Entre el año 1200 y 1550 se llevaron a cabo solo en Italia más de doscientas canonizaciones. Aunque muchas de ellas se explicaron por las buenas relaciones con el Vaticano, no se puede negar que fueron uno de los elementos que contribuyeron a mantener vivo el cristianismo en la península Itálica, amenazada ya entonces por las herejías y el humanismo floreciente. Tenía entonces más diócesis que todo el resto de la cristiandad occidental, y el clero constituía una parte importante de la población, lo que nos podría llevar a concluir que en Italia del siglo XV y XVI se vivía un ambiente de total santidad y recogimiento.
¡Nada más distante de la realidad! “El clero, tanto en la ciudad como en la diócesis, no se da al estudio, sino más bien a la ociosidad y al vicio. Todo se tolera... retienen los beneficios da las parroquias sin residir en ellas, frecuentan los espectáculos públicos... y dan lugar a escándalos. En la ciudad existe un gran número de concubinatos inveterados. La diócesis no es visitada por el obispo y los candidatos al sacerdocio son indisciplinados e ignorantes...” “No había ya respeto hacia las cosas santas, la religión misma parecía haber desaparecido. El esplendor del estado eclesiástico y del sacramento del Orden había sufrido graves daños: los sacerdotes eran objeto de irrisión. La gente los desdeñaba y despreciaba...” Así escribían San Carlos de Borromeo y San Roberto Bellarmino en la relación de su visita canónica a Brescia a principios del siglo XVI.
En esta misma ciudad, Santa Ángela Merici fundó años más tarde, en 1535, la Compañía de Santa Úrsula, la primera orden de la iglesia dedicada a la educación femenina. Ella da origen a una congregación religiosa que promoverá la incorporación de las mujeres, en especial de las jóvenes, en la vida de la iglesia, porque en esa época en la iglesia sucedía que las mujeres no eran participantes activas ni valoradas, del mismo modo como ocurría en la sociedad en general.
Santa Ángela buscaba que sus seguidoras fueran mujeres de oración que llevaran una vida cristiana y respetaran una regla muy sencilla, que contenía indicaciones acerca del ayuno, de la oración, de la recepción de los sacramentos y de las relaciones entre las diferentes integrantes de la Compañía. Las hijas de Santa Ángela continuaban viviendo en sus familias y sólo mantenían algunas reuniones periódicas en común, además de recibir la dirección espiritual de alguna de las “madres” más experimentadas.
El objetivo de Santa Ángela era de fortalecer la vida religiosa en las familias, para así conseguir un cambio sustancial en la moral y la sociedad del mundo que la rodeaba. Cada una de las integrantes de la Compañía debía ser un testimonio de la entrega a Dios, cualquiera fuera el trabajo o las circunstancias en que se encontraran.
Al crear la Compañía de Santa Úrsula, llamada así para recordar a la legendaria santa medieval que había conducido once mil vírgenes hacia la santidad, Santa Ángela otorgó un papel nuevo a la mujer dentro de la sociedad, convirtiéndola en catalizadora del cambio en la moral tan necesario. Hasta entonces el desempeño y la imagen de la mujer estaban claramente limitados: debía preocuparse sólo de los quehaceres domésticos y, a lo más, saber bordar, cantar o tocar un instrumento. Incluso las mujeres de alta sociedad no participaban mayormente de las conversaciones en los salones, salvo algunas excepciones. A fines del siglo XV, un comerciante declaraba: “La mujer es un ser irresponsable y vanidoso... Aquel que tiene mujeres en su casa, que las encierre lo más que pueda, revise frecuentemente lo que están haciendo y les infunda temor y respeto.” A pesar del concepto negativo que se tenía en general de las mujeres en aquella época, Santa Ángela fue muy valorada en su tiempo. Ejercía una gran atracción sobre sus contemporáneos, quienes acudían a ella para pedirle consejos. Reunió en torno a sí un grupo de hombres y mujeres que la admiraban y apoyaban en todas las tareas que emprendía. Su fortaleza provenía de un largo camino de santidad y de la seguridad absoluta de saberse instrumento de Dios: cuando pequeña había tenido una visión de un grupo de jóvenes que se acercaban a ella al son de una preciosa melodía. Entre ellas reconoció a su hermana, muerta hacía poco, quien le dijo que Dios se serviría de ella para fundar una orden de vírgenes consagradas. Ángela no dudó nunca, de ahí en adelante, que su visión se llevaría a cabo tarde o temprano.
Ya adolescente se consagró a Dios, ingresando a la Orden Terciaria de San Francisco. Durante años vivió una vida retirada y muy austera, dedicada al servicio de los demás en la ciudad de Brescia. A la edad de cuarenta años aproximadamente realizó su primera peregrinación, dirigiéndose a Tierra Santa en un peligroso viaje. Inexplicablemente al llegar el barco al puerto de Candia, en Creta, Ángela perdió la vista y no la recuperó hasta terminar su recorrido por todos los Santos Lugares, lo que fue considerado como una prueba de fe. Más adelante peregrinó a Roma, donde el Papa Clemente VII le pidió que se encargara de las obras de beneficencia de la ciudad. Pero Ángela rechazó la invitación del Santo Padre, pues estaba consciente de que su misión era otra.
Después de una enfermedad que casi le costó la vida y de nuevas peregrinaciones a Varallo, lugar en que existía una imitación de los Santos Lugares de Jerusalén, Ángela comenzó a reunir en Brescia al grupo de jóvenes que más adelante conformarían la Compañía de Santa Úrsula. Lo que entonces comenzó con un grupo de veintiocho jóvenes se transformaría a lo largo de los siglos en una congregación religiosa, que hoy tiene varias ramas diferentes y cuenta con representantes en todo el mundo.