Historia


Roma. Vida privada


LA VIDA

PRIVADA

DE LOS

ROMANOSVIDA PRIVADA DE LOS ROMANOS

Jornada cotidiana de un hombre rico.

Las actividades que desarrollaban los romanos en los días laborables duraban, generalmente, de solo a sol, como vamos a ver ahora.

Se levantaban antes de salir el sol, sobre las 4:30 en verano y las 7:30 en invierno. Se lavaban la cara, los brazos y las piernas (el resto del cuerpo cada nueve días, en la época republicana, aunque si era época imperial se lavaban de cuerpo entero diariamente), y luego pasaban a la cocina a desayunar; y así ya estaban disponibles para sus ocupaciones.

Primero el ciudadano rico recibía en el atrio a los clientes (salviatio), los cuales saludaban al señor (salve), e incluso le daban la mano o un beso en la mejilla. Desde las 6:30 horas (en verano) se dedicaban a los asuntos personales, (visitas, votaciones, negocios, etc.) o también a asuntos públicos (en el caso de que fuera magistrado).

Al mediodía se suspendían los trabajos hasta el día siguiente y entonces se tomaba el prandium, una especie de almuerzo frío con frutas y vino. Después, hacia las dos de la tarde, se echaban la siesta, meridiatio.

A continuación de la siesta, cada nueve días en la época republicana, tomaban un baño de cuerpo entero. El ciudadano rico en su propia casa y el pobre en los baños públicos (thermae).

Seguidamente solía darse un paseo, y a la hora décima (sobre las cuatro de la tarde) se sentaban en la mesa para tomar la “cena”, la última y abundante comida del día.

Finalmente, acabada la cena, se iban a dormir.

La comida ordinaria.

Los romanos cenaban en el “atrium”, sentados en banquillos o sillas alrededor de la mesa. Algo más tarde, para retirarse un poco a la intimidad, se iban al “tablinium”, y por eso se llama cenaculum a cualquier habitación puesta sobre el piso normal de la casa tipo pompeyano.

En las villas se cenaba en la cocina, que era muy amplia, sentados en torno a una o varias mesas, según la gente que había en la villa.

Cuando llegó la costumbre griega de comer tumbados en divanes se reservó una habitación para la cena que se llamó “triclinio”.

En lasa casas importantes había comedores de invierno y de verano.

El nombre de “triclinio” procede de los tres lechos que se tendían en torno a la mesa del comedor. Estos lechos, de derecha a izquierda, se llamaban: “summus, medius, imus”, y en cada uno se recostaban tres comensales que recibían el nombre de “locus summus, locus medius, locus imus”.

Las comidas romanas.

En la época romana los hombres consideraban incorrecto hacer trabajos manuales. En la casa la cocina era atendida por los esclavos. La vida de los esclavos podía ser terrible (trabajando en minas, luchando en anfiteatros), pero la vida de los esclavos domésticos podía ser tolerable. Los esclavos que atendían en la cocina estaban bien educados, normalmente procedían del este y a veces incluso llegaban a estar mejor educados que los amos.

Los romanos amaban la buena cocina. Los cocineros eran miembros estimados de la casa y uno bueno podía llegar a ser muy caro, pero como normalmente la cocina estaba atendida por esclavos estaba poco considerada. No hay un sitio establecido para las cocinas en las casas romanas, pero casi siempre estaban detrás del “atrium” (antesala).

El menaje de cocina.

Las cocinas estaban formadas básicamente por un hogar y fregaderos. El hogar estaba hecho de ladrillos con una superficie plana donde se hacía el fuego y un arco donde se almacenaba la leña.

La comida se hervía en cazuelas sobre un trípode o se asaba sobre una parrilla. No había chimenea y el humo salía por una ventana. Bajo la lava caída sobre Pompeya se encontró una cocina en la que estaban preparando la comida cuando sobrevino la erupción. El cocinero huyó dejando una cazuela en el suelo y se encontraron varios utensilios colgados de la pared o al lado del hogar dispuestos para su uso.

También se encontraron numerosos pucheros hechos de barro y bronce, los de bronce solían tener asas tipo cubo. Aparte se encontraron cucharones y coladores, junto a un extraño aparato que parece un calentador de líquidos, posiblemente de vino, puesto que, a los pompeyanos les gustaba tomarlo caliente.

El comedor.

Los comedores eran muy distintos de los nuestros. Se dividían en comedores de invierno y de verano. Los de invierno estaban dentro de la casa y solían ser pequeños, los de verano eran más agradables y solían estar en el jardín o en una habitación que da a éste. Los sofás del comedor de verano eran de piedra para soportar las inclemencias del tiempo de invierno. Había un tercer tipo de comedor llamado cenaculum, estaba en la parte de arriba de la casa y era, probablemente, la función de las habitaciones con columnas construidas sobre el tablinium. Los romanos tenían una forma particular de sentarse a comer, el comedor estaba formado por tres sofás inclinados hacia atrás y cubiertos por cojines. Los sofás estaban colocados a tres lados de la mesa, de ahí el nombre de “triclinium”. El lado abierto era para servir y los sitios de los sofás se fijaban por costumbre.

El dueño de la casa primer lugar del sofá a la izquierda.

La esposa a su lado.

El hijo o liberto al lado de la esposa, el tercer lugar a la izquierda.

Invitado principal junto al hijo, pero en el sofá del medio.

Otros invitados en los sofás restantes.

Los romanos, para comer, se recostaban en los sofás, apoyándose sobre el codo izquierdo y comiendo con la mano derecha.

Los banquetes.

Constaban de un código de comportamiento porque en estas fiestas el vino corría con prodigalidad y a menudo se volvían obscenos, esto llevó a un romano a escribir en la pared de su comedor:

“Un esclavo debe lavar y secar los pies

de los invitados y asegurarse de poner

una colcha sobre los cojines de los sofás.

No lances miradas lascivas ni eches

miraditas a la mujer de otro.

No seas grosero en tu conversación.

Reprímete de montar en cólera o usar

palabras ofensivas.

Si no puedes contenerte, vuelve a tu casa.”

El menú de los banquetes solía ser exagerado, aquí tenemos la muestra. Los banquetes se celebraban por la tarde, a la hora de la cena. El siguiente menú constaba de ocho platos:

1º Lirones salpicados con semillas de adormidera, salchichas calientes, ciruelas, aceitunas y granadas.

2º Liebre servida con ubres de cerda.

3º Jabalí hembra con un cestito colgado de cada colmillo, uno con dátiles frescos y otro con dátiles secos. El animal estaba recostado simulando amamantar jabatos hechos de mazapán.

4º Un cerdo enorme relleno de salchichas y morcillas.

5º Una ternera cocida.

6º Un capón y huevos de ganso para cada comensal.

7º Tordos rebozados en harina y rellenos de nueces y pasas, seguido de membrillos con espinas, simulando estrellas de mar.

8º Un ganso rodeado de pescados y aves de variadas clases, hecho completamente con trozos de cerdo.

Toda esta comida se servía con exquisitas golosinas entre plato y plato y se regaba con vino abundante. Después de la cena se les daban las sobras a los sirvientes.

La vajilla.

Solían ser de bronce, pero también se han descubierto de plata y cristal de colores. Constaban prácticamente de lo mismo que las actuales.

Comer para devolver.

En las grandes comilonas existían glotones que se hacían servir hasta siete platos y que vomitaban lo comido porque su estómago no resistía alimentos tan diversos. Según dice Séneca: “vomitaban para comer y comían para vomitar y no querían perder el tiempo en digerir los alimentos traídos de todas partes del mundo”.

La comissatio.

La sobremesa: las cenas normales (cenae iustiae) terminaban con las libaciones a los dioses lares y los brindis en que se deseaba la asistencia de los dioses a los circunstantes, a la patria y al emperador. Pero en los festines, en la sobremesa o velada nocturna, comenzaba la “comissatio”. Consistía en un segundo banquete largo y distraído entre mil escenas de todo tipo: juegos, discursos, música, baile, etc.

A veces acudían a “comissari”, a la hora del postre, gentes alegres y jóvenes que no habían sido invitados a la cena.

Los sirvientes: para servir la mesa se reservaban los esclavos más hermosos, se les equipaba ricamente y se cuidaban especialmente sus maneras, sus gracias y sus movimientos.

Los esclavos que retiraban los platos y cuidaban la limpieza de la mesa llevaban barba y cabeza rapada. Mientras que, los que servían el vino y cortaban los manjares, iban vestidos de colores vivos y llevaban cabelleras largas y rizadas.

Además cada invitado llevaba consigo su “servus ad pedes” que permanecía siempre junto a él, para prestarle los servicios que necesitara.

El servicio se realizaba frente al “lactus medius” o en la parte abierta del “stibadium”.

En la mesa nunca faltaba un salero (salinum) y una vinagrera y aceitera (acetabulum).

El matrimonio.

La finalidad principal del matrimonio era la procreación de los hijos con los que se aseguraba la perpetuidad de la familia, por lo que estaba prohibido el celibato, (estado del que nos se ha casado, especialmente por motivos religiosos).

Los romanos en todo tiempo practicaron la monogamia.

El ciudadano romano tenía derecho a disponer de una mujer, que honra con el título de esposa (uxor).

Esta unión, o matrimonio, fue desde el principio considerada cono una sociedad santa, consagrada, por lo menos en algunas de sus formas, por la religión del Estado, y en un principio se mantenía indisoluble.

Para designar el matrimonio los latinos usaban diferentes palabras: “coniugium, matrimonium, connubium, consortium”. La esposa disfrutaba un honor privilegiado en la casa y en la ciudad. Por efecto del matrimonio participaba del rango social del marido, de los honores de que estuviera investido y de su culto privado sobre todo si a las “iustiae nuptiae” acompañaba la “manus”.

MANUS = autoridad de un marido y a veces de un tercero sobre la mujer. IUSTIAE NUPTIAE = legítimas nupcias, boda legal.

La mujer.

La mujer romana no aparece, como la griega, encerrada en el gineceo, sino que participa como dueña y patrona en toda la vida social de la casa. Es la compañera y cooperadora del marido. Sales libremente a comprar por las tiendas, acompaña al marido en las recepciones y banquetes, comparte la autoridad sobre los hijos y los sirvientes. Aconseja a su marido en todo, se le cede el paso en la calle y nadie puede tocarla o citarla a la justicia. Puede intervenir en los tribunales como demandante o testigo, o intercediendo en las causas criminales. En la familia y el Estado ocupan un puesto ya similar al del marido.

Esto no impedía que en los primeros tiempos fueran un modelo de austeridad de costumbres, de fidelidad y laboriosidad. La matrona trabajaba en su casa hilando y tejiendo con sus esclavas, administrando la casa y educando y criando a sus hijos.

En los banquetes no comían recostadas como los hombres, sino sentadas. No tomaban en la “comissatio”, y no bebían vino puro sino que mezclado con agua y miel. Ejercía sobre la servidumbre de la casa una alta vigilancia y tiene como distintivo el “huso”, que es para ella como el arado para el hombre.

La mujer debía respeto y fidelidad a su marido, y él la prestaba protección y amistad. Las sanciones contra la fidelidad podían llegar hasta la muerte.

Hay muchos casos de fidelidad hacia el marido, como suicidarse para no caer en manos de otro hombre o mantenerse junto a él cuando lo iban a matar por orden del emperador, etc.

Desgraciadamente estos buenos tiempos no durarán mucho. Con la riqueza y con el lujo, entró en los romanos el ansia de tener, la apetencia de dominar y la pasión por gozar y disfrutar de la vida. En las mujeres venció el abuso de independencia, y el gusto por el lujo y la coquetería.

Las sátiras de Juvenal y los epigramas de Marcial nos presentan una sociedad en la que las mujeres romanas no se parecen en nada a sus abuelas. Sus costumbres son deplorables. Los ejemplos de desvergüenza y de corrupción dados por las mujeres del palacio imperial, por las herederas más ilustres y linajudas familias son seguidos naturalmente por las demás matronas. Pocas son fieles a sus compromisos matrimoniales. El ansia de la opulencia, de la fama, de venderse para ser ricas. Se burlan de sus maridos, imponiéndoles sus caprichos, y relacionándose con lo más bajo de la sociedad, con los comerciantes, saltimbanquis, cantores, mimos, etc.

En una sociedad así, resultan ejemplares las que se contentaban con sus coqueterías y devaneos, sus borracheras, su pedantismo, su crueldad hacia los esclavos, sus supersticiones; todo esto eran pecados menores, y casi hacía gracia.

El ajuar de la casa romana.

En general, los romanos tenían en sus casas infinitamente menos miebales que nosotros. Fuera del atrio “tablinium” donde solía haber algunos armarios o cofres para guardar los documentos familiares y la imágenes de los antepasados, algunos asientos para cuando se reunía la familia y algunas mesas tanto en el triclinio como en el atrio. De poco más constaba el mueblaje de la casa.




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Enviado por:Miguel Cases
Idioma: castellano
País: España

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