de su vida. Apenas hay obra, médica o filosófica, desde Medicina Vetus et Nova hasta el Discurso del Mecanismo, en que teóricamente no defienda esta actitud y en que prácticamente no la adopte. En algunas posiciones suyas rectifica con los años, como respecto del mecanismo, en otras se muestra titubeante o poco seguro, pero respecto del eclecticismo tiene desde el primer momento ideas claras y posición firme que mantiene durante toda su vida. No es el único en su siglo y en su patria, pero es el más caracterizado ecléctico en la España del siglo XVIII.

Después de todo el eclecticismo ha sido una de las caracterís­ticas más constantes de la filosofía española. Casi todos los filósofos independientes de los siglos XVI y XVII, que tan bien conocía Piquer son eclécticos.

Piquer parte de que “La verdad no está vinculada a un solo sistema filosófico” y de que “ningún filósofo ha alcanzado todas las verdades; y ninguno hay a lo menos de los más famosos, por disparatado que sea, que a lo menos no haya dicho alguna”.

De aquí deduce la conveniencia y aun necesidad de adoptar la filosofía ecléctica. Con la actitud ecléctica se evita uno de los mayores impedimentos que existen para la investigación de la verdad y para el adelantamiento de las ciencias: el vivir encerrado en un sistema comprometido, en una escuela o secta, a jurar por las palabras del maestro. Decidirse por el eclecticismo es decidirse por la libertad de la ciencia, que va unida al amor sincero de la verdad.

Un filósofo digno de tal nombre, es decir, que ame verdadera­mente la sabiduría debe proceder del siguiente modo. Debe contar, en primer lugar, con las aportaciones de los que nos precedieron en la tarea de inquirir la verdad. Para ello deben estudiarse primero los escritores antiguos como fuentes origina­les; después leerse con atención los modernos, para ver lo que añadieron; de todos ellos, se extrae lo que parezca conforme a la verdad y junto con lo que nosotros hayamos averiguado por nuestra experiencia y nuestra reflexión se forma un cuerpo de verdades sólido, firme y duradero; de modo que la posteridad tomando este cuerpo como base vaya añadiendo lo que descu­bran el estudio y la aplicación.

En el método ecléctico es preciso evitar varios vicios que suelen hacerlo fracasar. Muchas veces repite que con las verdades recogidas hay que hacer un cuerpo ordenado de ciencia y no un amontonamiento informe. Tampoco se debe pretender reducir a unidad lo que no la tolera, como han hecho muchos sincretistas que han tratado de armonizar posiciones opuestas y aun contra­dictorias.

Como divisa de su eclecticismo ha tomado Piquer aquellas palabras de S.Pablo a los Tesalonicenses: Omnia probate, quod bomim est tenete. Y como modelos de este modo de filosofar tiene, además de hombres como Cicerón, Séneca y Vives, a los santos Padres en general, los cuales a pesar de la simpatía de algunos por Platón no se valieron de ningún sistema exclusivo para filosofar, sino que por lo común adoptaron la filosofía ecléctica.

Con tal divisa y tales modelos Piquer busca la verdad donde quiera que la encuentre sin compromiso con nada ni con nadie sino con la verdad misma. Esta actitud ecléctica aparece en sus primeros escritos y dura y se confirma a medida que aumenta en experiencia y en saber.

Piquer es pues ecléctico en Medicina y en Filosofía, ecléctico frente a los sistemas y a las escuelas, ecléctico respecto de los antiguos y modernos, ecléctico en el uso de los medios de conocimiento, ecléctico en el empleo de los métodos. El no puede estar ni con los que rechazan toda filosofía nueva, ni con los que reclaman la libre introducción de sistemas filosóficos, sin las debidas cautelas.

Los antiguos merecen nuestra veneración y respeto por haber establecido los fundamentos de la filosofía y de la ciencia, y tienen además muchas cosas aprovechables. Pero la filosofía y la ciencia no pueden detenerse, es preciso estar abierto a todo descubri­miento y a toda sólida aportación.

No rechazar lo bueno por ser viejo, ni admitir lo malo por ser nuevo.

En cuanto al eclecticismo en el uso de los medios de conoci­miento son tres: la experiencia, la razón y la autoridad. Hay sistemas filosóficos que se fundan exclusivamente en uno de estos tres elementos: el empirismo, que con frecuencia degenera en materialismo, tiene como base exclusivamente la experiencia; el racionalismo, que suele degenerar en idealismo, tiene como fundamento exclusivo la razón; el tradicionalismo que desconfía de los medios naturales de conocer, se apoya exclusivamente en la autoridad.

Cada uno de estos sistemas en lo que tienen de exclusivos son escepticismos parciales. Pero hay un escepticismo que pretende ser absoluto, el cual rechaza todo el elemento y medio de conocer. Y frente a él un eclecticismo que armoniza debidamente las tres fuentes del saber humano.

ACTITUD DE PIQUER ANTE LA HISTORIA DE LA MEDICINA

Piquer siempre tuvo un gran sentido para la Historia de la Medicina. Prueba de ello son sus magníficas Memorias Clínicas y las constantes digresiones y consideraciones históricas que se encuentran en muchas de sus obras.

Pero tiene dos opúsculos en los que respectivamente toma actitud decidida frente a la medicina de los árabes, y frente a la de dos médicos españoles del Renacimiento. Son: Discurso sobre la Medicina de los Árabes, y De Hispanorum medicina instauran­da. Su posición funda­mental, tanto en medicina como en filosofía, es el eclecticismo; pero el eclecticismo para Piquer es, ante todo, antisistematismo. Cree que uno de los grandes males de la medicina ha sido encerrarse en sistemas preconcebidos que la han llenado de prejuicios. Hay que buscar la verdad donde quiera que se encuentre sin comprometerse con un autor o con una escuela.

Pero esa búsqueda requiere un criterio selectivo. Los criterios de selección para Piquer son: el contraste con la experiencia, el recto juicio y el buen gusto.

Crítica de la medicina árabe

El vicio fundamental de que acusa a los médicos árabes es de que “profesaban la medicina, no con experimentos y observacio­nes, sino con principios fingidos, con arbitrarias imaginaciones y con perpetuos sofismas”. Dice que se crearon ciertos axiomas que no estaban fundados en la recta razón, sino en principios fantásticos que provenían de su excesiva credulidad y de su ignorancia. Se atenían más a los prejuicios filosóficos que a la sensata experiencia. Afirma que si en algunos momentos la medicina española no llegó a más perfecto desarrollo se debe a que algunos de nuestros médicos fueron excesivamente adictos a la medicina árabe. En ese mismo opúsculo insiste en que los árabes fueron inclinados a los sofismos, adictos inconsideradamente a Galeno, de quien tomaron lo filosófico sin preocuparse mucho de las enseñanzas propiamente médicas. En general se cuidaron muy poco de sacar la doctrina de las puras fuentes griegas. Esto era debido a que utilizaron traducciones de poca confianza y a que atribuyeron a los griegos obras apócrifas escritas o arregladas por ellos..

Lo que dice de los árabes lo extiende a sus secuaces europeos, de los cuales afirma que escribieron libros de gran tamaño, pero de escaso fruto, y que sólo sirven para que tengamos ocasión de reconocer las tinieblas, las fútiles y vanas sutilezas y la rudeza de aquellos tiempos. En general, pues, la medicina árabe le parecía deplorable y pernicioso su influjo. Este concepto pesimisma es extremadamente exagerado.

¿Qué razones pudo haber para inducirle a este modo de pensar? En primer lugar, el conocimiento imperfecto y parcial que de la cultura árabe se tenía en su tiempo, junto con la tónica de reacción contra la filosofía aristotélica y la medicina galénica que se respiraba en los libros en que él se formó y se inspiró.

Y, por último su misma doctrina acerca del método en medicina, que le hacía decidirse por lo sólidamente adquirido a través de la observación y la experiencia frente a todo sistematismo médico entroncado con concepciones filosóficas ce­rradas. Es curioso que mientras por un lado creía Piquer que la filosofía era necesaria al médico, hasta tal punto que él mismo escribió sus tratados de filosofía pensando sobre todo en ayudar a los estudiantes de medicina, por otro lado cree que la filosofía puede ser gravemente perjudicial a esta ciencia. Y es que hay disciplinas filosóficas que son o instrumento, o condición, o norma indispensable para un médico, por ejemplo la lógica que le enseña a utilizar sus facultades cognoscitivas y a evitar el error.

Ahora bien; Piquer era un intelectual honrado, cuyo sincero amor a la verdad le hizo cambiar de opinión en varios asuntos a través de su vida, teniendo la valentía de retractarse de lo que tenía por supera.

Unos de sus últimos escritos, si no el último, es su Discurso sobre la medicina de los árabes, en que se ha creido en el deber de moderar sus anteriores exageraciones, contrape­sando más serenamente los defectos con los valores positivos. En esa obrilla se propone “Dar noticia primero del origen, forma y progresos de los estudios de los árabes; después hacer crítica de sus principales autores médicos; últimamente, manifestar la utilidad que puede seguirse del estudio de ellos y de sus secta­rios”. Leyó directamente las obras de médicos árabes que pudo conseguir y los principales trabajos sobre la cultura y medicina árabe conocidos en su tiempo. Comienza por hacer la consideración corriente de que los árabes constituyen un pueblo sin cultura originaria, extrañándo­se de que hubiese en esto tanta diferencia con los egipcios, viviendo, como vivían, tan próximos. Más aun, durante el primer siglo de sus conquistas fueron enemigos y destructores de la cultura de los países que dominaron. Con la dinastía de los Abasidas comienza el interés y la protección de las manifestacio­nes culturales. Pero al principio los más importantes cultivadores de las distintas ramas de la cultura fueron cristianos que vivían a su servicio. Así sucedió con la medicina, una de las artes más protegidas. Los primeros grandes médicos del mundo árabe son cristianos.

Trata después de los médicos propiamente árabes que dejaron escritos. Y de éstos, sólo de aquellos cuyas obras han sido impresas, reconociendo que quedan en las bibliotecas muchos manuscritos sin publicar. Y así va enumerando los principales escritores médicos del mundo musulmán, señalando sus aporta­ciones y sus defectos y aludiendo con crítica personal a algunas discusiones y polémicas eruditas de su tiempo.

Entre los árabes españoles destaca a Avenzoar, con quien se complace por la importancia que dio a la constante experiencia en la ciencia médica; a Averroes, que “ciertamente muestra ser buen filósofo y grande médico”; al judio Maimónides; a Abulcasis, cuya valía como cirujano subraya, aunque critica su “audacia de emprender fácilmente las operaciones más crueles”, en lo que le imitan, dice, los cirujanos del tiempo presente.

Por último, pasa a valorar en general la medicina árabe. Establece como regla que, habiendo sido los griegos maestros de los árabes, son preferibles aquéllos a éstos.

No por eso deja de reconocer algunos defectos, que ha visto confirmados con la lectura directa de los autores. Han adelantado poco en anatomía y cometen muchos yerros en teoría médica. Son excesivamente crédulos, fantásticos, supersticiosos y faltos de crítica.

Elogio de la medicina española

Desde mediados del siglo XVII la medicina española estaba en lamentable decadencia. Así la encontró Piquer al comenzar su vida profesional. A través del siglo XVIII mejoró notablemente, si bien no se puso a la altura de nuestro siglo de oro ni al nivel de la medicina europea. A esa relativa mejora fue Piquer de los que más contribuyeron. Sus manuales, sus monografías, sus activi­dades desde los cargos que ocupó: la cátedra, el protomedicato, la vicepresidencia de la Academia de Medicina, sus dictámenes sobre reforma de estudios, su insistencia con tenacidad aragone­sa en inculcar sanos criterios médicos, lograron una evidente eficacia.

Mucho inculcó en todos sus escritos los métodos de observa­ción, el cultivo de los clásicos y el conocimiento de los grandes médicos contemporáneos extranjeros; pero como meta principal se había propuesto resucitar el esplendor de la medicina española del siglo XVI. Los grandes médicos españoles del siglo de oro fueron, desde su juventud, sus guías, sus maestros y sus modelos, y así quería que fuesen para los demás. A esta finalidad dedicó un famoso discurso en que hace resaltar el ingenio, la sensatez, la agudeza, la cultura, la honradez y la dignidad de aquellos hombres ejemplares.

Nadie después de los griegos logró mejor que ellos dar descrip­ciones detalladas y exactas de las características y síntomas de las enfermedades.

No disimula por eso los defectos que los españoles hayan podido tener. Reconoce que por no haber independizado suficien­temente la medicina de la filosofía de las escuelas tratan a veces cuestiones impertinentes; la excesiva adhesión a Galeno de algunos les hizo caer en errores; otros, por un vano deseo de originalidad y de decir cosas que otros no hubieran dicho, mancharon sus libros con un fárrago de cuestiones y disputas sin interés; hay quienes tienen un estilo pedestre y tosco en sus escritos proveniente de la mala formación clásica y del uso frecuente de los libros de médicos árabes, si bien es verdad que otros como Laguna, Valles, Cristóbal de la Vega. Santiago Este­ban. etc., manejaban pulcramente el latín y conocían suficiente­mente el griego. Todos esos defectos y algunos otros que se podían señalar eran propios de los tiempos y de ellos tampoco se libraron la mayor parte de los médicos extranjeros de la época.

Propone que recogiendo todo lo útil y aprovechable de los grandes médicos españoles se forme un cuerpo de doctrina y practica médicas que sería de gran interés y provecho.

Con esta preferencia por la medicina española no intenta despreciar la extranjera. Hay grandes médicos en otras naciones, cuyas aportaciones e inventos es preciso recoger como él mismo ha hecho en sus libros. Pero no todo lo que aparece como nuevo merece la justa aprobación, y es preciso tomar tan sólo lo que tiene un valor indudable. “Los médicos españoles, que son ingeniosos, están dispuestos a imitar lo más sólido de cuanto se les presenta, pero saben dejar los especiosos y falsos sistemas con que suele alucinarse el orbe literario”. Y a la acusación de que en España se iba con retroceso respecto de los países extranjeros responde: “Los españoles son tardos en recibir las novelerías que se doran con el especiosos título de inventos y les aprovecha para recibir sólo las cosas nuevas bien fundadas”. Efectivamente, muchos de nuestros médicos supieron aprovecharse de lo que eran sólidas aportaciones. Pone el ejemplo de Juan Valverde, que introdujo en España los mejores estudios anatómicos de Vesalio, añadiendo los resultados de su experiencia personal.

Además, en muchas cosas los españoles no fueron a la zaga de nadie. Ocupan primera fila en la práctica médica, con su arte de describir los síntomas, de diagnosticar las dolencias, de pronos­ticar el curso de las enfermedades.

Más aún, en muchas cosas los españoles se han adelantado a los extranjeros. Valverde fue el primero que dio a conocer la circulación de la sangre desde la cavidad derecha del corazón a la izquierda pasando por los pulmones. Valles, en su Philosophia Sacra, descubrió las fuerzas ocultas del fuego tan ampliamente descritas por Boerhave en la Química, Gómez Pereira se adelanto a Descartes en lo que se refiere al automatismo de los animales brutos.

Por estas razones expresa sus esperanzas de que la medicina española llegue a ser lo que fue y marche en progreso paralelo al avance de otras naciones. “Estoy firmemente persuadido, decía, que las escuelas establecidas en el Reino por nuestros mayores, así como hasta aquí han producido en todas Facultades los primeros hombres del mundo, continuarán en hacerlo siempre que se procuren enderezar las cosas, que andando los tiempos corrompe la frágil condición de los hombres”.




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Enviado por:Pikaple
Idioma: castellano
País: España

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