Literatura


Mujer de rojo sobre fondo gris; Miguel Delibes


Libro: Mujer de rojo sobre fondo gris

Autor: Miguel Delibes

Editorial: Ediciones destino

Año: 1991

El libro comienza con la visión que permite el paso de cierto tiempo desde los acontecimientos importantes de la vida, ya sean estos felices o tristes, gozosos o dolorosos. Esta es una verdad que aun no ha terminado de comprender Nicolás, el narrador y “papel secundario” en la novela, pero que está comenzando a admitir en su interior, tanto al caer en cuenta del verdadero valor del ser querido que ya no está - su esposa, Ana -, y más por la perspectiva que le da el tiempo transcurrido que por la ausencia misma del ser amado.

La continua descripción de la persona amada que realiza es en si misma bella, aumentándose esa belleza gracias a la “miopía” que acompaña al enamoramiento, a esa idealización que sufre el enamorado. Aunque quizás idealización no sea la palabra más precisa posible porque no renuncia a la parte menos positiva de ella, sino que la reviste de un encanto, de una magia que acompaña siempre al ser amado. Esto se observa en afirmaciones y descripciones como las siguientes: “Aligeraba la pesadumbre de vivir”, “tacto para la convivencia”, “originales criterios”, “delicado gusto, sensibilidad”, facultad para una comunicación sincera”, amaba y sabía colocarse en el lugar del otro”, “fe simple, ceñida a lo humano”, ...

Cuando estas consideraciones bajan al suelo, al puro polvo, el amor deja paso a la admiración por la capacidad de satisfacer a Nicolás en todos sus sentidos: “Ella era equilibrada, distinta, exactamente el renuevo que mi sangre precisaba” .

También describe la concepción de la belleza y la sensibilidad hacia la misma de la propia Ana, una concepción sutil, practica y al tiempo profunda, de una sencillez y clarividencia absolutas, tanto como la contundencia en las formas en que la demuestra: “Amaba el libro, pero el libro espontáneamente elegido”, “descubría la belleza en las cosas más inanes y aparentemente precarias, y donde no existía era capaz de crearla”, “había en ella una suerte de deslumbramiento infantil ante lo nuevo-bello que rayaba en el fetichismo”.

Esa especial sensibilidad también se mostraba en el conocimiento inmediato, casi mágico, de las personas. No es que descubriera lo oculto que pudiera haber, sino que de un modo simple, natural, sin aprendizaje. Les veía en el interior, no porque mirase ahí, sino porque era la única dimensión de la gente que le interesaba. Además de verles en el interior, ese interior que se reserva a los más íntimos, ella accedía con una facilidad pasmosa: “Veía más allá del común de los mortales. Tenía el ojo enseñado a mirar; nació con esa intuición selectiva. Veía detrás de los ojos, detrás de las palabras, en particular de los míos, tan transparentes.”

A lo anterior se le añade una serie de características que por deseables no son necesariamente infrecuentes, aunque sí en reunión dentro de la misma personalidad: “Declinaba la apariencia de autoridad, pero sabía ejercerla”, “Disponía de unas llaves muy precisas para controlar el pasado y el futuro: sabía disfrutar del presente en toda su intensidad”.

Todas estas descripciones, como ya he dicho, no me sugieren el deslumbramiento del enamorado sino la “tardía” comprensión de la verdadera extensión de las cualidades de Ana, que aunque intuidas durante toda su vida en común adquieren su verdadera dimensión con el paso del tiempo y la perspectiva que esto le confiere a Nicolás. Esas cualidades que la hacían única y que habían atraído a Nicolás desde un principio, que a él le resultaban totalmente excepcionales y le mantenían enamorado, sin llegar en ningún momento a comprender (y quizá sin querer siquiera plantearse) los motivos de ella para estar a su lado. Esas “razones” que animan a la otra persona y que nunca podremos comprender pues son también razones del amor, del corazón, inalcanzables, inescrutables casi para uno mismo, no digamos ya para la persona receptora de ese amor: “Aunque en rigor, quizá fuera su capacidad de sorprender lo que me deslumbró de ella, lo que me mantuvo a lo largo de los años tenazmente enamorado.

Además de las cualidades percibibles por la personas más cercanas a ella en el día a día, en el trato común y frecuente, Nicolás describe una suerte de fascinación que Ana ejercía sin proponérselo sobre cualquiera en su entorno, deslumbrando a los conversadores en las recepciones, a sus compañeros pintores en las exposiciones, cohibiendo a los doctores y eminencias en las pruebas y análisis preopreratorios, atrayendo a sus hijos junto a ella en los momentos en que tienden a estar más distanciados de la autoridad paterna, creando a todo el mundo que la trataba lo suficiente una dependencia de ella, de su alegría, de su impulso de vida: “Súbitamente, se producía la fascinación colectiva, aquel movimiento de adhesión que despertaba su presencia”.

Ese conocimiento de las personas a la primera percepción que tenía Ana del que hablaba más arriba, se traducía también en una clasificación de ellas del mismo grado de sencillez aunque con importantes raíces en su personalidad: “Juzgaba a las personas con un criterio primario: decentes o indecentes, pero ser catalogado como indecente suponía únicamente que había perdido su confianza. No iba más allá, era incapaz de rencores; menos aun de rencores vitalicios. La aburrían.” La básica bondad que se advierte bajo estas palabras es de un candor, de una inocencia, de una pureza que raya en lo increíble, o en la santidad. Y lo digo así porque cualquiera ha conocido en su vida personas que habría calificado de aburridas, aborrecibles e incluso detestables pero para Ana no parecían posibles dichas personas, como si ella les confiriera sus cualidades excepcionales permitiéndoles así ser mejores personas en su presencia.

La facilidad de comunicación que demuestra tener Ana es más patente si cabe en la relación que mantiene con sus hijos y nietos en los momentos en que son más vulnerables: la primera infancia y la adolescencia. Esto ya lo dice Nicolás, de modo que no descubro nada, pero lo que realmente me llamó la atención es la relación que mantiene con su nieta.

Es una relación en parte gozosa y en parte temerosa, pues parece que el amarla demasiado, aunque no vaya a afectar a la pequeña va a ser demasiado duro para Ana en el momento en que muera. Parece que sintiera que si en lo más profundo de su convicción sabe que ese amor que le presta no va a ser ilimitado en el tiempo no tiene derecho a privarle luego de él. Por muy feliz que le hubiera hecho otro tipo de relación con la niña no se permite una más intima y por lo tanto más placentera entre ambas: “La presencia de la niña la hacía feliz; sobrevaloraba el hecho de saberse abuela, lo paladeaba como un caramelo, le producía placer. Gustaba de ejercer de abuela, de proclamarlo.” “La noche que os detuvieron a Leo y a ti tuvo miedo, temió que su devoción la desbordase, que un celo excesivo pudiera perjudicarla. Se esforzaba en controlarse, en no exteriorizar ternura, en dominar sus emociones.”

Una de las reflexiones que más poderosamente me han llamado la atención es la que hace referencia a la mayor tentación del ser humano: la de vivir de nuevo el pasado con lo aprendido desde entonces. Esta debilidad, este anhelo nos ataca a todos y nos posibilita reflexionar sobre las consecuencias de las acciones o las líneas de acción que desarrollamos en la vida: “La imposibilidad de replantearse el pasado y rectificarlo es una de las limitaciones más crueles de la condición humana. La vida sería más llevadera si dispusiéramos de una segunda oportunidad.” Aunque mi visión no es tan amarga (algo lógico dadas las circunstancias de Nicolás) si aprecio cierta racionalidad en la dolorosa afirmación. Ese deseo imposible de cumplir acabaría con gran parte de las miserias de este mundo y de los que lo habitamos.

Es en el momento en que alguien no esta presente cuando por fin caen las cortinas que muchas veces deseamos poner ante nuestros ojos, en que ya no podemos escudarnos en la irreflexión del momento y debemos enfrentarnos con la verdadera valoración que hacemos de nuestras acciones: “En la vida has ido conociendo algunas cosas pero has fallado en lo esencial, es decir, has fracasado. Esa idea te deprime y entonces es cuando buscas apresuradamente un remedio para poder arrostrar con dignidad el futuro.” “Ahora no tendré a nadie a mano cuando me asalte el miedo.”

Si bien es tan humano como cualquier otro vulgar acto de defensa que pudiera tomarse, más descorazonador o más quebrado es el mecanismo que utiliza Nicolás para hacer presente en su vida la carencia que le asalta: “Es claro que son visiones producidas por el alcohol, pero me valen: Ya no puedo vivir sin

esas visiones.”

Igualmente dolorosa es la reacción que sufre Nicolás ante el cadáver de Ana, no pudiendo admitir (era incapaz de ello) aun la realidad que le es impuesta : “Y mientras ellos se despedían yo me frotaba los labios ásperamente, porque, aunque era capaz de concebirla dormida o despierta, riendo o charlando, me resultaba imposible imaginarla sin calor.” “Ella seguía condicionándolo todo”.

De un modo totalmente distinto pero igualmente doliente se expresa para describir la mentira mútuamente aceptada en la que se desarrollan sus últimos tiempos juntos. Es una mentira de consenso, de conveniencia, pero no por eso pesada y farragosa, sino casi desenvuelta, natural, de conveniencia. Es en ese ambienta de intento mutuo de alejar las preocupaciones del otro en el que se disfruta de unos silencios considerados como agradables, recordados después con anhelo y considerados también mas tarde como símbolo del amor que se prestaban : “Ninguno de los dos era sincero pero lo fingíamos y ambos aceptábamos, de antemano, la situación. Pero las más de las veces, callábamos. Nos bastaba con mirarnos y sabernos. Nada nos importaban los silencios (...). Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida eran sencillamente la felicidad.” “Yo buscaba en la cabeza temas de conversación que pudieran interesarla, pero me sucedía lo mismo que ante el lienzo en blanco: no se me ocurría nada. A mayor empeño, mayor ofuscación. Se lo expliqué una mañana que, como de costumbre, caminábamos cogidos de la mano: ¿Qué vamos a decirnos? Me siento feliz así, respondió ella.”

En fin. Ella se va de la manera de la que todos creen que preferirían : aun delgada, aun casi joven y siempre bella. Para Nicolás era la vida y cuando Ana se extingue, sigue proporcionándole la fuerza que necesita. Es una unión en el amor que sobrepasa de una manera casi corrupta las fronteras de la muerte, para seguir insuflando vida : “Una voz misteriosa me soplaba la lección entonces y yo atribuía a los ángeles, pero ahora advertía que no eran los ángeles sino ella; su fe me fecundaba por que la energía creadora era de alguna manera transmisible (...) ¿De quién me compadecía entonces, de ella o de mí?”




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Enviado por:Simón González De La Riva
Idioma: castellano
País: España

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