Música
Alfredo Kraus
(Redacción de las Palmas de “El Mundo”)
La muerte del tenor Alfredo Kraus ha supuesto un duro golpe a la vida musical canaria y más concretamente a la de Las Palmas, su ciudad natal. Para la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, según su gerente Juan Antonio González, "la muerte de Kraus es una pérdida tremenda. A pesar de conocer su enfermedad y el alcance de ésta no te das cuenta de lo que realmente pasa hasta que sucede. Su trayectoria y enseñanzas quedan imborrables, y por nuestra parte el Concurso Internacional de Canto Alfredo Kraus. Continuar con éste, para nosotros, es el mejor homenaje que se le puede hacer".
Por su parte, la vicepresidenta de la Sociedad Filarmónica, Margarita Guerra, tremendamente afectada por la noticia declaraba a Mundo Clásico "Aún no lo creo, hace dos días hablé con Madrid, con su hija y me decía que su padre estaba mejor, que ya salía al jardín... sinceramente pensé no ya que volviera a cantar pero sí que al menos se estaba recuperando. Esto ha sido una noticia tremenda para nosotros. Alfredo Kraus siempre apoyó a la Sociedad Filarmónica. El fue el que pidió para nosotros el Premio Canarias considerando la labor que se realizaba desde nuestra sociedad. Ese apoyo incondicional es muy de agradecer para nosotros, así que seguramente el primer concierto de la temporada, el 14 de octubre, se lo dediquemos a Alfredo Kraus".
Amigo personal desde la infancia además de admirador, el Presidente de los Amigos Canarios de la Ópera (ACO), Juan de León, reconocía también su enorme tristeza ante la noticia. "Desde que estuvo con nosotros en marzo, su último concierto público, ya se notaba que no estaba bien. Pero fíjese. Su último concierto lo dio en Las Palmas, su ciudad, allí le rendimos homenaje concediéndole la medalla de oro de ACO. Alfredo -continúa- fue un extraordinario cantante si no el mejor. Su Werther, su Duque de Mantua, bueno, en realidad todo lo que fuera el repertorio francés. Sin duda fue el número uno. Tuvo una de las carreras más duraderas sólo limitadas tras la muerte de su esposa, Rosita, hace dos años."
Al recordar a Alfredo Kraus, Juan de León evoca algunas anécdotas con él, "son muchas -dice- pero recuerdo especialmente cosas de nuestra juventud, cuando vivíamos en Ciudad Jardín [un barrio de Las Palmas]. El le daba clases a mi madre, tendría entonces 17 años y yo unos 15 ó 16. Cada día cuando terminaba yo le pedía que cantara la romanza de la Fanciulla del West y siempre me hacía caso. Así que cuando vino ahora en marzo, comentándolo me dijo Y yo era tan tonto que te la cantaba todos los días".
"Alfredo, afirma Juan de León, siempre fue el mismo, siempre fue para sus amigos como había sido de joven, sencillo, nunca se le subió el éxito a la cabeza".
Otras declaraciones
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Teresa Berganza: "El artista es inmortal. El cantante no ha muerto, ha muerto el amigo"
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Mariano Rajoy (Ministro de Cultura): "Ha muerto uno de los máximos exponentes de la lírica española"
Miguel Ángel Cortés (Secretario de Estado de Cultura): "Era una de las grandes voces de la lírica española de este siglo que, además, era una gran persona. Maestro de cantantes, ha marcado una huella en lo que era el cante lírico en España. Temíamos su muerte desde que conocimos su enfermedad. Y le vamos a echar de menos"
Robert Cardinalli (United Nations, Kathmandu, Nepal): "La muerte de un artista produce más melancolía y angustia que la de cualquier otra profesión. Así sucede con Alfredo Kraus, uno de los mejores cantantes de nuestra época. Un hombre amable, un intrépido buscador de la verdad en la música. El no sólo fue tocado por la Musa, sino que fue premiado por las Tres
Biografía
Alfredo Kraus Trujillo nació en Las Palmas en 1927.
Aunque comenzó estudios de peritaje industrial por deseo paterno, pronto se dedicó al estudio de canto con Mercedes Llopart. Debutó en el Teatro Real de El Cairo en 1956 con el papel del Duque de Mantua en el Rigoletto de Verdi. Posteriormente hizo lo propio en Turín con el rol de Alfredo Germont de La Traviata, repitiendo al año siguiente en Londres. En la temporada 1957/58 cantó en el Teatro Sao Carlo de Lisboa La Traviata con Maria Callas. Su debut en el Covent Garden de Londres se produjo en 1959, con el papel de Edgardo en Lucia di Lammermoor, uno de sus más logrados papeles. En 1960 actuó por primera vez en el Teatro alla Scala de Milán, encarnado el personaje de Elvino en La Sonnambula, para seis años después debutar en el Metropolitan House de Nueva York otra vez con Rigoletto.
Kraus ha sido considerado como el mejor tenor ligero de su generación, destacándose su perfección técnica, la claridad de dicción y su dominio del agudo, alcanzando el re(2). Los críticos han justificado la longevidad de su carrera en su cuidado repertorio que se limitó a la música que mejor se adaptaba a su voz.
En 1991 se le concedió el Premio príncipe de Asturias.
Ha tenido la gran virtud de que todo lo que ha cantado lo ha cantado a la perfección y con el estilo y la técnica más depurada, pero si hubiese que destacar algún personaje, nos quedamos con sus magistrales Duque de Mantua, Des Grieuxm, Werther, Nadir, Edgardo, Don Ottavio, Conde Almaviva, Alfredo, etc.
Tras la muerte de su mujer en 1997, Kraus ha estado sumido en una profunda tristeza que le hizo pensar incluso en la retirada definitiva de los escenarios líricos. Pero demostrando su gran entereza y personalidad, ha seguido ofreciendo conciertos hasta que una grave enfermedad lo llevó de nuevo junto a su amada esposa.
Discografía
Alfredo Kraus nos ha dejado una extensa discografía que paso a citar a continuación.
Acompañando a cada grabación se citan el Autor de la Opera, Título, el Rol que desempeña en ella el/la intérprete, el código de la grabación, los principales cantantes, la orquesta y coro y el director.
Daniel-François Auber
La Muette de Portici (Masaniello) EMI 7 49284-2
1986 Kraus, Aler, Anderson, Lafont, Ensemble choral Jean Laforge, Orch. Phil. de Monte-Carlo, Fulton
Vincenzo Bellini
I Puritani (Arturo) Lyric LCD 195-2
1962 (Dic. 26) Kraus, Freni, D'Orazi, Arie, Orch. e Coro del Teatro Comunale di Modena, Verchi
I Puritani (Arturo) Ornamenti FE 107
1972 (Feb. 6) Kraus, Maliponte, Raimondi, Cappuccilli, Orch. e Coro del Teatro Bellini di Catania, Gavazzeni
I Puritani (Arturo) Arkadia DCMP 352 475-2
1972 (Ago. 6) Kraus, Deutekom, Mastromei, Giaiotti, Orquesta y Coro del Teatro Colón de Buenos Aires, Veltri
I Puritani (Arturo) EMI CMS7 69663-2
1979 Kraus, Caballé, Manuguerra, Ferrin, Ambrosian Opera Ch., Philharmonia Orch., Muti
La Sonnambula (Elvino) Bongiovanni Golden Age of Opera 111/12
1961 (Mayo 26) Kraus, Scotto, Vinco, Orch. e Coro del Teatro La Fenice di Venezia, Santi
Georges Bizet
La Jolie Fille de Perth (Henry) EMI 7 47559-8
1985 Kraus, Anderson, Quilico, van Dam, Zimmermann, Bacquier, Ch. et Nouvel Orch. Phil. de Radio France, Prêtre
Les pêcheurs de perles (Nadir) Movimento Musica 051032
1960 Kraus, Malgarini, Taddei, Cava, Orch. e Coro di Milano della RAI, La Rosa Parodi (sung in Italian)
Les pêcheurs de perles (Nadir) Bongiovanni GB 516/7-2
1970 Kraus, Maliponte, Bruscantini, Campo, Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatre del Liceu de Barcelona, Cillario
Les pêcheurs de perles (Nadir) Standing Room Only RSO-502-2
1981 (? ?) Kraus, Devia, Sardinero, Foiani, Orquesta y Coro del Festival de Bilbao, Rivoli
Arrigo Boito
Mefistofele (Faust) GOP 713, Ornamenti FE 101
1965 (Oct. ?) Kraus, Ghiaurov, Tebaldi, Suliotis, Ch. and Orch. of the Lyric Opera of Chicago, Sanzogno
Luigi Cherubini
Ali-Baba (Nadir) Nuova Era 2361/62, Memories HR 4513/14
1963 (Junio 15) Kraus, Ganzarolli, Stich-Randall, Montarsolo, Santunione, Orch. e Coro del Teatro alla Scala, Sanzogno
Léo Delibes
Lakmé (Gérald) Ornamenti FE 108
1980 (Nov. ?) Kraus, Welting, Kraus, Plishka, Holloway, Ch. and Orch. of the Dallas Opera, Rescigno
Gaetano Donizetti
Don Pasquale (Ernesto) Verona 27023/24, Bongiovanni GB 2091/92-2
1963 (Sept. 7) Kraus, Corena, d'Angelo, Capecchi, Orch. e Coro del Teatro San Carlo di Napoli, Erede
Don Pasquale (Ernesto) Golden Age of Opera 202/03
1973 (? ?) Kraus, Montarsolo, Guglielmi, Panerai, Orch. e Coro del Teatro alla Scala, Bellugi
Don Pasquale (Ernesto) Arkadia 352 134
1974 (Nov. 2) Kraus, Ganzarolli, Cotrubas, Sardinero, Ch. and Orch. of the Lyric Opera of Chicago, Bartoletti
L'Elisir d'amore (Nemorino) GOP 719-2
1968 (Marzo 16) Kraus, Peters, Sereni, Corena, Metropolitan Opera Ch. and Orch., Cleva
L'Elisir d'amore (Nemorino) Standing Room Only SRO-513-2
1975 (? ?) Kraus, Freni, Ganzarolli, Ch. and Orch., Sanzogno
La Favorita (Fernando) G.O.P. 703-cd2
1967 (Junio 25) Kraus, Cossotto, Bruscantini, Vinco, Orquesta y Coro del Teatro Colón de Buenos Aires, Bartoletti
La Favorita (Fernando) Foyer 2CF 2054
1971 (? ?) Kraus, Cossotto, Bruscantini, Raimondi, Italian Opera Ch., NHK Sym. Orch., de Fabritiis
La Fille du régiment (Tonio) Myto MCD 932.76
1973 (Nov. 20) Kraus, Sutherland, Malas, Resnik, Chicago Lyric Opera and Ch., Bonynge
La Fille du régiment (Tonio) Standing Room Only SRO 513-2
1975 (? ?) Kraus, Freni, Ganzarolli, di Stasio, Ch. and Orch., Sanzogno (sung in Italian: La Figlia del reggimento)
La Fille du régiment (Tonio) Angel CDMB-63128, EMI CDS7 63128-2
1986 (Mayo 14,19) Kraus, Anderson, Trempont, T'Hezan, Ch. et Orch. de l'Opéra de Paris, Campanella
Linda di Chamounix (Carlo) Legato Classics LCD-121-2, Foyer 2CF 2045
1975 (? ?) Kraus, Rinaldi, Bruson, Zilio, Cava, Dara, Orch. e Coro del Teatro alla Scala, Gavazzeni
Lucia di Lammermoor (Edgardo) Great Opera Performances GOP 747
1963 (? ?) Kraus, Scotto, Bruscantini, Washington, Orch. e Coro del Maggio Musicale Fiorentino, Rigacci
Lucia di Lammermoor (Edgardo) GDS 21040
1970 (? ?) Kraus, Sills, Sardinero, Hale, Ch. and Orch. of the Philadelphia Lyric Opera, Guadagno
Lucia di Lammermoor (Edgardo) Arkadia 352 474
1972 (Junio 25) Kraus, Sills, Mastromei, de Narkè, Orquesta y Coro del Teatro Colón de Buenos Aires, Martini
Lucia di Lammermoor (Edgardo) EMI Classics CDMB-64622, EMI Classics CMS7 64622-2
1983 Kraus, Gruberova, Bruson, Lloyd, Ambrosian Opera Ch., Royal Phil. Orch., Rescigno
Lucrezia Borgia (Gennaro) RCA 6642-2-RG, RCA GD 86642
1965 Kraus, Caballé, Verrett, Flagello, Orch. e Coro della RCA Italiana, Perlea
Charles Gounod
Faust (Faust) GDS Records CD-108
1969 (Sept. 22) Kraus, Freni, Raimondi, D'Anna, Rochov, Bilbao Orch. and Ch., Belardinelli (cantado en Italiano)
Faust (Faust) Standing Room Only SRO-811-3
1973 (Sept. 9) Kraus, Scotto, Ghiaurov, Saccomani, dal Piva, NHK Ch. and Orch., Ethuin
Roméo et Juliette (Roméo) Angel CDCC-47365, EMI 7 47365-8
1983 Kraus, Malfitano, Quilico, van Dam, Bacquier, Ch. et Orch. National du Capitole de Toulouse, Plasson
Jules Massenet
Manon (des Grieux) Angel CDCB-49610, EMI 7 49610-2
1982 Kraus, Cotrubas, Quilico, van Dam, Ch. et Orch. du Capitole de Toulouse, Plasson
Werther (Werther) GOP
1966 (Ene. 8) Kraus, Rota, Mazza, Bordoni, Nosotti, Orch. e Coro del Teatro Municipale di Piacenza, Cristofori
Werther (Werther) Foyer 2-CF 2 073
1971 Kraus, Zeani, Mariconda, Trimarchi, Basiola, Orch. e Coro del Teatro Massimo di Palermo, Votto
Werther (Werther) Angel CDM-69573, EMI CDM7 69573-2
1979 Kraus, Troyanos, Barbaux, Manuguerra, Bastin, Coven Garden Singers, London Phil. Orch., Plasson
Wolfgang Amadeus Mozart
Così fan tutte (Ferrando) Angel CDMC-69330, EMI CMS7 69330-2
1962 Kraus, Schwarzkopf, Ludwig, Taddei, Steffek, Berry, Philharmonia Orchestra, Böhm
Don Giovanni (Don Ottavio) Arkadia CDKAR 202, Memories HR 4362/64, Nuova Era 2330/32
1969 (Ago. 1) Kraus, Ghiaurov, Janowitz, von Halem, Zylis-Gara, Evans, Freni, Wiener Staatsopernchor, Wiener Phil., Karajan
Don Giovanni (Don Ottavio) Arkadia 34050, Melodram 37080, Rodolphe RPV 32675.77
1970 (Mayo 12) Kraus, Ghiaurov, Janowitz, Petkov, Jurinac, Bruscantini, Miljakovic, Orch. e Coro della RAI di Roma, Giulini
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Giacomo Puccini
La Bohème (Rodolfo) EMI CDB7 67388-2, Classics for Pleasure CFPCDCFP 4708
1979 Kraus, Scotto, Milnes, Neblett, Manuguerra, Plishka, Ambrosian Opera Ch., New Philharmonia Orch., Levine
Gioachino Rossini
Il Barbiere di Siviglia (Almaviva) Golden Age of Opera GAO 137/138
1958 (Julio 26) Kraus, Scotto, Protti, Badioli, Campi, Orch. e Coro del Teatro San Carlo di Napoli, Bellezza
Il Barbiere di Siviglia (Almaviva) GOP 723
1968 (Mayo 25) Kraus, Casoni, Cappuccilli, Campi, Washington, Orch. e Coro del Teatro San Carlo di Napoli, Sanzogno
¡Error!Marcador no definido.
Giuseppe Verdi
Falstaff (Fenton) London/Decca 417 168-2
1963 Kraus, Evans, Ligabue, Freni, Simionato, Merrill, Orch. e Coro della RCA Italiana, Solti
Rigoletto (Il Duca) Dishi Ricordi ACDOCL-205, Ricordi 94009
1960 (? ?) Kraus, Bastianini, Scotto, Orch. e Coro del Maggio Musicale Fiorentino, Gavazzeni
Rigoletto (Il Duca) Melodram MEL 27006
1961 (Marzo 2) Kraus, Protti, D'Angelo, Orch. e Coro del Teatro Comunale Verdi di Trieste, Molinari-Pradelli
Rigoletto (Il Duca) RCA 6506-2, RCA GD 86506
1963 Kraus, Merrill, Moffo, Orch. e Coro della RCA Italiana Opera, Solti
Rigoletto (Il Duca) Bongiovanni GAO 172/73
1966 (Feb. 16) Kraus, MacNeil, Peters, Metropolitan Opera Ch. and Orch., Molinari-Pradelli
La Traviata (Alfredo) Angel CDCB-49187, EMI CDS7 49187-8
1958 (Marzo 27) Kraus, Callas, Sereni, Cor y Orquestra del Teatro Nacional de So Carlos Lisboa, Ghione
La Traviata (Alfredo) Melodram MEL-27063
1970 (Ene. 17) Kraus, Sills, Zanasi, Orch. e Coro del Teatro San Carlo, Ceccato
La Traviata (Alfredo) Angel CDC-47538, EMI CDS7 47538-8
1980 o 1982 Kraus, Scotto, Bruson, Ambrosian Ch., London Philharmonia Orch., Muti
La Traviata (Alfredo) Philips 438 238-2
1992 Kraus, Te Kanawa, Hvorostovsky, Orch. e Coro del Maggio Musicale Florentino, Mehta
La Traviata (Alfredo) Ornamenti
19?? (? ?) Kraus, Sutherland, Quilico, desconocido, desconocido
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ARTICULOS DE OPINION
Fernando Segura Morillas
Director de Fundación La Opera
Alfredo Kraus está considerado por una gran mayoría de los aficionados a la Lírica como un Mito, y ahora con su muerte, este calificativo habrá de cobrar más fuerza si cabe puesto que los múltiples repasos que se harán a su vida y a su trayectoria artística no harán otra cosa sino confirmar que ha sido uno de los más grandes cantantes líricos del siglo que nos ha tocado vivir.
El que suscribe debe estar por siempre agradecido a Alfredo Kraus porque gracias a él empecé a conocer y a amar la ópera. Fueron sus actuaciones las primeras que me llamaron la atención. Fue su voz la primera que me cautivó. Y fue su técnica la que, al cabo de estos años en los que uno va entendiendo un poco más, me asombró. Y me seguía asombrando cada vez que lo oía cantar.
Al no conocerlo, no puedo entrar a juzgar cómo era como persona. Muchos coinciden en calificarle de distante y soberbio, pero los que estuvieron en todo momento a su lado, lo definen como una buena persona, amable y buen compañero. Que fuese de una u otra manera poco importa ya. Nos ha dejado, y con su marcha la lírica ha perdido a uno de sus grandes mitos.
Doy gracias a la técnica por permitirnos seguir escuchando su bella voz en las muchas grabaciones que nos ha dejado.
Descansa en Paz, Alfredo. El más grande...
Julio Andrade Malde
MundoClásico (Artículos y Opinión).
La noticia del fallecimiento de Alfredo Kraus no es, por esperada, menos dramática para el mundo del teatro lírico y para la música en general. En los medios de comunicación del mundo entero, las más diversas personalidades han rivalizado en celebrar los méritos del gran tenor español. Y se han recordado las fechas más importantes de su carrera, las representaciones más significativas, sus grandes momentos artísticos.
Personalmente, quisiera sumarme a estos homenajes, pero de un modo muy distinto; de una manera más íntima y afectiva. Porque he seguido la carrera del gran cantante, con admiración creciente, desde los comienzos hasta el final de sus días.
Mi primera noticia de la existencia del tenor, Alfredo Kraus fue una inolvidable representación de Doña Francisquita, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Y casi inmediatamente en La Coruña, unos meses después, en la Plaza de María Pita. Era el año 1956. El tenor tenía por consiguiente veintinueve años (y yo, diecisiete). Antonio Fernández Cid realizó una crítica excepcional en el diario "ABC", tanto para la puesta en escena de Tamayo como para la base orquestal y el conjunto de las voces, entre las que destacaba la de un joven tenor, Alfredo Kraus, a quien dedicaba extraordinarios elogios y auguraba una brillante carrera. Con ello demostraba una vez más el prestigioso crítico gallego su extraordinaria intuición musical.
Recuerdo igualmente el entusiasmo de mi padre, tanto por ver dignificada de aquel modo la zarzuela como por escuchar a un tenor con la voz perfectamente trabajada y cantando con el más irreprochable estilo belcantista. Era la misma línea de elegancia y buen gusto en la que él mismo , y otros muchos miembros de la familia habíamos educado la voz: en la Escuela de Canto de Bibiana Pérez, la célebre "Perecita", una de las más grandes sopranos líricas que pasaron por el Teatro Real, y que se estableció en La Coruña tras casarse con el tenor Varela. Por aquella Escuela de Canto, que después del fallecimiento de Bibiana continuó su hija, Carmen, pasaron muchos coruñeses que aprendieron la técnica vocal en las más puras fuentes del belcantismo.
Ello explica porqué el público de La Coruña era -y es- tan entendido en el arte del Canto y porqué, desde el primer momento que lo escuchó, adoptó a Kraus como su cantante favorito.
Hay una anécdota de los años sesenta que revela esta especialísima relación de la ciudad con el cantante. En cierta oportunidad, estando, como era habitual, el secretario de Amigos de la Ópera, Luis Iglesias de Souza, en las taquillas del Teatro Colón, unos aficionados solicitaron localidades de esta sorprendente manera: "Deme dos para Kraus". Luis Iglesias les preguntó para qué ópera las querían (ya que cuando el cantante participaba en la temporada de ópera coruñesa solía intervenir en más de una representación), a lo que los aficionados contestaron que les daba exactamente igual siempre que cantase el gran tenor español.
Es verdad que esta inmediata identificación de la calidad del cantante tuvo algunas excepciones, si no en la ciudad herculina, sí al menos en alguna población de los alrededores. Alfredo Kraus, como muchos jóvenes de la época, participó en uno de aquellos campamentos que organizaban las instituciones oficiales del régimen. Para un muchacho grancanario tenía que ser una oportunidad casi única de conocer Galicia. Así que se vino al campamento de verano de Gandarío, situado en una maravillosa playa de la vecina población de Sada. Como recordaba en una entrevista que yo mismo le hice en París, en 1994, era el primer viaje que realizaba en su vida. Cuando concluyó el tiempo de estancia en el campamento, se celebró un acto de fin de curso con asistencia de las primeras autoridades locales (el alcalde, el párroco, el ayudante de Marina...) Cada uno de los jóvenes hizo gala de sus habilidades y Kraus, naturalmente, cantó. Tras escucharle, uno de aquellos próceres (no diré cuál), haciendo alarde de un asombroso don de profecía, comentó con sus vecinos: "Desde luego, este muchacho no se va a ganar la vida con el canto". Kraus recordaba muy bien su estancia en Gandarío, aunque al parecer la anécdota no llegó a sus oídos. Tal vez fue mejor así. Hubiera sido terrible que las premonitorias palabras de aquel integrante de las "fuerzas vivas" sadenses le hubieran descorazonado: el cantante Alfredo Kraus, uno de los grandes tenores del siglo XX, nunca hubiera existido.
Yo escuché la anécdota de labios de Luis Iglesias de Souza, aunque es muy probable que la divulgase José Balboa, quien dirigía el mencionado campamento de Gandarío, como recordaba el propio Kraus en la entrevista de París. Curiosamente, se volvieron a encontrar al cabo de los años: Balboa era miembro del coro que intervenía en la ópera coruñesa: la Coral Polifónica "El Eco".
Sea como fuere, el hecho es que La Coruña puede tener a gala el haber sido una de las primeras ciudades españolas -si no la primera- en confiar responsabilidades protagónicas, dentro de una temporada de ópera, al tenor, Alfredo Kraus. Entre 1959 y 1970, Kraus cantó en cinco festivales un total de diez títulos: Rigoletto (dos veces), El barbero de Sevilla, Traviata, Fausto, Pescadores de perlas (dos veces), Puritanos, Elixir de amor y La Favorita. Si exceptuamos las dos óperas de Massenet (Werther y Manon) casi todos los grandes papeles que hicieron de Alfredo Kraus el primer tenor lírico de su generación. No es una manifestación hiperbólica y gratuita; no lo digo yo, lo dice Celletti.
El Duque de Mantua es uno de esos "personajes aristocráticos" que, junto con Almaviva, Alfredo, Des Grieux o Werther, tan bien convenían a la elegancia y presencia escénica de Alfredo Kraus. Así lo afirmaba el mencionado Celletti. Su primer Rigoletto coruñés fue en 1959 (dentro del séptimo festival); con él actuaba su gran amigo y mentor, en sus comienzos, Antonio Campó. Por cierto que este cantante coruñés, que había sido un gran bajo-barítono, había cambiado de cuerda y cantó nada menos que la parte del bufón, tal vez el papel más difícil que puede abordar un barítono. Ocupó el foso el gran director, Franco Patané. Si, como dijo en la mencionada entrevista de París, La Coruña fue para Kraus "como un primer amor", la ciudad le correspondió de inmediato con un enamoramiento a primera vista y definitivo, para siempre. Lo recuerdo, claro está, ¿cómo no recordarlo? Fue inolvidable. En especial, la difícil aria "Ella mi fù rapita"; aunque, naturalmente, el arrebato popular llegó con "La donna è mobile", que hubo de ser bisada. El siguiente Rigoletto de Kraus en La Coruña se representó en 1961, con un espléndido reparto: Renata Ongaro, el bajo Paolo Washimgton, y el barítono Piero Capuccilli, que habría de realizar posteriormente una gran carrera como cantante. Kraus revalidó y aun superó su éxito de dos años antes.
En 1959 cantó con Ausensi y Conchita Balparda un extraordinario Barbero. Almaviva es otro de los personajes que convenían especialmente a las cualidades vocales y escénicas de Alfredo Kraus. En 1960, hizo una maravillosa Traviata con Antonio Campó y Conchita Balparda. Ese mismo año, ocurrió la maravilla del Fausto.
En esta ocasión, se cantó en italiano; Kraus no había abordado todavía el repertorio francés que habría de darle éxitos tan extraordinarios. En plena aria -"Salve, dimòra casta e pura"- se fue la luz. Pero no pasó absolutamente nada: los músicos siguieron tocando y Kraus continuó imperturbable. El escenario recuperó pronto su luminosidad y el tenor nos ofreció uno de esos raros momentos mágicos en que todo un teatro permanece como en éxtasis escuchando la interpretación de una música. Su bellísimo canto sostenido y "legato", su fraseo maravilloso y por añadidura su espléndido agudo -perfecto, exacto y especialmente difícil pues en italiano recae sobre la segunda sílaba de la palabra "fanciulla" y la "u" es la vocal de colocación más comprometida para la voz de tenor- le hicieron acreedor a una de las mayores aclamaciones que se escucharon nunca en el Teatro Colón coruñés.
Krauss volvió en 1961 -por tercera vez consecutiva- a la novena Temporada de Ópera de la ciudad herculina. Cantó unos Pescadores de perlas inolvidables con Capuccilli y Renata Ongara, y completó su estancia coruñesa con el Rigoletto ya comentado. Transcurrieron después tres años sin la presencia del tenor español entre nosotros. Retornó en 1964, para el décimosegundo festival, y cantó Puritanos y Elixir de amor. Como es bien sabido, la obra de Bellini exige del cantante un registro sobreagudo inhabitual. Kraus, en aquellos primeros años de su carrera, resolvía con una asombrosa facilidad estas dificultades, insuperables para otros cantantes que incluso llegan a transportar hasta un tono bajo las arias de mayor compromiso.
No obstante, Kraus consideraba "inhumana" la partitura de Puritanos, y de hecho fue la única ópera que borró de su repertorio.
Por entonces, su "cachet" subía año tras año. Y llegó un momento en que comenzó a resultar prohibitivo, aun para los Amigos de la Ópera de La Coruña, a quienes el cantante hacía un precio especial. En 1965 actuó dentro del XIII Festival; pero no en una representación lírica sino en un recital con aquella célebre -y fantasmagórica- Orquesta Sinfónica de Madrid, bajo la experta dirección de Manno Wolf Ferrari, un director "todo terreno". El recital constaba de dos partes, cada una de las cuales se abría con una página orquestal: la obertura de La forza del destino y el intermedio de Cavallería rusticana. El tenor interpretó las siguientes arias: Il mio tesoro, del Don Juan; "Una vergine", de La Favorita; "Ah, non mi ridestar!" (todavía en italiano), de una de las óperas que le habrían de dar mayor celebridad, el Werther; aria y cabaletta de La traviata; "Spirto gentil", de La Favorita; "Salve, dimora casta e pura", de Fausto (también en italiano); "Dispar vision", de Manon; y el Lamento de Federico, de La Arlesiana. El concierto constituyó un éxito extraordinario; pero el público coruñés lamentaba que "su" tenor no participase en el Festival de aquel año de un modo más activo.
Habrían de transcurrir cinco largos años para que Alfredo Kraus volviese a la temporada de Ópera de La Coruña. Fue en 1970, dentro del XVIII Festival y el gran tenor, ahora archiconsagrado, se despidió prácticamente del público coruñés con unos maravillosos Pescadores de perlas y una inolvidable Favorita. A partir de ahí, seguíamos los éxitos de la carrera internacional de Alfredo Kraus, le escuchábamos en disco y añorábamos los tiempos en que el cantante era un asiduo de nuestra modesta temporada de ópera, que evidentemente languideció, entrando en un período de franca decadencia. En la tantas veces mencionada entrevista de París, Kraus se mostró muy preocupado por el estado de la ópera en La Coruña y expresó su deseo de hacer algo para reactivarla. Estoy convencido de que, si su estado de salud se lo permitió, habrá seguido con gran interés los espléndidos montajes operísticos realizados este año dentro del II Festival Mozart.
Kraus fue ante todo un cantante inteligente y tuvo muy claro desde el principio que su patrimonio más importante era la voz y que, en consecuencia, había que cuidarla para que durase lo más posible. Es la misma idea que expresaba Caruso -espero que no me falle la memoria en la atribución de la anécdota- cuando decía que él "no cantaba con el capital sino con los intereses". Así que el gran tenor español dio carácter sagrado a sus vacaciones (lo que, al parecer, le creó problemas con el director Herbert von Karajan), mantuvo un nivel de representaciones bastante por debajo de lo habitual entre sus colegas -a pesar de las demandas de todos los teatros del mundo- e incluso planteó deliberadamente algunos viajes en medios de transporte lentos (el barco, por ejemplo) a fin de dar reposo a su garganta. De este modo pudo llegar a una edad avanzada con sus facultades casi intactas; realmente, hasta que murió su esposa y comenzaron los síntomas de la enfermedad que le llevó a la tumba.
Pero el reposo, aunque importante, no basta para explicar este fenómeno que fue bastante común en los cantantes de otros tiempos. (Mi padre recordaba a Bibiana Pérez, con ochenta años, explicando en clase a una alumna la colocación de un agudo y dando un si natural espléndido, timbrado, bellísimo, que dejó estupefactos a quienes se hallaban presentes). Además de la lentitud en los desplazamientos (por los medios de transporte que existían en aquella época, había algo muy importante: la técnica vocal, ese cantar sin violencia, sin esfuerzo, porque las notas se sitúan con naturalidad en el lugar adecuado. Kraus lo ha repetido una y otra vez: no es tanto el tener una bella voz como la constancia, el trabajo, el estudio. Por desgracia, ello exige sacrificios y demoras que muchos jóvenes de hoy no están dispuestos a asumir, y así podemos observar muchas voces que tienen un fugaz momento de esplendor y luego desaparecen.
Durante sus últimos años, se centró en el repertorio francés. Especialmente en Massenet: Manon y Werther. En la primavera de 1994, cantó esta última obra en la Opéra Comique, la famosa Salle Favart, de París. Yo me hallaba por entonces en la capital de Francia, a donde me había desplazado cinco años antes por motivos profesionales, y donde desempeñé funciones de corresponsal de la Revista "Scherzo" y del diario "La Voz de Galicia". Envié una crítica a la revista musical y una entrevista al periódico. Kraus tuvo la gentileza de recibirme pocas horas antes de una de las funciones de su Werther. Estuvo particularmente amable y allí en París comentamos muchas cosas de otros tiempos: recuerdos, amigos comunes, anécdotas. Fue un momento encantador e inolvidable. Pero lo que fue también inolvidable y además seguramente irrepetible fue su Werther.
Se hallaba en la cúspide de su carrera. Su voz no había perdido un ápice de su brillo, de su tersura, la igualdad absoluta de los registros, la tremenda "squilla" de su agudo poderoso y lleno. Acaso era un poco más oscura, tal vez se había ensanchado un poco en el centro y se habían coloreado algo más los graves... Si Kraus pudo abarcar en sus comienzos el repertorio lírico-ligero, y, en todo caso, fue siempre un tenor lírico, ahora podíamos conceptuarlo como un lírico spinto. Una voz menos juvenil, más madura, capaz de expresar una visión interior, introspectiva del personaje de Goethe, que el artista componía sobre la escena con una singular concentración expresiva. En suma: Kraus era Werther. La compenetración que había llegado a alcanzar con la psicología del desventurado joven lo alejaba de las versiones lacrimógenas, desmedidas o histriónicas que podemos contemplar a veces sobre las tablas. Gesto elegante, parco, profunda emotividad que se controla, desoladora tristeza que se calla. Así entendía Kraus a un personaje que, como el mismo cantante decía: "Lleva la muerte consigo".
Tal vez todo ello, unido a su maravillosa línea de canto, a su capacidad para la regulación dinámica, a su fraseo exquisito y a su dicción impecable del idioma explique por qué el público francés se rindió ante Kraus. Por qué un crítico llegó a escribir: "Hoy se ha estrenado Werther en París". Por qué se produjo una emoción tan intensa en la Opéra Comique tras su célebre aria "Ah, non me reveillez!" (ahora sí, cantada en lengua francesa). Por qué las aclamaciones duraron muchos minutos con los asistentes puestos en pie. Por qué hubo de bisarla. Por qué, justo delante de mí, un espectador, visiblemente emocionado, sólo acertaba a manifestar su agradecimiento al cantante: "Merci, merci!", gritaba repetidas veces...
Pocos meses después, en diciembre del mismo año, tuve la suerte de poder escuchar a Alfredo Kraus en el auditorio del Palacio de Congresos de La Coruña. Un recital, con la Orquesta Sinfónica de Galicia dirigida por José Collado. El cantante dosificó sus intervenciones -tres arias en cada parte-, combinándolas con las actuaciones de la orquesta, de un modo muy inteligente: "Tombe de gli avi miei", de Lucia de Lamermoor, "Che gélida manina", de La bohème, Lamento de Federico, de La arlesiana, escena en Saint-Sulpice, de Manon, "Ah, lève-toi, soleil", de Romeo y Julieta, y la célebre aria de Werther. Eso sí, el programa hubo de ser ampliado por dos veces: "La donna è mobile", de Rigoletto y la célebre romanza de Leandro, de La tabernera del puerto. Fue un gran concierto. Se agotaron las mil ochocientas localidades del auditorio y el éxito resultó extraordinario. Lo que no sabíamos los coruñeses era que, para nosotros, aquel recital significaba la despedida del cantante cuyo primer amor había sido nuestra ciudad Gracias. Nuestras condolencias para la familia Kraus y para todos los amantes de la música".
Jaume_Aragall
Tenor ; En el Periódico de Catalunya
Lo conocí cuando yo tenía 20 años. Me vino a ver a la escuela del maestro Puig. El, por aquel entonces, estaba en la cumbre de su carrera. Ya había rodado Gayarre (1958), y no solía prodigarse en ir a ver a jóvenes que empezaban su andadura por el difícil terreno de la lírica. Conmigo hizo una excepción. Y no olvidaré nunca lo que me dijo: "Parece que usted esté cantando en un teatro y como si ya fuera un profesional". Hablaba el maestro y ese día fue uno de los más importantes de mi vida. Después pasé toda la jornada con él paseando por Barcelona. Fue una fecha inolvidable, uno de los momentos mágicos de mi existencia.
Desde aquel lejano día nos ha unido una gran amistad, tanto con él como con su familia. Nos vimos en febrero. El venía de Valencia y estuvo cenando casa. Un par de meses después, cuando ya estaba enfermo pero mostrándome su gran entereza, le vi en Madrid. Hace unos cinco días hablé con su hija Patricia y me llenó de tristeza al contarme que su deterioro físico era ya importante.
Musicalmente, Kraus deja un recuerdo imborrable para los que se dedican a la música y para los que quieren orientar su futuro hacia ella. Deja una carrera plagada de grandes actuaciones y una discografía inmensa. Para muchos fue un ejemplo a seguir. Era un caballero y un artista enorme al que le resultaba muy difícil cancelar una actuación. Tenía que estar muy mal. Cuidaba mucho su voz y su repertorio
CARLOS GOMEZ AMAT -
El Mundo. Opinión. Sábado, 11 de septiembre de 1999
Nos hemos quedado sin Werther. No me refiero a la esperada representación de la ópera de Massenet, que otro cantante tuvo que asumir hace dos meses en el Teatro Real de Madrid, sino a quien aquella noche ya no pudo cantar, al hombre que ha encarnado como nadie al personaje goethiano que abrió una puerta al romanticismo, y que los franceses adaptaron a su orden. Alfredo Kraus acaba de fallecer en Madrid, tras larga enfermedad, a los 71 años.
Muchas cosas extraordinarias ha hecho Kraus a través de su vida fecunda, pero el Werther aparece como símbolo de la voz elegida y de una interpretación conmovedoramente musical. Entre los grandes tenores del siglo que agoniza, Kraus tiene su puesto, no sólo por la calidad de su voz, por sus condiciones naturales, sino también por la técnica, personal y siempre reconocida.
En el más consultado diccionario de música del mundo, se cita a Alfredo Kraus como el supremo tenor lírico de su generación y se resume su historia, llena de éxitos desde la juventud. Pero lo más curioso es que, después de señalar la elegancia y el estilo de su manera de cantar, se añade que esas virtudes, en combinación con el encanto y la expresión de su presencia escénica, le convertían en el intérprete ideal de «papeles aristocráticos».
En realidad, poco tiene que ver la aristocracia con la lírica, pero es cierto que, en la historia de la ópera, hay condes, duques y finos caballeros que le iban a nuestro cantante como anillo al dedo: don Ottavio y el conde Almaviva, Alfredo y el duque de Mantua, Des Grieux y, desde luego, Werther.
Estudió piano desde los cuatro años y a los ocho entraba en el coro de su colegio, el Beato Padre Claret. Desde muy joven trabajaba en la música vocal con una completa dedicación. Los estudios en Valencia, Barcelona y Milán, la influencia de Mercedes Llopart, la medalla en el Concurso de Ginebra y el debut en El Cairo en 1956, con Rigoletto, fueron los fundamentos de una carrera triunfal. Pero eso no es más que el principio. Lo mejor es que Alfredo, estudiándose a sí mismo y aprovechando al máximo, con verdadera inteligencia, sus facultades, se convirtió, como he dicho alguna vez, en «el técnico prodigioso», recordando al mágico de Calderón.
Tampoco le faltaba magia a esta figura universal, que siguió la línea de los grandes españoles de su cuerda, y la ha mantenido hasta el final. Trabajo incansable -técnica- e inspiración -misteriosa magia- han hecho de Kraus una figura histórica.
Mil recuerdos en su vida. Después del acontecimiento inicial en El Cairo llegó la difusión en los principales teatros italianos, con el mismo papel del duque de Mantua. La Traviata que interpretó en Lisboa junto a María Callas tuvo un carácter decisivo, ya que la soprano era famosa y la presencia del joven tenor fue una sorpresa.
En el año 1959 se presentó en el Covent Garden de Londres, con Lucia di Lammermoor de Donizetti, y en el 60 obtuvo un éxito resonante en la Scala de Milán con La Sonnanbula de Bellini. A Estados Unidos llegó en los 60. Chicago le conoció en 1962, y el Metropolitan de Nueva York, en 1966.
En España ha sido un ídolo desde hace mucho tiempo. Los aficionados a escalafones artísticos, le consideraban como el mejor, metiéndose, a veces, en polémica. Respecto a la música española, hay que recordar su creación en el papel de Fernando de Doña Francisquita de Vives.
Muchas veces se ha bromeado por un supuesto pacto diabólico para conservar la juventud, a la manera de Fausto. Pero el pacto de Alfredo no había sido firmado con ningún demonio, sino más bien con el dios de la lírica o con las musas. El aire juvenil, que no se reflejaba únicamente en la frescura de su voz, sino en las facultades físicas que le permitían subirse a una mesa de un salto, como le vimos hace algún tiempo en el Teatro de la Zarzuela, hacían pensar en un verdadero milagro. No era más que el resultado de poner el alma en cada uno de los papeles, de un pacto consigo mismo al que ha sido totalmente fiel.
Supo fabricarse su propio arte, marcándose una serie de reglas flexibles, quizá tan personales como la invitación a la gloria, pero no intransferibles. Pueden decirlo sus discípulos.
Compartió con todos los grandes cantantes líricos españoles el Príncipe de Asturias de las Artes en 1991.
En 1995 comenzó a anunciar su retirada, pero sin gran convencimiento. Le oímos, sólo hace unos meses, en el Teatro Real -únicamente pudo ser en la intimidad del recital, no en la añadida maravilla de la representación- y todavía nos asombró. En el 96, cuando se le hablaba de retirada, lo planteaba como algo que llegaría por sorpresa. El destino ha cortado los proyectos.
Pero ha sido magnífica esta última época con atención a la enseñanza en la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Aconsejaba a sus discípulos, sencillamente, que cantasen bien, indicándoles los secretos de la emisión y de la resonancia, de la vibración, de los armónicos, de las frecuencias. Según sus palabras, la voz era el instrumento más ingrato y más difícil. El canto, para él, era un estudio muy serio, y así había que abordarlo.
La muerte de su esposa y fiel compañera, hace dos años, comenzó a marcar su declive anímico y físico.
Su hija Patricia, en un campo musical muy distinto, ha obtenido buenos éxitos. Los verdaderos herederos de Alfredo Kraus, que deja cuatro hijos, son los tenores jóvenes que sepan prepararse y trabajar como lo hizo él, sin descanso y a mayor gloria de la música.
Alfredo Kraus, cantante, nació en Las Palmas el 24 de septiembre de 1927 y falleció en Madrid el 10 de septiembre de 1999.
Kraus nunca superó la muerte de Rosa, su compañera de toda la vida, ocurrida en septiembre de 1997 a consecuencia de un cáncer
RUBEN AMON
- El Mundo. Cultura. Sábado, 11 de septiembre de 1999
José Carreras nos había enseñado que los tenores no mueren de cáncer. Al menos, hasta que Alfredo Kraus ha clausurado la rivalidad de antaño con la elegancia de una muerte silenciosa, presumible, desprovista del heroísmo que convirtió a Caruso en el tótem reverencial de la ópera contemporánea. ¿Y si Alfredo Kraus no hubiera muerto de cáncer?
Año 2010. Un taxista desorientado de Viena reconoce a Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras en el asiento posterior del vehículo. Hace tiempo que los miembros del triunvirato abandonaron la escena y los campos de fútbol, pero comparten aún la tentación de asistir juntos a los teatros de ópera.
-«¿Dónde les llevo?», pregunta el chófer discretamente.
-«Al Musikverein, por favor», responde Plácido Domingo, enfundado en el esmoquin de rigor.
-«¿Quién canta esta noche?».
-«¡Alfredo Kraus!», proclaman los tres tenores con la misma simultaneidad de los macroconciertos.
El protagonista nos deslizó sutilmente la broma -septiembre de 1996- minutos antes de reaparecer en el mítico escenario vienés que mencionaban sus viejos colegas. Estábamos en una pequeña sala de ensayo, con su pianista, Edelmiro Arnaltes, con el chelista Asier Polo y con Rosa, inseparable compañera del maestro hasta que el funesto diagnóstico de un tumor en la cabeza se ocupó de reventarla el 5 de septiembre de 1997.
Apenas unos meses después de aquella broma imposible, el propio Kraus sacudía las paredes del domicilio familiar con una revelación inverosímil para quienes habíamos asumido el estereotipo del hombre indestructible, el látigo devastador, la conciencia implacable de los heterogéneos. Y sin embargo...
«Muchas veces», confesaba Kraus en el salón de su residencia madrileña, «tengo ganas de pegar puñetazos contra la pared, de levantar la voz y de preguntarme por qué me ha sucedido esto a mí. En un momento pensé que no pintaba nada en esta vida, que lo justo sería que dos personas que se quieren durante años tienen el derecho de morir juntas. ¿Me podía haber pasado algo peor? No, ésta ha sido la mayor tragedia de mi vida, los momentos más duros y trágicos, la situación más terrible que nadie pueda imaginar. Me siento solo, hundido, destrozado, roto, abandonado, triste, vacío. ¿Qué puedo decir después de haber estado tantos meses junto a mi esposa con la esperanza de que iba a recuperarse?».
Las palabras han adquirido una dimensión estremecedora con la noticia de la muerte. Primero, porque Alfredo Kraus tuvo los redaños de reaparecer en público para asomarse otra vez a los nueve sobreagudos de La hija del regimiento.
Y, en segundo lugar, porque la certeza de una trayectoria profesional repleta de riesgos, de noches históricas y de partidarios estomagantes apenas podía sostenerse sin el báculo discreto, sutil e inapreciable de aquella mujer canariona cuyas manos sacudían las hombreras del esmoquin, o disuadían, quién sabe, el ajetreo a las admiradoras.
«No sé, todo ha ido muy bien», confesaba telefónicamente el propio Kraus 24 horas después del histórico recital madrileño, «pero aquí hay algo que no funciona, que no marcha, algo me falta para sentirme seguro, como antes. Será una cuestión de tiempo, de habituarme al ir y venir de los conciertos. La realidad es que no consigo mantener la tranquilidad y la seguridad de antaño».
Son muchos los allegados al maestro que se niegan a deletrear el nombre de Rosa en el sincero testimonio de Alfredo. Y son muchos más los que aprovechan el destino malvado del maestro para especular con los pormenores de la muerte o para atribuir a la ausencia de su mujer una especie de energía liberadora, más o menos como si el vínculo sentimental y profesional forjado durante cuatro décadas irrepetibles -la historia de la ópera se ha ocupado de demostrarlo- pudiera descoyuntarse con vacuos rumores de alcoba y cotilleos de premeditada vocación carroñera.
Los médicos, enciclopedia en mano, se niegan a aceptar una relación directa entre la desaparición de Rosa y el desenlace fatal del marido. En efecto, ninguno de los especialistas se ha dado cuenta de que los personajes míticos y malditos de Alfredo Kraus se han confabulado para convertirlo en la quintaesencia del amor imposible. Como el Werther de Massenet, inmolado en la búsqueda inútil de Charlotte; como el Romeo de Gounod, postrado exánime ante el cuerpo de Julieta; o como el Edgardo de Donizetti, incapaz de sobrevivir y de sobreponerse al espectro de Lucia di Lammermoor.
Entre unos y otros fantasmas, Alfredo Kraus ya no tiene tiempo para hojear la partitura de La hija del regimiento, para recordar el intenso calor de los nueve dos de pecho, para convertir en pedazos el disfraz de los mártires, o para reconciliarse con un libreto feliz, o para cumplir los deberes de un abuelo respetable, de un anciano inverosímil, de un tenor histórico en extinción.
No, no se trata de invocar el nombre de José Carreras como ejemplo del tenor que conjuró los tentáculos de una enfermedad incurable en medio de la expectación internacional, sino más bien de recordar la manera en que Alfredo Kraus representa el cordón umbilical del bel canto y constituye el patrón obsesivo de la honestidad, de la coherencia y del compromiso.
¿Cuántos cantantes hubieran sobrevivido a una guerra contra las compañías discográficas? ¿Qué otras figuras de la ópera permanecerían en el olimpo si emularan la rebeldía del cantante canario? ¿Quién puede discutirle a Kraus el coraje de haber rechazado los papeles que corrompían su voz pese a la tentación de los talones en blanco? ¿Quién ha osado a desafíar durante 10 años el liderazgo intratable de los tres tenores?
«En España existe una mafia cultural gracias a Carlos Caballé, hermano de Montserrat y manager de Carreras. Es un grupo con aspecto de secta que se protege a sí mismo e impide el acceso a los demás. Yo no vendo mi imagen, sino mi arte. Y por tanto no vendo mi cara a la televisión haciendo payasadas. Hay tenores más populares que otros, sin duda. Todo en la vida tiene un precio, y se hacen muchas horteradas que se pueden justificar económicamente con un cheque gordo (...) Para mí, sacar la ópera del teatro es desvirtuarla y vulgarizarla. ¿Llevar el fenómeno lírico al estadio? Podíamos aprovechar las dimensiones de una soprano gorda para que no entraran goles en la portería».
La cruzada comenzó en El Cairo hace más o menos 43 años -Rigoletto-, pero la verdadera señal de una carrera histórica pudo reconocerse entre las paredes del Teatro San Carlos de Lisboa el 27 de marzo de 1958.
Los melómanos recuerdan la fecha porque el prometedor alumno de Mercedes Llopart, aquel muchacho rubio de ojos azules y apellido austriaco, comparecía en la función inaugural de La Traviata para medirse al talento desbocado de María Callas.
«No quiero más sorpresitas como la de este tenor canario», dijo entonces la soprano al empresario lisboeta para reprocharle la sorpresa de un rival aclamado.
Después sobrevino el debut en el Covent Garden de Londres (1959, Lucia), en la Scala (1960, Sonámbula), en Nueva York (1966, Rigoletto) y, sobre todo, cundió la sensación de que Alfredo Kraus irrumpía entre los gigantes de su tiempo -Bjorling, Tucker, Di Stefano, Del Monaco, Corelli, Gedda, Bergonzi, Wunderlich- con los ademanes de un mesías aristocrático, más o menos como si hubiera llegado el momento de proclamar al heredero de Tito Schipa.
Que conste, que nadie olvide la incómoda impertinencia de Alfredo Kraus, que la desaparición del maestro sirva para ahuyentar a los buitres, que los médicos se retracten del diagnóstico oficial. Porque Alfredo Kraus murió de amor, como en las buenas óperas, el 5 de septiembre de 1997.
ANTONI BATISTA -
La Vanguardia Digital. 11-09-99
PREVALECE TANTO y tan a menudo el teatro y la producción en el mundo de la ópera, que a veces se olvida que una gran parte de este género artístico se debe a la música; basta recordar cuánto se habló merecidamente de La Fura dels Baus en el Salzburgo reciente y cuán poco inmerecidamente de todo lo demás. La cultura de la imagen casi engulle el lenguaje verbal y veremos en qué grado de víctima deja a la música.
En la vorágine, priman los tenores actores, que son los que más naturalmente se adaptan al nuevo ecosistema, pero afortunadamente quedan todavía tenores que, sin menosprecio de su capacidad de representar, son también músicos. Alfredo Kraus era exactamente un tenor músico.
Le gustaba estudiar bien las partituras. Recuerdo que en una entrevista le pillé haciendo gimnasia sueca, perfectamente equipado, y me habló de las excelencias del ejercicio para tener en forma el instrumento -sabido es que el instrumento de los cantantes es su propio cuerpo- pero que había que compaginar el cuerpo con el alma, con la finura intelectual de saber perfectamente cuál era el mensaje que el compositor quería transmitir. Mensaje no siempre en concordancia con el de su respectivo libretista, tantas veces de menor calado intelectual que el compositor, al que hay que leer en la criptografía de los pentagramas. Cuánta música, por fortuna, desmiente a su libreto.
Alfredo Kraus estudiaba y mucho, y en su voz estaba su tesitura, su fiato, su timbre maravilloso, su afinación... Todo lo que le construyó uno de los mayores nombres en tantos aplausos y en tantas críticas. Pero había en él ese algo más que sólo tienen los privilegiados, o brechtianamente los imprescindibles: la metafísica de lo escrito en las partituras, lo que no está escrito en ellas pero sin embargo debe escucharse. Cuando eso existe, podemos hablar propiamente de música.
En la actitud de Kraus estaba, en fin, su mismo plantemiento sobre la prevalencia de lo musical sobre lo superfluo, lo que le llevaba a no querer actuar cuando las condiciones de infraestructura no eran las más adecuadas a su criterio sobre la voz y la ópera.
El auditorio de su Las Palmas natal, que lleva su nombre, lo asociará desde la materialidad y la invulnerabilidad de la arquitectura a la música que hizo más allá de plazos cortos. Él estaba emocionado cuando, en el momento de la inauguración, apareció en el palco y se llevó el aplauso más largo y cerrado de la velada. Nos quedarán sus bises tantas veces como queramos a través de su discografía. Pero sugiero que se escuche a Kraus sin seguir libretos y prescindiendo de su trama. Se percibe mucho mejor la música que los trasciende.
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Enviado por: | Angel L Tejerina |
Idioma: | castellano |
País: | España |