Varios


A la carga; Blanchard Ken


Reflejos de un espíritu triunfador

Cuando decidimos triunfar y sacar algo adelante casi siempre pensamos que todo se encuentra en el cuerpo, en lo externo; buenas herramientas, dinero, personal (equipo de trabajo). A propósito del personal, es paradójico ver los rótulos de aquellos departamentos que en una empresa, institución, etc., se encargan de contrataciones, nómina; los llamados: “Recursos Humanos”. Ahora algunas empresas, con visión prospectiva, los llaman “Talento Humano”, en fin, hablo del departamento que se encarga del personal que no obstante su etiqueta pasan por encima del personal. Los tratan como dice la narradora de “A la Carga”; con menor valor que a la materia prima, olvidándose que son los trabajadores el alma de una empresa y no sólo los clientes como ese lema que poco comparto “el cliente siempre tiene la razón”. Pero aquí no hablaremos de esto sino de lo importante que es para una empresa contar con un equipo de personas que se sientan bien, que su espíritu refleje ganas, interés, amor por lo que hacen.

Al leer la tan buena historia de la señorita Sclair y su amigo Andy Longclaw, en “ A la Carga”, de cómo pudieron salvar a una empresa de la quiebra, me inquieta aún mas el hecho de que se quede sólo en una etiqueta eso del “Talento Humano” cuando muchas veces no se reconoce. Por eso comparto mucho cuando en el texto “ A la carga” se habla de los tres espíritus donde es el del ganso el que cumple la función de encender fuego de la gasolina que representan el espíritu de la ardilla y el del castor. ¿Qué es lo que enciende? Los graznidos de los gansos, es decir, la motivación, el reconocimiento sincero, “cacarear el huevo” como he escuchado en ocasiones. Que el mundo sepa lo que se está haciendo que quien lo hace sepa que lo está haciendo bien que quien lo supervise sepa que es productivo. Son importantes, entonces, no sólo las cosas externas que alimentan el cuerpo sino aquellas que alimentan el espíritu pues qué seria de un cuerpo atlético y saludable sino tiene ganas de hacer algo, si no tiene los suficientes motivos para luchar por algo.

Todo lo anterior, me recuerda apartes de lo planteado por Covey en su libro sobre los siete hábitos cuando habla de la victoria privada. Esa que se logra cuando la persona deja de ser voluble, reconoce sus fallas y sus fortalezas y las pone al servicio de los demás. Lo importante de la relación entre lo público y lo privado; lo que tengo para dar, lo que tienen otros para dar y la sinergia que se debe tener para que un equipo saque adelante una empresa. Vemos entonces que se da relación entre los siete hábitos de Covey y los tres espíritus que se destacan en “A la carga”. Esa relación la determina el personal, no lo material. Por tanto para poder ser excelentes administradores de nuestras vidas y de la empresa a nuestro a cargo, es importante contar con un buen equipo y confiar en él así como los castores confían en lo que hacen los demás.

Muchas veces los administradores piensan que realmente son los que dirigen, pero a veces sólo es importante saber delegar y confiar; eso si, sin aislarse dejando su responsabilidad en los demás. Como administradores debemos dar la importancia que merecen nuestros subalternos saber que las empresas tienen un espíritu y que ese espíritu lo representan su planta de trabajadores y no la materia prima o los recursos físicos que si bien son necesarios no serían nada sin alguien que los manejara. Por tanto, se hace imperante alimentar el espíritu que muchas veces puede dormirse por falta de estímulos que no tienen porque ser materiales; puede ser una palabra, un gesto que anime.

Quiero sentar una posición con respecto a los tres espíritus de los que nos hablan Ken Blanchard y Sheldon Bowles a través de la señorita Sinclair y el indio Andy. Para ello resaltaré de cada espíritu los aspectos, que en mi opinión, son la base de una buena administración y un paso seguro al éxito.

Del espíritu de la ardilla quisiera destacar las tres lecciones importantes que mencionan en la historia: “… primero, el trabajo debe ser visto como algo importante; segundo: debe llevar a una meta comprendida y compartida por todos; y la tercera, que los valores deben orientar todos los planes, las decisiones y las situaciones…” Si nos damos cuenta, es necesario que se crea en que lo que se hace esto es importante porque si no perderemos tiempo o haremos las cosas por salir del paso, sin motivación. Por ese camino, no sólo basta el proceso sino saber qué se quiere y para dónde se va para así, saber orientar la empresa y a quienes están a nuestro cargo; aparecen, entonces, las metas como alicientes. Metas que se deben tener claras, y he aquí la necesidad de un administrador con objetivos claros y comprensibles que sepa comunicar, de la mejor manera, al resto del personal las metas fijadas.

Por último, pero sólo en orden de ideas porque no dejan de ser importantes, están los valores. Éstos constituyen la base sobre la cual se construyen grandes y buenas metas y se le da valor a lo que se hace. Sin unos valores sólidos, resaltados y vivenciados, no se puede lograr el éxito porque incluso si llegase a lograrse, materialmente, puede que se fracase como persona; que la ambición, la envidia y la maldad primen en un afán por sobresalir pasando por encima de los demás.

Siguiendo con el alimento del espíritu triunfador encontramos las lecciones de los castores. De ellos quiero resaltar su “alto grado de control (…) trabajan a su estilo sin esperar las ordenes de otro castor (…) el estilo del castor implica que los miembros de su equipo deben ejercer el control sobre el cumplimiento de sus metas.” Esto último es lo más difícil de aceptar en muchos administradores; dejar que sus trabajadores tomen también el control. Pero para eso se deja claro en la historia; no es dejarlos a su libre y total albedrío, es saber confiar en ellos para así, hacerlos partícipes y responsables de la carga sin que ello implique un descuido de la responsabilidad de un administrador que es guiar y organizar.

Ahora: ¡la “gasolina”! que se necesita para encender el fuego del éxito empresarial; el espíritu del ganso; ese que con sus graznidos alerta, motiva, alegra y estimula. De los gansos pues, todo; agregan entusiasmo y llaman la atención sobre el estado de la situación. Nos damos cuenta que no es suficiente con hacer las cosas bien, considerar el trabajo importante, responsabilizarse de las cosas sino se tienen incentivos, sino se da una voz de aliento que incite a seguir. Las empresas deben revisar qué tanto están haciendo para lograr ser Gung Ho, aunque no sepan que existe, pero al menos tener clara la importancia de que su personal se sienta satisfecho para poder satisfacer al mercado, al cliente, a sí mismo. No basta entonces, con lo material, con lo externo es imperante la fortaleza del espíritu para lograr reflejar el triunfo.




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Enviado por:Niesorca
Idioma: castellano
País: Colombia

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