Economía y Empresa
Trabajo de las mujeres
1. INTRODUCCIÓN 2
2. CONCEPTOS FUNDAMENTALES Y ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DEL TRABAJO DE LAS MUJERES 2
3. MERCADOS DE TRABAJO Y PARTICIPACIÓN LABORAL DE LAS MUJERES 6
4. LAS TRAYECTORIAS LABORALES DE LAS MUJERES: PATRONES DE CAMBIO 9
4.1 De hijas trabajadoras a madres trabajadoras 9
5. LA INCORPORACIÓN DE LA MUJER AL MUNDO LABORAL 13
5.1. La carrera profresional de la mujer 14
5.1.1. Condiciones laborales: promoción y salarios 15
5.1.2. Las ocupaciones de las mujeres y su evolución en el mercado de trabajo 18
INTRODUCCIÓN
En nuestro trabajo, nos detendremos a estudiar como los cambios en la articulación entre producción y reproducción dentro de la estructura familiar han afectado la posición de la mujer en el trabajo. Veremos primeramente el aspecto teórico, para después estudiar como esta el mercado de trabajo para las mujeres. Luego nos detendremos a analizar los mercados de trabajo y la participación de la mujer en el mercado laboral. A continuación estudiaremos como la posición de la mujer en el trabajo y en la familia ha ido cambiando desde la época del franquismo. Finalmente analizaremos con datos más objetivos como las mujeres españolas se han incorporado al mundo laboral, con que condiciones laborales, salarios, puestos de trabajo, etc.
CONCEPTOS FUNDAMENTALES Y ENFOQUES TEÓRICOS EN EL ESTUDIO DEL TRABAJO DE LAS MUJERES
Uno de los conceptos que abordamos en primer lugar es el género. A través de el podemos investigar cómo se definen las identidades sociales e individuales y cómo se delimita lo masculino y lo femenino, las tareas y actividades que los caracterizan y las relaciones sociales entre ambos. Es precisamente este conjunto de relaciones lo que nos interesa destacar en el tema del trabajo, ya que las combinaciones en la manera y el grado de acceso al empleo asalariado o de atender a actividades domésticas por parte de las mujeres está ligada al estado de las relaciones entre los sexos y a las definiciones culturales que perfilan las identidades laborales de los sujetos.
El sistema de dominación garantiza el control del sexo femenino mediante la prescripción y la proscripción de tareas, aquellas que deben ser cumplidas única o prioritariamente por la mujer y aquellas que le están vedadas: el control sobre la reproducción biológica, la asignación de las tareas del hogar o la participación en el trabajo de la esfera pública, condicionado al lugar ocupado en la esfera de lo doméstico, son aspectos que ponen en evidencia, nuevamente, cómo los factores sociales explican mucho mejor que las meras diferencias físicas el lugar desigual ocupado por las mujeres respecto a los hombres en el trabajo. Las diferencias formativas, las diferencias en la evolución de la carrera laboral, los condicionamientos en la continuidad en el trabajo debido a las desigualdades atribuciones de papeles en el grupo doméstico perfilan las asimetrías fundamentales entre recorridos masculinos y femeninos en el trabajo.
Enlazando con lo anterior, el segundo concepto que nos interesa destacar es el de reproducción, ligándolo con el de producción. De la misma manera que el género desvela las dimensiones no naturales de las relaciones entre los sexos, el par de conceptos producción/reproducción descubre toda una trama de procesos sociopolíticos de interés central para comprender el funcionamiento social. El concepto de reproducción es, en ciencias sociales, excesivamente polisémico, generalmente va acompañado de algún atributo que especifica de qué se está hablando; así, podemos encontrar reproducción biológica, reproducción de la fuerza de trabajo o el más amplio de reproducción. Este ultimo, el más genérico, abarca los anteriores y define las condiciones por medio de las cuales se conserva, o reproduce, y adapta un orden social específico sin perder sus características definitorias principales a causa del cambio social. La reproducción social incluye el conjunto de condiciones organizativas que posibilitan la supervivencia de los seres humanos en contextos grupales. De acuerdo con este sentido, el concepto de reproducción social es equivalente al de estrategias de supervivencia o al de subsistencia.
Las diferentes escuelas que han explicado la aparición de la sociedad industrial han hecho hincapié en la separación de las practicas de reproducción y producción. Mientras que en las sociedades precapitalistas, el objetivo general de la supervivencia y la reproducción del grupo no distinguía nítidamente contextos diferentes para la producción, que se llevaba a cabo en el marco de la familia inserta en el entramado comunitario, en el capitalismo, en cambio, la esfera productiva se separa de la reproductiva, distinguiéndose lugares y divisiones del trabajo determinados por esta separación: la fabrica, ámbito de la producción, el hogar, de la reproducción.
La prioridad concedida a la producción de mercancías al explicar el desarrollo del capitalismo y el lugar secundario de las actividades de reproducción social se han convertido en un interrogante en los numerosos estudios sobre la división sexual del trabajo. Pese al economicismo de los análisis de Marx a este respecto, alguna de sus ideas han servido como puntos de partida para la comprensión de la ruptura entre el orden de la producción y de la reproducción. Marx aborda el problema de la reproducción social cuando se detiene a estudiar el precio de la fuerza de trabajo como mercancía. Las peculiaridades del proceso mediante el cual se genera este particular producto le llevan a hablar de reproducción y no de producción de la fuerza de trabajo. La función que en todo ello cumple al ámbito de lo domestico es resaltada en el debate sobre el trabajo doméstico que emprenden autoras de procedencia marxista a finales de los sesenta. La tesis central de estas autoras es que la situación de las mujeres en al ámbito de la reproducción obedece a la lógica capital, esta determina la existencia del trabajo doméstico como forma consustancial al sistema capitalista. En dicho sistema, el trabajo domestico contribuye a producir la fuerza de trabajo necesaria para el funcionamiento y la continuidad del capitalismo y lo hace además de forma gratuita. Desplazado a una esfera diferente de la producción, el trabajo doméstico no deja de constituir, para estas autoras, un elemento central en el ciclo del capital.
Las discusiones a raíz de este debate no hacen sino dar mayor relieve al problema del lugar ocupado por la mujer en la esfera de la reproducción, y esto, tanto por parte de quienes han considerado que por encima de la lógica del capital existe una lógica patriarcal, que domina a las mujeres y controla su trabajo en beneficio del modo de producción doméstico regido por los hombres, convertidos en el "enemigo principal". Este modo de reproducción superaba las fronteras temporales, espaciales y políticas, de tal manera que ni siquiera la propia desaparición del sistema capitalista, y con ella de la explotación, garantizaba el final de la dominación de los hombres sobre las mujeres. O también de quienes han considerado que el trabajo doméstico producía valores de cambio (la mercancía fuerza de trabajo) que posteriormente generaba plusvalías y que al final de la opacidad de la función económica de la mujer pasaba por reivindicar un salario para las amas de casa, signo de que las tareas que estas realizan son productivas y no reproductivas, como el modelo escindido producción/reproducción tiende a hacer creer.
Algunos estudios que han puesto el acento en los aspectos sociohistóricos sobre el lugar de las mujeres en las pautas de reproducción (Gordon Edwards, Reich, 1986; Pahl, 1991; Mingione, 1993) ayudan a reducir la imagen demasiado estática que se puede extraer de los anteriores párrafos. El desarrollo histórico del capitalismo permite distinguir algunas transiciones muy clarificadoras para comprender la evolución de las pautas de reproducción. Gordon, Edwards y Reich establecen tres periodos que recogen las transformaciones de la industrialización:
Fase de la proletarización, donde el trabajo de las mujeres y los niños estaría generalizado dentro de las clases trabajadoras, en muchas fábricas se contrataban a familias enteras, reflejándose en las formas de contratación las estructuras familiares de vida común, de que estaban institucionalizadas las formas de autorización marital para el trabajo de la mujer y de que las tareas que se les encomendaba eran subalternas, las mujeres participaban del trabajo productivo.
Fase de homogeneización, siglo XIX, se caracteriza por la disminución del trabajo productivo de la mujer y la aparición de formas modernas de trabajo doméstico en las familias. Este es el momento en que la polarización entre los espacios de la producción y la reproducción se hace más evidente y a la mujer se le atribuye el cumplimiento de las funciones de procreación, crianza y atención de la casa.
Fase de segmentación, en ella las mujeres retornan al trabajo asalariado en estas últimas décadas, aunque los autores matizan algunas de las condiciones no muy favorables para ellas en este retorno (tipos de trabajo y de contratos).
Enzo Mingione coincide con los momentos clave señalados en el párrafo anterior y dice: "Desde el establecimiento de un sistema generalizado, pero nunca universal, de reproducción familiar por medio del salario, las sociedades occidentales han experimentado en general dos transiciones históricas cruciales en sus pautas de reproducción [...].
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La primera transición estuvo vinculada a la abolición del trabajo infantil y a la disminución del trabajo femenino, lo que condujo a la forma de trabajo doméstico no remunerado en las familias de clase media. La segunda estuvo asociada a un fuerte incremento de la tasa de empleo femenino" (Mingione, 1993). La primera transición, a partir de la segunda mitad del XIX, conduce a la mujer de los estratos medios y bajos a ser una especie de administradora de la reproducción que consagra la mayor parte de su tiempo al cuidado y reconstrucción de la fuerza de trabajo del marido y de los hijos, potenciales trabajadores en el futuro.
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La segunda transición, a partir de la segunda mitad del siglo XX, supone para Mingione una confirmación de que el modelo de reproducción caracterizado por el "salario familiar", donde el varón cabeza de familia "ganaba el pan" y la mujer se ocupaba de las tares domésticas, ha supuesto una experiencia histórica limitada, cuyo despliegue se ve modificado por el progresivo desarrollo del estado del bienestar y sus prestaciones de servicios, por los cambios hacia un modelo de consumo de masas y por la incorporación de la mujer al trabajo. Estos rasgos modifican el modelo de reproducción y a los consiguientes cambios en el lugar de la mujer.
MERCADOS DE TRABAJO Y PARTICIPACIÓN LABORAL DE LAS MUJERES
La evolución de la organización capitalista no es unilineal ni homogénea, por lo que se refiere a sus concreciones nacionales. Esta misma heterogeneidad y discordancia se manifiesta también en el interior de cada país, con relación a los mercados de trabajo regionales e, incluso, locales. De hecho, las oportunidades ocupacionales dependen de la estructura de los mercados de trabajo locales y regionales. La cantidad y características de las empresas o instituciones que generan empleo, así como la clase de actividades que estas desarrollan conforman un determinado mercado de trabajo que puede estar más o menos segmentado sexualmente, más o menos accesible a las mujeres. De hecho, el grado de segregación laboral existente no depende de la decisión de un solo empresario, sino del efecto acumulativo de las acciones de muchos. Y aunque esta dinámica es modificable con el tiempo, la estructura ocupacional contribuye a modelar las preferencias, comportamientos y formas de participación laboral. Explica también la movilidad residencial de los trabajadores, relacionada con las posibilidades de empleo existentes.
A ello hay que añadir los determinantes sociales de la etapa histórica en que mujeres han sido socializadas y donde adquieren sentido las construcciones sociales acerca de los atributos y roles de cada género. En este aspecto no hay que olvidar que somos herederos de las imágenes femeninas elaboradas durante el franquismo, en que se vinculaba a las mujeres con la domesticidad y en que la legislación laboral existente obstaculizaba la participación laboral de las mujeres casadas. El modelo de familia ideal que se impuso es el que dependía de un solo salario, el del hombre, mientras que las mujeres definían su identidad social a partir de sus roles como esposas y como madres. De acuerdo con este modelo, el derecho al trabajo era sinónimo del derecho a obtener empleo prioritariamente por parte de los hombres con cargas familiares. Esto es lo que se ha modificado sustancialmente en los últimos años y se corresponde con una mayor presencia de mujeres en el mercado de trabajo (véase cuadro 1). Pero como lo que generalmente se considera historia pasada forma parte en la realidad de las experiencias del presente, no es fácil erradicar los mecanismos ideológicos que han configurado y han hecho persistir unos sistemas de género que vinculan al hombre con el mundo laboral y a la mujer con las responsabilidades domésticas.
Cuadro 1.Fuente: INE.
La experiencia histórica reciente de nuestro país (los años del franquismo, mas en concreto) ha hecho arraigar la idea de que la participación laboral de las mujeres es algo nuevo y sin precedentes y esto es un error que hace subestimar la contribución de las mujeres al presupuesto familiar. Lo que es excepcional desde una perspectiva histórica de más amplio alcance, es precisamente el modelo de familia dependiente de un solo salario aportado por el hombre. Las mujeres han contribuido siempre al sostenimiento de la familia, aunque haya variado la forma de hacerlo. Tiempo atrás la vida laboral se iniciaba a edades muy tempranas y las mujeres contribuían a la economía familiar de sus padres trabajando varios años antes de casarse. Ciertamente, se han producido cambios sustanciales en este modelo, pero esto es lógico. Como insiste Pahl (1991) es necesario cambiar la perspectiva con que usualmente se analizan estas cuestiones, siendo mucho más fructífero considerar que lo normal es el cambio y no la estabilidad. En el pasado hubo cambios en la división del trabajo, actualmente se producen nuevos cambios y en el futuro habrá otros.
Una vez subrayado que el trabajo remunerado de las mujeres no es algo nuevo ni excepcional podemos señalar ahora en qué consisten los actuales cambios: es la naturaleza y la experiencia de este trabajo el que se está transformando (Pahl, 1991). Lo que es nuevo y sin precedentes es la elevada presencia en el mercado de trabajo de mujeres casadas pertenecientes a todas las clases sociales y que trabajan la mayor parte de sus vidas. Se trata de un fenómeno que en la mayor parte de países europeos se inicia en los años sesenta, después de superar las crisis de la posguerra, en una etapa de crecimiento económico y de cambios demográficos (aumento de la población anciana junto a una disminución de la natalidad), en que se produce también un alargamiento de la educación formal de los jóvenes.
Hasta hace unos años el empleo de las mujeres casadas respondía a razones estricta supervivencia; actualmente responde, en cambio, a las aspiraciones de las clases medias, relacionadas con la consecución de proyectos profesionales, así como con el mantenimiento de determinados niveles de consumo. Por ello cada vez es más excepcional encontrar familias con la presencia de un solo salario aportado por el hombre. Si a esto añadimos los cambios experimentados en las formas de conyugalidad, el retraso en la institucionalización del matrimonio, así como la incidencia de los divorcios, resulta que el salario de las mujeres resulta cada vez más imprescindible. Si hasta hace tan solo unos años las mujeres consideraban que el trabajo remunerado era algo transitorio y que su identidad se vinculaba a los roles familiares, actualmente, en cambio, se tiende a considerar el trabajo remunerado como un elemento permanente. Las imágenes femeninas basadas en la domesticidad resultan, pues, cada vez más anacrónicas. Y a pesar de ello, están fuertemente arraigadas en el contexto laboral, constituyendo uno de los principales obstáculos informales para la inserción laboral de las mujeres, ya que los estereotipos respecto al carácter secundario y accesorio de la actividad laboral son los que han abonado y continúan abonando las diferentes formas de discriminación.
Así pues, las condiciones de inserción laboral de las mujeres no son en absoluto satisfactorias y en los últimos años se han visto agravadas por la disminución general del empleo y la precariedad laboral. La mayor parte de mujeres de concentran en ocupaciones fuertemente feminizadas y son pocas las que acceden a cargos directivos o a categorías profesionales elevadas. Las mujeres en paro tienen muchas dificultades para salir de esta situación, especialmente si se trata de mujeres casadas. En resumen: en el terreno laboral se muestra claramente una fuerte disimetría entre los hombres y las mujeres, ya que las oportunidades ocupacionales no son equivalentes, resultando más abiertas y flexibles para los hombres y más rígidas y restringidas para las mujeres (véase cuadro 2).
POBLACIÓN OCUPADA POR SITUACIÓN PROFESIONAL
Mujeres | Hombres | % Mujeres | |
Trabajadoras/es por cuenta propia | 908,6 | 2.020 | 31,03 |
Empleador/a | 153,1 | 587,6 | 20,67 |
Empresaria/o sin asalariado o trabajador independiente | 517,9 | 1.254,1 | 39,23 |
Personas que forman parte de cooperativas | 31 | 60,9 | 33,70 |
Ayuda familiar | 206,6 | 117,4 | 63,77 |
Asalariados/as | |||
Sector público | 1.065,8 | 1.187 | 47,31 |
Sector privado | 3.192,6 | 5.650,4 | 36,10 |
Otra situación | 7,5 | 9,6 | 43,86 |
Nota: Datos en miles. FUENTE: Elaboración propia a partir de datos de la Encuesta de Población Activa, IV Trimestre 1999.INE |
Cuadro 2
LAS TRAYECTORIAS LABORALES DE LAS MUJERES: PATRONES DE CAMBIO
4.1 De hijas trabajadoras a madres trabajadoras
Para caracterizar la principal transición en las características del trabajo remunerado de las mujeres utilizaremos una expresión de Lamplere (1986) muy gráfica y descriptiva. Se trata del paso de una fuerza de trabajo formada predominantemente por hijas trabajadoras a otra que incluye una proporción sustancial de madres trabajadoras. Los patrones de cambio se expresan muy bien a través del contraste entre distintas generaciones.
Las mujeres de más edad (las que pasaron su etapa de juventud durante la guerra civil o la inmediata posguerra) fueron socializadas de acuerdo con el modelo de trabajo que hemos denominado como hijas trabajadoras. La mayor parte de ellas tuvieron una ocupación remunerada antes de casarse. La vida laboral empezaba muy pronto, especialmente entre las hijas de campesinos y entre la clase obrera y los ingresos obtenidos se consideraban como una contribución a la economía de sus padres. Una vez estas mujeres se casaban, solo mantenían su empleo si el salario de la mujer era imprescindible para la subsistencia de la familia, ya que se consideraba prioritaria su dedicación a la casa y a los hijos. Existía de hecho una visión negativa del trabajo de la mujer casada, que se asociaba a la pobreza. Por ello, si el hombre contaba con un salario estable, o el negocio familiar podía prescindir del trabajo de la mujer, se prefería disponer de menos ingresos totales para que la mujer se quedase en el hogar.
Eran pocas las familias que en los difíciles años de la posguerra podían subsistir con un único salario; lo que sucedía es que eran los hijos y las hijas quienes aportaban sus ingresos al conjunto familiar. El periodo de educación formal era corto, los jóvenes empezaban pronto a trabajar y los ingresos obtenidos los entregaban a sus padres. Tanto para los hombres como para las mujeres predominaba una ética familista del trabajo. Según la etapa del ciclo de vida y según su papel en la familia, la mujer realizaba una u otras formas de trabajo (remunerado/doméstico). Las opciones venían marcadas por lo que se consideraba pertinente para el bienestar de la familia en conjunto y esto se concretaba mediante la realización de trabajos remunerados mientras se era soltera, para ayudar a la economía doméstica de los padres, y en dedicarse a cuidar del marido y de los hijos cuando se casaba.
A medida que transcurren los años y nos acercamos a la etapa de desarrollismo económico empieza a aparecer una mayor diversificación en las prácticas del empleo, así como en los modelos de representación del trabajo y de la vida doméstica. Poco a poco va imponiéndose un nuevo modelo, el de las madres trabajadoras, con marcados contrastes respecto al anterior y que es el que hoy caracteriza a las generaciones más jóvenes. El mayor bienestar económico se corresponde con una mayor duración de la educación formal, lo cual no solo se ha debido a la mejora de oportunidades educativas, sino también al considerable esfuerzo realizado por la generación de los progenitores, posibilitado en España por unos años de fuerte crecimiento económico en que se produce una movilidad social ascendente rápida y numerosa. Esto implica retrasar la incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo y que los padres prescindan, por tanto, de los ingresos de sus hijos. La lógica es, pues bien distinta respecto al modelo anterior. No se aprovecha el trabajo de los hijos en el presente, sino que se invierte en su futuro. La familia no puede disponer de sus salarios cuando, por otra parte, se eleva el techo de necesidades, como consecuencia inmediata de la mejora de los niveles de vida. El salario de la mujer casada resulta así imprescindible.
Este nuevo modelo, el de las madres trabajadoras se refleja muy entre las mujeres que pertenecen a las generaciones más jóvenes. Ellas no se han implicado económicamente como sus progenitoras como lo hicieran sus madres. Los padres proporcionan lo necesario para vivir y ellas guardan para sí los ingresos que obtienen por su trabajo y a sea permanente o bien esporádico, ingresos que normalmente se destinan a una posterior independización. Las mujeres casadas aportan su salario a la nueva familia, siendo difícil prescindir de él, dado el volumen de gastos que implica mantener los niveles de consumo requeridos y que tienden a aumentar con la presencia de los hijos. El trabajo remunerado se convierte en un hecho normal, que se incorpora como un elemento importante en la vida de las mujeres.
Estas son las condiciones que han implicado cambios sustanciales en el significado y el valor que se atribuyen al empleo, introduciendo también factores de diversidad, conceptualizaciones y motivaciones diferenciales y esto se ha venido acompañado por la aparición progresiva de una ética individual del trabajo, que lo hace considerar como un medio imprescindible para tener independencia económica y autonomía personal. A estas valoraciones pueden añadirse otras, como las relacionadas con objetivos puramente pragmáticos y/o profesionales, que en absoluto entran en contradicción con la consideración de la familia como una unidad económica. Y los mismos principios se proyectan en los hijos, a los que se intentan suministrar, mediante los estudios, los instrumentos necesarios para asegurar su futuro.
Las mujeres con edades intermedias son las que han vivido la transición entre los dos modelos. Existen muchos ejemplos de mujeres que en su juventud compaginaron el trabajo con los estudios: de esta forma cumplían su obligación como hijas trabajadoras y contribuían a la economía de sus padres, pero a su vez estaban construyendo las condiciones para situarse mejor en el mercado de trabajo años mas tarde. Algunas de estas mujeres han contado con la ayuda emocional y material de sus padres, que proyectaban en ellas sus aspiraciones de movilidad social, mientras otras han tenido que vencer, en cambio, los escollos que implicaban romper con los modelos que las situaban en los roles femeninos más tradicionales.
Dado el cambio que se produce en la naturaleza y experiencias del trabajo en este grupo de mujeres de edad intermedia aparecen otras variaciones, relacionadas con las continuidades y rupturas propias de toda etapa de transición. Así, algunas mujeres tienen un ciclo laboral continuo, que es inicia temprano, como hijas trabajadoras, pero que ya no se interrumpe cuando se casan o tienen hijos, pasando directamente a ser madres (o esposas) trabajadoras. Para otras, en cambio, la maternidad supone un paréntesis en su trayectoria laboral, dedicándose plenamente a sus hijos pequeños. Este patrón es el que ha hecho aparecer de forma significativa el denominado ciclo laboral de doble fase, correspondiente a las mujeres que se reincorporan al mercado de trabajo después de haberlo abandonado durante unos años.
CAMBIOS EN LA NATURALEZA DEL TRABAJO DE LAS MUJERES
El modelo de hijas trabajadoras
"Respecto al trabajo, a los siete años me sacaron de la escuela y me pusieron a vender pescado con mi madre. Casi el mismo año me colocaron como niñera a cuidar de un recién nacido; los padres eran gente rica. Hacia los trece años me colocaron como sirvienta en una de las casas ricas del pueblo y creo que estuve allí un total de tres años. Como mi madre veía que trabajaba tanto me sacó de allí y me pudo a vender en el mercado. Entonces tenía yo quince o dieciséis años." (1910, La Canonja)
"Todo el dinero que ganaba se lo daba a mis padres. Entonces se ganaba muy poco y como no tenía un jornal muy elevado, todo se lo quedaba mi madre. Y tenía unos trabajos... porque ni a la peluquería podía ir, tenía que ir cuando ella me lo decía. Ni los domingos me daba dinero. Lo que iba dando a mi madre, ella lo guardaba y sirvió para comprar el traje de novia, sábanas, ropa...." (1945, Reus)
"Y ya, cuando me casé, deje de trabajar" (1943, Reus)
El modelo de madres trabajadoras
"Cuando nació mi hija yo no quería dejar de trabajar, porque me gusta. Y mi marido era el que estaba más convencido y me animaba para que no dejase mi empleo. Decía que dos sueldos son imprescindibles en un matrimonio y que si yo lo dejaba... bueno, que dejaríamos de tener muchas cosas por culpa de esto, y que ya nos las arreglaríamos con la niña" (1960, Tarragona)
"Ahora se necesitan dos sueldos para vivir, y el trabajo está muy mal..." (1970, Reus)
"Lo mío siempre ha ido aparte, bueno, para mis gastos: la ropa me la compro yo y los libros me los compro yo. En casa no doy nada y lo mío va aparte. Si encontrara un trabajo fijo, pues, igual, seguiría siendo mi dinero, pero igual daría algo en casa, no sé. " (1966, Reus)
(Entre paréntesis se indica la fecha de nacimiento y lugar de residencia)
LA INCORPORACIÓN DE LA MUJER AL MUNDO LABORAL
La situación de la mujer ha cambiado en los últimos años en muchos aspectos. En primer lugar, la presencia femenina en el mundo laboral se ha incrementado muchísimo, y a la vez se ha diversificado, especialmente en los países occidentales. En España las mujeres han aumentado notablemente su participación en el mundo laboral en los últimos años. En 1980 la tasa de actividad femenina era de un 27,09%, en 1991 era de un 33,31% y en 1999 es de un 39,10%. Y aunque, la tasa da actividad de las mujeres es siempre inferior a la de los hombres, recientemente se ha podido constatar que las mujeres jóvenes en activo menores de 30 años tienen una tasa de actividad superior (41,3%) que los hombres de la misma edad, que solo representan el 30,3%. Así, todo parece indicar que la mujer cuenta con recursos y capacidades para competir con los hombres en el mercado laboral.
Total mujeres activas ocupadas | 5.174.500 | 77,60% |
Total hombres activos ocupados | 8.867.000 | 89,24% |
Total mujeres desempleadas | 1.493.500 | 22,4% |
Total hombres desocupados | 1.068.500 | 10,76% |
Cuadro 3. FUENTE: INE IV trimestre 1999
En segundo lugar, el nivel de preparación y cualificación de la mujer ha alcanzado cotas muy altas en los últimos años, y, así como en el pasado las mujeres asumían trabajos poco cualificados, especialmente en el sector de servicios, en la actualidad se ha incrementado la proporción de mujeres técnicos medios y superiores y administrativas (véase cuadro 8). Estos cambios obedecen a que las mujeres jóvenes tienen un nivel educativo superior al que poseían las mujeres trabajadoras en épocas anteriores, y están en condiciones de competir con los hombres para un puesto de trabajo.
Es interesante insistir en el gran papel que ha desempeñado la formación educativa de la mujer en el acceso al mundo del trabajo, porque habitualmente la mujer ha encontrado más trabas que los hombres. Y así, aunque la actividad de las mujeres varía según el nivel educativo, la tasa de actividad de las mujeres es siempre menor que la de los hombres en todos los niveles de estudios (véase cuadro 3). Sin embargo, a mayor nivel de estudios, aumenta la tasa de actividad de las mujeres. Como se puede constatar (véase el cuadro 4), los hombres analfabetos presentan una tasa de actividad considerablemente superior que la de las mujeres. Posiblemente las motivaciones y posibilidades de estas mujeres en el mercado de trabajo son mínimas. En cambio, entre las mujeres y los hombres con nivel de estudios medios, la participación es semejante. Las mujeres y los hombres con estudios superiores, o anteriores al superior (carreras medias), presentan tasas de actividad prácticamente iguales. Se podría decir que los mecanismos de mercado de trabajo exigen mayor formación educativa a las mujeres para entrar y permanecer.
TASAS DE ACTIVIDAD POR ESTUDIOS TERMINADOS
(En %) | MUJERES | HOMBRES |
ANALFABETAS | 5,40 | 14,30 |
SIN ESTUDIOS | 11,70 | 28,30 |
PRIMARIOS | 24,80 | 57,40 |
MEDIOS (incluye FP 1er grado) | 51 | 72,80 |
F. PROF. SUPERIOR | 79,90 | 86 |
UNI. 1er CICLO | 69,40 | 72,30 |
UNI. 2º CICLO | 83,90 | 83,90 |
FUENTE: Instituto de la mujer, 1999 |
Cuadro 4.
5.1. La carrera profesional de la mujer
El perfil de la carrera profesional de las mujeres (es decir, los años de preparación para conseguir un puesto de trabajo, la permanencia en éste y la promoción y el salario percibido) es diferente en muchos aspectos del de los hombres, hasta tal punto que se puede hablar de la discriminación de la mujer en el trabajo con respecto al hombre. Mientras que la carrera profesional u ocupacional del hombre se caracteriza porque suele ser larga y continuada, empieza después de un periodo de formación o preparación y finaliza con la jubilación, la de las mujeres se caracteriza por ser más breve y discontinua, interrumpida generalmente durante el periodo de tiempo dedicado al cuidado de sus hijos pequeños o de los miembros de su familia ancianos o enfermos. Además de ser más breve y discontinuo, el trabajo de la mujer es, más a menudo, un trabajo a tiempo parcial (véase cuadro 5).
Cuadro 5. Fuente: Instituto de la mujer, 1999
5.1.1. Condiciones laborales: promoción y salarios
Las posibilidades reales que tiene la mujer para promocionarse en su trabajo son más escasas que las de los hombres. Un hecho que certifica lo que acabamos de afirmar es el siguiente: a pesar de que las mujeres tienen una gran presencia en las ocupaciones correspondientes a profesionales y técnicos superiores, y que en el segundo trimestre de 1999 se contabilizaba en España 522.000 mujeres con estudios superiores frente a 680.800 hombres, sólo un 13% de los puestos directivos son desempeñados por mujeres.
Algunos estudios buscan explicaciones más psicológicas de por qué las mujeres profesionales no se promocionan como sus colegas masculinos. Uno de los argumentos que aducen es la falta de mentores o tutores femeninos en el mundo de los ejecutivos. En su opinión, los tutores o modelos que supuestamente hay que imitar son más efectivos si pertenecen al mismo sexo que si lo pertenecen al sexo contrario ya que ejercen una mayor influencia en las actitudes y conductas relacionadas con la carrera profesional. Así, el hecho de que existan un numero muy limitado de mujeres que ocupen cargo de dirección en las empresas puede ser un elemento que influye en la promoción de las mujeres en el seno de las empresas, ya que carecen de un modelo al que emular.
Además de estar más expuestas al desempleo, los salarios que perciben las mujeres por el mismo trabajo efectuado por un hombre son inferiores. En lo que respecta a España los salarios de las mujeres son, en general, inferiores en un 30% a los masculinos. La diferencia se acentúa en la categoría de empleados, donde las retribuciones femeninas son un 35% inferiores a las masculinas. Por sectores económicos, es el industrial donde las diferencias son las más acusadas.
Por otra parte, como las posibilidades de promoción de la mujer son más escasas, como ya hemos comentado, a medida que aumenta la edad las diferencias salariales entre hombres y mujeres van creciendo, ya que, a lo largo de su vida profesional el hombre accede a cargos de mayor responsabilidad y, por consiguiente, más remunerados, mientras que la mujer no se promociona. Las diferencias salariales son comunes en otros países de nuestro entorno (véase cuadro 6).
(en pesetas) | EMPLEADAS/OS | OBREROS/AS | ||
Hombres | Mujeres | Hombres | Mujeres | |
Todos los sectores | 275.598 | 180.838 | 164.376 | 123.684 |
Industria | 321.401 | 205.473 | 190.479 | 134.916 |
Construcción | 271.540 | 164.215 | 153.918 | 125.416 |
Servicios | 257.453 | 175.522 | 137.649 | 111.416 |
Cuadro 6. Ganancia media por trabajador/a al mes según sector de actividad, categoría profesional y sexo. IV Trimestre 1999. INE.
Otro elemento que viene a corroborar la discriminación dela mujer en cuanto a sus retribuciones es la comprobación de que la experiencia de las mujeres se valora menos que la masculina, y desde esta minusvaloración se acentúa en los niveles educativos superiores. Así, las mujeres con formación superior y más de 10 años de experiencia profesional presentan las mayores diferencias salariales con relación a los hombres (véase cuadro 7).
Años De Escolarización | Años De Experiencia | Salario/Hora Bruta Mujeres | Salario/Hora Bruta Hombres |
8 o menos | 11 o más | 948 | 1.108 |
9 a 14 años | 11 o más | 1.215 | 1.441 |
15 o más | 11 o más | 1.595 | 2.114 |
Cuadro 7.Retribuciones salariales por sexo según equiparables de estudios y años de experiencia profesional
Un estudio longitudinal realizado por Adelman (1991) con un grupo de mujeres desde que cursaban el bachillerato hasta la universidad, y que finaliza cuando las mujeres han cumplido los 32 años de edad, viene a corroborar algunas de las afirmaciones que se han hecho. A pesar de que las mujeres obtuvieron mejores resultados académicos que sus compañeros masculinos de promoción. Tanto en lo que respecta a las materias como en el conjunto de los años universitarios, su carrera profesional se vio más afectada por el desempleo, el subempleo y unas retribuciones económicas inferiores a las percibidas por los hombres. El hecho de que las mujeres tengan un trabajo más incierto y precario a lo largo de su vida laboral y de que sus salarios sean inferiores repercute negativamente en las prestaciones que reciben cuando se jubilan, especialmente en la cuantía de la pensión de jubilación que perciben. Debido a las razones expuestas, se considera que, en la actualidad, las mujeres junto con los niños están mas expuestos a sufrir un proceso de empobrecimiento, aparte de las mujeres jubiladas son las mujeres con niños pequeños solas o divorciadas y las mujeres mayores solteras o viudas.
POBLACIÓN OCUPADA POR TIPO DE OCUPACIÓN
(en miles) | Mujeres | Hombres | % Mujeres |
Dirección de las empresas y de la a.a.p.p. | 346,3 | 771,3 | 30,99 |
Técnicas/os profesionales científicos/as e intelectuales | 792,1 | 827 | 48,92 |
Técnicas y profesionales de apoyo | 496,8 | 776,6 | 39,01 |
Empleadas/os de tipo administrativo | 809,6 | 550 | 59,55 |
Trabajadoras/es de servicios de restauración, personales, protección y vendedoras/es | 1.161,1 | 808,1 | 58,96 |
Trabajadoras/es cualificadas/os en agricultura y pesca | 175,4 | 516,2 | 25,36 |
Artesanas/os y trabajadoras/es cualificados de industrias manufactureras, construcción y minería | 182,8 | 2.225,6 | 7,59 |
Operadoras/es de instalaciones y maquinaria | 233,3 | 1.232,5 | 15,92 |
Trabajadoras/es no cualificadas/os | 973,8 | 1.095,3 | 47,06 |
Fuerzas armadas | 3,3 | 64,4 | 4,87 |
Cuadro 8. Fuente: Instituto de la mujer, 1999.
5.1.2. Las ocupaciones de las mujeres y su evolución en el mercado de trabajo
Como se pude constatar (véase cuadro 8), las ocupaciones de las mujeres en el mercado de trabajo español, principalmente, son las de comerciantes, vendedoras, administrativas, servicio doméstico y hostelería. En el sector de servicios de hostelería y domésticos, la presencia femenina es mayoritaria. Asimismo, la presencia de la mujer es muy importante en las ocupaciones de profesionales y técnicos.
En cuanto a los sectores y ramas de actividad (véase cuadro 9), se observa que las mujeres están casi ausentes en las industrias energéticas, construcción, transportes y comunicaciones. En esta rama sólo tres de cada veinte trabajadoras son mujeres. Las mujeres ocupadas se concentran, de forma muy acusada, en actividades de servicios: educación, investigación, cultura y sanidad. En estas ramas, más de la mitad de las ocupadas son mujeres.
Es interesante mencionar otro hecho, y que atañe a las diferencias entre la población activa femenina y masculina. En un estudio realizado en Estados Unidos, en el siglo XXI, las mujeres representan el 64% de todas las personas que accedan por primera vez al mercado de trabajo. Paralelamente se da el caso de que, mientras que la presencia de las mujeres, especialmente de mujeres de edad media, es cada vez más numerosa, la cantidad de varones de edad media y de más edad es cada vez menor.
POBLACIÓN OCUPADA POR SECTOR DE ACTIVIDAD
(en miles) | mUJEres | hombres | % mujeres |
AGRICULTURA | 268,8 | 737,4 | 26,71 |
INDUSTRIA | 667,5 | 2.142,8 | 23,75 |
CONSTRUCCIÓN | 72,3 | 1.466,5 | 4,70 |
SERVICIOS | 4.165,9 | 4.520,3 | 47,96 |
Cuadro 9. FUENTE: Instituto de la Mujer, 1999.
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Sociología de la empresa y de la industria
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Enviado por: | Daniel Crespo Robledo |
Idioma: | castellano |
País: | España |