Sociología y Trabajo Social


Mujer: presión social y papel


LA MUJER Y SU CUERPO

Causas, hechos y consecuencias

Sociologia General: Procesos Sociales

Facultad de Sociología de la Universidad de Barcelona

Junio de 1999

La mujer y la presión social

Supongamos un personaje ficticio, le llamaremos Rita. Una niña de unos 8 ó 10 años, su físico no es que destaque por su delgadez, cara repleta de pecas. Viste un peto tejano, zapatillas de deporte y una camiseta blanca. Lo único que delata su género son unas trenzas pelirrojas que le caen tapándole las orejas. Los padres de Rita son un matrimonio que ambos rondan los 40 años; su padre es arquitecto y su madre combina las tareas de casa con un trabajo a media jornada como dependienta en unos grandes almacenes.

Rita casi no tiene amigas, mas bien se relaciona con un grupo de niños de su clase, esos que se sientan al final de la clase y su diversión principal es ver quién es capaz de levantar las faldas a esas niñas repelentes de la fila de delante. En el patio, Rita juega con ellos, o al menos lo intenta. Quiere jugar a fútbol, rechaza las gomas; quiere subirse a los árboles y simular a esa princesa-príncipe que lleva a sus guerreros a la victoria, rechaza planchar la ropa para sus muñecas, pero siempre está a merced de lo que le digan los niños. Ella se esfuerza para poder seguirlos y así le admitan en sus juegos, pero siempre la dejan en un segundo plano. Ellos forman un grupo compacto y ella entra y sale de éste según se les antoje. Con las niñas poca relación tiene, es ella quien las rechaza, le aburren esos juegos con las gomas o vestir y desvestir muñecas. Tampoco ellas son favorables de que Rita sea partícipe de sus juegos. Sus padres tampoco favorecen a la condición de género que ella se ha autoestablecido. Tiene una habitación llena de muñecas mutiladas, cocinitas en desuso y algunos cuentos carentes de las hojas centrales. Su juguete preferido es un osito de peluche, el cual su función básica es ser oyente de esas narraciones que Rita le explica.

Habiendo situado al personaje vamos a analizarlo: Rita no comprende su situación; por qué es rechazada por sus compañeros de clase si ella sabe, claramente lo que quiere y lo que le gusta. Tampoco entiende por qué sus padres le hacen poner ese vestido blanco con lazos azules los domingos que a ella tan poco le gusta. Ella es desconocedora de la palabra sexo y todo lo que conlleva y menos aún de la palabra género. Ella es como es y quiere que los demás la acepten como tal y no que le hagan ser como aquello que se considera socialmente “normal”. No sabe que el hecho de poseer vagina la convierte en una persona que debe seguir unos roles de comportamiento establecidos, previamente, por una sociedad que tiende a polarizar unas conductas según sea el sexo de una persona.

Después de 8 ó 9 años, Rita ha desarrollado un cuerpo escultural. Ahora ya no es ella la rechazada, sino que son sus compañeros los que van detrás de ella. Sus pantalones ceñidos y su camiseta ajustada hace que se marquen todas sus curvas (como manda la moda). Su armario está lleno de vestidos livianos y su cuarto de baño repleto de cremas embellecedoras que hace que su belleza provoque la envidia de gran parte de sus amigas. Todo esto es “gracias” a esa educación recibida en la escuela secundaria, la cual la condujo a este cambio radical de persona y carácter. Sus padres también influyeron en este proceso de cambio. No fue un cambio repentino sino que fue lento y paulatino. Se le hizo ver su condición de mujer, se le enseñó una conducta “típica” de su sexo. También autoaprendió mediante la televisión, revistas o anuncios que la mujer debía ser como ella es ahora. Rita tampoco se escapó del hecho de tener que sufrir esas dietas para conseguir ese cuerpo perfectamente moldeado, justificando que lo que hacía era “normal”, claro, todas sus amigas eran delgadas. Lo que ella no sabía es que estaba renunciando a unas características físicas específicas de ella (está comprobado que la mujer tiene una capacidad de tejido graso mayor que el del hombre). No nació con una complexión delgada, pero la cuestión es: ¿Ha sido, realmente, una decisión propia, al margen de la presión social, el construirse el cuerpo que tiene? o ¿ha sido la sociedad quien ha marcado el camino para que ella llegue a ser como es ahora?.

En mi opinión una pregunta implica la otra. Es decir, la mayoría de las mujeres eligen voluntariamente someterse a esas duras dietas para adelgazar y una vez conseguido el objetivo el resultado es doblemente gratificante. Primero porque han conseguido el objetivo que buscaban y siempre que te propones algo y lo consigues te da una satisfacción personal, siempre gratificante y segundo, porque alcanzada su meta hace que se sientan mejor con ellas mismas y esto implica un cambio de humor hacia lo positivo. El problema es que ese ansia para adelgazar no se convierta en una obsesión y tenga resultados que deban ser tratados clínicamente (es el caso de la anorexia). Pero todo esto esconde algo detrás. Esta decisión voluntaria no es producto de una sensación primera, es decir, sin factores externos que hallan determinado una decisión. Está influenciada (la decisión) de factores externos concebidos voluntaria o, en la mayor de las veces, involuntariamente. Gran parte de “culpa” se la lleva la medicina. Ha promulgado desde hace varias décadas la imagen de la delgadez como una imagen que implica salud, una mujer delgada es la imagen de una mujer sana. Se estereotipa la obesidad como símbolo de mala vida, de mal comer y de tener un alto grado de posibilidades de sufrir un infarto. Se habla mucho de los problemas de sobrepeso, pero ni una palabra del infrapeso. Únicamente se alerta cuando el caso es extremo y debe ser tratado clínicamente.

¿Por qué la sociedad pretende que el cuerpo de la mujer no sea “redondo”?

Como hemos dicho anteriormente, la mujer tiene un tejido graso mayor que el hombre, por lo tanto acumula más grasa. Como resultado el cuerpo de la mujer debería tender a la redondez (tengamos en imagen el cuadro de La maja desnuda de Goya) y no a las formas paliformes tan puestas de moda en estos momentos (tengamos en imagen la modelo de Calvin Klein, Kate Moss).

Para responder a la pregunta inicial me basaré en tres teorías:

  • La imagen creada por la medicina.

  • El cuerpo distorsionado.

  • La mujer dependiente.

  • La primera ya la he presentado anteriormente. La segunda, El cuerpo distorsionado, fue propuesta por Chernin (1983) y se basa en que la mujer parece tener la obligación de avergonzarse de su cuerpo y, en consecuencia, proceder a modificarlo. La mujer se halla más incómoda en su cuerpo que el varón en el suyo. Chernin basa todo esto en los intentos del hombre para mantener el dominio sobre la mujer. La mujer, actualmente, amenaza el dominio del hombre y éste reacciona intentando que la mujer ocupe menos espacio, concretamente a través de la reducción del cuerpo. Personalmente no estoy de acuerdo con esta teoría. La mujer no es que se halle incómoda con su cuerpo, sino que es el hombre el que hace que se sienta incómoda. A los largo de los años ha sido el hombre el que ha construido una imagen falsa del cuerpo de la mujer, lo ha desvalorizado, ha creado una imagen peyorativa de éste y lo ha considerado inferior. Por otro lado, es posible que el hombre se sienta amenazado actualmente por la mujer, pero esto no implica que el hombre se defienda “reduciendo el cuerpo de la mujer”.

    La tercera teoría, La mujer dependiente, de Susie Orbach (1988), defiende que la normativa adelgazante por parte de la mujer se basa en la necesidad de tener un hombre a fin de realizarse como esposa y madre, a través de los papeles o funciones asociadas a la sociedad patriarcal a su condición femenina. Con esta teoría tampoco estoy de acuerdo. Sí que es posible que una mujer se sienta plenamente realizada cuando es madre, pero no por eso tiene que depender de un marido. Actualmente, gracias a los avances médicos, una mujer puede quedarse embarazada prescindiendo de cualquier relación con un hombre. Desde que la mujer se ha independizado del hombre, no tiene la necesidad de realizarse como esposa. Creo que la teoría expuesta por Orbach, está totalmente desfasada.

    Cabe destacar que Orbach también hace alusión al caso contrario, las obesas artificiales, de las cuales dice que son un símbolo de rechazo a cómo la sociedad distorsiona sus cuerpos. Representan el anticódigo de belleza establecido por los hombres y son una burla de todas aquellas mujeres que se desviven para mejorar su físico. Este hecho, si es verdad, ya que dudo de que hallan obesas voluntarias, es decir, que se engorden a conciencia como medida de rechazo a esta cultura del cuerpo delgado y escultural, creo que es una medida ejemplar y que todos deberíamos aprender a reírnos de aquellos que sufren por tener un cuerpo ejemplar y no de aquellos que rechazan la presión social y el sufrimiento físico (dietas) para que la madre naturaleza desarrolle su función.

    Que la sociedad presiona a la mujer para adelgazarse, es conocimiento de todos, por eso, a continuación voy a citar qué medidas se utilizan o como se difunden esas presiones:

  • Modelos encarnadas en personas valoradas (o sobrevaloradas) socialmente: modelos, actrices o aristócratas.

  • Seguimiento de la moda, decidida por unos pocos y presentada a través de maniquíes/modelos de dimensiones corporales reducidas y a través de estéticas fotográficas cada vez más adictas a la estética de la delgadez.

  • Progresiva exhibición del cuerpo, no sólo por unos vestidos cada vez con más transparencias y sinceros, sino también por la influencia de baños, playas, prácticas deportivas e “informalidad” en el vestir.

  • Presión de la potentísima industria organizada alrededor del fenómeno del adelgazar. Los productos light rivalizan con los directamente destinados a perder peso en la lucha por controlar un mercado cada vez más apetitoso y ampliable.

  • Los medios de comunicación social, universalizados, altamente penetrantes y basados en la imagen. Permiten trasladar a los ciudadanos el mensaje adelgazante. La todopoderosa publicidad ocupa un lugar destacado, pero artículos, reportajes y comentarios dedicados a los mil y un procedimientos para reducir las carnes no cesan de proliferar.

  • Las dietas y procedimientos adelgazantes que, junto con la subliminación de la delgadez, se transmiten oralmente, de persona a persona, de grupo en grupo, y se cultivan y viven morbosa y obsesivamente en muchas colectividades: compañeras de clase, de trabajo, grupo de amigas, etc.

  • Incorporación de la mujer a la vida social y laboral, compitiendo con los hombres en condiciones de inferioridad en la línea de salida, e imitando muchos de los valores y actitudes de éstos, incluyendo quizás determinadas condiciones corporales, y autoexigiéndose al máximo cumplimiento de los valores estéticos vigentes.

  • Devaluación relativa de las funciones biológicas naturales específicas de la mujer, concretamente la procreación y crianza, lo que seguramente conlleva la no valoración de las formas corporales a ellas asociadas.

  • Difusión del “estar en forma” como locución que entraña múltiples contenidos: agilidad, delgadez, juventud, etc. con frecuencia se asocia la práctica de ejercicio físico más o menos compulsivo y las dietas restrictivas.

  • Satanización de la obesidad y del sobrepeso en general. Las razones médico-sanitarias se han ido confundiendo progresivamente con el rechazo social del sobrepeso por razones estéticas, otorgando a éstas una especie de coartada. Entre tanto, brilla por su ausencia la valoración negativa del infrapeso.

  • Práctica de la danza y de ciertas actividades deportivas, en las que muchachas y jóvenes encuentran razones múltiples para adelgazar: rendimiento deportivo, apariencia corporal, competiciones (comparaciones) individuales, exhibición del cuerpo, profesoras/entrenadoras de dudosa “imparcialidad”, presión proadelgazamiento vivida y compartida en el seno del grupo, etc.

  • Todos estos factores se influyen y potencian mutuamente. Todos ellos están actuando permanentemente. La niña llega a su pubertad habiéndolos conocido, experimentando e interiorizado. Lo lógico es que los asuma y obre en consecuencia.

    El adorno femenino

    La mujer, por el echo de no estar situada, de no situarse en su lugar, está desnuda. Los vestidos, los afeites, las joyas son aquello con lo que intenta darse un envoltorio, envoltorios. Ella no dispone del envoltorio que es y tiene que buscarlos artificiales.

    La mujer está desnuda, no dispone del envoltorio que es ella propiamente dentro del orden sociosimbólico de la cultura patriarcal. Pero hay momentos, fragmentos de la vida de la mujer la cual no está desnuda; esos fragmentos constituyen el orden sociosimbólico de la madre. Dentro de nuestra sociedad patriarcal, los hombres hacemos que las mujeres se sientan desprotegidas, desnudas y el hecho de ser madre hace que la mujer se sienta identificada con el hijo que posee, como ella, está desprotegido, es débil frente a aquello que le envuelve, está desnudo. Es el recién nacido quien envuelve a la madre, la viste, hace que ella se sienta protectora dentro de un marco poco favorable.

    Durante los primeros siglos del Cristianismo se condenó con violencia el adorno femenino. Se debatía dos temas que perdurarían durante siglos: uno fue asociar el adorno femenino con la desobediencia a Dios, con el querer las mujeres modificar y mejorar la obra divina, la obra de un Dios supuestamente creador. El otro tema fue el decidir que las mujeres se adornaban exclusivamente para seducir a los hombres.

    Las mujeres que se adornan son, desde entonces, presentadas como rebeldes, como desafiadoras de la obra divina. Se presenta a la mujer que se adorna como un ser no libre en su decisión de adornarse, ya que esta decisión tiene como fin el gustar, atraer o seducir a los hombres de su entorno; no tiene nada que ver con su decisión personal o el sentido de sí misma y de su cuerpo.

    En el siglo XIV, el Humanismo aportó otras novedades al debate en torno al adorno femenino. Ahora el número de mujeres que se integran al debate es importante, pero a la vez, las posturas de las propias mujeres se diversifican. Una parte importante de las humanistas rechazaron el adorno femenino, ya que lo consideraban una vía que llevaba a las mujeres a la esclavitud. Se refieren a la vida de las mujeres casadas de la época, ya que se veían obligadas a llevar toda su vida de adulta a la maternidad; maternidad convertida por el patriarcado en función social no libre. Este grupo de humanistas reivindicaron la austeridad y la castidad para, así, no ser seductoras para el hombre; negaron su cuerpo femenino, intentaron emanciparse y dedicar todo su tiempo y energía al trabajo intelectual que es donde ellas hallaron la verdadera libertad.

    La otra postura distinta fue defendida por Cristina Pizán, la cual a principios del siglo XV escribió: A las mujeres hermosas que visten elegantemente no hay que reprochárselo ni pensar que sólo lo hacen para coquetear con los hombres porque a todo el mundo, sea hombre o mujer, le puede encantar la belleza, el refinamiento, las prendas vistosas, el ir bien aseado y con dignidad y distinción. Si este deseo es natural, no hay por qué evitarlo, ni va en contra de otras cualidades.

    Personalmente rechazo en su totalidad la teoría propuesta por los primeros cristianos, los cuales decían que la mujer era una obra divina y que ésta no se debe modificar. La única persona creadora de otra vida es la madre (sin quitar importancia la función del padre), pero no ninguna figura divina. A partir de esta afirmación soy más partidario del debate expuesto por Cristina Pizán. Desde mi punto subjetivo de vista, creo que la mujer es bella ya de por sí. Sus adornos puede que sean para atraer a los hombres o coquetear con ellos, pero es una forma de que la mujer tome ventaja al hombre, sobre todo si tenemos en cuenta que hasta hace poco, la mujer tenía pocos campos donde ventajara al hombre y uno de ellos era éste. Es una forma de utilizar sus armas para conseguir sus objetivos, puede que no sea el mejor camino, pero si es eficaz... Pero el adorno femenino no ha tenido exclusivamente funciones bélicas (no son pinturas de guerra). El adorno del cuerpo es una expresión de libertad, quizás ahora no sea tan latente esta expresión, pero cuando la mujer estaba totalmente subordinada al hombre, esta era la única forma de sentirse realizada como mujer, a parte, claro está, la función de madre. El adorno es un lenguaje, una forma de comunicar, expresa un estado de ánimo, una sensación, incluso una pretensión.

    Conclusiones

    Desde los principios de la humanidad, el cuerpo de la mujer ha estado a merced del hombre. Ha sido éste quien lo ha utilizado para sus objetivos, quien lo ha criticado, lo ha moldeado a su gusto. Son pocos los que ven el cuerpo de una fémina como un cuerpo creador de vida, un cuerpo no sólo exterior (todos hemos oído alguna vez la frase: la amó por su cuerpo) sino algo más que una piel que separa lo externo con lo interno.

    La mujer, al igual que el hombre, necesita gustar a los demás. Pero esto no implica ser esclavo de tu cuerpo: La dieta más científica consiste en reventar de felicidad y luego pasar por la báscula (Manuel Vincent). El cuidado del cuerpo es un saber que enseña a gozar y conservar ese cuerpo. No hemos de dejarnos influenciar por esos cánones de belleza establecidos por unos pocos, los cuales nos muestran unos monstruos de la belleza, mujeres con un cuerpo, casi, artificial. Hemos de dejar que la naturaleza siga su curso y no intentar engañar a algo o a alguien con métodos totalmente artificiales que sólo consiguen ocultar una realidad trágica (la vejez).

    El cuerpo como delito, Josep Toro. Ed. Ariel. Barcelona 1996.

    Éthique de la différence sexuelle, Luce Irigaray. Les Éditons de Minuit. París 1984.

    La ciudad de las damas, Cristina Pizán. Ed. Siruela. Madrid 1995.

    Cita sustraída del libro: El cuerpo como delito, J. Toro.

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