Literatura


Análisis del Romance El Veneno de Moriana


ANALISIS DEL ROMANCE EL VENENO DE MORIANA

Consideración global

1. a Asunto y tema

Este romance pertenece al grupo de los novelescos, sin fuente conocida, o atribuida al propio juglar. Se refiere a la venganza que toma Moriana en la persona de su ex amante Alonso, luego de que este le participa que va a casarse con otra e incluso la invita a ella a la boda. Fingiendo estar de acuerdo, la protagonista prepara furtivamente un veneno que hará beber en el vino con que a su vez invita al joven, quien finalmente muere; si bien dicha muerte no llega a mostrarse o narrase efectivamente sino a través de las últimas palabras del personaje.
El romance presenta así una imagen terrible de la mujer, lo que no cede ni ante el crimen para vengar su honra o su amor despechado. El perfil maligno de Moriana es destacado incluso, no sólo por su falsía, sino por su actividad de hechicera además, con la preparación de ese veneno digno de una bruja.

el personaje presenta cierto rasgo general de dignidad y osadía, de afirmación plena de su ser, acorde a ese carácter autónomo e independiente que le es típico en el Romancero a la mujer, contrastando con la torpeza del hombre, que tiene el descaro o al menos la ingenuidad de invitar a su ex amante a su casamiento. De un modo u otro, la figura femenina queda destacada no sólo por sí misma sino es desmedro de la masculina y Moriana deviene así en una suerte de heroína terrible, obteniendo su redención en los hechos más que moralmente pero en tanto don Alonso no alcanza ninguna.
Asimismo, el nombre de Moriana resulta significativo por su asociación con la base léxica “mora”.

1. b Aspectos discursivos y estilísticos

Este romance se presenta con una marcada línea narrativa, desarrollando no una historia pero si el episodio final y más importante de la misma, en lo que se advierte la concentración y efecto dramático del fragmentarismo. Si bien su comienzo no es propiamente abrupto, si lo es en la medida de que no se plantean los antecedentes de asunto, como la relación anterior de los amantes, debiendo ello inferirse del mismo diálogo que a poco se entabla entre ambos. El final trunco tampoco es tan radical, pero es ostensible en la medida de que no se muestra el hecho en sí de la muerte sino a través de las palabras y sentimiento no sólo de descaecimiento físico sino de horror de la víctima, en un recurso semejante al “Romance del enamorado y la muerte”, donde esta se halla marcada por las palabras de la propia muerte, enmarcada en alegoría.
Junto a la línea narrativa encontramos la lírica, observable en los diálogos, sobre todo en el final, que sirve para expresar los sentimientos contrapuestos de los personajes, de rencor, afirmación e ironía en Moriana, y de sorpresa, pena y pánico creciente en don Alonso.
Se ve así también la vertiente dramática junto a la épico-lírico. El componente lírico queda también destacado en el clima anímico general del poema, de animosidad e inquietud cada vez mayores.



1. c Estructura externa e interna

En cuanto a la forma externa, reproduce la típica de los romances como poemas monostróficos de octosílabos de monorrima asonante en los pares solamente, para el caso, en i-o. En el desarrollo narrativo y temático advertimos dos grandes momentos o secuencias: 1) el encuentro y diálogo inicial entre Moriana y Alonso, hasta la primera sangría (“dentro mi cuarto florido”), y 2) la ejecución del plan de asesinato desde la preparación a escondidas del veneno ( “Moriana muy ligera/ en su cuarto se ha metido”)
Este segundo momento extenso puede subdividirse a su vez en dos tramos: el de la preparación del veneno propiamente dicha y su rigestra final (maldita gota ha perdido), y el de los efectos mortales de aquél y la agonía de don Alonso (último diálogo desde: “-¿qué me diste, Moriana, /que me diste en este vino”)
Tenemos así, en total, tres secuencias, que coinciden aproximadamente con la estructura tripartita de la narración clásica: planteo o situación inicial, nudo, y desenlace.

2. Estudio del texto

2. a

El poema se abre con una pequeña introducción narrativa que muestra a don Alonso ya ansioso por madrugar y apresurar el día próximo de su boda y sus preparativos, lo que, en el contexto subsiguiente, tiene un efecto sumamente irónico y contrastivo; esa mañana o amanecer, asociado proverbialmente a la vida serán paradójicamente los del día de su muerte, y la felicidad que él supone, rápidamente se tornará en su propia desgracia.
Esto también es agravado por la propia ansiedad del personaje y su apresuramiento:
“Madrugaba don Alonso
A poco del sol salido”
Esta ansiedad y premura, también (digamos), ejecutividad negativa queda resaltada por el hipérbaton que antepone el verbo correspondiente (“Madrugaba”) al sujeto (“don Alonso”).
La ingenuidad del personaje se observa asimismo en su afán de invitar a todos cuantos les sea posible y con la mayor rapidez. La continuidad de esta acción es resaltada por el gerundio, y se introduce aquí el recurso de actualización por el uso del presente en contraste con los tiempos pretéritos de fondo, lo que confiere mayor expectativa y vivencialidad al pasaje y un nuevo hipérbaton vuelve a enfatizar la sensación de premura, ansiedad, por la anteposición del gerundio al verbo personal:
“convidando va su boda
a sus parientes y amigos”
Casi inmediatamente parece llegar a la casa de Moriana, la muestra mayor de su imprudencia y su ansiedad,
“a las puertas de Moriana
SOFRENABA SU ROCINO”
Es significativo el gesto de poner a su rocino, rocín o caballo, lo que parece sugerir un movimiento previo rápido o galopante.
En este contexto, el caballo puede verse como trasunto simbólico de esa impulsividad y dinamismo ciegos del personaje.
Se produce a continuación el diálogo, tan breve y concertado como dinámico y sin introducciones previas, acorde al uso especial de este recurso en el Romancero. Las fórmulas de saludo se suceden en quiasmo, y en un equilibrio rítmico perfecto, con un verso para cada intervención. El quiasmo puede asociarse, como disposición sintáctica singular, precisamente a lo singular y único de ese encuentro. Al mismo tiempo, sirve para yuxtaponer los dos vocativos y el contraste semántico entre los mismos: el de don Alonso más familiar e informal, lo que sugiere el trato previo con la muchacha y una probable desestima de la misma como amor meramente sensual y clandestino frente al formal y respetable de la futura esposa; Moriana, en cambio, utiliza el vocativo respetuoso, precedido por el “don”, lo que indica la calidad mayor del personaje, seguramente nobiliaria, y la situación de inferioridad social y jerárquica de la amante. Al mismo tiempo, el tratamiento formulario puede sugerir la voluntad de la muchacha por mantener las apariencias de honra y decoro a nivel público:
“-Buenos días, Moriana.
Don Alonso, bien venido”.
La fórmula de cortesía y hospitalidad “bien venido” se enmarca dentro del mismo cuidado por la formalidad y el decoro, pero también puede contener el deseo auténtico de Moriana por acoger a su amante, lo que será radicalmente desmentido en las palabras subsiguientes de don Alonso invitando a su casamiento.
Este comienzo de diálogo resulta, pues, muy significativo, porque en su aparente trivialidad y en el contexto /y cotexto) posterior trasunta sentimientos más profundos de los personajes y la revisión o inversión potencial de sus expectativas: los buenos días de don Alonso no lo serán para Moriana (por la revelación siguiente) ni para él mismo, porque ese será el día de su desgracia y su muerte. A su vez, la bienvenida de Soriana se tocará en decepción y rechazo íntimo a raíz de la noticia y, con ello, en la “malvenida” final de don Alonso o su bienvenida al horror y la muerte.
La notificación de don Alonso no puede ser más inmediata y directa:
“-Vengo a brindarte, Moriana,
para mi boda el domingo”
Se advierte aquí la brevedad y concentración de los parlamentos dialógicos del Romancero, que difieren de los de la epopeya española como el Cid, y más aún de la clásica en general, donde predomina la largueza y el empaque retórico.
Aquí, por el contrario, los personajes. Van más directamente al grano y sus sentimientos resultan muchos más vividos y patentes. En este caso, se trata de la ingenuidad y llaneza de don Alonso que así, sin más, comunica a su ex amante noticia tan decepcionante para ella.
Además de ingenuidad y torpeza, al parlamento deja ver cierta forma de insensibilidad hacia la muchacha y sus sentimientos, posiblemente regados por la felicidad que lo embarga y creyendo quizá que con la invitación se enmienda y hasta consigue halagar a la despechada. Esta falta de prudencia y hasta de sensibilidad e inteligencia desluce al personaje masculino y comienza a precipitar su caída.
En contraste con el carácter burdo y más bien desatinado, responde Moriana con parlamento mucho más agudo y oportuno, sin dejar de manifestar su disensión y sus derechos y comenzando con la simulación:
“- Esas bodas, don Alonso,
Debieran de ser conmigo;
Pero ya no lo sean,
Igual el convite estimo,
Y en prueba de la amistad
Beberás del fresco vino,
El que solías beber
Dentro mi cuarto florido”.
Como rasgo más notorio de contraste con el parlamento de don Alonso se halla el de su extensión mucho mayor, y un uso mucho más efectivo y sutil la vez, para los fines perseguidos. Pese al predominio de la simulación, Moriana manifiesta con total sinceridad su desaprobación, al comienzo, lo cual constituye un rasgo de autoafirmación típico de la mujer en el Romancero.
Pero enseguida se impone la prudencia y la astucia (a diferencia de don Alonso) para el engaño. Asimismo, la primera muestra de sinceridad no sólo es a tales efectos, sino para hacer más creíble su buena voluntad, que hubiera resultado muy sospechoso de no haber estado presente esa manifestación inicial de disconformidad. Otro elemento eficaz para el engaño es que la aceptación para el casamiento se realiza en términos muy sobrios: “estimos”, y priorizando así nuevamente apariencias y cortesías, lo cual queda reforzando por el hipérbaton que antepone el objeto directo.
Los versos siguientes presentan la invitación, a su vez, de Moriana, en prueba de la amistad, indicando de este modo la concordia y la falta de rencor, el probable cambio del amor en simple contrariedad pero la via para hacerlo es el vino, que en este contexto particular, cobra un sentido agregado, una connotación, de sensualidad y reminiscencia lasciva por la asociación da a lo orgiástico, pasional y dionisiaco. Debe recordarse que el vino era entonces la bebida más frecuente, mañas aún que el agua, por la insalubridad general de ésta, volviéndose lo más propicia para cualquier encuentro de camaradería a secas. Pero, como decíamos, no es tan simple en este contexto, el último brindis íntimo de dos amantes, y por las propias palabras de la muchacha, que ahonda el componente de sensualidad mencionando, primero a través de la mera sensorialidad: del “fresco vino”, con adjetivo relativo antepuesto que refuerza dicho atractivo gustativo y que se repetirá luego cuando lo sirva al invitado: contribuye a este fin exhortativo la reiteración del verbo “beber” en distintas flexiones, como conjugado (en futuro Indicativo) y en infinitivo el que a su vez también se repetirá luego. Este uso de la figura etimológica enfatiza la actividad de beber como necesidad física y sensual a la vez, y se afirma este último sentido por la mención de hacerlo “dentro mi cuarto florido”. Se evoca así el espacio íntimo de la antigua (y aun patente) unión sexual de los amantes, y ello es aún más destacado, aunque por sugerencia, por el adjetivo metafórico “florido”, en probable alusión a la juventud, belleza y exuberancia de la ex amante y del erotismo en general.
Por otra parte, es una muestra del lenguaje poético al que tiende el Romancero a través de diferentes recursos, como ya vimos, entre las cuales no es quizá la metáfora el más frecuente, pero sí el más significativo y cargado de riqueza tanto expresiva como semántica y connotativa cuando aparece.
La invitación de Moriana, entonces, constituye una exhortación implícita a un nuevo disfrute de la sensualidad, como si estuviera tentando al ex amante a volver a su condición de tal, a su última picardía, digamos, por su conocimiento del alma humana, en especial la masculina, y sus defectos. Asimismo, esta invitación a la concupiscencia, si no a la lujuria propiamente, también se vuelve creíble por la posibilidad de trasuntar su propio deseo, halagando así tanto la sensualidad del ex amante como su amor propio de tal. Todo ello, claro está, en un tono dedicado y sutil de alusiones y sugerencias, pero que así, quizá, se carga aún más de emotividad y sensualidad.
Otro aspecto significativo de este pasaje es que no sólo prepara el segundo momento, y central, de la composición, sino la inversión fundamental de expectativas también de signos: el cuarto florido del amor y la vida se convertirá en el sombrío y terrible de la muerte y del crimen.
Concluimos el análisis de este primer diálogo reiterando el uso especial del mismo tanto en este poema como en los romances en general: se trata de un intercambio de parlamentos tan concentrado como dinámico, y el mejor recurso para manifestar los sentimientos de los personajes, ya de manera directa, ya más sutil, sugerida y sugerente. Como más específicas de este romance, se destacan dos rasgos: el planteo de la inversión general de los signos y símbolos, y el orden de una secuencia que se repetirá en el diálogo final, ocupando el primer lugar don Alonso, y el segundo, Moriana; pero con una gran diferencia: en el primero, los parlamentos de Moriana son reacciones a los de don Alonso el inicial o activo, es como reacción a las acciones de la protagonista, y asimismo será ésta quien cerrará el diálogo y todo el poema, en autoafirmación definitiva.

2. b El Segundo momento o secuencia del romance es el de la puesta en práctica del plan de asesinato por Moriana. Es, pues, el más dramático y de mayor extensión, comienza en el verso “Moriana, muy…” A su vez, puede subdividirse en dos pasajes: la preparación del veneno y su ingesta tras desconfianza inicial de Don Alonso; y la reacción de este que lo llevara a la muerte, tramo exclusivamente dialógico (desde “¿Qué me diste, Moriana?”).
Se muestra la actitud presta y decidida de Moriana quien “muy ligera / en su cuarto se ha metido”. El personaje es rápido en la ejecución de su plan, como antes aun lo había sido en su preparación verbal, inmediata a la notica de don Alonso y sin menor alteración. Ahora se enfatiza con el aumentativo enfático “muy”, y el adjetivo puede tener asimismo la connotación de astuto o sagaz, esta ligereza, por precisa y pragmática contrasta con la de Don Alonso ingenuo, imprudente, y que lo llevaría a la muerte. Moriana en cambio, se muestra plenamente consciente y apercibida de lo que hace, y su rapidez resulta así ejecutiva y eficiente en su exclusivo beneficio.
Los versos siguientes describen el preparado del veneno como enumeración de elementos sobre la base de una misma acción.
Se da aquí la primera inversión efectiva y fundamental del romance: el cuarto del amor se transforma en el de la muerte. Y es también un trasunto de otro contrario del amor: el de la soledad final de Moriana, aunque con su despecho redimido. No queda claro en el poema si el brindis se realiza también allí, aunque es de suponer por la inmediatez de la invitación de Moriana con respecto a este pasaje, sin embargo, no es seguro. Lo cierto es que dicha invitación se enmarca en un clima de camaradería y con reminiscencias eróticas, que luego será desmentido de modo cruel y fatal. Y este desmentido comenta para el lector en este fragmento, donde el juglar se detiene en las peculiaridades desagradables de los elementos del veneno. Este viene a ser también, en el plano connotativo una suerte de metáfora del veneno interior de Moriana, de lo “envenenada” que esta por dentro: de su gran rencor y resentimiento como sustancia anímica negativa y de potencial agresivo y mortal. Los elementos del tosigo enfatizan este paralelismo físico - anímico - psicológico, a través de ingredientes particularmente revulsivos y hasta repulsivos, que además, consolidan el perfil demoniaco de Moriana como bruja y hechicera,
“tres onzas de solimán
con el acero ha molido,
de la víbora los ojos,
sangre de un alacrán vivo: …”

El solimán es un sublimado corrosivo, de fuerte efecto ácido y aniquilante. Es el primer elemento y el único, en rigor, con poder físico y efectivo. Se administra una dosis precisa y excesiva como para evitar cualquier posible supervivencia. Esto demuestra la inteligencia práctica de Moriana, que prioriza el ingrediente más efectivo y estrictamente químico, para agregar luego lo más terrible: “ojos de víbora y sangre de alacrán”. Estos elementos hacen a la imagen popular y arquetípica de la bruja y sus brebajes maléficos, por ejemplo. Tienen particular importancia los animales elegidos por pertenecer a la categoría más baja. Estos seres degradados sirven a la vez para destacar o sugerir el perfil moral maligno extremo de Moriana en su venganza, como víbora y escorpión, por otra parte, metáforas lexicalizadas para indicar a personas ruines, agresivas y perdidas. Estos últimos rasgos se ven enfatizados por las partes elegidas: los ojos de la víbora en donde reside popularmente el mayor poder, hipnótico, con el que paralizan a sus víctimas; y la sangre del escorpión, llena de su veneno letal y ardiente, tanto más por estar vivo, los animales emblemáticos de la traición, la crueldad y el engaño se vuelven así los ideales para un veneno tan físico como anímico. Se agrega, por cierto, con matiz mayor de crueldad, que proviene de la propia Moriana al moler sus partes vitales como si ella misma fuera más cruel y terrible que esos seres que ya lo son en grado sumo. La acción en cuestión, moler, resalta esta crueldad intensificada y demuestra nuevamente la ejecutividad y hasta contundencia implacable del personaje; rasgo que es aun más destacado por la metonimia “acero” (el material por el objeto: martillo, cuchillo).El metal representa esos nervios y esa voluntad de acero de la protagonista, así como su carácter frío y despiadado para la venganza. Esta generalidad se complementa con el ardor implícito del rencor par la connotación infernal de los animales utilizados, y aunque ellos también, de sangre fría.
Debemos señalar que la preparación del veneno muestra el perfil hechicero del personaje, con cierta caracterización intensificada, hiperbólica.
El solimán, los ojos de víbora, la sangre de escorpión vivo. Cuando se llega a esto se completa un clímax de tensión dramática, que prepara el de la muerte final y se completa con ella.
Una última consideración sobre este pasaje. La preparación del veneno constituye mediante la presentación de esa acción, no solo un elemento importante a nivel narrativo, sino también para la caracterización de Moriana como personaje para trazar un rasgo fundamental de su personalidad: su malignidad y resolución para la venganza. En este sentido contiene una etopeya implícita: la descripción del veneno, su preparación e ingredientes, equivale a su retrato espiritual, psicológico, nos habla de cómo es ella por dentro a través de sus actos, antes que por su físico. Este elemento de su retrato literario, aparecerá luego y solo a través de unos pocos rasgos, aunque significativos.
A la preparación del veneno sigue la segunda parte del plan: la ingesta de aquel por parte de la víctima. A este momento se pasa rápidamente y sin transiciones, lo que sugiere una elipsis u omisión narrativa, que puede incluir el traslado de la bebida a presencia de Don Alonso o bien la entrada de este al cuarto. La elipsis favorece al dinamismo de la acción, un rasgo de todos los romances y concentra la atención en el o los episodios fundamentales. También hay elipsis en la presentación del parlamento de Moriana, sin introducciones, como ya había sucedido con el primer dialogo. Dicha introducción deberá entenderse lacónicamente nada más que a partir de los dos puntos de presentación que rematan la enumeración del veneno. Se trata ahora de dos intervenciones breves, de la misma extensión (dos versos cada una) y en que vuelven a confrontarse los dos caracteres y voluntades.

“Bebe, bebe don Alonso,
bebe de este fresco vino…”
“Bebe primero Moriana
que así esta puesto en estilo” Surge aquí una posible suspicacia y afán de prevención; única muestra de prudencia, por cierto, del personaje. Ello demuestra que no es tan ingenuo ni atropellado; también que puede ser hasta sutil para encubrir la desconfianza en una preocupación por las breves costumbres caballerescas. Tal prevención, no obstante, no le valdrá de nada, por la astucia y capacidad de simulación que inmediatamente manifestará Moriana, unida al rasgo más destacado de don Alonso: su falta de observación y su impulsividad, que lo despeñan sin remedio hacia su propia perdición.
Pero esta oposición importa por introducir una tensión extra en el episodio: la de un posible obstáculo para el asesinato, y la tensión resultante entre los dos personajes. Es como si este pasaje constituyera la complicación o peripecia para Moriana, siendo que la principal y mayor es la de don Alonso, y aunque la heroína supere con facilidad el trance. De todos modos, la tensión introducida contiene mayor interés al relato y lo vuelve más patético todavía.
Ante el requerimiento de don Alonso, Moriana simula beber vino y el juglar muestra especial atención en ese acto, porque es otra muestra de la astucia del personaje y su capacidad para el engaño, pero también porque es la ocasión para mostrar algunos de sus rasgos físicos peculiares:

“Levantó el vaso Moriana,
lo puso en sus labios finos;
los dientes tiene menudos,
gota adentro no ha vertido…”
Llama la atención la semejanza de esos dos rasgos faciales, igualmente delicados. Se trata un breve esbozo de grafopeya o descripción física, a través de dos rasgos parciales, que quizá son representativos de un conjunto mayor: delicadeza y finura, belleza femenina que hace a los atractivos eróticos y más genéricamente estéticos del personaje. También cumplen un efecto práctico: labios y dientes así son más fáciles de ocultar. Los elementos grafopéyicos pueden transmitir otros. Lo etopéyico estricto se completa en este pasaje a través de la acción misma de simular la ingesta, evidenciada en la negación enfática final.

“Don Alonso como es mozo,
Maldita gota ha perdido…”

Se explicita aquí el rasgo más distintivo del personaje y que quizá justifique su imprudencia o impulsividad: la juventud. Asimismo, se refuerza el contraste o antítesis con Moriana en general, quien es igualmente joven y como tal “ligera y ejecutiva” pero con la precisión de inteligencia y la sangre fría de la juventud mas lucida e incluso ante situaciones límite o extremas como el crimen y que así lo requieren.
El contraste definitivo entre los dos personajes se completa y planifica en este momento y se concentra particularmente en la afirmación enfática, contraria a la de Moriana, y sobre la base de la misma anáfora: “maldita gota ha perdido”. Y naturalmente el adjetivo no solo tiene valor general por su uso coloquial, sino hasta literalmente porque se trata de gotas malditas en todo sentido. La anteposición del objeto directo al verbo enfatiza tanto lo maligno de Moriana como la impulsividad de don Alonso. El poema se cierra con la agonía de don Alonso, desenlace de todo el episodio y exclusivamente diálogo. Este formato discursivo es peculiar ya que por su intermedio se muestra la acción final. O sea, lo dramático vehiculiza lo narrativo, que no se cuenta sino que se habla y se evidencia a través de parlamentos.

El diálogo es una suerte de mímesis directa incrustada o insertada en la secuencia predominante narrativa.
Aquí, además tiene el efecto de aumentar al máximo la tensión emocional, Y lo cierto es que este pasaje es trágico en un doble aspecto: el temático y el dramático en sentido estricto. A la vez, lo dramático destaca lo lírico y anímico de los sentimientos de los personajes. Lo dramático, lo lírico y lo narrativo (implícito) confieren así a este final una síntesis de la complejidad estructural del romance como género.
Otro elemento que aumenta la tensión dramática es que se trata de un diálogo confrontativo, con personajes enfrentados y contrapuestos en una pugna definitiva: la amante despechada y la victima de su venganza.
Don Alonso es el primer alocutor, pero no tiene un papel activo desde el punto de vista pragmático, sólo a nivel discursivo. Pero su discurso no es autónomo sino que resulta una reacción pasiva, perpleja y aterrada ante los efectos del veneno. A su vez, las respuestas de Moriana a sus intervenciones sólo son pasivas en apariencia: contestan a las preguntas de su alocutor y la ubican en receptiva o alocutoria, pero sobre la base de una actitud activa que fue la de inducción del veneno, y sus respuestas contienen además una cuota de ironía general y de implacabilidad que desesperan y mortifican aún más al personaje.
Debido a tales aspectos este diálogo se relaciona con el primero en una suerte de paralelismo antinómico o antitético: el primero, más breve, desarrolla el mismo orden de alocutor-alocutorio, Don Alonso-Moriana, en tres pares de intervenciones, pero desde donde esta se limita a reaccionar ante la iniciativa tanto discursiva como fáctica de Don Alonso; el ultimo diálogo presenta la misma secuencia de interlocutores, pero más larga y con mayor número de intercambios o pares de parlamentos encadenados: cuatro. También es Alonso el alocutor inicial de cada dupla pero para manifestar su pasividad como víctima, su reacción ante la verdadera iniciativa, que proviene de Moriana, y manifestando el triunfo definitivo de ésta.

El llamado diálogo rítmico que aquí se desarrolla sobre una base paralelística, ve aun más destacados estos rasgos por el uso de la anáfora disparadora de los parlamentos de don Alonso y, así también, de los de Moriana: “-¿Qué me diste, MORIANA…?”. En general, también, este diálogo procede por intensificación progresiva de la tensión, hacia un clímax que estalla en las dos últimas intervenciones, referidas a la muerte de la víctima, y que aumentar el paralelismo del pasaje por tratarse de los parlamentos breves y lapidarios.
Procediendo a un análisis más detallado de este último tramo, lo primero que llama la atención, además de la exclusividad discursiva del diálogo, es el comienzo directo del mismo, no sólo sin introducciones de presentación del narrador sino de toda mención narrativa en general, pasando abruptamente del momento en que don Alonso bebe el veneno en casa de Moriana, a cuando ya ha salido y montado su caballo. Se advierte así una elipsis narrativa implícita, una omisión y sobreentendido de hechos narrativos, intermedios y mecánicos que por eso se obvian, para ir directamente al hecho más dramático: la agonía de don Alonso. Ello nos habla de la concentración en la acción y sus tensiones emocionales, típica de los romances, lo que ahonda su dinamismo y dramatismo (“como en el “Romance del enamorado y la muerte”).
El primer parlamento de don Alonso irrumpe de este modo con la mayor angustia y horror, lo que es enfatizado por el estilo interrogativo y la repetición anáfora del segmento principal de la interrogación, que expresa al máximo la perplejidad y desesperación creciente de la víctima:

“-¿Qué me diste, Moriana,
qué me diste en este vino?”
Este pasaje, al mismo tiempo, resulta importante porque implica la toma de conocimiento del personaje.

Se trata de un romance trágico, si cabe al término, e incluso en este último tramo, también en el plano estrictamente enunciativo, ya que el poeta desaparece para cederles la palabra por entero a los personajes.
La conciencia o intuición de que ha sido envenenado se completa con la primera comprobación física: la progresiva pérdida de la visión que le impide ver al caballo y no pasa de sus propias manos en las riendas:
“-¡las riendas tengo en la mano
Y no veo a mi rocino!”
Es significativo que se destaque el efecto del veneno sobre la percepción, y no el de sus dolores físicos, con lo que el pasaje se vuelve más angustioso y resalta el peor efecto de la muerte sobre la vida: la disolución total del mundo físico y con él, del propio ser y el universo todo.
El paralelismo de este hecho es resaltado por el uso de signos de exclamación(a nivel enunciativo).
Por su parte, la anteposición del objeto directo “las riendas” al verbo “tengo” pone de relieve la restricción cada vez mayor de la visión limitada, así como reproduce el punto de vista subjetivo del personaje a esa altura, su mirada a la vez tan estrecha como angustiada y amenazada.
La respuesta de Moriana, contrasta con este tono angustiado e inocente (en cuanto victima), y se trasluce la mayor ironía al recordarle a su víctima sus deberes de futuro esposo:
“-Vuelve a casa, don Alonso,
que el día ya va corrido
y se celará tu esposa
si quedas acá conmigo.”

A la vez es un agravante para la angustia de don Alonso, no sólo por su propia muerte, sino porque la misma ocurrirá nada menos que en la casa de su ex amante, con lo que su memoria quedará así deshonrada ante su prometida y familia.
No deja de llamar la atención, en este contexto, la mención de lo avanzado o “corrido” del día, no sólo por su valor cronológico, sino por su posible connotación simbólica: es el día y la luz de la vida lo que se está terminando también para don Alonso.
Por su parte, el verbo celar se utiliza aquí en el sentido de recelar o desconfiar, no el actual de celos amorosos, pero no deja de connotar también este ultimo sentido.
Moriana manifiesta entonces una actitud general despiadada y tan sutil como contundente en su crueldad, no sólo física por la administración del veneno, sino verbal, afirmando así su resarcimiento final por el despecho sufrido, y ahora revertido con creces.
El segundo parlamento de don Alonso repite la anáfora interrogativa, lo que refuerza el aspecto rítmico del diálogo y esa suerte de musicalidad trágica de fondo que lo caracteriza. Al mismo tiempo, en el plano de los contenidos, se continúa con el proceso de disolución perceptiva y visual, ahora total.

“¿Qué me diste, Moriana,
que pierdo todo el sentido?”
Como en el parlamento anterior del personaje, éste se completa con un enunciado exclamativo de dos versos, con el agregado de que el tono angustioso y desesperado es ahondado por el uso del imperativo, que tiene más bien, un tono de súplica extrema y de ofrecimiento subsiguiente, el de casarse con la despechada; propuesta que resulta especialmente ingenua y habla de que este rasgo es el más característico del personaje. La diferencia está en que si antes era más bien inspirador de rechazo e incluso desestima, ahora lo es de la mayor compasión y conmiseración con su impotencia y desgracia:
“¡Sáname de este veneno,
yo me he de casar contigo!”
Por eso, porque la suerte de don Alonso ya está echada, el parlamento de respuesta es mucho más breve y por lo tanto lapidario. Moriana pierde así, en extensión discursiva pero no en importancia dramática,
“-No puede ser, don Alonso, que el corazón te ha partido!”
Es como si estas palabras fueran la reafirmación verbal de la muerte física, el dialogo médico, casi, dicho con la mayor indiferencia y falta de piedad.

Esta intervención breve de Moriana da la tónica a la siguiente de Don Alonso.

El ultimo parlamento de don Alonso marca el punto más alto de tensión y angustia y es el que muestra al personaje como más frágil, inocente y humano, al acordarse de su madre, antes que de su prometida y de cualquier otro ser:
“¡Desdichada de mi madre
que ya no me verá vivo!”
Don Alonso se muestra así en su máxima resignación y dolor, casi como un niño, y es entonces que despierta la mayor compasión y corriente de identificación en el lector o receptor. La afirmación final en futuro tiene valor de prolepsis o salto hacia delante en el tiempo, obviamente, inevitable, pero que tiene el efecto de hacer presente el hecho de la muerte que no se muestra y así quizá resulta más sugerente y angustioso por hallarse en las propias últimas palabras del moribundo(1).
Pero las últimas del poema corresponden a Moriana, quien así reafirma aún más su victoria, tanto más porque se permite retrucar a su victoria, es decir, utiliza el retruécano como recurso expresivo: retomar una palabra, expresión o frase anterior (generalmente de otro interlocutor, como es el caso) para modificar su sentido o intensificarlo en beneficio propio:

“-Más desdichada la mía
desque te hube conocido”

Ahora bien, esta afirmación o, más bien, contra afirmación final, no sólo comporta el talante vengativo y hasta prepotente de Moriana sino, a la vez, y por el contrario, su lado más sensible: es un sincero lamento por su propia desdicha, la de haber conocido al hombre que causó su decepción y desgracia sentimental, que ahora explicita junto a la física de la muerte de don Alonso. Aparece aquí también la fragilidad íntima de la figura femenina.

Aquí, también se trasluce el lado frágil de Moriana, junto con el de don Alonso; tanto mayor por la mención de la madre, desdichada así de haber dado vida a su hija sólo para conducirla a ese sufrimiento anímico; desdichada también, por qué no, de hasta ver convertida a su hija en asesina(2).
El romance termina aquí abruptamente, pero con un parlamento que hace de cierre dramático y que tiene además de estos aspectos, valor lírico en sí en tanto trasunta el sentir más íntimo de la protagonista y deja al lector con esa doble nota de pesar y angustia, tanto como con los de moribundo, cuyas palabras son retomadas.


(1)- Obsérvese además el uso peculiar de la lítote, que en este caso tiene un valor más dramático por enfatizar así la pérdida y desprendimiento definitivo de la vida, que es el efecto más terrible y doloroso de la muerte y que no hubiera sido tan ostensible con su mera mención directa.

(2)- Asimismo el verso “desque te hube conocido” revierte o transforma la prolepsis de don Alonso en analepsis, retrospectiva o salto hacia atrás, importante porque de ese modo Moriana reafirma que la mayor desgracia es la suya y de mayor antigüedad al remitirle a los orígenes mismos de la relación.




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