Sociología y Trabajo Social


Sociedad venezolana y Juventud


La Sociedad Venezolana y la Juventud.

El medio urbano dejó desnuda a la familia en su precariedad y dependencia para satisfacer las necesidades de trabajo, alimentación, salud, educación, recreación... y la experiencia subjetiva de vulnerabilidad se acentuó. Evidentemente, este fenómeno entraña cierto debilitamiento de la institución familiar tradicional.

En general, el venezolano desconfía de las relaciones interpersonales que no tienen que ver con sus espacios primarios -familiares y amigos-, por lo tanto, fuera de ese ámbito solo admite compromisos egoístas donde la inmediatez y la tendencia a sobreproteger su inversión en participación colectiva le imposibilita la construcción de comunidad, el fijar objetivos comunes y crear la confianza para el esfuerzo social. En este sentido, haciendo referencia a los cambios culturales que Venezuela ha venido sufriendo a través de cincuenta años, Pasquali (1998) comenta:

Una categoría sociológica: digo de mí mismo -y de quienes están en situación idéntica- que somos venezolanos de la generación cero. No decidimos emigrar, nuestros padres lo hicieron por nosotros cuando éramos menores de edad, y nos dieron una venezolanidad un poco como nos habían dado la vida; una nacionalidad pues, aceptada heideggeriana y casi tan automáticamente como el hecho de ser hijos de nuestros papás. (p.139)

Igualmente, De Viana (1998) no deja de anunciar que pensar en los cambios culturales, en el modo de hacer y expresar la vida en Venezuela en los últimos cincuenta años, inevitablemente impone a la modernidad como horizonte nunca negado.

Dentro de tantos cambios culturales que se han estado gestando desde décadas atrás, una de las principales causas que los llevó a cabo fueron los procesos de explosión demográfica y urbanización. El crecimiento exponencial de la población, concentrada en ciudades, dio lugar a necesidades masivas, que por su naturaleza solo pueden ser atendidas por las macro-instituciones modernas.

De unidad de producción económica en el medio rural, la familia pasó a ser fundamentalmente unidad consumidora de mercancías y en el tránsito se perdieron las destrezas artesanales, que eran el modo de producir la vida material en la sociedad tradicional. La mercantilización del orden de la vida, esa especie de aparición de nuevos focos del fetiche-mercancía anunciada por el marxismo crítico de antier, arrastra al consumismo y amenaza con asimilar a valores de cambios desechables todos los objetos significativos: se ha injertado la frivolidad en el orden de la vida, parece que ya nada merece la misma vida.

En los últimos años, la extinción del modelo burgués se ha manifestado inmediatamente en el deterioro franco de los servicios públicos que ha logrado producir una experiencia intensa de carencia subjetiva, frustración e inseguridad en los núcleos primarios de pertenencia, lo que con el tiempo produce un obstáculo en los mecanismos de ascenso social.

En definitiva, hemos sido testigos de movimientos migratorios masivos que han dado lugar a una sociedad que se caracteriza por la experiencia de la erradicación: del campo a las ciudades; de Europa a América.

Apartándonos un poco del tema demográfico, pasemos ahora a la política social del Estado venezolano que tradicionalmente se ha concentrado en los miembros que integran a las familias, de allí que, como España N. (1998) afirma, propiamente una política “de familia” nunca hemos tenido. Especialmente en los últimos años, la modalidad de concentrar los esfuerzos públicos en grupos poblacionales específicos considerados como vulnerables a los vaivenes económicos, ha significado que la acción del Estado se concentre en individuos más que en unidades sociales, como por ejemplo, la familia. Estamos ante un país que en comparación con otros, apenas se está formando, pero no se sabe si para bien o para mal, aún no muestra una identidad solidificada que tenga que defender. Venezuela se encuentra en una etapa de plena conformación de su propio perfil cultural.

España N. (1998) también se refiere al venezolano como un individuo que está en constante desenvolvimiento dentro de un espacio público que en Venezuela está desacreditado o al menos goza de un gran escepticismo por parte de la población. A este espacio público se le ve en nuestro país como una simple deducción del valor futuro de la política en función de sus valores anteriores y a este mundo político se le ha endosado la causa de los males del país.

En las llamadas sociedades posmodernas se dan cambios que tiene que ver con lo público, pero en nuestro caso la diferencia radica, en que por más que tratemos de afirmar que la participación social ha aumentado gracias a la proliferación de organizaciones voluntarias y de interés, la realidad indica que el venezolano cada vez se limita más a la esfera privada y solo opta por estrategias colectivas cuando es apremiante la gratificación inmediata y la privatización de los beneficios.

Las palabras de España N. (1998) están argumentadas por términos simbólicos que a su parecer explican ese espacio público del consumidor venezolano:

“La ´corotización´ de la modernidad entre nosotros, es decir, habernos hecho modernos por la posesión de los objetos -bienes económicos- y no desde los valores, las actitudes y los procesos sociales que dieron por resultado los objetos, nos impiden alcanzar la conciencia necesaria para actuar con “la voz” en el ámbito económico. El “ramplonismo”, o bien, la tosquedad de la “corotización” de la humanidad exacerba nuestro comportamiento individual como consumidores y restringe el campo para consideraciones que superan las ansias de satisfacer necesidades. Activar la acción colectiva para que los fines y los medios de los productores sean, legitimemos a partir de valores que como sociedad compartimos, y nos quedan aún muy lejos”. (p.32)

Otro aspecto relevante que ha caracterizado a la sociedad venezolana en las últimas décadas es el cambio de los roles femeninos a consecuencia de la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Aspecto que hecho tambalear el reconocimiento social-formal que el rol masculino venía teniendo desde el nacimiento de la humanidad. Esta incorporación de la mujer al mercado laboral ha sido causa de que la socialización primaria de inocentes y de niños -que es decisiva en la transmisión de valores-, dejara de ser función exclusive de la madre para ser confiada a segundos o terceros como son las abuelas, los hogares de cuidado diario, las guarderías, las vecinas y fundamentalmente la televisión. En conclusión, el asunto es de inquietarse, por el hecho de que ese vacío afectivo y esa ausencia de figuras parentales, en lugar de resolver problemas, traigan consecuencias que por el momento no se puedan prever.

Por otro lado, la gran sociedad venezolana a la que pertenecemos, a pesar de estar sumergida en crisis políticas, sociales, de valores, morales y sobre todo económicas, conserva y protege su conciencia de pertenecer al “país petrolero”. De esta manera se da la impresión de que esa eficacia y velocidad con la que se está estableciendo una unificación y una conciencia nacional, en parte se deba a una frenética necesidad de identidad, arraigo, pertenencia y seguridad, producida en las conciencias individuales por la precariedad de las instituciones tradicionales y de todos aquellos círculos de pertenencia de la Venezuela del pasado.

Pero esa conciencia nacional venezolana tiene una especificación para comprender las grandezas y miserias de esta cultura de fin de siglo, “no se trata de la conciencia de pertenencia a un país `sin más', sino a un `país petrolero'” (Pasquali, 1998, p.139). Por lo tanto, la eficacia de nuestra cultura para sembrar en la conciencia de cada venezolano la convicción de pertenencia y posesión, tras un derecho pacífico, de un país rico, pródigo, dadivoso... es sencillamente asombrosa: una Venezuela que no conforme con estar llena de riquezas, es de todos sus habitantes. Bien se puede hacer alarde de un milagro cultural, teniéndose presente que el punto de partida fue la asolada, desangrada y exhausta Venezuela de hace doscientos años.

En esta especificación de nuestra conciencia nacional, se reconoce un severo bloqueo para el acceso a la tan deseada modernidad. La noción de riqueza que adjetiva a Venezuela en la conciencia colectiva es absolutamente premoderna. Capriles ha llamado la atención sobre este asunto al identificar en el discurso de los agentes de decisión política “los argumentos justificadores que se ensamblan en lo que he llamado nuestro individualismo no posesivo” (Capriles, 1995, p.129). Este título alude a la teoría política del “individualismo posesivo” donde paralelamente se identificaba que “la naturaleza es inmensamente abundante. El hombre es escaso, pobre, incapaz, impotente” (Mcpherson, 1970).

Visto de esta manera, no hay que ser muy perspicaz para entender por qué la tan reconocida “autoestima del venezolano” tropieza con obstáculos culturales severos. Y si se quiere concluir algo, se puede decir que la extinguida época que gozábamos con grandes ideologías que marcaron hito en la historia, está amenazada por ideologías oportunistas que no llegarán a dejar las huellas positivas y profundas que dejaron las anteriores.

3.1 La idiosincrasia del venezolano.

La palabra que mejor describe a la Venezuela del quinto milenio es crisis. Con ello definimos el estado de las finanzas públicas, la orientación de las políticas económicas, el grado de fortaleza de las instituciones básicas del sistema, el orden social y el tono moral de los ciudadanos. Todo está en crisis, está en crisis el sector público y el sector privado, están en crisis los pobres y los ricos, están en crisis los servicios que presta el Estado y también los liderazgos, el proceso de toma de decisiones y la visión del futuro del desarrollo nacional. Vamos a entrar al siglo XXI con un discurso público que pareciera incapaz de hablar de otra cosa que no sea de la crisis. La crisis por tanto, describe lo cotidiano, el estado natural de las cosas. De allí, que la inquietud que produce su dimensión globalizadora, que además de desvanecer sus causas, tiñe de espanto sus consecuencias, obliga al ciudadano a refugiarse en su mundo privado, único lugar donde halla la posibilidad de encontrar tranquilidad y desarrollar su creatividad y sus iniciativas y escapar a la vez, de un entorno que le es cada vez más hostil.

Especialmente para las nuevas generaciones, para las cuales, un recuento de sinónimos con sabor a pasado reciente, les pone en la pista de que nuestro pesimismo pareciera ser recurrente, palabras con significados como cambio, carraplana, esto no es correcto, las cosas están “mal”, caos, ruptura institucional y colapso, actúan como si estuviesen estudiando el nombre de este lugar llamado Venezuela, entre 1968 y este fin de siglo.

Aferrados a ella, o entrampados por ella, la crisis impide que florezcan las iniciativas, se desarrolle la personalidad colectiva de los distintos grupos sociales y se active la vida pública en torno a metas, proyectos y propósitos. Todo esto es con el fin de que el venezolano haga un poco de esfuerzo por alimentar su autoestima que dicha crisis no ha permitido que se eleve.

Diversas investigaciones psicosociales a través de exploraciones cualitativas sobre motivaciones y actitudes profundas, realizadas a partir de 1988 constatan la presencia dominante de un cuerpo motivacional que puede sintetizarse en los siguientes aspectos:

a.- Presencia de un fuerte “locus” externo de control, es decir, de una tendencia generalizada a percibir el entorno como algo que cambia sin que se le pueda controlar, razón por la cual se ha nutrido el fenómeno del paternalismo del Estado, y por derivación, de una fuerte relación de dependencia hacia las estructuras sociales dominantes.

b.- Bajos niveles de confianza en las instituciones, dado el carácter personalista e instrumental de las relaciones del individuo con la sociedad.

c.- Fuerte personalidad autoritaria, que refuerza o magnifica la necesidad de sociedades dominadas por superestructuras poderosas, referidas específicamente a la concepción del Estado y a las demandas de un orden previsible.

d.- Cierta sobrevaloración del “Yo”, dentro de una cultura mágico-religiosa, destinista e igualitaria, que en conjunción con la externalidad del control, deriva en actitudes construidas en relaciones basadas en la solidaridad, sobre las relaciones de productividad que llevan, por ejemplo, a considerar la competencia como algo indeseable.

e.- Dominio de lo emocional sobre lo racional y permanente conflicto entre la esfera de los intereses voluntarios y los normativos, por la preferencia de aquellos sobre estos.

f.- Bajos niveles de información y superficialidad de los niveles cognitivos, probablemente debido al tránsito de la oralidad a lo audiovisual, saltando la instrumentación de la transmisión cultural de valores societales.

g.- Firmemente, un cuerpo exagerado y acrítico de creencias sobre el entorno, como reflejo de los bajos índices de conocimiento e información.

La logística argumental que domina el cuerpo de motivaciones del venezolano en relación con su contexto inmediato, se podría resumir en la siguiente frase obtenida de algunos silogismos que se lograron captar:

El estado no reparte con justicia la riqueza...

Porque la elite política es incompetente (la malgasta) y es corrupta (roba)

El 91% de la población considera que Venezuela es efectivamente, un país rico, y el 82% considera que su riqueza debe ser repartida entre todos sin distinción ni privilegio alguno. Pero el 24% reconoce que tal cosa no ocurre por defectos en la administración de los recursos. La corrupción a su vez, es un factor omnipresente en la evaluación del entorno, al punto de que solo 5% de la población piensa que en el país existen instituciones exentas de este vicio. El 75% de nuestra población piensa que el recurso de los hidrocarburos por sí solo es suficiente para cubrir todas las necesidades, que abarcan, tanto las necesidades reales como las aspiraciones de la población, y, sin embargo, solamente el 27% siente que se ha beneficiado en algo de este recurso. (Roberto Zapata, 1996).

Por tanto, es cierto, que no sólo por el bajo nivel de pensamiento abstracto como por la mala calidad de los procesos de educación e información, la población mide la satisfacción de sus demandas cuando los beneficios son concretos, personales y tangibles.

A partir de finales de los años sesenta, el sistema político descubrió las ventajas de las campañas políticas basadas en el ofrecimiento genérico de un cambio -aumento desproporcional de expectativas orientadas a la idea de que las riquezas serían repartidas equitativamente-. Pero ninguno de los gobiernos subsiguientes tuvo capacidad para satisfacer la pluralidad de demandas concretas que así había creado, a la par de verse comprometido a mantener supuesto esquema cada vez más equitativo, en el cual terminaba de descansar su legitimidad. “La consecuencia de esta dinámica ha sido la de una asociación de frustraciones colectivas cada vez de mayor magnitud”. Ha habido, entonces, “un aumento progresivo en la capacidad de la oferta política mientras disminuye la calidad del producto”. (Zapata, 1996).

El esquema populista solo creó un reforzamiento de las creencias básicas del pueblo consumidor, una demanda creciente de liderazgos que pretendían resolver todo, redistribuidores y autoritarios, un rompimiento con las herramientas normativas de contención social y una creciente pérdida de fe en los mecanismos de participación democrática.

La inestabilidad política de Venezuela y su crisis en general no ha sido una reacción causada únicamente por el juego de los cambios en las orientaciones políticas y económicas, sino que se ha construido una eclosión dentro de un proceso que desatiende las demandas de la población, basado si se quiere en la incapacidad de las élites de sobreponerse a su estrato sicosocial dominante y de ejercer su responsabilidad por ajustar los paradigmas culturales necesarios para hacer viables los cambios.

El fracaso de lo social pareciera ser la inserción de los individuos en grupos, en el sentido de pertenencia a ellos.

La aparición de nuevas solidaridades ha venido ocupando la atención de algunos autores, y es ya, una referencia clásica... la tesis de Maffesoli, quien insistirá en que asistimos a la sustitución de un social racional por una socialidad de predominio empático, porque existe proximidad y porque se comparte un mismo territorio, real o simbólico. Es por lo que nace la idea o la acción comunitaria, bien como espacio-cobijo o bien como grupo de apoyo frente a las arremetidas y agresiones del mundo externo. Solo lo cercano y lo que, en alguna medida, depende de cada ser humano y que además, le afecta, es lo que mezcla esfuerzos e intereses. Lo que no depende de nosotros pasa a ser indiferente. Esto, bien podría ser una salida a ese vitalismo de los sujetos como miembros de la sociedad -la fortaleza de personalidad señalada, carente de cohesión social-.

Quedamos entonces ante unos individuos conscientes de su potencial y su capacidad, socialmente poco motivados, orientados hacia la defensa de sus entornos más cercanos y personales y con una resistencia al cambio personal.

Estos mismos sujetos experimentan un conjunto de necesidades y aspiraciones, -valores materialistas, en expresión de Inglehart-, cuya satisfacción no pueden encontrarla solo por la vía individual, pero que al mismo tiempo, manifiestan una escasísima confianza en las mediaciones sociales y políticas como vía para lograr sus aspiraciones. Por eso, sí aceptan el cambio cuando este se desplaza hacia lo más próximo de lo social.

En Venezuela, vemos que respecto a los valores, la familia aparece valorada en primer lugar. El trabajo es el segundo, la religión es el tercer valor, la relación social que suponen los amigos es la cuarta. A más alta clase social, es más alta la valoración que se le da a la relación social. Seguido por la política.

En Venezuela, no conforme, estamos sumergidos en una civilización interdependiente y consumista que modela las actitudes básicas y los valores de millones de personas en relación con la sociedad, el trabajo, con lo que se desea y se rechaza. La civilización del consumo y del placer se caracteriza por un gran vacío ético y moral y, en definitiva, por el predominio de antivalores.

El concepto de éxito material existe en esta sociedad, donde hasta hace poco el boom petrolero permitió un consumismo desenfrenado, asociándose al hecho de ser importante, exitoso, prestigioso, con pertenencias y estilos de vida.

Para darse cuenta del tratamiento que se le da al valor per se, tenemos que la tesis de Inglehart apunta lo siguiente:

Los valores de la sociedad occidental han ido cambiando de un énfasis abrumador por el bienestar material y la seguridad física hacia un énfasis mucho mayor en la calidad de vida. Las causas e implicaciones de este cambio son complejas, pero el principio básico puede plasmarse de un modo muy simple: la gente tiende a preocuparse más por las cosas que representan necesidades inmediatas que las cosas que se presentan como necesidades lejanas, o, lo que es lo mismo, cuanto menores sean las posibilidades de realizar un valor tanto mayor es el aprecio o importancia que se le concede. Hoy en día, un porcentaje sin precedentes en la población occidental ha sido educado bajo condiciones excepcionales de seguridad económica. Por tanto, la estructura de los valores se configura en los individuos en la época de la juventud.

Idiosincrasia, en términos generales, no es otra cosa que el carácter nacional, son las orientaciones que tiene un pueblo como tal y tiende a ser una orientación que no cambia de la noche a la mañana. En el venezolano se trata de una muy marcada motivación al poder -interés en ejercer influencia sobre los demás-, más que al logro -tener éxito, alcanzar objetivos realistas-. Somos de los más volcados a la búsqueda del poder y de los menos hacia el logro. En otro aspecto, Herbert Koeneke define que somos muy externos desde el punto de vista de la orientación interna-externa. “Los psicólogos hablan del locus de control, que es la atribución o creencia que tiene la gente sobre el origen o los antecedentes del comportamiento de cada uno de nosotros”. Mucha gente piensa de forma abrumadora, que las cosas que hace no dependen de ellos mismos sino de las fuerzas externas a la propia persona, creencias míticas y religiosas, relacionadas, vinculadas con el juego de azar, patriarcales, y muy pocos orientados internamente, es decir, persuadidos de que gracias a su trabajo y esfuerzo pueden cambiar las cosas.

Todo esto es de larga duración. También hay una fuerte orientación a lo que Carlos Capriles ha llamado “el esquema del vivo”, de la viveza criolla. Personas que están permanentemente tratando de salirse con la suya, de lo contrario, son bobos y quedados.

Somos fuertes creyentes en la importancia de ser audaz, pícaro. Hay otros factores como la creencia de que el trabajo -muy vinculado con el locus de control- es una carga y no un medio para realizarse, sino casi una maldición. Características profundamente arraigadas y difíciles de cambiar. También hay una gran adhesión a la libertad, al venezolano no le gusta que lo controlen, pero desea cierto tipo de seguridad en cara a la violencia. No quiere que le coarten su libertad, somos libertarios. No es un individualismo al estilo anglosajón, donde se premia la iniciativa. El venezolano es propenso al orden por temor al caos.

Otra cosa importante es una creciente convicción, en el hecho de que somos ricos gracias al petróleo, pero que estamos mal gracias a los corruptos que se han robado el dinero. Se espera a un mesías, o bien a un líder que saque a Venezuela de la crisis que la embarga por el simple motivo de que somos reacios a aceptar órdenes.

La incorporación y el contacto creciente entre culturas étnicas diferentes o incluso antagónicas en un mismo territorio urbano, representa siempre un factor capaz de desencadenar roces y fricciones interculturales, que se agudizan, en la opinión de la mayoría de los sociólogos, cuando la situación económica general es de latente o franca fricción. La multiculturalidad está presente en un encuentro problemático entre una sociedad receptora, con una cultura y una identidad -idiosincrasia- colectiva muy pronunciada y otros colectivos, igualmente ricos en tradición y cultura autóctona que generan un conjunto híbrido, es decir, una mezcla económica, cultural y hasta incluso lingüística que sociológicamente constituye una novedad.

Desde hace una treintena de años se desató en forma masiva y radical una liberación cultural de los valores tradicionales. Se vivió con verdadero deleite este asalto a la moral establecida. Más tarde empezó de manera creciente la preocupación de que nos vamos quedando sin los valores tradicionales y sin bases para sustentar una nueva ética, pues el sentido mismo del “deber ser” parece no tener acogida en nuestra cultura.

Indudablemente, y a la par de todo un cuadro de características que describen a la población criolla, el campo político-económico juega un papel casi fundamental, donde también hay que tomar en cuenta que a la hora de hablar de sociedades donde la seguridad económica es la principal arma de confiabilidad, es evidente que dicha seguridad económica se encuentra estrechamente relacionada con un buen sistema político que le permite maniobrar con o sin eficacia.

El Estado y los partidos políticos se han convertido, inclusive, en el ejecútese de la economía venezolana. Mikel de Viana, s.j. (1998) en un artículo denominado "Medio siglo de cambios culturales", considera que al final del segundo período gubernamental de Rafael Caldera, el modelo rentista que fue el alma y posibilidad del Estado y de los partidos políticos, muestra señales de agotamiento. Nuestras instituciones políticas parecen haber perdido la legitimidad y credibilidad que alguna vez tuvieron aseguradas. Y si en algún espacio de la crisis que atravesamos se ha traducido en desencanto, confusión y aleatoriedad, es en el político. "Los políticos venezolanos de hace medio siglo eran exponentes de los intereses de sectores de la sociedad y así fueron reconocidos. Hoy ... viven un irreconciliable divorcio de nuestra realidad cultural". (de Viana, 1998).

Con respecto a los cambios que se resisten, Mikel de Viana (1998) cita:

“En primer lugar, al ´irenismo´ de la cultura criolla: esa pasión por la ausencia de conflictos. La nuestra, es una cultura convencida de que la única pelea que se gana es la que se evita. Nos hemos hecho capaces de tolerar situaciones de injusticia y de indignidad, dándole largas. Es la ética indolora de la criollidad. En segundo lugar, los modos de relación de la sociedad tradicional premoderna se caracterizan por un conjunto de preferencias valorativas que dificultan la comprensión de la vida colectiva en términos modernos. Nuestros modos de relación tradicionales, que eran normativos en la sociedad tradicional y que tendrán siempre su espacio natural en el orden de lo privado, son corrosivos y disolventes en el plano colectivo de una sociedad de masas que quiere ser de algún modo moderna. (p.145).

Por otro lado, la idiosincrasia del venezolano se caracteriza a su vez, por percibir valores de preferencia determinantes que llegan a obstaculizar la modernidad, que se encuentra en una constante búsqueda de patrones a seguir. Patrones que se resumen en la incomprensibilidad por la que los actores de la sociedad entran en relación con otros actores y con el mundo como personalidades totales, frente a la precisión en la que se asumen límites específicos y se distinguen ámbitos -lo privado frente a lo público, lo personal frente a lo profesional-, además de la orientación hacia sí y hacia el círculo de pertenencias primarias, frente a la orientación hacia la colectividad.

En definitiva, de Viana (1998) concreta:

“Nuestra cultura ha demostrado una eficacia extraordinaria en la transmisión del éxito económico y del prestigio e influencias sociales como valores supremos, como metas incosteables para todas las clases sociales. Sin embargo, a la hora de proponer medios, canales, normas para alcanzar esos valores supremos sin deteriorar la convivencia, nuestra cultura no ha tenido nada consistente que ofrecer... Las normas que la modernidad ha codificado como legítimas para alcanzar el éxito económico y el prestigio, se concentran en el trabajo productivo y la conducta racional-instrumental, pero ambos “medios legítimos” demuestran una eficacia errática entre nosotros: las más de las veces, no garantizan la obtención de la meta... Como puede percibirse, la anomia descrita es extrema, pues la población no tiene guías o patrones éticos en sentido propio”.

Para continuar con tan arraigada idiosincrasia, pero que al mismo tiempo se encuentra desenraizada, debido a tantos cambios culturales, de pensamientos, incluso éticos y morales. Nos referiremos al tópico de la identidad nacional, intentando extrapolar -en base a lo que se sabe del presente- y plantear una hipótesis acerca de lo que pudiera acontecer en relación con este fenómeno tan interesante que se muestra muy básico para la condición humana. Al hablar de cambios, podemos decir que la identidad venezolana se ha reconstruido sobre nuevos elementos.

El psicólogo catedrático José Miguel Salazar (1998) considera que identificar ciertos enunciados acerca de los cuales había acuerdo dentro de la cultura, y que constituían lo que él llamó “premisas socio-culturales”, que siendo aceptadas por una mayoría de venezolanos y organizadas alrededor de temáticas generales, permitían un acercamiento a la forma de ser del venezolano, es decir, su identidad.

Diversas concepciones acerca de la “identidad nacional”:

- Rasgos de personalidad o valores compartidos por los miembros de un grupo nacional determinado; dentro de esta concepción, ha quedado claro con el tiempo, que esto no implica homogeneidad.

- La segunda concepción se refiere a las imágenes que se tienen de un grupo, que tienden a la simplificación o lo que se denomina estereotipación, que niega la variedad existente entre los miembros del mismo.

- La tercera concepción tiene que ver con el sentimiento de pertenecer a la misma categoría de gente, de estar hermanados en alguna forma, en función de compartir historia, experiencias, desgracias, intereses, cultura, lenguaje, etc.

La identidad nacional es sentir que se pertenece a un grupo o categoría que se define en términos de historia, territorio y cultura.

Pero en algunos intentos de desvirtuar el planteamiento de las identidades nacionales, se indica que se trata de un mero discurso, de construcciones sociales, de mitos.

La vida social parte de cierto grado de fantasía, de imaginación que puede devenir en mitos. El hombre vive inmerso en comunidades imaginadas, como las llamara Anderson (1983); y esto no puede ser de otra manera.

A nuestro entender lo importante es hasta qué punto estas construcciones sociales pueden tener consecuencias para el comportamiento social o individual. Y hay bastante evidencia de que las construcciones sociales alrededor de los nacionales y la identidad nacional relacionadas con dicho fenómeno siguen siendo extremadamente fuertes en estas postrimerías del siglo XX.

De aquí que se entienda a la “socialización como el proceso mediante el cual los individuos son aculturados, esto es, integrados a los valores y patrones culturales dominantes en una sociedad” (Koeneke).. Es la transmisión entre unos agentes y unos aprendices, en forma gradual y sin sobresaltos, de los patrones o pautas culturales más arraigados en una sociedad. El resultado neto del proceso será la reproducción de esa sociedad. Esta visión de la dinámica socializadora es la que Beck ha denominado la “perspectiva de la enseñanza”, equivalente en gran medida a lo que en la terminología de Freire constituye el “modelo de la alcancía” de la educación.

La concepción más adecuada es la socialización como el proceso mediante el cual unos agentes sociales establecen y dirigen flujos de comunicación para enseñar a niños, jóvenes y adultos cuáles son las normas y pautas culturales aceptables y deseables en una sociedad determinada, pero sin que ello signifique que los individuos sometidos al proceso -aprendices-, carezcan de iniciativas o que sean incapaces de condicionar el producto final de lo que se ha pretendido enseñar.

En ciertas situaciones críticas, como una guerra, una revolución o una súbita y aguda depresión económica, la extensión y la velocidad del cambio puede incrementarse en forma significativa.

3.2 La juventud venezolana.

“La juventud venezolana es por excelencia un tiempo de Rebelión, que se manifiesta a través de tres formas particularmente atractivas para los jóvenes: la delincuencia, el radicalismo y la bohemia”. (Matza y Sykes, 1961).

La diversión y no la delincuencia es la solución a un cierto tipo de problemas de los jóvenes, por las enormes expectativas que suscita el tiempo libre. Los dos ejes jóvenes/clase social y jóvenes/tiempo libre, acaban conformando dos paradigmas alternativos.

Cuando se expresa, en primer lugar, la categoría social de juventud, estamos imaginando a un sector de la sociedad homogéneo en todas sus características, es decir, desde lo psicológico, lo económico ,lo social y lo cultural. Pero resulta, que dentro de esa categoría nos podemos encontrar -como de hecho sucede- distintas realidades de juventudes. Realidades que están atravesadas por condicionamientos de tipo psicosocial y sociocultural. En fin, esas diversas variedades de juventud están referidas a una cultura de la cotidianidad y la manera como ella se expresa y se representa en eso que llamamos genéricamente juventud .

De tal forma, que al hablar de juventud como categoría social tenemos que determinar claramente a que juventud nos estamos refiriendo, cual es su naturaleza de vida y de comportamiento, cual es su manera de representarse y a que ideales responde.

Hay que considerar al universo juvenil como un estrato no unificado en ninguna de sus formas de presentación, representación y actuación. Si la realidad esta diciendo que este actor social -el joven- no es nada uniforme, entonces hay que asumir la multiplicidad de diferencias a la hora de considerar los distintos comportamientos frente a la innumerable y compulsiva presencia de significados sociales y culturales que están presentes en el entorno. Es decir, que el joven ante escenarios sociales llenos de diversas significaciones, asume actitudes distintas que estarán determinadas invariablemente por las posiciones regionales, sociales, culturales, inclusive individuales. Y esos actos, que serán siempre de carácter cultural o se transforman en tal, se interrelacionarán con sus propias culturas cotidianas, es decir, modos de vidas. No es mas que la relación entre la cultura macro y una forma subcultural muy particular y transitoria que viene dada por la variable joven y su posición. “ Así, el joven esta sujeto a las propuestas diferenciadas de multitud de agentes o instituciones sociales: la familia, el liceo, las creencias religiosas, el trabajo, los amigos, los espacios, los medios”. (Marcelino Bisbal, 1997 ).

Según investigaciones realizadas por JMC / Y&R, los jóvenes venezolanos entre catorce y veinticuatro años encuentra que la mayoría de nuestro jóvenes son gregarios, alegres, no se pierden una fiesta y les encanta compartir con los amigos, le gusta divertirse en la playa, cine, restaurantes o donde puedan estar en grupo (18,7 %).

También se encontró que la mayor parte de los jóvenes cree en la amistad, en lo incondicional de nexo tanto para la diversión como para las necesidades (18 % ). En cuanto a principios y valores, expresan sentimientos patrióticos, se identifican con el país y se consideran responsables y en condiciones para modificar las circunstancias actuales. Para dicha juventud, su condición sirve de argumento para estar seguros de la importancia que tiene su participación -de una manera mas visible- en la vida nacional (9,6 %).

Mientras que el adolescente lucha por definir quien es, el joven empieza a sentir quién y reconocer las posibilidades de conflicto y separación entre “sí mismo” y el orden social. Vive la ambivalencia que implica someterse y subordinarse a la sociedad o rechazarla para mantener su integridad a cualquier precio.

En un mundo natural a la vida estudiantil como es la actividad cultural, resulta preocupante que tres cuartas partes de la población estudiantil manifiesta no tener participación ni dentro ni fuera de la universidad. Angulo y Castro, consideran que en todas las actividades, los niveles de afiliación y permanencia en organizaciones -de la juventud- son muy bajas. Al comentar estar realidades con estudiantes, surgen de inmediato ciertas referencias a que hay una ausencia de adultos que compartan en forma permanente sus intereses; y en cuanto al cuerpo docente, los jóvenes no asumen entusiasmo, ni un estilo de vida que les refuerce el atractivo por la vida académica.

Cuando hablamos de juventud asociamos el término a la fuerza de la transformación de la sociedad, a la rebeldía, el vigor, el movimiento. La efervescencia de la juventud, el ímpetu, no es necesariamente un rasgo producto de la ingenuidad. De lo que se trata es de que tenemos que aprender a pensar y a actuar de una forma distinta para construir de manera efectiva otra sociedad.

En un estudio reciente del Ministerio de la Familia y la Oficina Central de Estadística e Informática se obtuvieron una serie de indicadores que permiten caracterizar parte de la situación actual de la juventud venezolana. Así se expresa una acentuada tendencia al abandono del sistema educativo, deserción escolar, superando esta en el caso del paso de la escuela básica al ciclo diversificado el 62%. Es decir, de cada cien estudiantes, treinta y ocho pasan al nivel siguiente de enseñanza. Al tiempo se observa un fuerte cambio de ocupación en la edad de formación y capacitación, presentando un desplazamiento del 49% de los jóvenes de 15 a 24 años a la fuerza de trabajo. De estos el 9% está desempleado. Mientras tanto, del 51% de los inactivos el 41% de este total está destinado a labores del hogar y no declaradas.

Sin embargo, más alarmante aún resulta el hecho de que del total de jóvenes en edad de estudio solo el 40,53% asiste a los centros de enseñanza. De esta forma se evidencia la grave situación que atraviesa el futuro del país, planteando la grave tendencia a adoptar rasgos estructurales, para el futuro, de la crisis y coyuntura actual.

En cuanto a la conceptualización de “juventud venezolana” como tal, tenemos variadas significaciones que fueron aportadas por especialistas, conocedores y protagonistas de la misma.

Para Jeremiah O`Sullivan, la mayor parte de la juventud es pobre -afectiva y culturalmente-. Sus hogares tienden a ser incompletos, donde predomina la figura materna y el padre está ausente, por lo que esto influye en la formación de los jóvenes, y es por eso que sientan tendencia hacia la actitud desviada.

En su posición, Koeneke, considera que la juventud venezolana es un grupo etario, donde las diferencias más marcadas están dadas por el nivel socioeconómico. Las diferencias se encuentran por sector social, por ejemplo, los miembros del sector “A” y “B” son muy diferentes a los miembros del sector “C” y “D” aunque tengan la misma edad.

La tribu urbana Rave está más localizada en los sectores pudientes, en la cual los jóvenes buscan dintinguirse de sus mayores a través de la opción de ciertos estilos de vestimentas y de gustos.

Entre tanto, Adriana Lozada de la juventud venezolana tiene una concepción más materialista, piensa que son “toderos”, debido a que la situación económica no garantiza quien obtendrá mayores ingresos -si padres o hijos-. Todo esto, gracias a la situación política que se vive actualmente y a la misma inseguridad. Por todo esto, piensa que los jóvenes se adaptan a la situación, de tener que “matar tigres”, por que “somos capaces de resolverse con cualquier cosa”. Por esto mismo se está más abierto a distintas experiencias, se busca paso ante lo desconocido para encontrar seguridad y estabilidad ante la sociedad.

Por su parte, Jhonny Ferreira de manera más superficial y breve, concreta que “el venezolano quiere todo lo fácil, aquí y ahora. El joven venezolano lo que necesita es motivación para producir y crear”.

3.2.1 Elementos coercitivos.

3.2.1.1 Influencia del exterior.

De la conciencia nacional pasaremos a las macrotendencias que Venezuela como país latinoamericano ha demostrado en la presencia constante y hasta impertinente de los mensajes provenientes de emisores difusos, pero igualmente tratan de ser condensados en imágenes, señalamientos, indicadores y símbolos que constituyen el nuevo y cada vez más combinado abastecimiento de la población urbana, cuya característica más evidente es la invasión de los sentidos y de las sensaciones. En estudios recientes se descubrió que en Latinoamérica hablar de identidad es casi infructuoso “porque decir identidad hoy, no significa decir durabilidad, estabilidad, ya que las identidades se hacen se hacen y se deshacen a un ritmo quizás demasiado rápido; quizás al ritmo de la duración de los referentes” (Orozco, 1997, p.25).

Es importante señalar que uno de los aspectos más sobresalientes en las sociedades contemporáneas no se trata únicamente de que se están transformando las identidades al estar a la deriva de los medios de comunicación que hasta poseen el poder de destruirlas, sino que al mismo tiempo, como es señalado “lo que está transformándose es el modo como hoy sentimos como nuestro o como ajeno, como latinoamericano o como extranjero, no tiene solo otros contenidos, es también como se perciben las cosas de otra manera” (Martín-Barbero, 1994, p.33).

Y esa otra manera, sostiene Martín-Barbero, tiene que ver con algunos elementos observados desde el punto de vista de la comunicación. En primer lugar, con el hecho de la precariedad de las identidades. En segundo lugar, las identidades contemporáneas, sean culturales o políticas, tienden a ser menos inherentes y mucho más amalgamadoras. Están compuestas de trozos, de pedazos, de sujetos diversos, debido a que estos sujetos sociales están en contacto permanente con múltiples fuentes de información, acontecimientos, ideas, opiniones, valores y expresiones culturales. Entre otras cosas, este contacto hace que los individuos pertenecientes a una sociedad puedan sentirse profundamente identificados con lo local, y paralelamente disfrutar de una gran cantidad de expresiones de otros países. Lo que finalmente significa que “las identidades conllevan fragmentos de sensibilidades de culturas muy distintas” (Martín-Barbero, 1994).

Para otros autores, como el brasilero Renato Ortíz (1993) más que un fenómeno de globalización, lo que actualmente experimentamos como individuos, grupos y sociedades es una mundialización cultural, que más que por integraciones se realiza por reacomodos, superposiciones y ajustes, donde ciertas culturas, perspectivas o ideas incrementan su capacidad de circulación frente a otras. Incluso, en ocasiones superponiéndose a ellas.

3.2.1.2 Consumismo.

Está de más aclarar que el consumismo se encuentra vinculado con los valores materialistas. Supone que se tenga la capacidad objetiva real de pagar por el producto, que si no se tienes, puede sobrevenir la desilusión. Los massmedia aumentan esa brecha entre lo que se presenta como modelos deseables de vida y las posibilidades objetivas de lograrlo, para Koeneke, consiste en el simple hecho de que “estamos en la revolución de las expectativas crecientes, una etapa en la transición de las sociedades tradicionales a las modernas”. Es como intentar movilizar psíquicamente a la gente para aspirar a modelos de vida más modernos que a la larga procuren cambiar las circunstancias. Con el tiempo se comprobó que este deseo era peligroso, pues en vez de cambiar las circunstancias -que no estaban emparejadas con las condiciones objetivas- se producía frustración, posibles estallidos sociales, apatía y cinismo.

El consumismo se aprecia más en la ropa, en los atuendos y sobre todo en la obtención de los elementos que caracterizan a una determinada tribu urbana, bien cabe decir en la música, el alcohol y las drogas, entre otros.

3.2.2 Elementos diferenciadores.

3.2.2.1 Clase.

Los procesos de tribalización juvenil son profundamente interclasistas. Los sub-grupos juveniles no existen al margen de la división social en grupos o clases, pero su especificidad y su dinámica básicas no se encuentran en esta división, sino, precisamente y por el contrario, en el ámbito de comunicabilidad de esas clases y grupos.

Pero esas clases sociales que se unifican en ciertos momentos en un lugar, conservan un filtro natural de igualdad que los hace sentir como un todo dentro de la gran masa social, con elementos que los diferencian ante el común de la gente.

Se da un elemento de selección que consiste en acoger o hacer miembro de su agregado, a aquellas personas que puedan y quieran compartir las mismas experiencias, los mismos gustos por la música, la ropa, la apariencia, los lugares de encuentro. En el caso de los ravers, nos referimos a lugares alejados en los cuales no hay un sistema de transporte asequible. En el caso de la ropa, la cual es muy cara. Los lugareños, que no están vestidos según la nota Rave, suelen estar separados del grupo. No se aprecia segregación social -solo que económicamente pueda adquirir lo que implica la onda Rave- ni racial. “Ahí entra todo el mundo, la entrada no es restringida, es de lo más democrática. Nadie rebota en un raver, simplemente pagas tu entrada y ya. Pero si tu te lanzas un viaje casi hasta la Colonia Tovar, y además tienes que pagar cinco mil bolívares por la entrada, y no conforme, la nota es comprarte un papelito de ocho mil bolívares que sirve para drogarte, es cuando confirmas que se debe tener dinero suficiente, sino la pasas mal”.

3.2.2.2 Estilo

Mediante estilos, la juventud adapta a un nuevo contexto las tradiciones de su clase social de origen representando así la afirmación de una clase trabajadora que se encuentra frente a la amenaza de su destrucción a causa del desarrollo económico.

Polhemus (1994) considera que lo que verdaderamente une a los miembros de una subcultura y los distingue, es el estilo. En consecuencia, la moda adquiere el carácter “conservador” del estilo, mientras que los diferentes estilos se disponen y se exhiben en una especie de “supermercado del estilo” que permite tanto alternar rápidamente de un estilo a otro como componer uno propio mezclando elementos de estilos diferentes.

La aportación de Polhemus podría constituir el punto de partida idóneo para reflexionar también sobre el continuo revivir de estilos que, sin embargo, no llegan a erigir verdaderas subculturas.

Igualmente, al referirse a los medios como el otro factor que une a los miembros de una tribu urbana, ratifica que la posibilidad de representar dichos sub-grupos mediante unos pocos rasgos diferenciadores satisfaría la necesidad de los medios de recurrir al estereotipo para construir signos en los que el contenido -estilo- se pone en relación con un contenido idóneo para cada caso.

Emberley (1987) estudia la relación entre subculturas y moda, centrándose específicamente en el rol social que cumplen los aparatos de la moda. Subraya que por un lado, la imagen de marca de la moda en la sociedad postindustrial se sostiene en una idea de expresión de la individualidad pero, al mismo tiempo, limita al consumidor dentro de los productos de cada temporada, mediante la “libertad” de las elecciones que prevé y determina.

Para Tony, un chico conocedor del fenómeno Rave y otros movimientos, el estilo estriba directamente en la descripción pura, “hay varios grupos. Están los de colorcito, un grupo pequeño hippie, los espaciales de colorcito y los que tienen chaquetas de cuero, que son mas seriecitos. Dependiendo de la droga que se metan, tienen una nota u otra. Los que usan coca o crac andan en una nota cerrada, esquiva, paranoicos, y les cuadran las chaquetas de cuero negro. Los del Ectasy andan con colores estridentes. Esto trasciende en una actitud de vida, pero tampoco se lo piensan mucho”.

3.3 El Caldo de Cultivo Sociocultural.

El panorama urbano venezolano de este turbulento final de siglo y de milenio, no difiere, en el fondo, del resto de los centros metropolitanos de nuestro planeta. Muchos de los fenómenos identificados en el territorio urbano forman parte de una problemática que es común en muchos rincones de la Tierra.

En parte, es la consecuencia de la pérdida de valor del espacio local y su exaltación en una problemática global. De aquí que el fenómeno de neotribalización, tenga que entenderse como una consecuencia de las condiciones de la vida urbana contemporánea, considerando el predominio del consumo, de la moda, del espectáculo y de la comunicación, y todo ello en un ambiente cada vez más tecnologizado e informatizado.

La crisis o estado penetrante de desajuste parece haber pasado a ser el estado normal de la sociedad venezolana en los últimos quince años. Se habla de una crisis política, por el deterioro de la legitimidad de los partidos, de las instituciones de representación y gobierno, y de los dirigentes políticos; de una crisis económica, o tiempos de descrédito; de crisis social por la agudización de la pobreza y la delincuencia; de crisis fiscal, si se mira al enorme peso de la deuda pública en la economía. Recientemente se ha agregado la crisis financiera: la más grande del mundo si se atiende las pérdidas de los bancos quebrados en relación con el producto nacional. (...) Se dice también que todas estas expresiones de la crisis no son más que la verdadera, la más profunda, la que puede explicar a todas las demás, “la crisis ética, moral o de valores”.

Hemos vivido estas últimas décadas y todavía estamos viviendo en un dualismo. Por un lado la cultura reinante es hedonista y utilitaria y con muy poca justificación para los valores y la ética, pero al mismo tiempo las personas e instituciones cuando necesitan poderes éticos recurren a sus reservas tradicionales para resolver las emergencias. Es decir, que una sociedad bastante amoral dispone de un residuo heredado que todavía no ha muerto. Pero la sociedad de ninguna manera se dejará modelar por estos valores tradicionales. El problema está en que este barco cada vez se aleja más de las costas tradicionales y por tanto las nuevas generaciones cada vez tienen menos posibilidades de echar mano de los valores que quedaron en tierra. Cuando llegan las emergencias, la sociedad y las personas se sienten desamparadas porque no han cultivado fuentes propias de valores y de moralidad y las fuentes tradicionales ya están demasiado lejos. Aun así, la mayoría de los grupos urbanos que hemos observado prefieren frecuentar ambientes mucho más modernos; estética y conceptualmente tecnologizados, como si la estética elegante del moderno diseño fuese también un estabilizador de identidades.

En todo caso, a la pasividad e hiperreceptividad a las que la sociedad clásica de consumo, propia de la primera modernidad, sometía al individuo, y a la invasión de mensajes y consignas oficiales, se ha ido oponiendo, sobre todo en el ámbito juvenil, un frente fragmentado de resistencia y practicas alternativas. Una disponibilidad al contacto y a la sensación compartida que utiliza todos los canales que se le ofrezcan, o que es capaz de inventarse, adueñándose de ocasiones propicias como eventos deportivos, conciertos musicales o incluso manifestaciones políticas, en donde la acción y la contienda parecen importar mucho mas que los aspectos de pretensión ideológica. Es como una lógica constante en el campo de la diversión entre lo institucional y lo espontáneo, entre los marcos oficiales y los eventos improvisados.

La complejidad creciente del entramado social urbano y su ramificación en miles de actividades especializadas y simultaneas, provocan en el ciudadano, sobre todo en el joven post-adolescente, un desconocimiento objetivo de gran parte de los territorios y de las funciones de la urbe. Este desconocimiento provoca una sensación de pérdida de control del conjunto, es decir, de falta de perspectiva sobre el sentido de la marcha global de la colectividad. En la mayoría de los casos, no se posee más que una visión fragmentada y parcial de dicha colectividad, tanto física como ideológica. Así, la vida pública, genérica, pierde sentido. El joven tiene que situarse en este entramado social complejo. Y tienen que decidir entre formar parte de la corriente principal y mayoritaria -ser adulto y responsable- y como hacerlo, o bien perderse en una de las pocas posibilidades alternativas ofrecidas por la ciudad. En este último caso, la alternativa que se presenta es radical: dentro o fuera de los límites de legitimidad.

El que los grupos juveniles hayan ido formándose con una fuerte identidad y unos valores muy marcados obedece justamente a esa necesidad del joven de saber quién es y de qué colectivo forma parte y cuáles son sus enemigos reales. Y esto sin sentirse arrastrado y aplastado por una sociedad que devora las individualidades y reparte identidades que son vistas, en muchos casos, solo como un papel que interpretar. Frente a esa complejidad repentina y, en cierto modo, angustiosa, muchos colectivos de las tribus prefieren la seguridad de unos pocos conceptos y valores claros que perseguir. Se repudia sobre todo el pensamiento complejo. Lo importante es identificarse para ser reconocido, tener algunas ideas claras y ciertas señas de identidad que oponer al vértigo de la complejidad. Disponer, pues, de una simplicidad rotunda que oponer a la inseguridad relativa y al desconcierto que provoca lo complejo.

Según Lipovetsky (1994):

“Estamos al margen del predominio de lo que han llamado una moral individual, desustancializada, liberada de una forma de obligación interna que determine las conductas como colectivo. La sensación para muchos es que ya no hay ideales que nos aglutinen como país, sino intereses individuales atomizados en pequeños núcleos. (...) Pensamos que “alguien” arreglará las cosas algún día, pero en ese “alguien” no estamos incluidos nosotros. Los hijos se afectaron por los sucesivos cambios, porque la capacidad socializadora de la familia cambió”.

“Los hijos consolidaron otros patrones de conducta y buscaron marcos compensatorios externos para satisfacer demandas materiales y afectivas” (Bronfenmajer, 1989). Este nuevo espacio de socialización distinto al ámbito familiar, fue generando conductas cada vez más cosmopolitas, debido también a la creciente influencia que para entonces comenzaron a tomar los medios de comunicación, y al estilo tradicional de sociedad abierta y temporal. No se puede pasar por alto las continuas inmigraciones, que trajeron, además, otros valores, otras costumbres y estilos de vida distintos.

La realidad actual, en donde la competencia y la exaltación de necesidades verdaderas o falsas son los principios organizadores de la vida social, resulta ser muy dura con las personas. Nos sentimos frustrados y excluidos cuando no se alcanzan las metas que la sociedad agresivamente impone. Curiosamente, entonces se le exige a “la familia” que remiende afectivamente las consecuencias de los desequilibrios sociales, así como que se rebusque para satisfacer las necesidades que la sociedad de consumo promueve. La impotencia de la familia, ante la multitud de exigencias, lleva a levantar múltiples voces sobre su extinción o sus grandes limitaciones para responder a los retos del mundo actual.

Resulta al menos poco esperado que la mayoría de los adolescentes y jóvenes venezolanos, manifiesten como los valores más importantes, la libertad, la familia y la solidaridad. Poco también, se asume que la aceptación de las diferentes formas de familia, fruto de amplias conquistas de la libertad individual, es causante de su desintegración y debilidad.

Las últimas décadas han exaltado como nunca antes, los valores individualistas, teniendo su expresión no sólo dentro de las políticas estatales, sino también en el conjunto de valores y representaciones que orientaron la acción de muchos de nosotros. (...)

La constante situación de incertidumbre, el rumbo no previsto de las cosas, el acelerado agotamiento de valores, argumentos y discursos, son las huellas más evidentes de los últimos treinta y cinco años.

La validez de las doctrinas y las ideologías que fueron el orgullo y el soporte de los años sesenta, hoy carecen de legitimidad, y nos llenan de desencanto. Lo transitorio y efímero de nuestros líderes sociales y políticos, quienes hoy están en la cumbre y mañana en la deshonra, nos ha conducido a una sensación colectiva de que el cambio no tiene un rumbo claro.

Por ende se da una aceleración en la información que el individuo procesa, por su propia experiencia, o a través de los medios, que son cada vez más fugaces. Los cambios se producen a un ritmo más acelerado ya que ha aumentado la velocidad de la información. Esto se traduce en la búsqueda de una mayor intensidad y el aprovechamiento cada vez mayor y frenético de las ofertas consumistas del escaparate social. Tropea et al. (1996), por un lado, postulan al joven como el individuo mejor dotado para aprovechar el ritmo vertiginoso de nuestra cultura, quien es capaz de ser más energía y en consecuencia, de adquirir la experiencia más intensa. Por otro, paradójicamente, admiten que no se deja de celebrar la idea de que lo que más rápido pasa es la juventud, como si la forma del soporte, el joven, tuviera que adaptarse a su propia substancia.

Los adultos consideran a la juventud como un período fugaz e intrascendente al que no hay que dar demasiada importancia, esto empuja a la juventud a endurecerse y aumentar su dosis de combatividad y rebeldía, lo que se ha denominado “rigidez pasional”, porque esta se siente cada vez más celosa de sus ideas y de su propia autonomía. Y al mismo tiempo, se ven más impedidos a defenderla, como sea, en el mínimo tiempo posible. La aceleración permite al joven una rápida serie de proyecciones y de inmersiones simbólicas. Frente a esta metamorfosis constante de la situación general, una porción de la juventud, minoritaria pero significativa y vistosa, decide frenar esa escalada vertiginosa hacia el cambio y la transformación, enganchándose a algo que pueda constituir un punto de referencia relativamente fijo y estable: un grupo musical, un atuendo, las drogas. “Son estabilizadores existenciales frente al vértigo de la aceleración colectiva” Tropea et al (1996).

Lo que en épocas pasadas muy recientes se consideraba una ventaja de la ciudad, el anonimato, que permite circular sin ser reconocido, ha provocado un efecto boomerang, el aislamiento y la soledad. Hay un notable déficit emocional, y un proceso de distanciamiento. La demanda racionalista se ha ido imponiendo a lo emocional y de este modo, ha enfriado ampliamente los contactos sociales. Lo mental o imaginado, de forma paralela, ha ido sustituyendo a lo físico, lo visual evocado que ha eclipsado a lo táctil.

Los agrupamientos establecidos, han convertido las estructuras de socialidad rígidamente programadas en súplicas productiva, lo cual ha confundido generalmente el componente lúdico, dionisíaco y emocional. La energía psicosocial se ha canalizado a través de determinadas ocasiones festivas. “El propio sistema productivo ha presentido la necesidad de provocar una mayor comunión de emociones intensas: las celebres válvulas de escape de la afortunada metáfora de la maquina”. Tropea et al. (1996).

Se trata consciente o inconscientemente de sentir la necesidad de “reinventar” la forma de vivir y de percibir el mundo, que no es más que sentir la necesidad de cambiar la forma como evaluamos y ordenamos las ideas y las decisiones. Definitivamente aires nuevos nos rodean. Las referencias tradicionales de organización familiar, comercial y comunitaria ya no inspiran ni motivan a la acción. La fragmentación de actividades y funciones ya no satisfacen, por el contrario, nos empujan a buscar nuevos significados, nuevos símbolos que permitan redescubrir una realidad social integrada.

La indiferencia los hace sentir bien. El problema o los problemas son de los demás. Lo importante es que los problemas propios estén a salvo y que no afecten en el bienestar de su diario vivir... La tolerancia que puede ser una virtud cuando implica el respeto a las diferencias de creencias, conductas u opiniones, se convierte en un vicio cuando sacrifica cualquier inquietud, convicción o compromiso en aras de la seguridad para evitar molestias, conflictos o responsabilidad social. Pero sí van a los hechos prácticos, la tolerancia se traduce en desesperanza y el mejor aislamiento resulta ser la indiferencia.

Para Tony, el caldo de cultivo sociocultural consiste en que todavía están montados en la ola y es difícil analizar eso. Para muchos ha sido un mecanismo de escape. Hay mucha gente que vive de Rave en Rave, pendiente de la siguiente fiesta y no están viviendo, sino preparándose para vivir otra experiencia Rave. La misma música techno es un escape total. “Potencia la reacción de escape”.

Mientras que para Koeneke se trata de probar algo nuevo, porque cada época tiene algo de vanguardia abierta a cualquier cosa. Se trabaja con la teoría de “difusión de innovaciones”, donde hay un grupo claramente vanguardista -el cosmopolita- abierto a la crítica, con gran capacidad de empatía. Gente abierta a lo que está pasando, que se aplica más que todo a la tecnología. Es una disyuntiva abierta a dicha actualización tecnológica, pero tradicional socialmente. Es la comunicación de innovaciones.

3.4 Conceptos Clave

3.4.1 Modernidad.

De tanto tolerar y aceptar cualquier cosa a cualquier precio estamos acabando por ser cínicamente indiferentes. El espacio público donde cada uno pudiera y debiera debatir en un ambiente de igualdad las contradicciones de la justicia y de la libertad, es sustituido por el espacio privado de lo individual cuya medida son los propios intereses o la tranquilidad. ¿No estará entre nosotros surgiendo la idea de aislarnos cada uno en nuestro propio mundo, como el millonario Hoover, para que no nos contagien los microbios?

La imagen es consumida en un mundo privado, obsesionado por el goce, el disfrute sin límites. El hombre de la posmodernidad cree que la felicidad y la misma libertad se encuentran lejos del mundo público. De ello resulta una cultura individualista donde, paradójicamente, la persona ya no es atendida por lo que es. Se busca a toda costa ser un “yo”, pero no en el sentido de un conocimiento de sí o, inclusive, de un cultivo de sí mismo, sino en la dirección de aparentar ser alguien.

En esta cultura individualista, donde la particularidad es el primer simulacro, los asuntos colectivos se abandonan y los jóvenes se recluyen en el ámbito de la intimidad. Así entendido por Tropea et al. (1996) el individualismo es un sentimiento apacible que induce a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a mantenerse a parte con su familia y sus amigos; de suerte que después de formar una pequeña sociedad para su uso particular, abandona a sí misma a la grande.

Las relaciones personales rehuyen entonces el compromiso, puede nacer incluso la figura de los “amantes amigables” cuyo modelo es una relación light. El culto a la falsedad hace de la libertad un valor tan exacerbado, que nadie quiere ya limitar esa libertad, y todo el mundo sabe que una relación seria implica restricciones. De manera que amantes sí, pero dentro de un vínculo relajado, amantes de vez en cuando y según las circunstancias.

La misma familia genera en su interior lo que han sido llamadas “relaciones de microondas”, esto es, relaciones rápidas, irregulares y, a su vez, poco comprometedoras. Cuando la libertad se separa de la solidaridad, el efecto es justamente un repliegue tan macizo en el propio yo, que éste, necesitado, según veíamos, del otro, muere sofocado por su propio desvío. Lo que queda es un “yo cáscara”, un “yo máscara”, un yo sin contenido.

El problema de este individualismo, es que le hace creer a la gente que ya tiene un “yo”, mientras lo único que ha generado es un simulacro de “yo” de acuerdo con ciertos parámetros previamente establecidos por la sociedad de consumo. Aquí, el universo de los objetos, de las imágenes, de la información y de los valores hedonistas permisivos, genera nuevas formas de control que hacen dudosa la existencia misma de la libertad.

3.4.2 Crisis de valores.

Frente a la complejidad creciente de la sociedad y a la constante aceleración de sus innovaciones, la operación semántica y pragmática neotribal consiste, en el fondo, en confiarse a un universo conocido y simple de pocos valores y a menudo, no muy sutiles, pero al menos estables y duraderos.

La modernidad se ha caracterizado por la existencia de constantes conflictos generacionales que varían de acuerdo a la moda y a las circunstancias que envuelven a la realidad que se esté viviendo en una determinada época. La modernidad nunca dejará de existir, porque a medida que pase el tiempo las sociedades son protagonistas de la vanguardia. La modernidad “atrapa y entrampa” a la juventud que se muestra dócil y manipulable, haciendo al mismo tiempo, alarde de la utilización del tiempo libre.

De manera que la juventud al encontrarse atrapada en manos de la sociedad y de los medios de comunicación como principales desarrolladores de personalidad, y no en manos de la familia y la escuela como agentes fundamentales de socialización, es cuando surge la crisis de no saber jerarquizar, ni siquiera identificar los verdaderos valores del ser humano.

3.4.3 Anomia.

La anomia es un concepto sociológico de larga tradición y significa etimológicamente a-nomás, ausencia de reglas, normas e inobservancia de las leyes. Suele aparecer en períodos de cambios históricos y grandes transformaciones, y se expresa mediante manifestaciones de desorden que reflejan crisis de valores: esto es, caducidad de los viejos valores e inexistencia -o fragilidad- de los nuevos.

En las ciencias sociales se usa con frecuencia la expresión anomia para denotar crisis ética (...) El núcleo de la idea de anomia es la incapacidad de lo normativo para controlar la conducta social. Con frecuencia, tal estado es asociado con un grado mayor de desviación e, inclusive, con la desorganización social. Durkheim (1893) lo asume como una situación patológica en la transición de una sociedad rural hacia una sociedad urbanizada e industrializada.

Merton (1957) lo plantea como una ambigüedad normativa de la sociedad contemporánea y, como tal, una situación normal dentro de ésta, aunque naturalmente asociada con la potencialidad de desviación.

En Venezuela, dos trabajos importantes (Pérez Schael, 1993; De Viana, 1995) han hecho mención expresa del término para explicar la crisis. Como nuestro proceso de modernización ha sido especialmente rápido y, en numerosos aspectos, incompleto, muchos rasgos asociados con la anomia están presentes en todos los grupos sociales y etarios, aun cuando tal vez sean más visibles entre los jóvenes. En este sentido, la crisis ética es indiscutible, pero como la situación anómica parece común en el mundo y la expresión se ha venido usando por un siglo, no sería suficiente para explicar la crisis que percibimos en Venezuela aquí y ahora.

La atribución sociológica de Javier Seouane consiste en que la anomia ha tenido dos grandes momentos, uno con Durkheim, para quien la anomia es la pérdida de límites y es cuando un sujeto ya no acepta ni concibe dichos límites, entonces es cuando tiende a entrar en una situación anómica en donde hay una pérdida del sentido constante y ya nada lo llena ni satisface. En “El Suicidio”, un texto clásico, se relaciona mucho la anomia con la sociedad industrial y con algunas tendencias que ya había para su época y que ahora tendrían reflejo en el consumismo. Esto se ejemplifica en las personas que tienen como meta el consumo, pero a la vez se va rompiendo esa meta, convirtiéndose en un simple consumir por consumir, y entonces se pierde cualquier relación con las metas, el norte, el fin, los valores, el sentido. Y en este momento, el individuo se aparta de los valores establecidos.

Por otra parte, según la explicación de Merton, la anomia tiene su otro momento cuando el producto de una bifuncionalidad entre los medios institucionalizados y las metas que la cultura propone -por ejemplo, si la cultura propone como meta el hecho de que se tiene que tener dinero, entonces el símbolo del éxito es tener dinero y poder-, pero por otro lado ofrecen un tipo diferente de metas, como pueden ser las metas institucionalizadas y legales, y se tienen unos medios para alcanzar dichas metas -trabajar, jugar lotería-. Aquí la anomia se presentaría cuando el sujeto acepta esas metas para sí -éxito, dinero, poder-. Pero de acuerdo a su situación de clase, los medios legales no le permiten llegar a éstas, porque trabajando no las va a lograr, entonces, el sujeto rompe con los esquemas. Ejemplo de ello es la delincuencia, traficar con droga, etc., todo con tal de llegar a este fin tan deseado.

Según la visión que Durkheim le otorga, los grupos son anómicos en el mismo sentido en que lo podría ser una secta religiosa o en el sentido en que lo puede ser un individuo aislado por ahí al cual nada lo llena y que no hace lo que la sociedad le propone como modelo de vida. En la percepción de Merton, no se aprecia que ellos se estén reuniendo por un factor cultural, que podría ser llenado parcialmente con el sentido de la moda, pero que no sirve totalmente para explicar el fenómeno. Sin embargo, estos grupos tienen una conciencia colectiva, que tal vez no se manifiesta con un lenguaje hablado, sino con la corporalidad, la forma de mover sus cuerpos, sus gestos.

Por lo tanto, el concepto de anomia se puede concretar en la desintegración de las reglas y el debilitamiento peligroso de los vínculos sociales.

En su acepción más evidente, todo esto significa que en un contexto urbano como el actual, en el que se manifiesta una oferta plural de bienes materiales y culturales, se genera fácilmente irritación y frustración entre quieren no tienen los medios -no sólo económicos sino también simbólicos- para alcanzar dichos bienes. La reacción puede ser entonces de tipo anómica, como en los actos de vandalismo y de violencia presuntamente gratuita. Es la improvisación antes que la previsión.

Analizamos la anomia como una actuación, sobre todo, improductiva -fuera de la óptica económica de la producción- y valorarla como un gesto de despilfarro agresivo, algo que expresa un cierto vitalismo reivindicativo, una espontaneidad inventiva que juega con los límites, tanto éticos como legales de la sociedad.

3.4.4 Los 90's.

Este milenio que expira ha traído muchas sorpresas. Los muros han caído, las barreras se han borrado y parece como si el plazo para cambiar el planeta se hubiese vencido. Salvo excepciones, las comunidades ya no tienen como excusa la defensa de una causa noble, ni los altavoces elevan propuestas demasiado comprometedoras.

Paradas del amor techno, conciertos multitudinarios para batir las cabezas y, por supuesto, los Rave, se cuentan entre estas manifestaciones de peleas vanas.

Estamos en tiempos de emociones simples y diversión. Es mejor dejar a otras subculturas las preocupaciones existenciales por los giros que da el mundo. “Muerto el combate, lo que queda es bailar”.

En los ´90 surge la moda de lo natural, las modelos no se maquillan tanto y sus rasgos salen de los cánones normales, esto va a generar un comportamiento en el que ser humano -el joven- también puede ser modelo. Para Roberto Gallegos a veces se juega con la antiestética, se ha perdido el sentido estético y se juega con elementos minimalistas, es decir, elementos hechos en serie, sin dinamismo. Se comportan de una manera natural, pero prescindiendo de la estética. Ejemplo de ello es el look heroinómano, en el que se maquillan los dos párpados para que parezca que tienen ojeras. Surge la tendencia anoréxica, este look que tanto ha trastornado la sociedad, poniendo de moda la misma enfermedad.

Los 90 son heavy porque trajeron la nostalgia junto con la expectativa de un milenio entero. Es una década de revisión y preparación, hasta experimentación, cosa que puedes ver muy bien en la nueva ropa y en la música. La gente está esperando que llegue el 2000 para crear. Musicalmente los ravers han creado una nueva cultura”. (Stayfree).

Los 90 han sido una década de creer en extraterrestres, de impregnarse de la onda new age, apertura tecnológica increíble, y en todo sentido por la globalización y por Internet, ahora puedes tener toda la información en tus dedos, y ahora tienes problemas de sobre información. El tiempo no le alcanza a nadie. El mundo se ha acelerado”. (Adriana Lozada).

Torreles describe a un raver como un chico de 18 años con pantalones anchos, zapatos deportivos, franela y cabello decolorado vocifera ¡Qué noventoso!, antes de apagar molesto el aparato y conectarse a Internet. Es el fin de una década, de un paradigma cultural marcado, según muchos, por la ausencia de una ideología concreta o, lo que es lo mismo, por la convivencia simultánea de diferentes y sutiles cosmologías. Los diez años que preceden al inminente “00” pasaron con una rapidez pasmosa y hasta ahora no han dejado un legado trascendente que no sea la irrupción diaria de nuevas tecnologías y las propuestas transgenéricas del inefable Marilyn Manson.

El mundo se interconecta en la aldea global profetizada por McLuhan. Las distancias se acortan. El poder es equivalente a cantidad de bits y la idea de información casi sustituye la noción de Dios. Pero eso ya lo sabíamos en el año 82.

La personalidad propia de los años noventa parece débil, aunque sin nostalgia o, por lo menos, a la distancia, es difícil decirlo. Muere el rock junto a Kurt Cobain y renace transformado en una de las expresiones más recalcitrantes del mainstream cultural. Por su parte, los deejays y la música techno -esta vez, sin palabras o discursos- se apropian de la contracultura a punta de sonidos galácticos y ansiedad futurista. Las modelos se convierten en las nuevas Juana de Arco -no es de extrañar entonces que la filosofía de los años noventa también sea anoréxica-. (...) La ausencia de grandes debates y de enfrentamientos estructurales, de nuevo, con su sello, y es lógico que esto ocurra en un mundo 100% libre de guerra fría y en el que la izquierda termina asumiendo los postulados económicos de la derecha, y ésta las aproximaciones éticas y morales de la primera, para terminar ambas en el centro. A pesar del resurgimiento repentino de viejos radicalismos -como el nacionalismo-, el centro, equilibrio con una ligera inclinación hacia el positivismo a veces y otra hacia la conciencia social, parece ser la identidad política de la década en la que gobernó Clinton.

De resto, podríamos resumir a los años 90 como una gran licuadora que hizo mano de cuanta cita y tendencia pasada existiera para remezclarlas y transformarlas en su única y particular esencia: el retro y el remix.

Como señala Grande, “una de las características que más define la cultura de los años noventa es que integraba en vez de excluir. Por ejemplo, yo escuchaba rock y disco music sin problemas. (...) No sé que pueda contar de los noventa, porque yo ya me considero del 2000. Por decirte algo, el techno se viene escuchando desde Jean Michel Jarre -música instrumental pero electrónica-. Creo que lo que queda de los noventa es ese concepto ecléctico que abrió el camino hacia una apertura de conciencia. Ya sabes, decir adiós a los prejuicios en todos los ámbitos de vida, el anhelado `vive y deja vivir'. Esos son los noventa, ni malos ni buenos, eclécticos”.

3.4.5 Generación X.

Se habla de generación cuando hay un evento muy importante y significativo que afecta especialmente al grupo en edad más impresionable en esta modernidad. Mencionamos esta generación únicamente como una referencia dentro del marco que engloba a la generación desenfadada, sin prejuicios, jóvenes que viven de una manera cool, pero no andan con pancartas luchando por la reivindicación homosexual. "No es político, es estar aquí y me sabe a mierda lo que piensen los demás. Es algo de extender tu pensamiento" expresa Stayfree -homosexual-.

Heinderhart hizo un estudio sobre valores materialistas y postmaterialistas, para ver cómo ha cambiado la orientación de la población hacia temas materialistas o postmaterialistas. Los materialistas valoran por encima de cualquier otra cosa los valores materiales como la seguridad económica, empleo, un buen sueldo, creados en carestía y les inculcan garantizarse la seguridad y estabilidad.

La generación X tiene otros valores que no son materialistas, tienen cosas aseguradas, menos carencias materiales, buscan valores postmateriales, relaciones interpersonales "chéveres", cuidado de la atmósfera, movimientos ecológicos. Aquí en Venezuela se habla de la clase media para arriba.

La relación entre los Ravers y la Generación X:

La generación X existe, pero no es como la pintan. Por ejemplo, Ricardo Picón nos comenta: "Yo, tengo 27 años, y no sé que rumbo tomará mi vida. OK, hoy soy DJ, tengo mi título de Ingeniero Ambiental, es mi profesión. Pero mírame, estoy en otro país que no es el mío, poniendo música en vez de trabajar en mi área real. Las personas que no creemos en los estamentos tradicionales, por ejemplo la religión, o las tradiciones. Mi dios es el sol, por eso estoy aquí en el trópico. Los jóvenes de hoy no piensan: tengo que trabajar en una empresa por 40 años para ser alguien. Hay un cuestionamiento de ¿por qué estoy trabajando, por qué tengo que trabajar? ¿Por qué hay que pelear en las guerras? Es lo que te pasas preguntando todo el tiempo".

Douglas Coupland los llama la “Generación X” porque viven a la sombra de la generación del “baby boom” y carecen de características evidentes que los distingan. Otros los llaman yiffies, por las siglas en inglés de young, individualistic, freedrom-minded and few (jóvenes, individualistas, de mentalidad abierta y pocos). A diferencia de la otra generación, ésta no ha vivido experiencias dramáticas o abrumadoras, como la guerra de Vietnam y el caso Watergate, que podrían haberlos conjuntado en una subcultura y un estilo de vida.

El aumento de divorcios y la cantidad de madres trabajadoras han hecho de ellos la primera generación de niños cuidados por cerraduras. Como crecieron en tiempos de recesión y recortes en las empresas, su estabilidad emocional es menor. Así como los hijos del “baby boom” dieron origen a la revolución sexual, los de la generación X viven en tiempos de SIDA. No es raro que estos jóvenes tengan una perspectiva económica pesimista. El panorama se agrava si consideramos los problemas que enfrentan para encontrar empleos atractivos, pues los estratos gerenciales están saturados con miembros de la generación anterior, que no se retirarán sino hasta dentro de veinte años o más.

En consecuencia, los miembros de la generación X son hostiles. Con frecuencia se conforman con “chambitas”; trabajos rutinarios poco desafiantes que les permiten irla pasando. Algunos son “jóvenes boomerang”, que viven con sus padres porque el alojamiento y los alimentos no les cuestan. Muchos adoptan una actitud cínica ante los mensajes de mercadotecnia frívolos o los que prometen un éxito fácil. Su experiencia ha sido otra.

Compran muchos productos como suéteres, botas, cosméticos, aparatos electrónicos, autos, alimentos rápidos, cerveza, computadoras, bicicletas de montaña y patinetas.

La generación X tiene sus propios gustos en música y ropa. Dada su diversidad étnica, los estilos de las minorías, como el “Hip Hop” y el “Rap” influyen marcadamente en el lenguaje, la música y la vestimenta de los jóvenes X. Los que quieren acción rápida pueden asistir a “Rave”: maratones de baile, en los que los bailarines, acelerados por refrescos muy elaborados y de cola con mucha cafeína, giran al veloz ritmo de música alocada. Los jóvenes X responden a la publicidad honrada. (...) Les gustan las cosas irreverentes y con chispa, así como los anuncios que se burlan del enfoque publicitario tradicional. Les agrada el toque rebelde de anuncios como el de Isuzu, en el que un joven abandona una carretera recta y estrecha, para lanzarse a toda velocidad por un camino de terracería.

Aunque a los jóvenes X les interesa el éxito, son menos materialistas. Quieren tener mejor calidad de vida y tienen más interés por obtener satisfacción de su trabajo que por sacrificar la felicidad y el desarrollo personales a cambio de ascensos. Aprecian la experiencia y no la adquisición. Además, es menos probable que se casen jóvenes; los matrimonios de jóvenes de veinte años en la generación X ha disminuido alrededor del 20%. Por último, los jóvenes X están menos atados a los roles sexuales tradicionales, tienen muchos amigos de uno y otro sexo y su concepto del matrimonio se aproxima más a “salir juntos” que a la unión conyugal tradicional.




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Enviado por:Sadeness Shadow
Idioma: castellano
País: Venezuela

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